Extraido de un escrito de Enrique Manson:
Vivió
su niñez en Pehuajó donde se recibió de maestro posteriormente se
graduó en Letras en la Universidad de La Plata, fundada por Rafael
Hernández, el hermano menor de
Martín Fierro.
Profesor y rector de su Colegio Nacional de Pehuajó, fue convocado por el ministro Anglada para ocupar la Dirección de Fomento y Estímulo Cultural a mediados de 1955. Pero estalla la "fusiladora" y el maestro que había ganado sus cargos docentes por concurso, los perdió por bando militar.
Continuó entonces, desde una pequeña librería de su pueblo, la larga lucha por una revolución cultural. La que había levantado banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social. Su pasión por Martín Fierro, lo llevó más allá de la literatura, que sin embargo nunca abandonó. Autor de poemas, como Ida y vuelta de Juan sin ropa (1949), Canto fundamental (1967), Poemas de la tierra (1987), y de ficciones y ensayos como una biografía de Rafael Hernández (1954), Las leguas amargas (1972), Perón, Jauretche y el revisionismo cultural (1998), sin descuidar la dramaturgia. Durante la tercera presidencia de Perón fue subsecretario de Cultura de la Nación.
Comprometido con el rescate de la identidad argentina enfrentó la falsa dicotomía sarmientina y publicó, en los años ochenta, un periódico de corta tirada y más corta vida que ostentaba orgullosamente el título de Barbarie.
Luego cayó, como tantos, en la trampa del candidato que se disfrazaba de Facundo, y que le prometió una recuperación de nuestra identidad cultural, así como prometía una revolución productiva. Naturalmente, desengañado se apartó rápidamente. El embaucador debería agradecer la edad provecta del poeta, porque su santa furia daba como para degollarlo a la criolla. Siempre creyó que la educación era una parte de la cultura, por eso le sacó al farsante de Anillaco la promesa incumplida de convertir al organismo del Palacio Sarmiento en ministerio de Cultura, con Educación como una rama subordinada. También soñó, alguna vez, con la creación de una universidad inspirada en el pensamiento nacional, para formar los técnicos, los profesionales y, sobre todo, los pensadores, que se inspiraran en la identidad de nuestro pueblo. Que miraran el mundo desde aquí, y que de ese modo fueran instrumentos de la recuperación nacional.
Sus taitantos años no le han quebrado el espíritu ni la iniciativa, y sigue impulsando proyectos que bajo otras formas, son nuevas iniciativas para recuperar nuestra identidad cultural, gringa y mapuche, además de hispana y de todos los orígenes que han formado esta patria mestiza. Dios ha querido darle larga vida y pudo ver en estos años una Patria que, seguramente no hubiera esperado ver después de demasiados desengaños. Tanto ha sido el entusiasmo que lo mantiene vivo, que sigue produciendo como en su juventud. Acaba de dar a conocer La voz, obra sobre el Morocho del Abasto en la que junta lo literario con lo histórico, ya que desarrolla una teoría que vincula al zorzal con Pehuajó. Su amor por el gran poema nacional lo ha llevado a escribir, una versión para niños: Martincito Fierro.
Cuando el 28 de mayo de 2006 nos dejara el gran historiador nogoyaense, escribió su despedida en sentido soneto:
Fermín Chávez, tal vez con estos versos
Pueda llegar a vos donde arribaste,
A ese mundo distinto, y te olvidaste
De estos afanes nuestros tan diversos.
Ahora andamos, hermano, en Universos
Diferentes los dos. Vos te alejaste
Pero igual yo te escribo aunque dejaste
De estar aquí, y andamos muy dispersos.
Mas sigues con nosotros todavía
En tus libros de lucha compañera
Del bien, de la Verdad, de la Poesía.
Estás aquí en tu casa justiciera
Por el Pueblo y la Patria y por el Día
De ser nosotros según Dios lo quiera.
Profesor y rector de su Colegio Nacional de Pehuajó, fue convocado por el ministro Anglada para ocupar la Dirección de Fomento y Estímulo Cultural a mediados de 1955. Pero estalla la "fusiladora" y el maestro que había ganado sus cargos docentes por concurso, los perdió por bando militar.
Continuó entonces, desde una pequeña librería de su pueblo, la larga lucha por una revolución cultural. La que había levantado banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social. Su pasión por Martín Fierro, lo llevó más allá de la literatura, que sin embargo nunca abandonó. Autor de poemas, como Ida y vuelta de Juan sin ropa (1949), Canto fundamental (1967), Poemas de la tierra (1987), y de ficciones y ensayos como una biografía de Rafael Hernández (1954), Las leguas amargas (1972), Perón, Jauretche y el revisionismo cultural (1998), sin descuidar la dramaturgia. Durante la tercera presidencia de Perón fue subsecretario de Cultura de la Nación.
Comprometido con el rescate de la identidad argentina enfrentó la falsa dicotomía sarmientina y publicó, en los años ochenta, un periódico de corta tirada y más corta vida que ostentaba orgullosamente el título de Barbarie.
Luego cayó, como tantos, en la trampa del candidato que se disfrazaba de Facundo, y que le prometió una recuperación de nuestra identidad cultural, así como prometía una revolución productiva. Naturalmente, desengañado se apartó rápidamente. El embaucador debería agradecer la edad provecta del poeta, porque su santa furia daba como para degollarlo a la criolla. Siempre creyó que la educación era una parte de la cultura, por eso le sacó al farsante de Anillaco la promesa incumplida de convertir al organismo del Palacio Sarmiento en ministerio de Cultura, con Educación como una rama subordinada. También soñó, alguna vez, con la creación de una universidad inspirada en el pensamiento nacional, para formar los técnicos, los profesionales y, sobre todo, los pensadores, que se inspiraran en la identidad de nuestro pueblo. Que miraran el mundo desde aquí, y que de ese modo fueran instrumentos de la recuperación nacional.
Sus taitantos años no le han quebrado el espíritu ni la iniciativa, y sigue impulsando proyectos que bajo otras formas, son nuevas iniciativas para recuperar nuestra identidad cultural, gringa y mapuche, además de hispana y de todos los orígenes que han formado esta patria mestiza. Dios ha querido darle larga vida y pudo ver en estos años una Patria que, seguramente no hubiera esperado ver después de demasiados desengaños. Tanto ha sido el entusiasmo que lo mantiene vivo, que sigue produciendo como en su juventud. Acaba de dar a conocer La voz, obra sobre el Morocho del Abasto en la que junta lo literario con lo histórico, ya que desarrolla una teoría que vincula al zorzal con Pehuajó. Su amor por el gran poema nacional lo ha llevado a escribir, una versión para niños: Martincito Fierro.
Cuando el 28 de mayo de 2006 nos dejara el gran historiador nogoyaense, escribió su despedida en sentido soneto:
Fermín Chávez, tal vez con estos versos
Pueda llegar a vos donde arribaste,
A ese mundo distinto, y te olvidaste
De estos afanes nuestros tan diversos.
Ahora andamos, hermano, en Universos
Diferentes los dos. Vos te alejaste
Pero igual yo te escribo aunque dejaste
De estar aquí, y andamos muy dispersos.
Mas sigues con nosotros todavía
En tus libros de lucha compañera
Del bien, de la Verdad, de la Poesía.
Estás aquí en tu casa justiciera
Por el Pueblo y la Patria y por el Día
De ser nosotros según Dios lo quiera.
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