Por Pedro De Paoli
La |
cuestión histórica es clave. Con anterioridad solamente se
planteó la cuestión de algunos hechos históricos, pero tratados empíricamente,
desde su importancia como episodios, y dentro de los límites puramente formales y estrechos de la
crónica.
Jamás se fue al contenido de los hechos históricos, como tampoco se los
trató en su conjunto como raíz de un pueblo nuevo y como causa de un acontecer
que se proyectaba hacia el futuro obedeciendo al sino de un momento histórico
dado, y al que ninguna fuerza era capaz de detener. Donde había una fuerza
inmaterial que daba nacimiento a un nuevo acontecimiento histórico, como
ocurrió con el nacimiento de Babilonia, Grecia, Roma, la Edad media, o el
Renacimiento, nuestros historiadores sólo vieron tal o cual hecho, o episodio,
provocado por la voluntad personal de aquel o éste personaje civil o militar. Y
lejos de ser capaces de penetrar en los designios del sino histórico de los
pueblos, de las razas o de las culturas, desde el punto de vista filosófico o
teológico, hasta fueron incapaces de unir al estudio de esos hechos históricos,
las ciencias indispensables a tales estudios: cuales son la etnografía, la
economía, la filosofía la arqueología, la sociología… Y es que de todos
nuestros llamados historiadores ninguno fue filósofo, ni economista, ni
político. Los unos fueron periodistas y los otros militares. No se cultivaba,
entonces, en nuestro país ni la ciencia histórica ni el método histórico. De
ahí que quienes pretendieron ser historiadores quedaron en meros cronistas. Por
eso nosotros no tenemos una Historia Argentina, sino que solamente tenemos una
crónica de los hechos históricos de la Argentina. Sarmiento intentó en el ‘Facundo’ realizar un estudio histórico, dentro
de los lineamientos y del sentido real y profundo de esta ciencia, de acuerdo
con los conocimientos de su época. Su falta de cultura, de entonces, y su
pasionismo, se lo impidieron. Por eso dice el Dr, Alfredo L. Palacios que
“Facundo no es libro de historia, ni es tampoco un libro de sociología”.
Con ese pasionismo o
preconceptos, nacen nuestros libros de historia argentina, en los que hemos
estudiado siendo niños y jóvenes, y con los que hemos enseñado luego siendo
maestros. Y así se formó nuestro concepto histórico del pasado argentino con
libros escritos por cronistas cuyo interés principal fue el de defender al
padre que fue actor de importancia en algunos hechos históricos, a la propia
familia que se hizo de éstos o aquellos bienes; al Partido en que el
historiador militó, o para defender al historiador mismo de hechos que él
realizó y que necesito explicar y justificar ante sus contemporáneos y aun ante
la posteridad. Historia escrita por los triunfadores de uno de los dos bandos en
luchas, está viciada por ese ‘sistema’ que menciona don Valentín Alsina y por
la falta de cultura histórica de quienes se erigieron en nuestros
historiadores. Era, pues, natural que, con el tiempo llegase una generación que,
penetrando resueltamente por la angosta
puerta de los archivos históricos, tomara de los estantes los legajos
amarillentos, y pacientemente se pusiese a leer y releer documentos históricos
sobre éste o aquel hecho, sobre éste o aquel personaje. Y ha ocurrido lo que
era inevitable que ocurriese; Se descubrieron los ‘sistemas’ con que fue
escrita nuestra pretendida historia argentina. Y esta generación, que es la
actual, con los documentos en la mano, salió a la calle y comenzó a gritar la
verdad de este o aquel hecho histórico, sobre este o aquel personaje de nuestra
historia. Y tal hecho y tal personaje comenzaron a cambiar de fisonomía, a
cambiar de alma; algunos para bien, otros para mal de ellos mismos. Si la historia fuese una ciencia, como lo es en realidad, como las
matemáticas o la botánica, o la medicina, aceptando por un instante como
ciencia el arte de curar, no hubiera ocurrido nada, nadie se hubiese alarmado,
y nadie hubiera sido combatido ni perseguido por ello. Porque ¿qué importa si
mañana se descubre una mejor manera de resolver un teorema, o si tal planta en
lugar de ser de una especie, resulta que es de otra, o si la bronconeumonía se
cura mejor con este medicamento que con aquel? Desde el punto de vista de la
especulación científica, todo ello da lugar a que se aplauda, porque nadie se
perjudica en sus intereses, ni morales ni materiales. Si la historia, incluso la argentina, fuese tratada como debiera
tratarse, esto es, puramente como una ciencia, cuando se llegara a transformar
un concepto dándole una forma o un sentido diferente a los que tenía
anteriormente, nadie se alarmaría, nadie
se violentaría, y nadie sería combatido ni perseguido, ni
calumniado por eso. Más aun, cuando vemos de pronto que personajes de la
historia de otro país, como Catilina, por ejemplo, que siempre fue tenido por
un corrompido y mal ciudadano, resulta que no es así; cuando a un hombre como
Junio Bruto, a quien se tuvo por el repúblico puro por excelencia, y se
descubre luego, que era un tartufo oligarcón y que la muerte de Julio César, de
la que fue responsable en primer término, fue un crimen de lesa patria; cuando
se sostiene y se prueba que Cicerón, el gran Cicerón con su verba incomparable,
más que de patriota tenía de demagogo y simulador; nadie, absolutamente nadie,
se enoja, ni se llena de odio, y a quienes sostienen tal transformación de
conceptos históricos, no se los persigue ni aquí, ni en ninguna parte. Pero en
cambio, ¡guay! de quien aquí, entre nosotros, sale un día a la calle con un
documento insospechado e irrefutable en la mano, y dice: tal hecho que se creía
que era así, es de esta otra manera, o tal personaje que se ha sostenido
siempre que era tal, resulta ahora que es cual. ¡Guay! de él.
¿Cuál es el motivo? ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué a nosotros que
sostenemos lo que se ha dado en llamar el ‘revisionismo histórico’ se nos
combate tanto, y se nos persigue sin tregua? En otras palabras: ¿por qué está
condenado a muerte el ‘revisionismo histórico’?
¿Cuáles son los motivos del ‘revisionismo y del antirrevisionismo
históricos? He aquí la cuestión.
La historia y sus hechos están íntimamente ligados a la política del
pueblo respectivo. No hay hecho histórico sin intereses, causas y motivos
políticos. No hay motivos políticos sin intereses económicos. La política y la
economía son partes integrantes de la Historia. Los intereses de una clase social, de
un grupo, y hasta de un individuo o de una familia, están íntimamente ligados a
la política del país. Escribir la
historia de un país es escribir los hechos políticos de ese país, o dicho más
concretamente, no se puede escribir la historia de un país, sin exponer como
fue la política de ese país en ese mismo período histórico. Y exponer en una
historia como fue la política de ese país, en tal tiempo o época, es describir
como se defendieron los intereses de las diferentes clases sociales, familias,
castas, instituciones o individuos. De cómo se escriba la historia resultan
patriotas o antipatriotas, morales o inmorales, santos o protervos, próceres o
delincuentes, ésta o aquella clase social, este o aquel partido político, esta
o aquella institución, estas o aquellas familias, este o aquel personaje. Si la historia de Florencia del 1200 al 1300 la escriben los güelfos,
¡Dios guarde a los gibelinos de cómo salen de ella!, y si la escriben los
gibelinos ¡Dios guarde como salen los güelfos! Se voltean unas estatuas y se
levantan otras; se cambian los nombres de las calles, las plazas se denominan
de otra manera y Dante es o no desterrado. Nuestra historia fue escrita ayer nomás, por hombres de un mismo partido
político y miembros de una misma sociedad internacional secreta. Eran hombres
que, aunque pudieran tener esporádicamente algunas divergencias políticas,
defendían los mismo intereses morales y materiales, y pertenecían a una misma
corriente ideológica. Ellos, con sus historiadores, dieron certificado de buena
conducta y patente de próceres a hombres y partidos, y marcaron de
antipatriotas y bandidos a otros hombres y partidos. Cambiar los conceptos
históricos por ellos establecidos, es cambiar las calificaciones que ellos
hicieron , y los afectados en sus intereses morales o materiales, o en su
partido político, en su sociedad secreta, o en sus nombres, salen en defensa de
lo suyo armados de cualquier arma, con tal que sea ofensiva. Al cambiar los conceptos históricos que figuran en los libros que se
estudian en escuelas y universidades, surgen a la superficie los intereses
materiales que fueron los motores de la política movida por los próceres de
nuestra pretendida historia. Y este es el punto gordiano de la cuestión.
Señalar como se urdieron y quienes se beneficiaron con esa política es dar nacimiento
a lo que se ha dado en llamar “revisionismo histórico”; mantener como verdad inconcusa, eterna e
inconmovible, los conceptos establecidos por nuestros historiadores clásicos,
es colocarse dentro del “antirrevisionismo histórico”. ¿Cuáles eran los intereses que con tanto afán ponen los enemigos del
“revisionismo histórico” en que no se hurguen? ¿De qué clase eran tales
intereses? ¿Qué relación tenían con el destino de la patria, con la libertad
absoluta de la patria, con la grandeza de la patria, esos intereses que el
“revisionismo histórico “quiere exponer a la luz del día?
Largo, larguísimo sería exponer el tema en toda su integridad. Habría
que arrancar desde antes de mayo de 1810. Habría que introducirse por la maraña
de los acontecimientos antes del alborear histórico; de los que ocurrieron
cuando la patria advino; cuando ocurrieron los de la época de Rivadavia, de los
caudillos, de Rosas. Pero como nuestra historia fue escrita después de la caída del gobierno de Rosas,
arrancaré desde entonces, haciendo una leve referencia a los acontecimientos
anteriores de esa época: Rosas cae ante el embate de un ejército internacional
formado por tropas argentinas, uruguayas y brasileñas. Los emigrados, a cuyo
frente están Mitre, Alsina Mármol, Sarmiento, los Varela… días antes de la
batalla de Pavón, en la logia de Rosario, como he expuesto en mi libro:”Los
motivos del Martín Fierro en la vida de José Hernandez”, eliminan a Urquiza,
Buenos Aires sienta su hegemonía, y militares uruguayos al servicio de Mitre,
aplastan a sangre y fuego todas resistencia sed las provincias. Es la época en
que ocurre el asesinato alevoso de ‘El Chacho’. Y sometido, desarmado y
vencido, el país queda a merced del grupo dirigente del Partido Unitario,
llamado ahora el Partido de la
Ilustración, el Partido Liberal. Tendido de norte a sur está el suelo patrio cuajado de riquezas sin
explotar. Campos ubérrimos, riquísimos; llanuras inmensas y fértiles; bosque
tupidos de maderas industriales; ríos, cascadas, montañas, rodeos de vacas y de
yeguarizo de miles de cabezas que no tienen dueño; minas de mineral riquísimo,
todo, todo está allí, al alcance de la mano, esperando la mano del hombre, que,
empuñando la herramienta de trabajo, abra los cauces de esa riqueza y
prodúzcale asombro del mundo. Y todo es nuestro; la previsión maravillosa de
España inmortal hizo que ni nación extranjera, ni persona extranjera, ni
compañía extranjera se apoderada de nada de esta tierra. Más aún, casi todo
eso, casi toda esa riqueza, más que nuestra es fiscal, es del gobierno, y éste
puede, con tanto prodigio hacer la grandeza patria y la felicidad y bienestar
de sus hijos. Ya lo dice entonces
Sarmiento al leer su mensaje presidencial al Congreso el año 1869: “Tierra de
sobra e inmigración abundante tenemos nosotros, y sólo inteligencia, previsión, virtudes nos faltarán, si iguales causas
no produjesen, en este extremo sur, iguales efectos que en el norte” (Estados
Unidos).
Evidentemente la política argentina de entonces no produjo aquí los
resultados que allá produjo la política de Washington, Franklin, Lincoln, etc.
Ateniéndonos a las palabras mismas de Sarmiento, tanto a éste como a los otros
gobernantes de su tiempo les faltó inteligencia,
previsión y virtudes.
De los dos partidos en lucha, el Federal y el Unitario, uno miraba hacia
adentro del país; el otro hacia fuera. El uno, el Federal, sentía la madre
tierra, vivía con el espíritu tradicional de la Madre España, alimentaba su
alma con la fe en la religión católica apostólica romana, y fincaba el porvenir
de la patria, en la inteligencia, laboriosidad y virtudes de sus hijos y en los
frutos que dieran las riquezas naturales del país, dirigidas por los mismos
argentinos: por eso, cuando el gobernador de Buenos Aires, doctor Dardo Rocha
comisiona al senador provincial don José Hernández, autor del Martín Fierra,
que era federal, a que viaje a Europa y Australia para que aprenda allá los
métodos de cultivo agrícola y de explotación ganadera para aplicarlos luego en la Argentina, Hernandez se
niega a ir porque sostiene, que la tierra argentina y la ganadería argentina
necesitan métodos argentinos y que éstos, que ya existían, eran para nosotros
superiores a los de Australia y de Europa. En el Partido Federal, en los
hombres Federales, había un sentir tradicional y católico en lo que a la moral
y las costumbres se refiere, y en lo que atañe a la patria y a la política,
había un sentido nacionalista, en el buen sentido de la palabra.
El Partido Federal no era retrógrado ni reaccionario, ni obscurantista.
Por el contrario, era progresista, pero así como combatía la política
centralizadora de la hegemonía de Buenos Aires contra las Provincias, sostenía
que nuestro país no debia convertirse en colonia inglesa ni norteamericana, y
que el progreso del país, el resurgimiento de sus industrias y de adelantos,
debía ser obra de los argentinos mismos, y que el país tenía elementos
necesarios: riquezas naturales y hombres para ello. Y de que en caso de
necesitar hombres con conocimientos técnicos, porque aquí faltasen, más que
traerlos de Europa y hacerlos dueños de nuestras riquezas, convenía enviar
argentinos a estudiar en Europa para que allá adquiriesen esos conocimientos
técnicos. En una palabra: no entregar las fuentes de nuestras riquezas
naturales, porque eso era entregar la patria misma al dominio extranjero que
siempre es un dominio imperialista, y convierte a los países dominados por él,
en colonias.
Era hacer, en parte, lo que estaba haciendo en el Paraguay, esa
gran figura americana tan calumniada, la figura del Mariscal Francisco Solano
López, quien enviaba jóvenes estudiantes paraguayos a las universidades de
Europa, costeados todos los gastos por cuenta del gobierno paraguayo, para que
el Paraguay tuviese en manos paraguayas todas las riquezas naturales, sin
desdeñar, como Solano López no desdeñaba, la colaboración de técnicos
extranjeros, pero no como dueños, no como directores de empresas imperialistas
extranjeras, sino como simples empleados a sueldo del gobierno paraguayo. Por
eso el gran Paraguay de Solano López, creo no equivocarme al decir que tuvo
ferrocarriles antes que nosotros, altos hornos antes que nosotros, telégrafos
antes que nosotros, y marina propia que surcaba todos los mares del mundo con
la bandera nacional al tope, cien años antes
que nosotros. Era el fruto, no de una política dictatorial, como se ha
pretendido sostener, sino de una sana y patriótica política nacionalista que a
nosotros siempre nos faltó. El otro partido, el Partido Unitario, que luego se lo designó con muchos
nombres: Partido Liberal, Partido de la Ilustración. de las luces, de la civilización,
constitucional, autonomista, cocido, pandillero y otros más, dirigido por
hombres, los más de los cuales llenan nuestras plazas con sus estatuas, las
calles y los ferrocarriles con sus nombres, veían el problema del porvenir del
país de manera opuesta. Para ellos la Argentina no tenía los elementos suficientes para
dirigir los trabajos de resurgimiento del progreso. Más que de las virtudes y
la inteligencia de los hombres argentinos, el progreso del país dependía del
capital, del dinero que según ellos, en el país no existía en cantidad
suficiente. El capital extranjero, la técnica extranjera y el sentir
extranjero, eran los únicos elementos capaces de realizar el progreso del país. Viajaban frecuentemente a Europa, y algunos a Estados Unidos, aspiración
suprema de todos ellos, y de allá venían imbuidos y sugestionados por el sentir
europeo o norteamericano.
Si de paso, o por casualidad, visitaban España era para proclamar luego,
a los cuatro vientos, el atraso de España, el reaccionarismo de España, el
obscurantismo de España, sirviendo todo ello para lamentar en todos los tonos la desgracia que
habíamos tenido, y seguíamos teniendo, de que España nos hubiese descubierto,
conquistado y colonizado, haciendo recaer en ellos todos nuestros males. Y como
corolario, comparar a nuestro país con Estados unidos, sacando conclusión de
que Estados Unidos era progresista, nada más que porque había sido colonizada
con métodos ingleses, métodos protestantes, métodos cuáqueros, puritanos. Y ya
que estoy hablando de ello, permítaseme observar que ninguno de los hombres, que tanto alabaron esos métodos
y vituperaron los de España, no nos dijeron nunca en qué consistían esos
métodos de colonización protestantes, cuáqueros puritanos. Y como esos métodos
eran un tanto ‘originales’ y contrarios a nuestro sentir cristiano y católico,
voy a referirme en un breve paréntesis a ellos: Entre las distintas obras de
autores norteamericanos que tratan de los métodos de colonización que allá
emplearon, tomo el libro : “El Desarrollo de las ideas en EE. Unidos” de Vernon
Louis Parrington. En el tomo primero dice al respecto: “Después de los escocio-irlandeses,
que en mayor parte eran labriegos libres, la clase más importante que vino a
agregarse a la población norteamericana, fue la de los trabajadores
escriturados, (obligados por contrato a servir a un amo, quien tenía el derecho
de traspasarlos a terceros, o sea, en
realidad, a venderlos: eran de hecho esclavos). Casi todos eran ingleses,
escoceses, irlandeses y alemanes, y entre ellos se contaban trabajadores de
todos los oficios y de algunas profesiones. En aquellos tiempos los traficantes
de gente estaban bien organizados y tenían un comercio activo, bastante
provechoso, y de continuo enviaban a América multitud de trabajadores
escriturados que venían a mover las ruedas de la industria colonial. En su
historia de los redencionistas alemanes (emigrantes que, en pago de pasaje se
obligaban a servir durante un tiempo especificado), el autor Diffenderfer,
reproduce varios anuncios curiosos que arrojan luz sobre este tráfico. He aquí
dos de ellos:
Del American Weekly Mercury,
del 18 de febrero de 1729: “Llegada recientemente de Londres una partida de
trabajadores muy prometedores, hombres y mujeres; algunos de los hombres son menestrales. Se venden a
precios módicos y a plazos. Entenderse con Charles Read, de Filadelfia, o con
el capitán John Ball a bordo de su barco, en el muelle de Anthony Millkimson”.
Del mismo periódico, 22 de mayo de 1729, anuncios de dos barcos: “Acaba
de llegar de Escocia una partida de trabajadores escoceses escogidos: sastres,
tejedores, zapateros y labradores, algunos alquilados por cinco y otros por
siete años. Importados por James Coults”.
“Acaba de llegar de Londres en el barco Providence, del capitán Jonathan
Clarke, una partida de trabajadores muy prometedores, casi todos menestrales,
que se venden según condiciones razonables”.
Tales eran los métodos de colonización de los protestantes, cuáqueros,
puritanos, etc., ingleses que tanto alaban los escritores unitarios. Compraban
y vendían a sus propios hermanos de raza, de religión y de patria. Han sido,
sin duda métodos muy eficaces para la colonización de Estados Unidos, pero a
pesar de ello, nosotros seguimos prefiriendo los que aquí, en Sud América,
utilizó la atrasada y reaccionaria España, a cuyo espíritu y a cuya alma
católica, apostólica romana, repugnaba la compra y venta de hermanos de la
propia fe, de la propia raza , y de la propia patria, aunque ello diera mucho
dinero y mucho progreso.
Imbuidos y sugestionados por el
sentir europeo, los hombres del partido liberal desecharon para el primer
plano, o plano superior, todo lo autóctono, lo argentino. Desde las locomotoras
hasta los zapatos y desde los cueros hasta los alimentos, todo era superior si
era europeo excluido, desde luego, los español, considerada España rémora de
Europa. El hombre mismo, como ser
biológico, era superior sui era europeo. Para lo único que tenía capacidad el
argentino, era para la política, porque era manejada por ellos mismos. Así fue
creándose en nosotros el complejo de inferioridad de lo argentino frente a lo
europeo o norteamericano, desde los hombres hasta las cosas.
Así se introdujeron las teorías y las doctrinas sociales y económicas
extranjeras, sin modificarse en cuanto a las características y exigencias
argentinas; así se dio a empresas imperialistas extranjeras el dominio absoluto
de las principales fuentes de riqueza y de servicios públicos nuestros; así se
vilipendió la memoria de gobernantes, de militares, de intelectuales del bando
contrario, y así se llegó a pintar al gaucho, el arquetipo de la nacionalidad,
como el representante de la barbarie, sentándose como axioma el enunciado de “civilización o barbarie”,
civilización la ciudad y barbarie el campo. Al conjuro de su propia riqueza, el país comenzó a dar sus frutos
prodigiosos apenas la técnica imperialista movió sus tornillos, que al mismo
tiempo eran torniquetes para la independencia patria. Bien pronto se estuvo en
presencia de un constante y maravilloso afluir de producción riquísima:
cereales, carnes, maderas, minerales. Pero todo ya estaba supeditado al
determinar de las empresas extranjeras. Y las órdenes para que reprodujera esto
o aquello, en más o menos cantidad, no partían de argentinos ni de ninguna
ciudad argentina; esas órdenes partía de Londres y las daban hombres extranjeros.
Ante la presencia de tanta riqueza que debía explotarse activamente, la
intelectualidad liberal, dueña de la Universidad, no le dio a esta ni la forma ni el
contenido que esa riqueza a explotarse activamente exigía; la Universidad argentina
mantuvo su estructura colonial y se dio a la exclusiva tarea de formar médicos
y abogados, porque los médicos y los abogados, como profesionales, no eran ni
un peligro ni una competencia frente a las compañías imperialistas extranjeras.
No se formaron los técnicos que las nacientes industrias reclamaban a gritos.
No, los técnicos venían de Europa, sobre
todo de Inglaterra. La Universidad argentina
no formaba ingenieros, no formaba
agrónomos, no formaban químicos industriales, en lo que se refiere a las
Facultades de Ciencias Sociales y Políticas, no se hablaba de la relación
estrecha que existe entre la independencia política y la independencia
económica. Los más de los textos eran extranjeros, seleccionados
cuidadosamente, no ser cosa que despertaran en los argentinos el espíritu de
construcción de la nacionalidad.
Si, la Universidad
estuvo durante un siglo en retardo con respecto a las necesidades y exigencias
de la explotación de las riquezas naturales del país, base indispensable de su
independencia económica y política. Y era que la Universidad, como todo
el país, estaba en manos de esos hombres intelectuales que tenían la mirada
fija en Europa, hombres enemigos del Partido que miraba hacia la tierra
argentina, que sentía la tierra argentina y que tenía fe en la tierra
argentina, y en el patriotismo, las virtudes y la inteligencia de los hombres
argentinos para realizar el progreso de la nación argentina.
La Universidad
estuvo en retardo con respecto a las
exigencias y necesidades del progreso
y la liberación económica y política argentina: había que abrir caminos, que
construir puentes, que hacer diques, que instalar ferrocarriles, que construir
barcos, que explotar la agricultura y la
ganadería. Para ello era indispensable técnicos argentinos. No los hizo la Universidad argentina
en su hora; recién ahora, bajo el signo de nuestra Revolución del 4 de junio, a
la que pertenecemos de alma desde la primera hora, la Universidad argentina
se está ajustando al reclamo imperioso de la patria. Cuando nosotros, “revisionistas de la
historia”, queremos hurgar, queremos rastrear, queremos indagar que ha ocurrido
con todo esto, es cuando los antirrevisionistas de la historia claman desesperadamente que la historias
Argentina es una cosa inmutable, intocable, irrevisable, y que sus hombres y
sus hechos ya han sido definitivamente
juzgados. Entonces viene, no el embate de las ideas, las luchas de la
inteligencia, que son tan subyugantes y tan hermosas, sino la persecución, la
calumnia, y el reducir al revisionista de la historia por hambre, privándolo
del empleo público. Eso hace un siglo que ocurre, en contra del derecho de la
libertad de la investigación histórica.
Los motivos del revisionismo y del antirrevisionismo histórico no
fincan, pues, exclusivamente en tal o cual hecho aislado de nuestra historia.
Al hablar de revisionismo y antirrevisionismo históricos, no se trata de
sostener o negar si el fusilamiento de la pobre Camila O`Gorman fue o no un
crimen (que lo fue sin duda alguna), que si el apuñalamiento y mutilación de
‘El Chacho’ fue o no un crimen horrendo
(que también lo fue sin ninguna clase de dudas). El revisionismo histórico no
tiene como fin exclusivo ni ha nacido expresamente para reivindicar a Rosas,
como parecen entenderlo no pocas personas, ni para arrojar alquitrán a las
estatuas de Sarmiento, como el antirrevisionismo histórico no ha nacido exclusivamente
para gritar que Rosas era un tirano, que Sarmiento era el hombre más veraz
y más civilizador del país, que ‘El Chacho’
era un bandido y que si San Martín donó su sable a Rosas, fue simplemente para
hacer una gracia o por error. No, el revisionismo histórico y el
antirrevisionismo histórico tienen otros motivos: el uno lucha por quitar de
nuestra patria hasta el último vestigio
de colonia de éste o de aquel imperialismo; por quebrar el complejo de
inferioridad de lo argentino frente a lo foráneo, por ser fiel a las fuerzas
telúricas que nos dictan su afinidad con
la tierra madre; por ser fieles a nuestra tradición criolla y a nuestra
religión católica, apostólica, romana, por realizar la independencia económica
y política integralmente, por revisar la historia argentina a la luz de una
documentación insospechable, llevando a hombres y a hechos a su verdadero
lugar, por seguir, de acuerdo con nuestra tradición, proclamando la soberanía
de lo espiritual frente a lo material…
El antirrevisionismo histórico parte de otros principios, tiene otras
concepciones filosóficas, políticas e históricas. A partir de la Reforma –de Alemania- dos
corrientes se abren paso en el mundo trabadas en lucha tenaz y a muerte. Son
leves transformaciones de las dos mismas fuerzas que luchan desde los tiempos
bíblicos; la carne y el espíritu; la materia y el espíritu; el cuerpo y el
alma; la vida corporal como simple tránsito por la tierra, y la vida como
principio y fin; la idea de una sola vida, la de la tierra; el principio de que
todos somos hermanos por el vínculo divino, y que por lo tanto, nos debemos
ayuda mutua, y el principio de que somos simples hijos de la materia y por lo
tanto somos entes materiales sin vinculación de unos con otros, y como lógica
consecuencia, con libertad de que un hombre pueda explotar a otro hombre,
sancionando con fuerza legal y moral, el enunciado de que el hombre es el lobo
del hombre.
Esas dos fuerzas que vienen luchando desde los albores mismos de la Humanidad, y que en el
transcurso del tiempo han adoptado diferentes nombres, que se han ramificado en
distintas corrientes, que han adquirido diferentes formas son las que animan la
una, el revisionismo histórico; la otra, al antirrevisionismo histórico.
De las formas simplemente espirituales, que en algunas etapas distinguen
a esas corrientes, en el Renacimiento
llegan a saturar el intelecto y a plasmarse en el arte. Manifestaciones de esas
dos corrientes son las maravillosas creaciones artísticas de Leonardo, Miguel Ángel,
de Rafael. Ellas son exclusivamente fuerzas del espíritu que se manifiestan a
la faz del mundo como una réplica a la Reforma, y como una continuación de la exaltación
del espíritu, que las catedrales góticas de la
Edad Media representan con caracteres
eternos. En la infraestructura del Renacimiento, explotan las expresiones de la Reforma, que durante un
siglo habían estado acumulando potencialidad. Y esas explosiones, como la Reforma misma, no son
expresiones puramente teológicas, ni tampoco se trata de una simple
interpretación libre de los versículos bíblicos desde el punto de vista
religioso, sino que es toda una concepción de un mundo distinto al que imperaba y se
sentía hasta entonces.
Esas dos corrientes, la una espiritual y tradicional; la otra reformista
y materialista, se abren cauce a través del tiempo, y mientras la una predicando
el vínculo divino del hombre con Dios y de la prolongación de la vida mediante
la inmortalidad del alma, la otra llenando de orgullo el corazón del hombre, da
nacimiento a una filosofía negadora y pesimista que va demoliendo las fuerzas
espirituales del hombre, destruyendo la poesía encantadora de la Creación y reduce al ser
a un simple animal con un poco más de raciocinio que una simple bestia.
De esta lucha cruenta, de esas teorías negadoras, nació la burguesía del
siglo XUX, que muy pronto sentó la hegemonía de la máquina frente al hombre, y
redujo a éste aun simple engranaje. Necesidad imperiosa de esa concepción
burguesa y maquinista, comercial y fabril, fue su expansión más allá de las
fronteras nacionales. Esa expansión
necesitó la protección de su respectivo gobierno, de sus leyes, su diplomacia y sus fuerzas armadas. Esa
expansión es la que conocemos con el nombre de Imperialismo, origen, causa y motivos de los mayores males que
viene sufriendo la Humanidad
desde hace siglos. Esa fuerza imperialista llegó a nuestras
playas y ocupó la ciudad de Buenos Aires el año 1806. Rechazada, volvió a
insistir, y vuelta a ser rechazada, aguardó mejor oportunidad,
Fue con la caída del gobierno de Rosas que la oportunidad se le ofreció,
pero no ya en forma de invasión armada, sino en la forma simulada del aporte de
capitales para el fomento de las industrias. Esa fuerza que nos invadió después
del gobierno de Rosas, fue traída de la mano de argentinos ilustres; los que
sucedieron en el mando del país al general Rosas, los famosos prohombres de la
oligarquía ilustrada del 60, del 70 y del 80. El fuerte espíritu nacionalista de las masas y de los intelectuales
federales argentinos, era necesario abatirlo por medio de doctrinas contrarias,
porque ese fuerte espíritu nacionalista se hubiese resistido y hubiese
rechazado nuevamente la invasión extranjera (como los rechazó durante el
gobierno de Rosas cuando se presentaron coaligadas las dos naciones
imperialistas más fuertes del mundo: Inglaterra y Francia), no porque fuese
contrario al progreso ni a los extranjeros, sino porque no hubiese admitido a
éstos como patrones, como dominadores, como fuerza imperialista subyugadora y
corrupta.
Los hombres del partido liberal –durante el gobierno de Rosas- ya
estaban de acuerdo con los imperialistas ingleses, y antes aún, cada vez que las fuerzas federales estaban en la
inminencia de apoderarse del gobierno del país, los prohombres unitarios
clamaban protección a Inglaterra o a Francia, aún entregando la nacionalidad
misma, porque para ellos sus intereses
particulares o de clase, estaban por encima de la patria misma. Así lo
prueba la siguiente carta, que en 1814, escribe el Director Supremo, Carlos
María de Alvear al Ministro de Negocios Extranjeros de Inglaterra, y dice así: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus
leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se
abandonan sin condición alguna a la buena fe del pueblo inglés, y estoy
resuelto a sostener tan justa solicitud para liberarlas de los males que las
afligen. Es necesario que aprovechen los momentos; que vengan tropas que
impongan a los genios díscolos, y un
Jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que sean de su
beneplácito, del Rey y de la
Nación, a cuyos efectos espero que V.E., me dará sus avisos con la reserva y prontitud que conviene,
para preparar oportunamente la ejecución”.
Tal prueba de la traición a la
patria ante las perspectivas que las fuerzas federales se adueñaran del poder. Los viajes que frecuentemente se hacían a Inglaterra, no tenían otro
objeto que procurarse los medios para aplastar el espíritu de nacionalidad y de
federalismo argentinos. Así fueron los viajes de Valentín Alsina y así los tan
mentados y prolongados de Bernardino Rivadavia, el más famoso de los cuales,
fue exclusivamente para informar a la Compañía Inglesa
de Minas, a la que debia entregársele las famosas minas de Famatina, en La
Rioja, Compañía de la que Rivadavia mismo era accionista y
comisionista. Esa intentona de entregar el
mineral argentino a una empresa imperialista inglesa, fue el origen y la causa
de la Constitución
Unitaria de 1824, y la que encendió la guerra entre federales
y unitarios que duró medio siglo.
Durante el gobierno de Rosas se perdieron las perspectivas de dominar el
país, ya con fuerzas militares, ya con fuerzas imperialistas. Pero los
proscriptos, en Montevideo y en Chile, por sus ligazones con el imperialismo
inglés, tenían la esperanza de dominar el país apenas Rosas cayera. Los diarios
que escribían entonces, los convenios de la Comisión Argentinaen Montevideo, y los viajes de Florencio Varela a Inglaterra lo prueban
acabadamente.
No es pura casualidad que todos los proscriptos fuesen masones, ya que
Rosas jamás entabló una lucha directa y particular contra la masonería. Es que
la masonería inglesa y la francesa eran las que financiaban las campañas contra
Rosas, ya con fondos propios, ya con los de esos dos gobiernos que estaban en
manos de l a masonería. Allí, en las logias de Santiago y de Montevideo, se
establecieron los compromisos para cuando Rosas cayera.
Así nuestro país cayó en manos de la dominación imperialista inglesa.
Los historiadores unitarios que fueron los que escribieron nuestra historia,
tenían que ocultar estos hechos, y escribieron una historia argentina donde
todo ello está oculto.
Por eso la oligarquía ilustrada que gobernó el país desde la caída de Rosas hasta nuestra
Revolución del 4 de junio (y hago caso omiso de los gobiernos radicales, porque
el Partido Radical, que fue en un principio continuación directa y fiel del Partido federal, constituido y dirigido
por hijos de rosistas distinguidos, como Leandro N. Alem, Hipólito Irigoyen y Aristóbulo
del Valle, cuando llegó al poder ya estaba dominado por la oligarquía conservadora), por eso, repito,
la oligarquía ilustrada que gobernó el país, desde la caída de Rosas hasta la Revolución del 4 de
junio de 1943, tuvo especial interés en
dominar totalmente todo cuanto se relacionara con la cultura: las
universidades, las escuelas, el periodismo y la literatura. Por eso tuvo mucho
cuidado en escribir la historia argentina e imponerla dictatorialmente en
universidades y escuelas. Por eso fabricó próceres caprichosamente y llenó el
país con sus estatuas y las plazas y calles con sus nombres. Por eso vilipendió
a otras figuras históricas, dignas y patrióticas, las que están
proscriptas injustamente ante la consideración pública.
Por eso procuró, y lo consiguió en gran parte, cambiar el alma nacional,
borrar cuanto de España y de latinos tenemos, cuanto de espiritual sentimos,
cuanto de tradición vivimos. Por eso procuró cambiar nuestro espíritu nacional
por otra internacional, y por eso ha procurado apagar la llama católica de nuestra
fe, por la nada fría y despiadada del incredulidad.
Allí está el antirrevisionismo histórico, allí sus motivos y sus causas.
Nunca como en la actualidad estas dos corrientes han estado empeñadas en
una lucha decisiva. No sólo en nuestro país, sino en el mundo entero estas dos
fuerzas se aperciben para una decisión que puede ser para muchos siglos. Es una
lucha en un aspecto que nunca tuvo: no ya la de dominar un mercado, la de
apropiarse de una provincia o región, sino la de apropiarse del hombre, del
espíritu del hombre. Ya no interesan solamente los mercados, las regiones, ni
aún las naciones: interesa el hombre en su espíritu. Ahora se pretende que el hombre sea
prisionero en su espíritu de la pequeña oligarquía que desde un gobierno subyugará
a todo el mundo. Es una lucha total, ya que el hombre es la representación de
tonas las cosas y del universo mismo. Prisionero el espíritu del hombre, ¿qué
queda de la vida del hombre? Establecidas, desde el gobierno las reglas y las
formas del arte ¿qué queda del espíritu creador del hombre? Muchedumbre inmensa
que se agita, lucha, sufre, goza, espera, canta y llora, la Humanidad, en el
transcurso del tiempo, siempre oteó una meta en el remoto horizonte donde
depositar su esperanza.
En las épocas más oscuras por las que los pueblos pasaron, siempre hubo
en el espíritu del hombre una llama encendida que se comunicaba con Dios, que
se alimentaba de fe, que vibraba de emoción ante el encanto de la naturaleza y
del universo, fulgurando en el brillo portentoso de las estrellas, y que un
día, en un instante de inspiración, dio una fórmula, enunció un aforismo,
concibió una ley, creó una fórmula bella, todo lo que sirvió para alumbrar a la Humanidad en el camino
de la perfección.
Esa llama es el alma de los espíritus libres, abiertos a la inspiración
de Dios y a la consideración de los hombres de bien. Si las fuerzas del mal
triunfan ¿Qué será del espíritu del hombre?
Asi nuestra época es decisiva, ¿qué es lo que peligra? El hombre en su
espíritu ¿qué es lo que tiene mayor importancia? El espíritu del hombre. Y la
lucha actual es contra el espíritu del hombre.
Revisionismo de la historia y antirrevisionismo de la historia. Ambos
conceptos no tienen un motivo simplista, no se agitan por rever un simple
episodio de la historia patria. Más hacia el fondo de la cuestión, hay un
motivo que es primordial: se trata de estar de parte del espíritu del hombre en
amplia libertad, o de estar por el aprisionamiento del espíritu del hombre para
reducirlo a la esclavitud.
Ante ese dilema hay que tomar posición de combate. Nosotros, luchamos
desde abajo, desde el llano. Se nos persigue, se nos calumnia, y se nos excluye
de los cargos públicos, pero en medio de tal persecución, mejor dicho, cuando
la persecución es mayor, sentimos que el espíritu es más libre, es más grande y
es más luminoso. Y como creemos que nosotros no somos el cuerpo físico, sino el
espíritu, nos sentimos, en persona, más
libres y más luminosos.
Si la lucha ahora es recia, sabemos que no ha de tardar en ser más recia
aún. Pero vencedores o vencidos, ningún poder humano podrá ser capaz de hacer
que cese el encanto maravilloso del cosmos, que las estrellas dejen de
encantarnos con su brillo portentoso, que las plantas den sus flores cuyos
colores y cuyo aroma embelezan el
espíritu del mundo; que la brisa susurre entre las ramas, que los pájaros nos
maravillen con sus trinos, y que el cielo sea azul., azul maravilloso como el
alma del artista. Y mientras ello permanezca inmutable, el hombre ha de
sugestionarse siempre con el encanto de tanta maravilla, y su espíritu lo
llenará de esperanza, de fe, de luz, de divino aliento de Dios. Y seguirá
siendo el hombre en espíritu, aunque prisionero, hasta el día en que alboreará
de nuevo en su alma. En su aurora de liberación, la Humanidad seguirá su
curso como durante el desarrollo de otras culturas, y la historia registrará un
acontecimiento más.
Mientras, nosotros que somos testigos y actores, aunque modestos, en la lucha de hoy, llenémonos de fe en el porvenir, y libres de toda traba, sugestionados por el encanto de la lucha, y algo poetas, dejemos que nuestra alma vibre, que se eleve, que espere y crea, que vuele y cante.
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