Rosas

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sábado, 15 de septiembre de 2018

ERNESTO QUESADA (1858-1934)

Por José Luis Muñoz Azpiri (H)
El 1° de junio de 1858, hace ya 160 años, nacía en Buenos Aires, Ernesto Ángel Quesada –conocido como Ernesto Quesada– hijo del escritor y diplomático Vicente Gaspar Quesada, de quien recibió notable influencia en su amplia y rica formación intelectual, convirtiéndose así en uno de los más brillantes intelectuales de su época, la llamada generación del 80.  En 1872, su padre por entonces Director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires –antecesora de la Biblioteca Nacional– pidió licencia a fin de poder viajar a Europa con su hijo para ocuparse de su educación.
En este primer viaje al viejo continente, en los años 1873 y 1874, Ernesto estudió en un instituto en Sajonia, regresando a Buenos Aires en 1875 donde continuó su formación en el Colegio Nacional de Buenos Aires, recibiéndose de Bachiller.  En los años siguientes fue ayudante de bibliotecario en la biblioteca del cual su padre era director y participó en círculos literarios. Siendo muy joven, en 1878 escribió su primer libro “La sociedad romana en el primer siglo de nuestra era” y en ese año ingresó en la Facultad de Humanidades y Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires.
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Al año siguiente, suspendió sus estudios y volvió a Europa donde ingresó en las prestigiosas universidades de Leipzig, Berlín y París y a su regreso, continuó sus estudios en la Universidad de Buenos Aires, graduándose de abogado en 1882, con una tesis sobre el Régimen de Quiebras.
Al año siguiente se casó con Eleonora Pacheco Bunge, nieta del general Ángel Pacheco.
Fue una persona de una vasta cultura habiendo escrito más de 600 libros, artículos, novelas, publicaciones periodísticas, que versan sobre distintos temas: sociales, políticos, jurídicos, históricos, entre otros.
Fue abogado, Juez y Fiscal de la Cámara de Apelaciones de la Capital. En 1880 fue designado profesor de Literatura extranjera en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde dictó clases durante cuatro años.
Se desempeñó como profesor de Economía Política de la Universidad de la Plata, además de ser el iniciador de los cursos de la primera cátedra de sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, por lo que se lo considera como principal promotor y primer titular, siendo gran defensor de esta disciplina como ciencia autónoma, también fue presidente de la Academia de Filosofía y Letras; en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires fue profesor de Legislación y Tratados Internacionales, llegando a ser Decano e integrante del cuerpo Académico.
Fue cofundador de la Academia Argentina de la Lengua y miembro Correspondiente de la Real Academia Española.
Integró asimismo diversas Instituciones y Academias de historia, lengua, jurídicas, de España, Chile, Brasil, Uruguay, Estados Unidos, Alemania.
También se desempeñó en la diplomacia en diversos cargos y destinos. Se destacó también como viajero incansable.
Fue intendente en el Partido de General Sarmiento.
En España recibió la Orden de Isabel la Católica, como así también distinciones en otros países.
Intervino en diversos Congresos que se desarrollaron en diversos países.
Desengañado, por la poca consideración que se le tenía en su propio país, decidió retirarse a Europa con su segunda esposa, una periodista y escritora alemana, radicándose en Suiza en 1928 o 1929, donde falleció el 7 de febrero de 1934.
Llegó a poseer una biblioteca de más de 60.000 volúmenes propios y heredados de su padre y cerca de 18.000 manuscritos. Después de ofrecer tan valioso material a la Universidad de Buenos Aires para que tomara a su cargo la “Biblioteca y el Museo Quesada” y no encontrando en las autoridades de nuestro país un real interés en todo ese rico material, decidió donarlo a la Universidad de Berlín, la que creó en 1930 el “Ibero-Amerikanische Institut”, para contener tan importante acervo cultural. Parte de esa colección se perdió durante la segunda guerra mundial.
Una revista muy importante de aquella época “Caras y Caretas”, en su edición N° 1846 del 17 de febrero de 1834, así recordaba a Ernesto Quesada, con motivo de su fallecimiento ocurrido pocos días antes:
“Ha muerto el doctor Ernesto Quesada, una vida dedicada por entero a la pluma, al libro y a la cátedra. Hijo de don Vicente Quesada, heredó de su progenitor su amor por las letras y, después de la obtención del título de doctor en derecho y ciencias sociales, preocupóse en acrecentar el material de cultura que había recibido con orgullo de bibliófilo…Entre nosotros su figura era bien conocida en los círculos universitarios e intelectuales, por su actividad incansable, y en las aulas estudiantiles y en los salones de conferencias, los más variados auditorios supieron estimar su erudición, su tenacidad laboriosa y su sentido crítico. Su biblioteca, que donara hace algunos años a Alemania, era la más rica de las particulares del país y la prueba más elocuente de su personalidad de estudioso y de escritor infatigable”.
Quesada y la historia
En su primer viaje a Europa, los Quesada tuvieron la oportunidad de visitar en su chacra en Swathling, cerca de Southampton a Juan Manuel de Rosas en febrero de 1873 y tambiéna la hija de José de San Martín, radicada en París.
En esa visita al exiliado exgobernante argentino, el joven Quesada contaba solo con 14 años y presenció la conversación que su padre mantuvo con el “tirano” Rosas, tomando apuntes sobre lo hablado, que años más tarde le permitió reconstruir todo lo allí dialogado y las interesantes opiniones de Rosas, sobre su persona y su actuación al frente de su gobierno (ER N° 44). Los Quesada provenían de familia unitaria, no obstante y por encontrarse cerca de donde residía Rosas decidieron visitarlo, aclarando también que éste en su exilio, recibía a todos aquellos que quisieran conocerlo, no haciendo distinción por su pertenencia política.
Años después, fallecido Rosas en el exilio el 14 de marzo de 1877, sus familiares anoticiados de ese deceso, quisieron hacerle un funeral en su memoria en Buenos Aires, el que fue prohibido por las autoridades de la ciudad, suscribiendo Vicente G. Quesada como ministro de gobierno, el decreto respectivo.
Diez años después de haber presenciado la charla entre Rosas y su padre, su casamiento en 1883 con la nieta del general Ángel Pacheco, personaje éste importantísimo en la historia, ya que fue oficial del ejército sanmartiniano y uno de los principales generales de la Confederación Argentina, le permitió a Quesada acceder a los archivos historiográficos atesorados por esa familia, que incluían no solo todo lo referente al ámbito familiar y al General Pacheco en lo que hacía a su actuación como militar, sino también los archivos de Juan Lavalle y Gregorio Aráoz de Lamadrid, que se les habían tomado a estos generales unitarios después de ser vencidos en las batallas de Quebracho Herrado y Rodeo del Medio respectivamente.
Aquella charla que había presenciado en su juventud y la documentación que llegó a sus manos a través de su esposa años después, evidentemente influyeron en el pensamiento de Ernesto Quesada, diferenciándose del que su padre tenía sobre el exgobernante porteño. El estudio de esa documentación fehaciente, le permitió tener una visión más objetiva de la historia pasada.
Así en el año 1898, publicó su libro “La época de Rosas: su verdadero carácter histórico”, que es considerada su obra más importante y reconocida como tal. Fue un libro revolucionario y también transgresor para la época. En ese momento era difícil defender y justificar la actuación y el gobierno de Rosas, pues era ir contra la corriente, por lo que se necesitaba mucha valentía y convicción para defender esa posición. Por ello, es considerado como uno de los padres de la corriente revisionista en la historia argentina y muchos intelectuales de aquella época lo consideraron un historiador “federal”.
Su obra, producto de una tarea patriótica y de honestidad intelectual, tiene bases sólidas, sin embargo en su tiempo fue ignorado y dejado de lado por “rosista”. En ella hizo un estudio de éste hombre público, del medio y de la época en la que le tocó gobernar, comparándola y haciendo un paralelo con la del rey francés Luis XI –artífice de la unidad de Francia y del fortalecimiento de la corona– y de Felipe II de España.
Para Quesada, la época y la sociedad lo hicieron a Rosas y también lo explicaron. Así, Rosas es el producto de la sociedad y de una época. El libro como años antes había sucedido con la obra publicada por Adolfo Saldías “Historia de Rozas y su época“, hirió la sensibilidad de gran parte por no decir la casi totalidad de la intelectualidad de aquél entonces que seguía considerando a Rosas como un tirano y opresor.
Retrato literario de Rosas.
Del Rosas octogenario tenemos también una breve descripción, escrita por Ernesto Quesada, quien, junto con su padre Vicente G. Quesada, visitó al desterrado en febrero de 1873. Tenía Ernesto apenas catorce años de edad y conservó de la entrevista un apunte juvenil que dio a conocer medio siglo después de conocer a Rosas.
"Rosas residía todo el año - escribe - en su chacra, que tenia una treintena de cuadras y en la que cuidaba animales, viviendo del producto de la modesta explotación granjera; su casa se componía de unos ranchos criollos grandes, con su alero típico; y el aspecto de todo era el de una pequeña estancia argentina."
Viene luego el recuerdo del personaje:
"La única criada inglesa que le atendía nos introdujo a una pieza donde tenía estantes atiborrados de papeles y una mesa grande; allí acostumbraba a trabajar después de recorrer la chacra a caballo.
Era entonces aquel octogenario un hombre todavía hermoso y de aspecto imponente; cultísimo en sus maneras; el ambiente modesto de la casa en nada amenguaba su aire de gran señor, heredado de sus mayores. La conversación fue animada e interesantísima, y, como era de esperar, concluyó por referirse a su largo gobierno”.
Ernesto Quesada redactó sus apuntes al regreso al hotel de Southampton, a pedido de su padre...
Rosas y el cuadernito de la Constitucion
Tanto en su época como posteriormente, y por distintos historiadores, a Rosas se le recriminó “no haber querido constituir el país” y haberse negado a dictar una constitución. Rosas si embargo pensaba antes debía organizarse bajo el “Pacto Federal” y recién cuando el país este libre de conflictos internos y dictadas las leyes provinciales, recién entonces dictar la Constitución Nacional. Sin esas condiciones previas, de nada serviría dictar “un cuadernito”. Para muchos eso solo era “una excusa del dictador”.
En febrero de 1873, Vicente G. Quesada y su hijo Ernesto visitan a Rosas en su destierro inglés. En la ocasión, esto es, veintiún años después de la batalla de Caseros, Rosas pasa revista a su gestión de gobierno y reitera su concepción del gobierno autocrático, de fuerza y paternal.
“Señor –le dijo de repente mi padre-, celebro muy especial esta visita y no desearía retirarme sin pedirle que satisfaga una natural curiosidad respecto de algo que nunca pude explicarme con acierto. Mi pregunta es esta; desde que usted, en su largo gobierno dominó al país por completo, ¿Por qué no lo constituyó usted cuando eso le hubiera sido tan fácil, y sea dentro o afuera del territorio, habría podido entonces contemplar satisfecho su obra con el aplauso de amigos y enemigos?
-Ah!- replico Rosas, poniéndose súbitamente grave y dejando de sonreír- lo he explicado ya en mi carta a Quiroga.
Esa fue mi ambición, pero gasté mi vida y mi energía sin poderla realizar. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre si, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido en un verdadero caos, con la subversión mas completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos; un infierno en miniatura.
La provincia de Buenos Aires tenia, con todo, un sedimento serio de personal de gobierno y de hábitos ordenados, me propuse reorganizar la administración, consolidar la situación económica, y poco a poco, ver que las demás provincias hicieran lo mismo. Si el partido unitario me hubiera dejado respirar, no dudo de que, en poco tiempo, hubiera llevado el país hasta su completa normalización; pero no fue ello posible, porque la conspiración era permanente y en los países limítrofes los emigrados organizaban constantemente invasiones. Fue así como todo mi gobierno se pasó en defenderme de esas conspiraciones, de esas invasiones y de las intervenciones navales extranjeras; eso insumido los recursos y me impidió reducir los caudillos del interior a un papel más normal y tranquilo. Además, los hábitos de anarquía, desarrollados en veinte años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día.
Todas las constituciones que se habían dictado eran de carácter unitario. Pero el reproche de no haber dado al país una constitución, me pareció siempre fútil porque no basta dictar “un cuadernito”, como decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades; es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso sino el reflejo exacto de la situación del país.
Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se requiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios; si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de “constitución”, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca”. (JM Rosas)

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