Rosas

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jueves, 12 de octubre de 2017

Los simbolismos del Martín Fierro (Texto de Leopoldo Marechal) I

Por el Profesor Roberto Surra
Leopoldo Marechal fue un escritor argentino nacido en Bs. As. en 1900 y fallecido en la misma ciudad en 1970. Abordó todos los géneros literarios y es reconocido por muchos como nuestro mejor escritor. Su nombre padeció censura y en muchos ámbitos se lo sigue escondiendo por su sólida adhesión al peronismo de Perón, por lo que estuvo censurado entre 1955 y 1965. En esta conferencia que publicamos a continuación, aporta datos sustantivos a la hora de comprender a éste, nuestro libro nacional en el marco histórico en el que fue escrito el poema y las razones sustantivas y trascendentes que tuvo, según Marechal, su autor, José Hernández, al escribirlo.


Los simbolismos del Martín Fierro

Texto de la conferencia leída por Leopoldo Marechal, por LRA, Radio del Estado en 1955.
 Lo que voy a intentar en esta disertación no es la tarea de profundizar los estudios de un Martín Fierro circunscrito a sus meros valores literarios. Por fortuna, la obra de José Hernández tiene hoy un lugar de privilegio en los programas oficiales de literatura y una biografía cuyo volumen, riqueza y minuciosidad parecerían constituir un desagravio al menosprecio y al olvido en que la crítica erudita mantuvo al poema durante muchos años. Nuevas lecturas del Martín Fierro, últimamente realizadas la luz de una "conciencia histórica" que se nos viene aclarando a los argentinos desde hace varios lustros, hicieron que yo considerase al poema, no ya en tanto que "obra de arte", sino en aquellos valores que trascienden los límites del arte puro y hacen que una obra literaria o artística se constituya en el paradigma de una raza o de un pueblo en la manifestación de sus potencias íntimas, en la imagen de su destino histórico.
   Las grandes epopeyas clásicas están en esa línea o en ese linaje de obras. ¿El poema de José Hernández tiene, por ventura, esa capacidad de trascendencia?
   Si demostramos que la tiene, los profesores de literatura ya no vacilarán en la especificación del "género" a que pertenece la obra gaucha. Y entonces el Martín Fierro no sólo constituirá para nosotros la materia de un arte literario, sino la materia de un arte que nos hace falta cultivar ahora como nunca: el arte de ser argentinos y americanos.
   El Martín Fierro de José Hernández constituye un milagro literario. Y tomo la palabra "milagro" en su cabal significación de "un hecho libre", que se da súbitamente fuera y por encima de las leyes naturales y de las circunstancias ordinarias.
   Ubíquese al Martín Fierro en la literatura nacional de su época, y se lo verá surgir, monumento grave y solitario, entre las simples, bien que auténticas, formas de una poesía folklórica, o entre las no auténticas ni simples formas de una poesía erudita que, presa ya de un complejo de inferioridad que gravitaría largamente sobre las virtualidades creadoras del país dedicaba sub empeños a la mimesis del romanticismo francés o del pseudo clasicismo español.
De naides sigo el ejemplo,
naide a dirigirme viene,
yo digo cuanto conviene
y el que en tal gueya se planta,
debe cantar, cuando canta,
con toda la voz que tiene.
   Sin complejo ninguno, "con toda la voz que tiene", Martín Fierro se parece bastante a un hecho libre de la literatura nacional, producido, como todo milagro aleccionador, en el instante justo en que se lo necesitaba, es decir, cuando la nueva y gloriosa nación, habiendo nacido recién de la guerra, como todo lo que merece vivir, debía reclamar con las obras su derecho a la grandeza de los libres, tal como había reclamado ese derecho a la existencia en la libertad.
   Yo diría que ese derecho a la grandeza de los libres solo puede reclamarse de una manera: con grandes actos de merecimiento. Y el poema de José Hernández, inusitado en su monumentalidad, es un acto de merecimiento y una invitación a la grandeza, cumplidos en el alborear de una patria que puede, quiere y debe merecer su futuro.
   He aquí el primer enigma y la primera lección de Martín Fierro, en tanto que obra de arte. Y digo el primer enigma, porque a partir de su nacimiento, otros dos enigmas han de acompañar al poema en la difusión de su mensaje: el primero se refiere al modo y al campo singularísimos de su difusión inicial; el segundo a las primeras interpretaciones del poema. Y estos dos enigmas ya no se vinculan al Martín Fierro en tanto que obra literaria, sino a la naturaleza de su mensaje.
   Hay, pues, en el Martín Fierro un mensaje lanzado a lo futuro. Más adelante se verá cómo el poema también insinúa "una profecía" concerniente al devenir de la nación. El preludio de la obra, en cada una de sus dos partes, es demasiado solemne, demasiado reiterador, y no parecería convenir a un simple relato de infortunios personales:
Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

   Tal es la invocación que hallamos en el introito de la primera parte. En el preludio de la segunda, Martín Fierro dice:
Siento que mi pecho tiembla,
que se turba mi razón,
y de la viguela al son
imploro a la alma de un sabio,
que venga a mover mi labio
y alentar mi corazón.
   O esta misteriosa advertencia:
Y el que me quiera enmendar
mucho tiene que saber;
tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar;
tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender.


   Y en esta desproporción evidente que hallamos entre las advertencias de los preludios y el sentido literal de la obra, nos parecería vislumbrar el anuncio de un sentido simbólico que será necesario rastrear en adelante.
   –Pero, ¿cuál es el mensaje de Martín Fierro? ¿Y a quién va dirigido? Si damos en la contestación de la segunda pregunta, daremos también en la contestación de la primera.
   –Entonces. ¿a quién va dirigido el mensaje de Martín Fierro?
–Va dirigido a la conciencia nacional, es decir, a la conciencia de un pueblo que nació a la vida de los libres y que recién ha iniciado el ejercicio de su libertad.
  –¿Y por qué necesita un mensaje la conciencia de la nación?
–Porque la nación, desgraciadamente, no se ha iniciado bien en el ejercicio de su libertad recién conquistada. Y no se ha iniciado bien, porque ya en los primeros actos libres de su albedrío, ha comenzado ella la enajenación de lo nacional en sus aspectos materiales, morales y espirituales. Esto que podríamos llamar "una tentativa de suicidio precoz", iniciado por el ser nacional en la segunda mitad del siglo XIX, es un drama histórico que muchos han denunciado y cuyo estudio sería útil profundizar, sobre todo en la dirección de los "responsables".
   Martín Fierro, ubicado en esa mitad segunda del siglo de la libertad, es un mensaje de alarma, un grito de alerta, un "acusar el golpe", nacido espontáneamente del ser nacional en su pulpa viva y lacerada, en el pueblo mismo, el de los trabajos y los días.
   Tal es el mensaje de Martín Fierro: una lección de audacia creadora, sí, pero también un estado del alma nacional en el punto más dolorido de su conciencia.
   El mensaje se dirige a todos los argentinos. Pero ¿quiénes lo escuchan? Y aquí se nos presenta uno de los enigmas a que me referí anteriormente: el que atañe a la difusión inicial de Martín Fierro.
   Por aquellos días el país cuenta ya con una clase dirigente y con una clase intelectual. No me incumbe a mí el juicio de aquellas dos clases y el de la obra que desarrollaron; es una empresa que corresponde a nuestra historia política y a nuestra historia de la cultura respectivamente. Lo que necesito señalar es el hecho incontrovertible de que, con la acción de aquellas dos clases dirigentes, se inicia ya la enajenación o el extrañamiento del pais con respecto a sus valores espirituales y materiales. Martín Fierro, pletórico de su mensaje alarmado, sale recién de la imprenta y busca los horizontes de su difusión. Y entonces, ¿que sucede? Las dos clases de élite a que acabo de referirme, o lo ignoran o lo aceptan como "un hecho literario" que gusta o que no gusta; el mensaje dramático del poema no puede llegar a la clase dirigente, que sufre ya una considerable sordera en lo que atañe a la voz de lo nuestro, ni puede hacerse oir de la clase intelectual, que ya busca en horizontes foráneos la materia de su creación y su meditación. En abono de lo que acabo de afirmar, recuérdese que, hasta no hace mucho tiempo, los intelectuales argentinos dejaron caer sobre el poema de José Hernández el silencio de la incomprensión o del desdén, un silencio que nos asombra todavía.
Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar,
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando,
que es mi modo de cantar.

   "Y se divierten cantando". ¿Alusión irónica de José Hernández a los intelectuales de su época? No lo sé. Pero ¡que bien encaja en esa sextina la primera acepción del verbo "divertir" en el sentido de "distraer"!
   ¿Cuál era, pues, la única órbita de acción que a Martín Fierro le quedaba? La del pueblo mismo cuyo mensaje quería trasmitir el poema. Y entonces ocurre lo enigmático: el mensaje desoído vuelve al pueblo de cuya entraña salió. En sus modestas ediciones, en sus cuadernillos humildes, en su papel magro y en su seca tipografía misional, el gaucho Martín Fierro vuelve a sus paisanos: es una Vuelta de Martín Fierro que no ha escrito José Hernández y que, sin embargo, es realmente la primera vuelta de Martin Fierro.
  –¿Para qué vuelve a su origen ese mensaje no escuchado? –Para mantenerse allí, vivo y despierto como una llama votiva.
   –Sí, pero una llama votiva requiere una imagen de veneración a quien alumbrar. ¿Y cuál era esa imagen?
   –Era la imagen del "ser nacional" que alguien olvidaba o perdía o enajenaba.
   –¿Y la llama votiva? –Era un voto secreto, la promesa de un "rescate", o el anuncio y la voluntad de una recuperación.
   Toda esa materia oculta en su filón enigmático ya está en las sextinas de José Hernández. Y lo demostraré luego, cuando me refiera yo al sentido simbólico del poema. Entre tanto, Martín Fierro se abre un camino en la conciencia popular; abandonó la urbe y a regresado a la tierra, porque:
El campo es del inorante,
el pueblo del hombre estruido;
yo que en el campo he nacido
digo que mis cantos son
para los unos... sonidos,
y para otros... intención.
   Sus ediciones están en las pulperías y en los abigarrados almacenes de campaña, entre los tercios de yerba mate y las bolsas de galleta dura, los dos alimentos del paisano; y es justo que Martín Fierro esté allí porque también él es un alimento. O está en el recado del jinete pampa, entre los bastos y el cojinillo, y esnatural que Martín Fierro esté allí, porque también él es prenda del trabajo criollo.
   Después, los años corren. Y de pronto Martín Fierro es traído a la ciudad. ¿Qué pasa? El desterrado héroe de José Hernández ha de comparecer ante el tribunal de la crítica erudita. ¡Bien! ¡Es un acto justiciero! Algunos entusiastas aplauden; algunos descontentos gruñen, abandonando un instante la región mamaria de las Academias.
   No es mi propósito censurar el esfuerzo crítico de tantas buenas voluntades como las que se pusieron entonces al servicio de la causa Martín Fierro. Sólo diría yo en este punto, y en tono elegíaco: "¡Ay del espíritu de literatura!". Porque la letra mata.
   Y en los primeros juicios de Martín Fierro se da el otro enigma: no es ya el de la sordera intelectual, sino el de la incomprensión, ingenua por parte de unos, deliberada por parte de otros; porque hay entonces en el país no pocas inteligencias que saben la verdad de Martín Fierro, pero no desean el triunfo de aquella verdad. Cierto es que las circunstancias de enajenación u olvido con respecto al ser nacional y a sus intereses vitales, no sólo perduraban en el país, sino que se habían agravado, merced a las corrientes cosmopolitas (inmigratorias o no) cuyo flujo había cubierto nuestro limo natal y añadía nuevos factores de confusión al problema de aclarar lo nuestro. El poema de José Hernández no fue entendido cabalmente por su crítica inicial; y no será entendido por ninguna que desvincule al Martín Fierro de su misión referente al ser argentino y a su devenir.
   La crítica inicial a que vengo refiriéndome no dejó de abundar en matices relacionados con el ojo del comentarista y la naturaleza de su ángulo visual.
   Para el etnólogo, verbigracia, Martín Fierro es el prototipo del "gaucho", fruto de dos razas que se han topado en la Historia; fruto híbrido que, como es de rigor, ha heredado los defectos de las dos razas originantes y ninguna de sus virtudes; fruto destinado, naturalmente, a desaparecer, y romántico en la medida de su próxima defunción. Señores, yo perdono a ese linaje de crítica su fabulosa ingenuidad: lo que no le perdono es el torrente de mala literatura que nos trajo después, como natural consecuencia.
   Para el crítico sociólogo, Martín Fierro es también un tipo racial de transición. Pero en este caso no se detiene el crítico en la naturaleza transitoria y por ende romántica del personaje, sino en sus características del hombre inadaptado a la Civilización, en sus perniciosas rebeldías contra las instituciones que rigen el país, en su desapego al trabajo, en su espíritu de vagancia, en su fruición por el homicidio. En aquella época, la mística del "progreso indefenido" está en su auge y perfuma todas las almas de buena voluntad: se está montando en el país la usina del Progreso, con mayúscula, y el gaucho Martín Fierro es un desertor de la usina, una hostilidad militante, lo que hoy se llamaría "un elemento de perturbación".
   A la luz de semejante doctrina, tomó cuerpo la leyenda negra del "gaucho", que con tanta injusticia y en el transcurso de tanto tiempo gravitó sobre los hombres de nuestro paisaje.
   Sin embargo, como adelantándose al riesgo de aquel malentendido, el gaucho Fierro había enunciado sus virtudes de trabajador, su concepto del orden en la familia, su piedad religiosa: todo ese estilo de vivir se había dado ya para él en otros días que Fierro evoca nostálgicamente en la primera parte de su relato:
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
   Y más adelante dice:
Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer;
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡Y qué iba a hallar al volver!
tan sólo hallé la tapera.
Sosegado vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido.
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao...
Sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido.

    ¡Que alegato formidable contienen las tres sextinas que acabo de leer contra la falsa leyenda de un gaucho "nómade", sin instinto social, hostil a las leyes elementales de la convivencia! ¿No se ubica Martín Fierro en la plenitud del orden tradicional, que hace de la familia el principio y la célula de toda organización humana? ¡Y no hace del trabajo una razón penitencial de su existencia?

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