*Fue, la primera multinacional argentina, una de las corporaciones más grandes del mundo en comercialización de commodities y en especial de soja, está de nuevo en la mira. Como sucedió en 1974 con el secuestro de los hermanos Born, dos de sus principales directivos; en los años ‘90, cuando la empresa puso dos ministros de Economía sucesivos para impulsar el programa neoliberal del presidente Menem; y ahora que se la acusa de complicidad en el secuestro de trabajadores en la época de la dictadura militar. B & B ya existía en el país desde 1884 dedicada más que nada al comercio de cereales, pero no todos saben que el que le dio su mayor impulso y la convirtió en lo que hoy es, fue Alfredo Hirsch, un judío alemán que llegó a Buenos Aires en 1897 contratado por la sede principal de la compañía que operaba en Amberes. La carrera de Hirsch en Argentina fue tan fulgurante que en 1927 ya era el presidente de la compañía, y por veintiocho años iba a ser su directivo principal. Se dice que su hija Leonor tuvo un romance con el presidente Agustín P. Justo, lo que demuestra su fuerte vinculación con el poder político local.
“No
cabe duda de que sin el paso de Alfredo Hirsch por el Grupo Bunge
–confiesa un ex presidente de esa empresa, Salvador Carbó– éste no
habría llegado a lo que fue cuando lo dejó y lo que también es ahora. Un
grupo que cotiza en la Bolsa de Nueva York con una facturación de más
de 26.000 millones de dólares, siendo el mayor exportador mundial de
aceite de soja.” B
& B tenía en los años veinte a muchos familiares de Alfredo
Hirsch en sus filas y a nuestras manos llegó una carta del 25 de julio
de 1925, que uno de ellos, Max, le envía a su hermano Kurt, entonces en
Europa, escrita apresuradamente mientras viajaba en un coche comedor
hacia Charata (Chaco). En ella revela la magnitud de los intereses de B
& B y del mismo Hirsch en esa región donde reinaba otra empresa
tristemente célebre La Forestal, que en esos años, después de pasar por
varias manos, la compartían capitales ingleses y alemanes. Con
características semifeudales, incluso dinero propio o vales, de los que
los trabajadores dependían totalmente (para su alojamiento, compra en
almacenes, salones de baile, etc.) a medida que avanzaba el desmonte de
los árboles de quebracho, se abandonaban viejos pueblos y se creaban
otros, dejando detrás zonas desérticas. Varias huelgas y movimientos de
los trabajadores tuvieron lugar en la empresa, que los reprimía con la
ayuda de las autoridades locales, terminando muchos de ellos por años en
prisiones o cárceles, tal como lo relata muy documentadamente en un
libro imperdible Gastón Gori.
Según
señala Max en su carta, La Forestal era la firma más grande del mundo
en propiedad de bosques y tierras, 1.800.000 hectáreas, que estaban
dedicadas principalmente a la explotación del tanino o extracto de
quebracho. Y allí remarca que todos sus establecimientos se hallaban
equipados con máquinas alemanas e inglesas y dirigidos por
administradores e ingenieros europeos. Poseía varias fábricas de tanino y
cientos de kilómetros de ferrocarriles propios y exportaba muchos
rollizos de quebracho, sin tratar, a Estados Unidos.
La
carta de Max sostiene que la compañía era ya en esa época completamente
alemana y hace un balance de la penetración de los capitales de este
origen en la región. B&B había instalado en esa zona varias fábricas
bajo su supervisión cuyo objeto era la explotación del algodón, para lo
cual disponían desmontadoras de algodón en bruto que trabajaban con
máquinas Lummus de origen alemán y motores Otto a gas o semidiésel,
aunque algunas disponían de productos ingleses o norteamericanos.
En
Resistencia, la ciudad principal de la región, existían cinco fábricas
de aceite, que era refinado en el lugar y se vendía como aceite
comestible, y la mayor parte de las usinas tenían prensas Krupp. También
había fábricas de aceite de ricino, de las cuales una era propiedad de
otro industrial alemán, Hugo Stinnes. Max señalaba que Molinos Río de la
Plata, el establecimiento creado por Hirsch y equipado totalmente por
Krupp, era el más moderno de toda Sudamérica. Pero allí se hacía aceite
de lino, nabo y maní no de algodón, por eso necesitaban crear
establecimientos en el Chaco. “De todos modos –le decía a Kurt– sería
muy interesante si te encontraras frecuentemente con don Alfredo, quien
te puede contar todo ya que es el Señor de todo.”
Finalmente,
se refería a la cría de ganado vacuno, que no eran de razas finas por
la garrapata que afectaba a éstas. Pero los vacunos que se habían traído
aguantaban bien las difíciles condiciones de la región. Jorge Born
tenía en la zona 250.000 hectáreas, con 35.000 cabezas de ganado en una
sola propiedad y Alfredo Hirsch había comprado 30.000 hectáreas.
No
lo dice la carta, pero una demostración del poderío del Señor de todo,
como lo calificaba el autor de la misma, la dio Hirsch cuando se
transformó en el rey de los cielos de Buenos Aires construyendo entre
1931-1933 el edificio Comega (Compañía Mercantil Ganadera), también
gracias a una empresa alemana, Geopé, en un lugar emblemático de la city
porteña, Corrientes 222, desde cuya terraza se pudo ver en 1934 la
llegada del dirigible germano Graf Zepellin, en febrero de 1936 el
sepelio de Carlos Gardel y en 1937 la transformación final de la angosta
calle Corrientes en una avenida.
Edificado
en el lugar de la vieja residencia de Francisco Madero, aquel que creó
el puerto que lleva su nombre, se demostró pronto inservible y hoy es un
paseo de lujo. El Comega fue el primer edificio completamente
construido en hormigón armado, con 21 plantas y cinco ascensores ultra
modernos y llegó a ser uno de los más altos de la ciudad. Fue un pionero
porque luego de su construcción se levantó el edificio Safico
(Corrientes 456) y más tarde, en 1937, el Kavanagh (monumento histórico
mundial de la ingeniería civil), todos ellos ejemplos en el mundo de la
arquitectura Art Deco. Dedicado sólo al alquiler de oficinas, en su
interior albergaba el Departamento de Administraciones Rurales de B
& ;B, dedicado a la gerencia y auditoría de estancias, que se
ocupaba no sólo de las de Hirsch y sus socios como Las Lilas, La
Mechita, La Criolla, El Bonete, La Elisa, La Leonor, Bellamar, etc. sino
también de las de muchos otros. Era el imperio Hirsch.
La
carta no mencionaba esta última información pero terminaba de manera
algo servil: “En cuanto a mi prometido viaje a Europa aparentemente es
todavía un problema porque, como digo yo siempre: ‘el hombre piensa y
Hirsch conduce’. ¿Quién sabe lo que tiene planeado para mí cuando vuelva
a BA? ¿Quién sabe lo que tiene en la cabeza para el año que viene?”. En
verdad, Alfredo Hirsch parecía tener a sus empleados, incluso a sus
ejecutivos, en un puño. Una revelación temprana del espíritu de la
empresa.
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