Por Vicente Sierra
El caso de Rivadavia es de aquellos que merecen estudiarse seriamente. En la historia argentina no hay otro similar al suyo. Desde su caída, en 1827, nadie se ocupó de él. Hasta sus amigos más íntimos
dejaron de mentarlo, tal era el desprestigio en que cayó después de la serie de traspiés que jalonaron
su actuación presidencial, fecunda en errores. Pero en 1857, cuando nadie lo recuerda, se inicia, por
obra de Mitre y los unitarios triunfadores de Buenos Aires, la labor de crear el mito rivadaviano. Y
surgió aquello del "más grande hombre civil de la tierra de los argentinos," no como la expresión de
un juicio intelectual sino por necesidad de una postura política. Los hombres del 11 de Setiembre
necesitaron crear una mitología ya que no podían asentarse firmemente en la historia. Ha dicho Vicente Fidel López que para juzgar a Rivadavia es indispensable escoger el punto de vista entre dos extremos: "o se le juzga por la historia o se le juzga por la leyenda. Si lo primero hay que confrontar su renombre póstumo con los hechos reales de su carrera. Si lo segundo es inútil apurar demasiado el examen prolijo de los hechos..." Y muchos prefieren quedarse en la leyenda. Rivadavia fue un político y un hombre de gobierno, no un filósofo. Que un filósofo se adelante a las ideas de su época nos parece bien, pero cuando se juzga a un hombre de gobierno conviene comenzar por entender lo que se va a juzgar. El estadista se mueve en el campo de las realidades y no de las teorías; es un hombre que gobierna el presente sin descuidar el porvenir. Si un gobernante hace una ley electoral inaplicable en su época porque sólo en el año 2000 puede ser utilizada, es que se trata de un fracasado, no de un vidente. Por lo demás, las visiones de Rivadavia no pasaron de considerar que era conveniente ampliar la calle Belgrano y la calle Córdoba, y alguna otra cosa por el estilo. En cuanto a su capacidad política, económica y financiera, la verdad histórica es la
siguiente: el país se organizó en contra de sus ideas; sus ensayos financieros terminaron todos en
falencia; sus empresas económicas en quiebra; y todos sus afanes políticos entregaron al país a la guerra civil y la tiranía. Nada lo demuestra como los rivadavianos llaman "exitosa" a la reforma militar, por cuya causa el país se encontró desarmado ante el ataque del Brasil a la Banda Oriental y tuvo que organizar de nuevo su ejército, apresurada y malamente; o a la reforma religiosa, que fue una de las causas de la guerra civil que siguió a la malhadada presidencia rivadaviana; o a la reforma legislativa que no sabemos en qué consiste, salvo que se dé tal nombre a la acumulación de decretos en el Registro Oficial con los que, según San Martín, en carta a O'Higgins, quiso improvisar en Buenos Aires la civilización europea.
Un rivadaviano el historiador Dana Montaño dice que Rivadavia fue el "trait de Unión" entre la época guerrera y la reflexiva de marras, lazo de unión que, como todos sabemos, determinó la revolución de 1828, la guerra de Paz en el Interior, la dictadura de Rosas, Caseros, Cepeda, Pavón, hasta llegar a la época reflexiva. Porque es lo cierto que las ideas de este hombre, que odiaba al militarismo y aspiraba a crear la paz social y política, nos llevaron a una guerra internacional y a más de cincuenta años de guerras civiles. Si en política las ideas se miden por los resultados hay que convenir en que Rivadavia no es un ejemplo que conviene se repita, por muy ilustre que sea la memoria que en el futuro se tenga del que haga esa segunda parte. Es curiosa la confusión intelectual que demuestra el autor al tratar ciertos temas. Dice, por ejemplo, que las primeras tentativas de organización, en las que Rivadavia tomó parte, "no habían podido liberarnos de la ignorancia, de la pobreza y del fraude". Agreguemos que tampoco nos permitieron encontrar un remedio para la gripe. ¿Qué nada tiene que ver la gripe con la organización nacional? Lo aceptamos. ¿Pero qué tiene que ver con la ignorancia y con la pobreza? La ignorancia era problema de educación y la pobreza de economía y en cuanto al fraude, menester es recordar que Rivadavia fue de los primeros en utilizarlo. La pobreza fue aumentada por eso que Dana Montaño llama la "liberación económica", y que no fue sino la enorme tontería de hacer entrar en el librecambio a un país sin industrias, lo que determinó que al poco tiempo, estas tierras, que siempre habían mandado onzas de oro a España, tuvieran que ir a solicitar el primer empréstito a Inglaterra. ¿Pero de qué fuente intelectual seria se puede sacar el concepto de que abrir el puerto al comercio extranjero es liberar la economía de una nación? Estados Unidos siguió una política contraria, pues
se hizo proteccionista —a la sombra de lo cual es más rica que nosotros— y a nadie se le ha ocurrido decir que es un país que estuvo en contra de su liberación económica; por el contrario, siguiendo una política distinta a la de Rivadavia es que logró su autonomía económica, al tiempo que nosotros la perdimos por la ideología rivadaviana. El 5 de Setiembre de 1815, El Censor señalaba los primeros efectos del economismo rivadaviano denunciando cómo el comercio del país iba siendo arruinado por el extranjero, y una "Junta General" de comerciantes, reunida en aquellos días, calificó de "ominoso" y "consentido por la fuerza" el sistema de abrir nuestro puerto a los ingleses. Lo que no obedeció, sea dicho entre paréntesis, a grandes principios, sino a la presencia agresiva de la escuadrilla británica en el Río de la Plata. Pero entremos, para abreviar, en el tema central de la obra que comentamos: las ideas políticas de Rivadavia. "No formuló una doctrina política —dice el autor— con la claridad, unidad y precisión de Echeverría, pero realizó en el gobierno un programa de acción cultural y social, como Moreno, de tal suerte coherente y consecuente con los ideales originarios de la Revolución, que no puede discutirse la unidad de su sistema político..." ¡Vaya si se puede discutirlo! ¿Qué tiene que ver la acción cultural y social con sus ideas políticas? Circunscribiéndonos a lo estrictamente político nos encontramos con que se puede demostrar que Rivadavia fue unitario y que fue federal, que fue monarquista y que fue republicano, que fue liberal unas veces y todo lo contrario otras, aunque en medio de todo aparezca siempre la verdad de un liberalismo que es regalista en materia religiosa, antidemócrata en materia política —como lo demostró con su ley electoral—, aristocratizante, materialista y con todos los defectos del liberalismo burgués de la restauración. Nada más cómico que lo que relata González Calderón, de boca de Victorica, a quien Salvador M. de Carril le dijo que cuando Rivadavia iba a Europa expulsado de Buenos Aires conoció en Río de Janeiro El Federalista, de Hamilton, y convino entonces que el federalismo era un gran sistema. Si no conocía esa obra elemental en la materia, tan difundida en su época, resulta difícil dar con la fuente de las ideas políticas del famoso hombre civil. Si fuéramos a analizar el trabajo de Dana Montaño punto por punto nos encontraríamos ante la necesidad de escribir un libro sobre Rivadavia. Dice el autor, por ejemplo, que Rivadavia es la antítesis del tirano, pues "tuvo un respeto religioso por la libertad civil y política" y, por poca historia verdadera que se sepa se está en condiciones de demostrar la inexactitud de tal afirmación. Las penas de muerte con que se castigó a quienes intentaron un levantamiento contra su reforma religiosa es una prueba concluyente. ¿Cómo había de ser respetuoso de la opinión pública quien se hizo elegir presidente por un Congreso Constituyente de una república que no existía y mediante maniobras que, según lo denunció el deán Funes, el diputado Galisteo, y muchos otros hombres de la época, consistieron en el soborno de los constituyentes?
Se olvida generalmente que en aquella oportunidad todo se pone en juego para unitarizar el país no sólo por razones políticas, sino para poder sacar a la empresa argentina que tenía la concesión de las minas de Famatina, y entregársela a la compañía inglesa que el prohombre había organizado en Londres. Dana Montaño sigue a Piccirilli en la exposición de los autores que formaron la mentalidad de Rivadavia. Se trata de hacer creer que Rivadavia era un lector apasionado de los más diversos autores, lo cual no se advierte en sus escritos y discursos, como que, en realidad, fueron más los libros que poseyó que los que leyó, porque Rivadavia tenía el culto del libro, sobretodo el bien encuadernado, creyendo en la eficacia cultural de las bibliotecas por arte de presencia. Sobre esto hay un mundo de anécdotas pintorescas a decir. Pero, más interesante que revisar libros sería revisar los decretos de La Gaceta de Madrid de la época liberal contemporánea a Rivadavia, pues allí se vería el origen de la mayor parte de sus alabados decretos y leyes. Si tal estudio se hace se verá lo poco que debe Rivadavia a Montesquieu, a pesar de lo que dice Dana Montaño apoyado en Janet, pues el principio de la separación y equilibrio de los poderes no necesitaba de Montesquieu para ser conocido. Por otra parte, el análisis que Dana Montaño hace de los libros que pudo o no haber leído Rivadavia y que pudieron o no influir en la formación de sus ideas políticas es de una erudición de segunda mano que alcanza, en algunos momentos, tonos humorísticos, por comparaciones imposibles o por consecuencias que sólo pueden extraerse cuando no se conocen las fuentes originales que se citan, sino simples referencias tomadas de resúmenes. Dado el tema del trabajo y el carácter del Instituto que lo patrocina, lo que correspondía no era esa labor de tejer citas de los escritores que pudo o no haber leído Rivadavia, sino tomar sus escritos, sus discursos, los considerandos de sus decretos y, sobre el análisis concreto de ellos fijar los puntos de vista del autor. Si tal cosa se hubiera hecho se habría demostrado la carencia de una sólida cultura política, para enunciar a un regalista del tipo del "absolutismo ilustrado" en materia religiosa; a un liberal del tipo de la restauración francesa en materia política; a un materialista en su concepto general de los problemas del hombre, por influencia de Bentham; y a un simple nuevo rico en sus reformas edilicias de hombre que había estado en Europa y gustaba asombrar a sus conciudadanos con sus modalidades de pura exterioridad. Así, tenía descalzo y desnudo al ejército de Ituzaingó pero adquiría muebles hechos en París para su despacho. Pero ese análisis debe hacerse, además, con pleno conocimiento del distinto valor que ciertas palabras y conceptos tenían entonces y tienen ahora. Dana Montaño cae en el error, tan común, de suponer que cuando Rivadavia habla de la "opinión pública" es como cuando habla un liberal de hoy día, olvidando que opinión pública para Rivadavia y sus correligionarios es simplemente la de los hombres de su clase. El primero que da al concepto de "opinión pública" el sentido que tiene hoy día es Manuel Dorrego, y lo hace en la legislatura de Buenos Aires oponiéndose a la ley electoral de Rivadavia, concebida con el más puro espíritu clasista y antipopular. Que es el caso de Echeverría, al que tomar en serio como pensador político importa sentar plaza de ingenuidad manifiesta, quien fue contrario a todo lo que se parezca a considerar a la "opinión pública" con la amplitud que hoy lo hacemos, pese a lo cual ha llegado a la singular situación de que su retrato sirva para adornar centros socialistas. Pocos hombres de mentalidad tan burguesa como la suya, pues su romanticismo no fue sino exacerbación de esa mentalidad, han alcanzado gloria tan peregrina. Nada de lo que decimos importa colocarnos ante Rivadavia en una posición negativa. Es evidente que su vida fue una lección de energía. Uno de los actos más dignos de su vida es el que menos se recuerda: su oposición a Lord Posomby. Verdad que ella contrasta con su oposición a que San Martín terminara con la obra que había iniciado de libertar el continente. No fue por falta de patriotismo, pues Rivadavia fue un patriota puro, sino porque dominaba en él un ideólogo sin formación precisa, sin cultura firme, que desconocía al país. Mariano Moreno lo definió con acierto al decir que se decía doctor de todo y no sabía nada de nada.Dana Montaño no analiza, exalta; no investiga, reproduce; no trata de comprender porque busca elogiar. ¿De dónde saca, por ejemplo, que Rivadavia pertenecía al grupo de patriotas que se reunía con Belgrano y Rodríguez Peña, secretamente, gestando la revolución de Mayo? El propio autor declara "que la primera noticia histórica acerca de su participación en el movimiento revolucionario está registrada a fojas 111 del acta del Acuerdo del 22 de Mayo", y es así, aunque la noticia no es de las que dan lustre, pues dice: "Por el señor doctor don Bernardino Rivadavia se dijo:", y otra, en la enumeración de los asistentes, que dice: "... el señor don Bernardino Rivadavia, de este vecindario..." ¿Fundó acaso su voto con elocuencia? El Acta dice: "que reproducía también el parecer del señor don Martín Rodríguez", quien, a su vez, no hizo sino reproducir el de Saavedra. Y bien; por ese voto, Dana Montaño dice: "Así inicia su vida pública, como ciudadano, el futuro magistrado, estadista y político, que no hace misterio de sus opiniones políticas, en una hora incierta para la causa de la Revolución, que había abrazado decididamente, antes de manifestarse, anteponiendo. .. la virtud a la conciencia... " Realmente hasta se duda que puedan escribirse semejantes cosas. Ni la teoría que implicaba el voto de Saavedra respondía a tesis revolucionaria alguna, ni plegarse a ella comprometía a nadie, ni, por otra parte, Rivadavia tenía entonces mucho que perder. Antiabsolutista en el terreno de las ideas, quiso, es cierto, destruir todo lo que oliera al pasado régimen español, pero no para crear uno propio, sino para importar el de última moda en Europa. Es, en tal sentido, el primero de los gobernantes argentinos que procura desargentinizar al país, pues ve en él como bárbaro todo lo autóctono y como admirable todo lo importado. Si esa es faceta propia de un estadista, lo fue sin duda alguna. Es ésa de Rivadavia una posición que no ha perecido en el país, donde son muchos los que la cultivan. Dana Montaño dice que "el tirano", refiriéndose a Rosas, intimó a Rivadavia a salir del país en 1830. El dato es falso. Rosas no era gobernante, no se hallaba en Buenos Aires y se enteró de la partida de Rivadavia después de producida. A Rivadavia lo obligó a reembarcarse el pueblo todo de Buenos Aires, que nunca tuvo un gobernante al que hiciera objeto de mayores burlas. Los sobrenombres con que le adornaron confirman la falta de respeto que mereció a los hombres de su época. Para terminar digamos que el señor Dana Montaño teje sus elogios de acuerdo a una técnica extraordinaria, que consiste en basarlo en los aciertos de su héroe, cuando supone que los hubo, y afirmarla en los fracasos cuando comprueba que abundaron. En este caso, cada fracaso fue un "anticipo intuitivo de la consagración histórica que la posteridad habría fatalmente de realizar" — ¡qué fatalidad! — "por la magnitud de su obra y por la pureza de su pensamiento social y político". Como se ve, la fama cuesta poco. Para adquirirla no hay que preocuparse de acertar, sino de hacer mucho y con pureza de intenciones, aunque sean disparates como la "bolsa mercantil"; el "banco de descuentos"; el "primer empréstito"; la "escuela de agricultura"; los negocios de minas; la constitución de 1826; la ley electoral; la reforma religiosa, que lanzó a las masas en una guerra civil que algún día será estudiada como verdadera lucha religiosa, pues lo fue de manera evidente, aunque no lo digan los libros que ha leído Dana Montaño; la guerra con Brasil; la famosa y ultra fracasada ley de enfiteusis, pues ni sirvió para garantizar ningún empréstito ni dio recursos al fisco, que es para lo único que se la dictó y etc. etc. y muchos etc. más.Hemos juzgado la obra de Dana Montaño desde un punto de vista historiográfico. Nuestra disidencia es, por consiguiente total. Lo mismo le ocurrirá al autor el día que para volver a escribir de Rivadavia, en lugar de leer lo ya escrito, se documente por su cuenta, en las fuentes originales, y hable por contacto directo con la historia y no con la leyenda del que fuera Presidente de una República que no existía, que nadie había formado, que no tenía leyes constitutivas, hecho que fue como un símbolo de la existencia del prócer, es decir, la ilusión de la realidad predominando siempre sobre los hechos.
Atilio García Mellid, es el historiador mas documentado de la argentina, su obra es monumental, pero es ocultado por por el establishment liberal que ha usurpado y sustenta el poder en la Argentina
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