por Roberto Bardini
Muchos detractores de Federico Pinedo, jefe del bloque de Senadores del PRO,
sacaron a relucir recientemente la línea genealógica del político. No sólo
la que conduce directamente a su madre, sino también la que lleva a su
bisabuelo y abuelo, dos conservadores también llamados Federico Pinedo.
El primero fue intendente de Buenos Aires en 1893 y ministro de Justicia e
Instrucción Pública en 1906. El segundo, un extraño socialista pro
británico, fue ministro de Economía en 1933, 1940 y 1962 bajo tres
presidentes de triste recuerdo: Agustín P. Justo, Ramón Castillo y José
María Guido. El general Justo y el conservador Castillo son figuras
centrales de la llamada “década infame” (1930-1943), una etapa de fraudes
electorales, corrupción política y orientaciones económicas del Reino Unido,
que se benefició con las exportaciones de carne argentina, la concesión de
todo el transporte público y la creación de un Banco Central diseñado en
Londres.
No obstante, sus descalificadores olvidaron mencionar a un ancestro cuya
trascendencia posiblemente supere a todos los Pinedo hasta ahora conocidos.
Se trata del cauteloso lobo de mar que en 1833 entregó las Islas Malvinas a
Gran Bretaña sin disparar un tiro.
Fue durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Por orden del Restaurador,
el 10 de septiembre de 1832 el Ministerio de Guerra y Marina designa
provisoriamente como comandante civil y militar de las Malvinas al mayor de
artillería Juan Esteban Mestivier. El grado equivale al actual de mayor; es
decir, pertenece al escalafón de oficiales. Mestivier tiene dos años de
casado con Gertrudis Sánchez, una porteña de 22 años, que está embarazada.
Quince días después, la goleta de guerra Sarandí, a las órdenes del teniente
coronel de marina José María Pinedo, de 38 años, parte hacia las islas con
Mestivier, su joven esposa y 25 soldados del Regimiento Patricios al mando
del teniente primero José Gomila. Pinedo, hijo y hermano de militares, ha ingresado a la marina en marzo de
1816, a la edad de 20 años, mientras el país luchaba por su independencia.
Durante la guerra con Brasil, la goleta Sarandí ha sido una de las naves más
heroicas bajo el mando del almirante Guillermo Brown. Las instrucciones que lleva Pinedo, firmadas por el ministro de Guerra y
Marina, Juan Ramón Balcarce, son claras: “El comandante de la goleta Sarandí
guardará la mayor circunspección con los buques de guerra extranjeros, no
los insultará jamás; mas en el caso de ser atropellado violentamente [...]
deberá defenderse de cualquier superioridad de que fuere atacado con el
mayor valor, nunca se rendirá a fuerzas superiores sin cubrirse de gloria en
su gallarda resistencia […y] no podrá retirarse de las islas Malvinas
mientras no le fuera orden competente para efectuarlo”.
Dos meses más tarde, los acontecimientos demostrarán que Pinedo no estaba a
la altura de las instrucciones.
La expedición arriba a Puerto Soledad el 7 de octubre. Pinedo sale a
recorrer en su goleta las costas de las islas y regresa el 30 de diciembre,
con la idea de festejar el nuevo año en tierra. El oficial se encuentra con
un desastre: un ex esclavo negro que revistaba en el Regimiento Patricios,
Manuel Sáenz Valiente, y seis soldados se han amotinado y asesinado al
sargento mayor Mestivier, mientras Gertrudis Sánchez daba a luz. Los
insubordinados también mataron a un comerciante y a su mujer, robaron
caballos y huyeron al campo. El ayudante mayor Gomila no sólo no intervino
sino que obligó a la viuda de Mestivier a convivir con él. Con ayuda de los
peones malvineros y la tripulación de un barco francés, Pinedo encarcela a
los insurrectos. Los mortificados colonos de la isla celebran el Año Nuevo quizá con la
esperanza de un futuro de paz y prosperidad. Pero el drama recién comienza.
El 2 de enero de 1833 llega la fragata de guerra inglesa Clio, al mando del
capitán John James Onslow, de apenas 23 años de edad e hijo de un almirante
de la Corona. El marino le comunica a Pinedo que tiene orden de ocupar el
archipiélago en nombre de Gran Bretaña y le da plazo hasta el día siguiente
para arriar la bandera argentina y retirarse.
Pinedo, quien seguramente era un lobo de mar muy prudente, considera que no
tiene ninguna posibilidad de enfrentarse a la Clio. Al mañana siguiente
ordena a sus hombres que embarquen y ofrece trasladar a Buenos Aires a los
pobladores que quieran abandonar Puerto Soledad. La mayoría comienza a
preparar su equipaje. Antes de abandonar ese territorio que le resulta tan
hostil, el cauto hombre de armas redacta un documento que nombra “comandante
político y militar” de las Islas Malvinas al capataz “Juan Simón”. Se trata
de Jean Simon, que, además de francés, es analfabeto. A las nueve de la mañana del 3 de enero de 1833, mientras el decidido Onslow
ordena izar la bandera británica en medio de redoble de tambores, el
prudente Pinedo observa la ceremonia desde la Sarandí. Antes de mediodía, un
oficial inglés llega a la goleta con la enseña azul y blanca doblada, y un
mensaje que expresa que las fuerzas de ocupación habían encontrado “esa
bandera extranjera en territorio de Su Majestad”. A las cuatro de la tarde
del día siguiente, el teniente coronel de la marina de guerra argentina
ordena levar anclas y poner rumbo a Buenos Aires a toda velocidad. En Puerto Soledad quedan apenas 26 personas: 21 hombres, tres mujeres y dos
niños. A eso se reduce la población de lo que poco tiempo antes era un
laborioso establecimiento ganadero. El capitán Onslow parte en la fragata Clio el 14 de enero, luego de
encomendar la custodia del pabellón inglés a William Dickson, un irlandés
encargado del almacén de víveres del poblado. La misión de Dickson es
enarbolar la bandera los días domingo y cuando se presenten naves
extranjeras, incluidas las argentinas.
INDULGENCIA MILITAR
Cuando la Sarandí llega a Buenos Aires y Pinedo informa al gobierno, las
autoridades ordenan una investigación y se forma un tribunal militar. Al
concluir el proceso, la sentencia se cumple el 8 de febrero de 1833. El
negro Sáenz Valiente, asesino de Mestivier, es fusilado en la Plaza de Marte
(actual Plaza San Martín, en Retiro) después de amputársele la mano derecha.
Sus seis cómplices también terminan acribillados contra el paredón. Los
siete cadáveres son colgados durante cuatro horas. Otros dos soldados, que
habían profanado el cadáver de Mestivier, fueron condenados a recibir cien y
doscientos palos tras los muros del cuartel. El tribunal militar es mucho más benigno con el teniente primero José Gomila,
a quien le correspondía el mando de la tropa y tenía atribuciones de
vicegobernador de las Malvinas. Lo condena a dos años con media paga en
algún fortín de la provincia de Buenos Aires “a su elección”.
El teniente coronel José María Pinedo declara que sus oficiales y toda la
tripulación, “exceptuando uno, eran ingleses”, que sus instrucciones “le
prohibían hacer fuego a ningún buque de guerra extranjero” y que él era
quien “tenía que romper el fuego con una nación en paz y amistad con la
República Argentina”. El tribunal que lo juzga es indulgente. Lo condena a una suspensión de
cuatro meses sin goce de sueldo, le prohíbe estar al mando de buques y lo
destina al Ejército de tierra. Pero en 1834, ante la falta de oficiales, es
reincorporado a la Marina y destinado a tareas de vigilancia en el Río de la
Plata. Y en la Armada termina su carrera tranquilamente a pesar de sus
reiteradas conductas poco honorables. Siempre logra “zafar” gracias al
prestigio de su valeroso hermano Agustín, quien en 1833 encabezó la llamada
Revolución de los Restauradores y en 1835 había sido designado ministro de
Guerra por Juan Manuel de Rosas.
Pinedo fallece tranquilamente en Buenos Aires en 1885, a los 90 años. A lo
largo del tiempo, los cronistas oficiales irán arreglando de a poco los
detalles de su “gesta” y justificarán su cobarde inacción en las Islas
Malvinas. En 1890, la Marina de Guerra compra en los astilleros británicos
de Yarrow una torpedera de 39 metros de eslora y la bautiza con su nombre. Y
en 1938 también rebautiza como Pinedo a un viejo barreminas adquirido en
Alemania.
Su hermano Agustín no tiene tanta suerte. El 3 de febrero de 1852 muere de
insolación durante la batalla de Caseros.
La Armada de la República Argentina y la Academia Nacional de Historia son
exquisitamente benévolas con los “héroes” de linaje patricio. Y con más
razón cuando sus descendientes terminan emparentados por vía matrimonial
–como es el caso de los Pinedo– con apellidos como Zuberbühler, Rodríguez
Larreta, Álzaga Unzué, Del Pont, Zemborain, Miguens Basavilbaso, Blaquier,
Lanusse.
Nos joden siempre , porque no hemos realizado los cambios fundamentales en lo cultural, que signifiquen exaltar a los patriotas y condenar a los traidores , que no salvaguardan, aún con su vida el honor de la Patria , solo siendo capaces de formar una generación de argentinos orgullosos y valerosos , dispuestos a salvar a la Nación vamos a poider zafar de tanta ignominia , Viva Don Juan Manuel de Rosas y su ejemplo de vida ! ! !
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