Por Miguel Angel Scenna
El
2 de enero de 1868 falleció el vicepresidente argentino en ejercicio, Marcos
Paz, y Mitre debió dejar definitivamente el mando al Marques de Caxias para
regresar a Buenos Aires, encargarse del gobierno y encarar la inminente campaña
de renovación presidencial. El retiro de Mitre prácticamente marcó el fin de la
intervención argentina en la guerra. El
19 de febrero la escuadra brasileña forzó el paso de Humaitá y bombardeó
Asunción. Era el principio del fin para López, que inició un lento repliegue
que sólo terminaría con el exterminio de sus fieles y su propia vida. El 12 de octubre Mitre entregó las
insignias del poder a su sucesor, Domingo Faustino Sarmiento. Tiempo después
las tropas brasileñas entraron en Asunción, iniciando un prolijo saqueo. Las fuerzas argentinas se abstuvieron de
ocupar la capital, permaneciendo acantonadas a distancia.
Fue un hecho
honorable en cuanto se mantuvieron apartadas de los tristes espectáculos que
allí se vieron, pero al mismo tiempo dejó las manos libes al ocupante para
otros fines trascendentes entre ellos los archivos históricos y diplomáticos
que sólo serán devueltos debidamente expulgados. El Barón de Rio Branco quedó dueño de la
situación: Lo primero que hizo en Asunción fue juntar unas trescientas firmas
de paraguayos debidamente seleccionados, pidiendo a los aliados el
establecimiento de un gobierno "libre". Con eso en mano Rio Branco se presentó a
Varela (canciller de Sarmiento), y como éste no era rival para el ducho
Paranhos, el 2 de junio de 1869 se firmó el protocolo pertinente que daba el
triunfo al Brasil. Bajo ocupación
brasileña y sostenido por las armas imperiales, se estableció en Asunción un triunvirato
formado por Cirilo Rivarola, Carlos Loizaga y José Díaz de Bedoya, como
gobierno paraguayo. Ni Loizaga ni Bedoya
eran realmente residentes en Asunción. Bedoya vivía en Buenos Aires y al poco
tiempo se cansó de jugar al triunviro. Sin despedirse dejó todo y volvió a sus
negocios en la capital porteña. Poco después se eclipsó Loizaga, quedando solo
Rivarola. El detalle carecía de real importancia, ya que el mandatario
verdadero del Paraguay era Rio Branco, único que ordenaba y disponía en Asunción, al punto que en Río
de Janeiro lo llamaron con razón Virrey del Paraguay. Ocupaba la
cancillería argentina don Mariano Varela, hijo de aquel Florencio que viajara a
Europa en nombre del gobierno colorado de Montevideo para pedir la intervención
anglo-francesa contra la Argentina, a cambio de la independencia de la
Mesopotamia. Don Mariano pertenecía a un compacto batallón de hermanos y
parientes visibles y audibles de lejos, era acérrimo enemigo de Mitre y
abominaba de la Triple Alianza. Más periodista que político y más político que
diplomático, supeditarla toda la conducta externa de la Nación a su concepción
partidista interna, con total prescindencia de las consecuencias y de los
intereses del país. En Brasil los gabinetes se sucedían,
alternando liberales con conservadores, pero manteniendo siempre la línea
política exterior dirigida a un único y exclusivo fin: el engrandecimiento
territorial y la hegemonía continental del Imperio. En Argentina cada
gobierno que accedía al poder se esmeraba en desautorizar y desvirtuar al
antecesor: Urquiza despedazó la línea de
Rosas, Mitre prescindió de la de Urquiza; ahora Varela se encargaría de
pulverizar la de Mitre.
De modo que
frente a una política coherente y consecuente, como éra la de Río de Janeiro,
la Argentina contraponía otra incoherente, balbuceante, imprecisa, de grandes
palabras vacías y ningún objetivo concreto. En suma, no había conducta exterior
ni frente al Imperio ni ante los demás países del mundo . El
primer paso de Brasil ya estaba dado, al establecer sólo la ocupación de
Paraguay y la instalación de un gobierno obediente. Quedaba el segundo movimiento:
impedir que Argentina anexara el Chaco boreal como lo fijaba la Alianza. El
momento llegó cuando el gobierno de Sarmiento comenzó a librar concesiones para
explotación maderera más allá del Pilcomayo. De inmediato el gobierno
paraguayo, digitado por Rio Branco, elevó una protesta formal. Asombro en
Buenos Aires ¿Qué es lo que estaba pasando? Rio Branco se diluyó moviéndose a
favor de Paraguay y el ejército argentino, por si acaso, ocupó Villa
Occidental, frente a Asunción, mientras el general Emilio Mitre declaraba que
el Chaco boreal era argentino.
En
esos precisos momentos, en que era previsible una áspera disputa diplomática
con Brasil, al canciller Mariano Várela se le ocurrió lanzar a los vientos su
famosa teoría de que "la victoria
no da derechos". Era el 27 de diciembre de 1869, a horas apenas del Día de
los Santos Inocentes. Entonces el asombro estalló en Río creando una
tensión agresiva entre ambas cancillerías. Varela no era un americanista que le
interesara un metro más allá de la provincia de Buenos Aires. Era un porteño
localista, Un liberal en línea rivadaviana
que en sus escritos y actitudes nunca se elevó por encima del vuelo de las
rencillas lugareñas.
El
error fue de Sarmiento, al llevar a la cancillería a un orador de barricada sin
la menor experiencia diplomática, hecho a las frases estridentes y
altisonantes, al efectismo primario que arrancaba los aplausos de la barra o de
la plaza sin más consecuencias que una bala de fogueo. Pero convertir a una
cancillería en plataforma de lanzamiento de tan vistosos artificios siempre ha
sido peligroso y contraproducente. Frente a los silenciosos, cautos y astutos
brasileños, diplomáticos duchos en la puja de medias palabras y penumbra,
Varela obró con estrépito de una campaña electoral, poniendo en manos de los
rivales un arma preciosa para volver contra la Argentina. El hecho era
descalificar a Mitre, afrentar al Brasil y desautorizar a la Triple Alianza,
pero todo en un plano de estricto consumo interno, ya que la bendita doctrina
no venía acompañada de ningún contexto, fuera político diplomático o militar,
para ser apoyada de coherencia. Fue una frase pronunciada con gesto heroico,
pero una frase que nos costó muy cara. Una circunstancia interna agravó
sensiblemente la posición argentina, dejándola en posición delicada frente al
Brasil. El 11 de abril de 1870 fue asesinado el general Urquiza en San José y
asumió el gobierno de la provincia don Ricardo López Jordán. Aquello fue una
verdadera bomba en Buenos Aires. ¿Qué se traían bajo el poncho en Entre Ríos?
López Jordán era sobradamente conocido como irreductible antiporteño, tanto que
podía llamar en su auxilio a los brasileños, sin contar con que se ignoraba
hasta qué punto podía estar metido el Imperio en el asunto. Además la postura
de don Ricardo podía reverdecer el viejo liderazgo del interior en contra de
Buenos Aires al que renunciara Urquiza. De modo que aunque López Jordán fue
elegido legalmente y no había motivos para intervenir la provincia, Sarmiento
le echó el ejército encima con inusitada violencia Así comenzo y se desarrolló
a través de todo 1870 la larga guerra de represión en una provincia fronteriza
con el Imperio, que se sumó a las cada vez más deterioradas relaciones con Brasil. Es posible que los hechos de Entre Ríos
influyeran para que el 20 de junio de 1870 Varela completara su ciclo de
errores firmando con Rio Branco un acuerdo "desastroso", por el que
aceptaba que el problema del Chaco se convirtiera en un problema de límites
común, donde Paraguay podría hacer valer sus derechos territoriales. De ese
modo se anulaban los beneficios ganados con sangre, se colocaba a la Argentina
en una posición incierta frente a Paraguay y Brasil quedaba como
triunfador. En Paraguay intentaban
recomponer un gobierno propio. Rivarola convocó en agosto a una Asamblea
Constituyente que se tomó en serio su papel. Dictó una constitución liberal
químicamente pura, capaz de contentar al más exigente, y se nombró presidente
de la República a Facundo Machaín. Todo iba sobre rieles, pero los entusiastas
paraguayos se habían olvidado de Brasil. Hasta Rivarola, que entregó el mando y
se retiró, creyendo terminada su misión. No opinaba lo mismo Rio Branco. Estaba
contento con Rivarola y no le gustaba que le impusieran presidentes, por lo
tanto Rivarola depuso por su orden a Machaín y se proclamó presidente
"constitucional" como Flores había hecho en Uruguay, también bajo las
bendiciones brasileñas: Fue el primero de una larga serie de golpes que
vendrían: Rivarola presidente constitucional a fin de año sería cambiado antes
de los seis meses por Salvador Jovellanos; Jovellanos al poco tiempo por Juan
Bautista Gilí; Gilí asesinado por los amigos de Rivarola; Rivarola muerto por
los amigos de Gilí. Y así por mucho tiempo. Pero el 18 de noviembre de 1870
había una constitución respetable que daba a Paraguay la democracia y la
libertad." (J. M. Rosa).
En
Buenos Aires el golpe de Estado produjo una deplorable impresión. Ya no estaba
en la cancillería Varela, que enfrentado al callejón sin salida de su doctrina
debió renunciar en agosto de 1870. Lo sucedió Carlos Tejedor, pero no ganamos
mucho en el cambio. Tejedor, correcto jurista y lamentable político, se movía
en el campo de la diplomacia en medio de una compacta cerrazón que le impedía
ver las realidades, atenido férreamente a los grandes principios abstractos. Fue el continuador de lo que Cárcano ha
llamado "poesía política" que tan tremendas consecuencias nos ha
acarreado. Y como creía en los grandes principios de Libertad, Democracia y
Justicia, se enojó mucho con Rivarola, al que consideró "tirano" y
"déspota", un mero subproducto de estos semisalvajes países, sin ver
en ningún instante la mano brasileña detrás del asunto. No comprendió que era imposible
que Rivarola obrara por cuenta propia, y que el verdadero golpista se llamaba
Rio Branco. Un historiador de la talla e ideología de Cárcano ha descripto en
estos términos al canciller Tejedor; "Escribe ideas generales, diserta en
el vacío sobre la política internacional del Río de la Plata, cuenta con
factores de que no dispone, desconoce la verdadera actitud de Brasil y se
contradice al juzgarla, carece de pensamiento concreto y en un momento
gravísimo, que requiera ideas hechas y resueltas, se abandona a la onda
desconocida de los acontecimientos imprevistos."
Pero
si la cancillería argentina ignoraba todo lo que se puede ignorar sobre los
propósitos y proyectos brasileños, Rio Branco estaba perfectamente al tanto de
lo que pensaba Tejedor. Con este tipo de diplomático queríamos combatir y
neutralizar a Paranhos, uno de los más talentosos hombres de Estado que produjo
Brasil. Y por supuesto, ocurrió lo que tenía que ocurrir: mientras Tejedor
disertaba en torno a vaguedades, Rio Branco se dedicó a los hechos concretos,
produciendo un acontecimiento imprevisto de los que dice Cárcano, que desubicó
plenamente al gobierno argentino. El 15 de diciembre de 1870 y el 14 de enero
de 1871 Paranhos firmó dos bonitos protocolos con el gobierno paraguayo, por
los cuales Paraguay accedía a concordar sus límites con el Imperio
unilateralmente, con prescindencia de la Argentina. Con este golpe de mano
Brasil se apartaba de su aliado, se quedaba con los territorios en disputa,
asentaba su protectorado sobre el vencido y mejoraba su posición para oponerse
a las pretensiones argentinas. Ya Río de Janeiro había decidido cuál sería el
límite norte de nuestro país: no pasaría de ningún modo del Pilcomayo.
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