Rosas

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martes, 29 de mayo de 2018

Urquiza en Pavón.....

Por José María Rosa
Presidía la República el doctor Santiago Derqui que pasaba los días durmiendo, ajeno al acontecer político. Sus antecedentes unitarios lo inclinaban al partido liberal, pero le debía la presidencia a Urquiza, y era hombre leal. Los mitristas (Mitre gobernaba Buenos Aires) quisieron tentarlo: Marcos Paz le ofreció consolidarlo en la presidencia, dándole «el poder implícito en el cargo» que hasta entonces no tenía, pues las cosas las manejaba Urquiza desde su palacio San José, además de gloria imperecedera y las bendiciones de los pueblos[1] siempre que gobernase con los liberales y expulsara a Urquiza. De esta manera los liberales no aparecerían alzándose contra el orden constitucional sino por el contrario apuntalándolo contra un caudillo molesto. Pero Derqui prefirió jugarse con Urquiza.  Como los mitristas no consiguieron a Derqui, buscaron al mismo Urquiza. Correveidiles misteriosos fueron y vinieron del campamento de Mitre al del general de la Confederación. Hubo reuniones secretas «para tratar la paz» en buques anclados en el río.
Resultado de imagen para urquiza y mitrePavón  17 de setiembre de 1861. Chocan los ejércitos cerca de la estancia de Palacios junto al arroyo Pavón, jurisdicción de Santa Fe. La caballería porteña se desbanda; ceden la izquierda y la derecha ante el empuje de las cargas federales. Apenas si el centro mantiene una débil resistencia que no puede prolongarse. Mitre toma el camino de San Nicolás, la ruta de los derrotados en la zona (Rondeau en 1820, el mismo Mitre en 1858).[2]  Pero algo ocurre a los victoriosos, pues no coronan su victoria. Inexplicablemente Urquiza también se retira del campo. Lentamente, al tranco de sus caballos, los jinetes entrerrianos se van. Es una retirada con ralentisseur para demostrar que es voluntaria. Inútilmente los generales Benjamín Virasoro y Ricardo López Jordán — en partes de batalla fechada «en el campo de la victoria» — hacen saber a su jefe el triunfo obtenido.[3] Creen en una equivocación de Urquiza. ¡Si nunca ha habido triundo más completo! Pero Urquiza no solamente sigue su retirada sino que ordena la de todos los suyos. En Rosario se embarca para Diamante con las divisiones entrerrianas. Mitre, detenido en su fuga por el inesperado cariz que tomaban las cosas es invitado gentilmente a recoger los laureles de su primera y única victoria militar.
¿Qué pasó en Pavón?… Es un misterio no aclarado. Solamente pueden hacerse conjeturas: que intervino la masonería fallando el pleito a favor de los liberales y sin que Urquiza pagara las costas (las pagó el país); que un misterioso norteamericano, de apellido Yateman, fue y volvió de uno a otro campamento en un carruaje con inmunidades; que Urquiza desconfiaba de Derqui y prefirió arreglarse con Mitre dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos. Todo puede creerse menos lo que dijo Urquiza en su parte de batalla: que abandonó el campo de lucha «enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate».[4] ¡Urquiza! ¿El curtido veterano de cien hecatombes con desmayos de niña clorótica…?
Derqui, ingenuamente, intentará la resistencia. El grueso del ejército nacional fue puesto a las órdenes del general Sáa hasta el regreso de Urquiza. Porque cree en la enfermedad de Urquiza, le escribe deseándole «un pronto restablecimiento» y rogándole que «vuelva cuanto antes a ponerse al frente» pues está intacto. Mitre que anunciaba su victoria por el trompeteo de los periódicos porteños no puede moverse de la estancia de Palacios pues no tiene caballada; si Urquiza volviese, en una sola carga daría cuenta de los porteños.
Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver. El 27 de octubre, a cuarenta días de la batalla, el inocente de Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por su enfermedad y rogándole que «tome el mando si su salud se lo permite».[5]
Finalmente Mitre, que no las tiene todas consigo y está desconcertado por la victoria, empieza a moverse de Pavón a Rosario. Cuidadosamente limpia el camino de todo hombre en edad de combatir. Sarmiento, desde Buenos Aires, se lo aconseja al saber la noticia de Pavón: «no trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos».[6] Aquélla es una guerra social: la victoria estará en la eliminación del pueblo. Agrega Sarmiento en la misma carta: «Para Urquiza, o Southampton o la horca».
Ni uno ni otra. Urquiza quedará en Entre Ríos y no perderá una sola de sus vacas. Cuando Derqui se da cuenta de que Urquiza no quiere volver a este lado del Paraná, opta por eliminarse de la escena. Cree ser el obstáculo para el regreso de Urquiza, y en un buque inglés se va silenciosamente a Montevideo dejando al vicepresidente Pedernera a cargo del gobierno. Por toda la República, de Rosario al Norte, vibra el grito de ¡Viva Urquiza! en desafío a los invasores porteños; todos llevan en el pecho la roja divisa partidaria con el dístico Defendemos la Ley Federal jurada. Son traidores quienes la combaten. Urquiza tiene a trece provincias a sus órdenes y a un partido que es todo, o casi todo, el país. Tiene el ejército intacto. Se lo espera con impaciencia.

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