Rosas

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viernes, 21 de septiembre de 2018

La Tradición y José Hernández

por ARNALDO ROSSI
¿Qué quiere decir tradición? Acaso ¿volver los ojos hacia atrás para contemplar la bondad o maldad de los que se han ido? Y si ésto es ¿qué sentido tiene emprender tarea semejante? Lo que importa es el presente y sobre todo el porvenir.  "Dejad que los muertos entierren a los muertos" dice la sentencia evangélica. Lo pasado, pisado. Ahora a mirar al frente y a reencontrar nos todos los argentinos en la construcción fraterna de un porvenir venturoso, sin odios, sin persecuciones, sin rastros de un pasado que más vale olvidar. Resultado de imagen para hernandez y sarmiento
"Tradición no significa que los vivos estén muertos —escribió el bueno de Chesterton— sino que los muertos están vivos". Y lo peor, o lo mejor de todo, es que los muertos viven de alguna manera a través de las costumbres,las ideas, las instituciones. Nos guste o no nos guste. Parafraseando a Charles Maurras: veinte millones de hombres vivos pesan sí, pero no más que uno o dos billones de hombres muertos. Estos hombres muertos se perpetúan a través de una red de hábitos, respetos, modales y pensamientos que nos son dados casi con la vida y nos informan en toda nuestra dimensión humana. De modo que la existencia o no de ese pasado en lo presente y en lo porvenir no depende de nuestra actividad consciente ni de nuestra voluntad. Nos es dada de antemano, nos nutre, nos señala unas posibilidades y nos cercena otras. No es posible cerrar los ojos e indicar que el pasado ni existe, ni debe preocuparnos .Y aún más imposible es construir un gran país a partir de una mentira o de un crimen, del cual antes no nos hayamos arrepentido.  En la Revolución de Mayo, de la cual en buena parte provenimos, entroncaron dos bandos que no tardaron más que unos días en separarse, bandos que bajo los nombres más diversos han constituido con su lucha el meollo díaléctico de nuestra historia y que se perpetúan hasta la hora presente.  Esos dos bandos, los dos revolucionarios y opositores de la causa realista., respondían a dos actitudes espirituales distintas. En el fondo, a dos posturas religiosas, en el sentido amplio del término. Unos eran los hombres de las luces y los principios. Tenían sus cabezas recalentadas por los ecos de las revoluciones europeas. La palabra "libertad", que aludía a un contenido de contornos ambiguos, arrastraba sin embargo misteriosas resonancias que atravesaban las clases cultas del país, y seducían los espíritus. Ideas de constitución, libertad de los pueblos, civilización progreso, cultura se entrecruzaban hasta formar un tejido espeso que impedía posar los ojos y enraizar el alma en la realidad telúrica.
 Resultado de imagen para hernandez y sarmiento  Vivían en el mundo de la Razón, de las ideas: y como el país se resistía a caber en ellas, ellos prefirieron seguir afirmando su mundo mental, que fue llamado el de la Civilización, antes que dejarse bañar por la geografía física y espiritual de la patria, designada con el nombre de Barbarie.  Mientras todo el país, formado en la tradicional escuela política y española de los cabildos que consolidaban el ámbito de la libertad y autonomía provincial, de acuerdo con ello exigía a través de los caudillos el régimen de la federación: ellos, de acuerdo con sus lecturas y sus ideas, exigían la centralización en un gobierno unitario, avasallador de la vida de los municipios y provincias.  En momentos en que los indios alcanzaban con sus malones regiones situadas a no más de veinte kilómetros de la capital, ellos traían el alumbrado a gas y el empedrado; y reunían diputados impecablemente vestidos de frac y de levita para redactar constituciones que luego los jefes provinciales iban a desconocer sistemáticamente.  Cuando la Confederación Argentina, conducida por la mano dura de su encargado de Relaciones Exteriores, enfrentó a Francia y a Inglaterra que querían imponer la supremacía de su comercio, ellos prefirieron el destierro en Montevideo financiado por el dinero de las potencias agresoras, en vez de la muerte tras luchar en la Vuelta de Obligado, como murieron el veinte de noviembre de 1845, doscientos cincuenta argentinos cuya valor señaló, en aquel entonces, la prensa de todo el mundo.  Frente a un pueblo que con las primeras palabras castellanas había aprendido la señal de la cruz y el padrenuestro, ellos levantaron una política de reforma religiosa, decidida en las reuniones ocultas de las logias, de modo que <.se pueblo pudo reunirse para combatirlos alrededor de una bandera montonera que llevaba inscripto el lema "Religión o Muerte", escogido por Facundo. José Hernández asistió a la lucha enconada de los dos sectores. Tenía algo que ver con uno de los bandos por su afición a la lectura, su origen porteño, los primeros años de instrucción escolar pasados en la ciudad, su exigencia de una Constitución Nacional que por lo menos durante un tiempo creyó salvadora.   Pero su amor al gaucho y las bajas clases urbanas, una parte de la tradición familiar, los diez años que vivió dedicado a las tareas del campo y totalmente apartado de la instrucción libresca por prescripción médica y, sobre todo, el cariño entrañable hacia la tierra y el espíritu, lo llevaron a una militancia fervorosa en el partido federal, dentro del cual luchó sin tregua con las armas o las letras durante todo el transcurso de su vida aventurera.  Su pensamiento político, como el de San Martín, el de Artigas, el de la última época de Alberdi y más cercanamente el de Leopoldo Lugones, ha sido dejado de lado. Todos, y entre ellos Hernández, pertenecen políticamente al sector de los derrotados oficíales.  Carlos Alberto Leuman en la "Idea general de la vida de José Hernández", que introduce su excelente edición crítica del Martín Fierro, señala un acontecimiento que, entre tantos, puede ser tomado como signo.  Hernández acababa de publicar "La vuelta de Martín Fierro" y decidió enviar algunos ejemplares de su poema a ciertas figuras de trascendencia política, incluso enemigos como Sarmiento y Mitre.  El general porteño recibió un ejemplar con una dedicatoria de su autor que decía así: "Hace veinticinco años que formo en las filas de sus adversarios políticos — pocos argentinos pueden decir lo mismo". Y tras considerar los versos de nuestro poema nacional,  Mitre contesta el envío con una carta crítica donde declara no tomar en cuenta palabras "que no tienen certificado en la república platónica de las letras".
Tan apartados de la tierra y el espíritu en lo cultural como en lo político, nuestras clases llamadas "cultas" dieron la espalda durante muchos años a Martín Fierro, como siguen dándoselo a José Hernández en todo lo que no atañe directamente a su labor de poeta. 
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Un cuarto de siglo permanecieron sus versos ignorados o despreciados por quienes sobrado tenían con atender al último grito de la literatura francesa, hasta que un buen día la historia de Fierro y Cruz derramó su vida en el alma de Lugones y fue él quien en unas conferencias dadas en el teatro Odeón, ahuecó su voz para que lo escuchara el país ausente, alucinado por la fiebre del progreso, y reconoció al poema argentino su lugar entre las obras épicas de todos los tiempos. Notemos que había sido precedido por dos grandes españoles: Unamuno y Menéndez Pelayo.  Casi al comenzar este trabajo aludimos a la actual y perpetua agonía en que vivimos, y fundamentamos la necesidad de recoger reflexivamente un pasado que encierra las causas de nuestros triunfos^y nuestros fracasos continuos. Estamos persuadidos que José Hernández, el periodista, el guerrero, el poeta, el hombre, puede darnos una punta para empezar a desenredar la madeja presente  En su prosa periodística y descuidada, escritos circunstanciales que aguardan una recopilación, aparecen a veces junto a la narración apasionada de los hechos, párrafos que parecen juntar todo el dolor del hombre y de la tierra saqueada. Del periódico "La Libertad", Buenos Aires, 23 de septiembre de 1875, transcribimos el siguiente artículo que el propio Hernández tituló "Sr. Sarmiento ¿por qué mataron?"
"Se pasaron esos tiempos, Sr. Sarniento — y se pasaron para no volver. "Ni se escribirán más en la prensa "argentina artículos como el que yo escribí el año 63, ni se causará daño alguno con su reproducción, como Ud. "pretendió hacerlo el 75. "Esos tiempos se fueron — llórelos"Ud."Aquellos tiempos pasaron, y lo "bueno es que pasaron para todos. Pasaron no sólo para mi artículo y los "de su tono, sino también para aquel l o s que creían granjearse los favores"de la opinión, y abrirse las puertas del "cielo de la política degollando federales.  "Aquellos tiempos pasaron: ya no "se arrojará a los adversarios por el balcón como a Benavídez, ni se los matará con sus hijos en los brazos como "a Virasoro, ni se colocará la cabeza "en un palo como a Peñaloza. "Aquellos tiempos pasaron; ya no "habrá más hecatombes sangrientas a "nombre de la libertad . "Esos tiempos no volverán, porque "no volverán las pasiones que los agitar o n , ni los hombres que los produje r o n . "De esos hombres uno de los últimos es el Sr. Sarmiento, que siente "que se vá, y al despedirse quiere hacer "a la generación actual heredera de los "odios que han agitado su vida, que "son ingénitos a su naturaleza, y de que "no puede ni quiere desprenderse.  "Ya no hay Benavídes, ni Virasoros, "ni Peñalozas que asesinar; ya no hay "por consiguiente asesino que condenar.   "Ya no es la época de llevar a las "esposas de los generales cuya cabeza "se había puesto en un palo, con una "cadena al pie y una escoba en la mano, "mezclada entre los presidiarios, a ba"rrer las plazas públicas; como se hizo "en San Juan siendo Ud. gobernador "el año 63 con la infortunada viuda del "general Peñaloza. "Al término de esas luchas hemos "llegado cada uno con la historia de "nuestros propios hechos. "Pero por violento que haya sido el "tono de mis escritos en la prensa periódica en los momentos terribles de "la lucha, ni lágrimas, ni sangre se han "derramado por mi culpa, y ni viudas, "ni huérfanos han de maldecirme. "Y Ud. Sr. Sarmiento ¿podría decir lo mismo? El país entero sabe que no".

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