Por Marcelo Gullo
Quizás, el 3 de febrero de 1852, momento histórico en que tuvo lugar la batalla de Caseros -a través de la cual Inglaterra y el Imperio del Brasil, utilizando como mascarón de proa al gobernador de Entre Ríos Justo José de Urquiza, derrotaron a las tropas de la Confederación Argentina- conforme junto al 16 de septiembre de 1956 y, el 24 de marzo de 1976, una de las fechas más negras de la historia argentina. En cada una de esas nefastas fechas fue derrotado el proyecto de construir una patria justa, libre y soberana. En cada una de esas infaustas fechas fue derrotado el proyecto de construir una Argentina industrial.
“Cuando cayó Rosas – afirma Manuel Gálvez- y con él su ley de Aduanas, nuestras industrias se arruinaron. Ya he dicho que solamente en Buenos Aires había ciento seis fábricas y setecientos cuarenta y tres talleres y que la industria del tejido florecía asombrosamente en las provincias. El comercio libre significó la entrada, con insignificantes derechos aduaneros, de los productos manufacturados ingleses, con los que no podían competir los nuestros. Y la industria argentina murió.”
Con la derrota de Juan Manuel de Rosas ocurrida en la batalla de Caseros se instaló en la Argentina un régimen seudo-democrático. Después de Caseros Argentina se transformó una república oligárquica cuyos representantes fueron meros gerentes del imperio británico. “La Argentina –escribe el historiador brasileño Luiz Alberto Moñiz Bandeira- desde la segunda mitad del siglo XIX, se convirtió en una especie de colonia informal de Gran Bretaña, el llamado quinto dominio, ocupando un posición de dependencia para la cual no existía paralelo exacto fuera del imperio.”
Analizando el significado histórico de la derrota de Rosas en la batalla de Caseros, Arturo Jauretche afirma: “Caseros es la victoria de la PATRIA CHICA, con todo lo que representa desde la desmembración geográfica al sometimiento económico y cultural: la historia oficial ha disminuido su carácter de victoria de un ejército y una política extranjera, la de Brasil. Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la confederación significaba un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico, para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la PATRIA GRANDE subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas, que la representaba, y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña, destruyendo al mismo tiempo toda perspectiva futura de reintegración al seno común de los países del antiguo virreinato.”
En la década de 1950, Perón, como escribiendo una amonestación a algunos historiadores que hoy en día, desde el campo nacional y popular, reivindican la figura del general Urquiza, premonitoriamente, sentenció tajantemente:
“Urquiza había de ser el brazo ejecutor de la intriga contra la Patria, asumiendo una actitud que la historia no puede juzgar con indulgencia ni debilidad”. Cuando Urquiza entró a Buenos Aires asesinó a doscientos federales y procedió a colgar sus cuerpos en el bosque de Palermo.
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