Rosas

Rosas

miércoles, 31 de marzo de 2021

Rosas y el Paraguay destruido. Ofrecimiento de las autoridades paraguayas.

 Por Julio R. Otaño

Un año antes había acudido con su consejo a favorecer un empréstito que gestionaba la República del Paraguay, empobrecida y exhausta, a raíz de la guerra de la Triple Alianza. La siguiente nota del Presidente de la República hermana documenta:

Asunción del Paraguay, 17 de Mayo de 1871

Exmo Señor Don Juan Manuel de Rosas Southampton

Exmo Sr: por el Sr. Dn. C. H. Ohlsen comisionado de su yerno D. Máximo Terrero de Londres para el Empréstito Paraguayo, he sabido las buenas recomendaciones que S. E. se sirvió dar a varios Banqueros de esa, de la República del Paraguay, agradeciendo a S. E. infinito como Presidente que soy de esta República, el interés que ha mostrado en favor de este pobre país que quedó aniquilado por una guerra sin ejemplo.

Sé por el referido amigo el Señor Ohlsen la situación de S. E. y por lo tanto después de manifestarle mi gratitud, deseo vivamente se sirva contarme entre el número de sus amigos, los más predilectos, como será siempre para S. E. este su muy

Affmo y sincero amigo S. S.

CIRILO A. RIVAROLA.

  

Y el agradecido pueblo paraguayo, por voz de su Presidente Salvador Jovellanos, que ha sucedido en el gobierno al señor Rivarola, ofrece poco después, cálido asilo para que el general Rosas, repudiado en su patria, pueda morir en suelo americano. En nombre de todos mis conciudadanos —le dice— ofrezco a V. E. hospitalidad entre nosotros a donde, después de honramos con su aceptación, hallará corazones que sabrían mitigar los sinsabores de esta triste vida. ¡ Hermosas palabras que concretan los sentimientos generosos de un pueblo noble y heroico y que encierran una elocuente lección de patriotismo que, debió servir de ejemplo, a quienes han pretendido hacer un monstruo execrable de un argentino que, sin disputa, encarnó, en nuestra historia, la idiosincrasia de una época!

El texto de la carta del presidente del Paraguay que ofrecía asilo al general Rosas es el siguiente:

Asunción Marzo 9/872

Exmo Sor Brigadier General

Dn Juan M. de Rosas

Southampton

Exmo Señor de todo mi aprecio: por la presente tengo el gusto de manifestarle la simpatías qe. hacia V. E. tiene el Gobierno Paraguayo pr. su benevolencia con qe. se ha dignado recomendar nuestro país al Extrangero.

En nombre de todos mis conciudadanos ofresco a V. E. hospitalidad entre nosotros a donde después de honrarnos con su aceptación, hallaría corazones qe. sabrían mitigar los sinsabores de esta triste vida.

El Sor. Rivarola renunció, cuyos acaecimientos el Sor. Ohlsen, dador de la presente, mejor qe. nadie podrá relatar.

Soy Exmo. Señor de V. E. affmo. S. S.

Q. B. S. M.

SALVADOR JOVELLANOS. (1)

A muchos quizá sorprenda esta actitud de los paraguayos hacia un hombre que, obstinadamente, se resistió a reconocerles su independencia política, pero, la dura prueba sufrida, después, por el noble pueblo hermano, les habrá hecho pensar Que era infinitamente mejor aquello, que someterlos a una guerra de devastación y de exterminio, como la que acababa de aplastarlos.

Por singular coincidencia, el Paraguay, que sirvió de exilioia José Gervasio Artigas, el Protector de los Pueblos Libres y fundador de la nacionalidad Oriental, se ofrecía, ahora, a recibir en SU seno a Juan Manuel de Rosas, el Gran Americano y esforzado defensor de la soberanía continental, como si estuviera en su destino de pueblo altruista y criollo por antonomasia, recibir el último suspiro de los dos grandes calumniados de nuestra historia.  El argentinismo de Rosas fué siempre firme e irreductible y no decae con la edad.

LAS MIL LIBRAS: UNICA AYUDA PECUNIARIA DE URQUIZA A ROSAS.

Por Mario César Grass

En 7 de noviembre de 1863, Rosas está tan pobre, que se ve obligado a dejar su casa de Southampton para retirarse definitivamente al campo, donde vivirá con la mayor estrechez.

Entonces escribe una patética carta a Urquiza, revelándole lo angustioso de su situación y manifestándole que ha llegado el caso de aceptar los auxilios que antes rehusara.  Los admite en calidad de préstamo pues está convencido de que la justicia de su patria le devolverá, algún día, las propiedades que se le mantienen confiscadas.     

Ha de haber sido muy duro para el orgulloso Señor de los Cerrillos, para el omnipotente antiguo dueño de vidas y haciendas, doblegarse a este extremo, resignándose a admitir la ayuda pecuniaria que su vencedor venía ofreciéndole desde 1858.


El texto de la carta aludida es el siguiente:

Exmo. Señor,

Capitán General Dn. Justo José de Urquiza.

Southampton, Nbre. 7/863.

Exmo. Señor.

Desde que llegó a mis mános, la muy apreciable de V. E. Fébréro 15 de 1859, que contesté el 8 de Abril, ningúna cárta, ninguna contestación ni palabra alguna he recibido de V. E.

¿Por qué no me ha contestado V. E.? ¿Porqué no me ha hecho conocer de alguna manera su desagrado por escrito o de otro modo? ¿O no ha creido V. E. en mis palabras de la más pura amistad y de respeto? ¿Cuál es, Exmo. señor, mi falta para no haber merecido de V. E. algún aviso de recibo, alguna demostración ni palabra alguna? Permítame V. E. este desahogo tan natural, y sin creerme ahora en el deber de tocar algo de aquéllas, pasar sin demora al objeto de la presente.

Continuándo privádo de mis propiedádes por tan lárgo tiémpo, me encuentro ya, precisaménte obligádo a salir de ésta casa, a dejar todo, pagár algo de lo que débo, y reducirme a vivir en la miseria. Y en tal estado si V. E. puede hacer algo en mi favor, es llegado el tiempo en que yo pueda admitir las ofertas de V. E., para sacarme, o aliviarme, en tan amárga y difícil situación.

Cualquiera cantidad, o cantidádes, que V. E. pudiera acordar a mi favor, haciéndolas entregar en Bs. Ayres a los Agentes de los SS. G. F. Dickson y Compañía o a estos mismos SS. en Londres, llegarán con seguridad a mis manos. Lo que fuere lo devolveré a V. E. con el correspondiente interés, luego que me fueran entregadas mis propiedades; y en mi muerte para ese tiempo, por mi Albacea, a quien ya desde ahora encargo pagar esa deuda sagrada caso de contraerse.

No poco me cuesta molestar a V. E. con pedido de tal naturaleza, pero mi caso, tan claro y notorio, me impone llamar en mi auxilio, por asistencia, pués creo que debo hasta a mi Patria, no perdonar medio alguno permitido a un hombre de mi clase, para no parecer ante el extranjero en estado de indigencia, quién nada hizo para merecerla. ¿Y a quién primero que a V. E. debo hacer conocer esta triste realidad y desengaño de la gratitud de los Pueblos? ¿A quién primero, y ante todo, acudir por mi remedio?

Sigo a V. E. con mis votos por su aciérto, y por su felicidad, y quedo de V. E.,

Exmo. Señor,

JUAN M. DE ROSAS.

Y ¿a quien comisiona don Juan Manuel para entregar a Urquiza ese angustioso pedido de auxilio? ¿Cuál es el amigo a quien el antes omnipotente Restaurador debe recurrir, en la adversidad, para que ponga en manos de su poderoso vencedor esa súplica que ha debido hacer añicos su orgullo? ¿A quién ha elegido aquel hombre sutil y desconfiado, para encargarle una misión tan personal como dolorosa? Pues a Josefa Gómez, de cuya consecuencia ejemplar sigue recibiendo comprobaciones inequívocas.

Buenos Ayres Enero 22, de 1864.

Exmo. Señor General Dn. Justo J. de Urquiza.

Señor de mi mayor aprecio.

Tengo el mayor gusto de saludar á V. E. pidiéndole me dispense si lo interrumpo en sus atenciones, pero no puedo menos Señor, cuando es un pedido de un amigo desterrado en patria estrangera, mi Señor amigo el General Rosas, quien como verá V. E. me pide en el adjunto duplicado, me pide ponga personalmente en sus manos,  carta duplicada que son en mi poder, a cuyo pedido no puedo negarme, y para cumplido suplico á V. E„ se digne darme una hora en su Estancia de San José para yo pasar á esa, y asi cumplir con los deseos de aquel amigo. Para lo que espero se dignara darme su contestación.

Da» Josefa Gómez.


Continuando con la carta de Urquiza de fecha 28 de febrero, es evidente que ella lleva un rayo de esperanza al desvalido proscripto pues le concreta, al fin, la ayuda prometida. La carta dice textualmente como sigue:


Señor Brigadier General D. Juan M. Rosas.

Southámpton.

San José Febrero 28 de 1864.

Grande y buen amigo:

Conmovido por su deplorable situación y consecuente a la petición de V. me es satisfactorio contestarle que, de perfecto acuerdo en todas sus partes con lo que me expone en la precitada que contesto, dispongo que anualmente se le pasen a V. mil (1000 Libras Esterlinas) mientras me halle en posición de hacerlo así, debiendo hacer los giros correspondientes por la vía de Buenos Aires entregando los fondos a los Agentes de los S S.G. F. Dikson y Compa.

El Primer giro lo haré en todo el próximo Abril. Siento no hacer más estensivo el acuerdo que V. solicita pero juzgo que con esta cantidad, hará V. más soportable su difícil situación

No habiendo sido ilusoria la apreciación que V. hace de mis ofertas, me es grato saludarlo, deseándole felicidad y repitiéndome su afectísimo amigo y S. S.

JUSTO J. DE URQUIZA.

Bernardino Rivadavia en su madurez....según Iriarte

 Por el Prof. Jbismarck

El señor Rivadavia está sumamente quebrantado después de un ataque apoplético que sufrió hace cuatro meses (1841). Delgado, sin barriga, enteramente calvo y la voz balbuciente. Su presencia me causó gran sorpresa. Es otro hombre, y hasta su cabeza se conoce que ha sufrido algún tanto. Nos dimos un abrazo afectuoso. Su esposa lo acompañaba y su hijo Martín, de diecinueve años. Me mostró dos piezas bien curiosas: el retrato de Francisco Pizarro y una campanilla de plata de la inquisición de Lima, cuyo sonido es verdaderamente lúgubre y sin duda calculado para inspirar horror a las desgraciadas víctimas de aquel tribunal opresor y sangriento. .. El general San Martín hizo estos presentes a Rivadavia e1 año veintitrés a su regreso de Lima...

Al separarme del señor Rivadavia nos volvimos a abrazar, y en ese momento le dije: “¡Que este abrazo se repita pronto en Buenos Aires!”. Me contestó con un tono de solemnidad: “¡A Buenos Aires ni mis cenizas volverán!”

Al despedirse de Río de Janeiro, don Bernardino Rivadavia, que ahora está establecido en Madrid, ha prevaricado de sus principios y abjura de su fe política como americano y colaborador de la independencia de su patria. Blasfemaba en público de su país y de los hombres de todos los partidos, quemó preciosos manuscritos que había substraído de los archivos públicos de Buenos Aires durante el período de sus dos administraciones, vendió a vil precio el retrato de su amigo el general Belgrano, héroe de la Independencia, a quien Rivadavia siempre había encomiado, citándolo como modelo de patriotismo y virtudes republicanas. En fin: nada ha llevado de América sino el retrato de Pizarro, conquistador del Perú, y la campanilla de plata de la inquisición de Lima que le regaló San Martín y que Rivadavia ha destinado para hacer un presente al Museo de Madrid. Esta apostasia política ha echado un negro borrón sobre la reputación del señor Rivadavia. Era un hombre respetable por sus antecedentes, venerado de los buenos argentinos, como fundador del sistema representativo y de instituciones liberales en esta parte de la América del Sur. Sus desgracias excitaban el más profundo interés. Si hubiera regresado a Buenos Aires después de la caída de Rosas, no necesitaba ocupar la silla del poder para ejercer las más sublimes funciones, la de un patriarcado político. Pero ha cerrado su larga carrera de un modo tan indigno, tan inconsecuente con su anterior conducta, que todo lo ha perdido en un día de extravío y de irritación. Su memoria quedará marcada de un lunar indeleble. No es pues el hombre que se creía. Su civismo y sus tareas como hombre de estado eran virtudes fingidas para satisfacer otro estímulo más dominante —-<el de una exagerada ambición y un amor propio desmesurado, un orgullo sin límites—. Es verdad que él siempre tendrá motivo para quejarse de la ingratitud con que han correspondido sus eminentes servicios, pero ni motivo al parecer tan fundado podría justificar su deshonrosa defección; porque ha debido, con un espíritu filosófico, hacerse superior a su propia desgracia, cuya causa no ha sido otra que las calamidades de la época que debía, si tiene un espíritu elevado, haberse resignado como lo han hecho muchos de sus compatriotas más desdichados que él todavía porque se ven reducidos a mendigar el sustento diario, situación espantosa y desesperante que el señor Rivadavia no ha conocido”.

Tomás de Iriarte. Memorias.

Batalla de Caaguazú

 Por Julio R. Otaño

Cerca de. dos meses hacía que los ejércitos de Entre Ríos y Corrientes permanecían vigilándose, separados por el río Corrientes. Echagüe no se disponía a cruzar sus 50 a 60 varas de ancho, mientras Paz lo mantenía despierto mediante ataques de sus partidas de guerrilleros. Es indudable que para formalizar el acuerdo de Las Saladas Juan Pablo López tuvo en cuenta la seguridad que le dieron Paz y Ferré de que llevarían un fuerte ataque a Entre Ríos. Con fecha 6 de noviembre, Ferré escribió a Juan Pablo López diciéndole que el general Paz acordaría con él lo concerniente en todos los casos y circunstancias, debiendo tenerse por base las operaciones que. con toda celeridad, se iban a emprender sobre Entre Ríos, para lo cual, y para el caso de una derrota, López debía asegurar su retaguardia por el río, con algunas"embarcaciones de guerra tan luego como invadiera Entre Ríos. Paz dice en sus Memorias que prometió a López tomar a Entre Ríos en el curso del mes de diciembre. La verdad de esa promesa la confirmó Paz a Ferré, en carta de 30 de diciembre, en la que, informándole sobre los inconvenientes con que tropezó por falta de caballería para invadir a Entre Ríos, después de haber derrotado a Echagüe en Caaguazu, decía: ‘'Además, puede que el general López, alucinado con una promesa, que no ha estado en mis manos cumplir, de una dirección equivocada a sus operaciones, y me haga un cargo que no merezco, y de que quiero, puedo y debo sincerarme"

Fue en la tarde del 26 de noviembre, al día siguiente de ía ratificación por López del tratado de Las Saladas, cuando Paz resolvió salir de la situación incierta en que se mantenían los dos ejércitos, y atacar a Echagüe, para lo que resolvió ahorrarle la tarea de cruzar el río Comentes, verificándolo él con su ejército, y reduciendo sus operaciones a la limitada área que circunscribe dicho no, el Payubre y la elevación que, a distancia de algo mas de una legua, corre paralela al primero. En la tarde del 27 los correntinos se acercaron cautelosamente al río para atravesarlo durante la noche, operación que se retardo porque el enemigo, ese mismo día, hizo un serio amago por el paso de Capitaminí. Según informó Paz, este incidente ]e hizo sospechar que, cansado Echagüe de la inacción, se había resuelto a forzar el paso, pero como a la caída de la tarde lo vio regresar a sus posiciones, confirmó que estaba muy distante de resolver una maniobra tan atrevida. Volvió entonces a su plan, y a las dos de la mañana del día 28 logró pasar la infantería y la caballería, aunque no la artillería, por el paso de Caa guazú. Cuando Echagüe advirtió el movimiento de Paz, la vanguardia correntina, al mando del coronel Velazco apareció a su frente provocando un ataque en masa de las fuerzas entrerrianas, que obligó a Velazco al retroceder; pero haciéndolo hacia donde estaba el grueso del ejército de Paz, donde fue , reforzado; el fuego se extendió hasta el ala izquierda de la tropa correntina. Al amanecer del día 28, Echagüe avanzó sin tener una impresión concreta sobre la posición de Paz. va que éste había aprovechado las sinuosidades del terreno para ocultarla. El general Núñez simuló no poder resistir y retrocedió, atrayendo al enemigo a campo propicío, donde la caballería correntina destruyo el ala derecha entrerríana. La confusión se apoderó en las filas de Echagüe, al mismo tiempo que el ala derecha de Paz cargaba bizarramente. El triunfo de éste, modelo de estrategia, fue completo. Echagüe, materialmente deshecho, con su caballería dispersa por los montes y su artillería y parque en poder del adversario, huyó en dirección a Entre Ríos. Paz pensó continuar en seguida la persecución para apoderarse de dicha provincia, sin dar tiempo a que el enemigo se rehiciera: pero solo a fines de diciembre se encontró en condiciones de hacerlo. 

El "Tigre de los Llanos"

Por Julio R. Otaño

"Se había despojado de toda su ropa, menos de los calzoncillos que llevaba arremangados y atados alrededor de sus muslos. Ambos a dos, él y su caballo, estaban cubiertos de sangre, y presentaban un aspecto que no podía ser comparado con ninguna cosa humana. Enfurecido con la perspectiva de la derrota, saltaba de aquí para allá, derribando con su propio sable a aquellos soldados suyos que flaqueaban o miraban por sus vidas, y enviando destacamentos a lo más recio de la pelea. Desnudo como estaba, surcado por rayas de sangre coagulada con que lo salpicaron sus víctimas, parecía un verdadero demonio dominando la matanza"

Así vio el comandante J. Antonio King a Ouiroga, el Tigre de Los Llanos, durante la batalla de La Tablada, en la que su derroche de valor no impidió que fuera derrotado por las fuerzas de José María Paz.

Juan Facundo Ouiroga nació en 1778, en San Antonio, Departamento de Los Llanos, provincia de La Rioja. A los 16 años comenzó a conducir las arrias de su padre, el estanciero José Prudencio Ouiroga. Tras un breve paso como voluntario por el Regimiento de Granaderos a Caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas. En 1818 recibió de Pueyrredón el título de "benemérito de la Patria" y a fines de ese año intervino destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.

A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los Llanos, se inició en La Rioja la preponderancia de Ouiroga. Convertido en árbitro de la situación riojana, contribuyó a colocar en el gobierno provincial a Nicolás Dávila, quien en ausencia de Ouiroga intentó apoderarse de la artillería y el parque de Los Llanos. El caudillo derrotó al gobernador en el combate de El Puesto y aunque asumió la gobernación sólo por tres meses —28 de marzo al 28 de junio de 1823— continuó siendo, en los hechos, la suprema autoridad riojana.

Ouiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires, pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños. En esos momentos, el gobierno de La Rioja se asoció con un grupo de capitalistas nacionales encabezados por Braulio Costa, a quien se otorgó la concesión para explotar las minas de plata del cerro de Famatina. Facundo, como comandante del Departamento, fue también accionista de la compañía y, por el convenio, quedó encargado de asegurar la explotación, con cuyo producto se acuñaría moneda a través del Banco de Rescate y la Casa de Moneda de La Rioja. Sin embargo, la designación de Rivadavia como presidente de la República, en 1826, alteró estos planes. El presidente, que durante su permanencia en Inglaterra había promovido la formación de una compañía minera, nacionalizó la riqueza del subsuelo y también la moneda, prohibiendo la acuñación a toda institución que no fuera el Banco Nacional, por él creado. La reacción de Ouiroga fue inmediata. Junto a los otros gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el presidente, enarbolando su famoso lema de Religión o Muerte. Su lucha contra los unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La Madrid —usurpador del gobierno de Tucumán— en El Tala y Rincón de Valladares.

Caído Rivadavia, Ouiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento volvió a encender la chispa de la guerra civil. Facundo se convirtió entonces en figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las fuerzas unitarias del general Paz. El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo. En Buenos Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los' Andes. Al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La Madrid —el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz— y, ya en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela. En esos momentos su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto. Después de participar en la etapa preparatoria de la campaña del desierto realizada por Rosas, permaneció con su familia en Buenos Aires durante un tiempo. En 1834, a pedido de Maza, gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre Salta y Tucumán. En Santiago del Estero se enteró del asesinato de de la Torre, gobernador salteño. Cumplida su misión en el norte, Quiroga emprendió el regreso hacia Buenos Aires, desoyendo las advertencias sobre la posibilidad de que se lo intentara asesinar y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo Ibarra, el gobernador santiagueño. Su coraje lo condujo, una vez más, a enfrentarse con la muerte. Pero en esta oportunidad, el Tigre perdió la partida: en Barranca Yaco fue ultimado por un grupo de asesinos enviados por los hermanos Reynafé, a la sazón dueños del gobierno de Córdoba.


sábado, 27 de marzo de 2021

Exhumación de los restos del General Lamadrid: las heridas de "El Tala"

 Por Miguel Angel Scenna

Falleció en Buenos Aires el 5 de enero de 1857 a los 61 años. Fue sepultado en la Recoleta, en la bóveda del general Díaz Vélez, su cuñado.

Pasaron los años. Al llegar 1895 se cumplía el centenario del nacimiento de Lamadrid. Gobernaba Tucumán don Benjamín Aráoz, de la copiosa parentela de don Gregorio, quien propuso trasladar los restos del general a la ciudad natal. Con permiso de los descendientes se procedió a cumplir ese propósito. Una comisión especial, acompañada de buen número de personalidades, exhumó el cadáver de Lamadrid. Al abrir el féretro apareció el esqueleto del general, sobre el que se veían restos del uniforme y las insignias del grado. Pero lo verdaderamente impresionante fue el momento en que se extrajo el cráneo. Sobre él se veían con perfecta nitidez los hachazos de El Tala, sesenta y nueve años atrás. Otro instante de suspenso se vivió al divisar entre las costillas una bala, que fue retirada por Adolfo P. Carranza, director del Museo Histórico Nacional, con el fin de guardarla en esa institución.  Los huesos fueron lavados con una solución de cal y depositados en una urna con la inscripción


GENERAL G. A. DE LAMADRID

1795 - 1857 – 1895

En esa urna los restos fueron trasladados a Tucumán donde descansan.

Un autor, no historiador, notable por sus rotundas afirmaciones sin sombra documental y por su ignorancia de documentos editados, ha dudado de la veracidad de las quince heridas de sable y el balazo de El Tala. Deja entrever la sospecha de que todo no pasa de un simple macaneo de la historia liberal para propaganda de sus proceres.

Por un lado, Lamadrid habla abundantemente del asunto en sus Memorias, pero claro, puede decirse que son exageraciones de don Gregorio. Para salir de dudas, basta con recurrir a los diarios que dieron la noticia de la exhumación, que ofrecieron detalles. Pero mejor aún es acudir al acta de la misma, que ha sido publicada, por ejemplo en el apéndice de las Memorias que hemos consultado para este trabajo, página 388 del tomo segundo. Luego de su lectura, pocas dudas pueden quedar de la veracidad de Lamadrid:

“En la ciudad de Buenos Aires, a los diez y nueve dias del mes de noviembre de mil ochocientos noventa y cinco, reunidos en el cementerio del Norte los miembros de la comisión nombrada por el gobierno de Tucumán con fecha cinco del corriente, y compuesta de los doctores Próspero Mena y Luis F. Aráoz, y los señores Adolfo P. Carranza y Agustín Roca, a objeto de recibirlos restos del general Lamadrid para trasladarlos a su ciudad natal, encontrándose en el sepulcro de la familia Diaz Vélez, en presencia y con el consentimiento de sus deudos, la señora Josefa Aráoz de Lamadrid y doctor Marcelino Aravena, nuera y nieto del general, deudos, antiguos compañeros de armas y ciudadanos que hablan concurrido a presenciar el acto, se procedió a destapar un cajón que, por las señas de los deudos y constancia de los libros de la administración que dicen haberse sepultado en dicha tumba el seis de enero de mil ochocientos cincuenta y siete el general don Gregorio Aráoz de Lamadrid, fallecido el día anterior, y abierto que fue y reconocido por las insignias militares cuyo despojos se veían; los doctores Aravena y Cantón manifestaron que encontraban el esqueleto completo con excepción de los dientes, cuya caída se habla efectuado antes de su muerte. En el cráneo se notaban las siguientes cicatrices: una oblicua en la parte media y superior hueso frontal, otro en la sutura froatoperietaJ derecha, otra en la sutura temporoparietal, además dos cicatrices próximas una a la otra en parietal derecho; otra de grandes proporciones dirigida a la sutura latoidea, a cuatro centímetros de la sutura oc-cipitobipanetal. además dos cicatrices ulcerativas en el hueso occipital y en la sutura occipitoparietal derecha: notábase también vestigios de una cicatriz en los huesos propios de la nariz, y también se encontró en la séptima costilla una herida de forma ovalada que había dado paso a una bala de plomo de doce milímetros de forma esférica, que se alojó en la cara interna de la misma costilla, donde dio lugar a la formación de un proceso ulcerativo con trayecto fistuloso en la misma costilla. Esta costilla se había adherido por una brida cicatricial o sea con la costilla próxima inferior.

Cerrada a urna, los miembros de la comisión firmaron para constancia esta acta con los señores presentes que quisieron hacerlo.”

sábado, 20 de marzo de 2021

ANGEL PACHECO Y PEDRO RAMOS....HÉROES EN EL DESIERTO

 POR EL PROF. JBISMARCK

El general Ángel Pacheco y el coronel Pedro Ramos fueron los más acti­vos y eficientes colaboradores de Rosas en la primera conquista del “desierto”.

Pacheco disponía de 900 hombres y probados jefes: Hilario Lagos, Antonio Ramírez, José María Flores, Fran­cisco Sosa y Juan José Hernández. Cruzado el Colorado llego al río Negro. Pudo derrotar al cacique Payllarén y gran parte de su tribu, con poca pérdida de su parte, pero contra !o esperado, no pudo sorprender a los indios reunidos en la isla Choele-choel, refugio del escurridizo cacique Chocorí, donde se estableció un destacamento. Mientras los agrimensores Chiclana y Descalzi se ocupaban de reconocer el territorio, Rosas recibía al naturalista Char­les Darwin en su campamento de Médano Redondo, llegado hasta esas regio­nes a bordo del Beagle (capitán Fitz Roy).




El cacique Chocorí no pudo ser capturado, por cuanto al ser cargado en su tol­dería por el coronel Martiniano Rodríguez, escapó con sus acompañantes dejando en el campo como trofeo para sus vencedores, su espada y la curiosa armadura que usaba, compuesta por cueros se­cos anudados a guisa de “cota de mallas”. Yanquetruz y Maulín, tampoco pudieron ser hallados.

Las duras condiciones en que se encontraba la columna forzó a Pacheco a establecer cuarteles de invierno, reponiendo el vigor de sus caballadas Sin embargo, otros jefes como los comandantes Lagos, Sosa y Hernández prosi­guieron sus exploraciones: el 16 de agosto fueron sorprendidos muchos indios y en el combate quedaron muertos los caciques Pichi-loncoy y Millao, y pri­sionero el cacique Paynén.

El 3 de septiembre el general Rosas resumió en carta al coronel Vicente González el resultado obtenido hasta entonces:

Para su satisfacción y la de los amigos, le diré que en este Ejército se conserva en todo su vigor la moral y rigores de disciplina, sin haber has­ta la fecha un solo desertor. Ya tenemos más de 600 prisioneros en chinas y chivitos, muchas cristianas libres del cautiverio, siendo a mi ¡uicio más de 800 los indios muertos desde que se abrió la campaña, pues es indeci­ble lo que ha rendido las matanzas de las descubiertas.

Pacheco llegó a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén en la proximidad de la Cordillera (46 leguas de Choele Choel), el punto más extremo alcanza­do por los cristianos. Una semana después estaba de retorno en la gran isla, y a mediados del mes siguiente de vuelta en el campamento de río Colorado.

Por su parte, el coronel Pedro Ramos, con 300 hombres y 100 indios au­xiliares llegó a los contrafuertes de la Cordillera Andina, según rezaban las instrucciones recibidas del Coman­dante de la División Izquierda.

El coronel Ramos retornó tras 40 días de campaña al campamento en Médano Redondo, tras vencer las inclemencias opuestas por el tiempo y la naturaleza, habiendo enviado a sus hombres hasta cerca del río Atuel, en Mendoza. En su regreso pudo capturar al cacique Cayupán con 45 indios que escapaban de una fuerza mandada por el mayor Leandro Ibáñez.

Rosas ya estaba al tanto del fracaso de las otras dos Divisiones: “Que lás­tima que hayan fallado el Centro y la Derecha y el Gobierno de Chile. Es in­dudable que ya estaría acabada la campaña si así no hubiera sido, o si en nuestra Provincia no hubiera tenido tan poderosos enemigos la expedición

Ro­sas efectuó un resumen de lo obrado por la División a sus órdenes, en carta del 12 de septiembre dirigida a su futuro consuegro Terrero, “mi querido ami­go y compañero Juan"

Aún no ha llegado la Derecha, y sigo con un puñado de soldados ha­ciendo la fatiga en toda la extensión de tan dilatado como escabroso de­sierto En Choele-Choel está la principal fuerza y los mejores jefes con Pa­checo. Tiene 900 hombres sin indios entre caballería e infantería. Ramos anda hoy cerca de la Cordillera, a 100 leguas de este punto con 300 sol­dados de caballería y 100 indios. Por allí los campos son pura piedra y montes. Por supuesto que esto es mucho más arriba del punto que debía ocupar la Derecha, que aún no ha podido llegar ni salir de sus primeras posiciones de San Rafael, a donde retrogradó por la flacura de sus caba­llos El Centro ya sabrás que no existe La orden del general Quiroga es propia de la fortaleza y grandeza de su alma Los esfuerzos y sacrificios que este hombre singular ha hecho son de gran valor y dignos del mayor reconocimiento.  Miranda anda con 120 soldados y 60 indios, a más de 100 leguas de distancia en rumbo al noroeste, por los campos linderos a los ranqueles.  Al mayor lbáriez lo he despachado hoy con 50 cristianos y 100 pampas con la orden de pasar el río Negro y correr el campo hasta 100 leguas al sud. No hay por ahí mas enemigos que el cacique Cayupán con algunos indios y muchas familias de las que han escapado escondidas. Si dá con los rastios los seguirá aunque sea hasta Chile, porque lo mando bien mon­tado.

Después de esto ya no me quedan aquí mas que 150 infantes, los ar­tilleros, y la gente que cuida las reses y caballos flacos, que siempre ten­go invernando. Ningunos caballos se han perdido hasta la fecha. Por el contrario, se han aumentado con los que se han tomado al enemigo. La gente come carne de yegua, y si tuviera yeguas en abundancia no necesi­taría vacas. Ya ves que a toda vela arriesgo con la poca fuerza que tengo, pero no hay mas remedio. Digo arriesgo, porque a tan largas distancias no parece prudente mandar tan pequeñas Divisiones, que hablando propia­mente no son otra cosa que partidas fuertes, con la imposibilidad de po­derse proteger.

Ya estaría acabada la campana si no hubiesen fallado el Centro y la Derecha, o si yo hubiese traído 1.000 hombres más.

jueves, 11 de marzo de 2021

1829: El regreso de San Martín.

 Por Julio R. Otaño

El 6 de febrero de 1829 anclaba en las balizas frente a Buenos Aires el buque inglés “Countess of Chichester”. En su pasaje figuraba el héroe de Chacabuco y Maipú, de incógnito, bajo el nombre de José Matorras. Regresaba a su patria deprimido, animado por el deseo de concluir sus días en ella, “separado, si es posible —como dijo en carta a O’Higgins—, de la sociedad de los hombres”   En Río de Janeiro supo de lo ocurrido en Buenos Aires el l de diciembre, y en Montevideo de la ejecución de Dorrego. Quiso desembarcar en esa ciudad, pero no pudo hacerlo por la premura con que la nave se dio a la vela. Había embarcado convencido que, tras la paz con el Brasil, encontraría a la patria en orden y libre de que volviera a caer en manos de los rivadavianos, que tanto lo habían perseguido y calumniado, inclusive en Europa; y la encontraba en poder de ellos y en plena guerra civil.

En seguida, y sin desembarcar, dirigió una carta a José Miguel Díaz Vélez, de quien era amigo, diciéndole que regresaba para concluir sus días en el retiro de una vida privada, para la que había contado con la tranquilidad completa en que supuso al país; “pues sin este requisito sabía muy bien que todo hombre que ha figurado en revolución, no podría prometérsela por estricta que sea la neutralidad que quiérase en el choque de las opiniones”, a lo que agregaba:

Asi es que en vista del estado en que encuentro muestro país, y por otra parte, no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en. cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia.”

El objeto de la comunicación se reducía a solicitar pasaporte para sí y un criado, a fin de poder instalarse en la vecina ciudad. Díaz Vélez contestó inmediatamente, adjuntándole el documento solicitado. En su carta dio una prueba más de que la embriaguez de prepotencia en que vivía el unitarismo no le permitía valorar la realidad, pues decía: “Por lo demás, aquí no hay partidos, si no se quiere ennoblecer con este nombre a esa chusma y a las hordas salvajes que enfrentaba”.

En Montevideo el Libertador se puso en contacto con algunos expatriados y siguió con patriótico dolor las alternativas de la situación que amenazaba asolar la tierra argentina. Fue su cuñado, Manuel Escalada, quien le anunció que dos delegados del general Lavalle: el coronel Eduardo Trolé y Juan Andrés Gelly, llegarían para formularle una proposición. Tales delegados fueron portadores de una carta de Lavalle, firmada en Saladillo, el 4 de abril, que decía:

Señor general José de San Martin: Mi estimado general: Los señores coronel Trolé y don Juan Andrés Gelly salen en este momento de mi cuartel general para Montevideo y los he autorizado para que hablen con Vd. a mi nombre. Quiera V. dignarse oírlos, general, y admitir los sentimientos de estimación y respeto de su muy atento y obediente servidor q.b.s.m. (firmado) JUAN LAVALLE

Lavalle creyó posible sumar a San Martín a la empresa política que había emprendido, suponiendo que su prestigio sería suficiente para evitar el fracaso a que se acercaba; si bien se ignoran los detalles precisos de la propuesta que le formulara, la cual, como informaron sus comisionados, San Martín se rehusó aceptar. En nota de 15 de abril explicaron a su comitente el fracaso de sus gestiones, informando que el Libertador les había dicho:

“...por mi parte, siento decir a usted que los medios que me han propuesto no me parece tendrán las consecuencias que usted se propone para terminar los males que afligen a nuestra patria desgraciada.  Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame usted, General, le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses, en la situación que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar al país, le servirá de consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halla usted empeñado, porque esta satisfacción no depende de los demás, sino de uno mismo”

Días antes de recibir a los enviados de Lavalle, San Martín, el 5 de abril, escribió al que fue uno de sus leales amigos: el general Bernardo O’Higgins. Le decía que no había desembarcado en Buenos Aires para no verse envuelto entre los partidos en pugna; que el clamor general reclamaba un gobierno riguroso, en una palabra, militar, “porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra”, a lo que añadía: Igualmente convienen (y en esto ambos partidos) que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto, se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias, y más que todo un BRAZO VIGOROSO, salve a la patria de los males que la amenazan. La opinion, o, mejor decir, la necesidad presenta este candidato: es él el general San Martín. Para establecer esta aserción yo no me fundo en el número de cartas que he recibido de personas de la mayor respetabilidad de Buenos Aires y otras que me han hablado en ésta sobre este particular; yo apoyo mi opinión en las circunstancias del día. Ahora mismo, partiendo del principio de ser absolutamente necesario el que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios y federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos, y, cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones? No, amigo mío; mil veces preferiré envolverme en los males que amenazan a este suelo por ser el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, ¿me sería permitido por el que quedase vencedor, de una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consultan otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público; ESTE último partido es el que yo adopto ”


Explicando a O’Higgins la apertura de Lavalle, San Martín escribía en 13 de abril diciendo:

“El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del l9 de diciembre; pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del l SON RIVADAVIA Y SUS SATÉLITES, Y A USTED LE CONSTA LOS INMENSOS MALES QUE ESTOS HOMBRES HAN HECHO, NO SÓLO A ESTE PAIS, SINO AL RESTO DE LA AMÉRICA, CON SU INFERNAL CONDUCTA; SI MI ALMA FUESE TAN DESPRECIABLE COMO LAS SUYAS, YO APROVECHARIA ESTA OCASIÓN PARA VENGARME DE LAS PERSECUCIONES QUE MI HONOR HA SUFRIDO DE ESTOS HOMBRES; PERO ES NECESARIO ENSEÑARLES LA DIFERENCIA QUE HAY DE UN HOMBRE DE BIEN A UN MALVADO” (Subrayado en el original).

EL LIBERTADOR REGRESÓ A EUROPA…SIN DESEMBARCAR EN BUENOS AIRES…..

miércoles, 10 de marzo de 2021

Rosas en el exilio...pobreza y trabajo

 Por el Profesor Jbismarck

Las dificultades económicas lo acosan. A una de sus hermanas le escribe el 64: “Sigo pobre, muy verdaderamente pobre, tra­bajando en el campo todo cuanto puedo, sin omitir esfuerzo al­guno para tener algo que comer, unos pobres ranchos en qué vi­vir y en qué tener a mi lado mis numerosos e importantísimos papeles, que son mi único consuelo en la adversidad de mis pe­nosas circunstancias”. En carta posterior a la amiga, le anuncia que dejará la casa y el campo. “No sé a dónde iré, ni cuál será mi destino. Tal es la agitación ardiente en las pasiones del mundo, que no sería ex­traño fuese en la guerra, o en la formación de alguna caballería según los gauchos, de lanza, bolas y lazo, que es lo que más en­tiendo y para lo que no me cambiaría por mozo alguno”. Sin embargo, se esforzará por seguir trabajando en el campo. Su pobreza ha sido tan grande que debió humillarse ante Ur­quiza. El 7 de noviembre de 1863 le ha escrito: “Continuando privado de mis propiedades por tan largo tiempo, me encuentro ya precisamente obligado a salir de esta casa, a dejar todo, pagar algo de lo que debo y reducirme a vivir en la miseria. Y en tal estado, si usted puede hacer algo en mi favor, es llegado el tiem­po en que yo pueda admitir la generosa oferta de V. E. para sacarme o aliviarme en tan amarga y difícil situación”. Urquiza le contesta, el 28 de febrero de 1864, llamándole grande y buen amigo; le dice que su carta le ha inspirado “los sentimientos que merece la desgracia y que reclama la humanidad” y le señala mil libras esterlinas por año. Al recibir las líneas de Urquiza, el des­terrado le agradece emocionadamente escribe estas frases tan valerosas “¡Errores! ¿Quién no los ha cometido? El que no los ha padecido da prueba de su imbecilidad. Los míos me los ha perdonado V. E., como yo he perdonado los de V. E. Si no nos perdonásemos los unos a los otros, estaríamos ya en el in­fierno”. Asegúrale que ha hecho una obra de verdadera caridad y que “en Dios ha de encontrar siempre V. E. la mejor recompen­sa”.

Urquiza ha procedido a solicitud de Josefa Gómez, impresiona­da por las cartas de Rosas. Pero esto no disminuye la belleza del gesto. Y Urquiza no ha sido generoso tan sólo con Rosas, sino también con todos sus enemigos de los últimos añosPero las libras no llegan. Rosas empieza a trasladar a sus ranchos los papeles y otras cosas que no deben ser vendidos. “Lo demás continúa alistándose para venderse. Máximo es el encarga­do de esas ventas”. Devolverá la casa en setiembre. Pasan los meses y ni noticias de las mil libras. La pobreza le obliga a vivir con la sobriedad de un gaucho. A Pepita: “No fumo, no tomo rapé, vino ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas ni las recibo, no paseo, no asisto a teatros ni di­versiones de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas, y bien acreditan cuánto y cómo es mi trabajo diario incesante para en algo ayudarme. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más”Para mayor desgracia a principios del 65 un incendio destruye su lechería. Ha perdido las vacas, dos caballos y los útiles. Esta parte de la chacra él la subarrendaba, y con ese dinero pagaba el resto del campo y sus “mezqui­nos” gastos. Estaba asegurada la lechería, pero el seguro corres­ponde al propietario de la chacra. Esta desgracia agrava su situación, que, seis meses después de recibidas las libras, “sigue siendo bien penosa y tristemente afligida”.  A fines de ese año 65 recuerda todo lo que él lleva hecho en ese campo. Nadie quería arrendarlo. Caíanse las casas, que esta­ban llenas de ratas, víboras, comadrejas y otros bichos inmundos. El lo ha ido poco a poco limpiando y arreglando todo. Y así don Juan Manuel, que ya tiene setenta y dos años, va pasando su vida austeramente, lejos de los hombres y sus vanida­des, dedicado al trabajo.

miércoles, 3 de marzo de 2021

El Brasil regenta la negra traición....

 Por el Prof. Jbismarck

“¡Al arma, argentinos, cartucho al cañón.

Que el Brasil regenta la negra traición.

Por la callejuela,

por el callejón,

que a Urquiza compraron

por un patacón.

El sable a la mano, al brazo el fusil

Sangre quiere Urquiza,

Esclavo del Brasil.

Por la callejuela, por el callejón, 

que a Urquiza compraron por un patacón”

Ignacio Oribe, compañero de armas de Urquiza en India Muerta y tantas jornadas federales, le escribe indignado el 9 de junio de 1851:

“¿Cómo ha podido la aberración de sentimientos dar cabida a una deserción tan injustificada abandonando el puesto que la confianza del general Rosas, los dieres para con su Patria y el respecto a su posición, le habían dado en circunstancias tan críticas? Nada menos que cuando el porvenir de un Nuevo Mundo está cifrado en la solución que hayan de tener los asuntos pendientes con nuestras repúblicas. Usted corre, tránsfuga de nuestras glorias, a alimentar esperanzas en un círculo imbécil y malvado; ofrece cooperar para destruir las combinaciones de que era participe entre algunos argentinos y orientales; halaga a los paraguayos infieles a sus deberes; y lo que es peor, general, que hace cuando la concurrencia de miles de bayonetas imperiales llaman la atención sobre la frontera... ¿Y quiere usted, general Urquiza, que yo no desenvaine mi espada contra tan inicuos y horrendos crímenes? ¿Risueño, cree que ha llegado la ocasión de su celebridad? Permítame usted que no le haga cumplidos por su pronunciamiento. Y persuádase de la mejor disposición en que se halla de cumplir con su deber el general Ignacio Oribe"