Por agenda de reflexion
Hace exactamente un siglo, el 25 de julio de 1905, día de la fiesta de Santiago Matamoros, nació en La Plata Ignacio Braulio Anzoátegui; murió en Buenos Aires el 2 de abril de 1978. Ambas fechas constituyen significativas coincidencias tratándose de él, uno de los más brillantes exponentes del nacionalismo católico argentino. Se casó con Josefina Padilla, con quien tuvo once hijos.
Doctorado en Leyes en la Universidad de Buenos Aires, desempeñó luego la magistratura judicial, siendo sus fallos famosos por el estilo y el talento literario (“Sin poesía no hay derecho”, decía siempre). Uno de esos fallos, sobre un hombre que se casó con una mujer veinte años mayor, decía, por ejemplo: “Cuando se casaron, él tenía la edad en que se encuentra a la vida y ella la edad en que se le reencuentra”.
Además de libros de poesía, aforismos y ensayos, también escribió en cuanto diario y revista relevante existía en el país y en muchísimas del extranjero: La primera Criterio (junto a Manuel Gálvez, Leopoldo Marechal –su gran amigo-, Ernesto Palacio, Eduardo Mallea, Fernández Moreno y Ricardo Molinari, además de Gilbert K. Chesterton, Hillaire Belloc, Ramiro de Maeztu, Jacques Maritain y Giovanni Papini), Número (donde se encargaba de la crítica cinematográfica), Cárcel de papel, Tía Vicenta (con y sin firma), P.B.T. (bajo el seudónimo Martín Pescador), Sol y Luna (cuya dirección compartió), Caras y Caretas, Leoplán, Ulises, El Hogar, Tribuna, Alianza, Tiempo Político, Azul y Blanco, La Argentina (de Hugo Wast), Juan Manuel de Rosas (el boletín del Instituto homónimo), Universitas (la revista de la Universidad Católica Argentina), Jauja (dirigida por el Padre Leonardo Castellani), etcétera. Anzoátegui era un hombre decididamente polémico: escribía como esgrimiendo un arma.
Los Cursos de Cultura Católica y nosotros
Nacieron los Cursos de Cultura Católica de la decisión de una minoría de hombres inmunes a la heredosífilis liberal que venía regenteando al país después de lo de Caseros (donde la patria se recalcó un pie).
Era por entonces el cultianalfabetismo dueño casi absoluto de la verdad y de la historia: de la verdad gambeteadora y prepotente y de la historia para párvulos a la que jineteaba orondamente tocado de poncho y galera.
La chivatería masónica dictaba cátedra y las quitaba. So color de los colores azul y blanco –infaltables delantales de las tribunas de pino improvisado- arengaba a un rebaño, al que, de paso, había negado el derecho de prosternarse ante el Pastor. Y la intelectualidad argentina la escuchaba boquiabierta, acaso balando hurras a los carraspeos de los descuajeringados pajarracos.
Aquella chivatería creó así, para los fieles de Cristo, una cara que reunía los rasgos de la beatería y la bobera.
Fue por el [mil novecientos] veintitantos cuando el Señor decidió que se operara el milagro. Y lo hizo –como a El le gusta hacerlo- valiéndose de aquella minoría, en armas también ella, cuya misión primera era la de llamar pan al pan y vino al vino y cuya segunda misión era comerse a los comecuras. Pan y vino fueron su alimento y su aliento: el pan y el vino del convivio eucarístico donde Cristo se da entero a sus leales seguidores.
En medio de aquella época tan nefanda como nefasta, en medio de aquel tiempo que se creía dueño y lacayo del último quiquiriquí del máximo mascalzone de turno, en medio de aquellos años enloquecidos de aggiornamiento con el más vil de los viles detractores, los Cursos de Cultura Católica nos rescataron a la confianza, nos reconciliaron con la dignidad, nos enseñaron que el católico no tenía por qué poner cara de drogadicto de la virtud, de monja psicoanalizada por cualquier Amado Nervo.
Tales fueron las lecciones que aprendimos en los Cursos. Tal fue la vida que nos develaron. Tal la enseñanza deslumbrante que compromete para siempre nuestra gratitud.
Aforismos
Roque Sáenz Peña
El voto secreto es el voto cantado a bocca chiusa. Pero la contención tiene un límite, tras el cual estalla el griterío de las revoluciones. Porque el pueblo no quiere que se lo encierre en el meadero del cuarto-oscuro; quiere cantar su voto por las calles y los caminos. Quiere gritar “¡Viva!” y gritar “¡Muera!”, porque eso es tener conciencia de patria, inexplicada conciencia de patria, que es lo que en definitiva vale.
Van Gogh
Desde la Eternidad inventó Dios el amarillo, para poder un día, con la mayor naturalidad, regalárselo a Van Gogh.
Agustín de Foxá
Úlcera de Duodeno –dijo una vez Foxá- es nombre de poetisa uruguaya.
Cardenal Newman
Hay más fiesta en el Cielo por un inglés que se arrepiente que por cien irlandeses que hacen penitencia.
Adam Smith
Los economistas son los ginecólogos de las finanzas públicas. La mayor parte de ellos se especializan en abortos.
Camila O’Gorman
Casarse con un cura es ciertamente un desacato. Pero dejarse explotar en los prostíbulos del liberalismo es ciertamente un suicidio: una lápida mortuoria que confirma una enfermedad venérea.
Ra
Ningún dios de ninguna mitología gozó de tanto prestigio como Ra en el mundo de las palabras cruzadas.
Shelley
Había una vez un tiempo en que el inglés no era sólo un dialecto de ejecutivos.
Frei
Cada vez que en un país triunfa la Democracia Cristiana, se decreta en el Cielo tres días de Carcajada Celestial.
Anónimo
Me lo previno una vez un santo confesor, viejo y cargado de juvenil sabiduría: “Es difícil, muy difícil, hijo, sacarse un mujer de encima; pero más difícil es quitársela de abajo”.
Los siete sabios de Grecia
Los helenos, que algo entendían de belleza, le dijeron a la sabiduría el nombre más bonito de su lengua: sophia. Porque para saber es menester saber bellamente: lo demás es física nuclear y economía política y perfeccionamiento de artefactos sanitarios.
Elcano
Intentar entonces la vuelta de la Tierra era tomar billete de ida. El billete de regreso quedaba a cargo de ese gran promotor del turismo más conocido por el nombre de Dios, especialista en tormentas y en rotosos regresos triunfales.
Gustavo Adolfo Bécquer
Digan lo que digan los registros parroquiales, Bécquer nació en Flores. Todavía su sombra se pasea por esos atardeceres de glicinas con jardincito al frente.
Benvenuto Cellini
El mármol es, sin duda, uno de los más nobles y puros elementos de la Creación. ¿Puede alguien imaginar a Cellini tallando su Perseo en fórmica? Yo creo que en el tumulto del Sinaí a Moisés se le traspapeló el XI mandamiento: “No formicar”.
Domingo Faustino Sarmiento
El niño que nunca faltó a clase y el hombre que nunca tuvo clase.
Francisco Pizarro
Terminemos de una vez por todas con la bobada de la sed de oro de los conquistadores. La sed de oro basta para conquistar a una viuda millonaria y necesitada; pero no basta para conquistar un imperio y además fundar sobre él otro imperio. Para esto es preciso estar signado, vale decir persignado, por el Dueño de la Creación. Francisco Pizarro no era exactamente de Asís, pero tampoco era de la raza de los Rostchild.
Franklin Delano Roosevelt
Cada cual tiene el segundo nombre que se merece.
Esperanza del milagro
Inútilmente pido lo que pido,
Inútilmente quiero lo que quiero:
No espera mi esperanza lo que espero
Ni olvida mi memoria lo que olvido.
Ni pide mi esperanza lo que olvido
Ni quiere mi memoria lo que espero:
Inútilmente olvido lo que quiero,
Inútilmente espero lo que pido.
Todo es inútil ya. Pido y espero;
Pido al amor olvido, y el olvido
Se entrega a la memoria prisionero.
Quiero sin esperanza, y lo quiero
Espera eternamente en lo que pido
El milagro de amor en el que muero.
Monólogo al amor…
Este querer quererte por amarte
y este miedo de amarte sin quererte
y este querer perderte por ganarte
y este querer amarte sin perderte.
Y este ganarte sin saber perderte
y este perderte sin saber ganarte,
me dan miedo de amarte por amarte
cuando quisiera no querer quererte.
Este miedo de amarte sin ganarte
y este querer ganarte sin perderte
me obligan a perderte sin amarte.
Porque el miedo de amarte y de perderte
y el miedo de quererte y de ganarte
es el miedo de amarte hasta la muerte.
En secreto y al oído
Tu madre niega que niega
Y yo que afirmo y afirmo,
Porque yo sé de quién eres:
Que eres de ella y que eres mío.
Ella no quiere que sepas
Que estando ella conmigo
Hablamos de ti y nosotros
En secreto y al oído
Y que juntos te nombramos
Por tu nombre y apellido.
No lo repitas a nadie:
Yo sé por qué te lo digo.
Leopoldo Lugones
Se quitó los anteojos y de un trago
Empinó la cicuta.
Con un vago
Secreto se nos iba, roto el dolor y la cabeza
Hirsuta
A medio descansar sobre la mesa.
Se nos iba la Patria. Los antiguos laureles
Que él cantara
Yacían en el cesto de papeles
Y él moría y moría
Cara a cara
Con la derrota que le consumía.
Los enteros
Varones,
Los de la lanza de los entreveros,
Lagrimeaban entre cuatro velones
El dolor de que eternamente fuera
El caballo del comisario
El que ganara siempre la carrera
Sin otro comentario.
El pulso
Desvaído,
Se nos iba la Patria. Ya el convulso
Corazón se nos iba
Sin voz y sin latido,
Sin un ¡Muera! Siquiera y sin un ¡Viva!
Porque ya todo aquello,
Todo aquello que él era se lo llevó la Muerte,
Las manos aferradas a su cuello:
Toda la Patria mustia,
Fuerte ya, sí, para llorarle fuerte
Bajo las campanadas de la angustia.
Ante Usted, don Hipólito, yo me saco el sombrero
y le llamo señor,
por eso que tenía de taita y mazorquero,
y hasta se dijo que era hijo del Dictador.
Mientras la oligarquía andaba a cuatro patas
pordioseando una libra y empeñando el laurel,
Usted iba llenando los atrios de alpargatas
y enseñando a los hombres a cumplir su papel.
Usted, don Yrigoyen, de bastón y galera,
de la media palabra y el silencio sutil,
era caudillo y prócer y exactamente era
el Felipe II de la calle Brasil.
Usted a la Inglaterra supo pararle el carro
y para no ser neutro se mantuvo neutral,
a pesar de que estaba bastante espeso el barro
y nos amenazaban la noche y el puñal.
Con eso sólo basta, varón de cuerpo entero
que cultivó el callado sentido del honor:
por eso en su memoria yo me saco el sombrero
y le llamo señor.
Sesenta y cuatro paladas
De tierra húmeda y fría
Aguardan junto a mi huesa
Para venírseme encima.
Señor el sepulturero
Que está bebiendo en la esquina,
Siga bebiendo tranquilo
Porque no me corre prisa.
Aquella que usted ya sabe
No ha llegado todavía.
Y me prometió traerme
Un ramo de siemprevivas.
Hace exactamente un siglo, el 25 de julio de 1905, día de la fiesta de Santiago Matamoros, nació en La Plata Ignacio Braulio Anzoátegui; murió en Buenos Aires el 2 de abril de 1978. Ambas fechas constituyen significativas coincidencias tratándose de él, uno de los más brillantes exponentes del nacionalismo católico argentino. Se casó con Josefina Padilla, con quien tuvo once hijos.
Doctorado en Leyes en la Universidad de Buenos Aires, desempeñó luego la magistratura judicial, siendo sus fallos famosos por el estilo y el talento literario (“Sin poesía no hay derecho”, decía siempre). Uno de esos fallos, sobre un hombre que se casó con una mujer veinte años mayor, decía, por ejemplo: “Cuando se casaron, él tenía la edad en que se encuentra a la vida y ella la edad en que se le reencuentra”.
Además de libros de poesía, aforismos y ensayos, también escribió en cuanto diario y revista relevante existía en el país y en muchísimas del extranjero: La primera Criterio (junto a Manuel Gálvez, Leopoldo Marechal –su gran amigo-, Ernesto Palacio, Eduardo Mallea, Fernández Moreno y Ricardo Molinari, además de Gilbert K. Chesterton, Hillaire Belloc, Ramiro de Maeztu, Jacques Maritain y Giovanni Papini), Número (donde se encargaba de la crítica cinematográfica), Cárcel de papel, Tía Vicenta (con y sin firma), P.B.T. (bajo el seudónimo Martín Pescador), Sol y Luna (cuya dirección compartió), Caras y Caretas, Leoplán, Ulises, El Hogar, Tribuna, Alianza, Tiempo Político, Azul y Blanco, La Argentina (de Hugo Wast), Juan Manuel de Rosas (el boletín del Instituto homónimo), Universitas (la revista de la Universidad Católica Argentina), Jauja (dirigida por el Padre Leonardo Castellani), etcétera. Anzoátegui era un hombre decididamente polémico: escribía como esgrimiendo un arma.
Los Cursos de Cultura Católica y nosotros
Nacieron los Cursos de Cultura Católica de la decisión de una minoría de hombres inmunes a la heredosífilis liberal que venía regenteando al país después de lo de Caseros (donde la patria se recalcó un pie).
Era por entonces el cultianalfabetismo dueño casi absoluto de la verdad y de la historia: de la verdad gambeteadora y prepotente y de la historia para párvulos a la que jineteaba orondamente tocado de poncho y galera.
La chivatería masónica dictaba cátedra y las quitaba. So color de los colores azul y blanco –infaltables delantales de las tribunas de pino improvisado- arengaba a un rebaño, al que, de paso, había negado el derecho de prosternarse ante el Pastor. Y la intelectualidad argentina la escuchaba boquiabierta, acaso balando hurras a los carraspeos de los descuajeringados pajarracos.
Aquella chivatería creó así, para los fieles de Cristo, una cara que reunía los rasgos de la beatería y la bobera.
Fue por el [mil novecientos] veintitantos cuando el Señor decidió que se operara el milagro. Y lo hizo –como a El le gusta hacerlo- valiéndose de aquella minoría, en armas también ella, cuya misión primera era la de llamar pan al pan y vino al vino y cuya segunda misión era comerse a los comecuras. Pan y vino fueron su alimento y su aliento: el pan y el vino del convivio eucarístico donde Cristo se da entero a sus leales seguidores.
En medio de aquella época tan nefanda como nefasta, en medio de aquel tiempo que se creía dueño y lacayo del último quiquiriquí del máximo mascalzone de turno, en medio de aquellos años enloquecidos de aggiornamiento con el más vil de los viles detractores, los Cursos de Cultura Católica nos rescataron a la confianza, nos reconciliaron con la dignidad, nos enseñaron que el católico no tenía por qué poner cara de drogadicto de la virtud, de monja psicoanalizada por cualquier Amado Nervo.
Tales fueron las lecciones que aprendimos en los Cursos. Tal fue la vida que nos develaron. Tal la enseñanza deslumbrante que compromete para siempre nuestra gratitud.
Aforismos
Roque Sáenz Peña
El voto secreto es el voto cantado a bocca chiusa. Pero la contención tiene un límite, tras el cual estalla el griterío de las revoluciones. Porque el pueblo no quiere que se lo encierre en el meadero del cuarto-oscuro; quiere cantar su voto por las calles y los caminos. Quiere gritar “¡Viva!” y gritar “¡Muera!”, porque eso es tener conciencia de patria, inexplicada conciencia de patria, que es lo que en definitiva vale.
Van Gogh
Desde la Eternidad inventó Dios el amarillo, para poder un día, con la mayor naturalidad, regalárselo a Van Gogh.
Agustín de Foxá
Úlcera de Duodeno –dijo una vez Foxá- es nombre de poetisa uruguaya.
Cardenal Newman
Hay más fiesta en el Cielo por un inglés que se arrepiente que por cien irlandeses que hacen penitencia.
Adam Smith
Los economistas son los ginecólogos de las finanzas públicas. La mayor parte de ellos se especializan en abortos.
Camila O’Gorman
Casarse con un cura es ciertamente un desacato. Pero dejarse explotar en los prostíbulos del liberalismo es ciertamente un suicidio: una lápida mortuoria que confirma una enfermedad venérea.
Ra
Ningún dios de ninguna mitología gozó de tanto prestigio como Ra en el mundo de las palabras cruzadas.
Shelley
Había una vez un tiempo en que el inglés no era sólo un dialecto de ejecutivos.
Frei
Cada vez que en un país triunfa la Democracia Cristiana, se decreta en el Cielo tres días de Carcajada Celestial.
Anónimo
Me lo previno una vez un santo confesor, viejo y cargado de juvenil sabiduría: “Es difícil, muy difícil, hijo, sacarse un mujer de encima; pero más difícil es quitársela de abajo”.
Los siete sabios de Grecia
Los helenos, que algo entendían de belleza, le dijeron a la sabiduría el nombre más bonito de su lengua: sophia. Porque para saber es menester saber bellamente: lo demás es física nuclear y economía política y perfeccionamiento de artefactos sanitarios.
Elcano
Intentar entonces la vuelta de la Tierra era tomar billete de ida. El billete de regreso quedaba a cargo de ese gran promotor del turismo más conocido por el nombre de Dios, especialista en tormentas y en rotosos regresos triunfales.
Gustavo Adolfo Bécquer
Digan lo que digan los registros parroquiales, Bécquer nació en Flores. Todavía su sombra se pasea por esos atardeceres de glicinas con jardincito al frente.
Benvenuto Cellini
El mármol es, sin duda, uno de los más nobles y puros elementos de la Creación. ¿Puede alguien imaginar a Cellini tallando su Perseo en fórmica? Yo creo que en el tumulto del Sinaí a Moisés se le traspapeló el XI mandamiento: “No formicar”.
Domingo Faustino Sarmiento
El niño que nunca faltó a clase y el hombre que nunca tuvo clase.
Francisco Pizarro
Terminemos de una vez por todas con la bobada de la sed de oro de los conquistadores. La sed de oro basta para conquistar a una viuda millonaria y necesitada; pero no basta para conquistar un imperio y además fundar sobre él otro imperio. Para esto es preciso estar signado, vale decir persignado, por el Dueño de la Creación. Francisco Pizarro no era exactamente de Asís, pero tampoco era de la raza de los Rostchild.
Franklin Delano Roosevelt
Cada cual tiene el segundo nombre que se merece.
Esperanza del milagro
Inútilmente pido lo que pido,
Inútilmente quiero lo que quiero:
No espera mi esperanza lo que espero
Ni olvida mi memoria lo que olvido.
Ni pide mi esperanza lo que olvido
Ni quiere mi memoria lo que espero:
Inútilmente olvido lo que quiero,
Inútilmente espero lo que pido.
Todo es inútil ya. Pido y espero;
Pido al amor olvido, y el olvido
Se entrega a la memoria prisionero.
Quiero sin esperanza, y lo quiero
Espera eternamente en lo que pido
El milagro de amor en el que muero.
Monólogo al amor…
Este querer quererte por amarte
y este miedo de amarte sin quererte
y este querer perderte por ganarte
y este querer amarte sin perderte.
Y este ganarte sin saber perderte
y este perderte sin saber ganarte,
me dan miedo de amarte por amarte
cuando quisiera no querer quererte.
Este miedo de amarte sin ganarte
y este querer ganarte sin perderte
me obligan a perderte sin amarte.
Porque el miedo de amarte y de perderte
y el miedo de quererte y de ganarte
es el miedo de amarte hasta la muerte.
En secreto y al oído
Tu madre niega que niega
Y yo que afirmo y afirmo,
Porque yo sé de quién eres:
Que eres de ella y que eres mío.
Ella no quiere que sepas
Que estando ella conmigo
Hablamos de ti y nosotros
En secreto y al oído
Y que juntos te nombramos
Por tu nombre y apellido.
No lo repitas a nadie:
Yo sé por qué te lo digo.
Leopoldo Lugones
Se quitó los anteojos y de un trago
Empinó la cicuta.
Con un vago
Secreto se nos iba, roto el dolor y la cabeza
Hirsuta
A medio descansar sobre la mesa.
Se nos iba la Patria. Los antiguos laureles
Que él cantara
Yacían en el cesto de papeles
Y él moría y moría
Cara a cara
Con la derrota que le consumía.
Los enteros
Varones,
Los de la lanza de los entreveros,
Lagrimeaban entre cuatro velones
El dolor de que eternamente fuera
El caballo del comisario
El que ganara siempre la carrera
Sin otro comentario.
El pulso
Desvaído,
Se nos iba la Patria. Ya el convulso
Corazón se nos iba
Sin voz y sin latido,
Sin un ¡Muera! Siquiera y sin un ¡Viva!
Porque ya todo aquello,
Todo aquello que él era se lo llevó la Muerte,
Las manos aferradas a su cuello:
Toda la Patria mustia,
Fuerte ya, sí, para llorarle fuerte
Bajo las campanadas de la angustia.
Ante Usted, don Hipólito, yo me saco el sombrero
y le llamo señor,
por eso que tenía de taita y mazorquero,
y hasta se dijo que era hijo del Dictador.
Mientras la oligarquía andaba a cuatro patas
pordioseando una libra y empeñando el laurel,
Usted iba llenando los atrios de alpargatas
y enseñando a los hombres a cumplir su papel.
Usted, don Yrigoyen, de bastón y galera,
de la media palabra y el silencio sutil,
era caudillo y prócer y exactamente era
el Felipe II de la calle Brasil.
Usted a la Inglaterra supo pararle el carro
y para no ser neutro se mantuvo neutral,
a pesar de que estaba bastante espeso el barro
y nos amenazaban la noche y el puñal.
Con eso sólo basta, varón de cuerpo entero
que cultivó el callado sentido del honor:
por eso en su memoria yo me saco el sombrero
y le llamo señor.
Sesenta y cuatro paladas
De tierra húmeda y fría
Aguardan junto a mi huesa
Para venírseme encima.
Señor el sepulturero
Que está bebiendo en la esquina,
Siga bebiendo tranquilo
Porque no me corre prisa.
Aquella que usted ya sabe
No ha llegado todavía.
Y me prometió traerme
Un ramo de siemprevivas.
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