Rosas

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jueves, 28 de febrero de 2019

Martiniano Chilavert


Asi cayó. Encomendando
Su alma a Dios y carajeando a sus matadores:
porque de vez en cuando
conviene sacudirse del cuerpo los rencores.
Y nada para eso,
nada más oportuno
que aprovechar el último suceso:
cuando le da a la muerte por meterse con uno.
Cayó de frente, herido de un tiro entre los ojos, y el corazón partido
por el fierro ciruja, mendicante, de quemas y despojos.
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Porque él había jurado ante la Patria rota
morir así, de frente, sosteniéndola, por su honor de soldado, la vista a la derrota.
Contra él nada pudo,
sino matarle el odio brasilero.
(A Dios se le hizo un nudo
en la garganta, cuando vio el desafuero.)
Pero él murió de frente, como tenía
calculado morir, mientras de repente se le acabó la pólvora de su batería.
La perrada extranjera
exigía el tributo
de su sangre, para que fuera
mayor el deshonor, mayor el luto.
(Porque usted, Coronel,
era la Patria; la Patria que, de borbotón en borbotón, estrujando un clavel
entre las manos, pisaba el último escalón.)

Ignacio Anzoátegui

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