Por el Profesor Jbismarck
"Rivadavia era incapaz de lealtad, honestidad o siquiera buenas maneras en sus relaciones con los hombres que lo rodeaban con quienes estaba obligado a llevar los negocios de la comunidad. Odiaba a los hombres que eran más notables o tenían más éxito que él. No encontraba nada demasiado maligno que decir sobre San Martín y Bolívar." (Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX. H.S.Ferns. p.178)
Bernardo González Rivadabia (con "b" larga), que era su verdadero nombre, aunque el pretendía que lo llamasen como Bernardino Rivadavia o simplemente como "Don Bernardino", sus enemigos que no eran pocos lo llamaban el "Sapo del diluvio". Fue un gobernante nefasto para el Libertador José de San Martín. Éste llega al país en marzo de 1812 y ofrece sus servicios al Primer Triunvirato cuya principal figura era la de Bernardino. Este primer Triunvirato fue cuestionado por la Logia Lautaro (Dirigida por San Martín) y la Sociedad Patriótica (dirigida por Monteagudo).
El 8 de octubre de 1812 un golpe de Estado dirigido por estos Jefes terminará con el “tibio” (por lo patriótico) gobierno de Rivadavia….el encono y la envidia de éste hacia San Martín serán de por vida.
Rivadavia le negará todo recurso a San Martín para la guerra de emancipación. El Libertador formó un ejercito "a pulmón", con mano de obra mendocina que hizo desde los uniformes y la bandera del ejército hasta los cañones en la fragua de Fray Luis Beltrán. El plan libertador de San Martín consistía básicamente en un movimiento de pinzas sobre los españoles, haciéndolo él por mar y que al mismo tiempo un ejercito auxiliar que avance por el norte. Con ese propósito mandó a Gutiérrez de la Fuente para que ofreciera la jefatura a Bustos (de Córdoba) para que forme un ejército con gente de las provincias del interior, y con la ayuda económica de Bs.As (del puerto). Pero Rivadavia estaba más interesado por las reformas burocráticas y las mejoras edilicias que en la suerte del país y del ejercito Libertador, de manera que Gutiérrez de la Fuente se volvió con las manos vacías.
"La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, que los demás no importan" (José de San Martín, al negársele los recursos para la Campaña Libertadora por parte de Rivadavia y Cía.).
Finalmente San Martín no tuvo más remedio que ceder su lugar a Bolívar en Guayaquil para que concluyera la gesta libertadora. Bolívar no era partidario de la segregación del Alto Perú, pero Sucre al mando de Bolívar, formó la "República de Bolivar" (Bolivia) "liberando de argentina" ese territorio.
San Martín dejó Perú, cruzó la cordillera y se recluyó en retiro en su chacra de Coria (Mendoza). Pero ni con eso se conformó Rivadavia, y temeroso de que se designara jefe supremo a San Martín, lo hostilizó de todas maneras El propio San Martín se lo confiesa a O´Higgins en carta del 2º de octubre de 1827:
“...Mi separación voluntaria del Perú parecía me ponía al cubierto de toda sospecha de ambicionar nada sobre las desunidas Provincias del Plata. Confinado en mi hacienda de Mendoza, y sin más relaciones que algunos vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para tranquilizar la desconfiada administración de Buenos Aires; ella me cercó de espías; mi correspondencia era abierta con grosería...”
San Martín decide trasladarse a Buenos Aires a darle el último adiós a su esposa que agonizante reclamaba su asistencia. Pero San Martín debe postergar su viaje ante la certeza de un complot para interceptar su viaje para prenderlo o asesinarlo, y en carta a Guido del 27 de abril de 1828, da cuenta de ello:
“¿Ignora Ud por ventura que en el 23, cuando por ceder a las instancias de mi mujer de venir a Buenos Aires a darle el último adiós, resolví en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron en le camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma administración”.
No obstante la advertencia, San Martín pasa por Bs.As. para irse finalmente el 10 de febrero de 1824 rumbo a Europa. (Remedios habia fallecido en agosto de 1823)
San Martín, le escribe a O´Higgins el 20 de octubre de 1827:
“Me dice Ud. no haber recibido más carta mías; se han extraviado, o mejor dicho se han escamoteado ocho o diez cartas mías que le tengo escritas desde mi salida de América; esto no me sorprende, pues me consta que en todo el tiempo de la administración de Rivadavia mi correspondencia ha sufrido una revista inquisitorial la más completa. Yo he mirado esta conducta con el desprecio que merecen sus autores....ya habrá sabido la renuncia de Rivadavia. Su administración ha sido desastrosa y solo ha contribuido a dividir los ánimos. Yo he rechazado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona. Con un hombre como este al frente de la administración no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra con el Brasil por el convencimiento en que estaba, de que hubieran sido despreciados” San Martín le envía a O´Higgins el 19 de abril de 1829 otra carta, donde le refería el ofrecimiento que le hicieron los unitarios para evitar la guerra civil que ellos mismos provocaron con el salvaje asesinato de Manuel Dorrego:
“...su objeto era que yo me encargase del mando del ejercito y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir por mi parte y el de los demás gobernadores a los autores del 1° de diciembre (asesinato de Dorrego) ...por otra parte los autores del movimiento del 1° de diciembre son Rivadavia y sus satélites y a Ud. le consta los inmensos males que estos hombres han hecho no solo a este país sino al resto a América con su infernal conducta. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario señalarles la diferencia que hay de un hombre de bien, a un malvado...Digo a Ud. en la mía del 5 que para le próximo paquete (paquebote) de mayo me marcharía a Europa, pero lo certificaré en el que sale a fines de éste. Adiós otra vez, por siempre su invariable San Martín”
He aquí el “misterio” del abandono de la Campaña Emancipadora y del Exilio del Libertador….y pensar que Bartolomé Mitre pretendió convertir a Rivadavia en el “Padre de la Patria”….
Bibliografía:
Altamira, Luis Roberto: “San Martín. Sus relaciones con don Bernardino Rivadavia”
Piccinali, Héctor Juan. “San Martín y Rosas”.
Soler Cañas, Luis: “San Martín, Rosas y la falsificación de la Historia”
Sulé Jorge: “La coherencia política de San Martin"
www.lagazeta.com.ar
Rosas
martes, 31 de diciembre de 2013
Pozo de Vargas
Por José María Rosa
El 10 de abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, en el camino apenas saliendo de La Rioja a Catamarca, durante siete horas desde el mediodía hasta el anochecer, se libró la batalla más sangrienta de nuestras guerras civiles.
Los primeros días de abril el ejército “nacional” (mitrista) del Noroeste –reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad y con los cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires- al mando del general liberal Antonio Taboada (del clan familiar unitario de ese apellido que dominó Santiago del Estero durante casi todo el siglo XIX), entró a la ciudad capital de La Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al coronel Felipe Varela a volver al sur para liberarla. Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo. En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada “a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos” en un combate fuera de la ciudad “a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar”. Pero el general no era ningún caballero y no respondió. Ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas, una hondonada de donde se sacaba barro para ladrillos, en el camino por donde venían las montoneras. El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a todo galope y sin descanso. Mientras, los “nacionales” habían destruido los jagüeles del camino, dejando solamente al de Vargas, a la entrada misma de la ciudad, a un par de kilómetros del centro. Taboada les dejará el pozo de agua como cebo, disimulando en su torno los cañones y rifles; sus soldados eran menos que los guerrilleros, pero la superioridad de armamento y posición era enorme.
En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo (“tres soldados sofocados por el calor, por el polvo y el cansancio expiraron de sed en el camino”), y fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada. En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército –que hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban- se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz pero todos la conocían como “la Tigra”. En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte.
Al atardecer de ese trágico día de otoño se dieron las últimas y desesperadas cargas, y con ellas se terminaron de hundir todas las esperanzas de un levantamiento federal del interior en favor de la nación paraguaya de Francisco Solano López y la “guerra de la Unión Americana”. Con un puñado de sobrevivientes apenas, Felipe Varela dio la orden de retirada, diciendo –despechado- al volver las bridas: “¡Otra cosa sería / armas iguales!”. La retirada se hizo en orden: Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos. Pero del aguerrido y heroico ejército de 5.000 gauchos que llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres la noche de ese dramático 10 de abril de 1867. Los demás han muerto, fueron heridos o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal. Pero Taboada también había pagado su precio: “La posición del ejército nacional –informa a Mitre- es muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus pérdidas”. En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.
Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y los razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura. Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de resolver entuertos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría por los llanos. Varela era estanciero en Guandacol y coronel de la nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también general de la nación) se lo había borrado del cuadro de jefes. No le importó: siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran “bandolero”, igual que a Peñaloza.
La muerte del Chacho lo arrojó al exilio en Chile. Allí leyó dolido sobre la iniciación de la impopular guerra al Paraguay. Además, presenció el bombardeo de Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez, y se enteró con indignación que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del antiamericanismo del gobierno de su país. Pero cuando conoció en 1866 el texto infame del Tratado de la Triple Alianza (revelado desde Londres), no lo pensó dos veces. Dio orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos fusiles Enfield y dos cañoncitos (los “bocones” los llamará) del deshecho militar chileno. Equipó con ellos a unos cuantos exiliados argentinos y esperaron el buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando se hizo practicable, al principio del verano, retornó a la patria mientras la noticia de Curupaytí con sus 10.000 bajas sacudía a todo el país. Como la plata no le daba para contratar artilleros, los bocones apuntarían al tanteo, pero Varela no reparaba en esas cosas. En lo que sí gastó su dinero fue también en ¡una banda de músicos!, para amenizar el cruce de la cordillera y alentar las cargas futuras de su “ejército”. Esa banda crearía la zamba, la canción épica de la “Unión Americana” en sus entreveros, la más popular de las músicas del Noroeste argentino.
A mediados de enero está en Jáchal, San Juan, que será el centro de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel con dos batallones de cien plazas, sus dos bocones y su banda de música corrió como el rayo por los contrafuertes andinos. Cientos, y luego miles de gauchos de San Juan, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba sacaron de su escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia, ensillaron el mejor caballo y, con otro de la brida, galoparon hacia el estandarte de enganche. A los quince días el coronel contaba más de 4.000 plazas con apenas 100 carabinas. No hay uniformes, ni falta que hacen: la camiseta de frisa colorada es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado con ancha divisa roja (“¡Viva la Unión Americana! ¡Mueran los negreros traidores a la patria!”) protege del sol de la precordillera. A veces la divisa se ciñe como una vincha sobre la frente, evitando que la tupida melena caiga sobre los ojos. Y, ¡cosa notable!, hay una disciplina inflexible: un soldado de la Unión Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento y obediencia. Por las tardes, Varela les leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la República:
“¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupaytí. Nuestra nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.
“Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre.
“¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y es tiempo de contener!
“¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lágrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!
“Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas.
“¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará el enemigo. Allí os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte vuestro jefe y amigo, el coronel Felipe Varela”.
Un día llega a los fogones de Jáchal donde se preparaba el ejército nada menos que Francisco Clavero, a quien se tenía por muerto desde las guerras del Chacho cuatro años atrás. Antiguo granadero de San Martín en Chile y el Perú, era sargento al concluir la guerra de la Independencia. Integrará bajo Rosas las guarniciones de fronteras donde su coraje y comportamiento lo hacen mayor. Don Juan Manuel lo llevará mas tarde al regimiento escolta con el grado de teniente coronel. Asiste a la batalla de Caseros –del lado argentino- y será con el coronel Chilavert el último en batirse contra la división brasileña del marqués de Souza. Urquiza, que prefería rodearse de federales antes que de unitarios, después de Caseros no admite su solicitud de baja y en 1853 estará a su lado en el sitio de Buenos Aires. Con las charreteras de coronel otorgadas por Urquiza combate en el Pocito contra los “salvajes unitarios” y fusila al gobernador Aberastain después de la batalla. Cuando llegan las horas tristes de Pavón debe escapar a Chile perseguido por la ira de Sarmiento, pero vuelve para ponerse a las órdenes del Chacho. Herido gravemente en Caucete, cae en poder de los “nacionales” que lo han condenado a muerte y tienen pregonada su cabeza. Sarmiento, director de la guerra, ordena su fusilamiento, que no llega a cumplirse por uno de esos imponderables del destino: un jefe “nacional” cuyo nombre no se ha conservado, compadecido del pobre Clavero, lo remite con nombre supuesto entre los heridos nacionales al hospital de hombres de Buenos Aires e informa al implacable director de la guerra que la sentencia “debe haberse ejecutado” porque el coronel “no se encuentra entre los prisioneros”.
Un milagro de su físico y de la incipiente ciencia quirúrgica le salva la vida en el hospital. No obstante faltarle un brazo y tener un parche de gutapercha en la bóveda craneana, abandona el hospital cuando llegan a Buenos Aires las noticias del levantamiento del norte. El viejo sargento de San Martín consigue llegar al campamento de Varela, donde todos lo tenían por muerto; se dice que, sin darse a conocer entre la tropa –donde su nombre tenía repercusión de leyenda- se acercó a un fogón, tomó una guitarra y punteando con su única mano cantó
“Dicen que Clavero ha muerto,
y en San Juan es sepultado.
No lo lloren a Clavero,
Clavero ha resucitado”
El entusiasmo de los gauchos fue estruendoso, tanto que sus ecos retumbaron en Buenos Aires, donde los diarios se preguntaban por qué no se cumplió la sentencia contra el coronel federal, y quién era responsable por no haberlo hecho. La noticia de la resurrección de Clavero llegó hasta Inglaterra, donde Rosas, viejo y pobre pero nunca amargado ni ausente de lo que ocurría en su patria, seguía con atención la “guerra de los salvajes unitarios contra el Paraguay” y llegó a esperar que fuera realidad la unión de los pueblos hispánicos “contra los enemigos de la causa americana”. El 7 de marzo de 1867 escribe a su corresponsal y amiga Josefa Gómez (otra ferviente paraguayista), en una carta que se guarda en el Archivo General de la Nación: “Al coronel Clavero, si lo ve V., dígale que no lo he olvidado ni lo olvidaré jamás. Que Dios ha de premiar la virtud de su fidelidad”.
Pero volvamos al Quijote de los Andes, que después del desastre de Pozo de Vargas no se siente vencido. Entra a Jáchal entre el repique de las campanas y el júbilo del pueblo entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los dispersos que llegan de todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por los llanos. En los altos de la marcha, los sobrevivientes cantan la letra original de la zamba de Vargas.
Los “nacionales” vienen
¡Pozo de Vargas!
tienen cañones y tienen
las uñas largas.
¡A la carga muchachos,
tengamos fama!
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela,
qué bien pelean sus tropas
en la humareda.
¡Otra cosa sería
armas iguales!
Luego el ejército mitrista se apropiaría de esa música (como se apropiaría de tantas cosas) y le cambiaría la letra a la zamba de Vargas.
El coronel es baqueano de la cordillera. Deja la villa y por escondidos senderos se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más inesperados. Es una guerra de recursos, difícil, pero la única posible cuando no se tienen armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá. Como un puma se desliza entre sus perseguidores. No se sabe donde está. Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. No es posible arrearse maneado un contingente de “voluntarios” para la guerra del Paraguay, porque los jefes “nacionales” siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en libertad a los forzados como hizo el otro Quijote, el de la Mancha, con los galeotes. Pero estos no le pagarán a pedrada limpia, sino que se le unen para seguir la lucha imposible por la alianza con las repúblicas de la misma sangre. Cuerpeando las divisiones nacionales, Varela se desliza por los pasos misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y se lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera con mil guerrilleros, esquiva a los “nacionales” que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta donde espera proveerse de armas y alimentos. Toma la ciudad por una hora escasa (aunque los defensores contaban con 225 entre escopetas y rifles contra 40 de las montoneras). De allí siguió a Jujuy y por la quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Melgarejo –en ese momento simpatizante del Paraguay- le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.
Cuando Mitre terminó su presidencia y lo reemplaza el candidato opositor Sarmiento (si bien era el máximo culpable de la muerte del Chacho –o tal vez por eso- con el apoyo electoral de Urquiza), se esperó por un momento que terminase la guerra con Paraguay. No hubo tal cosa, y eso decide el regreso de Varela. (También que Melgarejo ha cambiado de opinión y ahora está muy amigo de Brasil). El coronel, con escasos seguidores y sin armas de fuego, toma el camino de Antofagasta. Su hueste no alcanza a cien gauchos. La “invasión” amedrenta en Buenos Aires, que manda al general Rivas, al coronel Julio A. Roca y a Navarro a acabar definitivamente con el ejército gaucho. No tremolará mucho tiempo el estandarte de la Unión Americana en la puna de Atacama. Basta un piquete de línea para abatirlo en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869. Los dispersos intentan volver a Bolivia, pero Melgarejo lo impide.
Toman entonces el camino de Chile. Dada la fama del caudillo, el gobierno chileno manda un buque de guerra para desarmar al “ejército”. Encuentran un enfermo de tuberculosis avanzada y dos docenas de gauchos desarrapados y famélicos. Les quitan las mulas y los facones y los tienen internados un tiempo. Después los sueltan, vista su absoluta falta de peligro. Varela se instala en Copiapó, donde morirá el 4 de junio de ese año. “Muere en la miseria –informará el embajador Félix Frías al gobierno argentino- legando a su familia que vive en Guandacol, La Rioja, sólo sus fatales antecedentes”.
Pero también debemos decir que Felipe Varela nos dejó a los argentinos –además de su magistral legado de hombría de bien, dignidad y coraje- una creación esencial de nuestro patrimonio cultural, al traer la zamacueca chilena que tocaban los músicos para distraer los ocios y entonar el combate de sus montoneras. Tal vez la tierra argentina y el acento del canto de los gauchos hizo mucho más lánguidos sus compases. Lo cierto es que en los fogones de Jáchal y en los llanos riojanos nacerá la zamba, que rápidamente se extenderá por toda la región.
El 10 de abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, en el camino apenas saliendo de La Rioja a Catamarca, durante siete horas desde el mediodía hasta el anochecer, se libró la batalla más sangrienta de nuestras guerras civiles.
Los primeros días de abril el ejército “nacional” (mitrista) del Noroeste –reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad y con los cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires- al mando del general liberal Antonio Taboada (del clan familiar unitario de ese apellido que dominó Santiago del Estero durante casi todo el siglo XIX), entró a la ciudad capital de La Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al coronel Felipe Varela a volver al sur para liberarla. Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo. En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada “a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos” en un combate fuera de la ciudad “a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar”. Pero el general no era ningún caballero y no respondió. Ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas, una hondonada de donde se sacaba barro para ladrillos, en el camino por donde venían las montoneras. El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a todo galope y sin descanso. Mientras, los “nacionales” habían destruido los jagüeles del camino, dejando solamente al de Vargas, a la entrada misma de la ciudad, a un par de kilómetros del centro. Taboada les dejará el pozo de agua como cebo, disimulando en su torno los cañones y rifles; sus soldados eran menos que los guerrilleros, pero la superioridad de armamento y posición era enorme.
En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo (“tres soldados sofocados por el calor, por el polvo y el cansancio expiraron de sed en el camino”), y fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada. En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército –que hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban- se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz pero todos la conocían como “la Tigra”. En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte.
Al atardecer de ese trágico día de otoño se dieron las últimas y desesperadas cargas, y con ellas se terminaron de hundir todas las esperanzas de un levantamiento federal del interior en favor de la nación paraguaya de Francisco Solano López y la “guerra de la Unión Americana”. Con un puñado de sobrevivientes apenas, Felipe Varela dio la orden de retirada, diciendo –despechado- al volver las bridas: “¡Otra cosa sería / armas iguales!”. La retirada se hizo en orden: Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos. Pero del aguerrido y heroico ejército de 5.000 gauchos que llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres la noche de ese dramático 10 de abril de 1867. Los demás han muerto, fueron heridos o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal. Pero Taboada también había pagado su precio: “La posición del ejército nacional –informa a Mitre- es muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus pérdidas”. En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.
Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y los razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura. Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de resolver entuertos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría por los llanos. Varela era estanciero en Guandacol y coronel de la nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también general de la nación) se lo había borrado del cuadro de jefes. No le importó: siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran “bandolero”, igual que a Peñaloza.
La muerte del Chacho lo arrojó al exilio en Chile. Allí leyó dolido sobre la iniciación de la impopular guerra al Paraguay. Además, presenció el bombardeo de Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez, y se enteró con indignación que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del antiamericanismo del gobierno de su país. Pero cuando conoció en 1866 el texto infame del Tratado de la Triple Alianza (revelado desde Londres), no lo pensó dos veces. Dio orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos fusiles Enfield y dos cañoncitos (los “bocones” los llamará) del deshecho militar chileno. Equipó con ellos a unos cuantos exiliados argentinos y esperaron el buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando se hizo practicable, al principio del verano, retornó a la patria mientras la noticia de Curupaytí con sus 10.000 bajas sacudía a todo el país. Como la plata no le daba para contratar artilleros, los bocones apuntarían al tanteo, pero Varela no reparaba en esas cosas. En lo que sí gastó su dinero fue también en ¡una banda de músicos!, para amenizar el cruce de la cordillera y alentar las cargas futuras de su “ejército”. Esa banda crearía la zamba, la canción épica de la “Unión Americana” en sus entreveros, la más popular de las músicas del Noroeste argentino.
A mediados de enero está en Jáchal, San Juan, que será el centro de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel con dos batallones de cien plazas, sus dos bocones y su banda de música corrió como el rayo por los contrafuertes andinos. Cientos, y luego miles de gauchos de San Juan, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba sacaron de su escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia, ensillaron el mejor caballo y, con otro de la brida, galoparon hacia el estandarte de enganche. A los quince días el coronel contaba más de 4.000 plazas con apenas 100 carabinas. No hay uniformes, ni falta que hacen: la camiseta de frisa colorada es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado con ancha divisa roja (“¡Viva la Unión Americana! ¡Mueran los negreros traidores a la patria!”) protege del sol de la precordillera. A veces la divisa se ciñe como una vincha sobre la frente, evitando que la tupida melena caiga sobre los ojos. Y, ¡cosa notable!, hay una disciplina inflexible: un soldado de la Unión Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento y obediencia. Por las tardes, Varela les leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la República:
“¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupaytí. Nuestra nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.
“Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre.
“¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y es tiempo de contener!
“¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lágrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!
“Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas.
“¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará el enemigo. Allí os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte vuestro jefe y amigo, el coronel Felipe Varela”.
Un día llega a los fogones de Jáchal donde se preparaba el ejército nada menos que Francisco Clavero, a quien se tenía por muerto desde las guerras del Chacho cuatro años atrás. Antiguo granadero de San Martín en Chile y el Perú, era sargento al concluir la guerra de la Independencia. Integrará bajo Rosas las guarniciones de fronteras donde su coraje y comportamiento lo hacen mayor. Don Juan Manuel lo llevará mas tarde al regimiento escolta con el grado de teniente coronel. Asiste a la batalla de Caseros –del lado argentino- y será con el coronel Chilavert el último en batirse contra la división brasileña del marqués de Souza. Urquiza, que prefería rodearse de federales antes que de unitarios, después de Caseros no admite su solicitud de baja y en 1853 estará a su lado en el sitio de Buenos Aires. Con las charreteras de coronel otorgadas por Urquiza combate en el Pocito contra los “salvajes unitarios” y fusila al gobernador Aberastain después de la batalla. Cuando llegan las horas tristes de Pavón debe escapar a Chile perseguido por la ira de Sarmiento, pero vuelve para ponerse a las órdenes del Chacho. Herido gravemente en Caucete, cae en poder de los “nacionales” que lo han condenado a muerte y tienen pregonada su cabeza. Sarmiento, director de la guerra, ordena su fusilamiento, que no llega a cumplirse por uno de esos imponderables del destino: un jefe “nacional” cuyo nombre no se ha conservado, compadecido del pobre Clavero, lo remite con nombre supuesto entre los heridos nacionales al hospital de hombres de Buenos Aires e informa al implacable director de la guerra que la sentencia “debe haberse ejecutado” porque el coronel “no se encuentra entre los prisioneros”.
Un milagro de su físico y de la incipiente ciencia quirúrgica le salva la vida en el hospital. No obstante faltarle un brazo y tener un parche de gutapercha en la bóveda craneana, abandona el hospital cuando llegan a Buenos Aires las noticias del levantamiento del norte. El viejo sargento de San Martín consigue llegar al campamento de Varela, donde todos lo tenían por muerto; se dice que, sin darse a conocer entre la tropa –donde su nombre tenía repercusión de leyenda- se acercó a un fogón, tomó una guitarra y punteando con su única mano cantó
“Dicen que Clavero ha muerto,
y en San Juan es sepultado.
No lo lloren a Clavero,
Clavero ha resucitado”
El entusiasmo de los gauchos fue estruendoso, tanto que sus ecos retumbaron en Buenos Aires, donde los diarios se preguntaban por qué no se cumplió la sentencia contra el coronel federal, y quién era responsable por no haberlo hecho. La noticia de la resurrección de Clavero llegó hasta Inglaterra, donde Rosas, viejo y pobre pero nunca amargado ni ausente de lo que ocurría en su patria, seguía con atención la “guerra de los salvajes unitarios contra el Paraguay” y llegó a esperar que fuera realidad la unión de los pueblos hispánicos “contra los enemigos de la causa americana”. El 7 de marzo de 1867 escribe a su corresponsal y amiga Josefa Gómez (otra ferviente paraguayista), en una carta que se guarda en el Archivo General de la Nación: “Al coronel Clavero, si lo ve V., dígale que no lo he olvidado ni lo olvidaré jamás. Que Dios ha de premiar la virtud de su fidelidad”.
Pero volvamos al Quijote de los Andes, que después del desastre de Pozo de Vargas no se siente vencido. Entra a Jáchal entre el repique de las campanas y el júbilo del pueblo entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los dispersos que llegan de todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por los llanos. En los altos de la marcha, los sobrevivientes cantan la letra original de la zamba de Vargas.
Los “nacionales” vienen
¡Pozo de Vargas!
tienen cañones y tienen
las uñas largas.
¡A la carga muchachos,
tengamos fama!
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela,
qué bien pelean sus tropas
en la humareda.
¡Otra cosa sería
armas iguales!
Luego el ejército mitrista se apropiaría de esa música (como se apropiaría de tantas cosas) y le cambiaría la letra a la zamba de Vargas.
El coronel es baqueano de la cordillera. Deja la villa y por escondidos senderos se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más inesperados. Es una guerra de recursos, difícil, pero la única posible cuando no se tienen armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá. Como un puma se desliza entre sus perseguidores. No se sabe donde está. Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. No es posible arrearse maneado un contingente de “voluntarios” para la guerra del Paraguay, porque los jefes “nacionales” siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en libertad a los forzados como hizo el otro Quijote, el de la Mancha, con los galeotes. Pero estos no le pagarán a pedrada limpia, sino que se le unen para seguir la lucha imposible por la alianza con las repúblicas de la misma sangre. Cuerpeando las divisiones nacionales, Varela se desliza por los pasos misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y se lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera con mil guerrilleros, esquiva a los “nacionales” que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta donde espera proveerse de armas y alimentos. Toma la ciudad por una hora escasa (aunque los defensores contaban con 225 entre escopetas y rifles contra 40 de las montoneras). De allí siguió a Jujuy y por la quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Melgarejo –en ese momento simpatizante del Paraguay- le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.
Cuando Mitre terminó su presidencia y lo reemplaza el candidato opositor Sarmiento (si bien era el máximo culpable de la muerte del Chacho –o tal vez por eso- con el apoyo electoral de Urquiza), se esperó por un momento que terminase la guerra con Paraguay. No hubo tal cosa, y eso decide el regreso de Varela. (También que Melgarejo ha cambiado de opinión y ahora está muy amigo de Brasil). El coronel, con escasos seguidores y sin armas de fuego, toma el camino de Antofagasta. Su hueste no alcanza a cien gauchos. La “invasión” amedrenta en Buenos Aires, que manda al general Rivas, al coronel Julio A. Roca y a Navarro a acabar definitivamente con el ejército gaucho. No tremolará mucho tiempo el estandarte de la Unión Americana en la puna de Atacama. Basta un piquete de línea para abatirlo en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869. Los dispersos intentan volver a Bolivia, pero Melgarejo lo impide.
Toman entonces el camino de Chile. Dada la fama del caudillo, el gobierno chileno manda un buque de guerra para desarmar al “ejército”. Encuentran un enfermo de tuberculosis avanzada y dos docenas de gauchos desarrapados y famélicos. Les quitan las mulas y los facones y los tienen internados un tiempo. Después los sueltan, vista su absoluta falta de peligro. Varela se instala en Copiapó, donde morirá el 4 de junio de ese año. “Muere en la miseria –informará el embajador Félix Frías al gobierno argentino- legando a su familia que vive en Guandacol, La Rioja, sólo sus fatales antecedentes”.
Pero también debemos decir que Felipe Varela nos dejó a los argentinos –además de su magistral legado de hombría de bien, dignidad y coraje- una creación esencial de nuestro patrimonio cultural, al traer la zamacueca chilena que tocaban los músicos para distraer los ocios y entonar el combate de sus montoneras. Tal vez la tierra argentina y el acento del canto de los gauchos hizo mucho más lánguidos sus compases. Lo cierto es que en los fogones de Jáchal y en los llanos riojanos nacerá la zamba, que rápidamente se extenderá por toda la región.
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viernes, 27 de diciembre de 2013
Los muchachos rosistas de San Martín
Por le Prof. Jbismarck
Corría el año 1946 y un grupo de la juventud nacionalista, cuya acción y pensamiento enfrentaran al régimen imperante durante la denominada “década infame”, integrado por un significativo núcleo de escritores e investigadores, se habían dado a la ímproba tarea de terminar con la falacia de historia falsificada y por medio de sus obras de investigación y divulgación, inauguraron la corriente intelectual más importante, que se haya producido para la recuperación de la cultura nacional : El Revisionismo Histórico, afianzado a partir de la fundación en l938 del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.
El distrito de general San Martín con una rica historia, por el registro de hechos y personajes de relevancia, también contaba por aquel entonces con un grupo de personas con ideales nacionalistas, en su mayoría jóvenes, dispuestos a continuar dando su cuota de sacrificio para afianzar los ideales y hacer justicia.
Una justicia sobre todo la póstuma, que se les debían a los héroes olvidados y calumniados por “la historia oficial”, que impusieron los beneficiarios herederos de Caseros y Pavón. Una de esas tardes al finalizar las jornadas de estudio y trabajo, varios jóvenes de aquella época, se hallaban comentando los sucesos recientes y haciendo planes y proyectos concordantes con la auspiciosa perspectiva, en el Bar del Club General San Martín (Uno de los memorables lugares, que como El Bar Alemán de don Emilio, la Confitería San Martín, o el clásico “Fortín” de turno) daban rienda suelta a entusiastas reuniones políticas o intelectuales.
En determinado momento se sumó al grupo el entonces aventajado estudiante de medicina Héctor Pedroza, venía del “centro”, pues entre otras virtudes era dirigente estudiantil a nivel nacional y comentando las últimas novedades y entrevistas del día, mencionó una realizada con dirigentes del Instituto Juan Manuel de Rosas. Al tiempo que sugirió: “qué les parece si organizamos una misa y un homenaje al brigadier Juan Manuel de Rosas, con motivo del próximo aniversario de su muerte”.
La iniciativa fue acogida de inmediato como una consigna, ahí se formó la Comisión de Homenaje, se organizó el programa y de allí se llevó a la acción. A la imprenta de Mariano se le ordenó la confección de las invitaciones y circulares aprovechando un original grabado del Restaurador que le conocíamos; a la Florería El Buen Gusto se le encargó una espléndida ofrenda floral de claveles rojos, se cursaron las comunicaciones pertinentes a la Municipalidad y a la Policía. Así también se enviaron invitaciones especiales, principalmente al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, ubicado entonces en la sede de la calle Perú 359 de Capital Federal, y a notorias personalidades del Revisionismo Histórico.
Dos gestiones paralelas que merecen reseña detallada, por sus diferentes matices y connotaciones, fueron las realizadas ante el entonces cura párroco Dr. Clovis Fernández Mendoza, por una parte y el director del semanario local El Noticioso, Sr. Ortega por la otra. Al padre Clovis (ferviente admirador del ilustre Restaurador) se le solicitó que oficiara la misa recordatoria y también como responsable del semanario parroquial San Martín la inserción – en recuadro- de la solemne convocatoria a sendos homenajes. Ambos pedidos fueron satisfechos sin ningún tipo de condicionamiento por el párroco y así sucesivamente en cada año u oportunidad.
Cuando tomó estado público el propósito reivindicatorio de aquellos muchachos de San Martín y como era de esperarse, se sucedieron por un lado las adhesiones y felicitaciones por la “valiente iniciativa” y por el otro las recriminaciones airadas ente la osadía de glorificación al “tirano”. Indudablemente el clima todavía no de buenas a primeras con semejante homenaje, nada menos en la iglesia parroquial, y ante una sociedad política y cultural, fuertemente atada a los preceptos liberales, donde la “alta burguesía lugareña”, continuaba ligada a los intereses económicos de las grandes empresas extranjeras y sucedáneas nativas.
No obstante pese a las presiones recibidas, desde los ámbitos de actuación social y laboral, hasta llegarse a enojosas situaciones entre viejas amistades, aún las propias familias; los muchachos de San Martín siguieron adelante y concretaron su propósito. En una espléndida mañana de marzo de 1947 y ante una concurrencia que colmaba la nave principal del Templo de Jesús Amoroso se llevó a cabo el oficio religioso. Acto seguido y tal como estaba previsto, la Comisión de Homenaje y asistentes ya en la Plaza principal, depositaron la Ofrenda floral al pie del Monumento al Libertador, cuya cinta patriótica decía: Al Heredero del sable del Gran Capitán de los Andes.
Luego con gran fervor patriótico se entonó el Himno Nacional, finalizando el acto con entusiasta vivas a la Patria, al General José de San Martín y a Juan Manuel de Rosas. Cabe destacar que respondiendo a la convocatoria, se había hecho presente la delegación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, encabezada por su Secretario General, Manuel Visozo Gorostiaga y el miembro de la Comisión Directiva Alberto Contreras, quienes luego de felicitar efusivamente a los organizadores, los invitaron a concurrir a la sede del Instituto para sumarlos a las tareas y objetivos reivindicatorios que con eficacia venía cumpliendo la entidad desde la década del 30. Que más podía esperar aquella juventud, allí estaban ese día como en jornada de triunfo, se sentían dueños de la Plaza, allí se quedaron largo rato, recibiendo saludos y adhesiones de los concurrentes.
Y bien respondiendo a la invitación, pocos días después, los muchachos de San Martín, concurrieron a la sede del Instituto Rosas de Capital Federal, que se hallaba en la vieja casona de la familia González Del Solar Dorrego, ubicada en Perú 359 de Capital, que fuera testigo de los primeros diez años de actividad de la entidad, uno de los períodos más prolíferos y trascendentes del Revisionismo Histórico. El recibimiento fue extraordinario, mezcla de sencillez y señorío, nada menos que, por parte de directivos e historiadores como el que ejercía la presidencia en esos momentos Julio Irazusta y al que lo acompañaba Visozo Gorostiaga, Antonio Villamil, Alfredo Ortiz de Rozas, Julio César Corvalán Mendilaharzu y Alberto Contreras. En esa ocasión extraordinaria, los visitantes pudieron apreciar la importancia que significaba adherirse a la patriótica labor del Instituto. De ahí mismo salieron con el propósito de constituir la Filial de San Martín, a cuyo efecto los directivos los habían muñido de todos los elementos necesarios, y lo que fue más importante, el aliento y el respaldo de sus famosos integrantes.
Por el Instituto Rosas de Gral. San Martín, pasaron y brindaron su capacidad e ilustración destacadas personalidades del Revisionismo histórico como: Manuel Visozo Gorostiaga, José María Rosa, Julio C. Corvalán Mendilaharzu, Ramón Doll, Federico Ibarguren, Marcelo Barros, Alberto López Fidanza, Juan Pablo Oliver, Alberto Ezcurra Medrano, Oscar Suárez Caviglia, Ricardo Font Ezcurra, Jorge María Ramallo, Jaime Gálvez, etc. La memoria, el archivo en su justo valor histórico brinda el aporte en que cada oportunidad brindaron estos historiadores que tanto han luchado por el esclarecimiento definitivo de nuestro pasado. A todos ellos y a los que alentaron la acción de este baluarte del pensamiento nacional, como en el caso de Alberto Contreras, Jaime González Polero, Jorge F. Perrone y demás fundadores que nos siguen acompañando como en aquel primer día, nuestro más sincero y emocionado agradecimiento.
En 1955 el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas fue cerrado por las autoridades que derrocaron al gobierno del general Juan Domingo Perón. Igual suerte corrió la filial de Gral. San Martín. En 1960 el Instituto Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martín volvió a abrir sus puertas, donde “se realizó un acto público de esa localidad y en concordancia con las celebraciones programadas con motivo del 114 aniversario del Combate de La Vuelta de Obligado, el sábado 14 de noviembre, tuvo lugar en la plaza principal de la ciudad de Gral. San Martín el acto de homenaje de la filial local…En tal oportunidad y ante una concurrencia entusiasta que siguió atentamente su desarrollo, hicieron uso de la palabra: Jaime González Polero, quien se refirió a la obra esclarecedora que para la argentinidad realizan las entidades que propician el Revisionismo Histórico, como así también y en tono enérgico condenó la obra negativa impuesta por la historia oficial y sus sostenedores actuales que se agrupan en la llamada línea Mayo-Caseros. Seguidamente habló el escritor local Jorge Perrone, quien brillantemente, expuso el alto significado de la adhesión popular que se va plasmando en torno a la implantación de la autentica historia y sus consecuencias para el devenir de la nacionalidad. Finalmente y en una enjundiosa exposición historiográfica, cerró el acto el destacado historiador argentino y Presidente del Instituto Dr. José María Rosa (h), refiriéndose a la trascendencia y permanente mensaje de argentinidad que encierra la conmemoración del epígrafe –sintetizada en el “Día de la Soberanía”, como también destacó el ejemplo heroico de los que combatieron en la jornada, imbuidos de la férrea y patriótica voluntad del Ilustre Restaurador, muy digno y necesario de imitarse en la actualidad”.
Hoy luego de muchos años de aquel evento fundacional, encontramos a la institución, inscripta como entidad civil, con Personería Jurídica otorgada por la Dirección de Personas Jurídicas de la Provincia de Buenos Aires (Matrícula 26543, año 2003), como Entidad de Bien Público ante la Municipalidad de Gral. San Martín, y ante la Administración Federal de Ingresos Públicos. Sus actuales autoridades son el jurista e historiador Dr. Carlos Alberto De Santis (Presidente) y el Sr. Mario Andrés Fraire (Secretario). El Instituto Juan Manuel de Rosas edita el periódico El Gran Americano, donde se difunden trabajos sobre Juan Manuel de Rosas y la Confederación Argentina. Las actividades académicas del Instituto Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martín se efectúan en el Museo Regional Juan Manuel de Rosas (Calle Diego Pombo nº 3324).
Esta casa funcionó como Comandancia desde 1840 hasta el 3 de febrero de 1852. De 1853 a 1857 la vivienda fue utilizada por el maestro español Diego Pombo para el funcionamiento de la Escuela de Varones de Santos Lugares. Declarada de interés histórico y municipal por Ordenanza nº 3.701 del año 1989 y lugar histórico nacional por Ley 12.665, sancionada por el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación.
Fuentes:
“El Movimiento Revisionista en el Interior del País”, en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas n° 21, Buenos Aires, 1960.
“Los Muchachos de San Martín”, en Periódico “Juan Manuel de Rosas”, San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Octubre de 1986.
Corría el año 1946 y un grupo de la juventud nacionalista, cuya acción y pensamiento enfrentaran al régimen imperante durante la denominada “década infame”, integrado por un significativo núcleo de escritores e investigadores, se habían dado a la ímproba tarea de terminar con la falacia de historia falsificada y por medio de sus obras de investigación y divulgación, inauguraron la corriente intelectual más importante, que se haya producido para la recuperación de la cultura nacional : El Revisionismo Histórico, afianzado a partir de la fundación en l938 del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.
El distrito de general San Martín con una rica historia, por el registro de hechos y personajes de relevancia, también contaba por aquel entonces con un grupo de personas con ideales nacionalistas, en su mayoría jóvenes, dispuestos a continuar dando su cuota de sacrificio para afianzar los ideales y hacer justicia.
Una justicia sobre todo la póstuma, que se les debían a los héroes olvidados y calumniados por “la historia oficial”, que impusieron los beneficiarios herederos de Caseros y Pavón. Una de esas tardes al finalizar las jornadas de estudio y trabajo, varios jóvenes de aquella época, se hallaban comentando los sucesos recientes y haciendo planes y proyectos concordantes con la auspiciosa perspectiva, en el Bar del Club General San Martín (Uno de los memorables lugares, que como El Bar Alemán de don Emilio, la Confitería San Martín, o el clásico “Fortín” de turno) daban rienda suelta a entusiastas reuniones políticas o intelectuales.
En determinado momento se sumó al grupo el entonces aventajado estudiante de medicina Héctor Pedroza, venía del “centro”, pues entre otras virtudes era dirigente estudiantil a nivel nacional y comentando las últimas novedades y entrevistas del día, mencionó una realizada con dirigentes del Instituto Juan Manuel de Rosas. Al tiempo que sugirió: “qué les parece si organizamos una misa y un homenaje al brigadier Juan Manuel de Rosas, con motivo del próximo aniversario de su muerte”.
La iniciativa fue acogida de inmediato como una consigna, ahí se formó la Comisión de Homenaje, se organizó el programa y de allí se llevó a la acción. A la imprenta de Mariano se le ordenó la confección de las invitaciones y circulares aprovechando un original grabado del Restaurador que le conocíamos; a la Florería El Buen Gusto se le encargó una espléndida ofrenda floral de claveles rojos, se cursaron las comunicaciones pertinentes a la Municipalidad y a la Policía. Así también se enviaron invitaciones especiales, principalmente al Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, ubicado entonces en la sede de la calle Perú 359 de Capital Federal, y a notorias personalidades del Revisionismo Histórico.
Dos gestiones paralelas que merecen reseña detallada, por sus diferentes matices y connotaciones, fueron las realizadas ante el entonces cura párroco Dr. Clovis Fernández Mendoza, por una parte y el director del semanario local El Noticioso, Sr. Ortega por la otra. Al padre Clovis (ferviente admirador del ilustre Restaurador) se le solicitó que oficiara la misa recordatoria y también como responsable del semanario parroquial San Martín la inserción – en recuadro- de la solemne convocatoria a sendos homenajes. Ambos pedidos fueron satisfechos sin ningún tipo de condicionamiento por el párroco y así sucesivamente en cada año u oportunidad.
Cuando tomó estado público el propósito reivindicatorio de aquellos muchachos de San Martín y como era de esperarse, se sucedieron por un lado las adhesiones y felicitaciones por la “valiente iniciativa” y por el otro las recriminaciones airadas ente la osadía de glorificación al “tirano”. Indudablemente el clima todavía no de buenas a primeras con semejante homenaje, nada menos en la iglesia parroquial, y ante una sociedad política y cultural, fuertemente atada a los preceptos liberales, donde la “alta burguesía lugareña”, continuaba ligada a los intereses económicos de las grandes empresas extranjeras y sucedáneas nativas.
No obstante pese a las presiones recibidas, desde los ámbitos de actuación social y laboral, hasta llegarse a enojosas situaciones entre viejas amistades, aún las propias familias; los muchachos de San Martín siguieron adelante y concretaron su propósito. En una espléndida mañana de marzo de 1947 y ante una concurrencia que colmaba la nave principal del Templo de Jesús Amoroso se llevó a cabo el oficio religioso. Acto seguido y tal como estaba previsto, la Comisión de Homenaje y asistentes ya en la Plaza principal, depositaron la Ofrenda floral al pie del Monumento al Libertador, cuya cinta patriótica decía: Al Heredero del sable del Gran Capitán de los Andes.
Luego con gran fervor patriótico se entonó el Himno Nacional, finalizando el acto con entusiasta vivas a la Patria, al General José de San Martín y a Juan Manuel de Rosas. Cabe destacar que respondiendo a la convocatoria, se había hecho presente la delegación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, encabezada por su Secretario General, Manuel Visozo Gorostiaga y el miembro de la Comisión Directiva Alberto Contreras, quienes luego de felicitar efusivamente a los organizadores, los invitaron a concurrir a la sede del Instituto para sumarlos a las tareas y objetivos reivindicatorios que con eficacia venía cumpliendo la entidad desde la década del 30. Que más podía esperar aquella juventud, allí estaban ese día como en jornada de triunfo, se sentían dueños de la Plaza, allí se quedaron largo rato, recibiendo saludos y adhesiones de los concurrentes.
Y bien respondiendo a la invitación, pocos días después, los muchachos de San Martín, concurrieron a la sede del Instituto Rosas de Capital Federal, que se hallaba en la vieja casona de la familia González Del Solar Dorrego, ubicada en Perú 359 de Capital, que fuera testigo de los primeros diez años de actividad de la entidad, uno de los períodos más prolíferos y trascendentes del Revisionismo Histórico. El recibimiento fue extraordinario, mezcla de sencillez y señorío, nada menos que, por parte de directivos e historiadores como el que ejercía la presidencia en esos momentos Julio Irazusta y al que lo acompañaba Visozo Gorostiaga, Antonio Villamil, Alfredo Ortiz de Rozas, Julio César Corvalán Mendilaharzu y Alberto Contreras. En esa ocasión extraordinaria, los visitantes pudieron apreciar la importancia que significaba adherirse a la patriótica labor del Instituto. De ahí mismo salieron con el propósito de constituir la Filial de San Martín, a cuyo efecto los directivos los habían muñido de todos los elementos necesarios, y lo que fue más importante, el aliento y el respaldo de sus famosos integrantes.
Por el Instituto Rosas de Gral. San Martín, pasaron y brindaron su capacidad e ilustración destacadas personalidades del Revisionismo histórico como: Manuel Visozo Gorostiaga, José María Rosa, Julio C. Corvalán Mendilaharzu, Ramón Doll, Federico Ibarguren, Marcelo Barros, Alberto López Fidanza, Juan Pablo Oliver, Alberto Ezcurra Medrano, Oscar Suárez Caviglia, Ricardo Font Ezcurra, Jorge María Ramallo, Jaime Gálvez, etc. La memoria, el archivo en su justo valor histórico brinda el aporte en que cada oportunidad brindaron estos historiadores que tanto han luchado por el esclarecimiento definitivo de nuestro pasado. A todos ellos y a los que alentaron la acción de este baluarte del pensamiento nacional, como en el caso de Alberto Contreras, Jaime González Polero, Jorge F. Perrone y demás fundadores que nos siguen acompañando como en aquel primer día, nuestro más sincero y emocionado agradecimiento.
En 1955 el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas fue cerrado por las autoridades que derrocaron al gobierno del general Juan Domingo Perón. Igual suerte corrió la filial de Gral. San Martín. En 1960 el Instituto Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martín volvió a abrir sus puertas, donde “se realizó un acto público de esa localidad y en concordancia con las celebraciones programadas con motivo del 114 aniversario del Combate de La Vuelta de Obligado, el sábado 14 de noviembre, tuvo lugar en la plaza principal de la ciudad de Gral. San Martín el acto de homenaje de la filial local…En tal oportunidad y ante una concurrencia entusiasta que siguió atentamente su desarrollo, hicieron uso de la palabra: Jaime González Polero, quien se refirió a la obra esclarecedora que para la argentinidad realizan las entidades que propician el Revisionismo Histórico, como así también y en tono enérgico condenó la obra negativa impuesta por la historia oficial y sus sostenedores actuales que se agrupan en la llamada línea Mayo-Caseros. Seguidamente habló el escritor local Jorge Perrone, quien brillantemente, expuso el alto significado de la adhesión popular que se va plasmando en torno a la implantación de la autentica historia y sus consecuencias para el devenir de la nacionalidad. Finalmente y en una enjundiosa exposición historiográfica, cerró el acto el destacado historiador argentino y Presidente del Instituto Dr. José María Rosa (h), refiriéndose a la trascendencia y permanente mensaje de argentinidad que encierra la conmemoración del epígrafe –sintetizada en el “Día de la Soberanía”, como también destacó el ejemplo heroico de los que combatieron en la jornada, imbuidos de la férrea y patriótica voluntad del Ilustre Restaurador, muy digno y necesario de imitarse en la actualidad”.
Hoy luego de muchos años de aquel evento fundacional, encontramos a la institución, inscripta como entidad civil, con Personería Jurídica otorgada por la Dirección de Personas Jurídicas de la Provincia de Buenos Aires (Matrícula 26543, año 2003), como Entidad de Bien Público ante la Municipalidad de Gral. San Martín, y ante la Administración Federal de Ingresos Públicos. Sus actuales autoridades son el jurista e historiador Dr. Carlos Alberto De Santis (Presidente) y el Sr. Mario Andrés Fraire (Secretario). El Instituto Juan Manuel de Rosas edita el periódico El Gran Americano, donde se difunden trabajos sobre Juan Manuel de Rosas y la Confederación Argentina. Las actividades académicas del Instituto Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martín se efectúan en el Museo Regional Juan Manuel de Rosas (Calle Diego Pombo nº 3324).
Esta casa funcionó como Comandancia desde 1840 hasta el 3 de febrero de 1852. De 1853 a 1857 la vivienda fue utilizada por el maestro español Diego Pombo para el funcionamiento de la Escuela de Varones de Santos Lugares. Declarada de interés histórico y municipal por Ordenanza nº 3.701 del año 1989 y lugar histórico nacional por Ley 12.665, sancionada por el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación.
Fuentes:
“El Movimiento Revisionista en el Interior del País”, en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas n° 21, Buenos Aires, 1960.
“Los Muchachos de San Martín”, en Periódico “Juan Manuel de Rosas”, San Martín (Pcia. de Buenos Aires), Octubre de 1986.
El día que Argentina se independizó de Uruguay
por Alberto Umpiérrez
Desde principios de 1815, fracasados los repetidos intentos de los centralistas porteños por vencer a las milicias federales Orientales y de las Provincias del Litoral, el entonces Director Supremo Carlos María de Alvear le ofrece a José Artigas el reconocimiento de la independencia absoluta de la Provincia Oriental. Lo hace primero por intermedio de su Secretario Nicolás Herrera y luego a través del coronel Elías Galván, propuestas que Artigas rechaza terminantemente. Ya derrocado y exiliado Alvear, el nuevo Director Supremo General Ignacio Alvarez Thomas reitera la misma iniciativa porteña enviando ante Artigas en Paysandú la misión del coronel Blas Pico y el Dr. Bruno Rivarola. Ya constituida la Liga Federal de los Pueblos Libres, Artigas vuelve a negarse.
Viendo entonces que los pueblos de las Provincias Unidas, incluyendo el de Buenos Aires, muestran cada vez mayor simpatía y adhesión a la causa Federal representada por el caudillo Oriental, resuelven que una de las alternativas posibles es negociar la intervención del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves. Otra alternativa explorada fue someter las Provincias Unidas del Río de la Plata al Protectorado del Imperio Británico, pero Lord Strangford, representante inglés en Río de Janeiro, la desestimó de plano en atención a los compromisos existentes entre Gran Bretaña y España en el marco de la restauración monárquica.
También se intentó en 1815 mediante una misión a Europa de Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, llegar a un acuerdo con Fernando VII, pero este ni siquiera se molestó en recibirlos. Así es que se dirigen a Roma para negociar con Carlos IV la eventual coronación de su hijo menor el Infante Francisco de Paula de Borbón, como Rey de las Provincias Unidas. Pero considerando los riesgos y las seguras resistencias de las monarquías europeas, se termina rechazando esta opción por inviable.
En Rio de Janeiro estaban ya orquestando la invasión, por el lado porteño Carlos María de Alvear y su secretario montevideano Nicolás Herrera, a los que se sumaba el designado Embajador Plenipotenciario de las Provincias Unidas Manuel José García. Por el lado portugués comenzaron a llegar desde Lisboa las tropas de elite de veteranos de las guerras napoleónicas al mando del General Carlos Federico Lecor y del general inglés William Carr Beresford (que ya había sido derrotado durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807), a quien el propio Regente portugués Joao VI le impuso el grado de Mariscal.
En diciembre de 1815 los agentes de Artigas en Rio de Janeiro le informan sobre los movimientos de tropas y las intenciones que se estaban gestando:
Para enero de 1816 Artigas ya está prevenido y le notifica al caudillo guaraní Andresito Guacurarí:
“Los portugueses se mueven contra nosotros según las noticias privadas que tengo y esa ultima carta que se ha recibido de Río de Janeiro. En consecuencia es preciso irnos preparando poco a poco y ponernos en términos de contener los esfuerzos de esta potencia, a quien como tan vecina debemos suponerla más enemiga por la experiencia que tenemos de sus procedimientos inicuos, y mayoritariamente cuando se que su plan es decidido a ocupar todo lo que divide la costa oriental del Paraná. Por lo mismo desde esta fecha prohíbame usted todo transito del otro lado a este y de este a aquel, impidiendo absolutamente el transito a todo portugués que venga o vaya a diligencias."
En julio de 1816 se reúne el Congreso de Tucumán y entre otras cosas discuten "off the records" sobre las alternativas ya mencionadas más arriba. Obviamente las Provincias del Litoral organizadas en la Liga Federal no envían ningún diputado y no reconocen a este Congreso auspiciado por los centralistas porteños cómplices de la invasión que ya está en marcha. Al firmarse la Declaración de Independencia el único de los diputados asistentes que deja expresa constancia de su oposición a la negociación de cualquier Protectorado británico o portugués, es Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires pero nacido en la Banda Oriental, más precisamente en la isla Gorriti. Éste, a continuación de la expresión "una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli" agrega "y de toda otra dominación extranjera". Pero una golondrina no hace verano.
El 13 de mayo de 1816, día del cumpleaños del Regente de Portugal y Brasil, Don Joao VI, pasa revista en Rio de Janeiro a las tropas destinadas a la invasión de la Provincia Oriental y la Mesopotamia. Seguramente estarían a su lado el Embajador de las Provincias Unidas, el Embajador de España, el Embajador de Inglaterra, Carlos María de Alvear y su leal secretario Nicolás Herrera. Este último ofició además como asesor del General Lecor, acompañándolo durante todo el viaje hasta Montevideo, donde sería recibido con honores de Libertador.
Artigas pidió el apoyo de las Provincias Unidas contra la invasión portuguesa, pero no esperaba nada, ya sabía del acuerdo entre Buenos Aires y Rio de Janeiro. Y mientras defendía la frontera contra la invasión portuguesa, los porteños organizan un ejército para atacarlo por la retaguardia.
Cabe recordar que José Artigas había planteado ya en 1813, en las Instrucciones a los diputados orientales enviados a la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas los siguientes principios, entre otros:
Evidentemente era pedir demasiado. Resulta claro entonces que una de las posibles lecturas de lo ocurrido en el Congreso de Tucumán el 9 de Julio de 1816, es que las Provincias Unidas del Río de la Plata se independizaron de la Provincia Oriental.
Desde principios de 1815, fracasados los repetidos intentos de los centralistas porteños por vencer a las milicias federales Orientales y de las Provincias del Litoral, el entonces Director Supremo Carlos María de Alvear le ofrece a José Artigas el reconocimiento de la independencia absoluta de la Provincia Oriental. Lo hace primero por intermedio de su Secretario Nicolás Herrera y luego a través del coronel Elías Galván, propuestas que Artigas rechaza terminantemente. Ya derrocado y exiliado Alvear, el nuevo Director Supremo General Ignacio Alvarez Thomas reitera la misma iniciativa porteña enviando ante Artigas en Paysandú la misión del coronel Blas Pico y el Dr. Bruno Rivarola. Ya constituida la Liga Federal de los Pueblos Libres, Artigas vuelve a negarse.
Viendo entonces que los pueblos de las Provincias Unidas, incluyendo el de Buenos Aires, muestran cada vez mayor simpatía y adhesión a la causa Federal representada por el caudillo Oriental, resuelven que una de las alternativas posibles es negociar la intervención del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves. Otra alternativa explorada fue someter las Provincias Unidas del Río de la Plata al Protectorado del Imperio Británico, pero Lord Strangford, representante inglés en Río de Janeiro, la desestimó de plano en atención a los compromisos existentes entre Gran Bretaña y España en el marco de la restauración monárquica.
También se intentó en 1815 mediante una misión a Europa de Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, llegar a un acuerdo con Fernando VII, pero este ni siquiera se molestó en recibirlos. Así es que se dirigen a Roma para negociar con Carlos IV la eventual coronación de su hijo menor el Infante Francisco de Paula de Borbón, como Rey de las Provincias Unidas. Pero considerando los riesgos y las seguras resistencias de las monarquías europeas, se termina rechazando esta opción por inviable.
En Rio de Janeiro estaban ya orquestando la invasión, por el lado porteño Carlos María de Alvear y su secretario montevideano Nicolás Herrera, a los que se sumaba el designado Embajador Plenipotenciario de las Provincias Unidas Manuel José García. Por el lado portugués comenzaron a llegar desde Lisboa las tropas de elite de veteranos de las guerras napoleónicas al mando del General Carlos Federico Lecor y del general inglés William Carr Beresford (que ya había sido derrotado durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807), a quien el propio Regente portugués Joao VI le impuso el grado de Mariscal.
En diciembre de 1815 los agentes de Artigas en Rio de Janeiro le informan sobre los movimientos de tropas y las intenciones que se estaban gestando:
"Amigo mío: ... Ahora es muy justo que entremos en las cosas por acá. Hoy hay revista en la playa grande de los 1.500 que vinieron días pasados de Lisboa y después salen para Santa Catalina a seguir por tierra para estos lados; lo mismo sucederá con los otros que se esperan a mas tardar por enero y tendrán ustedes en esta por abril o mayo el placer de verlos, pues así esta decretado, según las mejores noticias, aunque mejor es esperar a lo que de el tiempo; pero en lo que no hay interpretación en que van a tomar posesión de la Banda Oriental. Hay un manejo de intrigas que asombra, en las que yo creo comprendidos los de Buenos Aires. De estos malditos diplomáticos no se puede sacar sino palabras preñadas que nada significan..."
Para enero de 1816 Artigas ya está prevenido y le notifica al caudillo guaraní Andresito Guacurarí:
“Los portugueses se mueven contra nosotros según las noticias privadas que tengo y esa ultima carta que se ha recibido de Río de Janeiro. En consecuencia es preciso irnos preparando poco a poco y ponernos en términos de contener los esfuerzos de esta potencia, a quien como tan vecina debemos suponerla más enemiga por la experiencia que tenemos de sus procedimientos inicuos, y mayoritariamente cuando se que su plan es decidido a ocupar todo lo que divide la costa oriental del Paraná. Por lo mismo desde esta fecha prohíbame usted todo transito del otro lado a este y de este a aquel, impidiendo absolutamente el transito a todo portugués que venga o vaya a diligencias."
En julio de 1816 se reúne el Congreso de Tucumán y entre otras cosas discuten "off the records" sobre las alternativas ya mencionadas más arriba. Obviamente las Provincias del Litoral organizadas en la Liga Federal no envían ningún diputado y no reconocen a este Congreso auspiciado por los centralistas porteños cómplices de la invasión que ya está en marcha. Al firmarse la Declaración de Independencia el único de los diputados asistentes que deja expresa constancia de su oposición a la negociación de cualquier Protectorado británico o portugués, es Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires pero nacido en la Banda Oriental, más precisamente en la isla Gorriti. Éste, a continuación de la expresión "una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli" agrega "y de toda otra dominación extranjera". Pero una golondrina no hace verano.
El 13 de mayo de 1816, día del cumpleaños del Regente de Portugal y Brasil, Don Joao VI, pasa revista en Rio de Janeiro a las tropas destinadas a la invasión de la Provincia Oriental y la Mesopotamia. Seguramente estarían a su lado el Embajador de las Provincias Unidas, el Embajador de España, el Embajador de Inglaterra, Carlos María de Alvear y su leal secretario Nicolás Herrera. Este último ofició además como asesor del General Lecor, acompañándolo durante todo el viaje hasta Montevideo, donde sería recibido con honores de Libertador.
Artigas pidió el apoyo de las Provincias Unidas contra la invasión portuguesa, pero no esperaba nada, ya sabía del acuerdo entre Buenos Aires y Rio de Janeiro. Y mientras defendía la frontera contra la invasión portuguesa, los porteños organizan un ejército para atacarlo por la retaguardia.
Cabe recordar que José Artigas había planteado ya en 1813, en las Instrucciones a los diputados orientales enviados a la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas los siguientes principios, entre otros:
"Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas Colonias, que ellas estén absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España es y debe ser totalmente disuelta."
"No admitirá otro sistema que el de confederación para el pacto recíproco con las Provincias que forman nuestro Estado."
"El Gobierno Supremo entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar al Gobierno de cada Provincia."
"Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires, donde reside el sitio del Gobierno de las Provincias Unidas."
"La Constitución garantirá a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana; y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus Derechos, libertad y seguridad de su soberanía que con la fuerza armada intente alguna de ellas sofocar los principios proclamados. Y asimismo prestará toda su atención, honor, fidelidad y religiosidad a todo cuanto crea o juzgue necesario para preservar a esta Provincia las ventajas de la Libertad y mantener un Gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria."
Evidentemente era pedir demasiado. Resulta claro entonces que una de las posibles lecturas de lo ocurrido en el Congreso de Tucumán el 9 de Julio de 1816, es que las Provincias Unidas del Río de la Plata se independizaron de la Provincia Oriental.
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viernes, 20 de diciembre de 2013
Belgrano y Moreno frente a las invasiones Inglesas
“…Sabido es la entrada en Buenos Aires del general Beresford, con mil cuatrocientos y tantos hombres en 1806: hacía diez años que era yo capitán de milicias urbanas, más por capricho que por afición a la milicia. Mis primeros ensayos en ella fueron en esta época. El marqués de Sobremonte, virrey que entonces era de las provincias, días antes de esta desgraciada entrada, me llamó para que formase una compañía de jóvenes del comercio, de caballería, y que al efecto me daría oficiales veteranos para la instrucción: los busqué, no los encontré, porque era mucho el odio que había a la milicia en Buenos Aires; con el cual no se había dejado de dar algunos golpes a los que ejercían la autoridad, o tal vez a esta misma que manifestaba demasiado su debilidad. Se tocó la alarma general y conducido del honor volé a la fortaleza, punto de reunión: allí no había orden ni concierto en cosa alguna, como debía suceder en grupos de hombres ignorantes de toda disciplina y sin subordinación alguna: allí se formaron las compañías y yo fui agregado a una de ellas, avergonzado de ignorar hasta los rudimentos más triviales de la milicia, y pendiente de lo que dijera un oficial veterano, que también se agregó de propia voluntad, pues no le daban destino.
Fue la primera compañía que marchó a ocupar la casa de las Filipinas, mientras disputaban las restantes con el mismo virrey de que ellas estaban para defender la ciudad y no salir a campaña, y así sólo se redujeron a ocupar las Barrancas: el resultado fue que no habiendo tropas veteranas ni milicias disciplinadas que oponer al enemigo, venció éste todos los pasos con la mayor facilidad: hubo algunos fuegos fatuos en mi compañía y otros para oponérsele; pero todo se desvaneció, y al mandarnos retirar y cuando íbamos en retirada, yo mismo oí decir: "Hacen bien en disponer que nos retiremos, pues nosotros no somos para esto". Confieso que me indigné, y que nunca sentí más haber ignorado, como ya dije anteriormente, hasta los rudimentos de la milicia; todavía fue mayor mi incomodidad cuando vi. entrar las tropas enemigas y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires: esta idea no se apartó de mi imaginación y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza: me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación, que hubiese sido subyugada. por una empresa aventurera, cual era la del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta peligrosa empresa. Como el Consulado, aunque se titulaba de Buenos Aires, lo era de todo el virreinato, manifesté al prior y cónsules, que debía yo salir con el archivo y sellos adonde estuviese el virrey, para establecerlo donde él y el comercio del virreinato resolviese: al mismo tiempo les expuse que de ningún modo convenía a la fidelidad de nuestros juramentos que la corporación reconociese otro monarca: habiendo adherido a mi opinión, fuimos a ver y a hablar al general, a quien manifesté mi solicitud y defirió a la resolución; Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Aires casi como fugado; porque el general se había propuesto que yo prestase el juramento, habiendo repetido que luego que sanase lo fuera a ejecutar; y pasé a la banda septentrional del río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes. Allí supe, pocos días antes de hacerse la recuperación de Buenos Aires, el proyecto, y pensando ir a tener parte en ella, llegó a nosotros la noticia de haberse logrado con el éxito que es sabido…....Ya estaba el cuerpo, capaz de algunas maniobras y su subordinación se sostenía por la voluntad de la misma gente que le componía, aunque ni la disciplina, ni la subordinación era lo que debía ser, cuando el general Auchmuty intentaba tomar a Montevideo; pidió aquel gobernador auxilios, y de todos los cuerpos salieron voluntarios para marchar con el general Liniers. El que más dio fue el de patricios, sin embargo de que hubo un jefe, yo lo vi, que cuando preguntaron a su batallón quién quería ir, le hizo señas con la cabeza para que no contestase. Así es que tomé el partido de volver a ejercer mi empleo de secretario del Consulado, que al mismo tiempo no podía ya servirlo el que hacía de mi sustituto, quedando por oferta mía dispuesto a servir en cualquier acción de guerra que se presentase, dónde y cómo el gobierno quisiera; pasó el tiempo desde el mes de febrero hasta junio, que se presentó la escuadra y transporte que conducían al ejército al mando del general Whitelocke en 1807….El general dispuso que recibiese el juramento a los oficiales prisioneros: con este motivo paso a su habitación el brigadier general Crawford, con sus ayudantes y otros oficiales de consideración: mis pocos conocimientos en el idioma francés, y acaso otros motivos de civilidad, hicieron que el nominado Crawford se dedicase a conversar conmigo con preferencia, y entrásemos a tratar de algunas materias que nos sirviera de entretenimiento, sin perder de vista adquirir conocimientos del país, y muy particularmente respecto de su opinión del gobierno español. Así es que después de haberse desengañado de que yo no era francés ni por elección, ni otra causa, desplegó sus ideas acerca de nuestra independencia, acaso para formar nuevas esperanzas de comunicación con estos países, ya que les habían sido fallidas las de conquistas: le hice ver cuál era nuestro estado, que ciertamente nosotros queríamos el amo viejo o ninguno; pero que nos faltaba mucho para áspirar a la empresa, y que aunque ella se realizase bajo la protección de la Inglaterra, ésta nos abandonaría si se ofrecía un partido ventajoso a Europa, y entonces vendríamos a caer bajo la espada española; no habiendo una nación que no aspirase a su interés sin que le diese cuidado de los males de las otras; convino conmigo y manifestándole cuánto nos faltaba para lograr nuestra independencia, difirió para un siglo su consecución. ¡Tales son en todo los cálculos de los hombres! Pasa un año, y he ahí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona”
Mariano Moreno por su parte expresó: “Yo he visto en la plaza llorar muchos hombres por la infamia con que se les entregaba; y yo mismo he llorado más que otro algunos, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 hombres ingleses, que apoderándose de mi patria se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esta ciudad”.
Aquella "ciudad en medio del mar", la gran flota inglesa, que se alejaba de Montevideo conduciendo un ejército vencido en una colonia del reino más adicto al imperio napoleónico, representaba una seria amenaza para las poblaciones del Río de la Plata.
Ni los Borbones de España eran capaces de defender a sus colonias. Precisamente cuando se retiraban los ingleses del Plata poníase más a prueba la monarquía española con respecto a Napoleón y daba un espectáculo que habría de tener en Europa y en España serias derivaciones.
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lunes, 16 de diciembre de 2013
El Yrigoyenismo
Por Julio Fernández Baraibar
Antes
de hablar del yrigoyenismo creo que es necesario hacer una breve
síntesis sobre cómo era la Argentina de la primera década del
siglo XX. No solamente como era en su composición, su estructura
social en el momento culminante del país agro-exportador, de su
incorporación como productor de materias primas al imperio británico
y de la oligarquía ganadera como clase dominante de la Argentina y
del Rio de la Plata. También quiero describir a ustedes cómo era la
composición de las fuerzas políticas en la Argentina de 1900-1910.
Análisis que es menos conocido, menos considerado en los distintos
relatos históricos.
Significación
del roquismo
En
1910 el partido políticamente dominante y de alguna manera
determinante de todas las idas y venidas de la política argentina,
creado por Julio Argentino Roca, fue el denominado Partido
Autonomista Nacional, el PAN. Se incorporó a su seno a todos los
autonomistas, viejos autonomistas federales del interior del país,
más los sectores antimitristas de la provincia de Buenos Aires. Es
el partido roquista, cuya presencia determinará todas las elecciones
que van desde 1880 a 1910.
El
80 es un año decisivo en la historia argentina. Se federaliza la
Ciudad de Buenos Aires y se nacionaliza la renta del puerto de Buenos
Aires para el conjunto de las provincias. Es una fecha que representa
una bisagra en la historia argentina, que pone fin a las guerras
civiles del siglo XIX, guerras que estaban basadas centralmente en la
renta del puerto de Buenos Aires que era el único ingreso importante
que tenía el país y que era monopolizado por la provincia de
Buenos Aires.
La
caída de la Confederación Argentina de Paraná, el deterioro de las
economías del interior, el deterioro e incapacidad de las provincias
argentinas para enfrentar y dominar a la provincia de Buenos Aires
estaban determinados por la enorme riqueza que esta poseía a merced
del resto del país. Se federaliza la ciudad de Buenos Aires, se
federaliza el puerto de Buenos Aires y entonces el conjunto del país
puede por fin disfrutar de parte de las rentas generadas por ese
puerto.
A
partir de Roca, en 1880, aparece un protagonista político en la
historia argentina que ha sido producto de una génesis que se inicia
en los años 1870-1875: el Ejercito Nacional.
Este
Ejercito Nacional que viene con Roca, es un ejército muy distinto al
de las viejas montoneras federales, es un ejército muy distinto al
de la Guardia Nacional porteña, puesto que, en primer lugar y por
primera vez en la Argentina, existe una institución que conoce y
tiene presencia en el conjunto del territorio nacional. Hasta la
aparición del ejercito cada provincia, era una situación
particular, en donde generalmente no existía ninguna institución
-debido a la debilidad del Estado Nacional- cuyos miembros conociesen
tanto a Salta, como a Mendoza, como a Entre Ríos, como Corrientes,
como a la provincia de Buenos Aires. Los hombres formados en ese
ejército (como se mencionó anteriormente, entre los años
1870-1875) son hombres provenientes de todas las provincias, hombres
que por su tarea militar, por su profesión militar, van
trasladándose de provincia en provincia según las necesidades.
Tienen un conocimiento, no solo geográfico, sino también social y
político de las distintas provincias, de las distintas roscas
provinciales, de los distintos dirigentes de cada una de esas
provincias. El Ejército Nacional se convierte en un nuevo factor
político de la Argentina que no existía hasta ese momento. Hasta
ese entonces los actores políticos eran las viejas clases patricias
provinciales, la oligarquía porteña y no había nada como el
Ejército como factor político.
Al
frente de ese ejército se pone Julio A. Roca. Compuesto por
militares de las diversas provincias es definido por la oligarquía
porteña –en 1880- como los “chinos” de Roca, que revela su
naturaleza “cabecita negra”, para decirlo en un vocabulario más
contemporáneo.
El
país que se inicia en 1880 alcanza su culminación en 1910, una
fecha que coincide con el Centenario de la Revolución de Mayo. Es un
país absolutamente distinto al de 30 o 40 años atrás. Si se
hubiera despertado cualquier argentino, provinciano o porteño,
muerto en 1865 no se hubiera imaginado que este país en el que se
despertaba era el mismo en el cual se había muerto. Toda la sociedad
había cambiado. La integración de la Argentina al mercado mundial
como productora de materias primas agudizaba ese cambio.
Leopoldo
Lugones le dedica una de sus Odas seculares, la “Oda a los ganados
y a las mieses”. Es un canto poético a esa especie de tierra de
promisión en que se ha convertido aquel país hirsuto, con hombres
para quienes el único abrigo era un poncho y en lugar de pantalones
usaban chiripa, tal como había sido el país hasta los años 60-70
del siglo XIX.
Detrás
de Roca -y esto es algo que en general también se olvida- se ponen
las viejas fuerzas del federalismo. Ese federalismo provinciano, que
había sido derrotado y aplastado junto con el Chacho Peñaloza, con
Felipe Varela, con López Jordán, que ha sido perseguido, reprimido
hasta con asesinatos ordenados por Bartolomé Mitre y cometidos por
los generales colorados uruguayos, encuentra en Roca y en ese
Ejercito la posibilidad de acceder nuevamente al centro de la
política argentina. Ese federalismo expresa en cierta medida a los
viejos sectores patricios de las provincias del interior, vinculados
por su pasado a la historia patria, a las guerras de la
independencia, a las viejas economías anteriores a 1860, vinculadas
por su proximidad a la costa del Pacífico .
El
viejo patriciado de apellidos hispánicos, con poca vinculación con
el proceso inmigratorio -que se radicaba centralmente en la Ciudad
de Buenos Aires- ve que tras el ejército de Roca y la federación de
la Ciudad de Buenos Aires y su puerto comienzan a expresarse sus
intereses. La provincia de alguna manera participa del despliegue
económico que genera nuestra integración al mercado mundial y de
algunas de las decisiones políticas más importantes. Lo que quiero
decir con esto es que Roca, de algún modo, es, a partir de 1875-1880
hasta 1910, la expresión del conjunto del país frente a la
sobrevivencia muy importante del mitrismo en la provincia de Buenos
Aires, en la Ciudad de Buenos Aires, y en alguna que otra provincia.
Este
régimen que nace en 1880 cambia las características del país.
Aparecen, primero a través de inversiones estatales, luego a partir
de inversiones extranjeras, el ferrocarril y telégrafo que conectan
al conjunto del país. Hay que ubicarse en el medio y en la época
para entender la precariedad de los medios de comunicación de
entonces, para comprender que estaba sucediendo en el país.
La
inmigración
Por
otra parte, han comenzado a llegar miles y miles de inmigrantes de
todas partes del mundo. No me voy a detener en este punto, en la
característica de los inmigrantes, pero lo que sí creo que hay que
tener presente para entender el fenómeno que buscamos explicar es
que, de golpe, un país que tenía 5 millones de habitantes se
encuentra que 2 millones son extranjeros. Estos nuevos habitantes
ignoran el pasado inmediato, lo que paso ayer en la historia
argentina. Es decir, como si hoy llegaran argentinos a los que le
preguntamos qué paso en el 2001 y no saben, no tienen la menor idea,
cosa que hoy, con los medios de comunicación, sería difícil que
suceda: nuestra crisis del 2001 y sus imágenes televisivas
recorrieron el mundo. Imagínense un sirio-libanés, un italiano, un
español, campesinos profundos que saben a duras penas leer y
escribir a quien le preguntasen en 1895 que había ocurrido en la
Batalla de los Corrales, ahí donde está la cancha de Huracán, y el
Autódromo. Habían muerto 3.500 argentinos para doblegar la voluntad
de la oligarquía porteña que se negaba a entregar las rentas de la
aduana al conjunto del país.
Por
primera vez se encuentran los criollos, los argentinos de vieja data
por así decirlo, con culturas que son verdaderamente extrañas,
colores, sabores, olores, vestidos que eran absolutamente
desconocidos. Imagínense el impacto que le podía causar a una
señora católica de Barrio Norte la aparición de un judío, ruso de
Odessa, con sus largas barbas y rulos y su sombrero de piel. El
impacto era absoluto. Hoy en día tenemos algunos sectores con
problemas para aceptar a los bolivianos, imagínense lo que era esta
imagen en la sociedad de entonces, considerando, además, una
inmigración creciente, que cada año era mayor que el anterior. Si
embargo es necesario mencionar que por lo menos un tercio de la
inmigración que vino se volvió a su país de origen en estado de
fracaso, por así decirlo. Eran inmigrantes que venían como última
posibilidad de su vida a encontrar un destino mejor en el Rio de la
Plata y después de dos, tres, cuatro años de intentarlo deciden
volver al lugar de donde salieron. Quiero decir, esto tenía una
carga de desazón y derrota personal que la teoría o el mito del
país promisorio, que generaba riquezas y bienestar a todos los
pueblos del mundo que quisieran habitar el suelo Argentino era, en
gran parte, eso, un mito.
En
1910 podemos establecer un país que tiene estas características. En
lo político, hay tres grandes fuerzas: una es el mitrismo con
asiento en la Ciudad de Buenos Aires. Una fuerza que mantiene la
misma mezquindad que había caracterizado al mitrismo de toda la
vida. Es el núcleo más duro de la oligarquía comercial y
terrateniente. El roquismo, por otra parte, donde Roca era su cabeza
indiscutible, y que ha determinado la política Argentina en los
últimos veinte o veinticinco años en estado de decadencia. La
estrella de Julio Argentino comienza a eclipsarse y han aparecido
hombres que discuten su hegemonía y su autoridad. Esto era evidente
en dos figuras de la clase dominante de la época, donde no existía
una idea de integración popular a la política, dos figuras que son
Carlos Pellegrini y Roque Saenz Peña. Saenz Peña, un hombre
enfrentado inicialmente al roquismo, de vieja raíz federal, y que
ademas había participado en el partido de Adolfo Alsina, que fue el
primero agrupamiento federal popular (por decirlo de alguna manera),
después del triunfo de Pavón. Había participado allí -en el
alsinismo- junto con otro hombre de su misma edad -la historia los
volverá a encontrar muchos años después- que fue Hipólito
Yrigoyen. Su origen político es del alsinismo antimitrista de la
provincia de Buenos Aires. Estas dos figuras comienzan a cuestionar
la conducción, la hegemonía de Roca. En Saenz Peña hay una
resistencia muy fuerte frente a cualquier posibilidad de alianza con
el mitrismo para debilitar o perjudicar a Roca. Saenz Peña se niega
a lo largo de su vida a armar coaliciones con el mitrismo que
tendiera a debilitar a Roca.
Hipólito
Yrigoyen
Hay
una tercera fuerza que es como los fantasmas, que no existen pero que
los hay, los hay. Esta tercera fuerza dirigida por Hipólito
Yrigoyen, un hombre que en una época de grandes oradores y grandes
discurseadores se niega a hablar en público, no se le conoce
discursos públicos en plazas. Ha ido ganando sobre la base de la
conversación personal, uno por uno, a todos los viejos sectores
federales de la provincia de Buenos Aires, del interior del país,
sobre todo de Córdoba, Entre Ríos, que ha creado lo que podríamos
llamar el primer partido político moderno de cuadros militantes.
Todo esto bajo una sola consigna que constituye todo su programa, y
cuando le preguntan por lo que entonces se llamaba un programa dice:
“yo no estoy con programitas, tengo un solo lema: el voto secreto,
universal y obligatorio”. Además, para evitar la corrupción de
este gran sistema militante clandestino, conspirativo que ha armado,
se niega rotundamente a participar de ninguna elección que no esté
regida por el voto secreto, universal y obligatorio.
Un
hombre de la época creo que fue, Pellegrini o alguno de ellos, decía
que el sistema electoral argentino había ido mejorando desde 1880
aproximadamente. Se había pasado del voto cantado al voto venal,
diciendo que por lo menos al tipo que vota hay que negociarle un
precio, hay que comprarlo. Ya no viene y vota y si no lo hacés lo
muelen a palos o va preso, sino que ahora hay que comprarlo. Con
ironía o con cierto sarcasmo se manifestaba un progreso democrático
ya que el voto, al ser pagado, requería una negociación previa.
Cuánto cuesta tu voto, de qué manera yo consigo tu voto. En cuanto
al lado negativo el voto venal ponía en evidencia la fabulosa
corrupción del sistema. Entonces la consiga de Yrigoyen era el voto
secreto universal y obligatorio. Para ello ha armado este asombroso y
novedoso movimiento político basado en hombres que están iluminados
y convencidos de que “la reparación de la ignominia del régimen
falaz y descreído” –así hablaba Yrigoyen, es decir, hablaba en
términos abstractos – seria corregido por el voto secreto,
universal y obligatorio. Hasta tanto esto no se diera este hombre
(Yrigoyen) no iba a participar de ninguna elección.
En
la presidencia de Quintana se produce la Revolución de 1905. Es una
revolución que sorprende por la magnitud del despliegue cívico
militar. De repente en cada pueblo del país, en cada provincia, en
cada capital de provincia aparecen altos oficiales militares del
ejército y civiles en general (abogados de las clases medias
patricias no ricas del interior del país) y el nuevo fenómeno del
que hablábamos, los inmigrantes la primera generación de argentinos
de apellidos italianos. La literatura conservadora, de la élite
conservadora de la época, hacia gran hincapié en cuanto a su
desprecio y prejuicio sobre los italianos por encimo del prejuicio
sobre los judíos. Uno tiende a poner a los judíos como motivo de
prejuicio central de esa clase, pero no era lo que ocurría en la
Argentina de esos años. Los apellidos italianos producían una
sonoridad que hasta daba gracia, su manera de hablar y sus rasgos
esenciales habían convertido a los italianos en una especie de
amenaza a nuestra identidad hispano-criolla, una forma de
conspiración napolitana. En esa conspiración de 1905 que levanta al
conjunto del país y que le cuesta mucho al gobierno de Quintana
sofocar, aparecen condensados estos sectores. Los viejos federales
del interior, una clase media de abogados, farmacéuticos, pequeños
estancieros de provincia enfrentados con el régimen oligárquico de
Buenos Aires puesto que no podían participar de la integración de
este sector al mercado internacional, viendo a sus productos
desplazados del puerto de Buenos Aires. Esa clase media, de origen
federal, en donde hay apellidos como Elpidio Gonzalez -primer
Vicepresidente de Hipólito Yrigoyen, y nieto de un federal de la
época de Rosas e hijo de un federal que peleo con Felipe Varela en
los 60’ del siglo XIX – y a quine la oligarquía porteña, los
conservadores porteños ninguneaban como si fuera la nada social, un
recién llegado a la Argentina. Esos sectores se expresan junto a esa
clase media inmigrante. Son inmigrantes llegados con anterioridad,
cuyos hijos de alguna manera han progresado en el comercio, en algún
taller, que poco a poco fue creciendo. Conforman así un nuevo sector
social. Sector social al cual, grupos o individualidades de las
clases tradicionales consideran que es muy necesario de alguna manera
integrarlos políticamente al país. La mera entrega de la libreta de
enrolamiento o del servicio militar obligatorio no lo logra si no hay
algo que además los haga sentirse parte de la historia que está
sucediendo y esto, dentro de los partidos tradicionales, es decir de
sus propios partidos, no es posible.
Quintana
reprime violentamente el levantamiento de 1905. Mete preso a
oficiales que han llegado a detener a José Figueroa Alcorta,
vicepresidente de Quintana y enemistado con el mismo. En fin, tal
como suele ocurrir con los vicepresidentes en la Argentina. Los
revolucionario habían logrado detener al vicepresidente de la
República, un hombre de las clases dominantes porteñas, de la
oligarquía porteña: Figueroa Alcorta. Es el único hombre en la
historia argentina que fue presidente del senado, presidente de la
República y presidente de la Corte Suprema de Justicia. No
simultáneamente sino a lo largo de su vida. Figueroa Alcorta toma en
sus manos la negociación con los insurrectos y logra, contra la
voluntad de Manuel Quintana que quiere fusilarlos al mejor estilo
mitrista -partido con el que simpatizaba como buen agente inglés-
que no los fusilen, pero no logra que los dejen en libertad.
Quintana
muere un tiempo después, asumiendo así Figueroa Alcorta. Una de sus
primeras medidas es declarar la amnistía de los jefes militares del
ejército que estuvieron en la revolución de 1905.
El
Ejército se hace radical
Me
permito hacer una pequeña reflexión en donde Jauretche ha expresado
con una enorme claridad. Creo saber que es en el libro de “El medio
pelo en la Sociedad Argentina”. La oligarquía, la tradicional
oligarquía argentina, los grandes terratenientes de la provincia de
Buenos Aires desde 1890 hasta 1930 se caracterizaban por dos cosas.
Primero una absoluta indiferencia y desprecio de la actividad
política, estos grandes terratenientes no hacían política. Ellos
se dedicaban a tirar manteca al techo. También dice Jauretche que
tampoco le interesaba que sus hijos o gente de su propia clase social
estuviesen en el ejército. Contados con los dedos de una mano han
sido los miembros del ejército provenientes de las clases
oligárquicas. Esto generó que las filas del ejército se fuesen
llenando de yrigoyenistas. El ejército en 1912 –antes de las
elecciones del 16- ya es un ejército yrigoyenista, que no responde a
las estructuras sociales y políticas de la oligarquía dominante,
sino a esta especie de “religión” (acuérdense ustedes que entre
ellos se llamaban correligionario, esa especie de religión en donde
cada uno de sus miembros es un correligionario) Esta es la lucha que
Yrigoyen llamó contra “el régimen falaz y descreído”. Este
era el modo, la estética de don Hipólito, y un poco la estética de
la época propia de sustantivos abstractos. Los conservadores, los
hijos literatos de los conservadores, que editaban el diario la
Fronda contra el yrigoyenismo se burlaban de estos datos estilísticos
de la prosa o de la retórica yrigoyenista.
El
ejército comienza ahora a ser radical, yrigoyenista para ser más
precisos. La constitución de la UCR se da a través de una gran
pelea que Hipólito Yrigoyen tiene con su tío y par que fue Leandro
Alem. Leandro Alem -del cual se llenan la boca los radicales de hoy-
fue desplazado brutalmente por Hipólito Yrigoyen en la presidencia
de la UCR por sus relaciones con el mitrismo. Después viene la pelea
con los hombres de la provincia de Santa Fe encabezados por Lisandro
de la Torre. Don Hipólito se va desprendiendo de esos sectores
impregnados del viejo liberalismo mitrista. Nunca se oyó decir,
hasta 1916, de boca del propio Yrigoyen, lo que pensaba, no se lo oyó
revindicar a Rosas, al partido federal, a las montoneras federales, o
atacar a la constitución del 53. Lo único que una vez dijo, antes
de la creación de la UCR, en 1880, cuando es diputado provincial de
Buenos Aires, ante la propuesta de Alem para sumarse a las filas del
mitrismo fue: “Hacerme mitrista sería como hacerme brasilero”.
Es el único momento en el que él revela su enfrentamiento
conceptual y político con Mitre. Siempre decía lo que su
interlocutor quería escuchar para sumarlo a lo que el llamaba “la
causa contra el régimen falaz y descreído”.
Alrededor
de la década del 70, abandona la política por unos años, para
dedicarse a las actividades agropecuarias y poder formar una pequeña
fortuna que le diera base a su actividad política. Su pequeña
riqueza se reduce a unas hectáreas en San Luis que usa para la
política. Lo hace no solo financiando los levantamientos, armando la
infraestructura, la logística, la construcción -todo lo que un
viejo conspirador se puede imaginar- sino que después gastó su
fortuna en reparar y sostener a los perseguidos y perjudicados por
los levantamientos que él mismo causaba: ponerle la plata a la mujer
y a los hijos de aquel correligionario que se había refugiado en
Uruguay, la señora del militar que estaba preso, etc. Y esto generó
alrededor de él una especie de leyenda y de mito del hombre magno y
magnánimo (llamado así por uno de sus admiradores). Arma así este
movimiento que en 1905 muestra las uñas. Ante la indiferencia del
partido socialista, cuya territorialidad es casi exclusiva de la
ciudad de Buenos Aires y desprecia todo esto en nombre de lo que
Juan B. Justo llama despectivamente “la política criolla”.
Me
gustaría mencionar por ultimo lo que decía J. B Justo:
“En
tanto que los partidos pertenecientes a la clase dominante califica
de violentos nuestro derecho de huelga (propia represión del estado
de sitio declarado por Quintana en 1905) reprimiéndolo ilegalmente y
coartándolo con los procedimientos más arbitrarios, ellos practican
-como los prueban los recientes sucesos- los más reprobables
sistemas de violencia. En consecuencia invitamos a la clase
trabajadora a mantenerse alejada de estas rencillas partidistas,
provocada por la ambiciosa sed de mando y las mezquinas ambiciones
que alegando a su contingencia moral y personal a la obra
desmoralizadora que ellos realizan, fortificando y consolidando su
organización gremial y política con el objeto de obtener su más
próxima eliminación”.
La República Oligárquica
llega a su fin
Llegamos
al gobierno de Figueroa Alcorta. El Centenario es, por otra parte, la
apoteosis del régimen oligárquico con la visita de la Infanta
Isabel a las festividades de la Semana de Mayo. Consideren ustedes
que este momento constituye, de alguna manera, el momento más alto,
del proceso de atomización en pequeños países de lo que fuera la
heredad iberoamericana. Es el momento en que cada uno de estos países
considera que ha llegado a la construcción de su nacionalidad.
El
centenario de 1910 el centenario es el momento culminante de la
dispersión latinoamericana. La visita de la Infanta Isabel
significaba para el esquema inaugurado a partir de 1860 la
consolidación y el reconocimiento de la Madre Patria de la nación
argentina por parte de España, representada por esta señora. Un
momento culminante en donde la Argentina se considera una nación de
la misma magnitud que, por ejemplo, Alemania, Suecia, Japón.
En
cuanto al mito de la promoción y el mito de la riqueza generada por
la integración de Argentina al mercado mundial es revelado, de
manera extraordinaria, por el famoso informe de Bialet Massé. Es un
documento verdaderamente extraordinario, de una modernidad en su
método y conclusiones digna de cualquier escuela de sociólogía
moderna, y pone en negro sobre blanco el verdadero estado en el
interior del país que era verdaderamente vergonzoso. El informe
explica el proceso de destrucción de las estructuras familiares y
sociales en las familias del interior lo que género una especie de
proletariado sin trabajo, que primero se instala en la periferia de
las ciudades, y luego termina emigrando a los centros urbanos
mayores. Bialet Massé hace esto por encargo del presidente Julio
Argentino Roca, y de su ministro, el intelectual riojano, Joaquín V.
González, unos años antes del Centenario.
En
cuanto a la cuestión social, el gobierno reprime al movimiento
obrero, y sucede el famoso Primero de Mayo cuando la policía
reprime, en la ciudad de Buenos Aires, de una manera brutal el acto
obrero y que, como consecuencia de ello, genera el posterior
asesinato de Ramón Falcón por el anarquista Simón Radowitzky.
Además
de esto, el gobierno de Figueroa Alcorta, en medio del régimen
agroexportador, tiene algunas medidas de significación, como las que
toma tras el posterior descubrimiento de petróleo en Comodoro
Rivadavia. La inmediata decisión del gobierno es poner bajo
jurisdicción del estado varios kilómetros alrededor de Comodoro
Rivadavia y que sea así solo el Estado el que pueda estudiar y
explotar los yacimientos petrolíferos. Al poco tiempo se comienza a
reemplazar, como generador de energía, al carbón inglés que se
importaba. El gobierno llega a su fin. Comienzan así las discusiones
sobre su sucesión. Aparece como figura única la candidatura de
Roque Saenz Peña, quien es elegido presidente de la República.
Toda
su candidatura, establecida con el apoyo de Figuera Alcorta y de
Carlos Pellegrini, tiene como finalidad exclusiva la sanción de la
Ley Saenz Peña (1912) que establece el voto universal, secreto y
obligatorio. El sector más lúcido de esa oligarquía, de la belle
epoque argentina, el
que ve con mayor profundidad los fenómenos sociales y políticos
producidos en el país, percibe el peligro que significa una
creciente población inmigrante europea extranjera sin ningún tipo
de integración política, sumada a la presión del creciente
pobrerío del interior del país. Encuentran así en la integración
electoral el modo de darle una válvula de escape a esa presión que
amenaza de raíz a la República oligárquica. Con la sanción de la
ley – conversada con el propio Hipólito Yrigoyen, viejo amigo de
Saez Peña desde los tiempos del alsinismo- las elecciones de 1916
son ganadas, con una amplia mayoría, por Hipólito Yrigoyen. La
magnitud de lo que significó el triunfo de Yrigoyen en 1916 es para
los ojos actuales lo más difícil de establecer. Fue lo más
parecido a un giro copernicano de la situación social y política
del país. Quizás si se imaginan ustedes lo que fue el 17 de octubre
del 45, podrán entrever lo que fue la asunción de Yrigoyen en 1916.
Apareció en escena un protagonista político, el demos, el pueblo
común y silvestre que nunca había participado en la política de
esta manera. El presidente de la Cámara de Senadores presidía las
sesiones nocturnas del senado de smoking,
tal como era la costumbre en la cámara de los lores inglesa y era la
costumbre que esa clase social había aceptado para Argentina: una
exageración de los buenos estilos típica del parvenu . La asunción
de Yrigoyen puso en la calle a decena de miles de personas de pañuelo
al cuello, que no conocían la corbata. Introdujo en la Casa Rosada
todo el sistema de punteros de comité, de hombres que debían su
prestigio y su voto a los favores por una cama de hospital, por una
patente de carro, etc. Esto era desconocido para la vieja oligarquía,
que si bien poseía un sistema clientelar, éste no aparecía en el
centro del poder político. Era solo visto en los suburbios o en los
barrios. Este sistema clientelístico en el radicalismo ocupa el
centro de la política argentina y esto es visto por la vieja
oligarquía como algo horroroso.
Don
Hipólito se convierte en el hombre más amado de la Argentina en
toda su historia. De pronto, en una república con más habitantes,
con mayor complejidad social, donde hay, en Buenos Aires, una
incipiente clase obrera, aparece una incipiente clase media
profesional que se expresa a través del caudillo Yrigoyen. Este
hombre adquiere una popularidad extraordinaria, casi religiosa. Pero
a su vez, los epítetos con los que lo llamó la oligarquía a
Yrigoyen son innumerables. El sistema oligárquico odió a Yrigoyen
con un odio casi comparable con el que esta misma clase le tuvo a
Perón y a Evita.
Lo
que, de alguna manera, Yrigoyen intentaba era democratizar la renta
agraria. Lo que intentaba era repartir un poco en el pobrerío esa
extraordinaria renta agraria. Salvando la distancia -toda comparación
es odiosa- es necesario observar lo que está pasando con Venezuela,
ver las dificultades políticas que ofrece la reconversión de una
economía petrolera. La principal tarea de Chávez cuando llega al
gobierno fue la democratización de la renta petrolera. Busca que los
ingresos producidos por el petróleo -cuyo precio internacional,
además, se encarga de aumentar- no queden en manos de una burguesía
compradora parásita e inútil, sino convertirlo en hospitales,
médicos, escuelas. Lo que se llaman, en Venezuela, las misiones. y
mejorando así las condiciones de vida de los venezolanos.
Yrigoyen
tiene un impedimento de origen político e ideológico en avanzar
sobre un programa que vaya más allá de esa distribución social de
la renta agraria. Él es un productor rural de la pampa húmeda y no
ve la posibilidad de invertir la renta agraria en un proceso de
industrialización. Repartamos la renta agraria, propone, y lo hace
mediante el cargo, el cargo público. Comienza a generar cargos que
comienzan a solucionar problemas concretos individuales de miles y
miles de pobres del interior, de la ciudad de Buenos Aires y de la
Provincia. Lo hace mediante la generación de cargos públicos o del
subsidio directo. Este proceso de democratización es visto con el
mismo horror que hoy ven los sojeros que les entreguemos subsidios a
las madres solteras.
Reaparecen
en el radicalismo algunas tradiciones del viejo país federal. En
primer lugar, y de manera evidente, reaparece en Yrigoyen el
americanismo. Yrigoyen se expresa contra la doctrina Monroe. Esta
resistencia a los intentos imperialistas en el continente fue
recibida con enorme satisfacción por los sectores más patrióticos
y latinoamericanistas de muchos países. La política de Yrigoyen fue
esencial para la neutralidad de Argentina en la Primera Guerra
Mundial. Las embajadas europeas, Inglaterra y Francia, y la
oligarquía tradicional argentina ejercieron una presión muy fuerte
para que Yrigoyen tomara postura frente a la guerra. Pero fue algo
que Yrigoyen no cedió.
Conjuntamente
con la distribución de la renta agraria esboza ciertas concesiones.
Pese a la dura represión de la Semana Trágica de 1919, Yrigoyen no
deja de encontrar políticas de integración a los sectores obreros
en la política nacional. Las contradicciones del mundo industrial
eran una especie de misterio para un país que no conocía
exactamente cómo eran las sociedades industriales. Con la aparición
de la industria, la actividad social empezó a observarse de otra
manera. Las medidas tomadas por el gobierno de Yrigoyen, las
propuestas de los diputados yrigoyenistas aportaron muchas mejoras
para la clase trabajadora, votando conjuntamente con socialistas,
pese a no compartir algunas de las propuestas por ellos sostenidas.
El
yrigoyenismo fue el primer movimiento popular, el primer movimiento
de masas que tuvo la Argentina en el siglo XX. Sin el yrigoyenismo es
imposible comprender la Reforma Universitaria que pudo desarrollarse
gracias a la presencia en el poder de don Hipólito.
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