Rosas

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domingo, 28 de enero de 2018

Roque Sáenz Peña

Por el Licenciado Carlos Pistelli

Don Roque ha nacido en 1852, en medio de una familia “rosista”. Su vida plagada de aventuras lo lleva en sus años mozos a pelear del lado peruano en la guerra contra Chile por las salitres y la salida al mar boliviana. En Perú le consideran héroe. Recorre Europa y finalmente recae en Argentina donde se pone del lado del juarizmo contra Roca, fundando el “Modernismo”. Ministro en varios congresos “panamericanos”, en su fobia hacia los Estados Unidos y su “América para nosotros, los americanos”, pronunciará su célebre “América para la humanidad”.  Figueroa Alcorta busca presidente. Pudo ser Estanislao Zeballos si hubiera sido más prudente cuando fue su canciller. Cuando los rivales se le adelantan queriéndole imponer candidato, Alcorta recurre a un viejo amigo: don Roque.  Eran viejos juaristas antiroquistas que las tenían todas consigo. Cárcano, Julio Costa, Indalecio Gómez auspician al candidato. Los republicanos, como se llamó el viejo partido mitrista, liderado por Guillermo Udaondo, ex gobernador bonaerense en 1894, y el diario La Nación son crueles con don Roque: “el general peruano” no puede presidir la República.  Figueroa impone todos los recursos presidenciables e interviene los distritos donde la candidatura “no encuentra calor”. Udaondo recorre el país y la propia capital, vitoreado por propios y extraños: Se lo tiene como a un candidato “popular”. Pero el 6 de marzo de 1910, en las elecciones que se elige senador porteño, pierde su candidato inexplicablemente. Decide la “abstención”. El triunfo de don Roque fue canónigo, y un elector amigo votando por otra persona le ahorró el hecho de ser electo de “forma unánime” en el Colegio de Electores. Estuvo cerca de emular al Mitre de 1862.  

Roque Sáenz PeñaSáenz Peña tendrá la chance que Roca le había escamoteado en 1892, cuando haciendo elegir a su padre don Luís, le cortó las piernas.   Formó un primer gabinete de renovación:  .Interior: Indalecio Gómez, salteño y su amigo personal; .Cancillería: Ernesto Bosch, porteño y también su amigo; .Instrucción pública: Juan Mamerto Garro, cordobés, radical “bernardista”, candidato a vicepresidente en 1892.  .Hacienda: José Ma. Rosa, uno de los fundadores del Banco Nación y de brillante desempeño en el 2do gobierno de Roca.  .Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mexía, miembro prominente de la oligarquía, continuaba en el cargo que ocupó con Figueroa, y era amigo de Peña también.  .Agricultura: Eleodoro Lobos, porteño, seguía en la cartera donde tuvo deslucido desempeño.

.Guerra: general Gregorio Vélez, salteño.
.Marina: alte. Juan P. Sáenz Valiente, porteños, estos dos de la confianza del Presidente. Programa de Peña,       El nuevo Presidente proviene del círculo político que reconocía en Carlos Pellegrini a su líder natural. La mirada política de este grupo “progresista” del Régimen, era el que el “Gringo” había expresado en las discusiones de 1906. Había que adecuarse al hecho que los inmigrantes estaban produciendo en el país, y evitar que la nación se desbordara siguiendo a los radicales y a los anarquistas. Dando elecciones libres, le quitarían a Yrigoyen sus mañas, y el pueblo, agradecido, se volcaría al oficialismo.    Sáenz Peña creía, como sus correligionarios Figueroa Alcorta, Ramón Cárcano, Estanislao Zeballos, Indalecio Gómez y Victorino de la Plaza, que Yrigoyen se había ganado el favor popular haciendo el papel de víctima y de perseguido, que en la multitud, siempre genera simpatías. Quitándole los motivos de su retraimiento pondrían al Radicalismo en una difícil disyuntiva.    Pero ante todo, Peña creía que los radicales no eran muchos más que Yrigoyen y su grupezco. Dando la ley electoral que garantice los comicios limpios, el pueblo se volcaría agradecido hacia las eminencias del Régimen, que tanto habían labrado para ubicar al país en el sendero del progreso y las relaciones internacionales. Acaso Yrigoyen mismo pensara similar.    Sáenz Peña asume el 12 de octubre de 1910, en medio del sigilo porque parece que los radicales quieren darle un golpe revolucionario. Ha tenido que reunirse con Yrigoyen asegurándole que la Ley Electoral va ir por los canales ordinarios. Don Hipólito, su amigo de otros tiempos, le ofrece el concurso radical si desaloja a los gobiernos provinciales mediante intervenciones nacionales y ratifique su postura popular. El Presidente prefirió mantener todo como estaba, si íbamos tan bien, y el dirigente radical abandonó la reunión, dando un manifiesto saludando la llegada del nuevo gobierno. Era una tregua en tiempos difíciles,    La gestión de Peña se vio entorpecida por tres hechos: Las vicisitudes del programa electoral, la gran Guerra y la frágil salud del Presidente. La honradez de don Roque acompañó una etapa de crecimiento económico, acompañada por buenos balances del comercio exterior, persiguiendo los episodios de corruptela oficial siempre presentes en los gobiernos del régimen. El descubrimiento del petróleo en 1907 le dio también una chance para definir su nacionalismo económico creando la “Dirección General de Explotación del Petróleo”, antecesora de YPF. Llamó a realizar el tercer censo nacional, y cuatro mil maestros impartían clases a un millón de jóvenes. Pero había algunos rasgos oligárquicos que lo perdían: Su ministro Carlos Saavedra Lamas quiere reformar la política educativa, mandando a los pobres a formarse como obreros especializados y a los hijos de la gente bien a las Universidades para recibirse como profesionales.     Al mismo tiempo, heredaba de la gestión de Figueroa, el conflicto con Brasil propiciado por la torpeza de Zeballos. ¿A quién mando a recomponer relaciones, tomando en cuenta que ‘todos los míos’ son antibrasileros?, se habrá preguntado el Presidente.  Al general Roca. Hondas diferencias los separaban desde siempre, pero en primer lugar estaba la Nación. Y deponiendo viejas querellas, el anciano Zorro se prestó al ofrecimiento presidencial, solucionando un conflicto que pudo empantanar la gestión de Roque. Un aplauso patriótico a ambos.  La ley electoral, El Presidente consiente que deben existir dos grandes partidos, que deben cumplir el papel de oficialismo y oposición, alternándose en el gobierno. Descree del papel de las minorías, no siempre representativos de los intereses generales del país. Para él, los dos grandes partidos sabrán absorber las iniciativas de los pequeños. Se maneja como un Presidente por encima de las diferencias partidarias, por el bien de todos, como decía su querido José Martí. La vía electoral era su obsesión, aunque las eminencias del régimen le hacen la vida imposible:  La oligarquía, fiel a su soberbia social acostumbrada, no quiere darle el brazo a torcer: Al país lo deben gobernar sus mejores pensantes y de alta ubicación social. Cederle el voto a las grandes masas ignorantes e incultas, era poner al país en la senda del desquicio. Lo mismo que se piensa hoy en día, pero por parte de la clase media, que quiere negarle el voto a los negros de las villas, que por el pan y el vino, y algo más también, siempre votan mal. En aquella época, votar mal era votar a Yrigoyen; Hoy al seudo-peronismo que pulula en el país,  Se dirigen despectivamente contra el Radicalismo: “El encumbramiento de la hez y de la chusma, la supremacía de los analfabetos sobre el hombre instruido”; “El imperio de los inferiores con los consecuentes peligros que surgen de sus defectos morales”    Yrigoyen, parece hacerles el juego a los oligarcas. Él era un revolucionario, más que un demócrata en el sentido electoral de la palabra; Se debían remover de su seno, todos los elementos que causaban el pesar de las instituciones constitucionales. Por eso les insiste a Figueroa y a Peña con intervenir armadamente las provincias, llamar a elecciones limpias (que les darían el triunfo a sus correligionarios) y renovar al Estado con la inclusión de las capas medias y populares de la Nación. Peña era reformista, pero no radical. Y si quiere la Reforma Electoral, es porque es un hombre de bien, y confía en que los nuevos y limpios votantes dejarán varado a los radicales para volcarse al Saenzpeñismo. Así los tantos, se fue al Congreso a ratificar sus promesas electorales:    Su ministro del interior, Indalecio Gómez, debe lidiar con el troche y moche de la oligarquía. El diario de los Mitre, La Nación, le hace la vida imposible; La Prensa, órgano liberal y progresista, le da su apoyo desde sus páginas. Saca con lo justo las Leyes de Enrolamiento General y Padrón Electoral. Empiezan los debates por la Ley Electoral, que pretende establecer el voto secreto y obligatorio y la representación de las minorías.     Empiezan los riflazos, Marco A. Avellaneda, pariente del ex presidente, denuncia a la ley como antidemocrática e inconstitucional: “significa una ofrenda de paz a un partido que vive conspirando”. Y no quieren dar el voto obligatorio, prefieren el calificado, que se expresa en la Constitución alberdiana.    Gómez mueve cielo y tierra. Sáenz Peña llama uno por uno a los legisladores amigos, y les obliga a personalizar el voto. El debate se alarga y la barra del Congreso presiona a los que votan en disidencia. Gana el gobierno, y el Presidente podrá decir, con orgullo: La nueva ley aporta dos innovaciones substanciales: la ley incompleta y el voto obligatorio. No nos equivoquemos, sin embargo. Ni la ley, ni el sistema son una finalidad: son apenas un medio. He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera mi pueblo escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario. Quiera votar”. Los radicales se relamen, y el oficialismo se rompe en dos:    Al calor gubernamental, se forma el Saenzpeñismo, conducido por el ministro Gómez, aunque herido de guerra tras los debates. Son los juaristas y pellegrinistas del pasado en el presente. Los ‘roquistas’ se sustentan en las provincias, manteniendo su fortaleza, pero sin dirigentes nacionales de altura. Se habla ya, de las elecciones presidenciales de 1916.  En el Radicalismo,  a oportunidad se presenta plausible para las boinas blancas, pero Yrigoyen se opone. Inexplicablemente, se opone, generando un durísimo debate interior.  No quiere abandonar la abstención, porque el ingreso en el campo electoral, es un truco del Régimen para sobornar el temperamento de los radicales. Pero las mayorías quieren participar en las elecciones porque ven la posibilidad de gobernar y cambiar las cosas desde adentro del sistema. El grupo azul encabezado por Melo, Ortiz, Gallo, Alvear, y conspicuos yrigoyenistas como Caballero, Crotto y otros lo presionan para que acepte. E Yrigoyen acepta, no muy del todo convencido, saliendo en campaña[1]. Sus apariciones, congregan multitudes. Pero él no aparece, y apenas muestra la cara. Es el “escondido”, el animal pampeano oculto de la humanidad: el “Peludo”. El apodo despectivo le quedará para siempre, como mote de guerra.    En Santa Fe, obierna la provincia del Brigadier, el anciano Ignacio Crespo, un hombre de bien, que cede la administración del gabinete en el nieto del fundador provincial, también llamado Estanislao López, y abogado de profesión. Se alineaban con el Saenzpeñismo. Pero los caudillos provinciales del Roquismo, Freyre, Leiva y Echagüe, le hacen la vida imposible desde la legislatura. Crespo clausura ésta, y solicita la intervención nacional. El Presidente nombró a Anacleto Gil interventor y se llamaron a elecciones bajo la vigencia de la nueva ley.   Los radicales, presentan candidatos, recién levantada la abstención. Su fórmula es Menchaca-Caballero, dos médicos de prestigio local. Don Hipólito no confiaba en los radicales de Santa Fe, desaparecidos físicamente los Candiotti, Núñez y Chiozza, sus lugartenientes mejores, y prefería acompañar la candidatura de De la Torre, quien rechazó altivamente. El rosarino de difícil trato, había fundado la Liga del Sur para defender los derechos rosarinos, e iba con fórmula propia a la gobernación. Los roquistas forman el partido de la Coalición. Estanislao López, el Constitucionalista, pero se vuelca a favor de los radicales.  De la Torre denuncia que el interventor violenta la campaña a favor de los radicales. Freyre acompaña su queja. Yrigoyen, en Rosario haciendo campaña, denuncia parecido y al revés. Peña los manda callar cruzándole las denuncias a los tres, aconsejando al interventor Gil no haga lo más perfecto jurídicamente, sino lo más honesto verídicamente. Buena frase que merece mi felicitación al Presidente. Don Lisandro levanta “la bandera de Alem” y de la patria gringa del sur santafesino, que acabará por dar el Grito de Alcorta. Aunque su programa era el mejor de todos, el pueblo santafesino se vuelca masivamente al cuarto oscuro para sostener a los radicales, que deliran de entusiasmo.  Yrigoyen, desahuciado, deja decir Me venció el ensayo y denuncia el comicio como al más indigno de los tiempos (¿?)  En Buenos Aires se deben votar senador y diputados. La Convención Radical porteña le ofrece a don Hipólito las candidaturas que quiera. Pero el “Peludo de calle Brasil” rechaza la distinción, porque las reglas de conducta personal que al respecto he exteriorizado en todas las formas, desde el primer día de la obra a la cual he consagrado la vida le impedían aceptar un cargo para que no se sospechase que su militancia tenía esos móviles. En realidad, se reservaba para el premio mayor.   Elecciones distritales de 1912,  Una semana después de la elección santafesina, y bajo su auspicio, se eligen diputados en Capital, Santa Fe y provincia de Buenos Aires. Además los porteños votaban a un Senador. El roquismo ganó la provincia y los radicales reiteran en Santa Fe,  El país audible y visible espera el ensayo de la política presidencial en la capital, que siempre adelanta lo que pasará en las presidenciales. Las listas porteñas incluyen los nombres más prestigiosos de la política argentina de la historia: acaso en las épocas de Dorrego y Rivadavia; o cuando “crudos” contra “cocidos”; o en los ’90 Alem, del Valle, Mitre y Pellegrini, o la década del ’60 del siglo XX,  la superaban en nombres populares pero ninguna como la de 1912 donde se ponía toda la carne en el asador del pasado, el presente y el futuro:   esulta electo José Camilo Crotto (radical) como Senador Nacional: ¡Desde los tiempos de Alem que los radicales no contaban con uno! Diputados Vicente Gallo, José Luis Cantilo, Delfor del Valle, Luis Rocca, Fernando Saguier, Marcelo Alvear, Ernesto Celesia y Antonio Arraga, por los radicales vencedores; Luís María Drago, el de la Doctrina del mismo nombre, por la Unión Cívica mitrista, Zeballos por el saenzpeñismo, Alfredo Palacios y Juan B. Justo por los socialistas. Las listas estaban integradas también por el escritor Manuel Ugarte, socialista, Honorio Pueyrredón y Octavio Pico, el derechista Manuel Carlés; Mario Bravo, Nicolás Repetto, Enrique Dickmann, Enrique del Valle Ibarlucea, entre los socialistas, que no resultaron electos. a oligarquía va en tropel a quejarse con el Presidente. Que ganasen los radicales, vaya y pase: la mayoría tiene buena alcurnia (Gallo, Alvear, Saguier) pero permitirle a los socialistas inmiscuirse… Sáenz Peña parece darles la razón, porque no culmina el año sin que el oficialismo, con las mañas del pasado, gana el resto del país.   El Congreso se llena de bochinche y se producen los debates parlamentarios más extraordinarios de la Historia Argentina. Y encima, en elecciones complementarias, los socialistas les ganan hasta a los radicales en Capital Federal, el otro senador porteño (Enrique del Valle Ibarlucea a Leopoldo Melo) y suma dos diputados más a su bancada (Nicolás Repetto y Mario Bravo).El país elegante que se hace rico con aroma a bosta se agarra la cabeza. Del Palacio Gubernamental los calman con que nunca la barriada llegará a la Rosada, pero los ricachones están asustadísimos… Ja, ja, ja.[1] Al rosarino Ricardo Caballero, uno de sus pocos amigos, le dirá una de esas verdades maestras de la política: El movimiento de reparación nacional al que ha consagrado sus esfuerzos la UCR, fue concebido para imponerlo y realizarlo por una fuerza selecta y auténticamente argentina. Por eso hemos vivido predicando ese ideal entre grupos escogidos de correligionarios, a los que podríamos haber denominado más bien amigos; cualquier finalidad práctica, cualquier deseo de medro personal, no tenía hasta ayer cabida entre nosotros.Ahora que ustedes han obtenido autorización para concurrir a comicios, transformando la abstención y la conspiración en militancia política, sepan que la manera de actuar es totalmente distinta. La necesidad de triunfar requiere desde luego el número, y no podemos elegir los hombres como lo hemos hecho hasta aquí. Ya no podremos reposar nuestro pensamiento en el regazo de comunes sueños, porque en las reuniones que van a realizarse en adelante, encontraremos hombres movidos por finalidades prácticas, por recónditas ambiciones personales y tendremos que marchas por las calles llevando de un lado al hombre de intención más pura y del otro a algún pillo simulador y despreciable. Esto lo impone, lo exige, la lucha electoral en la que van a mezclarse. Pero no dejen que en las apasionadas luchas de interés, se consuma del todo la idealidad que nos ha mantenido hasta hoy: Trancen lo menos que puedan con la realidad. Con esa claridad meridiana que lo caracterizaba, había dado en la tecla del significado de la militancia política y la contienda electoral.

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