Rosas

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miércoles, 31 de agosto de 2022

EL RESTAURADOR Y EL ARTILLERO EN LA DERROTA NACIONAL DE CASEROS...

 EL BRIGADIER GENERAL JUAN MANUEL DE ROSAS AL CORONEL MARTINIANO CHILAVERT....3 DE FEBRERO DE 1852





SARMIENTO CONTRA URQUIZA ¿PORQUE ASESINÓ A CHILAVERT?

 Carta de YUNGAY....SARMIENTO SINCERO....LE PREGUNTA AL TRAIDOR ¿PORQUE ASESINÓ A URQUIZA? ¿PORQUE COLGÓ A CIENTOS DE SOLDADOS EN PALERMO DE SAN BENITO?


Sarmiento y sus Mujeres...

Por el Prof. Julio R. Otaño
Nacido el 14 de febrero de 1811 en San Juan, aunque anotado al día siguiente, lo que convierte al 15 como la fecha oficial, vio el mundo como Faustino Valentín, por el día de su nacimiento. Sarmiento escribió “No creo en la duración del amor, que se apaga con la posesión. Yo definiría esta pasión así: un deseo por satisfacerse. Parta usted del principio de que no se amarán por siempre. Cuida de cultivar el aprecio de su mujer y apreciarla por sus buenas cualidades. Oiga usted esto, su felicidad depende de la observancia de este precepto: no abuse de los goces del amor; no traspase los límites de la decencia; no haga a su esposa perder el pudor a fuerza de hacerla prestarse a todo género de locuras. Cada nuevo goce es una ilusión perdida para siempre; cada favor nuevo de las mujeres es un pedazo que se arranca del amor. Yo he agotado algunos amores y he concluido con mirar con repugnancia a mujeres apreciables que no tenían a mis ojos más defectos que haberme complacido demasiado. Los amores ilegítimos tienen eso de sabroso: que siendo la mujer más independiente aguijonea nuestros deseos con la resistencia”-
El papel de la mujer en la vida de Domingo Faustino Sarmiento ocupó un espacio vital y trascendental. Desde su nacimiento recibe las fuertes influencias de su madre, Paula Albarracín de Sarmiento, y de sus cuatro hermanas: Paula, Vicenta Bienvenida, María del Rosario y Procesa.
La primera relación seria, 1831, la mantuvo con María Jesús del Canto, una joven de veinte años, nacida en Valparaíso, Chile, con quien tuvo a su primera hija Ana Faustina. dejada al cuidado de su abuela y tías y volver, al poco tiempo, a Chile.   Ya, hacia 1845, Sarmiento inicia el viaje por Europa, Asia y Estados Unidos por encargo del gobierno chileno tardando tres años en regresar. En 1848, conoce a Julio Belín, un hombre joven francés, que se enamora de su hija, Ana Faustina con quien se casa. Antes de iniciar el gran viaje, en 1845, Sarmiento conoció a Doña Benita Martínez Pastoriza, argentina, casada con Don Domingo Castro y Calvo, unión de la que nació Domingo Fidel. Por el nombre del niño podemos inferir que el romance entre ambos ya se había iniciado. De esta manera, el año 1848 fue para Sarmiento, un año de doble casamiento: el de su hija Ana Faustina con Julio Belín y el suyo con Doña Benita quien había enviudado hacía poco tiempo. La debilidad de Domingo Faustino Sarmiento por su hijo, Domingo Fidel, no conoció límites, le dio su apellido y, años más tarde, escribirá un libro en su memoria, Vida de Dominguito, luego de su muerte el 22 de septiembre de 1866 en Curupaytí, durante el desarrollo de la Guerra de la Triple Alianza. No tuvo un feliz matrimonio con Benita. A tal punto que en su testamento aclaró que “estuve separado de mutuo consentimiento desde el año 60”. Es que la relación se rompería por otro romance que tendría su esposo.
En 1853, hizo nacer un nuevo amor por Aurelia Vélez Sarsfield. La hija de un viejo amigo, el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield. “La Petisa”, de una vasta formación cultural y que supo hacerse de un lugar en un mundo dominado por los hombres, a tal punto que estaba separada de su marido, que era además su primo. A Aurelia la había conocido en 1840 en Montevideo siendo ella una niña de nueve años pero en 1850, la niña ya era una mujer culta, inteligente y de gran interés por la política. ¡Era la mujer ideal, la siempre soñada! Ella tenía 19 y él 44, y comenzaron un romance intenso, aunque oculto. Sin embargo, no podían disimular esa atracción innata. En 1857, la esposa de Sarmiento, Benita Martínez Pastoriza, descubrió el amorío a partir de unas cartas que había encontrado de ambos. Fue una de las polémicas más resonadas de ese año, la cual terminó con la separación del matrimonio. No obstante, la unión entre Aurelia y Domingo Faustino jamás se quebró.
En Estados Unidos, se enamora de Ida Wickersham, casada con un médico. El romance con Ida duró bastante tiempo y tan profundo era el sentimiento de ella que al llegar Domingo Faustino Sarmiento a la presidencia de la nación en 1868, le escribió una carta en la que le relataba sobre su divorcio y le solicitaba formar parte del grupo de maestras norteamericanas que se preparaba para venir al país. El pedido fue rechazado.    El amor por Aurelia era mucho más profundo pero la diferencia de años y la férrea negativa del padre de Aurelia- el renombrado Dalmacio Vélez Sarfield, eran obstáculos insalvables.
Poco y nada le preocupaba al Presidente lo que dijeran sus enemigos. Pero debía cuidar las formas porque, además de los opositores, rondaba Benita Agustina Martínez Pastoriza, su ex mujer, quien aún reclamaba privilegios conyugales. De hecho, se quedó con doscientos pesos de cada sueldo del mandatario. Sarmiento la calificaba de insaciable y de ser “un veneno corrosivo” que destruía hasta el recipiente que lo contenía. El papel de primera dama lo asumió Rosario Sarmiento, la hermana soltera del cuyano, quien vivía en la casa del Presidente, junto a la hija del prócer Ana Faustina —viuda— y los seis nietos.
Lo cierto es que a Mandinga Vélez Sarsfield la responsabilidad del ministerio le pesaba mucho. Por empezar, Dalmacio fue el ministro del Interior durante uno de los mayores atentados de la historia argentina: el asesinato de Justo José de Urquiza y de dos de sus hijos. También ocupaba esa compleja cartera cuando la fiebre amarilla causó tan fatales consecuencias en Buenos Aires y alrededores. Los Vélez debieron abandonar la ciudad y se instalaron en sus campos de la magnífica localidad de Arrecifes, a ciento ochenta kilómetros de Buenos Aires. Sarmiento, por su parte, se ubicó en la ciudad bonaerense de Mercedes, a ciento veinticinco kilómetros de la Casa Rosada y de la peste.
Las visitas de Sarmiento a la casa de Aurelia eran tan habituales, que fue objeto de un plan criminal. Dos inmigrantes italianos contratados en Montevideo se aprestaron a matar al Presidente en la noche del sábado 23 de agosto de 1873. Cargaron la pistola con suficiente pólvora, bañaron dos puñales en veneno y se apostaron en el trayecto, a la espera de la clásica visita de Sarmiento a los Vélez.
El sanjuanino vivía entonces en Maipú al 600, entre Tucumán y Viamonte. La casa de Aurelia estaba en la actual Perón y Maipú, es decir, se hallaba a cinco cuadras. Tres marinos italianos de 21 años, Luis Casimir y Francisco y Pedro Guerri (que no eran hermanos como suele decirse), aguardaron al coche presidencial y, antes de que cruzara Corrientes, a mitad de camino, dispararon. Con tan mala suerte —para ellos— que el arma explotó en la mano de Francisco Guerri (le voló el pulgar) y la bala no llegó a destino, lo que nos permite afirmar que una bala perdida frustró un magnicidio.
Sarmiento, que ya estaba bastante sordo, ni se enteró de lo que había ocurrido. Fue advertido recién al descender en la casa de su amante. Los magnicidas fueron detenidos, acusados de intentar matar al Presidente.
En cuanto culminó su mandato, Manuel Ocampo, secretario de Sarmiento (quien sería abuelo de Victoria), le entregó veintiocho mil pesos de su salario que había ahorrado en una cuenta bancaria. Con ese dinero, Domingo se compró una casa en la céntrica calle Cuyo número 53 —hoy calle Sarmiento y Libertad—, a seis cuadras de la de su amiguita Aurelia.
La ex del sanjuanino puso el grito en el cielo: le inició un juicio por alimentos, alegando que desde que terminó la presidencia, dejó de enviarle los doscientos pesos mensuales. El ataque de Benita se basaba en que Sarmiento, cuando se casaron en mayo de 1848, no tenía un peso. Y que gracias a la fortuna que había heredado ella por la muerte de su primer marido Castro y Calvo, su segundo marido había podido llevar adelante su carrera, sus negocios en el campo periodístico y la publicación de libros. La relación con Aurelia continuó, con menos pasión, pero con más libertad que en otros tiempos. Con edad suficiente para no andar preocupados por las murmuraciones, viajaron juntos a Montevideo en 1883. Ella lo acompañó en una charla que dio en la Escuela Normal. Aurelia visitó Europa en dos oportunidades (no viajó con Sarmiento), durante los años 1885 y 1888. Del último paseo regresó en agosto y encontró una carta de su eterno amante, quien la invitaba a Asunción. Domingo Faustino se había construido una casa donde solía pasar el invierno, por cuestiones de salud. “Venga, juntemos nuestros desencantos”, le rogaba el cuyano.  Domingo y Aurelia se despidieron. Ella regresó a Buenos Aires. Dos semanas más tarde recibió el telegrama que le anunció la muerte del hombre al que amó con locura.
Ella se quedó sola y en libertad (en Libertad 1277, entre Arenales y Juncal, a un costado del Colegio Nacional Sarmiento) hasta el 6 de diciembre de 1924.

bibliografía

Belucci, Mabel (1997), “Sarmiento y los feminismos de su época”

Bellotta Aracelli Aurelia Vélez la mujer que amo a Sarmiento

De Paoli Pedro “Sarmiento su gravitación en el desarrollo Nacional”

Fernández, Javier (1997), “Viajando con Sarmiento”, Todo es Historia,

Galvez Manuel “Vida de Sarmiento”

García Hamilton Ignacio “Cuyano Alborotador”

martes, 30 de agosto de 2022

Un retrato de Manuelita Rosas

Por Guillermo Palombo
La firma J. C. Naón & Cía. S. A. incluyó en su catálogo impreso para el remate realizado en los salones del Hotel de Ventas sito en Guido 1785 (Buenos Aires) desde el 11 al 13 y del 17 al 19 de agosto de 2004, un “Retrato de Manuelita Rosas” (lote 148). Su descripción técnica precisa que trata de una figura al óleo sobre tela, firmada con el monograma C.M.F. (Fecit), en la parte inferior izquierda de la tela cuyas dimensiones son 0,560 m. de alto y 0,415 m. de ancho. El valor de base de la obra fue estimado entre 6.000 y 10.000 dólares estadounidenses.  El catálogo incluye un comentario firmado por Ángel N. D´Alessio, en el cual se califica al retrato como una “obra inédita”, cuya existencia se desconocía con anterioridad, remitida a la firma martillera “para su estudio y tasación”. Agrega que como su estado de conservación impedía su “interpretación” fue necesario realizar “profundas tareas de estudio e investigación” encomendándose tareas de limpieza y restauración a un conocido taller de plaza”. El señor D´Alessio nos dice que la imagen de Manuelita luce “los símbolos federales de la época”, y que a ambos lados de su figura están representados “el escudo nacional argentino” y otro escudo “de carácter particular y de homenaje” orlado con laureles que encierran las iniciales “MRyE” junto a la fecha “24 Mayo 1817-40”. De ello, el comentarista deduce que la figura retratada es Manuelita Rosas y Ezcurra, nacida el 24 de mayo de 1817, que la cifra “40” se refiere al año 1840 como el de realización de la obra, y que su autor es Carlos Morel, puesto que la firma está representada mediante un monograma con letras de su nombre y apellido junto a la “F” fecit, dado que Morel utilizó diversas formas para identificar algunos de sus cuadros y, en este caso, tratándose de “un homenaje tan especial”, empleó “este monograma tan especial”.
Como último detalle se afirma que la tela utilizada lleva un sello al dorso de forma oval de Reeves & Sons-London.   Las referencia indicadas, para el autor de la anotación que he glosado estrechamente, confirman “la certeza del hallazgo”, por lo que concluye expresando que “Estamos en presencia de una importante obra de quien fue cronológicamente nuestro pintor nacional y que representa la figura femenina más apreciada de la sociedad de su época.
Los símbolos federales
Los “símbolos federales de la época” que luce el retrato de Manuelita Rosas, referidos por el catálogo, son el moño federal punzó sobre su cabeza y la divisa federal punzó sobre su pecho: se trata de dos símbolos cuya presencia simultánea es incompatible, con el agravante de que el uso de la divisa en el pecho fue vedado a las mujeres por el propio Rosas.   La divisa federal fue impuesta, primero por un decreto del 22 de septiembre de 1830 y luego, rigurosamente, por otro del 9 de enero de 1832. Y aunque nada dicen ambas disposiciones sobre su uso por las integrantes del sexo femenino, Rosas dispuso que ellas debían llevarla, exclusivamente, en la forma en que fue usada por su esposa, Encarnación Ezcurra, quien “se puso la divisa punzó al lado izquierdo de la cabeza”. Así lo manifestó Rosas a su primo Tomás de Anchorena en carta del 25 de diciembre de 1838, publicada por Ernesto Celesia en su libro Rosas, aportes para su historia, tomo II, Buenos Aires, 1968, pág.454.
Un decreto del gobernador de San Luis, del 9 de noviembre de 1835 ordenó a todos los empleados públicos de la provincia y a los ciudadanos el uso de la divisa federal, y lo recomendó, sin imponerlo, a las señoras de los empleados. Y si bien no se aclara cómo debían llevarla estas últimas, debió serlo en la misma forma que el propio Rosas expresó en la carta que he citado (en forma de moño y al lado izquierdo de la cabeza), porque así lo demuestran en forma concordante todos los testimonios documentales que he visto al respecto, correspondientes al período que va desde 1836 hasta 1852, y nunca en el pecho, modalidad reservada para los hombres.   El Obispo de Buenos Aires, monseñor Mariano Medrano, en una circular dirigida a los curas vicarios el 6 de septiembre de 1836, publicada por el P. Cayetano Bruno en su Historia de la Iglesia Argentina, tomo X, Buenos Aires, 1975, pág. 37, les recomendó exhortar a sus feligreses para que llevaran constantemente la divisa federal color punzó que tenía ordenada el Gobierno, los hombres “al lado izquierdo sobre el corazón y las mujeres en la cabeza del mismo lado”.
Rosas en carta del 28 de noviembre de 1836 dirigida a Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, a la vez que le anunciaba el envío de cintas punzó con los letreros correspondientes, definiendo como debía ser la divisa federal femenina: “La divisa federal en las señoras debe ser un moño punzo al lado izquierdo de la cabeza con letreros de “Vivan los Federales, Mueran los impíos Unitarios”. Esta es la verdadera divisa en ellas, colocada como queda dicho al lado izquierdo de la cabeza y no en otra parte. Ellas la quieren al pecho, pero no se les debe consentir porque ahí solo se le ve a la que quiere mostrarla. Verdad es que esta divisa en la cabeza es majadera y cara porque se les pierde muchas veces y así es que por eso aún no se ha generalizado, principalmente en las pobres que no les alcanzan sus recursos pero si se las da ellas la usan con la mejor voluntad”. Esta carta fue dada a conocer por José Luis Busaniche en su artículo Muestrario rosista. Los colores nacionales, aparecido en La Nación, núm. 25.199, Buenos Aires, domingo 31 de agosto de 1941. Y en 1839, Rosas reiteró a Juan Pablo López, gobernador de Santa Fe, la conveniencia de generalizar el uso de la divisa federal “los hombres al pecho en el costado izquierdo y las mujeres al costado izquierdo de la cabeza”.
El jesuita Mariano Berdugo, que estuvo en Buenos Aires hasta 1841, en un informe reservado publicado por el P. Bruno en el tomo X, pág. 38 de su obra citada, recuerda que los mazorqueros vigilaban que no salieran a la calle los hombres sin el cintillo punzó en el sombrero y las mujeres sin “un moño punzó en la cabeza”. El viajero norteamericano Samuel Greene Arnold, que estuvo en Buenos Aires en febrero de 1848 apunta en su libro Viaje por América del Sur 1847-1848, Buenos Aires, 1951, pág. 155, que “las señoras están obligadas a usar una cinta punzó en el cabello cuando salen, pero no adentro de sus casas”.   El español Benito Hortelano que llegó a Buenos Aires en 1849, recuerda en sus Memorias que cito en la edición publicada por Eudeba en 1972, págs.79 y80, que “También las señoras usaban divisa, consistiendo esta en un lazo de cinta punzó al lado izquierdo de la cabeza”. Y finalmente, tampoco lleva la divisa, el retrato de Manuelita Rosas ejecutado por Prilidiano Pueyrredon en 1851 que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Por otra parte, al reparar en el texto de la leyenda de la divisa que luce en el pecho la figura femenina del retrato que estamos comentando, advertimos que la misma reza “Viva la Confederación Argentina”, por lo que está evidentemente incompleta y falta el muera a los unitarios que contienen todas las divisas de la época.  La colocación de la divisa en el pecho de Manuelita y la leyenda que luce en ella evidencian un error ignorantemente equivocado que nunca pudo haber cometido un pintor de aquel tiempo, que Manuelita nunca hubiera permitido y que su padre no hubiera tolerado por contravenir sus expresas indicaciones expuestas en los documentos citados en los párrafos precedentes.
El escudo nacional argentino
No alcanzamos a advertir por qué motivo Rosas, detallista al máximo cuando del cumplimiento de normas protocolares se tratara, hubiera autorizado la inclusión en el retrato de su hija de un atributo de la investidura nacional – el escudo, con rayos cuyas curvas difieren con la forma de los que se usaban por entonces – que él ejercía por delegación de las provincias (el encargo de las relaciones exteriores ante las potencias extranjeras) cuando Manuelita nunca desempeñó funciones oficiales que justificaran la inclusión. Al respecto, vale la pena recordar que ella misma, en carta a su amigo Antonino Reyes, fechada en Hampstead – Londres – el 16 de noviembre de 1892, publicada por el Archivo General de la Nación en el volumen Manuelita Rosas y Antonino Reyes. El olvidado epistolario (1889-1897), Buenos Aires, 1998, pág. 92, respondiendo a la pregunta de Reyes de si era cierto que al despedirse el general Oribe de Buenos Aires, precisamente en 1840, lo hizo ella “en carácter oficial”, Manuelita aclaro que era “completamente falsa” esa especie: “Mi finado padre el general Rosas jamás me hizo desempeñar un rol que no debía, o que ridiculizase tanto a mí como a él mismo. Tampoco es cierto que yo tomase parte alguna oficialmente de asuntos públicos o políticos durante la Administración de mi lamentado padre, cuando, creo, que hice cuanto me fue dado para desempeñarme en los actos privados y sociales con la dignidad que correspondía a nuestra posición”. Y ese concepto lo ratificó en otra posterior carta del 21 de febrero del año siguiente. Y no deja de ser un dato de valor concurrente, la circunstancia de que no se contempló incluir el escudo nacional en el retrato de Manuelita, ejecutado por Prilidiano Pueyrredon en 1851 por encargo y bajo supervisión oficial.
El escudo de carácter particular y de homenaje
El otro escudo, que en el catálogo se califica como “de carácter particular y de homenaje”, contiene en su interior las iniciales “M.R. y E.” Y las fechas “24 Mayo 1817-40”. No conocemos retrato femenino alguno de la época en el que se haya insertado la fecha de nacimiento de la dama retratada, detalle que, “prima facie”, parece incompatible con la sempiterna y astuta coquetería femenina, uno de cuyos recursos consiste, precisamente, en el ocultamiento de la edad real. Pero más allá de ello, la inclusión del adefesio perjudica el equilibrio de la composición plástica, que es, de suyo, de factura muy pobre, al punto de resultar incompatible con la obra conocida de Morel. Pero, claro, si tal escudo con esos datos y el monograma de Morel no estuviera presente ¿cómo podría argumentarse que el retrato pertenece a Manuelita y que su autor fue Morel?
La palabra de Manuelita Rosas
El retrato de Manuelita (no “inédito”, adjetivo que se reserva exclusivamente para un escrito no publicado, sino desconocido), colocado bajo nuestra observación, carece de elementos de autenticidad de la época. Pero aún cuando esos errores no estuvieran presentes en la obra, tampoco podría tenérsela como un retrato de Manuela, a juzgar por los hechos documentados que pasamos a relatar. En 1851 un grupo de ciudadanos representados por Baldomero García, Eustaquio José Torres y Juan Manuel de Larrazábal solicitaron a Manuelita que accediera a dejarse retratar para poder exponer públicamente su retrato. Manuelita les respondió por escrito, el 25 de junio, que nunca antes había permitido ser retratada (“jamás he abrigado la idea de retratarme”), no obstante lo cual solicitaría autorización a su padre para hacerlo. Rosas concedió la autorización, y para supervisar la realización del retrato, que fue encargado a Prilidiano Pueyrredon, y es el que se exhibe actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes, fue constituida una comisión oficial integrada por Juan Nepomuceno Terrero, Luis Dorrego y Gervasio Ortiz de Rozas, quienes se dirigieron a Manuelita por nota fechada el 1° de julio, en la cual, entre otras consideraciones, y refiriéndose a la necesidad de contar con un retrato de la niña de Palermo expresaban: “Pero, no hay un retrato de Manuelita. Todo el mundo se retrata y sin embargo esa Manuelita Rosas que antes aunque tan imperfectamente hemos bosquejado, jamás ha pensado en ello”, ratificándose, de ese modo, que no existía retrato alguno anterior de Manuelita ejecutado por nadie. Esos documentos oficiales, auténticos, fueron publicados en el libro de Antonio Dellepiane titulado El Testamento de Rosas, Buenos Aires, 1957, págs. 187-188, y evidencian, sin asomo de duda alguna, que Manuelita nunca había sido retratada con anterioridad, porque no tiene valor de tal el dibujo ejecutado por García del Molino en su álbum. Así surge de las propias palabras de la interesada, del aval tácito de su padre y del reconocimiento de sus contemporáneos.
Por su parte, el profesor Adolfo Luis Ribera refiere que el poeta José Mármol, en el número del 6 de octubre de 1851 de La Semana, de Montevideo, comenta los entretelones de este retrato, que iba a constituir el primero de Manuelita (véase Academia Nacional de Bellas Artes, Historia del Arte en la Argentina, tomo III, Buenos Aires, 1984, pág. 315).
Si los errores de época que contiene el retrato atribuido a Morel son inadmisibles (por ejemplo, la duplicación de la divisa, incluyendo la expresamente prohibida, lo que constituye una torpeza inaceptable para la época y para el personaje retratado) pretender sostener la existencia de un retrato anterior al de Prilidiano Pueyrredon, significaría nada menos que pretender desmentir a la propia Manuelita. Por ello el cuadro bajo análisis no puede ocupar, por derecho propio, lugar alguno en la iconografía de la hija de don Juan Manuel.
[Artículo publicado en El Tradicional. Año 9, N° 61, Buenos Aires, noviembre de 2005, pp. 10-11]

Es acción "Santa" matar a Rosas: los Maza

 Por el Dr. Julio R. Otaño

La “Comisión Argentina” de Montevideo obró en nombre de Lavalle. Buscó contactos con los antirrosistas de Buenos Aires para un desembarco sorpresivo, y trató de ganar el mayor número de jefes militares en actividad que se le plegarían.   El enlace de la Comisión y Lavalle con Buenos Aires lo hacían los jóvenes Félix Frías y Avelino Balcarce. Su juventud (tenían alrededor de 20 años) los ponía a cubierto de toda sospecha. Tampoco la policía de Rosas era en 1839 tan eficiente como fue después.  Las cartas iban a nombres ingleses: George H. Brougham. las destinadas a Montevideo, y John Percy las de Buenos Aires cuando se confiaban al correo. La logia de los Caballeros Liberales, de viejos unitarios, quedó desorganizada en 1838 cuando Alvear, su Venerable, aceptó, con desconcierto de sus correligionarios, la legación en Norteamérica. No eran los viejos unitarios los indicados porque les faltaba entusiasmo y convicción; la mayoría, aunque disconformes con el auge del pueblo, habían concluido por resignarse con el hecho Rosas, y casi todos creían que no era decorosa una revolución apoyada en los franceses.  Los unitarios de Buenos Aires no eran hombres de arriesgarse; el deán Zavaleta, firme en sus convicciones (había votado contra Rosas en el plebiscito), era persona reposada; como el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield y Echagüe lo tenía de candidato a gobernador para Córdoba. Con los militares no se podía contar: Lamadrid no salía de Palermo, usaba la divisa federal y hacía brindis por el ilustre Restaurador y el aplastamiento de los inmundos franceses, y Paz, en Luján rehuía las conversaciones políticas.    Frías y Balcarce debieron dirigirse a los dispersos de la Asociación de Mayo: Rafael Jorge Corvalán, Carlos Tejedor, o Jacinto Rodríguez Peña, que trabajaron, gustosos. No consiguieron comprometer a los jefes del grupo, que no eran de temperamento revolucionario: ni Echeverría ni Juan María Gutiérrez.   Además la prominente situación federal de sus padres (Corvalán era hijo del edecán de Rosas, Tejedor del alcaide de la cárcel e íntimo amigo del gobernador) les permitirían desenvolverse sin riesgo.  Lavalle da instrucciones a Frías de acercarse a jefes militares. Tres jefes le interesan: los coroneles Lagos y Corvalán (hermano del general y edecán de Rosas) y teniente coronel Maza (hijo del presidente de la Junta), aunque no ‘‘esté seguro de la sinceridad” del último.  El general Paz cuenta en sus Memorias que “se obraba con tan poca reserva que he oído en un estrado delante de dos señoras, hacer mención de los puntos más reservados sin la menor precaución” Entran los estancieros, cuya oposición era grande porque el bloqueo arruinaba la exportación dé cueros; los más enojados son los mismos amigos de Rosas que lo apoyaron en 1829 y 1835 como ‘hombre de orden” y les resultaba factor de desorden;  Diego Arana, próximo pariente -del ministro de relaciones exteriores, Gervasio Rosas, hermano del gobernador, Félix de Álzaga, Mariano Lozano, apostólicos hasta ayer. Pero daban -una adhesión verbal a la conspiración o cuando más con unos cuantos pesos para gastos, porque no tenían pasta de revolucionarios. Pedro Castelli, estanciero de Dolores los apoyó.  En mayo los jóvenes consiguen por José Lavalle, hermano del general, la adhesión de un militar en actividad: el teniente coronel Ramón Maza, hijo del presidente de la Junta y segundo jefe del regimiento que mandaba en Dolores el coronel Narciso del Valle. Maza ha llegado a Buenos Aires con licencia, y para prorrogarla adelanta su casamiento con Rosa Fuentes Arguibel, sobrina política de Rosas y cuñada de su hijo varón.  Ramón Maza era un ingenuo. Como no quería saber nada con franceses, se le mintió que Lavalle vendría a Buenos Aires por sus propios medios.  Habló con los jefes de guarniciones de la capital: el coronel Vidal de patricios y el coronel Rolón de la Guardia Argentina, les aseguró que Lavalle desembarcaría en Buenos Aires “sin franceses”. Los dos subordinaron su actitud a que se plegase el general Agustín de Pinedo, inspector general de armas. Maza tuvo contactos con el general Manuel Guillermo Pintos, que le prometió participar si Félix Álzaga los acompañaba, y el coronel Hilario Lagos que exigió el apoyo de 2.000 nombres para pronunciar su regimiento. Se limitarían a no entrar en acción cuando desembarcase Lavalle. De los regimientos de campaña suponía levantar el suyo a pesar del efectivo rosismo del coronel del Valle, e inmovilizar al coronel Granada, también muy adicto a Rosas.  Faltaba una fuerza esencial para el desembarco de Lavalle: la artillería de marina al mando de su primo Mariano Maza, convencido federal.    Sin saber que por su torpeza, Rosas estaba al tanto de la conspiración, a mediados de junio Balcarce y Maza creyeron terminados los trabajos. Maza sublevaría en la campaña los regimientos de del Valle y Granada apoyándose en los peones reclutados por Castelli y los estancieros; mientras los grupos de la ciudad matarían a Rosas y tratarían de pronunciar los regimientos urbanos. Manuel Vicente Maza, padre de Ramón, tomaría el gobierno como presidente de la junta. Entonces Lavalle desembarcaría en San Nicolás para asegurar y recoger la victoria.

El plan fue aprobado. Cuesta creer que el doctor Maza, que tanto le debía a Rosas y gozaba de su íntima amistad, se comprometiese en la aventura. Esto, negado por Vicente Fidel López, está afirmado por dos testigos de primera agua: Carlos Tejedor, en una carta escrita a Saldías, y el conspirador que firma en clave con la letra B., que al dar cuenta a Frías de su muerte el 27 de junio, dice “era uno de nuestros hermanos’. Por influencia de su hijo el presidente de la Junta se había prestado a la conspiración.   A mediados de junio, por cartas de Alsina a su suegro que la policía consiguió interceptar, el gobernador estaba al tanto del complot. Quiso salvar al doctor Maza, suponiendo que la debilidad con su hijo lo había arrastrado: escribe a su socio y amigo Juan Nepomuceno Terrero una reservadísima*. “Vuelvo a repetirte lo que ya te he manifestado, que es absolutamente necesario que el doctor Maza salga del país. Tremendos cargos pesan sobre él... y el gobierno no puede salvarlo. Que no insista en una vindicación inútil.. ..Dile que hoy, con su presencia, provoca; y que es preciso que se aleje. Este es mi consejo y quizá muy pronto sea tarde”, Ramón no quiso suspender los trabajos, por encontrarse seguro del éxito y suponer próximo el arribo de Lavalle. Manuel Vicente le creyó. Ya no pudieron salvarse el padre y el hijo.    El Dr. Maza no tomó contacto directamente con los civiles, fuera de Alsina: “Interrogado Ramón por mí —dice Tejedor en carta a Saldías— si su padre el doctor Maza conocía nuestros trabajos, contestó que sí; y que se pondría a la cabeza de una revolución análoga en la legislatura luego que el movimiento hubiese tomado formas”. ’  Nicolás Martínez Fontes resolvió delatar la conspiración. Lo hizo Martínez Fontes (padre) al general Corvalán revelando los nombres de Ramón Maza y de un Jacinto Rodríguez Peña.  Corvalán, sin saber que su hijo Rafael Jorge era uno de los completados, dio estado público a la denuncia y procedió personalmente al arresto de Ramón Maza que fue a la cárcel bajo la custodia de Antonio Tejedor, el padre de Carlos.

 Ramón se confesó único culpable y no dijo los nombres de sus cómplices.   trascendido el descubrimiento del "complot” los federales exaltados se lanzaron a la calle.  Fue agredida por civiles la casa del doctor Maza.  Maza se había refugiado en lo de Juan Nepomuceno Terrero, que le había hecho llegar el consejo de Rosas de abandonar el país.  Maza temió presentarse- ante el amigo traicionado, y pidió que Terrero se adelantase, esperando sus noticias en la legislatura. Pediría por la vida de Ramón y la suya. Terrero vio a Rosas, que se negó a salvar la vida de Ramón, pero aceptó que el doctor Maza se fuese al extranjero inmediatamente para salvarlo del furor de la multitud. Estaban hablando Rosas y Terrero, cuando supieron que Manuel Vicente Maza había sido asesinado por unos emponchados al entrar a su despacho de la junta.  El crimen se atribuyó, en un primer momento, a los comprometidos en la conjura que temieron ser delatados por el doctor Maza para salvar la vida de su hijo. Rosas escribió a Juan Pablo López que el doctor Maza fue víctima de la exaltación de unos federales que lo vieron entrar a la legislatura. Ramón fue fusilado al amanecer del día siguiente a pesar de los ruegos de Manuelita y la nuera de Rosas (cuñada del sentenciado). “Hubieron muchas lágrimas en casa —dirá Rosas años después— pero si veinte veces se presentara el mismo caso, lo haría; no me arrepiento”.  Era que, por orden de Rosas, se había ejecutado al teniente coronel Ramón Maza. Pocas horas después, los cadáveres de padre e hijo recibían sepultura en el Cementerio del Norte, sin ninguna solemnidad. Es una leyenda haberse conducido los cadáveres de padre e hijo en “un carro de basura” y arrojarse al foso común. Fueron entregados a su familia, que los hizo inhumar recatadamente para evitar posibles agravios en esos momentos tumultuosos. Como lo dice Manuel Gálvez, estuvieron en la bóveda de la familia de Alsina y fueron incinerados en 1926.  No pasaron muchos días sin que la justicia individualizara a uno de los asesinos del doctor Maza. Al mismo tiempo se levantaba el sumario sobre el complot del que resultó que estaban implicados en la tentativa de sublevación algunos funcionarios públicos, altos empleados administrativos, militares y sacerdotes principales y federales y unitarios de significación. A esta altura de las actuaciones, Rosas hizo suspender el proceso, archivar el sumario y fusilar al asesino del doctor Maza, sin tomar ninguna medida contra los implicados en la revuelta, ni siquiera la separación de sus cargos. No podía pensarse en el impulso personal de los ejecutores materiales, porque éstos, según estableció la policía, eran delincuentes profesionales varias veces procesados y en el hecho que perpetraron no hubo propósitos de robo ni de venganza, pues no conocian al doctor Maza sino de lejos.   El mismo Rosas, años después y desde el destierro, confirma esta interpretación, diciendo en una carta: “Los autores del asesinato del doctor Manuel Maza fueron de los primeros hombres del partido unitario. Cuando supieron se preparaba a descubrirme, con los documentos que tenia, todo el plan de la revolución, sus autores y cómplices se creyeron perdidos si no hacían desaparecer al doctor Maza”. Por su parte, los unitarios culparon a Rosas del crimen, afirmando que, en ocasión de la declaración de los Martínez Fontes y Medina Camargo. había exclamado en presencia de varios federales, refiriéndose al doctor Maza: “iTraidor! Merecía que lo matasen”, y que de esto se valieron los más fanáticos para matarlo en seguida.  Una tercera interpretación, menos apasionada que las otras, pero Igualmente conjetural. atribuye el crimen a la voluntad, fanatismo y responsabilidad de la Sociedad Popular Restauradora, mejor conocida por “La Mazorca” que, ansiosa de librar a Rosas del conflicto de conciencia entre la seguridad del Gobierno y el recuerdo de una amistad afectuosa y temiendo, quizá, que el Restaurador cediese a los sentimientos antes que a la satisfacción de sus partidarios, se apresuraron a dar muerte al doctor Maza.   Tejedor fue soltado con una nota infamante para un conspirador; “Póngase en libertad al joven Carlos Tejedor, entregándoselo a su padre a quien se le prevendrá cuíde que su hijo no se relacione con salvajes unitarios.

Bibliografía:

Gálvez Manuel "Vida de Don Juan Manuel de Rosas"

Ibarguren Carlos, "Rosas, su vida, su drama, su tiempo"

Irazusta Julio "Vida Política de Juan Manuel de Rosas a traves de su correspondencia"

Levene Ricardo, "Historia Argentina"

Pelliza Mariano "La Dictadura de Rosas"

Pérez Amuchástegui A. J. "Crónica Histórica Argentina"

Rosa José María "Historia Argentina" 

Sierra Vicente, "Historia Argentina"

varios "32 escritores a favor y contra Rosas" autores varios

sábado, 27 de agosto de 2022

Rosas frente al magnicidio de Facundo Quiroga

 Por Julio R. Otaño

Facundo había sido muerto por una partida de las milicias de Tulumba mandada por el capitán Santas Pérez.   Éste fue llamado a Córdoba por el coronel Francisco y José Antonio Reínafé para reiterarle la orden de matar a Quiroga. Le dieron dinero para decidirlo. Éste llamó a la gente (treinta y dos hombres: 28 soldados y 4 oficiales) para ejecutar lo que se le había ordenado. Estaba instruido de simular un asalto a la diligencia por ladrones: de allí el innecesario saqueo y la masacre de los acompañantes.   Al saber en Córdoba la muerte de Quiroga, el gobernador, José Vicente, delegó el mando y partió a la Villa del Rosario.  “Esperemos el bostezo de los pueblos sobre el acontecimiento del finado general Quiroga, el que creo que quede en papeles”.  Las comunicaciones decían que Quiroga había- sido atacado y muerto por bandoleros. Pero el correo de Quiroga, Agustín Marín, que había galopado con retraso detrás de la galera y visto lo ocurrido, denunciaba lo realmente ocurrido al juez de paz de Sinsacate. Guillermo Reinafé tuvo el cinismo de encomendar la investigación y persecución al mismo Santos Pérez, que lo hace con la partida asesina. Acusan a milicianos santiagueños; Ibarra indignado escribe “antes de la salida-del finado general se supo que en la de Córdoba lo esperaban para matarlo, estando la ejecución encargada al llamado Santos Pérez .. ”, y agrega que “trabajará hasta descubrir a los verdaderos culpables y arrastrarlos a un tribunal nacional cuyo fallo, no será impotente”.  Para cubrir las formas, y ante la denuncia de Ibarra, se ordena un rápido juicio a Santos Pérez “acusado injustamente por el Excmo. señor gobernador de Santiago del Estero”. Se lo absuelve de culpa y cargo declarándolo “benemérito de la patria en grado heroico”.  La impresión era que se echaba tierra y todo quedaría en el olvido.    Juan Manuel de Rosas con la suma de poderes, toma en sus enérgicas manos el esclarecimiento del crimen. Se precipitan las cosas. El fraile Aldao, comandante de armas de Mendoza, informa a Rosas una propuesta de Francisco Reinafé para una alianza de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, el Estado Oriental y los descontentos de Buenos Aires”, que desencadenaría la guerra civil si “Buenos Aires movía fuerzas contra Córdoba”. – Rosas ''la hace saber a López, al tiempo de preguntarle si" es “de mi propia opinión respecto a que los unitarios -son los autores y los Reinafé los ejecutores” de la muerte de Quiroga. López guarda silencio, y Rosas lo conmina el 23 de junio que ha de anunciar públicamente “hallamos usted y yo conformes en que los unitarios son los autores y los Reinafé; los ejecutores de: la muerte de Quiroga”.   Si López estuvo complicado en la muerte de Quiroga, fue un secreto que Rosas no quiso ni dejó revelar. O creyó en la inocencia de López, o simuló: creerla ofreciéndole la impunidad si abandonaba a los Reinafé.  Otra cosa hubiera significado una guerra civil contra la mitad de la Confederación (Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Comentes), donde López era fuerte, y desde luego contra los unitarios y lomonegros. Este proceder, si era López partícipe de la muerte de Quiroga, no sería de estricta justicia pero otra cosa no se podía hacer. No procedió contra López y Cullen, pero los separó de sus aliados de Montevideo, que desconfiarán de ellos en adelante.  Rosas conminó al “gobierno de Córdoba” a entregar antes de los treinta días a los cuatro hermanos Reinafé, para ser juzgados ‘por el tribunal que designen las provincias confederadas”.   Pasan los treinta días, y como nada se hace, cierra las fronteras con Córdoba y obliga a las demás provincias, incluso Santa Fe, a tomar igual medida."   Él “cierre, de las fronteras” exteriorizaba la ruptura con el gobierno de una provincia confederada, previa a la guerra que todas debían. llevarle: no habría correos, ni se permitiría el cruce de pasajeros, no reconocerían los actos y documentos de su gobierno.   La legislatura de Córdóba elige gobernador provisorio a Pedro Nolasco Rodríguez (hijo dé Victoriano Rodríguez, fusilado junto a Liniers en Cabeza del Tigre.), de antecedentes unitarios y suegro de José Antonio Reinafé.    Santiago Derqui, ligado con los Reinafé y presidente de la nueva legislatura cordobesa, informa a Buenos Aires la deposición de José Vicente y haberse nombrado conjueces “para Juzgar a los cuatro hermanos acusados. Rodríguez ordena su captura; pero Francisco escapa a Montevideo, José Antonio a Bolivia y Guillermo se esconde en -la sierra. Santos Pérez, será incitado a huir. El único detenido es José Vicente, que cuenta con la coartada de haber delegado, el gobierno, el día posterior a la muerte de Quiroga.           Rosas monta en cólera. Pide que las cosas se lleven seriamente, quejándose a López que el nuevo gobierno cordobés “está lleno de unitarios”.  Rodríguez mete presos a los componentes de, la partida secuestrándoles la ropa de los asesinados que se habían repartido. Encuentra a Guillermo cerca de Barranca Yaco, en un refugio silvestre de troncos y ramas; -que, abatido, confiesa él crimen ordenado por su hermano Francisco. Días después se entrega Santos Pérez: no se tiene por culpable porque ha matado a Quiroga en misión y orden oficial. José Antonio ha escapado por a Bolivia y Alejandro Heredia (puntal de Rosas) sin preocuparle trámites procesales, ni invasión de territorio extranjero, lo saca con una partida tucumana entregándolo al gobierno-de Córdoba.   Francisco ha sido recibido en Montevideo por los unitarios como un exilado político.     Rosas, con la anuencia de López, pide al congreso provincial que elija gobernador al comandante de Pampayasta Manuel López.  Manuel López (alias Quebracho) es caudillo rural de Pampayasta. Se lo tiene por amigo de Estanislao López. Rosas lo sabe un federal íntegro, no ligado con los Reinafé.   Como el nombre de Quebracho ha salido de Santa Fe, se reserva indicar al ministro y señala al Dr. Calixto María González, hombre, —según sus palabras a Santa Fe— de “fidelidad, de firmeza y de aversión a nuestros enemigos”. Rodríguez y Santiago Derqui buscan rechazar la candidatura de Quebracho.  No resulta porque los hombres fuertes del interior —Ibarra en Santiago, Heredia en Tucumán, Aldao en Mendoza— ya giran en la órbita de Rosas. Este ordena a Quebracho adelantar sus milicias desdé Río Tercero y asumir el mando desbaratando a todos.  A Buenos Aires han ido presos los tres Reinafé habidos, Aguirre, Santos Pérez y la gente de la partida ejecutora. Por resolución de las provincias, Rosas debe juzgarlos. Delega el sumario y la sentencia en Manuel Vicente Maza, reservándose “revisarla".   Pérez confiesa la autoría de “la ejecución” ordenada por Francisco, José Antonio y Guillermo Reinafé que le garantizaron era “cosa convenida con los señores López y Rosas”. Guillermo niega y asegura que “son cosas de Francisco”; lo mismo dicen José Vicente y José Antonio. Pero los tres aceptan que supieron el crimen y nada hicieron por evitarlo. Se da al juicio las apariencias legales: los 'procesados nombran sus defensores. Uno de ellos, Marcelo Gamboa, presenta un largo escrito: no hace una defensa de fondo sino una requisitoria contra la falta de constitución escrita. Los Reinafé, a su entender, no podían ser juzgados por una delegación de los gobernadores provinciales en el de Buenos Aires: sería necesario una constitución escrita y las leyes que creasen el fuero federal. Impugna como juez a Rosas que ha prejuzgado la culpabilidad de sus defendidos en las comunicaciones cursadas a las provincias. Pide al mismo Rosas que le conceda autorización para publicar la defensa,

Rosas se molesta con duro lenguaje: “Sólo un atrevido, insolente, picaro, impío, legista y unitario” ha podido presentarle, bajo la apariencia de ejercer el derecho de defensa, un pedido de' publicar un escrito de propaganda política”. Lo condenaba a “no cargar la divisa federal, ni ponerse, ni usar en público los colores federales”. Si no cumpliese, sería “paseado por las calles de Buenos Aires en un burro celeste”.   Maza se pronuncia aconsejando el fusilamiento de Santos Pérez y los cuatro oficiales de la partida por autores materiales, de Guillermo y Francisco (ausente) por ordenar el crimen y de José Vicente y José Antonio (éste acaba de morir en la prisión) por cómplices; también debería fusilarse a 17 de los 28 soldados de la partida eligiéndolos por sorteo. A distintas penas, a los, demás  y considera exentos el ex gobernador Rodríguez. y José Roque Funes. Pasa la sentencia a Rosas que pide dictamen al asesor de Estado, doctor Lahitte, quien solicita su confirmación. Rosas lo hace el 27 de mayo. Los defensores (entre ellos Gamboa, a quien se ha levantado la inhibición) piden que se conmuten las penas. Rosas solicita 'informes a Maza y Lahitte, que se pronuncian por el cumplimiento de la sentencia, pero aconsejan. que el gobernador rebaje los soldados sorteados. En la sentencia definitiva, del 9 de octubre, se reducen éstos a tres.  El juicio duró dos años; fueron condenados a muerte y sus bienes confiscados. José Antonio murió en la cárcel, pero Pérez y los dos hermanos restantes sufrieron la sentencia el 25 de octubre de 1837. El último hermano, Francisco, murió en 1840, luchando contra el hermano y sucesor de Estanislao López, Juan Pablo López, en el mismo combate en que también murió el antecesor de don Estanislao, Mariano Vera.

Andrienne Macaire, Ejecución de Vicente y Guillermo Reynafé y de Santos Pérez, 1837, litografía, 46 x 41 cm, Museo Histórico Nacional, Buenos Aires.  Escasos días antes, precisamente el día 25 de octubre, Vicente y Guillermo Reynafé, junto con Santos Pérez habían sido colgados en la Plaza de la Victoria. La litografía de Macaire es posiblemente la imagen más compleja que nos ha llegado de su vasta producción. En la semiesfera ubicada en la parte superior del eje central se desarrolla el fusilamiento de los acusados. Es una escena cargada de tensión, dinamizada por el ritmo de las figuras de los soldados y sus armas. Los cuerpos de los acusados se presentan vendados y sumisos frente a los arcos del Cabildo. El otro espacio, el principal, es el verdadero núcleo de la imagen, dividido de la viñeta del fusilamiento por una cadena que remite de modo claro a la condena y el castigo. Es un espacio heterogéneo, con escalas divergentes, donde se desarrolla el desenlace de la primera acción: la sentencia indicaba que debían " suspenderse sus cadáveres por seis horas, en la misma plaza " (La Gaceta Mercantil, 1837).   

Bibliografía

Busaniche José Luis "Historia Argentina"

Crónica Argentina, dirigida por A. J. Pérez Amuchástegui

Gálvez Manuel "El General Quiroga"

Levene Ricardo "Historia Argentina"

Palacio Ernesto "Historia Argentina"

Revista Todo es Historia Nro 3 Proceso a los asesinos de Quiroga

Rosa José María "Historia Argentina" tomo 4

Sierra Vicente "Historia Argentina"

martes, 23 de agosto de 2022

El Libertador, mas allá del bronce...un Héroe de carne y hueso

 POR EL DR. JULIO R. OTAÑO

A 172 años de la desaparición física de José Francisco de San Martín y Matorras, el mito se agiganta y la denominación de Padre de la Patria está muy lejos de ser un anacronismo o una glorificación instalada en el bronce. No voy a hablar del Libertador Militar de América, ni del forjador de nuestra independencia, ni del líder junto con Belgrano, Guemes o Rosas.  José de San Martín fue lo que quiso ser: un hombre común, Sus modos de comunicarse con la comunidad lo convirtieron en un líder cercano a las necesidades de su gente. Sus características fueron: El esfuerzo: y en su caso fue doble, por el estado de su salud, en particular, sus malestares gástricos que lo desangraron desde España;  La generosidad y sentido de la solidaridad social que se manifiesta permanentemente en su vida; La modestia: Acordémonos de su vestimenta escasa y sencilla, que manda componer y remendar cuantas veces sea necesario, huía permanentemente de los homenajes; La honestidad transparente. Ya que sin honestidad no hay proyecto posible para el futuro y su vida limpia y honesta es modelo de futuro; la educación: Enamorado de los libros, fundó tres Bibliotecas y en el decreto de creación de la de Lima, dijo que los libros son letales para los malos gobernantes; defensa de los derechos del hombre sustentados por sus decretos terminando con la esclavitud y la servidumbre en los pueblos originarios; La defensa y unión nacional: San Martín vivía preocupado por la disolución y la disgregación nacional, apoyando a Rosas en sus enfrentamientos con el imperialismo anglofrancés; Unidad Latinoamericana: su gesta fue la causa de América, compartida con Simón Bolívar; Renunciamiento: a los honores y acompañado del silencio en su camino al ostracismo.  

En Cuyo, específicamente en Mendoza, se mostró como un Gobernante honesto y progresista: fomento la actividad agrícola con la venta de tierras estatales que no habían sido cultivadas, siguió la tradición de los huarpes (pueblos originarios) mandando construir canales de riego, apoyó la industria vitivinícola, adoptó medidas destinadas a mejorar la salud pública, además de la creación de caminos y postales de correo que multiplicaban la comunicación. Además, los trabajadores rurales y peones también recibieron mejores condiciones laborales y salariales.  A nivel personal al General le gustaban las flores, su comida preferida era el asado, que comía con un sólo cubierto: el cuchillo.  No le gustaba el mate, pero era un apasionado del café. Y como conocía el alma del soldado y su amor por el mate, tomaba café con mate y bombilla. Conocía mucho de vinos. Y podía reconocer su origen con sólo saborearlo.  Era fumador de tabaco negro, y el mismo se preparaba sus cigarros.  Era muy buen jugador de ajedrez, y difícil ganarle.  Se remendaba su propia ropa. Era habitual verlo sentado con aguja e hilo, cosiendo sus botones y Usaba sus botas hasta casi dejarlas inservibles. Predicaba con el ejemplo.. Y jamás, daba una orden a sus subordinados, que él mismo no pudiera cumplir.  Su palabra era santa, y para sus hombres era ley.  Hablaba inglés, francés, italiano, y obviamente español, con un pronunciado acento andaluz.   Tenía la costumbre de aparecerse por el rancho, y pedirle al cocinero que le diera de probar la comida que luego comería la tropa.   Siempre buscó economizar la sangre de los pueblos y buscaba como lo dice en una carta  “Tenemos la responsabilidad de la gloria mayor a que puede aspirar un hombre: asegurar la felicidad de nuestros países, sin sangre y sin lágrimas".      En Buenos Aires a los 34 años conoció a Remedios de Escalada con quien se casó y cuyo fruto de amor fue Mercedes Tomasa, nacida el 24 de agosto de 1816 en Mendoza (en Mendoza se recuerda como el Día del padre y se lo tendría que recordar en todo el país). Realiza sus grandes hazañas, libertador de 3 naciones, regresa a su patria y sufre la partida de su “Esposa y amiga” fallecida de tuberculosis a los 26 años…Recoge a su niña y parte al exilio europeo.  “Un hijo es un don del cielo, que sólo los padres pueden valorar y que tan poderosamente contribuye a la felicidad de nuestra vejez”, sostuvo en carta a Guido. Redacta sus “Máximas a Merceditas” donde le aconseja: Humanizar el carácter y hacerlo sensible; amor a la verdad y odio a la mentira; culto a la amistad y ayudar a los que lo necesitan; respetar todas las religiones y los pensamientos; ser dulce con niños y ancianos: desprecio al lujo y amor por la patria y la libertad. La “infanta mendocina” casó con Mariano Balcarce y fueron padres de dos niñitas que fueron el amor de su orgulloso abuelo, quien les daba sus medallas para que jueguen….Un 17 de agosto de 1850, el viejo guerrero entrega su corazón a Dios, tomando la mano de su hija.. escribió días antes: “El constante cariño y esmero que siempre me ha manifestado mi hija, ha recompensado con usura todos mis desvelos, haciendo mi vejez feliz: yo le ruego continuar con el mismo cuidado y contracción la educación de sus hijas (a las que abrazo con todo mi corazón) si es que a su vez quiere tener la misma feliz suerte que yo he tenido”.  Y así terminó sus días el Padre de la Patria: ejemplo de patriota, de hombre de Estado y de ser humano en todas sus manifestaciones.

viernes, 19 de agosto de 2022

La Masonería y su influencia en la Batalla de Pavón

Por el Prof. Jbismarck
El historiador masón Martín V. Lazcano, en su obra sobre las Sociedades Secretas de Buenos Aires13, informó que en una Tenida blanca del 21 de julio de 1860, posterior a la batalla de Cepeda, una logia del recientemente instalado Gran Oriente de la Masonería Argentina otorgó la distinción del grado treinta y tres de la Orden -de modo honorario- a Mitre, Urquiza, Derqui, Sarmiento y Gelly y Obes (ministro de guerra de Buenos Aires). Esa Tenida fue denominada de Unidad Nacional, dado que su propósito era superar la división territorial argentina. Obviamente, tal reunificación se haría sobre la base de la aceptación por el resto del país de la supremacía de Buenos Aires. O sea: que no habría más lucha entre ambos bandos, dado que uno de los contendientes quedaba impuesto.  Decisión que Urquiza habría aceptado eventualmente. Luego, el resultado de Pavón quedaría allí asentado.  Por si acaso, para ejecutar aquella decisión masónica, un oscuro personaje apellidado Yateman, de nacionalidad estadounidense, a mediados de setiembre de 1861, se situó en las proximidades del arroyo de Pavón. Pues, resulta que el aludido Yateman, en obvia función mediadora, fue visto yendo y viniendo de un campo al otro, en los días previos al combate. 
La deducción de esa gestión de la Orden la han colocado historiadores revisionistas como José María Rosa o Fermín Chávez. 
Esto es, que la mediación de las Logias fue la determinante de la suerte de Pavón y de la Argentina en adelante. Por si quedaran dudas, el historiador oficioso de la Masonería Argentina, Alcibíades Lappas, al tratar de Urquiza, confirma los datos sobre la Tenida de 21 de julio de 1860. A continuación apunta que tras Cepeda: (…) también el general Urquiza supo dar la victoria a las armas de la Confederación en los campos de Pavón. Pero no obstante eso, el general victorioso, en magnífico gesto de autosacrificio y renunciamiento, se retiró a Entre Ríos dejando el campo de batalla a las fuerzas opuestas comandadas por Mitre, convencido de que esa era la única manera de terminar con las disidencias y obtener la meta ideal de la pacificación definitiva
El dato más curioso lo aporta otro historiador masón, Emilio J. Corbière, al informar que: Fue el general Urquiza quien alentó la formación de logias como fórmula de entendimiento mutuo y fraternización a fin de poder enfrentar un proceso de unidad nacional en medio de un país dividido, disgregado, sometido a toda clase de presiones externas y con un partido porteñista en la búsqueda de lograr la hegemonía política y control de la Aduana. 
Otro bello gesto unificador. Claro que acá la iniciativa masónica queda de mano de Urquiza y no de Buenos Aires. Por otra parte, tanto Mitre como Derqui fueron destacados masones. 
¿Se aplicaría aquello de quien mejor masonice, mejor masonificador será?, ¿O no?... Como diría un afamado líder sindical: Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario…
Bien. Volvamos a los hechos, en el punto donde los dejáramos.  Urquiza renunció a su cargo militar confederal, pero permaneció como Gobernador (perpetuo, democráticamente eterno) y Capitán General de Entre Ríos, no molestado por el Presidente Mitre. También subsistió como jefe del Partido Federal, aunque sus subordinados, Peñaloza, Varela y López Jordán, junto a los intelectuales de la Generación federal de 1865 (Carlos Guido y Spano, Francisco F. Fernández, Miguel Navarro Viola, José y Rafael Hernández, Olegario Víctor Andrade, Ovidio Lagos, etc.), lo consideraran un traidor. En todo caso, era la segunda vez que traicionaba  (Caseros, y también por motivos económicos; ver: misiones de Cuyás  y Sampere).  Mitre fue Gran Maestre y Gran Comendador de la Orden.  
Derqui, por su lado, presentó la renuncia al cargo presidencial el 5 de noviembre de 1861 y se exilió en Montevideo, donde vivió dos años en la pobreza. En 1867 murió en Corrientes a los 58 años de edad. Tan pobre estaba que no había con qué pagar el entierro que, en definitiva, abonaron sus amigos.
Por treinta y ocho días, siguió la Confederación de la mano del vicepresidente el Grl. Juan Esteban Pedernera, hasta el 12 de diciembre de 1861, en que renunció, previo disolver el Estado Confederal.  
Cuando Urquiza sea asesinado en abril de 1870 en su palacio de San José, José Hernández en carta a Ricardo López Jordán, del 7 de octubre de 1870, sostendrá que Urquiza era: el Gobernador Tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido, debía por lo tanto iniciarse con un acto de moral política, como era el justo castigo al Jefe Traidor  

El Restaurador en el exilio: LEALES Y MISERABLES...la Confiscación de sus bienes.

Por el Profesor Jbismarck
Su principal colaboradora epistolar es Josefa Gómez, y los temas claves su indignación por la confiscación de sus bienes en Buenos Aires; su situación de pobreza económica, falto de recursos, y su necesidad de ayuda departe de sus amigos; Pepita era ama de llaves de Felipe Elortondo y Palacio, deán del Cabildo Eclesiástico. En 1843, nace una hija, Juana Josefa (Pepita), a la que le pone el apellido de su difunto marido y hace figurar como adoptada.  La confiscación de los bienes de Rosas Por Decreto del gobernador provisional de la provincia de Buenos Aires, presidente del Superior Tribunal de Justicia, Dr. Vicente López y Planes, nombrado por el general vencedor en Caseros, Justo J. de Urquiza, y su ministro Valentín Alsina, ordenan la confiscación de todos los bienes del general Rosas declarándolos de propiedad pública. 
Inmediatamente, varios de los amigos de Rosas, Juan N. Terrero, Josefa Gómez y José M. Roxas y Patrón, le escriben al general Urquiza, quien somete esta cuestión a diversos estudiosos Tomás Guido, analizando el origen social y legal del gobierno de Rosas, opina que: Si el general Rosas ha hecho mal uso de la suma del poder […] sería responsable no sólo el general Rosas, sino la Junta de Representantes y toda la provincia, que expresa o individualmente le confirió ese poder, y toda la nación que lo sostuvo con su propia fuerza y aún lo estimuló con vivos y prolongados aplausos.   
Salvador María del Carril, aquel que aconsejó al general Lavalle el fusilamiento del gobernador Dorrego en 1828, dijo: Opino por la devolución de los bienes detenidos a don Juan Manuel de Rosas porque aun cuando él ha aturdido a la generación contemporánea con sus horribles crímenes, no debe olvidarse que estaba investido del mando supremo e irresponsable de esta nación sobre la que ha imperado un cuarto de siglo, dominándola con sus propios elementos y recursos y sujetándola con las fuerzas físicas y morales que ella encierra
Urquiza ordena, con fecha de 7 de agosto de 1852, la devolución de los bienes del general Rosas a su apoderado Juan N. Terrero y nombrar como defensor de oficio a Tiburcio de la Cárcova, antiguo partidario del general. Rosas le escribe a Urquiza el 3 de noviembre de 1852 agradeciendo su consideración. Pero esto no se concretaría. El 4 de septiembre de 1852, Urquiza delega el gobierno de la provincia en el general José Miguel Galán, con el objeto de ocuparse de los preparativos del Congreso Constituyente que se llevaría a cabo en la ciudad de Santa Fe. En su ausencia, estalla la revolución del 11 de septiembre de 1852, conducida por Valentín Alsina (inmundo unitario), quien asume como gobernador y separa a la provincia de Buenos Aires de la Confederación hasta el 23 de septiembre de 1860. El nuevo gobierno de Buenos Aires, por ley del 21 de septiembre de 1852, deja sin efecto todas las disposiciones que se habían tomado bajo el gobierno de Urquiza. Con fecha de 18 de diciembre de 1853, Rosas eleva, al nuevo gobierno, su reclamo, que no fue considerado ni contestado. 
El 12 de abril de 1854 Buenos Aires promulga su Constitución, por medio de la cual Pastor Obligado (ex secretario de Ciriaco Cuitiño) fue elegido gobernador y en 1857 nuevamente V. Alsina. En 1856, el gobierno de Buenos Aires decide someter a proceso público a Juan Manuel de Rosas. El 28 de julio de 1857 se sanciona la ley por la cual se declara a Rosas reo de lesa patria por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo durante el período de su dictadura y traidor a la independencia de su patria, se le vuelven a confiscar todos sus bienes, los cuales fueron declarados de propiedad pública. Desde este punto de vista, las tierras se venderían en pública subasta y los inmuebles de la ciudad, incluida la Quinta de Palermo, pasarían al poder municipal. En la vereda de los acusadores se encontraban tanto antiguos partidarios del Restaurador como sus enemigos de siempre. De la mano del Dr. Rufino de Elizalde, se lo enjuicia en ausencia, condenándolo en rebeldía a la pena de muerte en calidad de aleve. Rosas redacta su defensa en tres idiomas (español, inglés y francés). Considera que ese juicio solo compete a Dios y a la historia. “No hay Ley anteriór que prescríba, ni la sustáncia del juício, ni las fórmas que déban observarse. Porqué no pueden constituírse en jueces, los enemigos, ni los amígos de Rósas, las mísmas víctimas que se dícen, ni las que pueden ser tachádas de complicidad en los delítos” (Carta de J.M. de Rosas a J.M. Roxas y Patrón) Ante la falta de tribunales de apelación y revisión, a Rosas solo le quedan las cartas para protestar contra los actos de deshonor, las acusaciones y el despojo de sus bienes. Los defensores de Rosas en Buenos Aires Josefa Gómez, Juan N. Terrero y José María Roxas y Patrón se convierten en los defensores del honor, los derechos y la protesta del general Rosas en Buenos Aires. En 1857 reanuda el intercambio epistolar con Urquiza y le manda copia de su protesta. Lo mismo hace con Juan Bautista Alberdi. Urquiza le contesta a Rosas el 24 de agosto de 1858 en donde vierte importantes conceptos. Allí le dice que recibió algunos ejemplares de la protesta que publicó en Europa respecto a “las injustas y violentas medidas tomadas contra sus propiedades y las de sus hijos, por el Gobierno Irregular de Buenos Aires”. Urquiza se compromete a enviarle anualmente y mientras pueda 1.000 libras para su socorro. Si bien él mismo contribuyó a su caída, sin embargo no olvida la consideración que se le debe en razón del servicio que hizo en defensa de los derechos de soberanía e independencia nacional. Rosas nunca dejó de agradecer este reconocimiento, además de su ayuda. Él mismo relata en estos términos su situación actual: No fumo, no tomo rapé, vino ní lícor algúno, no asísto a comídas, no hago visítas, ni las recíbo, no paséo, ni asisto a teatros, ni a diversiones de clase algúna. Mi rópa es la de un hombre común. Mis mános y mi cara son bien que mádas y bién acredítan cuál y como es mi trabajo diario incesante, para en algo ayudarme. Mi comída es un pedazo de carne asáda, y mi mate, Náda mas En la granja que arrendaba, instaló un tambo, con vacas, caballos y útiles, que subarrendaba, y lo producido semanalmente por ésta le servía para costear el cultivo del resto de la chacra.  Informa que en su testamento dejó claras instrucciones sobre cómo tiene que ser su funeral, sin pompa ni aparato, y dónde deben descansar sus restos. Posteriormente en 1873 agrega en un condicilio, que sería “hasta que en mi patria se reconozca y acuerde por el gobierno la justicia debida a mis servicios”.Pide que sus restos sean repatriados a Buenos Aires y puestos a la par de los restos de su compañera Encarnación y los de sus padres.
Rosas sufre EN EL EXILIO LA MISERIA DE LOS HOMBRES A QUIENES ENCUMBRÓ Y LE comenta a Josefa Gómez la iniciativa de su yerno, Máximo Terrero, y de su amigo y consuegro, Juan N. Terrero, de hacer una suscripción en Buenos Aires para ayudarlo en el destierro. “Así se sabrá si tengo o no tengo amigos, y si los tengo, quienes, y como son […] porqué se sabrá ó empezará ya también á conocer que los que se decían mis amigos, al morir, ni antes, nada, absolutamente nada, me han dejado” (Carta de J.M. de Rosas a J. Gómez, Southampton, 22/05/1866) Aquí se refiere a Nicolás Anchorena, quien nunca le escribió ni pagó los más de 60.000 pesos fuertes metálicos que le debía. Tampoco su esposa, Estanislada Arana, ni sus hijos se hicieron cargo de la deuda. También menciona a sus cuñados, María Josefa y José María Ezcurra, y a su hermano, Gervasio Rozas, que murieron sin pagar sus deudas. En su auxilio no solo acudió el general Urquiza y José María Roxas y Patrón, sino también Juan N. Terrero y su esposa, Juanita Rábago, quienes le enviaban 500 libras anuales (Carta de J.M. de Rosas a J. Gómez, Southampton, 20/09/1866). Rosas le envía a Josefa Gómez los nombres de algunas personas que puede contactar, entre ellos, Margarita y Juanita Ezcurra, Petrona Ezcurra de Urquiola y Mariquita Ezcurra, Andrés Costa Arguibel (sus sobrinos), Alejandro Baldez (su sobrino), Dolores Fernández de Quiroga, Federico Terrero (hijo de Juan N. Terrero), Mateo García de Zúñiga, Antonino Reyes, hijos del coronel Santiago Villamayor. Quienes fueron respondiendo uno a uno con envíos de letras a nombre del general Rosas. Otros se sumaron voluntariamente a medida que se enteraban como el coronel Prudencio Arnold, Leonardo Pereyra, Gregorio y Marcelino Rodríguez, Carlos Ohlsen (secretario de Urquiza). Su compromiso era devolver el dinero una vez que el gobierno de Buenos Aires le reintegrara sus propiedades. Dentro de este grupo es necesario señalar la incondicionalidad de las hermanas Ezcurra, a quienes Rosas consideraba como suyas propias- Lo mismo puede decirse de los Terrero, ya que a la muerte de Juan N. Terrero, su viuda, Juanita Rábago, seguía auxiliándolo; cuando esta fallece en 1872, lo hacen sus hijos. La misma actitud vale encontrar en Roxas y Patrón, quien deja una cláusula en su testamento de continuar socorriendo al general Rosas en el destierro hasta su muerte o hasta cuando este lo indique. También es importante resaltar la presencia de Petrona Villegas, quien formaba parte del círculo íntimo de Manuelita Rosas junto a Juanita Sosa, Pepita Gómez y Rosa Arana, con quienes mantuvo una asidua correspondencia. El grupo que compartía veladas de cabalgatas y guitarreadas en Palermo se componía además de Micaela y Juana Cascallares; Máxima González; Dolores, Mercedes y Rosa Fuentes; Carmen Zelaya; Telésfora Sánchez; Marica Mariño y Sofía Frank. Muchos otros no contestaron, como Laureano Ramírez, Andrea Ortiz de Rozas de Saguí (quien fallece en 1868), Isabel Fuentes de Ezcurra (su ahijada). En este punto, hace referencia a su nuera Mercedes Fuentes y a la indiferencia con que educó a su único hijo, llamado también Juan Manuel y que jamás recordó a su abuelo. Manifiesta sentir la indiferencia de muchas personas. También se siente apenado por la ausencia de su amigo Mateo García de Zúñiga, hasta que se entera que había sufrido quebrantos económicos, como tantos otros que no pudieron aportar nada, o que tuvieron que interrumpir la ayuda o reducirla. También hubo decepciones, como Carlos Horne, en Montevideo, quien dudó ante Josefa Gómez de la letra y firma del general Rosas. En carta del 27 de noviembre de 1861, Roxas y Patrón comparte con Rosas la decepción por aquellos que en su momento fueron considerados amigos, hombres ricos como Nicolás Anchorena o Felipe Vela, cuyas fortunas fueron promovidas por la política económica, y en especial de tierras, de Rosas y, ante la desgracia y el infortunio, miraron hacia otro lado. Dn. Nicolas se declaró mi enemigo, y qdo. Se encontraba conmigo hombro á hombro en la calle, hacía la vista á un lado en señal de desprecio. Por último, es importante remarcar las ausencias. Entre las más importantes, la de su hijo, Juan Bautista Ortiz de Rozas, quien si bien partió con su padre y hermana hacia Southampton en 1852, a los tres años decidió regresar al Río de la Plata con su esposa, Mercedes Fuentes, y su hijo Juan Manuel. Primero se estableció un tiempo en Santa Catarina (Brasil) y en 1859 llega a Buenos Aires, donde se establece y fallece en 1870. Tampoco se sabe nada de su hermano Prudencio Ortiz de Rozas, quien había sido un estrecho colaborador de su gobierno, en donde tuvo una destacada actuación militar. Después de Caseros, Prudencio vende todas sus propiedades y emigra a España, instalándose en Sevilla, donde lleva una vida cómoda y holgada. Es muy extraño que no haya habido correspondencia entre los hermanos y que Prudencio, que se dedicó a viajar, jamás haya ido a visitar a Rosas en Southampton, Urquiza se pregunta “¿qué se han hecho los amigos del general Rosas, a quienes colmó de fortuna en su época? Entre los primeros que cambiaron de postura se encuentran los Anchorena. También el Dr. Rufino de Elizalde, rosista en su tiempo, asiduo concurrente de las fiestas de Palermo, compuso la “Canción Federal” que bajo tapas de terciopelo rojo le dedicó y entregó a Manuelita Rosas, fue diputado provincial, pero después de Caseros se pasó al bando contrario y fue fiscal de estado. Curiosamente, hombres que habían militado en las filas unitarias, como Salvador María del Carril, Félix Frías o el Dr. Carlos Tejedor, se opusieron al juicio contra Rosas. Para Frías, “a los hombres de principios no les es permitido todo contra los tiranos; no les es permitido imitarlos”. Para Tejedor, La lista de cómplices de Rosas es muy grande y supone castigar a un pueblo entero. De todos modos, la causa de Rosas pasó a la justicia ordinaria y los jueces ratificaron la condena, la cual debería ejecutarse en Palermo habida la ausencia de Rosas en el país e imponiéndole, además, la obligación de restituir lo robado al tesoro público. ¿Cuál no habrá sido la sorpresa del hombre de todos los poderes cuando vio que sus principales acusadores habían sido partícipes de sus veladas en Palermo? Algunos, incluso, integrantes de su gobierno; otros, agraciados con favores, vieron aumentadas sus fortunas y propiedades. Así sucedió con el Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, amigo. Honor, prosperidad y protección, Incluso, inician un intercambio epistolar, con afectuosas expresiones de amistad, hasta que esta se corta abruptamente al enterarse Manuela de que Vélez se había convertido en uno de los principales perseguidores de su padre y que llegó a acusarlo de la muerte del Dr. Maza. Por el intercambio epistolar entre ambas amigas, se sabe que cuando a Rosas le confiscaron sus bienes, el Dr. Vélez Sarsfield le pidió a Máximo Terrero poderes para iniciar la defensa judicial, algo que Terrero no podía otorgar. Ante esto, Manuela Rosas escribe a Josefa Gómez: “Si en 1852, y aún después, el señor Vélez creía justo defender nuestros intereses, yo no sé qué nuevas faltas pueden imputarse por nuestra parte para haber vuelto de uno que se decía amigo celoso, en un enemigo rencoroso, y lo que es peor aún calumniante a sabiendas, sin corazón y sin conciencia”.También se pregunta cómo es que “muchos de los personajes de la actualidad, frecuentaban mi sociedad, bailar y divertirse en ellas sin causarles horror las supuestas mutilaciones de las víctimas, cuya piel desollada, cuyas orejas curtidas, cuyas cabezas sangrientas servían de adorno en los salones del reo? A fe que tú misma veías a Elizalde y muchos otros visitar esos salones noche a noche y al mismo doctor Vélez, que tantas veces se llamó mi amigo”   Para Rosas, según le hace saber a su amiga Josefa Gómez en carta del 19 de enero de 1870,“Sabido es, que el Señor Doctor Velez, ha sido siempre mi enemigo, tanto más injusto, cuánto más alta ha sido su posición entre los hombres distinguidos que han ocupado, y ocupan el poder”.  Más allá de todo, en el interior de la pampa, seguían resonando los ¡vivas! a Rosas
Bibliografia
dellepiane, Rosas en el destierro
Fitte Ernesto Confiscación de los bienes de Rosas
Fradkin,Gelman "Rosas, la construccción..."
Irazusta Julio "Vida de Juan Manuel de Rosas"
Lynch John "Juan Manuel de Rosas"
Raed José "Cartas del exilio"
Reguera Andre "Testamento de Rosas"
Ternavasiao Marcela "Correspondencia de Rosas"

jueves, 18 de agosto de 2022

ENCARNACIÓN EZCURRA, LA PRIMERA POLÍTICA ARGENTINA. EL ROSISMO FUE MÁS QUE ROSAS

Por Cecilia J. Perczyk
María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel tuvo un papel fundamental en la política argentina del siglo XIX. No fue sólo "la esposa de" Rosas: una historia de mujeres en la política que sigue haciendo ecos.
Sabemos que María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel fue la esposa de Juan Manuel de Rosas, pero no todos conocemos el papel preponderante que tuvo en la política argentina del siglo XIX. Pero reparemos en su participación en el armado del Partido Federal, un movimiento político que se distinguió de otros por la fuerte presencia popular.   En los libros de historia suele identificarse como extraño que una figura femenina participara en la escena política de la sociedad rioplatense de 1830 porque, durante ese periodo, las mujeres estaban subordinadas a los hombres y destinadas al hogar. Me pregunto si no se trata de un dato que la historia siempre marca como extraño respecto de las mujeres y su relación con la política, ya desde la Antigüedad. No es esperable la participación política de una mujer y cuando sucede se lo describe de un modo determinado. 
Por tomar algunos ejemplos, hablemos de Cleopatra, la faraona, inmortalizada como la reina del twist. Ella, entre otras cosas, gobernó Egipto y escribió tratados médicos, pero la recordamos como la amante de Julio César y Marco Antonio. Algo similar pasa con Eva María Duarte, de quien se dice que fue una actriz de radio que conquistó a Juan Domingo Perón en un evento de caridad por el terremoto de San Juan. Parece que no quieren que sepamos de su actividad gremial, fue la fundadora de la Asociación Radial Argentina, y también la impulsora de la sanción de la ley de sufragio femenino. Hoy como ayer, nos bajan el precio.
Encarnación Ezcurra vivió en un periodo en el que todavía las mujeres no votábamos. Suele decirse que, cuando su esposo estaba ocupado con la Campaña del Desierto, siguió sus indicaciones o, a lo sumo, que fue un medio privilegiado para vehiculizar, nunca mandar, las salvajes prácticas rosistas. Ahora bien, ella misma, en las cartas al marido, se identifica con el pueblo y expresa su capacidad para tejer relaciones con la clase baja de la ciudad, una práctica ejercida por algunos pocos hombres de la época. ¿Será este punto el que genera tanta incomodidad?
Falta otro eslabón en la cadena para entender la incomodidad que lleva al ocultamiento de la participación de las mujeres en la política. Habitar el espacio público a partir de un entramado con el pueblo parece no ser una opción para nosotras y mucho menos tener el ejercicio de la violencia, práctica llevada adelante desde la Sociedad Popular Restauradora, fundada por Encarnación, que permitió derrocar a Balcarce, entre otras acciones.
En las cartas con Juan Manuel de Rosas, Encarnación Ezcurra siempre se manifiesta partidaria de la acción, hecho que condujo a la prensa a llamarla la “Mulata Toribia”, el nombre de una cuchillera de la época, para mofarse de ella. Dejo, a modo de cierre, planteado lo que entiendo incomoda tanto al patriarcado: el hecho de ser mujer, la relación con el pueblo y el ejercicio de la violencia. No pretendo de ninguna manera cerrar la cuestión, mi objetivo es plantearla para pensar no solo el pasado sino también la actualidad y cuestionar cómo nos pensamos a nosotras mismas.