Rosas

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viernes, 30 de abril de 2021

Fusilan a un hijo de Lamadrid....

El general Nazario Benavides dominaba San Juan en tiempos en que un hijo del general Lamadrid fue fusilado. Dicen las Memorias del atribulado padre: “Al poco tiempo de mi llegada [a Copiapó, Chile], ya fui impuesto de haber llevado preso Benavides a mi querido hijo el sargento mayor don Ciríaco La Madrid, pues el coronel don Lorenzo Alvarez lo había acomodado de capitán en su cuerpo de cazadores, cuando marcharon para San Juan, y como por la espléndida victoria de Angaco concedí un grado a todos los jefes y oficiales que se hallaron en ella, habiale tocado el grado de mayor.   Algunos de los prisioneros que había tomado Benavides en Mendoza, los enfermos que habían quedado en San Juan a mi pasada, hablan llegado ya a Copiapó, los unos con pasaporte de ese malvado ingrato, y los otros fugados; y tanto aquellos como éstos habíanme dicho que mi hijo andaba en libertad, que paseaba en los caballos de Benavides, y que vivía con él y comía en su mesa como un hijo de la familia; pero sin embargo de esto, algunos de éstos al venirse le habían propuesto traerlo y esperándolo ya hasta con caballo ensillado, pero el joven se había resistido a dar aquel paso, fiado en el tratamiento que recibía y en las promesas del general, por cuya razón le chocaba dar aquel paso.  Habíanme dicho también que a la pasada del Chacho para Guandacol, un pueblo situado del otro lado de la Cordillera, a inmediaciones de San Juan, Benavides había acordado la petición de todos los prisioneros que allí habían, de mi ejército, pertenecientes a las provincias, a los cuales había conservado en libertad; que con este motivo se había ocultado mi hijo en el pueblo, temeroso de alguna tropelía; que Benavides había practicado las más escrupulosas averiguaciones por descubrirlo, pero que todo había sido inútil, y que marchándose para los Llanos en busca del Chacho, mi hijo habíale dirigido desde su escondite una carta manifestándole las razones que había tenido para ocultarse, pero sin pensar de ninguna manera en fugarse, porque no juzgaba propio de él corresponder con un acto semejante a las consideraciones que le habían dispensado. ¡Que en esta virtud estaba pronto a presentársele, si le permitía no perjudicarlo por haberse ocultado!

Si ese malvado de Benavides hubiese sido capaz de una acción noble, como debió hacerlo en justicia, aunque no fuese más que por gratitud a las consideraciones que yo había dispensado a toda su familia, y aun a él mismo, pues le había puesto en libertad estando en la cárcel de San Juan, cuando entré a dicha ciudad a principios del año 1831 y me encargué de su gobierno por instancias de todo el pueblo, ¿no pudo haberle contestado que se mandase mudar furtivamente y aun proporcionándole auxilios secretos para ello? ¡Pero no! ¡Que no es propio de un malvado el efectuar un acto de nobleza! ¡Respondió a mi inocente hijo que fuese a presentársele sin el menor cuidado ni recelo! Fue, ese inocente y desventurado joven, confiado en la promesa de ese bárbaro, y apenas lo alcanzó mandó ponerle una barra de grillos y lo hizo conducir encadenado con otros presos que llevaba, entre ellos un oficial Frías, santiagueño, y seguir las marchas con las fuerzas que llevaba.  En San Juan había quedado enfermo de una fiebre un paisano catamarqueño, joven de buena familia, llamado Cándido, cuyo apellido no recuerdo. Era hijo de un comandante de la sierra del Alto que había ido en mi alcance hasta La Rioja llevándome un hermoso caballo, pidiéndome le permitiera acompañarme a la campaña. Como después de estar yo en Mendoza hubo una revolución en San Juan, al aproximarse Pacheco con Benavides, este mozo quedó prisionero y había sido puesto en libertad por Benavides a su vuelta de Mendoza.   Pues este mozo, así que supo que a mi hijo lo llevaban preso, vendió cuanto tenía y se fue en alcance de él llevándole algunas cobijas que pudo conseguir, con el sólo objeto de servirle como de asistente, y lo consiguió...Siguió el noble Cándido acompañándolo hasta La Rioja. El Chacho se había marchado para Catamarca poco antes de entrar Benavides a La Rioja. Llegado que fue éste a dicha ciudad y dispuesta ya la marcha de Benavides en persecución de Peñaloza, estando los presos a caballo en ancas de la guardia, díjome el fiel Cándido cuando se me presentó en Copiapó a los pocos días de la muerte de mi hijo, lo siguiente: El mayor o teniente coronel Domínguez, puntano, que era el segundo de Benavides, lo quería mucho al niño Ciríaco (así lo llamaban a mi desgraciado hijo), lo mismo que todos los jefes y oficiales; estando ya toda la división a caballo para marchar y lo llamó el general y le dijo:

Deje usted al hijo de La Madrid y demás presos, que eran tres, me parece, al gobernador, para que los tenga seguros en su cuartel hasta mi vuelta y dígale usted que él me responde de ellos." El comandante, para que no le dejaran al niño, temiendo que lo mandasen matar después que se marchara el general, le dijo al general: —“Si no tiene cuartel, ¿dónde quiere usted que los acomode?" Entonces el general le dijo al comandante Domínguez "pues que los ponga en la cárcel y que allí los cuiden". —"Si no tiene cárcel, señor", le contestó. —"Pues que los tenga entonces en su casa". —"Si no tiene casa el gobernador, pues cuando marchamos nosotros se va para los Llanos."

Entonces el general, incomodado con estas contestaciones del comandante, le dijo: —"Pues entonces que los fusilen ahora mismo", y cerró de golpe la puerta del cuarto en que estaba y le echó llave por dentro. Yo, que estaba escuchando esto, como quien no hace la cosa, corrí a la guardia que estaba montada, con el niño, el oficial Frías y otro preso en ancas. Cuando yo llegué, ya el ayudante del general había dado la orden, y a tirones los bajaron de las ancas, los sacaron un poco aparte y, parándolos juntos, les hicieron una descarga. Uno de los presos disparó sin que le tocaran y saltó un cerco; el niño, con un balazo, corrió unos pasos y se paró diciendo: -—“¿Así se mata al hijo del general La Madrid? ¡Yo tengo la culpa que me fié de sus promesas!" Los soldados lo voltearon a bayonetazos y allí lo degollaron.

No recuerdo si el que saltó el cerco escapó o si me dijo que lo alcanzaron y mataron también. ¡Este es el modo bárbaro con que acabó mi pobre hijo sus días, el 30 ó 31 de junio del año 1842, sin haber cumplido los 19 años! 

Escribí carta a Benavides, o más propiamente me resolví a mandarla, pues hacía muchos días que la tenía escrita, proponiéndole olvidar el hecho de la muerte de mi hijo, en obsequio a la causa pública, si él se prestaba a obrar contra el tirano en favor de los pueblos, pues yo sabía bien que no era él el asesino de mi hijo, sino su bárbaro padrino. (Rosas y Encarnación eran los padrinos de Ciriaco)

Este paso lo había dado animado sólo de los más nobles sentimientos en favor de los pueblos, porque estaba persuadido que ese crimen sólo era que lo contenía a Benavides para no pronunciarse contra el tirano, juzgando que yo no se lo perdonaría.

Muchos me han reprochado semejante, paso pero estoy persuadido que, lejos de ser reprensible, es el paso más noble que puede dar un verdadero patriota en favor de su país. Si pudiera uno conseguir a costa de un semejante sacrificio o indulgencia, el libertar a su patria de un tirano como Rozas, ¿sería justo, para vengarse, dejar perecer a su país, y a todos sus compatriotas? i Si hay quien crea esto justo, yo no lo creo! Si no tuvo lugar mi pensamiento, fue sólo porque no tuve con qué pagar a un hombre que condujera esta carta, y me vi precisado a comunicar a un compatriota mi pensamiento, y el secreto del mensaje, para que hiciera por la patria un pequeño sacrificio de dar un par de onzas al conductor de la carta.’

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