por ARNALDO ROSSI
¿Qué quiere decir tradición? Acaso ¿volver los
ojos hacia atrás para contemplar la bondad o maldad de los que se han
ido? Y si ésto es ¿qué sentido tiene emprender tarea semejante? Lo que
importa es el presente y sobre todo el porvenir. "Dejad que los muertos
entierren a los muertos" dice la sentencia evangélica. Lo pasado,
pisado. Ahora a mirar al frente y a reencontrar nos todos los argentinos
en la construcción fraterna de un porvenir venturoso, sin odios, sin
persecuciones, sin rastros de un pasado que más vale olvidar.
"Tradición
no significa que los vivos estén muertos —escribió el bueno de
Chesterton— sino que los muertos están vivos". Y lo peor, o lo mejor de
todo, es que los muertos viven de alguna manera a través de las
costumbres,las ideas, las instituciones. Nos guste o no nos guste.
Parafraseando a Charles Maurras: veinte millones de hombres vivos pesan
sí, pero no más que uno o dos billones de hombres muertos. Estos hombres
muertos se perpetúan a través de una red de hábitos, respetos, modales y
pensamientos que nos son dados casi con la vida y nos informan en toda
nuestra dimensión humana. De modo que la existencia o no de ese pasado
en lo presente y en lo porvenir no depende de nuestra actividad
consciente ni de nuestra voluntad. Nos es dada de antemano, nos nutre,
nos señala unas posibilidades y nos cercena otras. No es posible cerrar
los ojos e indicar que el pasado ni existe, ni debe preocuparnos .Y aún
más imposible es construir un gran país a partir de una mentira o de un
crimen, del cual antes no nos hayamos arrepentido. En la Revolución de Mayo, de la cual en buena parte provenimos, entroncaron dos bandos que no tardaron más que unos días en separarse, bandos que bajo los nombres más diversos han constituido con su lucha el meollo díaléctico de nuestra historia y que se perpetúan hasta la hora presente. Esos
dos bandos, los dos revolucionarios y opositores de la causa realista.,
respondían a dos actitudes espirituales distintas. En el fondo, a dos
posturas religiosas, en el sentido amplio del término. Unos eran los
hombres de las luces y los principios. Tenían sus cabezas recalentadas
por los ecos de las revoluciones europeas. La palabra "libertad", que
aludía a un contenido de contornos ambiguos, arrastraba sin embargo
misteriosas resonancias que atravesaban las clases cultas del país, y
seducían los espíritus. Ideas de constitución, libertad de los pueblos,
civilización progreso, cultura se entrecruzaban hasta formar un tejido
espeso que impedía posar los ojos y enraizar el alma en la realidad telúrica.
Vivían
en el mundo de la Razón, de las ideas: y como el país se resistía a
caber en ellas, ellos prefirieron seguir afirmando su mundo mental, que
fue llamado el de la Civilización, antes que dejarse bañar por la
geografía física y espiritual de la patria, designada con el nombre de
Barbarie. Mientras todo el país, formado en la tradicional escuela
política y española de los cabildos que consolidaban el ámbito de la
libertad y autonomía provincial, de acuerdo con ello exigía a través de
los caudillos el régimen de la federación: ellos, de acuerdo con sus
lecturas y sus ideas, exigían la centralización en un gobierno unitario,
avasallador de la vida de los municipios y provincias. En momentos en que los indios alcanzaban con
sus malones regiones situadas a no más de veinte kilómetros de la
capital, ellos traían el alumbrado a gas y el empedrado; y reunían
diputados impecablemente vestidos de frac y de levita para redactar
constituciones que luego los jefes provinciales iban a desconocer
sistemáticamente. Cuando la Confederación Argentina, conducida por
la mano dura de su encargado de Relaciones Exteriores, enfrentó a
Francia y a Inglaterra que querían imponer la supremacía de su comercio,
ellos prefirieron el destierro en Montevideo financiado por el dinero
de las potencias agresoras, en vez de la muerte tras luchar en la Vuelta
de Obligado, como murieron el veinte de noviembre de 1845,
doscientos cincuenta argentinos cuya valor señaló, en aquel entonces, la
prensa de todo el mundo. Frente a un pueblo que con las primeras
palabras castellanas había aprendido la señal de la cruz y el
padrenuestro, ellos levantaron una política de reforma religiosa,
decidida en las reuniones ocultas de las logias, de modo que <.se
pueblo pudo reunirse para combatirlos alrededor de una bandera montonera
que llevaba inscripto el lema "Religión o Muerte", escogido por
Facundo. José Hernández asistió a la lucha enconada de los dos sectores.
Tenía algo que ver con uno de los bandos por su afición a la lectura,
su origen porteño, los primeros años de instrucción escolar pasados en
la ciudad, su exigencia de una Constitución Nacional que por lo menos durante un tiempo creyó salvadora. Pero
su amor al gaucho y las bajas clases urbanas, una parte de la tradición
familiar, los diez años que vivió dedicado a las tareas del campo y
totalmente apartado de la instrucción libresca por prescripción médica
y, sobre todo, el cariño entrañable hacia la tierra y el espíritu, lo
llevaron a una militancia fervorosa en el partido federal, dentro del
cual luchó sin tregua con las armas o las letras durante todo el
transcurso de su vida aventurera. Su pensamiento político,
como el de San Martín, el de Artigas, el de la última época de Alberdi y
más cercanamente el de Leopoldo Lugones, ha sido dejado de lado. Todos,
y entre ellos Hernández, pertenecen políticamente al sector de los
derrotados oficíales. Carlos Alberto Leuman en la "Idea general de
la vida de José Hernández", que introduce su excelente edición crítica
del Martín Fierro, señala un acontecimiento que, entre tantos, puede ser
tomado como signo. Hernández acababa de publicar "La vuelta de Martín
Fierro" y decidió enviar algunos ejemplares de su poema a ciertas
figuras de trascendencia política, incluso enemigos como Sarmiento y
Mitre. El general porteño recibió un ejemplar con una dedicatoria de su
autor que decía así: "Hace veinticinco años que formo en las filas de
sus adversarios políticos — pocos argentinos pueden decir lo mismo". Y
tras considerar los versos de nuestro poema nacional, Mitre contesta el
envío con una carta crítica donde declara no tomar en cuenta palabras
"que no tienen certificado en la república platónica de las letras".
Tan
apartados de la tierra y el espíritu en lo cultural como en lo
político, nuestras clases llamadas "cultas" dieron la espalda durante
muchos años a Martín Fierro, como siguen dándoselo a José Hernández en
todo lo que no atañe directamente a su labor de poeta.
Un
cuarto de siglo permanecieron sus versos ignorados o despreciados por
quienes sobrado tenían con atender al último grito de la literatura
francesa, hasta que un buen día la historia de Fierro y Cruz derramó su
vida en el alma de Lugones y fue él quien en unas conferencias dadas en
el teatro Odeón, ahuecó su voz para que lo escuchara el país ausente,
alucinado por la fiebre del progreso, y reconoció al poema argentino su
lugar entre las obras épicas de todos los tiempos. Notemos que había
sido precedido por dos grandes españoles: Unamuno y Menéndez Pelayo.
Casi al comenzar este trabajo aludimos a la actual y perpetua agonía en
que vivimos, y fundamentamos la necesidad de recoger reflexivamente un
pasado que encierra las causas de nuestros triunfos^y nuestros fracasos
continuos. Estamos persuadidos que José Hernández, el periodista, el
guerrero, el poeta, el hombre, puede darnos una punta para empezar a
desenredar la madeja presente En su prosa periodística y descuidada,
escritos circunstanciales que aguardan una recopilación, aparecen a
veces junto a la narración apasionada de los hechos, párrafos que
parecen juntar todo el dolor del hombre y de la tierra saqueada. Del
periódico "La Libertad", Buenos Aires, 23 de septiembre de 1875,
transcribimos el siguiente artículo que el propio Hernández tituló "Sr. Sarmiento ¿por qué mataron?"
"Se
pasaron esos tiempos, Sr. Sarniento — y se pasaron para no volver. "Ni
se escribirán más en la prensa "argentina artículos como el que yo
escribí el año 63, ni se causará daño alguno con su reproducción, como
Ud. "pretendió hacerlo el 75. "Esos tiempos se fueron —
llórelos"Ud."Aquellos tiempos pasaron, y lo "bueno es que pasaron para
todos. Pasaron no sólo para mi artículo y los "de su tono, sino
también para aquel l o s que creían granjearse los favores"de la
opinión, y abrirse las puertas del "cielo de la política degollando
federales. "Aquellos tiempos pasaron: ya no "se arrojará a los
adversarios por el balcón como a Benavídez, ni se los matará con sus
hijos en los brazos como "a Virasoro, ni se colocará la cabeza "en un
palo como a Peñaloza. "Aquellos tiempos pasaron; ya no "habrá más
hecatombes sangrientas a "nombre de la libertad . "Esos tiempos no
volverán, porque "no volverán las pasiones que los agitar o n , ni los
hombres que los produje r o n . "De esos hombres uno de los últimos es
el Sr. Sarmiento, que siente "que se vá, y al despedirse quiere hacer "a
la generación actual heredera de los "odios que han agitado su vida,
que "son ingénitos a su naturaleza, y de que "no puede ni quiere
desprenderse. "Ya no hay Benavídes, ni Virasoros, "ni Peñalozas que
asesinar; ya no hay "por consiguiente asesino que condenar. "Ya no es
la época de llevar a las "esposas de los generales cuya cabeza "se había
puesto en un palo, con una "cadena al pie y una escoba en la mano,
"mezclada entre los presidiarios, a ba"rrer las plazas públicas; como se
hizo "en San Juan siendo Ud. gobernador "el año 63 con la infortunada
viuda del "general Peñaloza. "Al término de esas luchas hemos "llegado cada uno con la historia de "nuestros propios hechos. "Pero
por violento que haya sido el "tono de mis escritos en la prensa
periódica en los momentos terribles de "la lucha, ni lágrimas, ni sangre
se han "derramado por mi culpa, y ni viudas, "ni huérfanos han de
maldecirme. "Y Ud. Sr. Sarmiento ¿podría decir lo mismo? El país entero
sabe que no".
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