POR VICENTE D. SIERRA
Nos hemos referido al hecho singular de que
el Partido Socialista sólo alcanzara alguna significación electoral en Buenos
Aires -ciudad portuaria y, por consiguiente, de constitución mental más meteca
que el resto del país- y cabe agregar que el movimiento comunista no ha logrado
significación alguna, fuera de su influencia sobre reducidos grupos extranjeros
y semi intelectuales. Y es que se trata de doctrinas extremistas extrañas al
ser nacional y, sobre todo, a los valores históricos del mismo. Tienen éstos hechos
singulares gran significación en la historia de las ideas, políticas. Por de
pronto constituyen una confirmación más de la inconsciencia de la
interpretación marxista de la historia, pues no debe escapar el hecho de que el
socialismo y el comunismo también han fracasado, en su labor expansionista, en
los Estados Unidos, nación de tal desarrollo industrial y capitalístico que, en
ella, como en ninguna otra, se han dado las condiciones mínimas necesarias
para, según Marx, pasar al régimen socialista; lo cual ha ocurrido, en cambio,
en dos de las naciones capitalísticamente más atrasadas: Rusia y China.
A comienzos del siglo, un destacado miembro
del socialismo belga -Henry de Man-al confesar su desilusión ante las
comprobaciones que demostraban la endeblés filosófica y científica del marxismo, advertía que el capitalismo
americano no había nacido de la depauperación de las masas, como el europeo;
siendo fruto de la colonización individual, de manera que no tuvo la necesidad
de adaptarse a formas tradicionales de la estratificación social del feudalismo
y del monarquismo, pudiendo, por el contrario, desarrollarse, desde el primer
momento, en un ambiente de igualdad política y moral. Si esta observación de
Henry de Man es exacta, no loes menos que el desarrollo del capitalismo en los
pueblos hispanoamericanos, además de no alcanzar el grado de desarrollo logrado
por los Estados Unidos, tuvo lugar en un ambiente de igualdad moral tan
extraordinaria que nunca, bajo ningún punto de visto, la acción de los obreros
en defensa de sus intereses adquirió caracteres que pudieran considerarse como
de lucha de clases. En lo que a la Argentina se refiere, la igualdad política y
moral –herencia irrenunciable de su formación religiosa- constituye un
fundamento jurídico vinculado a la realidad del sentimiento nacional. Las consecuencias de semejante manera de ser
se reflejan en la historia de los movimientos extremistas. Ante todo se trata
de movimientos de imitación, importados del exterior por inmigrantes europeos. Si advertimos el proceso de las luchas
sindicales en la Argentina comprendemos que no se lucha contra el capitalismo
porque gana mucho, sino porque utiliza sus riquezas de tal manera que las
transforma en instrumento de dominación, lo que choca contra el sentido de la
igualdad jurídica y moral que nos viene por la historia, y no admite que exista
poder material alguno que coloque a nadie en condiciones jurídicas inferiores.
El trabajador hoy, como el gaucho de las montoneras ayer, cuando, se levanta
con sus caudillos contra la burguesía mercantil que todo lo quiere dominar con
un sentimiento de superioridad que carece de sentido cristiano, responden a intereses
de clase no a lucha de clases, pues ni el obrero está contra el capitalista ni
el gaucho contra el burgués, sino que ambos están contra el uso que ambos
quieren hacer del predominio social que estiman haber conquistado. Por eso las
masas argentinas no siguen al Partido Socialista en su crítica a la sociedad capitalista,
y la literatura marxista de Juan B. Justo no logra nuevos afiliados, pero la realidad
obliga a su Partido a aburguesarse en un conjunto de administradores de bienes comunales,
con visión reducida, de tipo municipal, ante los problemas nacionales, que de vuelco
en vuelco, termina defendiendo puntos de vista ultra conservadores con un apego
a los principios más puros de la Economía Política liberal-capitalista que
podría resultar cómico, sino fuera, como es, ridículo. Por su parte, el
comunismo, con el pretexto de la táctica oportunista, se sostiene hasta con la
proclamación permanente de un patriotismo que llega a manifestaciones de tipo
normalista y realiza todas las muecas necesarias a fin de disimular que se
trata de un grupo que obedece ordenes de Moscú, y hacer creer a MOSCU que, en
el país, significa algo más que el analfabetismo filosófico y científico de
algunos dirigentes que presumen de poseer una definida y clara posición
científica y filosófica. Si ambos
movimientos han tenido, en determinadas circunstancias, algo que pudiera hacer caer
en error sobre su fortaleza, ha sido consecuencia del endiosamiento del
proletariado en que cayeran los ideólogos políticos de la propia burguesía,
frente al éxito que el socialismo obtenía con su crítica al capitalismo. Los
errores del sistema fueron puestos al descubierto ,como es notorio, por
pensadores socialistas, lo que les dotó de un arma de extraordinaria eficiencia
dialéctica, frente a la cual, el liberalismo no encontró otra salida que
mimetizarse de más obrerista que nadie. Con lo que se creó el mito obrerista,
sin lograrse, en América, los triunfos de Europa, por la sencilla razón de que
en nuestro continente, existen proletarios pero no se han dado las condiciones
para afirmar que existe un proletariado, es decir, una clase permanente y
hereditaria, como diría de Man, de inferioridad social. Para nosotros, la experiencia liberal
termina, en el campo político argentino, en 1930, con un notorio fracaso para
resolver los problemas vitales del hombre argentino. Es ese un año de crisis
del capitalismo internacional. En lo sucesivo, con más o menos acierto y
eficacia, el Estado se ve obligado a intervenir para poner algún orden en el
mercado, todo lo cual determina .una crisis del pensamiento político argentino,
el cual, unido estrechamente al del viejo mundo, procura fórmulas salvadoras
por imitación. Nace entonces el movimiento nacionalista y no se desarrolla el
socialismo ni el comunismo porque ninguno de ellos está en condiciones de
comprender lo que comprenden algunos pensadores jóvenes del nacionalismo, o
sea, que el problema a resolver no es una cuestión de sistema económico o de
formas de gobierno, sino .de sentido de la vida. Es el nacionalismo quien
comprende quela fuente de los males consiste en una deformación tal de lo que
debe entenderse por naturaleza humana, que lo esencial es comenzar por
restablecer la verdad objetiva. Con lo cual, la cuestión se trueca en un
problema de orden religioso, puesto que al serlo de orden moral no tiene
soluciones si se prescinde de la posición del ser en el cosmos. Mas, paralelo a este nacionalismo y, a veces,
confundiéndose con él, se desarrolla un movimiento de masas jóvenes que, por
las circunstancias internacionales, unido a la conciencia de que es necesaria
una transformación integral del estado, cae, por imitación, en formas
extremistas de tendencia totalitaria, lo que detiene el desarrollo del
nacionalismo
como fuerza política, puesto que el totalitarismo constituye un
sistema fundamentalmente extraño a la
moral histórica, católica e hispana de nuestro pueblo. Por otra parte, el elemento pensante del movimiento no ha logrado
elaborar una posición totalmente concreta, porque su misión no pudo ser, en esa primera etapa, sino esencialmente
crítica. Es tal la deformación mental en
que el liberalismo ha forjado al hombre argentino que, antes y sobretodo, como labor previa, fue necesario desbrozar la
maleza para forjar una nueva conciencia de
lo nacional. Y es esa labor, paciente y silenciosa, ignoradas por la gran
prensa, despreciada por los intelectuales
consagrados en las academias, en la universidad y en los altos cenáculos literarios, la que logra, a pesar de
toda, abrir brechas tan profundas en las
fortificaciones del régimen vigente que no es extraño, sino para los incapaces
de comprender el proceso de la historia,
todo lo que ocurre en la Argentina, después de 1943. Es el nacionalismo
quien plantea en el país que el móvil esencial del movimiento obrero es una cuestión de dignidad tanto, como una cuestión de
interés. El gran problema es salvar los escollos
sin los riesgos que los mismos involucran, pues el liberalismo ha forjado un
espíritu de hostilidad al trabajo, en
virtud del cual, el atender los intereses de los trabajadores mediante un mejoramiento de la vida material agudiza
el mal. Lo que no es una cuestión estrictamente
moral, que quiere decir que, la meta a alcanzar, no puede ser otra que la que permita conservar y restituir al trabajador el
placer del trabajo. Es el
nacionalismo el que advierte que en las luchas políticas argentinas hay una
lucha social y, a veces, una lucha religiosa,
que si bien la depauperación de las masas señala que se trata de una cuestión vinculada a la economía, lo
cual, al final de cuentas puede ser salvado por el liberalismo en un momento de inteligencia, la cuestión de fondo es
de orden ético. Entra en juego algo que el socialismo ni el comunismo
advierten, y es que se trata, también, de un
problema de dignidad humana. Cuando, después de la revolución de 1943, el
general Perón entra a actuar, lo
comprende perfectamente. Es el viejo problema argentino, el que, quiso resolver Rosas y no pudo o no supo hacerlo, que
consiste en la urgencia de elevar a la plebe,
elevar a la masa para que sea pueblo. Es un problema de transformar en
emergidos a los sumergidos, lo cual no es simple tarea de la economía, ni puede ser resultado exclusivo de un
sistema económico, sino en cuanto el mismo
responda a determinada orientación de tipo moral. Porque la economía por si
misma no tenderá, bajo cualquier régimen,
a otra cosa que a la riqueza, con prescindencia de los hombres. Por eso el socialismo, que abre brecha en
el país en cuanto plantea el problema del
proletariado, no atrae a las masas, porque su posición materialista no ofrece
soluciones ni surge del análisis del
trabajo nacional sino del estudie del nacimiento de la gran industria inglesa, fenómeno local, que engañó a Marx en cuanto
a la posibilidad de que tuviera un sentido
universal. El extremismo de la lucha de clases, manejado posteriormente -cuando
el socialismo argentino lo dejó de lado-
por el comunismo, sólo prende en europeos con no mucha residencia en el país y en intelectuales jóvenes, de pocas
lecturas, aunque alientes para negar
todas las ideas y filosofías que no conocen directamente en sus fuentes. Por eso también, cuando Perón se pone al frente de las masas
argentinas, estas intuyen más que comprenden
que están en juego sus intereses de clase, pero que éstas no son sólo materiales, aunque lo material tenga, que predominar,
necesariamente, en la primera etapa de la
obra que la revolución de 1943 va a emprender para destruir el equívoco liberal
y, a aventar del todo a los extremismos de izquierda o de derecha que, por ser
movimientos de imitación, nada tienen que ver
con la verdad de las cuestiones que plantea el ser mismo de la Nación
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