Rosas

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viernes, 30 de abril de 2021

MANUEL GALVEZ

 Por Miguel Angel Scenna

Santafecino de familia tradicional, primo de Scalabrini Ortiz, Gálvez era contemporáneo de la tercera generación historiográfica y hasta bien pasado el medio siglo de vida no se le ocurrió incursionar por la historia. Novelista de profesión, su máxima aproximación a ese campo tuvo lugar a raíz de la trilogía de novelas que escribió sobre la Guerra del Paraguay en la década del veinte, y que figuran entre lo mejor de su producción. Las tres fueron estudiadas y documentadas como para componer un libro de historia, logrando un marco rigurosamente veraz de la terrible contienda. Ello dio indudablemente a Gálvez el entrenamiento previo, cuando aún no pensaba abandonar el terreno de la ficción.    Fervoroso católico, se plegó a las filas del nacionalismo, y tras la revolución del 30 sufrió la misma decepción que los demás nacionalistas, y como ellos indagó causas en el pasado. Pero a la inversa de otros, comenzó por el pasado inmediato. Aunque poco simpatizante con el radicalismo y la figura de Yrigoyen en tiempos de auge del caudillo, es innegable que Gálvez poseía una especial sensibilidad hacia lo popular que lo distinguía de otros nacionalistas. Por ello su primera preocupación fue averiguar quién había sido ese “Peludo” tan violentamente odiado y tan profundamente amado

De ese modo, apenas muerto don Hipólito, el novelista pasó a ser su primer biógrafo. La obra apareció en 1938 con el título “Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio”. Las cosas no fueron fáciles y el ambiente poco propicio. El mismo autor ha dicho: “Escribí... trabajando reciamente, no de oídas, como dijeron algunos conservadores. Realicé una obra importante, y con imparcialidad. Tuve que luchar, para escribirlo, contra toda mi familia y contra la mayoría de mis amigos. Y contra esos incapaces que nada hacen pero intentan estorbar que otros hagan y algunos de los cuales me decían ser prematuro o perjudicial para el país escribir la vida de Yrigoyen”. Repudiado por conservadores y radicales, el libro resultó empero un éxito de librería, pues había verdadera sed popular por conocer la vida del caudillo, que Gálvez supo presentar con honestidad no exenta de equilibrio. No es el gran libro que Gálvez creyó hasta el fin de sus días que era, pero por muchos años constituyó la única reconstrucción historiográfica de la trayectoria de don Hipólito.  Yrigoyen llevó de la mano a Gálvez hasta Rosas. Estudiando los antecedentes familiares del jefe radical y sus primeros años, se encontró con los últimos del Restaurador. Formado en los preceptos de la historia liberal, Gálvez se entusiasmó con lo que fue encontrando, al punto de verse arrastrado por el urgente deseo de escribir una biografía de don Juan Manuel. Trabajando con encarnizamiento —según sus propias palabras- permaneció dos años recluido en archivos y repositorios, cumpliendo horario full time. “Trabajaba desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Para mí no hubo domingos ni días de fiesta. Y en los dos últimos meses llegué a trabajar diez y seis horas diarias. Era el que primero entraba en el Archivo General de la Nación... Permanecía hasta las cinco. Tomaba el té, rápidamente, por ahí cerca, y volaba a la Biblioteca Nacional... Los periódicos los recorría en la Biblioteca Nacional o en la del Museo Mitre. Revisé en el Archivo, hoja por hoja, los ciento treinta y cuatro legajos y archivos que allí se encuentran. También trabajé en el Archivo Nacional de Montevideo, y en el de la Universidad de La Plata”.   Agrega un comentario altamente sabroso: “Créase o no, pero durante los largos años en el Archivo y en las bibliotecas, rara vez vi a los ases de la historia oficial y mentirosa. Nunca encontré a Ricardo Rojas. A Levene lo vi en dos o tres ocasiones en la Biblioteca Nacional, lo mismo que a Capdevila. A quienes hallé bastantes veces fue a Gandía y Roberto Levillier. Y muchas, muchísimas veces, a José Luis Busaniche, que no pertenecía a la historia oficial y que verdaderamente sabía historia. Hace poco, un joven investigador me dijo que en la totalidad de los legajos de la secretaría de Rosas sólo figuraban como firmantes Ravignani, Julio Irazusta y yo”.  

Durante sus investigaciones, Gálvez realizó un importante descubrimiento: los originales de la proclama de Napostá, de la que muchos historiadores dudaban que fuera realmente obra de Rosas. En 1940 estuvo impresa la obra, “Vida de don Juan Manuel de Rosas”, el mejor trabajo histórico de Gálvez, donde sin ocultar su simpatía y admiración por el protagonista, logra un cuadro más completo y mejor fundado que el anterior ensayo de Ibarguren. Hecho para el gran público, fue un éxito de librería que alcanzó gran difusión. Lamentablemente, el autor despojó a su obra de todo aparato erudito. El mismo explicó las razones: “Como yo no pretendía ser historiador «de oficio», sino enterarme, no organizaba mi documentación. No hice un fichero. Tampoco estudiaba los papeles después de copiarlos. Ni se me ocurrió copiar un documento por entero... La desgracia era que, por olvido o por prisa, no escribía en cada trozo el número del legajo en donde estaba. He aquí por qué mi documentación, tan rica de pormenores, no puede ser utilizada por nadie, ni por mí mismo. .. Puede, pues, darse por perdida mi documentación. Es cosa de llorar a gritos.. La explicación de este descuido, o como Quiera llamárselo, reside en Que no me propuse escribir una obra para eruditos. Vacilé mucho antes de decidirme por el tipo de biografía que iba a realizar. Opté por un libro para el pueblo, sin notas ni citas que entorpecieran el relato”. La franqueza no justifica proceder tan ahistórico.   Gálvez persistió en el género con una serie de biografias de dispar valor, la mejor de las cuales es “Sarmiento el hombre de la autoridad”, aparecido en 1945. esta vez con una correcta bibliografía separada por capítulos. Consideramos que esta obra es superior a la que sobre e mismo tema publicó Ricardo Rojas casi en la misma época También se nos aparece basta claramente una evolución a lo largo del libro Comenzado como una biografía “en contra” destinada a desenmascarar al sanjuanino en los últimos tramos se trasunta la creciente simpatía del escritor por el personaje, aunque sin cejar un momento el tono crítico. En la última página tocando el final escribió: “Lo he tratado, pues como él deseaba que se le tratase... ”

1 comentario:

  1. Excelente la reseña de Miguel Ángel Scenna. Yo acabo de terminar de leer "Hipólito Yrigoyen. El Hombre del Misterio", de Manuel Gálvez. Ya había leído de él varias obras, una mejor que la otra, y como además a este libro me lo recomendó hace años un gran amigo y patriota, Alberto Guerberof, no pude menos que alimentar fuertes expectativas. Pues bien: he salido decepcionado. El libro tiene agudísimas observaciones acerca de la sociedad contemporánea de don Hipólito, pero le falta carnadura, le falta densidad corporal, sobre todo en torno al clima previo a la revolución de 1930. A diferencia de "Vida de don Juan Manuel de Rosas", aquí Gálvez se queda corto en el friso de época. En cambio, dedica copiosas páginas a analizar la psicología de Yrigoyen, pero con un entorno frenológico que lo lleva a inducir su manera de pensar a partir de, por ejemplo, la forma de su cara. Decenas y decenas de páginas se consagran a este tipo de análisis pseudocientífico, en el cual no se priva siquiera de convocar a un GRAFÓLOGO (¡diablos!), otra pseudociencia. Comparando biografías de Yrigoyen, el libro emparda con soltura la de Félix Luna pero queda por debajo de la de Roberto Etchepareborda. En suma, si alguien quiere ver con mucha mayor profundidad cómo era aquel clima previo a la revolución de 1930 en particular, hay que acudir a Jorge Abelardo Ramos y su "La Factoría Pampeana (1922-1943)": la prosa es tan brillante y el análisis tan certero, que pasados muchos años uno se acordará de renglones enteros palabra por palabra, para citar en reunión de amigos. Facundo Cano

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