[El
20 de septiembre de 1840] moría en Asunción Gaspar Rodríguez de
Francia, que sin haber declarado la independencia del Paraguay puede con
justicia ser considerado el padre de la misma, así como el principal
artífice de su secesión de las Provincias Unidas.
El
caso de este doctor en Teología y Filosofía no será raro en la historia
de América. Denostado hasta la infamia y la tergiversación por las
gentes decentes y principales (hasta el punto de haberse destruido el
monumento que señalaba la ubicación de sus restos, cuyo paradero en la
actualidad se desconoce) fue intensamente amado por los hombres y
mujeres sencillos, hasta el punto de que sólo otras dos personalidades
recibieron el honroso título de Karaí Guasú (Gran Señor o Señor Grande)
por el que los pueblos de linaje guaraní conocieron a quienes habían
sido sus líderes y benefactores: José Gervasio Artigas y Francisco
Solano López. Y
por esas cosas del azar o acaso de la clarividencia popular, el destino
de estos dos hombres estuvo signado por la elección que hizo Francia
ante las opciones que se le presentaban al Paraguay de su época.
Paraguay en 1810 Para
el momento en que tiene lugar en Buenos Aires la Revolución de Mayo,
Asunción ocupaba el lugar de la última de las periferias de un sistema
extractivo que tenía como embudo el puerto de Buenos Aires, gobernado
por una burguesía intermediaria, dueña del negocio de la importación y
exportación, y por intelectuales y políticos imbuidos de la ideología
de la Ilustración y seducidos por las teorías del liberalismo económico
británico. Tradicionalmente
satélite de Cádiz y concentradora de las riquezas producidas por el
conjunto del virreinato, Buenos Aires se integra con facilidad como
satélite al sistema del Imperio Británico. Desde allí se exportan las
materias primas producidas en el interior y se importan las
manufacturas inglesas que luego se revenden en todo el ámbito de las
Provincias Unidas. Y así como Inglaterra es metrópoli de Buenos Aires,
ésta es, a su vez, submetrópoli de las capitales de provincia donde
actúan burguesías intermediarias asociadas a la de la gran
ciudad-puerto.
El
historiador uruguayo Vivian Trías lo explicaría así: “Las capitales de
provincia operan según la misma ambigüedad de Buenos Aires. Son
satélites de aquélla, pero submetrópolis de los pueblos y villas de la
campaña. Y éstos, a su vez, son satélites de las capitales provinciales y
submetrópolis de su periferia rural. De esa manera, una cadena de
metrópolis-satélites y satélites-metrópolis articula los intereses de
la City londinense con el trabajo de los productores rurales, los
peones, arrieros, pastores, boyeros, etc.” Pero
no se trataba únicamente de que se mantuviera constante el flujo de
materias primas hacia la metrópoli de ultramar y de que, por la misma
ruta, en sentido inverso, las manufacturas inglesas fueran libremente
comercializadas sino de que, siguiendo a Trías, “cada economía creciera
‘hacia afuera’, especializándose en la producción de aquellas materias
primas para las cuales era más apta y que podía vender más barato, de
que aceptara el dominio de las finanzas inglesas, el diseño de los
ferrocarriles ingleses y cumpliera religiosamente con las reglas del
patrón oro”. Básicamente, lo que se ha dado en llamar “división
internacional del trabajo”.
Sin
embargo, aun con la complicidad de una clase dominante de
terratenientes, comerciantes, mineros, banqueros y políticos, no sería
tan sencillo desplumar la gallina sin que chillara. Y así como el
sistema colonial español había acabado por provocar las revoluciones
independentistas y autonomistas, era dable esperar que este sistema
neocolonial despertara resistencias, las que dieron origen en las
Provincias Unidas a una larga guerra civil que no cesaría sino hasta
1880. Cabe apuntar que con la federalización del puerto y la aduana de
Buenos Aires terminaron los enfrentamientos armados pero sin que fuera
suprimida la distorsión que los había provocado.
Unitarios y federales Ya
desde los primeros momentos posteriores a Mayo, Buenos Aires se arrogó
la facultad de gobernar a las provincias, actuar en su nombre e
imponerles sus gobiernos, tendencia que se acentuó con la instauración
del Primer Triunvirato y dio origen al unitarismo, expresión política de
esa estructura dependiente. Se trataba de instaurar un gobierno
centralizado del conjunto de las provincias, a las que revender las
manufacturas británicas y de las que extraer las materias primas según
las fuera requiriendo la metrópoli. Es así que bajo los auspicios de
Rivadavia se exportan cebos y cueros y se importan botas, ponchos
tejidos en los telares industriales de Manchester y hasta patines para
hielo. La
incipiente industria criolla, incapacitada de competir con las
manufacturas británicas, quedó arruinada por la libre importación, y con
ella, las provincias, ya que para los unitarios, el puerto y las rentas
de aduana eran patrimonio exclusivo de Buenos Aires. De ese modo, las
rentas derivadas de la riqueza que las provincias producían y de las
manufacturas que compraban, quedaban en Buenos Aires. Semejante
sistema afectaba en forma tan notable los intereses y necesidades de
los pueblos del interior, que éstos reaccionaron encolumnándose detrás
del más lúcido caudillos argentino: José Artigas.
El programa de Artigas La
reacción artiguista fue instantánea, prácticamente simultánea a los
primeros intentos de instauración del sistema unitario y es Artigas
quien primero advierte dónde se encuentra el origen de los males que se
abaten sobre los pueblos del interior: el dominio del puerto y de los
ríos por parte de una burguesía intermediaria, la apertura aduanera y el
sistema en el cual medran las clases dominantes locales, que al tiempo
que son esquilmadas por la metrópoli son a su vez las encargadas de
esquilmar a sus propios satélites. En
consecuencia, el programa artiguista consistió en nacionalizar las
rentas de aduana, proteger las artesanías y pequeñas industrias, abrir
la navegación de los ríos de manera de habilitar otros puertos,
distribuir la tierra entre los más humildes y organizar a las provincias
en una gran nación federal dotada de un gobierno único capaz de
expresar y respetar las autonomías provinciales. Su lema “naides es más
que naides” tenía un doble significado, el de una nación donde rigiera
la igualdad entre los hombres pero también la igualdad entre regiones, y
no un país compuesto de metrópolis y satélites, submetrópolis y
subsatélites.
La
guerra civil provocada por proyectos tan disímiles, que comienza con el
desconocimiento y encarcelamiento de los delegados orientales a la
asamblea constituyente y la complicidad de los gobernantes porteños con
la invasión portuguesa a la Banda Oriental, es el escenario en el cual
Gaspar Rodríguez de Francia hará su opción política y desarrollará su
estrategia.
II. El Dr. Francia y el aislamiento del Paraguay Probablemente
ninguna otra ciudad del virreinato se opuso más terminantemente que
Asunción a la pretensión hegemónica de la Junta de Mayo. Era lógico: si
bien confinada en un margen del sistema español y arruinada tras la
expulsión de los jesuitas, había sido desde Asunción desde donde se
fundaron las ciudades del litoral argentino, incluida la veleidosa
Buenos Aires, y desde donde el asunceno Hernandarias había regido los
destinos de la Gobernación del Río de la Plata y el Paraguay, así como
era también nacido en Asunción un nieto de Domingo Martínez de Irala y
de Leonor, una de sus concubinas de origen guaraní, el cronista Ruy Díaz
de Guzmán, primero en denominar Argentina a su región natal y primero
entre nosotros en usar la palabra patria para referirse a ella. Por
otra parte, desde sus mismos orígenes el Paraguay tenía una fuerte
tradición autonomista que le venía de la temprana rebelión de Irala, la
experiencia jesuítica y la revolución comunera. Fue debido a estos
antecedentes y a la situación de último satélite del sistema de exacción
virreinal que tenía como principal submetrópoli a Buenos Aires, que
Paraguay no se plegó al movimiento revolucionario de Mayo, fue invadida
por Buenos Aires y derrotó al pequeño ejército comandado por Manuel
Belgrano. Poco
después, al influjo de las conversaciones con Belgrano y de las
promesas de poder comercializar libremente la yerba y el tabaco, la
oligarquía asuncena instauraba una Junta revolucionaria en la que
Gaspar Rodríguez de Francia va cobrando preeminencia y pronto dirige en
los hechos la política exterior paraguaya. En
principio, el nuevo gobierno revolucionario firma un tratado con Buenos
Aires que es considerado el primer antecedente del federalismo y luego,
lenta y perseverantemente, Francia va imponiendo su idea aislacionista.
Fiel a su lema de que “el Paraguay no quiere paz ni guerra con nadie”,
hace lo imposible por no verse involucrado en la guerra civil que ya
entonces anarquiza a las Provincias Unidas, impidiendo su desarrollo.
¿Qué
la “anarquía al modo de ver de Francia? No otra cosa que el choque
entre el proyecto neocolonial y el independentista, que toma la forma de
un enfrentamiento cada vez más violento entre las elites comerciales y
terratenientes apoyadas en ejércitos de línea, y los pueblos desposeídos
conducidos por sus caudillos. La
consecuencia del afán aislacionista de Francia, empeñado en mantener al
Paraguay a salvo de la guerra civil, es la elección de una estrategia
contraria a la de los unitarios porteños, pues se tratará entonces de
“crecer hacia adentro”, para lo cual se hace necesario adoptar o más
precisamente llevar a la práctica el programa artiguista, aunque en el
caso de Paraguay esto se hará con una sustancial salvedad que, según se
mire, desencadenará a la postre la tragedia.
A
la vez que Francia rechaza la invitación de Artigas a sumar al Paraguay
a la Federación de los Pueblos Libres, se le hace evidente que para
perseverar en el aislamiento y propiciar un desarrollo autónomo deberá
enfrentar a la clase dominante local, vinculada comercialmente con la
metrópoli británica o en su defecto, la submetrópoli porteña. Valido de
su prestigio como distinguido abogado que nunca ha cobrado honorarios a
los pobres, se apoyó en los campesinos, mayoritariamente indígenas,
peones, artesanos, modestos industriales y comerciantes. Y no vaciló en
reprimir la conjura de 1820, sancionando con el patíbulo, la cárcel, el
destierro, y muy especialmente la confiscación de bienes, a lo más
granado de la elite paraguaya. Su
actitud ante las diversas clases sociales no dejaba lugar a dudas. En
un furibundo panfleto publicado en Buenos Aires, el opositor Fray
Mariano Velazco escribía: "A vosotros consta por experiencia que cuando
llega a sus puertas un rústico o torpe campesino, al punto le franquea
su trato familiar y la licencia para estrecharse con él. Admira el ver a
este hombre encapotado y taciturno, rebosando de alegría. ¡Con qué
cariño recibe a su gran huésped! Lo toma de la mano, lo introduce en su
mismo estudio, lo acaricia, lo halaga, lo palmea, lo llena de
satisfacción, le sienta a su lado... Por el contrario, si pide audiencia
un ciudadano culto y noble, lo veis ya transformado en una figura muy
diferente y tan feroz como su genio”.
El crecimiento hacia adentro El
aislamiento político tenía necesariamente que derivar en el aislamiento
económico, pero la estrategia del doctor Francia no consistió solamente
en “prohibir” los vínculos con el exterior sino en sustituir el
“crecimiento hacia fuera” por el “crecimiento hacia adentro”, tarea que
no podía ser encarada por una elite revendedora de las mercaderías
europeas importadas y exportadora de yerba y tabaco. Sostiene el
historiador Vivian Trías: "No había en el Paraguay una verdadera
burguesía nacional e industrial. De ahí que para ensayar la autarquía
hubiera que quebrar el espinazo a la elite asuncena y poner en manos del
Estado, apoyado en las masas, la dirección de la nueva política
económica”. Esa
nueva política consistió en disminuir o directamente eliminar la
apropiación de los intermediarios internos del Paraguay (comerciantes
españoles, acopiadores, grandes hacendados y la Iglesia como
propietaria, financista y cobradora de diezmos y otros beneficios)
transfiriendo los beneficios a los productores primarios mediante el
arrendamiento a bajo precio de las tierras expropiadas, y la eliminación
de los intermediarios externos mediante el monopolio estatal del
comercio exterior y el manejo de las licencias comerciales, la fijación
de precios mínimos para los productos de exportación y de máximos para
los de importación. El
Estado comenzó a ser un gran actor en el mercado, tanto en la compra
como en la venta, utilizando las Estancias de la Patria y los Almacenes
del Estado. Asimismo, intervino en la demanda de mano de obra, en la
fijación de salarios, las tarifas de los arrendamientos, y para, evitar
las fluctuaciones derivadas de los tiempos de escasez y la consiguiente
especulación, el establecimiento de precios máximos a bienes de primera
necesidad como la carne, el maíz, la mandioca y la sal. Esto provocó una
importante redistribución de la riqueza hacia los campesinos y
artesanos, que fueron también beneficiados con una reforma impositiva de
carácter progresivo. El resultado fue la conformación de un Estado lo
suficientemente fuerte como para impedir la concentración o la fuga de
las riquezas.
III. La enseñanza paraguaya El
aislamiento –que en rigor de verdad no fue tal, pues Francia no
prohibió el comercio exterior, sino que lo nacionalizó–, supuso
inevitablemente la desarticulación de la oligarquía, concitó el apoyo
popular y propició el desarrollo económico autónomo. A
fin de un mayor control y desconcentración, se establecieron dos puntos
de comercio exterior, anteriormente concentrado en Asunción: uno en
Itapúa, para el tráfico con Brasil, y el otro en Pilar, para el comercio
con el litoral argentino.
El
impuesto sobre las importaciones era de un 19% sobre el precio de la
mercadería, pero podía modificarse en cada caso, mientras que las
exportaciones, también muy controladas a fin de reducir evasiones, eran
gravadas con un 9%, prohibiéndose el pago en metales preciosos y, como
modo de evitar el monopolio comercial de extranjeros y la escasez de
plata, se estableció el trueque obligatorio por productos paraguayos.
Los dueños de la tierra Una
de las primeras medidas de Francia había sido la de revertir el proceso
de concentración de tierras que tuvo lugar luego de la expulsión de los
jesuitas, para lo que comenzó por apoderarse de las tierras que habían
pertenecido a las misiones, y expropiar y multar a los grandes
propietarios, incluida la Iglesia, a un ritmo tal que para 1840 más de
la mitad de las tierras de la Región Oriental y la totalidad del
territorio del Chaco pertenecían al Estado. Estas
tierras eran arrendadas a los campesinos con la condición de ser
dedicadas a cultivos decididos por el Estado tendientes a lograr el
completo autoabastecimiento del país. Fue así que el arroz el maíz, las
legumbres, el algodón que anteriormente debían comprarse en el exterior,
al promediar el período francista se producían en el país en cantidad
suficiente para cubrir las necesidades de la población y aun ser
exportados. Asimismo, con la organización de las Estancias de la Patria,
se impulsó la producción ganadera y se reinstauró la práctica jesuítica
de hacer dos cosechas anuales.
Educación popular y desarrollo industrial La
educación pública primaria se hizo obligatoria y gratuita y se extendió
a todos los niveles de la sociedad. En un principio, las
municipalidades locales fueron encargadas de abonar a los maestros y los
jueces locales de construir nuevas escuelas de manera tal que a menos
de quince años de la revolución prácticamente la totalidad de los
paraguayos estaban alfabetizados. Para 1835 el Estado abonaba salarios
uniformes a 140 maestros rurales, a los que también proveía de
vestimenta y ganado, que enseñaban a 5000 alumnos. Durante
el gobierno del doctor Francia se creó la primera Biblioteca Pública
del Paraguay en base a herencias en favor del Estado, a confiscaciones a
la clase ilustrada, así como a la biblioteca personal del propio
Francia.
Junto
al notable incremento de la producción agraria y al régimen de tenencia
de la tierra que benefició básicamente a la población campesina, al
cesar la importación de numerosas manufacturas, se produjo un desarrollo
impensado de la producción artesanal e industrial.
A
la muerte de Francia, ocurrida el 20 de septiembre de 1840, el Paraguay
estaba listo para el gran salto industrializador que impulsaría Carlos
Antonio López, quien profundizó y sistematizó la política económica
francista.
Carlos
Antonio López completó la estatización de prácticamente la totalidad de
las tierras, que eran cedidas en explotación a los campesinos por ocho
años renovables, dio a los pueblos indígenas la nacionalidad paraguaya,
otorgándoles la igualdad de derechos, y con los recursos del comercio
exterior construyó importantes obras de infraestructura, como el alto
horno de Ibicuy, los astilleros desde los que se armó una importante
flota fluvial, el tendido del primer ferrocarril de Sudamérica y de una
amplia red telegráfica, y se financió un desarrollo industrial inusitado
para época y la región. Pero
el sistema de Francia constituyó también una limitación. Como pudo
comprobarse dos décadas después, la derrota de la oligarquía local en
base al aumento del poder popular, la justicia social, la defensa de la
soberanía y el desarrollo industrial no serían suficientes para
consolidar un país independiente si simultáneamente no se construía una
nación, la Patria Grande republicana y federal que proponía Artigas. Fue
así como al no llegarse a una solución justa al problema del puerto y
los ríos para que dejaran de ser privilegio porteño y fueran patrimonio
de todas las provincias, el desarrollo y la independencia paraguaya
serían trágicamente truncados por obra de las elites mercantiles frente a
las cuales el doctor Francia había dejado solo a José Artigas. Además
de mantener una sorprendente actualidad, la experiencia paraguaya
muestra de qué modo son posibles el desarrollo industrial, la igualdad
social y la soberanía política mediante el fortalecimiento del Estado,
el empoderamiento de los sectores populares, la destrucción de las
oligarquías nativas y la apropiación por parte del conjunto de la
sociedad de las rentas del comercio exterior. Pero muestra también las
enormes dificultades de ese sistema para prolongarse en el tiempo si
paralelamente no se lleva a cabo un simultáneo proceso de integración
regional, justa y equitativa, que diluya las desigualdades y dé forma a
una nación sudamericana de carácter republicano y federal. Si
los pueblos, diría el Dr. Francia, no se organizan según sus
aspiraciones y necesidades, serán organizados según los intereses y
propósitos de las potencias.
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