Rosas

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jueves, 20 de diciembre de 2018

Proyección cultural y evangelizadora de los mártires rioplatenses

Por Dr. Jorge Mario Bergoglio, S.J. (Obispo auxiliar de Buenos Aires) Hoy Papa Francisco
"Los campos del Paraguay serán testigos de tres plantas de gloriosísimos mártires (primer fruto de aquellas vegas) se presentan ante V.M. como ante su Señor natural, esperando que se dignará de que lleguen a sus manos, a la manera que gusta V.M. alguna mañana tomar por su mano propia las primeras flores del verano de sus reales jardines. Guarde Nuestro Señor la católica y real persona de V.M. como la cristiandad ha menester”.  Así escribía el P. Juan Bautista Ferrufino, Procurador General de la Provincia del Paraguay, al Rey de España, para informarle sobre el martirio de los Padres Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo.
La carta del P. Ferrufino al Rey aflora la memoria de un encuadramiento histórico: no resulta difícil leer entre líneas el texto del Codicilo de Isabel I de Castilla: ..... nuestra principal intención fue ... de procurar inducir e traer los pueblos dellas e los convertir a nuestra Santa Fe Cathólica, e enviar a las dichas Islas e Tierra Firme, Prelados e Religiosos e otras personas doctas e temerosas de Dios, para instruir los vezinos e moradores dellas en la Fe Cathólica, e los enseñar e doctrinar buenas costumbres, e poner en ello la diligencia de vida: ... por ende suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha Princesa mi fija e al dicho Príncipe su marido, que ansí lo fagan e cumplan e que este sea su principal fin, e que en ello pongan mucha diligencia, e no consientan ni den lugar que los indios vezinos e moradores de las dichas Indias e Tierra Firme, ganadas e por ganar, resciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien e justamente tratados, e si alguno agravio han rescevido lo remedien e provean por manera que no se exceda en cosa alguna... “.
Lucha espiritual embebida del espíritu de los Ejercicios, y fiesta de gloria en el anonadamiento de estas tres espigas cargadas de fruto... proyecto de dignidad. Se trata del proyecto de un corazón, no sólo del de Ignacio de Loyola, Isabel de Castilla, o del de su nieto Don Carlos I;  Es también el proyecto del corazón de un pueblo que lleva el Evangelio y sabe abrirse -porque es justicia- a la cultura de los pueblos a quienes evangeliza ... y -a la vez- el proyecto del corazón de otro pueblo que -por su parte- abre su cultura a la semilla del Evangelio, el cual -en esas latitudes- florecerá igual y distinta: será trigo ... pero de tierra rojiza. 
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 El asunceño Roque González de Santa Cruz como los dos españoles, Juan del Castillo y Alonso Rodríguez (estos dos, ex alumnos de nuestro Colegio Máximo), evocan proyecto.  El proyecto se encuadra en la realidad y en la misión de estos hombres. Reina Felipe III. Hernandarias, el hijo de la tierra, y el Provincial Diego de Torres, avalados por el oidor Alfaro (padre del jesuita Diego de Alfaro que morirá mártir de los bandeirantes en 1639) se ponen de acuerdo en tres puntos:  fundar pueblos (fronteras vivas: no olvidemos que ésta era la interpretación que de facto daba Portugal al Tratado de Tordesillas): salvar a esas gentes para devolverles la dignidad de hijos de Dios (quienes, con otros colonizadores serían esclavos); mandar los seis primeros misioneros, entre los que va Roque González, todavía novicio: “Llegando a la Asunción me pidió el Gobernador
Hernando Arias, con parecer del Obispo, que enviase seis padres a las provincias del Guayrá, Paraná y Guaycurúes ... Yo los envié luego ... Los seis religiosos son siervos de Dios ... y han ido con grande celo ... “ escribe el Provincial Diego de Torres a Felipe III
. El Provincial conocía el sistema de las Reducciones porque había estado en la misión del Julí, en Perú. Allí se hizo la primera experiencia de hacer un pueblo exclusivamente de indios. Al hablar del proyecto tampoco olvidemos que estamos en el gran momento de Suárez, y probablemente alguno de esos jesuitas haya sido alumno de él.... y todo el derecho de gentes de Suárez y Vitoria pondrá su cuota de inspiración a esta experiencia: el poder viene de Dios. El problema se plantea en el depositario del poder. Ellos sostienen que es el pueblo quien lo delega en el príncipe (en cuanto princeps, principal). Más adelante América, en el Tratado de Permuta, será testigo del trastoque de este derecho: el príncipe no buscará el bien común, y -desde las esferas de la ilustración- quedará traicionada la vida y la cultura del pueblo.   Roque González entra en este proyecto de manera natural. Se había criado allí, era un lenguaraz, poseía la lengua guaraní como la suya nativa. Se había criado entre españoles e indios, y el trato con el indio lo llevó a penetrar tan hondamente en su alma, que aprendió “su admiración por lo maravilloso (fundamento de la autoridad de sus hechiceros), el influjo que sobre sus imaginaciones
tenía la audacia y elocuencia, resorte autoritario de sus caciques; sus supersticiones, causa de las depresiones y levantamiento de sus espíritus veleidosos; y su egoísmo pueril, que con tanta frecuencia los seducía con bagatelas.  El corazón del indio, tímido, receloso, aparentemente sumiso, pero que con frecuencia oculta bajo las aguas tranquilas de esa sumisión, verdaderas tormentas de odios y de pasiones, cuando le parece que se encuentra bajo la tiranía de los vejámenes; abierto y dado hasta el heroísmo, cuando se siente prendado por la bondad que ha engendrado en su pecho el amor...Llegó a amarlos como hermanos y ellos le correspondieron con la sinceridad del amor de los hijos para con su padre”. (P. Blanco). Esta última afirmación
no es retórica: entraña el núcleo mismo de la actitud de estos tres hombres.  Sabían de ternura y de cariño para conocer el alma de un pueblo ... Hacia el fin de la historia sonará desgarradora la respuesta de los indios al P. Romero, quien fue a cerciorarse del martirio y les preguntó por los Padres: “ya no tenemos padres, que los han muerto” ... un sentimiento del corazón filial de esos
hombres y mujeres que revolvían entre los restos de la hoguera buscando reliquias mientras decían a quienes se mostraban aprensivos: “¿Cómo siendo nuestros padres habremos de tener asco?”.  García Céspedes lo expresa así: “Se ordenó de sacerdote: y luego subió a la Provincia del río arriba del Paraguay, a predicar y enseñar el Santo Evangelio en la Provincia del Maracayú, adonde estuvo algún tiempo convirtiendo aquellos indios a nuestra santa fe, y ocupándose en obras de caridad entre ellos, que le amaban tanto que hasta hoy día vive en ellos la memoria de dicho Padre”. Estoy convencido que para comprender la proyección cultural y evangelizadora de los Santos Mártires, es necesario adentrarse en esta actitud de su corazón: la paternidad. Si quisiéramos decirlo en lenguaje corriente
afirmaríamos que se jugaron a tener hijos, y eso implica cariño, ternura, capacidad de dar la propia vida. Son los Santos Mártires, porque fueron (y son) los padres de un pueblo. Todo proyecto de paternidad entraña necesariamente una dimensión de grandeza, cuya raíz es la aceptación del autotrascenderse. El proyecto de estos hombres es un proyecto de grandeza, distinto de cualquier
proyecto de tipo inmanente, mezquino en sí mismo. Partiendo de esta realidad: la paternidad que les confiere grandeza; tiende necesariamente a dar vida, a hacer crecer en libertad. Es un proyecto de libertad, de liberación cristiana... y no creo falsear la historia si -anacrónicamente- digo que es un proyecto de liberación. La pregunta viene sola: ¿qué teología de libertad, y qué teología de liberación,
subyacen en este proyecto? Puesto que la médula es la paternidad, se trata de un proyecto definitivamente opuesto a los proyectos ilustrados de cualquier signo, los cuales, prescinden del calor popular, del sentimiento, y de la organización y trabajo del pueblo. No implementaron un proceso de repliegue sobre la propia cultura (en este caso la de los indios) olvidando el destino de universalidad de todo proyecto cultural: éste sería, p. ej., el papel jugado por los marxismos indigenistas que reniegan de la importancia de la fe en el sentido trascendente de la cultura de los pueblos, y reducen la cultura a un campo de confrontación y lucha, en el cual, la dimensión manifiesta del ser, adquiere un valor meramente mundano y materialista, desprovisto de todo sentido de
integración y trascendencia.
Tampoco se trata de un proyecto que facilite la absorción fácil de estilos de vida ajenos, y que por tanto rechaza el conf1icto tan fundamental de ser uno mismo y -a la vez- confirmar las diferencias. Este tipo de proyecto marca una postura claudicante que niega la riqueza de lo diverso. El proyecto de los tres Mártires es un proyecto de libertad cristiana, de
hacer libres a los hombres, y que tendrá su centro en las Reducciones. Estas llegarán a ser 30. De ellas, 15 caían en el actual territorio argentino, 7 en Brasil y 8 en Paraguay.
Libertad que implica crecer en capacidad de librarse, zafarse, de todo tipo de esclavitud. El pecado no mira al color de la piel sino al color del alma, y en este caso era tan opresor un bandeirante, un encomendero venal o un hechicero. Esclavizaba tanto el yugo de una servidumbre humillante, como la superstición de una brujería o el hambre o la peste de viruelas. En todas estas direcciones se movió el trabajo de liberación.   Roque, siendo cura en Asunción, atiende tanto a indios como a españoles.
Y no le faltará coraje para -luego ya en sus correrías por el monte- detener una guerra de indios como frenar la ambición de los encomenderos (recuérdese el incidente con el Gobernador Céspedes). Ruiz de Montoya se refiere al problema de los encomenderos, e indicaba: “los efectos de estos agravios... El uno no querer los naturales recibir el Evangelio... El otro sea, los ya cristianos detestarlo; porque si por el oído oyen la justificación de la ley divina, por los ojos ven la contradicción humana ejercitada en obras. En muchas Provincias hemos oído a los naturales este argumento, y visto retirarse de nuestra predicación, infamada por los malos cristianos”. Roque no era un revoltoso, y -si bien debía enfrentar conflictos muy serios- no se dejaba enredar en ellos. Sabía decir las verdades como padre cuando se refiere a la defensa de sus hijos.  Roque libera al indio de la usura de los encomenderos. Escribe a su hermano, Don Francisco González de Santa Cruz, Gobernador interino de Asunción: “No es de ayer sino muy antiguo a esos señores encomenderos y soldados quejarse contra la Compañía (de Jesús) por volver por los indios y por la justicia que tienen de ser libres. Y estos debates crecieron más después que los de la Compañía como vasallos de Su Majestad apoyaron lo que justísimamente mandó por su visitador (Alfaro), que los indios fuesen libres de la servidumbre. Y como los indios fuesen entendiendo la libertad en que el Rey les ponía, pagando su tributo, temiéronse los encomenderos que les habíamos de ser de graves daños los de la Compañía. Nuestro Señor, que lo sabe todo, enviara remedio, y no está lejos el día en que se castigarán agravios, particularmente hechos contra los pobres. Verá V.M. cómo se han informado mal los encomenderos (quizás engañados de su pasión) diciendo que no tienen los indios con qué pagarles los muchos años de tributos que les deben. Lo cual no ha causado en mí pequeña admiración, porque sé cierto que con cuanto tienen, aunque se queden en camisa, no pudieran satisfacer lo mucho que deben a los indios. Y el estar en esta ceguedad tan grande los encomenderos, es la causa de que no los quiere confesar gente que sabe, y de mí digo que no confesaré ninguno, porque han hecho el mal y aún reconocerlo no quieren, cuanto más restituir y enmendarse. Allá lo verán por su mal, si no se componen antes con los indios, delante del que, por ser infinitamente sabio, no hay (caso de) echarle dado falso”. Expresiones fuertes, una teología de la confesión sólida y  una referencia al juicio de Dios. Llama la atención cómo San Roque da vuelta el argumento: no son los indios quienes deben a los encomenderos, sino éstos a aquéllos. La exigencia de conversión del corazón es el momento espiritual de liberación del pecado propio y liberación del mal que sufren los indios. A través de esa conversión, se da el cambio de estructura pecaminosa de la relación económica: no son los indios los que deben pagar lo que han trabajado, sino el encomendero valorar el sujeto trabajador que acrecienta su riqueza.  El endeudamiento no puede ser mirado en relación al producto objetivo en juego, sino a los sujetos afectados. Es la misma paternidad quien le inspira este camino distinto, la paternidad que atiende las heridas de la injusticia
tanto para los que la sufren como para el que las comete, la paternidad que induce a los indios a asumir en su cultura la conciencia de justicia y libertad. Desde su corazón sacerdotal, celoso de la conversión de las almas, cambia las estructuras mismas de la injusticia e incultura los valores evangélicos.  Y junto a esta re-pristinación de la justicia, los tres santos trabajan incansablemente
en un proyecto de promoción humana. Porque conocían el alma del indio sentían sus necesidades. De ahí que pongan manos a la obra en la construcción de las Reducciones.

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