Por Dr. Jorge Mario Bergoglio, S.J.
Dice el P. Del Valle, uno de los tantos que trabajan con ellos: “Todo en esta reducción: iglesia y baptisterio, es construcción hecha por los mismos misioneros. Todo esto se ha levantado mediante los increíbles trabajos del P. Roque González. Él mismo en persona es carpintero, arquitecto y albañil; maneja el hacha y labra la madera, y la acarrea al sitio de construcción, enganchando él mismo, por falta de otro capaz, la yunta de bueyes. Él hace todo solo”. Aparece aquí el genio organizador de estos hombres orientado hacia la promoción humana, y ésta llevada hasta la última consecuencia: la afirmación consciente de la dignidad del indio como hijo de Dios. Y, si con la energía de la denuncia y el coraje de poner límites, pudo librarlos de manos de encomenderos inescrupulosos, su actividad no se queda en esto, corriendo el riesgo de un cierto nominalismo de denuncia. Va al indio, a su persona, a su dignidad: se inserta, pero sin jugar a la inserción. Y así los vemos, metidos en las mil y una dificultades creadas por la pobreza, las sequías, las enfermedades. Leemos en una carta del P. Provincial Diego de Torres: “Fue servido Nuestro Señor que la enfermedad de las viruelas viniese al Paraguay y su comarca, tan apresurada y de golpe, que fue forzoso que el P. Roque fuese a ayudar... y fue la enfermedad tan grande en nuestra reducción, que las casas de los indios eran hospitales; y lo que más afligía y con razón era el no tener qué darles de comer, porque el mayor regalo que había era una espiga o dos de maíz, que ni aun para nosotros lo tenemos. No parábamos de noche ni de día, visitándolos y ayudándolos como podíamos, y porque la pobreza de estos indios es grande, y por marzo estaba la enfermedad en su punto, y el frío es grande, nosotros les buscábamos leña para que hiciesen lumbre y se calentasen de noche; y a los más necesitados prestábamos nuestras frazadas. Hemos bautizado hasta ahora de los que han muerto hasta cincuenta”. Y también el hambre: “Redújose luego mucha gente, a la cual afligió Nuestro Señor con un hambre tan cruel, que decía el P. Roque no la haber visto jamás tan grande” cuenta el P. Provincial Nicolás Durán Mastrilli. Allí estaban: junto al hambre y a la peste. Ayudando con la propia pobreza... “porque es preciso -dice el Provincial en las Anuas- no sólo ser el maestro de los indios, sino también su padre”. Aquí, y con palabras anacrónicas, podríamos planteamos el problema pastoral llamado del asistencialismo.
Ellos no hacían dicotomías, no separaban el trabajo de ‘reforma de las estructuras’ del trabajo manual, del trabajo de la predicación, e incluso, del trabajo de andar haciendo de enfermeros, sirvientes de los indios. Desde el corazón habían comprendido que el proyecto exigía inserción, y bajo esa luz descubren la trascendencia a la que está orientado el simple curar una llaga de viruelas. Para ellos, lo que hoy algunos -despectivamente- llaman ‘asistencialismo’ era parte orgánica de un todo en su misión, im-plicaba un “estar junto” a los indios, un “adstare” como María al pie de la Cruz. En la misma llaga que curaban descubrían la del despojado que bajó de Jerusalén a Jericó… y esa misma llaga, y el trabajo que dedicaban a ello -por la concepción católica que los inspiraba- les señalaba el camino de la trascendencia. Curar un enfermo, darle de comer, bautizarlo y catequizarlo, enseñarle a labrar, danzar o tallar... todo era trascendente: en primer lugar, de la acción misma hacia la dignidad de la persona; en segundo lugar, hacia Dios. Realzar la dignidad del indio también lleva a Roque a edificar chozas para cada familiar: se crea conciencia de familia como base sólida de la sociedad, frente a la costumbre concubinaria. En el trabajo de promoción humana hay una “ceremonia” curiosa: estos Padres procuraban cuidadosamente expresar ceremonialmente (no necesariamente en ceremonia religiosa) hechos que significarían progresos en esta promoción. Es, p. ej. el caso de las “cuñas”. La señal de que un indio o una tribu se reducía era la entrega de las cuñas. La cuña era una herramienta de hierro, parte hacha y parte pala. Ellos eran nómades y si sembraban algo lo hacían en algún claro del bosque, y luego -al andar de los meses- volvían por la cosecha. No tenían herramientas como para talar y hacer claros aptos para la siembra. Sus instrumentos de guerra o de labranza eran de madera pasada por el fuego, piedra o hueso tallado. Con la entrega de las cuñas, los Padres introducen a estos hombres en la edad de hierro: ellos vivían en la edad de piedra. Bien hace notar un historiador contemporáneo que, cuando los jesuitas fueron expulsados, los indios no vuelven al monte, no podían volver, porque “quien ha sido vacunado por el hierro no puede volver a la selva”. La dignidad del indio alcanzaba su expresión más acabada en el bautismo. Oigamos una de las tantas descripciones del mismo San Roque al Provincial Diego de Torres: “Para nuestro servicio se construye la habitación y el templo. Muy cómodo todo, cerrado con tapia, los edificios con viguería de cedro, muy abundantes en estas regiones. Mucho hemos trabajado en el arreglo de todo esto, pero con mucho más entusiasmo y aplicación, y con todas nuestras fuerzas en construir a Dios nuestro Señor, templos, no hechos a mano, sino espirituales, cuales son las almas de estos indígenas. Los domingos y en las fiestas se predica durante la santa misa, precediendo a ella la explicación del catecismo. No mucho después del almuerzo... se les enseña por espacio de dos horas a leer y escribir. Asisten los catecúmenos, los cuales después de la salida de los muchachos reciben su instrucción por una hora más sobre todo lo que se refiere al bautismo ... Por lo tanto se escogen cada mes los más preparados para el bautismo y siempre queda un buen número de atrasados. Entre los que han sido bautizados este año, unos 120, estaban unos antiguos hechiceros”. No siempre se podía preparar con cuidado el bautismo: a veces urgía la necesidad. Leemos en una de las Anuas: “Pero aún más raro caso fue el de cuatro niños que iban enfermos en una canoa que el P. Roque topó, pasando por un pantano grande... y al pasar la canoa bautizó los dichos cuatro niños, que iban muy enfermos, con las aguas del Paraná donde estaban, que fue para ellos el Jordán de su bautismo; y uno de ellos expiró en bautizándole; y de estos lances se ofrecieron muchos... “ La ceremonia del bautismo era central en toda la vida de una Reducción, pero no se trataba de algo separado, como ajeno. Todo iba unido, y sin embargo- no se confundía. Estos hombres habían sentido a fondo el misterio de la Encarnación del Verbo, lo contemplaban “ansí nuevamente encarnado”: labraban, embarraban, construían, daban de comer, enseñaban oficios, cuidaban enfermos, adoctrinaban, bautizaban... En todo buscando hacer salir a luz la dignidad del indio. Todas estas actividades iban juntas, pero no las confunden: en el bautismo hay algo cualitativamente distinto: “Cuando se trata de bautizar a algunos y su desnudez pudiera ser obstáculo para ello -dice el Provincial en una Anua- es necesario que de parte de los nuestros se les dé gustosamente hasta la camisa”. La ceremonia del bautismo, por su misma importancia, es narrada de manera singular: “Entraron los catecúmenos en la iglesia con palmas en las manos y señales de gran regocijo... Nuestra pobre Iglesia estaba profusamente adornada con flores y ramos, en especial el baptisterio... Duró la solemnidad toda la tarde, hasta anochecer. Estaban colocados los catecúmenos en dos filas, y yo con los ornamentos sagrados en medio de ellos. Apenas comencé... cuando me sobrevino tal emoción que a duras penas y entre lágrimas podía proseguir las ceremonias. Terminados los bautismos arreglé el orden de la procesión del siguiente modo: delante marchaban los niños, siguiendo a ellos los hombres, después las mujeres y al fin los recién bautizados. Salió afuera la procesión, dio una vuelta por el pueblo y volvió a la iglesia, donde se concluyó la solemnidad con el Te Deum”, cuenta el P. del Valle. El bautismo es, para todos ellos, realidad. Para el enemigo, será el símbolo que habrá de destruir con más celeridad. Por ello, el único rito que el cacique Ñezú practica en la conjura contra los tres santos es el “desbautizar”, como lo veremos enseguida. El P. Roque sabe que está sembrando para Cristo, que está liberando para Cristo... y no puede eludir de su conciencia la clave de interpretación de la historia que le ofrece la meditación de las Dos Banderas, que tantas veces rumió su corazón jesuita. Y, en medio de estos acontecimientos, sabe descubrir la presencia de Satanás. Sigamos su propio relato: “pero el demonio, temeroso de salir de su antigua posesión, procuraba todos los estorbos posibles, moviendo los ánimos de los indios contra mí...”, “... y así porque no quedase parte alguna por donde no intentase romper portillo, para desencasillar aquel tirano que tantos siglos había sin contradicción gozado de aquella provincia...” Llama la atención el verbo que usa: desencasillar, es decir, sacar de su castillo, romper la fortaleza. Hay todo un talante bélico en el proyecto de libertad, pero Roque, en esta guerra, no confunde al enemigo: sabe bien quién es. En otra parte dice: “pues con haber hecho todo lo que pude, y haber arriesgado mi vida por dos veces, por no desamparar aquellas pobres almas, todo cuanto yo trazaba se deshacía, y se armó todo el infierno contra mí, de tal suerte que puedo decir con verdad que mis trabajuelos y peregrinaciones nunca han sido tan apretados como en ésta del Ibicuité y Tapé”. Expresiones del estilo aparecen continuamente en sus escritos. Más todavía, la batalla se da dentro de su corazón mismo. Roque era, temperalmente, un depresivo. Escribe a su Provincial Diego de Torres, e1 26 de noviembre de 1614: “Yo he quedado con mis afligimientos del corazón tan continuos ... y me aprietan tanto, que me veo y deseo y tan apique de perder la vida, o dar en algún disparate ... y así digo, que puesto que vivo muriendo aquí y temo perder el juicio, según tengo la cabeza cansada y quebrada con la continua guerra que siempre tengo con tantos escrúpulos y tanta soledad y melancolías: con todo digo estar resuelto a estarme aquí, aunque muera mil muertes y pierda mil vidas, que no serán para mí pérdidas sino ganancias...”. Siempre que una empresa de promoción y libertad humanas es bien llevada, provoca conflicto. El signo, para distinguir si el conf1icto está enfrentado según Dios o según el mal espíritu, hay que buscarlo en el corazón del apóstol: cuando un conflicto es fruto de una guerra contra Satanás, ese conflicto pasa necesariamente por el corazón del apóstol, lo crucifica. Y esto, porque así se dio la Encarnación del Verbo, porque “el Verbo es venido en carne”, porque se quiere llevar -hasta las últimas consecuencias de dignidad- todo el trabajo de promoción y libertad integral del hombre. Los conflictos que no son crucificantes del corazón del apóstol son conflictos sin corazón, sin ternura, son cruz sin carne, redención sin Madre, Bandera de combate sin los estandartes inclaudicables de la Cruz y de La Virgen. Roque y los suyos van a la guerra, y lo hacen con estos estandartes. La cruz como victoria y promesa de nuevas victorias. Así nos cuenta él mismo la fiesta de San Ignacio de 1615: “En el cual día dijimos la primera misa, procurando celebrar aquella santa fiesta con la renovación de votos y con otros regocijos exteriores, según los pocos posibles de la tierra.... Y lo que fue de mucha devoción es que los indios levantaron una cruz delante de la Iglesia y habiéndoles dicho la razón porque los cristianos la adoramos, nosotros y ellos la adoramos todos de rodillas; y aunque es la última que hay en estas partes, espero en Nuestro Señor ha de ser principio de que se levanten otras muchas... “
“Entre los objetos sagrados, había yo traído -dice el Provincial- una imagen de la Virgen Santísima, pintada, para que fuera colocada en el templo. Al saber esto los indios resolvieron en su alegría, recibirla con la mayor solemnidad posible ... Todavía no habíamos llegado al pueblo, cuando todos en solemne procesión salieron al encuentro de la imagen, saludándola los niños y las niñas cantando, los demás a son de música, tocando flautas y timbales a su usanza y el sacerdote recitando las preces del ritual; puesta la imagen bajo palio de seda la sostuvieron cuatro caciques hasta llegar al pueblo... “. Esa imagen de la Limpia Concepción acompañó desde entonces a San Roque quien, por atribuirle todos sus triunfos, la llamaba “La Conquistadora”. A este cuadro “lo harán jirones” los conjurados de Ñezú minutos después del martirio de los PP. Roque y Alonso; y el Provincial Vázquez Trujillo relata así cómo termina la historia de esta imagen: “Recogieron los indios todas las cenizas y con grande veneración las trajeron a la Candelaria: pero el principal tesoro que allí se halló fue el lienzo de la devotísima imagen de Nuestra Señora, la Conquistadora, rasgada por medio en aquellos campos. Juntaron los dos lienzos y por triunfo del buen suceso de la victoria, los pusieron en la bandera del ejército... “ Roque va a la guerra: ve el conf1icto, lo siente en su corazón y no se amilana. Sabe leer los signos de los tiempos, así como supo entender “las intenciones de Dios”. Sabe que Satanás está encaramado en una “cátedra de fuego y humo”, en la persona de los hechiceros, y desde allí domina a ese pueblo que quiere liberar. Todo gobierno despótico (ilegítimo no sólo por su origen sino aún siendo legítimo su origen- porque no cuida de su pueblo) fomenta sus bajos instintos. Los hechiceros les permitían vivir como quisieran porque sabían que así los iban a tener sojuzgados. No les solucionaban el problema del hambre ni de la peste porque no los querían. Tampoco les exigían trabajar. Toda autoridad que no enmarca, que no conduce, sino que deja librado todo a sus pasiones es una autoridad criminal. Con este crimen paga el que no se ponga en tela de juicio el hecho de su autoridad. Es una autoridad que se autoref1eja en un narcisismo contemplativo: es una autoridad fundamentalmente vanidosa, y de ahí que no sea paternal sino permisiva, disgregante.Disolvente, des-edificante. Y así era la autoridad de los hechiceros. Roque quiere liberar a sus hijos de esta esclavitud, y con los estandartes de la Cruz y de la Virgen toma su decisión. El Capitán Santiago Guarecupí, testigo, cuenta así los antecedentes del desenlace: “... y la verdad del caso fue que los indios hechiceros que se hacían dioses entre aquellos indios siempre tuvieron odio mortal a aquellos Padres, por ver que les quitaban ser adorados y sus muchas mujeres y vicios carnales; y que lo que le predicaban era contrario a sus malas costumbres, diciendo que no era bien dejar el ser de sus pasados y el dios que ellos sabían ser verdadero, por el que los Padres predicaban que era dios de los españoles y no más: y que siempre procuraban estorbar se extendiese la predicación evangélica. Hasta que un indio hechicero llamado Ñezú, que era tenido por dios, y le temían mucho los demás indios, caciques y hechiceros, hizo junta en el pueblo de Yjuhí donde él asistía y estaba el Padre Castillo doctrinando a los indios de él: y allí junto a los demás indios que convenía matasen a aquellos Padres todos y quemasen y consumiesen aquellas cruces e imágenes que traían; y los que se habían bautizado se volviesen a su ser antiguo y gentilidad, porque él lo quería y mandaba así. Y para que viesen el modo que había de tener para borrar el bautismo, llamó a unos niños bautizados y con una agua que sacaba de debajo de sí, diciendo que era sudor o licor que él destilaba de su cuerpo, les lavó la cabeza, pecho y espaldas y rayó la lengua diciendo que así se quitaba el bautismo, y lo haría quitar a los demás cristianos del Uruguay: y a los dichos niños los bautizó y puso nombres gentiles diciendo: ésta, sí, es nuestra ley perfecta; y no la que estos Padres enseñan... Y les mandó que no temiesen; que él, como dios que era, les favorecería y pondría tinieblas muy oscuras a los que quisiesen defender a los Padres, y les enviaría tigres que los comiesen; que si ellos no hacían aquello que les mandaba, los haría comer por los tigres, y enviaría diluvio de aguas que los anegase, y criaría cerros sobre sus pueblos, y se subiría al cielo y volvería la tierra lo de abajo arriba. Con que todos los indios creyeron y temieron, como temían siempre”. Al proyecto de libertad integral de los tres Santos se oponía éste, grandilocuente, fascinante porque -como todo proyecto inhumano- tenía una apoyatura ideológica que lo justificaba: el mantenerse en el ser de los mayores. El final ya lo conocemos. El martirio fue un paso más en el camino de amplios horizontes que se habían impuesto estos hombres. Se animaron a superar los límites en busca de la libertad cristiana, de la justicia evangélica, para esos indios que amaban como hijos; soportaban con paciencia mil y una contradicciones... pero ellos estaban más allá, convencidos íntimamente de que el tiempo era de ellos. Hombres de tiempo, con la sabiduría de superar coyunturas. El P. Durán Mastrilli, en una Anua, indica esta direccionalidad de grandeza: “...Sólo el P. Roque osó emprender esta hazaña de colocar el estandarte de nuestra salud donde no llegaron las banderas de España, fundando en una parte de esta Provincia la reducción de la Concepción... Mas aunque estuvo el P. Roque con el P. Alonso de Aragona, siete años enteros con increíble paciencia aguardando sazón de penetrar más adentro, nunca lo pudieron tener, antes parece mostraba Dios no haber llegado la hora de su misericordia para esta provincia, pues afligió por tres años continuos los nuevamente reducidos en el dicho lugar, con una cruelísima peste, que hizo tal estrago que apenas quedaron sesenta familias pasado el azote, y mientras duró no se oía otra cosa en todo el pueblo, de día y de noche, que miserables lamentos y alaridos. Estuvo el Padre tentado de desistir de la empresa, pues veía tan poca medra de sus grandes trabajos, y cometer alguna otra, digna de su apostólico celo en las demás naciones no convertidas... “. Sin embargo, Roque no se deja vencer por esta tentación: su corazón sabía que en el tiempo se maduran las cosas, y que el sólo esperar, aguantar, mirando más allá de la coyuntura, es lo que posibilita transformar el límite en horizonte. Para Roque, la constancia en la espera significaba ya poner fundamento a un pueblo. Esto sólo lo entiende quien tiene corazón de padre. Dije, al comenzar, que inspirando el trabajo de estos tres santos estaba el proyecto de un corazón: el de Ignacio de Loyola, Isabel de Castilla... había una concepción de dignidad del indio. Esto hace comprender mejor el modo que tienen de manejarse frente a las dificultades, la “pietas” que empapaba la actitud misionera. Era una guerra, lo dije, pero una guerra peculiar. Las grandes guerras de conquista y anexión las ganaron siempre quienes dominaron el mar; las grandes guerras en pro de la consolidación de los pueblos las ganaron -en cambio- quienes se atrevieron a dejar las costas y se adentraron en la tierra, aquellos hombres de alma mediterránea. Contemporáneo al proyecto de Roque había otros que no se preocupaban por dar fuerza de pueblo, p. ej. a sus posesiones asiáticas, sino que -de modo fenicio- establecían una serie de fortalezas y factorías en lugares estratégicos sin penetrar en el interior. Estos tres hombres se adentraron en el monte y en el alma del indio, por eso consolidaron pueblos. El martirio es -humanamente hablando- una derrota. Y. en este caso, también una suerte de profecía sobre derrotas futuras, que la Providencia de Dios fue permitiendo. Un año después de la glorificación de estos tres hombres, en 1629, se da la primera gran maloca en la zona de Guayrá, y en 1639 en la zona de Tapé. Las bandeiras destruirían progresivamente esas fronteras vivas buscando llegar al “mineral de Bolivia” (llámase la plata del Potosí o el hierro del Mutún). España, debilitada en ese entonces, no podía hacer fortificaciones... y poco más de un siglo después, en 1750, se llega así al ‘Tratado de Permuta”, en el que el príncipe se olvida de su pueblo, y España entrega lo suyo a cambio de lo que ya era suyo. Las cortes ilustradas borbónicas culminan su proceso de consolidación en Europa. El Codicilo de Isabel I sería suplido por las instrucciones de S.M. Don Carlos III al visitador José Galvez: “responder a la noble intención de organizar este gran reino y uniformar su sistema político y económico con el de la metrópoli, de lo cual resultaría, entre otras muchas ventajas reveladas por el tiempo, que su gobierno estaría calibrado según el interior gobierno residente en España, y que aquellos que vinieren a desempeñar cargos no tendrían que aprender reglas contrarias, o. al menos muy diferentes a las observadas en su país de origen...”. La universalidad fecunda que integra y respeta las diferencias e idiosincrasias es suplida por una hegemonía metropolitana absorbente, de tipo dominador. Estas tierras, que eran “Provincias” del Reino pasan a ser “Colonias”. Aquí no cabía lugar para proyectos de corazones: era la época de la ilustración de la mente. En 1767 (ciento cuarenta años después del martirio), inspirado por el Conde de Aranda, se da el extrañamiento de los jesuitas de estas tierras, y ya en 1773 las cortes borbónicas logran, gracias a la habilidad diplomática del embajador Moñino y a la codicia y ambición desmedida de Bontempi, la disolución de la Compañía. Podríamos completar la tríada con el hechicero Ñezú. Para el caso es lo mismo. Se destruía el proyecto de un corazón. Los testimonios de la época nos dicen que -al día siguiente del martiriolos indios “volvieron sobre sus pasos” y “acercándose a contemplar los restos del incendio, escucharon voces que les hablaban y distinguieron con claridad ser la del Padre Roque González que, después de muerto les anunciaba su propia suerte... y les decía: ‘Aunque me matáis, no muero; porque mi alma va al cielo, y yo me apartaré de vosotros, pero volveré; mas no tardará el castigo’. Se acercaron a los cuerpos que no se habían quemado, y arrastrando fuera de las cenizas al Padre Roque, del cual salían aquellas proféticas palabras, viendo que sus labios deshechos no podían proferirlas, mandó Caarupé a Maranguá, que le abriera el pecho, y le arrancara el corazón, pues con él evidentemente les hablaba. El mismo Maranguá confesó después cómo ejecutó este mandato. Abrióle el pecho, arrancóle el corazón, atravesólo con una saeta, y viéndole entonces callar, lo arrojó de nuevo a las llamas avivadas, para que se consumiera con los cuerpos”. Y el corazón no se consumió. Lo hemos venerado aquí, en la Iglesia del Salvador, hasta 1960, en que fue llevado a Asunción, donde está ahora. Consta la pericia médica que se hizo en 1928, a los 300 años del martirio. El corazón habló... y lo hizo en guaraní. La lengua imperial de Nebrija no se sintió ofendida por ello, más bien creo que -orgullosa- habrá saltado de gozo por haber posibilitado que la santa fe fuera proclamada en otra lengua. Al comenzar hablé de una gesta nacida del proyecto de un corazón. Nos hemos introducido en la maraña de aventuras y acontecimientos, un poco como lo harían estos santos, en una canoa, por los riachos del Guayrá y del Tapé. Han pasado 55 minutos... y han pasado los siglos. De aquella gesta, un positivista podría decimos que quedan ruinas, y si además es liberal, que queda consignada una utopía... Para un marxista quizá quedaría la frustración de una clase social... Para nosotros, ha permanecido la dignidad de un pueblo, que profesa su fe, que bautiza a sus hijos, que confiesa sus pecados y se alimenta con el Cuerpo de Cristo. Un pueblo que aprendió a ser digno de su trabajo. Existió el proyecto de un corazón... ahora nos habla el Corazón de un proyecto, que todavía tiene vigencia y nos despierta a la memoria... y “tener memoria” es la garantía de que se puede ser fecundo yy tener descendencia “como las estrellas del cielo y las arenas del mar”.
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