Capitán Roberto Felipe Domínguez
El 1 de agosto de 1806, la chacra de Perdriel, pequeño caserío cercano a
los Santos Lugares (hoy Partido de General San Martín) fue testigo silencioso del
derroche de heroísmo de muchos hijos del país, que más tarde figurarían con
letras de bronce en las páginas de la historia argentina. Los nombres de Pueyrredón, Martín Rodríguez,
Cornelio Zelaya y otros de destaca actuación posterior, han echado sombra sobre
la figura de un héroe de la Patria vieja, que hoy tratamos de rescatar del
olvido.
Conocidas son por cierto las contingencias del combate y el resultado desfavorable
con que terminó el mismo. La superior
instrucción y mejor armamento de los británicos, rápidamente inclinó la suerte
de las armas a su favor. Las fuerzas
regulares del Cuerpo de Blandengues, representantes de la milicia virreinal,
abandonaron el campo de lucha y el desconcierto cundió entre los valerosos y
arriesgados voluntarios. Pueyrredón,
jefe indiscutido de los allí reunidos, no se amilanó y muy por el contrario se
lanzó decididamente al combate, según el relato contenido en el parte por él
redactado, cuando dijo: “en esas
circunstancias hice la señal de avanzar y a la cabeza de los míos me precipité
sobre el grueso del enemigo y me hallé
en medio de ellos con sólo diez de mis compañeros que me siguieron, mi objeto
era quitarles la artillería y de facto con mis diez compañeros les quité un
carro de municiones con sólo la pérdida de uno de mis amigos y mi caballo que
fue atravesado por una bala de cañón...”
Se produce en ese momento el
episodio que el Cabildo de Buenos Aires testimonió, dejando constancia que: “después de haberles muerto algunos
artilleros, perdido el caballo que le mató una bala de cañón contrario,
reducido al último conflicto, de que le libró la generosa valentía de un compañero
que volviendo a meterse entre los fuegos de los que venían al alcance de
Pueyrredón le levantó a las ancas de su caballo, sin cuyo auxilio hubiera
perecido...” , aclarando cuando expresa al detallar esta circunstancia que:
“salvó su vida, la cual hubiera perecido sin duda, por haberle muerto el
caballo, si la generosa valentía de Don Lorenzo López no lo hubiese libertado
alzándolo a las ancas del suyo ¿Sería esta vez la única en que el nombre de
Lorenzo López saldría del anonimato para ejemplo de sus con ciudadanos?
En el desempeño de sus funciones, se produjo en 1806, la Primera Invasión
Inglesa, oportunidad en que Pueyrredón, portador de una proclama del gobernador
de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro, se dirigió a Luján con la intención de
reclutar voluntarios con los que intentaría la recuperación de la ciudad
sojuzgada. Según testigos de la época, uno de los contingentes más numerosos de
los presentados fue el proveniente de los pagos de Pilar al mando del joven
alcalde López, a la sazón de 25 años y que no conforme con el reclutamiento
realizado, los había montado y equipado con dinero de su propio peculio. En octubre de 1806 y muy probablemente
atendiendo a los méritos de Lorenzo López, el Cabildo de Buenos Aries lo
designó Administrador del Abasto Público de Ganados del Corral de Santo Domingo
(este corral, o mejor dicho matadero, funcionaba al sur de la ciudad, en
terrenos pertenecientes a la Orden de Santo Domingo). El celo y la honradez que
caracterizaron a su gestión administrativa, hicieron posible que en el término
de un año se duplicaran las ganancias que dicho establecimiento dejaba al
fisco, de esa época existe un curioso
documento en el que, Don Lorenzo López, solicita un incremento en sus magros
treinta pesos de sueldo, pedido que fundamenta en un extenso memorial donde
detalla sus problemas y la forma en que administró los fondos provenientes del
faenamiento del ganado.
Si ésta era la opinión de las autoridades de la capital virreinal, no
pensaban lo mismo los abastecedores de carne que vieron cercenadas sus
posibilidades de sobornar al inquebrantable Don Lorenzo López. Así vemos solicitar
al Exmo. Cabildo la separación del nuevo Administrador tratando de demostrar un
comportamiento por parte de aquél, que más que afectarlo lo honra, toda vez que
entre los cargos formulados se hizo referencia a que: “se maneja en el desempeño de su administración figurándose tener sobre
nosotros un ascendiente, por el cual nos hayamos de ver obligados a tributarle
toda sumisión y acatamiento...”, agrega más adelante...”en las ocasiones
que necesitamos su intervención y despacho para el ejercicio manifiesta genio
adusto, acre y tan majestuoso que aún no lo tendremos a uso con nuestros
esclavos...”. Como vemos, la honradez
de López no era del agrado de los hasta entonces aprovechados traficantes. Es interesante destacar, que con fecha 20 de
junio de 1807, y ante el peligro de una nueva invasión inglesa a Buenos Aires,
López propuso al Cabildo un plan para la evacuación del ganado fuera del
alcance del invasor y a un punto desde donde aseguraría el abastecimiento del
Ejército y de la ciudad, prometiendo: “su más exacto cumplimiento y desempeño
bajo las órdenes e instrucciones con que este M.I. apto se sirva autorizarlo
para este efecto y con la sola calidad de que se le franqueé por auxiliar a Don
Juan Ángel Vega, Alférez de la 3º compañía del tercero Batallón de Patricios,
por ser persona capaz de toda la actividad y confianza que se necesita”.
Desconocemos en detalle qué actuación le cupo a López en los sucesos que
culminaron el 25 de mayo de 1810, con la instalación de la Junta de Gobierno,
pero sin duda alguna fueron de total identificación con la causa criolla, tal
cual se desprende de la lectura de un cronista y actor de esos episodios, cuando
al mencionar las diversas reuniones secretas en que se complotaba contra las
autoridades virreinales, expresó: “asistí a otra a cuatro millas de la ciudad
que solía durar dos y tres días y que era la más libre contra la autoridad
donde se reunían don Celestino Vidal, coronel mayor don Manuel Pintos, coronel
don José Millán, general don Enrique Martínez, presbítero don Ignacio Grela,
coronel don Vidente Dupuy, coronel don
Ambrosio Pinedo (que a muerto con la nota de antipatriota y es una impostura),
general don Domingo French, capitán don Diego Saavedra, capitán don José
Cipriano Pueyrredón, don Lorenzo López...”.
Esta reunión, como bien dice el autor de la crónica, fue la que más firmemente
apoyó la idea de la independencia y el nucleamiento de los partidarios de
Pueyrredón, uno de los primeros y más firmes puntales de la causa de la emancipación
argentina pero, también, desgraciadamente, uno de los relegados a segundo plano
por una historia deformada que, algún día, deberá hacerle la justicia que su
límpida trayectoria exige.
En mérito a sus
antecedentes, nuestro Primer Gobierno Patrio, a menos de un mes de su
instalación, lo propuso, el 18 de junio, para desempeñarse como Jefe de la
Cuarta Compañía del Segundo batallón del Regimiento “La Estrella” que comandaba
French. Sin embargo, esta propuesta no llegó a
concretarse por no haberse integrado el mencionado batallón. No obstante, la Junta de Mayo, con la firma
de todos sus miembros, lo nombró, el 14 de septiembre de 1810, capitán del
ejército, “atendiendo a los méritos y servicios que Don Lorenzo
López...concediéndole las gracias, exenciones y prerrogativas que por este
título le corresponden.” Pese a la
existencia del documento anteriormente citado, no ha sido posible determinar si
en algún momento se materializó la incorporación de López a las filas del incipiente
Ejército, aunque no transcurrió mucho tiempo para que nuestro héroe se
distinguiera entre sus conciudadanos. En efecto, en 1813 y con motivo de la
creación del glorioso Cuerpo de Granaderos, acudió al llamado del entonces
teniente coronel San Martín entregando yeguarizos de su propiedad, gesto que el
mismo Libertador certificó cuando al acusar recibo de su donación, dejó
constancia que: “El ciudadano Don
Lorenzo López, después de haber donado 4 caballos para el Regimiento de
Granaderos a Caballo, el 25 de octubre dona 50 más, lo que el General agradece
a dicho ciudadano y lo comunica al gobierno”. Sus méritos personales y su destacada
actuación pública fueron reconocidos por sus contemporáneos y así en varias
oportunidades lo eligieron para el ejercicio de cargos en los que siempre hizo
gala de su honradez y celo en el manejo de los fondos públicos. En diciembre de 1817, figuró en la lista de
candidatos para integrar el Cabildo de la ciudad de Buenos Aires, no resultando
electo en esa oportunidad. La historia
le reservaba el honor de formar parte de ese Cuerpo Capitular en una de las
épocas más difíciles de la vida Argentina y precisamente en oportunidad en que
esa Institución, símbolo de federalismo, fue avasallada por el centralismo que
tantos males ocasionó al país.
El 1 de enero de 1821, el capitán Lorenzo López prestó juramento como miembro
del “Muy Ilustre Cabildo de Buenos Aires, en calidad de Regidor Cuarto y
Defensor General de Menores”. Largo
sería enumerar las actividades cumplidas por el Cuerpo Capitular en su azaroso
último año de existencia, pero si alguno merece destacarse es la de haber hecho
celebrar el primer funeral en homenaje al general Belgrano con motivo del
aniversario de su fallecimiento, a escaso un año de su tránsito a la inmortalidad
ante la indiferencia y olvido de sus compatriotas. Sabido es que el gobernador Martín Rodríguez,
a instancias de su ministro Bernardino Rivadavia, dispuso, en diciembre de
1821, la disolución de los Cabildos existentes. Interesante resultó la reacción
de los Regidores en esa oportunidad ya que, respondiendo a al orden del
gobierno y con la firma de todos sus miembros, incluido López, dejaron
constancia que la cesación de sus funciones no se efectuó en cumplimiento de
esa disposición, sino “que habiendo recibido del pueblo el mandato que ha
ejercido durante un año, no prorrogará sus funciones a partir del 31 de
diciembre...”.
De allí en más la anarquía y las luchas fratricidas signarían con sangre
y sufrimiento la vida de la Patria. Las
múltiples facetas que caracterizaron la vida del capitán López, cobran especial
significación al mencionar su actuación en el año 1821. En efecto, sin
desatender por cierto sus funciones de Regidor, continuó en la administración
de la hacienda de Kakelinqur que le había sido confiada por el Gobierno, junto
a Joaquín Suárez y haciendo honor al grado militar que le fuera otorgado, con
fecha 16 de febrero de 1821, propuso la constitución de una fuerza militar para
la protección de la frontera del Río Salado amenazada por los indios. El Cabildo otorgó su consentimiento y
determinó que López, junto al mencionado
Suárez y a Pedro Blas Escribano, organizara un cuerpo militar que llevaría el
nombre de “Blandengues Veteranos del Cuerpo de Hacendados”, dejando constancia
que los arriba nombrados lo hacían “imponiéndose para ello voluntariamente la
pensión de dos reales en cada cabeza de ganado que vendan”.
Por este motivo, el 10 de mayo, López, autorizado por el Cabildo, se dirigió
a su estancia y al cabo de un mes regreso habiendo cumplido con la misión que
se había autoimpuesto. No sabemos qué actuación le cupo al capitán López en la
lucha desatada entre unitarios y federales pero, la margen de ello, podemos
asegurar que en todo momento tiene que haber estado a la altura de sus
antecedentes, como se desprende de la lectura del pacto secreto de la
Convención de Cañuelas, firmada entre Rosas y Lavalle, el 24 de junio de 1829,
por el que se acordaba que: “ambos
contratantes emplearán todos los medios legales que les dan su posición o
influencia para que la elección de representantes de la provincia recaiga en
persona de...”, se enumera los propuestos a elección de las propias
entrevistados y cuya lista incluyó junto al capitán Lorenzo López a figuras
destacadas como Diego Estanislao Zavaleta, Juan José Paso, Marcos Balcarce y
Felipe Arana. Las diversas actividades
cumplidas por López, en la capital de la naciente república, no significaron
que dejara de lado su pago natal y así vemos como dando prueba más de su
espíritu y honradez para la administración de los fondos públicos, en 1823, por
decreto de fecha 7 de enero, el gobernador Martín Rodríguez considerando “el
celo distinguido del vecino de esta ciudad Don Lorenzo López en su solicitud
para la construcción de un templo en el Pilar”, resolvió acordar la cantidad de
$ 10.000 para dicha obra, nombrando a nuestro héroe ecónomo administrador.
Lamentablemente la carencia de fondos obligó a la suspensión de la
construcción, impidiendo a López la concreción de una aspiración heredada de su
padre.
Coincidentemente con la administración de las obras de la iglesia, se encomendó
al capitán López la traslación del pueblo de Pilar a su actual emplazamiento. Así en apretada síntesis hemos procurado
rendir nuestro homenaje a este héroe de la Patria Vieja, a quien en sus múltiples
facetas de Alcalde, Regidor, Administrador, fundador de pueblos, etc., hemos
visto siempre como un arquetipo de virtudes ciudadanas dignas de la mayor
imitación a quien por su actuación como voluntario para la reconquista o como
Capitán de la naciente fuerza militar recordamos como un ejemplo de valentía y
abnegación, que hacen del Capitán Lorenzo López un modelo de las más caras
virtudes castrenses características de los hombres que como él, a fuerza de coraje. En 1836, con motivo de la sucesión de su
padre Ventura López Camelo recibió en herencia una estancia en el Partido de
Pilar, que constituyó el único bien que dejó a su muerte y la mejor muestra de
su característico desinterés. Si bien
nos ha sido imposible determinar con precisión cuáles fueron las actividades
cumplidas por el capitán López en sus últimos años de vida, todo nos permite
apreciar que ellas tuvieron como escenario su terruño natal, lugar en donde
falleció Fallecido
el 23 de julio 1836 - Buenos Aires , a la edad de 65 años, recibiendo cristiana sepultura en el cementerio de la iglesia
parroquial del Pilar, el 28 del mes citado.
De su matrimonio con doña Wanda Rodríguez
nacieron 14 hijos. El menor, llamado Lorenzo, igual que su padre, ha pasado a
la historia por la actuación que le cupo en la jornada del 3 de febrero de 1852,
en la que el Ejército Traidor, a las órdenes de Urquiza, derrotó a las fuerzas
de la Confederación Argentina. En
efecto, al retirarse Rosas del campo de batalla lo hizo en compañía de su
asistente Lorenzo López, hijo, con quien, después de redactar su renuncia a la
Legislatura, cambió la gorra y el poncho para encaminarse a la casa del
Encargado de Negocios de Gran Bretaña. López, conduciendo el caballo “Victoria, que
montara el Gobernador depuesto, el sable, la gorra y el poncho de aquél, se
dirigió a la residencia de San Benito de Palermo, donde arribó entre las 16 y
las 17 horas, para informar de los sucesos del día a Manuelita Rosas.
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