Rosas

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domingo, 29 de abril de 2018

Nacionalismo y peronismo

Por el Profesor Jbismarck
No podemos evitar comenzar por una invocación de lo que significó Perón para los nacionalistas que entusiastamente habían creído en el proyecto de restauración nacional de la revolución del ‘43 y que adhirieron al peronismo, tal como lo relata Mario Amadeo, como una opción con una buena dosis de disgusto y mucho de oportunismo político, pues pretendían encarnar sus ideas en un liderazgo que para sorpresa de muchos, crecía en una popularidad inédita hasta el momento.  En este sentido, los relatos que dan cuenta del entusiasmo que despertó el golpe del ‘43 y posteriormente la candidatura de Juan Domingo Perón en el heterogéneo conglomerado católico nacional, convocados tanto por la campaña de enseñanza religiosa iniciada por el famoso decreto del gobierno de facto, como por de la capacidad del líder militar de impregnar en las masas obreras los contenidos de la doctrina social de la Iglesia que la alejaban del peligro de la izquierda; pretendían dar una imagen de adhesión unívoca no del todo cierta. En efecto, la convergencia coyuntural traía en germen futuros conflictos que ya entonces parecían advertirse, más allá de las proyecciones que el conocido desenlace puede hacer atribuir a los inicios.  Se percibía por el lado católico el peligro de que la Iglesia quedara amañada a un orden cristiano conducido por Perón, marginando a los católicos democráticos con tendencias pluralistas y laicas de filiaciones conservadoras o radicales, muy vinculados a la jerarquía eclesiástica representada entonces por Monseñor De Andrea.  A pesar de estos incipientes indicios de conflicto, nada parecía poder detenerlos frente a la inevitable inercia política provocada por veinte años de prédica en búsqueda de la nación católica, y ante la evidencia arrolladora de que un conductor no esperado usara en sus discursos de campaña el mito de la restauración argentinista fundada en una doctrina revolucionaria. Esto evidenciaba hasta qué punto los presupuestos del nacionalismo y del catolicismo popular se habían desligado, en alguna medida de sus propios productores y constituían parte de un imaginario político que encontraba múltiples y variadas resonancias contra la denominada argentina liberal. 
 Resultado de imagen para nacionalismo y peronismo Más allá del potencial comprensivo que puede aportar esta imagen mítica de la nación católica, ha sido una constante de los estudios sobre el tema, subrayar los nutrientes nacionalistas que configuraron gran parte de la doctrina peronista, haciendo hincapié más en los componentes discursivos y en las estrategias de los actores que en los procesos sociales que lo configuraron.  Así lo aseguraban protagonistas y autores de distinto signo. Bonifacio del Carril señalaba la utilización que Perón haría del nacionalismo como el ingrediente intelectual… que nutriría a su movimiento de una vibración nacional, criolla y tradicionalista . Enrique Zuleta Álvarez iba mucho más allá cuando afirmaba que el programa nacionalista- sobre todo el nacionalista
republicano- pasó casi sin variaciones a convertirse en el del movimiento que luego sería el
peronismo. Carlos Altamirano más moderadamente sostiene que Perón extrajo de la cantera del
nacionalismo varios de sus temas y consignas.   Por otro lado, desde el punto de vista historiográfico mientras que Tulio Halperín Donghi destacaba que la visión revisionista de la historia acuñada por los nacionalistas no fue recogida por Perón durante su mandato, Diana Quattrocchi Woisson asevera que el peronismo constituyó finalmente la sede o domicilio del revisionismo a partir de 1957 cuando Perón impugne la línea Mayo - Caseros de los denominados Libertadores, dando un nuevo aliento a aquellos que pretendían rescatar la línea nacional, que luego del peronismo sería irremediablemente popular, y después del ‘55 dudosamente democrática.  Evidentemente, las relaciones entre peronismo y nacionalismo no fueron unívocas. Así lo manifiestan también las publicaciones nacionalistas de la época. Mientras que algunas mostraban los lazos que vinculaban al peronismo con sectores nacionalistas como Tribuna dirigida por L.Durañona y Vedia, Política dirigida por Ernesto Palacio y El Pueblo de orientación católica; otras líneas evidenciaban un fuerte tono opositor.  En efecto la reacción intelectual más fuerte contra el peronismo provino de los sectores liderados por Julio Meinvielle, identificados con un catolicismo integrista y reaccionario que se expresaba en publicaciones como Nuestro Tiempo, Balcón, Presencia, desde donde sostuvieron un fuerte cuestionamiento tanto del peronismo como de los sectores liberales democráticos, al mismo tiempo que iniciaban los combates contra el progresismo.  Pero además el grupo de los Irazusta, conocidos como republicanos o neorrepublicanos manifestaron su fuerte antiperonismo a través de la expansión de su tesis sobre la dependencia de la Argentina del imperialismo británico, encontrando en Perón al más lúcido ejecutor de esa política de sumisión bajo lo que entendían como una perversa apropiación de las ideas nacionalistas.  La polémica no quedó en el marco de las publicaciones sino que se extendió a la arena política. Los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta fundaron en Córdoba el 11 de octubre de 1942 el Partido Libertador desde el cual cuestionaron el golpe militar de junio del ‘43, postulando su vocación democrática y su escepticismo frente a las contradicciones entre los postulados y las políticas del gobierno golpista, denunciando el continuismo en materia económica y la demagogia en materia social. Luego emprendieron una confrontación más abierta con el peronismo, al que cuestionaban no sólo por su política económica sino por su institucionalidad antirrepublicana.  Mientras tanto otras expresiones partidarias reflejaron el acercamiento entre nacionalismo y peronismo, como por ejemplo Alianza Libertadora Nacionalista cuando a partir de 1953 bajo la dirección Patricio Kelly dió un giro a la conducción antiperonista de Juan Queraltó. Otros partidos más pequeños como el Partido Patriótico 4 de junio, o los de orientación católica Unión Popular Cristiana y el Partido Laborista Popular parecían evidenciar más sinceramente su adhesión al peronismo.  La inclusión de personalidades de trayectoria nacionalista dentro del escenario político peronista completa esta imagen variopinta. No sólo un sector del nacionalismo católico e hispanista oriundo del interior como Joaquín Díaz de Vivar o Raúl Bustos Fierro, sino personajes militantes del nacionalismo de décadas anteriores como Bonifacio Lastra, Juan Pablo Oliver, Basilio Serrano, Carlos y Federico Ibarguren formaban parte del entorno, del que incluso salieron candidaturas destacadas como la del historiador Ernesto Palacio, quien en las elecciones de 1946 fue candidato a diputado nacional por el Partido Laborista de Capital Federal, y el jesuita Leonardo Castellani, Julio Meinvielle fue uno de los organizadores en 1934 de la Acción Católica. Formó parte de la sociedad Tomista Argentina con Tomás Casares, Octavio Derisi, Nimio de Anquín, y se constituyó en los años ’60 en el adalidad espiritual del grupo Tacuara. Además,
algunas personalidades del nacionalismo como Jordán Bruno Genta o Rómulo Etcheverry Boneo
que no se identificaban con el peronismo apoyaron las candidaturas peronistas o manifestaran su
adhesión electoral, buscando evitar su propia marginación sin dejar de expresar sus dudas, en una
actitud de apoyo crítico. Esta muestra difusa en sus contornos que requiere de un estudio pormenorizado de las trayectorias individuales y grupales, nos revela un espectro muy variado que complejiza la idea de la capacidad de absorción y homogeneización del peronismo frente a las distintas posiciones del nacionalismo.  Por otra parte la experiencia de gobierno dio lugar a que muchos de los más incautos adherentes padecieron sucesivas decepciones. Las primeras, asociadas al giro que en política internacional significó la ruptura de relaciones y la declaración de la guerra al Eje. Las siguientes vinculadas a las imágenes de oportunismo, incapacidad y corrupción del grupo gobernante, así como el personalismo del líder, junto con la desconfianza que despertaron las políticas de apertura hacia los Estados Unidos. Las terceras vinculadas a la decepción por el lugar marginal que ocuparon los nacionalistas en el ámbito estatal y en el complejo cultural, tanto en lo que refiere a la ocupación de cargos públicos como a la escasa inclusión de la versión revisionista de la historia que no fue incluida en la liturgia peronista. Todas ellas abonaron el marco de decepción y alejamiento que cristalizó en un proceso de ruptura tras los intentos de Perón de sujetar a la Iglesia, imponiendo por sobre la armonía social el odio de clases.  En efecto cada una de estas situaciones y percepciones venía despojando de liderazgo al promisorio caudillo de la revolución del 4 de junio, y promovía por parte del nacionalismo católico un nuevo abandono de la expectativa de realización del mito lugoniano, el de la posibilidad de encontrar el líder al estilo Salazar o Primo de Rivera, que tanto admiraban. Con el trascurso del tiempo, el desprecio que la figura de Perón iría despertando en los
nacionalistas, tanto por su relación con Eva y un entorno de escaso prestigio social y moral, como por lo que consideraban un estilo de liderazgo personalista y demagógico que subvertía el sentidode la igualdad de la dignidad humana, pues oponía la jerarquía y el prestigio social a un igualitarismo que suponía la supremacía de las mayorías convertidas en masas irracionales y manipulables. Sumado a ello, el temor que una inflamante retórica populista despertara la posibilidad de un conflicto de clases, cuando ya en términos de Julio Irazusta las tradiciones republicanas, los principios morales y el respeto por los derechos individuales habían sido socavados.  para sintetizar, dentro de este proceso de ilusión / desencanto no todos reaccionaron igual. Mientras algunos permanecieron dentro de las filas del peronismo sin mucho nivel de exposición como Ernesto Palacio, otros como Patricio Kelly a través de la Alianza Libertadora, cobraron un perfil más combativo en la lucha contra los sectores antiperonistas. Los sectores más moderados como Marcelo Sánchez Sorondo o Mario Amadeo, retirados de la escena pública, sólo reaccionaron en la medida que el conflicto con la Iglesia se desataba., mientras que los antiperonistas de la primera hora no variaron su animadversión por Perón.
Más allá de los diversos itinerarios y momentos de la relación entre el nacionalismo y el peronismo, el golpe del ‘55 si bien encontró en principio gran parte del espectro nacionalista aglutinado dentro del arco antiperonista a raíz del efecto catalizador producido por el enfrentamiento con la Iglesia en el año ‘54, no tardó en reeditar ese sentimiento de decepción que les provocara la institucionalización de los regímenes resultantes de los golpes militares. En efecto, así como la experiencia militar del ‘30 dio paso a la restauración de gobiernos considerados oligárquicos y pro británicos, y las expectativas del ‘43 desembocaron en la emergencia de un liderazgo dictatorial y demagógico; el golpe del ‘55 continuó con la política antinacional propia del liberalismo confirmando una constante en los grupos nacionalistas, nunca refutada sino expresamente reconocida por ellos mismos: la admirable capacidad para inspirar golpes de estado que después serían capitalizados por otros, debido a su dificultad para crear y conservar espacios de poder propios. La recurrente frustración en la expectativa de que los liderazgos castrenses se harían eco de su prédica y que se les reconocería su auto adjudicado rol político como maîtres à penser del proyecto nacional; así como la dificultad parar crear entidades con arraigo social, más allá del pulular de numerosas aunque efímeras y circunstanciales agrupaciones que carecerían de un sostén basado en redes sociales de intereses que no fueran más allá de la comunión de ciertos ideales; parecían disolver al nacionalismo en un espacio público poblado de voces y de la ausencia de instituciones. Cabe entonces preguntarnos ¿qué quedaba del nacionalismo luego de los sucesivos fracasos recortados tras las imágenes fallidas de Uriburu, Ramírez, Perón, y Lonardi? El contraste entre las expectativas revolucionarias de la hora de la espada del ‘30, la revolución restauradora del ‘43 y la revolución libertadora del ‘55 con los resultados de las salidas electorales: la década infame, la dictadura demagógica y el autoritarismo liberal, daban cuenta de los sucesivos fracasos que parecían provocar la disolución del proyecto nacionalista. Sin embargo, una serie de creencias, valores y actitudes dispersas en distintos ámbitos nos permiten negar esa disolución y dar cuenta de una sobrevivencia que formuló una agenda de debate político y que logró engrosar una lista de demandas públicas formuladas como proyectos alternativos, que por momentos alcanzaron a constituirse en identidades culturales, políticas e incluso partidarias con una escasa llegada al escenario estatal. Adelantando conclusiones se trataba de una pervivencia que siguió siendo minoritaria a pesar de los esfuerzos por encontrarse con lo popular. Con un ecléctico abanico de proposiciones y actitudes políticas e ideológicas de difícil reductibilidad, aunque siempre cruzadas con el catolicismo y cierto tradicionalismo, y con una retórica de moral militante que pretendía permear los poros de una sociedad en la convocatoria a una lucha por la nación, contra los excesos del liberalismo y contra los peligros del comunismo, abrieron la discusión política, dando lugar a una
interpretación compleja del fenómeno peronista

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