José Fernando Ocampo T. (*)
Con
Zapata la revolución agraria se constituía en la esencia de la Revolución
Mexicana y el Plan de Ayala en su programa revolucionario. Así se constituía
en una revolución democrática, en favor de los campesinos desposeídos de sus
tierras por los terratenientes feudales, el poder eclesiástico y el recién
estrenado imperialismo estadounidense en América con la toma de Cuba y el
robo de Panamá. En 1914, el plan no tenía sino una conclusión estratégica,
que las reivindicaciones agrarias fueran elevadas a rango constitucional. La
declaración firmada ese año en San Pablo Oxtotepec veía el triunfo de la
revolución algo de cuestión de días y, por esa razón, todos los firmantes se
comprometían a sostener estas “declaraciones” con el esfuerzo de su brazo “si
es preciso a costa de su sangre y de su vida.” Zapata había iniciado su
movimiento con las ideas del Plan de San Luis Potosí sobre una reforma
agraria radical. Y en cada nuevo manifiesto se hacía referencia a sus
planteamientos. Eso mismo establecía la declaración de San Pablo. Había partido
del apoyo a Madero por poco tiempo una vez quedó claro que, ya en la
Presidencia, no se le mediría a la reforma del campo. Así le sucedió con lo
demás hasta su muerte. Ninguna modificación de los planes y programas cedió
en el programa agrario radical que le había dado inicio al levantamiento
zapatista, ni siquiera en su alianza con Villa, con el que se comprometieron
a batallar conjuntamente una vez zanjaron sus diferencias sobre el Plan de
San Luis. Y lo que Zapata tuvo siempre presente, que Estados Unidos era el
enemigo externo que acechaba para atacar y dominar, lo logró entender Villa
en el proceso de la lucha hasta su aventura de Columbus adentro de la
frontera. Es increíble el número de
batallas que libró Zapata en su trajinar revolucionario. Fue con un ejército
de campesinos, organizado, sin máscaras, sin terrorismo, a campo abierto, a
la vista de todo el país. Sus batallas fueron innumerables. Resulta asombrosa
la capacidad de lucha, de constancia y de liderazgo de Zapata. En un recuento
de las batallas libradas por Zapata sólo en 1912, por ejemplo, se enumeran
más de sesenta, unas a favor y otras en contra, es decir, una cada seis días
(ver, Rebanadas de realidad, cronología de 1912). Era la rebelión contra el
gobierno de Madero, al que le había declarado la guerra por haber traicionado
los objetivos del programa agrario de la revolución. Pero siguió luchando
hasta el día en que fue asesinado en 1919. No dejó de hacerlo de 1910 a 1919.
Se hizo famoso en México desde el principio del movimiento, como lo testifica
un congresista de los primeros años: “Emiliano Zapata no es un bandido ante
la gleba irredenta que alza sus manos en señal de liberación. Zapata asume
las proporciones de un Espartaco; es el reivindicador, es el liberador del
esclavo, es el prometedor de riquezas para todos; ya no está aislado, ha
hecho escuela, tiene innumerables prosélitos.”
Nadie más que Zapata representa el significado de la Revolución Mexicana. Para Zapata la revolución era la lucha por la tierra. Pero un movimiento de esa naturaleza necesitaba mucho más. Se trataba del poder, del poder político. Pancho Villa tampoco llegó a descifrar el propósito real, ni sobre la lucha por la tierra ni sobre el poder político. Que ambos hubieran llegado a la conclusión de que no estaban listos para tomarlo, como lo demuestra la anécdota de haber abandonado un día el Palacio Presidencial de Ciudad de México que estaba en sus manos, sin definir el poder, y que Zapata ni siquiera hubiera aceptado sentarse en la silla presidencial, simboliza en el fondo su lucha heroica y su desvío histórico. Zapata interpretaba la esencia de la revolución, como una revolución agraria, como una revolución campesina. No llevó a sus consecuencias necesarias una alianza con la clase obrera o con la burguesía nacional, ambas en pleno desarrollo, para lograr el programa de la revolución que quedó definido en el famoso Plan de Ayala que defendería hasta su muerte. La historia ha convertido a Zapata en un mito de los campesinos, de los desposeídos, de los expropiados, de los demócratas, de quienes defienden la tierra para los que la trabajan. En el Manifiesto de 1914 al pueblo mexicano Zapata clamaba por las razones de su movimiento: “el campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba; para adueñarse de la tierra que el hacendado egoísticamente (sic) guardaba para sí; … se lanzó a la revuelta … para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimiento.” Hasta ahí llegó la Revolución Mexicana. Eso fue lo que hicieron sus grandes luchadores. Después, fue progresivamente renunciando a sus propósitos, devolviendo las tierras a los latifundistas, al capital financiero y a los extranjeros. Ni la reforma agraria, ni el control a los monopolios, ni el rechazo al dominio del capital extranjero, ni las limitaciones al control religioso de la Iglesia Católica, ni el programa político democrático perdurarían. El neoliberalismo se apoderaría del país a finales del siglo XX, el dominio del libre mercado se apoderaría de la economía, el poderío gringo se haría dueño de la economía nacional y el partido político de la tradición eclesiástica llegaría al poder. Zapata estaría hoy apoyando el movimiento popular campesino de protesta masiva contra una política imperialista que se tomó a México. |
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