Asi
cayó. Encomendando
Su
alma a Dios y carajeando a sus matadores:
porque
de vez en cuando
conviene
sacudirse del cuerpo los rencores.
Y
nada para eso,
nada
más oportuno
que
aprovechar el último suceso:
cuando
le da a la muerte por meterse con uno.
Cayó
de frente, herido de un tiro entre los ojos, y el corazón partido
por
el fierro ciruja, mendicante, de quemas y despojos.
Porque
él había jurado ante la Patria rota
morir
así, de frente, sosteniéndola, por su honor de soldado, la vista a la derrota.
Contra
él nada pudo,
sino
matarle el odio brasilero.
(A
Dios se le hizo un nudo
en
la garganta, cuando vio el desafuero.)
Pero
él murió de frente, como tenía
calculado
morir, mientras de repente se le acabó la pólvora de su batería.
La
perrada extranjera
exigía
el tributo
de
su sangre, para que fuera
mayor
el deshonor, mayor el luto.
(Porque
usted, Coronel,
era
la Patria; la Patria que, de borbotón en borbotón, estrujando un clavel
entre
las manos, pisaba el último escalón.)
Ignacio
Anzoátegui
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