Rosas

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sábado, 26 de mayo de 2018

EL ATENTADO DE LA MAQUINA INFERNAL (1841)

Por Manuela Rosas de Terrero

En la noche del 25 de marzo de 1841, aniversario del cumpleaños de mi finada madre, estando rodeada de algunas personas que me visitaban en memoria del día, entró monsieur Bazin, primer edecán del señor almirante Dupotet y, entregándome una caja como una tercia de vara de tamaño, me dijo acababa de recibirla de Montevideo con una carta del cónsul general de Portugal, el señor Acevedo Leite, en la que le pedía ponerla en mis propias manos para que yo lo hiciera del mismo modo en las de mi padre, y que dicha caja encerraba una medalla de diploma que la «Sociedad de Anticuarios» de Copenhague, le dedicaba.
Después de tomar dicha caja en mis manos pedí, no recuerdo a cuál de los amigos que allí estaban, ponerla sobre la mesa redonda, que entonces se usaba en medio de la sala. Lo efectuó y allí quedó la caja toda la noche estando la mesa en constante movimiento, pues, a medida que los visitantes aumentaban, ésta se retiraba para dar lugar a formar el círculo social. Al siguiente día llevé a mi padre la caja, repitiéndole las palabras de monsieur Bazin. Mi padre la miró y me dijo ponerla sobre una de las cómodas que había en su aposento donde él estaba escribiendo ese día. Lo hice, y después de pasados los días, me dijo que la abriese y le hiciese saber su contenido. Esto fue el 28 de marzo, tres días después de haberla yo recibido.
La llevé a mi dormitorio, y, sentada en una silla al lado de la ventana, llamé a una joven amiga mía, Telésfora Sánchez, que entonces me acompañaba, para que me ayudase a descoser los forros. El primero, no recuerdo de qué material era, pero sí que el segundo era de cachemira blanca, con las costuras ribeteadas de un cordón de seda colorada. Bajo este forro, sobre la tapa de la caja, estaban varios papeles, que no leí por estar escritos en un idioma desconocido para mí, pero me parecieron ser títulos o diplomas. Con éstos estaba la llave de la caja, atada con una cintita colorada. Puse a un lado los forros y papeles, y al abrir la caja con la llave, saltó la tapa de un modo tan violento, haciendo tan fuerte ruido, que Telésfora y yo dimos un grito.
Al mirar la máquina, yo no tuve la más mínima idea de lo que era, pues teniéndola en las faldas la miraba de frente, pero Telésfora que estaba sentada en la ventana y la miraba de lado, me dijo: «Manuelita, fíjate, parecen cañones los tubos que la forman».
Hice lo que ella me indicaba y ni aun asimismo me inspiró la más mínima sospecha que tenía en mis manos tan cruel, tan infernal proyecto del que, si la Divina Providencia no me hubiera salvado, habríamos sido víctimas con mi amiga Telésfora, y también mi mucama Rosa Pintos, que en esos momentos se ocupaba de acomodar algo en el cuarto. Al tratar de cerrar la caja, no pude conseguirlo; en balde apretaba dos grandes gonces que habían saltado en los lados de ella, lo que después supe ser los gatillos de la máquina que por haberse descompuesto, no produjeron el infernal intento.
Esa misma mañana la llevé a mi padre, y él, al mirar la máquina comprendió en el momento la terrible realidad. Guardó silencio un momento, y después, mostrándosela al primer escribiente de Secretaría, don Pedro R. Rodríguez, que acababa de entrar, le dijo: «Es ésta una máquina infernal enviada por mis enemigos para matarme, pero Dios es justo. Vaya usted inmediatamente a llamar al señor ministro Arana».
No tardó en llegar dicho señor, quien, doblemente aterrado al saber hubiese sido yo la víctima de tan espantosa trama, tanto mi padre como él me abrazaron y besaron tiernamente, felicitándome por la protección que el Todopoderoso me había dispensado y al decirme mi padre: «Hija mía, demos fervientes gracias al Divino Ser que con tanta bondad nos ha salvado con su suprema protección», mi llanto sin desprenderme de sus brazos, no le permitió continuar.
Esto tenía lugar, como he dicho antes, el 23 de marzo, y así que mi padre y el doctor Arana, ministro de Relaciones Exteriores, conferenciaron, decidieron imponer, sin pérdida de tiempo, al señor almirante Dupotet de lo que pasaba. Este señor almirante, indignado al saber que se hubiesen valido de su edecán monsieur Bazin como agente de una trama tan infame, despachó a éste, esa misma mañana, en un vapor a Montevideo para tomar informe del señor Acevedo Leite, si tenía algún conocimiento de la carta, habiéndosele engañado. El señor Leite, tan ofendido como debía serlo, se vino sin demora con monsieur Bazin a Buenos Aires para dar la satisfacción debida de su inocencia; la máquina, sin moverla de la caja, se llevó inmediatamente a casa del señor ministro Arana, donde estuvo algún tiempo expuesta al examen del público.
Siendo el 30 de marzo el día del cumpleaños de mi finado padre —y el 29 se destinó a consultas de ministros del gobierno y de los agentes extranjeros— fue aquel día en el que se declaró al público lo que pasaba; así fue que todos los cuerpos diplomáticos y militares que iban a casa para cumplimentar a mi padre, como los particulares, impuestos de la infamia que se les refería, pasaban a ver la máquina a lo del señor Arana… Los oficiales franceses descargaron algunos de los cañones en el jardín del señor ministro Arana, y la carga era tan terrible, que los cañones reventaban.

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