Rosas

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jueves, 29 de abril de 2021

LA GRAN SECA

Por el Prof. Jbismarck

En el período que corre entre los años 1827 y 1830, en el que tiene lugar la sublevación de Lavalle, el asesinato de Dorrego y la victoria federal que culmina con el ascenso de Rosas al poder, el territorio de la provincia de Buenos Aires fue azotado por una terrible y devastadora sequía que, por su extraordinaria duración, fue denominada La Gran Seca. Una descripción escrita por el naturalista A. Bravard, que fue publicada en el Registro Estadístico del Estado de Buenos Aires, correspondiente al año 1857.

“Hablaremos de uno de los más recientes periodos de este género —período de sequía— de que se haya conservado el recuerdo, y de que nos ha sido posible obtener datos por medio de testigos oculares. Ese período, el más remarcable de todos, es el comprendido entre los años 1827-1830: se le designa todavía bajo el nombre de la Gran Seca; y se atribuyen los desastres que causó, no tanto a la intensidad del calor cuanto a la rareza de las lluvias.

Se refiere que llovió tan pocas veces y en tan pequeña cantidad en ese lapso, que el lecho de los arroyos era semejante a grandes rutas. Las plantas de toda especie, hasta los cardos, perecieron en pie y fueron disecadas hasta en sus raíces. Todo el país fue convertido en un inmenso desierto. Los animales salvajes reunidos a los bueyes y a los caballos, errando en vano sobre esta superficie quemada, para procurarse un poco de agua, un poco de alimento, se dejaban caer al suelo, extenuados de sed, de hambre y debilidad, para no levantarse más. La tierra, desunida y hecha polvo por la sequedad y el pisoteo continuo de los ganados, levantada por las ráfagas del pampero, no tardaba en cubrir indistintamente ya cadáveres, ya animales que respiraban aún. Algunas veces, impulsados instintivamente en la dirección de grandes lagunas y ríos, para apagar en ellos la sed y pastar en los bordes, se precipitaban allí por millares, con un furor tal, que los que llegaban primero eran atropellados, muertos y aplastados por los que venían después... Nosotros mismos hemos encontrado con frecuencia, en nuestras incursiones, esqueletos de bueyes y de caballos enterrados por cientos, ya en el interior de las tierras, ya a las orillas de los rios y lagunas, bajo una capa de tierra que llega algunas veces al espesor de dos metros.

Con los cuadrúpedos terrestres, perecieron también un gran número de aves de vuelo poco poderoso, sobre todo aquellas que no frecuentan habitualmente las riberas... Se asegura que durante ese largo período pereció más de un millón de cabezas de ganado, y que los límites de las propiedades desaparecieron bajo espesas capas de polvo.

La existencia del hombre estuvo más de una vez comprometida, hasta en las habitaciones, hasta en los pueblos, por una singular modificación del fenómeno del transporte del polvo, que, suspendido en el espacio, encontraba en él, a veces, nubes cargadas de vapor de agua con que se mezclaba.

No era entonces bajo la forma pulvurulenta que volvía a descender, sino en la de una verdadera lluvia de lodo, cuya acumulación sobre los techos amenazaba destruirlos. En la campaña, el agua que faltaba para los animales, faltaba también para los hombres. Los pozos, las lagunas y los arroyos habían quedado completamente secos; era necesario volverlos a cavar más profundamente para conseguir el agua necesaria para satisfacer las más imperiosas necesidades de la vida. Se refiere también que en los últimos tiempos de la seca era necesario hacer venir por mar las vacas y carneros para el consumo de los habitantes, porque todos los animales que habían escapado al desastre se habían refugiado en las regiones más frías del sud.  ¡Figurémonos, ahora, el aspecto del país durante esos tres años de desolación y ruina! Los campos despojados de verdor estaban sembrados de animales, de toda especie y edad, muertos en diferentes épocas y cuyos cadáveres se encontraban desde luego en diferentes estados de conservación. Pequeños grupos de huesos desarticulados, esqueletos blanqueados ya por el tiempo, osamentas de que pendían aún algunos girones de carne y de cuero; cadáveres en putrefacción devorados por los gusanos; animales aún vivos, pero sin fuerzas para levantarse. Miembros esparcidos arrancados de los cadáveres por los lobos rojos, por los aguaracháis o zorros tricolores, por los yaguaretés y los pumas... que las tormentas de polvo sorprendían en medio de sus festines y enterraban vivos con los cadáveres que devoraban

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