Rosas

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jueves, 28 de marzo de 2019

Un carácter que se forjó enfrentando todas las adversidades

Por Ignacio Cloppet (*)
En la Argentina del siglo pasado, la mujer tenía un sitio más que relegado. Las únicas que se destacaban, eran las de la alta sociedad y las que pertenecían a las “familias bien”.  Las otras eran ignoradas, sometidas, descartadas. Digamos que la aparición de Eva Duarte de Perón en el escenario público, es un punto de inflexión, un cambio sustancial en la realidad social y política de un país.  Eva Duarte fue una mujer extraordinaria, con sus aciertos y con sus falencias. La verdad es que su imagen traspasó las fronteras de lo imaginable, más bien se convirtió en un mito.
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Es importante destacar y conocer su origen, para entender más cabalmente su conducta en su corta vida. El poeta Bernárdez dice en un verso: “…Lo que el árbol tiene de florido viene de lo que tiene de soterrado…”.
Generalmente, le han achacado que era una mujer pobre, que su familia no tenía recursos y que vivía en las periferias. Esto no es del todo exacto, pues sus orígenes tienen una rica historia y es bueno compartirla. Por su padre, eran vascos de Iparralde, o sea vascos en Francia, con caserío y que gozaban de buena posición. Por su madre, los Ibarguren eran de Egoalde, vascos en España, donde sus ancestros se remontan al siglo XV, destacándose en la vida social y política. Una vez llegados a América, fueron guerreros y pelearon junto al general Oribe en la guerra civil del Uruguay. Por su madre, Evita fue fruto del mestizaje, con ancestros criollos también antiguos, que la emparentaban con uno de los conquistadores de América.  Estos son sus antecedentes familiares. De ahí se entienden algunos rasgos de su enorme personalidad. Una mujer de firme carácter, fuerte, carismática, y por sobre todo de una gran sensibilidad social.
Fue la última hija (la quinta) de la unión de Juan Duarte y de Juana Ibarguren, una de las criadas de una estancia que administraba. Duarte además, tenía su familia legítima en Chivilcoy, fruto de la unión con una prima hermana suya, con la que tuvieron once hijos legítimos.
Cuando Evita fue bautizada en noviembre de 1919, Duarte había enviudado, por lo que la reconoció como su hija en ese acto sacramental. Desde entonces quedó viviendo con su segunda familia en Los Toldos, siendo recordado como un padre presente. A los pocos años, Duarte murió en un accidente, lo que significó que su familia quedara desprotegida.
De esta forma Eva creció, enfrentando adversidades. La pérdida del status, ser hija natural, sufrir privaciones, y con su madre como único sostén. Con mala entraña, hay quienes sostienen que esa situación es la que la transformó en una resentida.
No cabe en Evita ese calificativo. Si algo fue, es una revolucionaria. Su coraje fue reconocido por el Cardenal Roncalli, luego Juan XXIII en Notre Dame cuando Evita le contó su proyecto de ayuda social: “Si de verdad lo va a hacer –le dijo– le recomiendo dos cosas: que prescinda por completo de todo papelerío burocrático, y que se consagre sin límites a su tarea. Señora, siga en su lucha por los pobres. Pero sepa que cuando esa lucha se emprende de veras siempre termina en la cruz”.
A cien años de su nacimiento, hoy la seguimos recordando. Es tiempo tal vez de que haya en nuestro país más mujeres como ella, firmes, de una sola pieza, que formen parte de una Argentina más justa, donde se  descarten discriminaciones.

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