Rosas

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viernes, 30 de abril de 2021

MANUEL GALVEZ

 Por Miguel Angel Scenna

Santafecino de familia tradicional, primo de Scalabrini Ortiz, Gálvez era contemporáneo de la tercera generación historiográfica y hasta bien pasado el medio siglo de vida no se le ocurrió incursionar por la historia. Novelista de profesión, su máxima aproximación a ese campo tuvo lugar a raíz de la trilogía de novelas que escribió sobre la Guerra del Paraguay en la década del veinte, y que figuran entre lo mejor de su producción. Las tres fueron estudiadas y documentadas como para componer un libro de historia, logrando un marco rigurosamente veraz de la terrible contienda. Ello dio indudablemente a Gálvez el entrenamiento previo, cuando aún no pensaba abandonar el terreno de la ficción.    Fervoroso católico, se plegó a las filas del nacionalismo, y tras la revolución del 30 sufrió la misma decepción que los demás nacionalistas, y como ellos indagó causas en el pasado. Pero a la inversa de otros, comenzó por el pasado inmediato. Aunque poco simpatizante con el radicalismo y la figura de Yrigoyen en tiempos de auge del caudillo, es innegable que Gálvez poseía una especial sensibilidad hacia lo popular que lo distinguía de otros nacionalistas. Por ello su primera preocupación fue averiguar quién había sido ese “Peludo” tan violentamente odiado y tan profundamente amado

De ese modo, apenas muerto don Hipólito, el novelista pasó a ser su primer biógrafo. La obra apareció en 1938 con el título “Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio”. Las cosas no fueron fáciles y el ambiente poco propicio. El mismo autor ha dicho: “Escribí... trabajando reciamente, no de oídas, como dijeron algunos conservadores. Realicé una obra importante, y con imparcialidad. Tuve que luchar, para escribirlo, contra toda mi familia y contra la mayoría de mis amigos. Y contra esos incapaces que nada hacen pero intentan estorbar que otros hagan y algunos de los cuales me decían ser prematuro o perjudicial para el país escribir la vida de Yrigoyen”. Repudiado por conservadores y radicales, el libro resultó empero un éxito de librería, pues había verdadera sed popular por conocer la vida del caudillo, que Gálvez supo presentar con honestidad no exenta de equilibrio. No es el gran libro que Gálvez creyó hasta el fin de sus días que era, pero por muchos años constituyó la única reconstrucción historiográfica de la trayectoria de don Hipólito.  Yrigoyen llevó de la mano a Gálvez hasta Rosas. Estudiando los antecedentes familiares del jefe radical y sus primeros años, se encontró con los últimos del Restaurador. Formado en los preceptos de la historia liberal, Gálvez se entusiasmó con lo que fue encontrando, al punto de verse arrastrado por el urgente deseo de escribir una biografía de don Juan Manuel. Trabajando con encarnizamiento —según sus propias palabras- permaneció dos años recluido en archivos y repositorios, cumpliendo horario full time. “Trabajaba desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Para mí no hubo domingos ni días de fiesta. Y en los dos últimos meses llegué a trabajar diez y seis horas diarias. Era el que primero entraba en el Archivo General de la Nación... Permanecía hasta las cinco. Tomaba el té, rápidamente, por ahí cerca, y volaba a la Biblioteca Nacional... Los periódicos los recorría en la Biblioteca Nacional o en la del Museo Mitre. Revisé en el Archivo, hoja por hoja, los ciento treinta y cuatro legajos y archivos que allí se encuentran. También trabajé en el Archivo Nacional de Montevideo, y en el de la Universidad de La Plata”.   Agrega un comentario altamente sabroso: “Créase o no, pero durante los largos años en el Archivo y en las bibliotecas, rara vez vi a los ases de la historia oficial y mentirosa. Nunca encontré a Ricardo Rojas. A Levene lo vi en dos o tres ocasiones en la Biblioteca Nacional, lo mismo que a Capdevila. A quienes hallé bastantes veces fue a Gandía y Roberto Levillier. Y muchas, muchísimas veces, a José Luis Busaniche, que no pertenecía a la historia oficial y que verdaderamente sabía historia. Hace poco, un joven investigador me dijo que en la totalidad de los legajos de la secretaría de Rosas sólo figuraban como firmantes Ravignani, Julio Irazusta y yo”.  

Durante sus investigaciones, Gálvez realizó un importante descubrimiento: los originales de la proclama de Napostá, de la que muchos historiadores dudaban que fuera realmente obra de Rosas. En 1940 estuvo impresa la obra, “Vida de don Juan Manuel de Rosas”, el mejor trabajo histórico de Gálvez, donde sin ocultar su simpatía y admiración por el protagonista, logra un cuadro más completo y mejor fundado que el anterior ensayo de Ibarguren. Hecho para el gran público, fue un éxito de librería que alcanzó gran difusión. Lamentablemente, el autor despojó a su obra de todo aparato erudito. El mismo explicó las razones: “Como yo no pretendía ser historiador «de oficio», sino enterarme, no organizaba mi documentación. No hice un fichero. Tampoco estudiaba los papeles después de copiarlos. Ni se me ocurrió copiar un documento por entero... La desgracia era que, por olvido o por prisa, no escribía en cada trozo el número del legajo en donde estaba. He aquí por qué mi documentación, tan rica de pormenores, no puede ser utilizada por nadie, ni por mí mismo. .. Puede, pues, darse por perdida mi documentación. Es cosa de llorar a gritos.. La explicación de este descuido, o como Quiera llamárselo, reside en Que no me propuse escribir una obra para eruditos. Vacilé mucho antes de decidirme por el tipo de biografía que iba a realizar. Opté por un libro para el pueblo, sin notas ni citas que entorpecieran el relato”. La franqueza no justifica proceder tan ahistórico.   Gálvez persistió en el género con una serie de biografias de dispar valor, la mejor de las cuales es “Sarmiento el hombre de la autoridad”, aparecido en 1945. esta vez con una correcta bibliografía separada por capítulos. Consideramos que esta obra es superior a la que sobre e mismo tema publicó Ricardo Rojas casi en la misma época También se nos aparece basta claramente una evolución a lo largo del libro Comenzado como una biografía “en contra” destinada a desenmascarar al sanjuanino en los últimos tramos se trasunta la creciente simpatía del escritor por el personaje, aunque sin cejar un momento el tono crítico. En la última página tocando el final escribió: “Lo he tratado, pues como él deseaba que se le tratase... ”

Mariano Acha: traidor y entregador de Dorrego...su muerte.

Por el Prof. Jbismarck

Era hijo de Nicolás Antonio de Acha y de Juana Ventura Salomón y Ramírez.  En 1818 era alférez del Regimiento de Dragones de la Patria. Participó en los combates de Cepeda y Arroyo del Medio contra los caudillos federales, y cayó prisionero en la batalla de Gamonal (1820). Era sargento mayor en 1828, cuando el gobernador Manuel Dorrego se refugió en el fuerte de Salto, después de la derrota de Navarro. Acha y su jefe, el coronel Bernardino Escribano, tomaron presos a su superior, el coronel Ángel Pacheco y también a Dorrego, a quien envió al campamento de Juan Lavalle. Aunque no tuvo participación en su fusilamiento, seguramente sabía de antemano que sería fusilado. Lavalle lo ascendió a coronel de caballería por este "mérito".  Tras la derrota unitaria en Buenos Aires, se dirigió a Córdoba para unirse a las fuerzas de José María Paz, comandante militar de la Liga del Interior. Participó en las batallas de La Tablada y Oncativo.  Tras la captura del general Paz, se retiró con Lamadrid hacia el norte, donde después de derrotar a los hermanos Reynafé, combatió en las derrotas de Capayán y La Ciudadela. Finalmente emigró a Bolivia.   había regresado y se hallaba en Tucumán, en 1840, al formarse la Coalición del Norte contra Juan Manuel de Rosas, a la que se adhirió, incorporándose a las fuerzas del gobernador salteño Manuel Solá. Éste le confió la organización y adiestramiento de los contingentes que se formaban en su provincia, donde no había oficiales capaces, al menos en el bando unitario. Atacó al caudillo Juan Felipe Ibarra en Santiago del Estero, pero éste lo venció con su táctica favorita de "tierra arrasada".   Tras unirse a las fuerzas de Lavalle y Lamadrid, éstos lo mandaron a invadir por segunda vez Santiago del Estero. Pero le fue peor aún, porque desertó la mayor parte de sus fuerzas. Con lo que le quedaba pasó a La Rioja, donde fue derrotado en Machigasta (1841) por José Félix Aldao. Catamarca y La Rioja cayeron en manos de los caudillos federales, y Acha huyó a Tucumán.   Allí se unió al ejército del general Lamadrid en la marcha hacia Cuyo, como jefe de su vanguardia. Derrotó a las fuerzas de Nazario Benavidez primero y a las de José Félix Aldao después en Angaco — a las puertas de la ciudad de San Juan — el 16 de agosto de 1841, en la batalla más sangrienta de las guerras civiles argentinas.  Pero enseguida malogró el éxito, olvidándose de las fuerzas que aún tenía el gobernador Benavidez, que lo atacó poco después en la llamada Batalla de La Chacarilla. No tuvo Acha más remedio, previo un consejo de guerra con el mayor Agüero, capitán Viera y teniente Martínez, que reconcentrar sus fuerzas en las torres de la Catedral de San Juan.

Por fin, el mayor Gallardo, a la cabeza de 24 infantes, y el teniente Moreno, con 40 Jinetes, penetran en la plaza y se apoderan de los cañones unitarios, que Acha no tuvo tiempo de clavar. Benavidez le hace intimar rendición por medio del coronel Ramírez, pero ante la contestación soberbia del jefe unitario, hizo enfilar los cañones contra la iglesia y principió a derribar la torre.  Habría sido entonces insensatez el no rendirse. Acha levantó la bandera de parlamento; pero al oficial que le pedía su espada, dijo : “Vuelva Vd. donde está su superior y dígale de mi parte que si Mariano Acha ha sido vencido, en la derrota no ha perdido ni su rango ni su dignidad, y que su espada no será entregada sino a su igual”. La capitulación fué, pues, hecha vino Benavidez en persona, subió a la torre, donde se hallaba Acha, recibió su espada, lo tomó del brazo y lo condujo a su propia casa. Este quedó preso en la propia casa del vencedor. Junto con el general Acha cayeron prisioneros el coronel Crisóstomo Alvarez — postrado en cama, — los comandantes Ciríaco Lamadrid, el hijo mimado del caudillo militar, y Rufino Ortega.  Tal fué la acción de San Juan, perdida por Acha, debido a su incalificable falta de disciplina y a los celos personales con Lamadrid.  Oribe llamaba .socarronamente a Lamadrid “general de vidalitas”; era, por lo menos,, Un “libertador” algo singular, pues, cómo los condottieri de los tiempos medios italianos, parecía preferir se perdiera la causa que representaba, cuando la casualidad no le deparaba el papel prominente.

El vencedor de San Juan era un hombre generoso. Hasta sus mismos enemigos lo han reconocido su carácter era bondadoso, dúctil. Durante su larga dominación en San Juan, “la provincia no fue ensangrentada, y sirvió de refugio en muchos casos; había paz y tranquilidad” Los recuerdos que se conservan de Benavides son tan gratos, que contrastan con las épocas “civilizadas” posteriores, como la de Sarmiento. 

Nada tiene de extraño que concediera a los rendidos la capitulación con garantía de la vida  y que mereciera estas palabras en una comunicación oficial del mismo Lamadrid: “El general Acha, el capitán Ciríaco Lamadrid, que fue el último en deponer su espada, y algunos otros oficiales, existen hoy prisioneros en poder del señor Benavidez; este general los trata hasta hoy con una generosidad no acostumbrada”.  Por otra parte, no hay que olvidar que Benavidez no era más que un jefe divisionario del “ejército de Cuyo”, que mandaba en jefe el general Aldao, por eso su primer medida fue, remitir los prisioneros importantes directamente a Aldao. ¿Podía acaso ignorar que Aldao, despechado por su reciente y vergonzosa derrota, irritado con la conducta demasiado autónoma de su subalterno, dejaría de aprovechar la oportunidad de vengarse de su vencedor y, a la vez, desautorizar a su segundo, desconociendo la capitulación y disponiendo de los prisioneros como rendidos a discreción? Era difícil que Benavides pudiese abrigar esa duda: tan es así, que remitió a Aldao sólo parte de sus prisioneros (Acha y otros), prefirió dejar en San Juan los que más estimaba (Crisóstomo Alvarez, Vieira y otros) y conservó consigo algunos que deseaba salvar (Ciríaco Lamadrid y otros).

Benavidez remitió, pues, la plana mayor rendida, pero con una escolta reducida, mandada por el comandante Fonfrías, a fin de que la entregase a Aldao, como general en jefe del ejército de Cuyo, del cual él no era sino segundo. El general Lamadrid entró a San Juan el día 24; encontró allí la familia de Benavidez y la tomó prisionera de guerra, en calidad de rehenes, haciendo que la señora escribiera una carta a su marido, para que entregara a Acha y el hijo de Lamadrid. en cambio de su familia. Pero Benavides contestó que “no canjeaba prisioneros de guerra por mujeres y niños inocentes”.  Lamadrid demoró aun tres días en San Juan, para mandar al comandante Peñaloza, con la mira de rescatar los prisioneros, que llevaban una marcha anticipada de dos días. Pero Lamadrid, tranquilo respecto de la suerte de su hijo Ciriaco, que quedó con Benavidez, pareció no preocuparse mayormente de Acha y sus acompañantes ... Se llega aquí al nexo del problema histórico estudiado.

El día 15 de septiembre de 1841 cerca de la localidad puntana de Posta de Cabra el teniente Marín, por órdenes de José Félix Aldao, hizo poner de rodillas al general Acha y le disparó por la espalda, castigo destinado a los traidores ya que le imputaban tal calidad por haber entregado al gobernador Manuel Dorrego a Juan Lavalle quien lo ejecutó en 1828.  Ya muerto Acha le cortaron la cabeza y la colocaron en la punta de una pica, exponiéndola.   Nazario Benavídez afianzó su prestigio militar y su poder político en todo Cuyo transformándose en el hombre más respetado y temido de la década que comenzaba.  Al día siguiente, 16, Pacheco comunicaba el hecho a Rosas, desde su campamento del Desaguadero. Y desde entonces los unitarios le atribuyeron el hecho….Indudablemente, Rosas no podía mirar con ojos simpáticos a Acha, causante inmediato de la tragedia de Navarro, trece años antes, cuando, siendo oficial del cuerpo que escoltaba a Dorrego, sublevó A los soldados, traicionó a sus jefes y entregó maniatado al mártir, para que se cometiera el funesto error de sacrificarlo. De ahí habían nacido las guerras civiles que ensangrentaban a la confederación, y era natural que al gobierno no le pareciera un prisionero común el amotinado de 1828.
Casi dos siglos después de la muerte de Acha, no hay acuerdo unánime sobre quién dio la orden de matarlo de esa manera. Apenas fue derrotado en la Catedral, el general Acha fue trasladado en persona por el gobernador (y vencedor) Benavídez, quien lo alojó en su propia casa en calidad de prisionero de guerra. El sanjuanino le mostró respeto en todo momento, lo trató como el militar de alto rango que era y le prometió que respetarían su vida. En esas condiciones fue que se inició el traslado, con un fuerte operativo en el que Acha y otros oficiales eran vigilados por una escolta de 50 hombres. La orden era entregarlo con vida al general Ángel Pacheco, el nuevo comandante del ejército federal designado por el Brigadier General Juan Manuel de Rosas.
Pero Acha nunca llegó a manos de Pacheco. El recuerdo de su pérfida traición y su castigo posterior cerraba un capítulo de venganza y se cobraba la vida de Mariano Acha, el hombre fuerte de la más dura batalla de las guerras civiles argentinas en suelo sanjuanino.

Fusilan a un hijo de Lamadrid....

El general Nazario Benavides dominaba San Juan en tiempos en que un hijo del general Lamadrid fue fusilado. Dicen las Memorias del atribulado padre: “Al poco tiempo de mi llegada [a Copiapó, Chile], ya fui impuesto de haber llevado preso Benavides a mi querido hijo el sargento mayor don Ciríaco La Madrid, pues el coronel don Lorenzo Alvarez lo había acomodado de capitán en su cuerpo de cazadores, cuando marcharon para San Juan, y como por la espléndida victoria de Angaco concedí un grado a todos los jefes y oficiales que se hallaron en ella, habiale tocado el grado de mayor.   Algunos de los prisioneros que había tomado Benavides en Mendoza, los enfermos que habían quedado en San Juan a mi pasada, hablan llegado ya a Copiapó, los unos con pasaporte de ese malvado ingrato, y los otros fugados; y tanto aquellos como éstos habíanme dicho que mi hijo andaba en libertad, que paseaba en los caballos de Benavides, y que vivía con él y comía en su mesa como un hijo de la familia; pero sin embargo de esto, algunos de éstos al venirse le habían propuesto traerlo y esperándolo ya hasta con caballo ensillado, pero el joven se había resistido a dar aquel paso, fiado en el tratamiento que recibía y en las promesas del general, por cuya razón le chocaba dar aquel paso.  Habíanme dicho también que a la pasada del Chacho para Guandacol, un pueblo situado del otro lado de la Cordillera, a inmediaciones de San Juan, Benavides había acordado la petición de todos los prisioneros que allí habían, de mi ejército, pertenecientes a las provincias, a los cuales había conservado en libertad; que con este motivo se había ocultado mi hijo en el pueblo, temeroso de alguna tropelía; que Benavides había practicado las más escrupulosas averiguaciones por descubrirlo, pero que todo había sido inútil, y que marchándose para los Llanos en busca del Chacho, mi hijo habíale dirigido desde su escondite una carta manifestándole las razones que había tenido para ocultarse, pero sin pensar de ninguna manera en fugarse, porque no juzgaba propio de él corresponder con un acto semejante a las consideraciones que le habían dispensado. ¡Que en esta virtud estaba pronto a presentársele, si le permitía no perjudicarlo por haberse ocultado!

Si ese malvado de Benavides hubiese sido capaz de una acción noble, como debió hacerlo en justicia, aunque no fuese más que por gratitud a las consideraciones que yo había dispensado a toda su familia, y aun a él mismo, pues le había puesto en libertad estando en la cárcel de San Juan, cuando entré a dicha ciudad a principios del año 1831 y me encargué de su gobierno por instancias de todo el pueblo, ¿no pudo haberle contestado que se mandase mudar furtivamente y aun proporcionándole auxilios secretos para ello? ¡Pero no! ¡Que no es propio de un malvado el efectuar un acto de nobleza! ¡Respondió a mi inocente hijo que fuese a presentársele sin el menor cuidado ni recelo! Fue, ese inocente y desventurado joven, confiado en la promesa de ese bárbaro, y apenas lo alcanzó mandó ponerle una barra de grillos y lo hizo conducir encadenado con otros presos que llevaba, entre ellos un oficial Frías, santiagueño, y seguir las marchas con las fuerzas que llevaba.  En San Juan había quedado enfermo de una fiebre un paisano catamarqueño, joven de buena familia, llamado Cándido, cuyo apellido no recuerdo. Era hijo de un comandante de la sierra del Alto que había ido en mi alcance hasta La Rioja llevándome un hermoso caballo, pidiéndome le permitiera acompañarme a la campaña. Como después de estar yo en Mendoza hubo una revolución en San Juan, al aproximarse Pacheco con Benavides, este mozo quedó prisionero y había sido puesto en libertad por Benavides a su vuelta de Mendoza.   Pues este mozo, así que supo que a mi hijo lo llevaban preso, vendió cuanto tenía y se fue en alcance de él llevándole algunas cobijas que pudo conseguir, con el sólo objeto de servirle como de asistente, y lo consiguió...Siguió el noble Cándido acompañándolo hasta La Rioja. El Chacho se había marchado para Catamarca poco antes de entrar Benavides a La Rioja. Llegado que fue éste a dicha ciudad y dispuesta ya la marcha de Benavides en persecución de Peñaloza, estando los presos a caballo en ancas de la guardia, díjome el fiel Cándido cuando se me presentó en Copiapó a los pocos días de la muerte de mi hijo, lo siguiente: El mayor o teniente coronel Domínguez, puntano, que era el segundo de Benavides, lo quería mucho al niño Ciríaco (así lo llamaban a mi desgraciado hijo), lo mismo que todos los jefes y oficiales; estando ya toda la división a caballo para marchar y lo llamó el general y le dijo:

Deje usted al hijo de La Madrid y demás presos, que eran tres, me parece, al gobernador, para que los tenga seguros en su cuartel hasta mi vuelta y dígale usted que él me responde de ellos." El comandante, para que no le dejaran al niño, temiendo que lo mandasen matar después que se marchara el general, le dijo al general: —“Si no tiene cuartel, ¿dónde quiere usted que los acomode?" Entonces el general le dijo al comandante Domínguez "pues que los ponga en la cárcel y que allí los cuiden". —"Si no tiene cárcel, señor", le contestó. —"Pues que los tenga entonces en su casa". —"Si no tiene casa el gobernador, pues cuando marchamos nosotros se va para los Llanos."

Entonces el general, incomodado con estas contestaciones del comandante, le dijo: —"Pues entonces que los fusilen ahora mismo", y cerró de golpe la puerta del cuarto en que estaba y le echó llave por dentro. Yo, que estaba escuchando esto, como quien no hace la cosa, corrí a la guardia que estaba montada, con el niño, el oficial Frías y otro preso en ancas. Cuando yo llegué, ya el ayudante del general había dado la orden, y a tirones los bajaron de las ancas, los sacaron un poco aparte y, parándolos juntos, les hicieron una descarga. Uno de los presos disparó sin que le tocaran y saltó un cerco; el niño, con un balazo, corrió unos pasos y se paró diciendo: -—“¿Así se mata al hijo del general La Madrid? ¡Yo tengo la culpa que me fié de sus promesas!" Los soldados lo voltearon a bayonetazos y allí lo degollaron.

No recuerdo si el que saltó el cerco escapó o si me dijo que lo alcanzaron y mataron también. ¡Este es el modo bárbaro con que acabó mi pobre hijo sus días, el 30 ó 31 de junio del año 1842, sin haber cumplido los 19 años! 

Escribí carta a Benavides, o más propiamente me resolví a mandarla, pues hacía muchos días que la tenía escrita, proponiéndole olvidar el hecho de la muerte de mi hijo, en obsequio a la causa pública, si él se prestaba a obrar contra el tirano en favor de los pueblos, pues yo sabía bien que no era él el asesino de mi hijo, sino su bárbaro padrino. (Rosas y Encarnación eran los padrinos de Ciriaco)

Este paso lo había dado animado sólo de los más nobles sentimientos en favor de los pueblos, porque estaba persuadido que ese crimen sólo era que lo contenía a Benavides para no pronunciarse contra el tirano, juzgando que yo no se lo perdonaría.

Muchos me han reprochado semejante, paso pero estoy persuadido que, lejos de ser reprensible, es el paso más noble que puede dar un verdadero patriota en favor de su país. Si pudiera uno conseguir a costa de un semejante sacrificio o indulgencia, el libertar a su patria de un tirano como Rozas, ¿sería justo, para vengarse, dejar perecer a su país, y a todos sus compatriotas? i Si hay quien crea esto justo, yo no lo creo! Si no tuvo lugar mi pensamiento, fue sólo porque no tuve con qué pagar a un hombre que condujera esta carta, y me vi precisado a comunicar a un compatriota mi pensamiento, y el secreto del mensaje, para que hiciera por la patria un pequeño sacrificio de dar un par de onzas al conductor de la carta.’

La conspiración de "los Maza"

 Por el Prof. Jbismarck

Fines de junio de 1839. Rosas descubre una conjuración para derrocarle y quitarle la vida. Iniciada por los jóvenes de la Asociación de Mayo, iba a dirigir el movimiento militar el teniente coronel Ramón Maza. Su padre, el doctor Manuel Vicente de Maza, ocu­paría el gobierno, provisionalmente. Los conspiradores han con­tado con un desembarco de Lavalle, quien, dedicado a preparar su instalación en Martín García, no se decidió.  Mediante la presencia del joven Félix Frías, embarcado en el navio francés Sapho frente a la rada porteña, los conjurados mantenían informado a Lavalle en Montevideo de sus progresos.   Rosas tenía noticias del movimiento desde meses atrás. Una gran parte de la sociedad distinguida conspiraba. 

En abril, en que pasa unos días en Palermo, él solo, con un empleado, escribe ince­santemente. El general Paz dice: “se obraba con tan poca reserva que he oído en un estrado, delante de dos señoras, hacer mención de los puntos más reservados, sin la menor precaución. un secreto que rolaba entre nubes de depositarios”. Pero Rosas no tiene la certeza de la conjuración y los nombres de sus enemigos hasta que uno de los conspiradores los delata.  

Ramón Maza está muy vinculado al Restaurador: se ha casado el 3 de junio con una íntima de Manuelita y cuñada de Juan Rosas y Ezcurra. Cuatro meses antes, don Juan Manuel le ha dicho unas palabras irónicas que pudieron hacerle comprender cómo sospechaba de él. Ramón Maza ha de comprometer a su padre, a quien no ha de halagar tanto el ser gobernador —ya lo ha sido— como para traicionar a su gran amigo Rosas. Probablemente su hijo le ha hablado del movimien­to cuando ya era tarde para aconsejarle que lo suspendiera. El doctor Maza debe haber pasado días de trágica desesperación: no puede denunciar a su hijo y tampoco quiere traicionar a su amigo. Pero no cabe duda de su culpabilidad.  Todo concluyó el 24 de junio, fecha en que Ramón Maza fue detenido y aprisionado. La represión contra los demás implicados comenzó de inme­diato.  ¿Qué había sucedido? Dos de los iniciados, el coronel retirado Nicolás Martínez Fontes y su hijo el Capitán del mismo nombre, lo delataron, siendo apoyados en sus declaraciones por los capitanes Nicolás y Paulino Medina Camargo, los cuales fueron ascendidos un grado y recompensados por $ 60.000 entre todos, según informaba La Gaceta Mercantil el 1 de enero de 1840, por un servicio de importancia rendido a la causa de la libertad y honor del Con­tinente Americano”. Días antes, el 11 de diciembre de 1839, el Gobernador Rosas había nombrado al coronel Martínez Fontes, edecán de la Legislatura Provincial, en reemplazo del que falleció.

¡Conjuración descubierta contra la vida del Restaurador! el pueblo que está exasperado por la alianza de los unitarios con los franceses y con Rivera, experi­menta una conmoción. La Sociedad Popular Restauradora, reunida en sesión permanente, pide el castigo de los asesinos. Esa misma noche es asaltada la quinta de Maza. Son tan violentas la indignación del pueblo y su furia por vengarse, que Rosas no puede contenerlas.  Entonces le ofrece a su amigo, por medio del cónsul norteame­ricano y de otras personas, la posibilidad de huir. A Terrero le escribe el 26 de junio: “Vuelvo a repetirte lo que ya te he mani­festado, que es absolutamente necesario que el doctor Maza salga del país. Tremendos cargos pesan sobre él, y la opinión pública, lo señala conspirando contra el Gobierno. El Gobierno no puede salvarlo: Dile que es preciso que se aleje: éste es mi consejo y quizá muy pronto sea tarde”. Pero Maza, se dirige a la Legislatura y allí, en su despacho de presidente, mien­tras firma su renuncia, es muerto a puñaladas por dos sujetos.  Mientras tanto, Manuelita trata de salvar a Ramón. “Hubo muchas lágrimas en casa -dirá Rosas varios lustros más tarde—, pero si veinte veces se presentara el mismo caso lo haría; no me arrepiento”. El 28 a la madrugada, Ramón Maza es fusilado. 

Carta del Brigadier general Juan Manuel de Ro­sas, al coronel Vicente González, jefe del Regimien­to 3 de Campaña acantonado en Monte. Datada el Io de julio de 1839 desde su “quinta en Palermo de San Benito”, escribió:"Ya habrá Ud. sabido de la maldad inaudita feroz sin ejemplo de los vándalos reos asesinos Ramón y Manuel Maza. Yo todo lo sabía, como también el proyecto de casamiento con la Rosita Fuentes para asegurar mejor el loco infernal golpe, que sólo podía caber en cabezas deslumbra­das y embriagadas por disposición de Dios para que así paguen con una muerte trágica sus enormes inmundos procedimientos de ingratitud y de traición.Al fin llegó el caso de asegurar al Ramón. Luego se hizo trascenden­tal el motivo a los federales, y como ya estaban en sospechas, creció a tal punto su irritación que esa noche fueron a la quinta del padre en tumul­to, la asaltaron para sacarlo y degollarlo, y no encontrándolo pasaron a lo de la Salomé [Maza], mujer de Guerrico, la que también hablaba de Encarnación, de mí y de los federales con tanta libertad como el padre, el hermano y la madre, acaso con licencia o gusto del marido, o sea como sea; el hecho es que era una condenada en contra nuestra y de la Santa Causa Americana que sostenemos. Allí en la casa de la Salomé hicieron otro tanto, pidiendo la cabeza del padre, así como gritaron deseando la cabeza del hijo.Por supuesto que nadie se animó a contener un tumulto semejante, desde que era tan justificado el motivo, y yo callaba por la misma razón.Corrió, en fin, esa noche, y a! siguiente día ¿qué le parece a Ud. que haría el tal doctor Maza? Se le hizo sin duda que aún era chanza, que hasta entonces estaban creyendo los unitarios salvajes que los fedérales luego son desarmados en buscándolos por la misericordia. Mas como a los federales es Dios nuestro Señor quien los dirige, naturalmente cansa­do este Ser Supremo de tolerar tanta iniquidad, quiso imponerles silencio por un ejemplar castigo.El Doctor, puesen vez de esconderse se fue al día siguiente a La Cá­mara, y después a la Junta. Varios federales se entraron a las salas de aquella, sacaron el retrato de dicho Maza y lo patearon, rompieron y que­maron públicamente. Era singular la irritación de los federales, desde que vieron a clara luz que el plan era asesinarme, vendido al oro francés. Co­mo no quedó uno de los que vieron para el plan, de los que eran federa­les, que no se me presentase a comunicarme todo y entregarme el dinero que le habían dado, Todo era ya tan sabido que naturalmente la irritación era tremenda entre los que aman nuestra Santa Causa. En fin, el resultado es que esa noche a las siete y media encontraron muerto al doctor Ma­za en la Casa de Representantes con dos tremendas puñaladas que le ha­bían dado en el corazón. El Ramón estaba en la cárcel con dos baRRas de grillos, ya convicto y confeso: lo mandé fusilar al día siguiente porque así era de justicia y porque no podía ser de otro modo en desagravio de la vin­dicta pública, y a los federales que se sacrifican por el honor y libertad de América. Así han terminado esos dos asesinos singulares en su ferocidad y ru­deza. Mas la irritación de los federales contra los unitarios sigue, y si no se descuidan, la sangre de ellos ha de correr, no ya en conversaciones si­no con hechos"

Rosas ordena levantar un su­mario, que no da luz alguna. Más tarde, preso uno de los asesinos por otra causa se le descubre su culpabilidad y se le fusila.  Los conjurados y sus cómplices son innumerables. Rosas encar­cela a muy pocos: Carlos Tejedor, Santiago Albarracín, Avelino Balcarce y algún otro. Procede con ellos con magnanimidad extraordinaria, y que la pasión política le ha desconocido. Per­dona a todos, salvo al relojero francés Félix Tiola, ex sargento mayor de Napoleón, a quien fusilará en agosto por reincidente, pues ha aconsejado a alguien comprar caballos para Lavalle. “Póngase en libertad al joven Carlos Tejedor, entregándolo a su padre, a quien se le prevendrá cuide de que su hijo no se relacione con salvajes unitarios”. A Balcarce y a los demás, les da la ciudad por cárcel. El Historiador liberal Isidoro Ruiz Moreno dice que los restos de los Maza fueron llevados al cementerio en un carrito y arrojados en la fosa común. El tiempo, que suele complacerse en deshacer las calumnias, los des­mentirá. Los restos de los Maza, conservados en la bóveda de don Valentín Alsina, en una sola urna en la que sus nombres se leían con perfecta claridad, fueron incinerados.E! brigadier Miguel Estanislao Soler habló en la “función federal” celebra­da en la parroquia de la Concepción, con motivo de la misa y te deum por ha­ber salvado la vida de Rosas "del alevoso puñal del salvaje bando unitario, vendido al inmundo y asqueroso oro de los rastreros franceses. Si los federales tuviésemos que sufrir la fatalidad de perder a nues­tro Héroe Porteño el señor general Rosas en la lucha que dignamente sos­tiene contra los pérfidos unitarios y asqueroso guarda cerdos Luis Felipe el anarquista, brindo porque el feliz sucesor de aquel tome el apelativo de Rosas, y con él nos dirija hasta morir o vencer a nuestros enemigos. ¡Vi­va la Federación!'¡Viva el porteño Rosas! iMueran los salvajes unitarios! iMueran los anarquistas de Luis Felipe guarda sucios! iMuera el mulato Rivera y su sirviente Juan Lavalle!

bibliografía

Gálvez Manuel  "Vida de don Juan Manuel de Rosas"

Ibarguren Carlos "Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama su tiempo

Irazusta Julio "Vida de Rosas a través de su correspondencia"

Levene Ricardo "Historia Argentina"

Ruiz Moreno Isidoro "Campañas Militares" T2

Uno de los Coroneles uruguayos de Mitre: Ambrosio Sandes

Por El Prof. Jbismarck

En la lucha contra el Chacho —el general Angel Vicente Peñaloza— se hizo famoso Ambrosio Sandes, coronel de nacionalidad uruguaya, de tanto valor como ferocidad. Había nacido en el departamento de Soriano (Uruguay). Cuando joven, combatió en su país a las órdenes del general Venancio Flores. En 1853 era comandante militar y jefe político en el departamento de Paysandú. En 1859, ya en Buenos Aires, se incorporó a las fuerzas de Mitre que lucharon en Cepeda, dándosele de alta con el grado de teniente coronel del Regimiento 19 de Caballería. En 1860 guareció, en la provincia de Buenos Aires, el fuerte de Azul. Peleó también en Pavón (1861). Destacado para operar contra Peñaloza (1861) consiguió derrotarlo en la Aguadita de los Valdeses. El 12 de enero, herido por un paisano, con una grave puñalada en el costado derecho, de la que, sin embargo, se recuperó. Arredondo, comenta un historiador, “llegó a Chilecito en momentos en que Sandes libraba contra Peñaloza, el 20 de mayo de 1863, el porfiado combate de Lomas Blancas, en la Costa Alta de Los Llanos, donde concurrieron 1.500 montoneros mandados por sus mejores cabecillas. Por esta causa, la lucha fue tan encarnizada como sangrienta... Sandes fue herido de lanza en un muslo, en combate singular con un oscuro soldado, cediendo a su natural arrojo. La crueldad de este miembro del Ejército Porteño, no tenía límites, después de la victoria de su ejército en Las Aguaditas, en marzo de 1862, enfurecido por la muerte de un ayudante, asesinó a siete oficiales; Enfurecido, hizo matar a todos los prisioneros e incendiar sus cadáveres, este hecho es recordado en las llanuras riojanas como la "Carbonera de Sandes". En 1863 Sarmiento, por orden del presidente Mitre, es nombrado director de la guerra contra el caudillo Ángel “Chacho” Peñaloza, y el prócer de la educación argentina tuvo a sus órdenes al sicario Sandes,  y por orden de Sarmiento asesinó  a todos los prisioneros de guerra; aunque Sandes, al menos, perdonó a algunos gauchos, por mero capricho.  Sarmiento, al escribir la biografía de su amigo Antonino Aberastain, describe a Sandes como hombre de cierta fortuna, que pelea por pura pasión: “Sandes pelea por amor del arte puramente. pelea con sus armas, caballos y gentes; pues al ofrecer sus servicios poco antes de la batalla de Pavón, dejando su estancia al Sud, trajo a su sueldo veintiséis hombres que continúan a su servicio...”

Las heridas de Ambrosio Sandes y su verdaderamente prodigiosa capacidad de recuperarse, son descriptas así: “Sandes completó en la vanguardia que estaba sobre el Carcarañá cuarenta y nueve heridas, de puñal, de lanza, de sable, de bayoneta y de bala. Su retrato, desnudo el busto, reproducido por la biografía, es el más extraño museo de la variedad de cicatrices que pueden dilacerar la piel humana. Tiénelas en cruz, paralelas, redondas, angulares y de todas las formas, como arabescos. A esta especie de atracción fatídica que ejerce sobre el hierro v el plomo su naturaleza responde con una facultad de reparación que es tan maravillosa como el número de sus heridas. Estas se curan a si mismas, se cierran y cicatrizan a los tres o cuatro dias con lo que puede recibir hoy un balazo v pasado'mañana una cuchillada. Ha estado agusanado y tirado por muerto en los campos por muchos días; se ha recogido él mismo las entrañas derramadas, entrándolas en su herida, y seguido su camino. Después de Cepeda, un asesino, al volver de una esquina, le hundió en el pulmón un estoque dejándole la punta clavada. Sandes fue a una visita, y como hubiese extraños, aguardó que se despidiesen para hablar del caso, y mostrar la cuarta de hierro que llevaba en el cuerpo. Su mujer notó una mancha de sangre en su vestido. “No es nada, le decía para tranquilizarla, son dos balas que me han metido, pero no me incomodan..."  Atemorizaba a sus soldados diciéndoles, con su voz estridente, con su frase rápida, atropellándose y repitiendo las palabras, lo que muestra una fuerte excitación nerviosa: “Vamos, muchachos, pongan la cara alegre, Un hombre asustado, hasta las mujeres lo desprecian! ¡Mato al que dé vuelta !”,y esta afirmación iba acentuada con el blandir de una aguda lanza, con moharra estrecha como la lengua de una víbora, sobre una media luna igualmente cortante. La verdad es que los soldados que lo han visto pelear, que lo ven, cuando el enemigo no está a su alcance, contraer los labios y agitarse con el ansia de devorarles, acaban por tener miedo de este torbellino de sangre, de este leopardo que se lanza sobre quien se presentara, no importa el número, pródigo ce su sangre y codicioso de la ajena, y abandonando casi siempre su cuerpo al enemigo, como si creyese perder en defenderlo el tiempo precioso que es escaso para arrancar la vida a cuantos se presentan; su estatura gigantesca, su tipo árabe, fuerte y muscular, no dañan a la elegancia varonil de su porte”.

Sandes murió de una neumonía, el 5 de setiembre de 1863, a las ocho menos cuarto de la noche. Sobrevivió poco, pues, al asesinato del Chacho. Estaba casado en primeras nupcias con Marcelina Fleytas, con la que tuvo un hijo que murió tuberculoso, en Montevideo. Al enviudar, casó en segundas nupcias, en Córdoba, con Antonia Freytes, de la que tuvo una hija, Isabel Mercedes Do- naida, que alcanzó la ancianidad.

Es considerado el más sanguinario de los oficiales del ejército argentino. Sus soldados le temían porque era muy cruel con los enemigos y también con sus subordinados. Su cuerpo robusto estaba lleno de cicatrices que mostraban su valor y su indiferencia por el dolor, que contribuía a su crueldad.

Sarmiento entre otras cosas ha dicho de Sandes: “Pródigo en la sangre, no había de mostrarse económico de la ajena, y su odio y desprecio por el gaucho, de que él era un tipo elevado, le hacía, como es la idea del montonero argentino, propender al exterminio.” Según Norberto Galasso durante el gobierno de Bartolomé Mitre, en nuestro país murieron 60.000 argentinos en manos del Ejército Porteño. 

Pago Largo.....profanación de los restos de Berón de Astrada

 Por Marcos Azcona

El Gobernador correntino coronel Berón de Astrada reunió a su Ejército en la loca­lidad de Ábalos, organizándolo de la siguiente manera: la infantería de 450 plazas mandada por el coronel Tiburcio Rolón. La artillería estaba servida por dos Compañías a órdenes del teniente coronel Juan Navarro. En la caballería el grueso eran los contingentes milicia­nos, más los Regimientos regulares de Granaderos a Caballo y de Rebajados (veteranos retirados del servicio), el último de los cuales montaba caballos de un solo pelo blanco. Era su jefe el coronel Manuel de Olazábal, secundado por ­los coroneles Vicente Ramírez y José López. Toda la tropa usaba gorros pla­nos con la divisa “Ejército Libertador", y uniforme de color celeste. 

En Entre Ríos su Gobernador el general Echagüe reunía unos 7.000 hom­bres de las tres armas, bien equipados, y reforzado por contingentes de Bue­nos Aires y emigrados orientales. La mayoría de sus integrantes había partici­pado en numerosas acciones de guerra, por lo que su instrucción y disciplina era mejor que la de sus adversarios.

Berón de Astrada contaba con el movimiento que su aliado el general Ri­vera debía efectuar sobre el río Uruguay, amenazando o atacando el llanco de­recho entrerriano. Desgraciadamente para su confianza, Fructuoso Rivera no se movió de sus lejanas posiciones: una total pasividad fue su conducta.  La única provincia que podía haber ayudado a Corrientes, Santa Fe, estaba ya en ma­nos del nuevo Gobernador Juan Pablo López. Al iniciar la campaña, Berón de Astrada y su Ministro Pedro Díaz Colodrero difundieron una proclama fecha­da el 28 de marzo, justificando su actitud, bajo el lema ¡Viva la Federación Ar­gentina! Era una larga expresión de agravios: incriminaba a Rosas haber des­conocido la autonomía de la Provincia de Córdoba, no cumplir el Pacto Federal  su declaración de guerra contra Santa Cruz, y su conducta en la cuestión francesa.  

Para fines de marzo de 1839, ambos Ejércitos enemigos se aproximaron a la frontera que los separaba. El de Corrientes fuerte en alrededor de 5.000 efec­tivos, y el de Entre Ríos en algo más de 6.000.  Ninguna noticia se tenía del general Rivera en el Estado Oriental. El 30 de marzo las fuerzas de Berón de Astrada acampa­ron sobre el camino que conducía a Entré Ríos, cerca de la margen sur del arroyo Pago Largo. Próximos estaban los montes aledaños al río Mocoretá, lí­mite entre ambas provincias.

El día 31 por la mañana, el general Pascual de Echagüe abandonó sus po­siciones, y marchando por el camino indicado, invadió Corrientes, arrollando a la caballería de Ramírez.  Éste se replegó en confusión sobre el Ejército Correntino. Era ya cerca de mediodía y las fuerzas de Berón de Astrada se disponían a comer, cuando tras el primer parte de su vanguardia se pudo escuchar el tiroteo que anunciaba la proximidad del enemigo. Echagüe avanzaba en tres columnas paralelas, y sin variar este dispositivo entró en batalla. El Gobernador de Entre Ríos conducía la columna de la iz­quierda, el general Servando Gómez (oriental) el centro, y el general Justo J. de Urquiza la derecha.  El coronel Vicente Ramírez se retiraba en desorden y lo hizo sobre el ala derecha de sus camaradas, ocasionando confusión en sus filas, pero el centro correntino avanzó disparando sus fusiles y cañones. Pronto la caballería de Corrientes abandonó el campo de batalla con sus jefes Olazábal, Ramírez y López. No ocurrió lo mismo en el centro: allí mu­rieron el propio coronel Berón de Astrada, y los coroneles Navarro y Rolón. La infantería correntina fue dividida, y la que no se entregó prisionera en los primeros momentos, comenzó a retirarse hacia los montes vecinos al río Mo­coretá para buscar la salvación en ellos.

Un grupo de infantes que se rindió primero al norte del arroyo Pago Largo fue rodeado por la caballería entrerriana y pasado a cuchillo.  Un oficial entrerriano de apellido Calvento con una larga tira de cuero blanco que sobaba con empeño, y haciendo gala de su entretenimiento decía rién­dose: ¡Éste es el cuero del salvaje unitario Berón de Astrada!”.  Juan Bautista Botello, quien siendo mozo de 15 años recorrió el campo de batalla tres días después de librada:

"El campo estaba cubierto de cadáveres, en grupos más o menos gran­des: había muchos degollados y también mujeres degolladas. En la costa del arroyo Pago Largo vi muchos muertos. Se hallaba el cuerpo del Gobernador Berón de Astrada, y el del coronel Navarro; ambos sobre un cuero de garras, los dos completamente desnu­dos. El de Berón estaba boca abajo: un cuerpo muy blanco, sin una oreja, y notándose que le habían sacado una lonja como de cuatro dedos de an­cho desde la raíz de la nuca hasta la rabadilla".

El entonces joven oficial de la artillería correntina (luego General oriental) Ventura Rodríguez escribió en sus Memorias que al cadáver del Go­bernador “un tal Calvento le sacó una lonja de la piel de las espaldas para ha­cerle una manea al Restaurador". El general Paz alude durante su campaña en Entre Ríos en 1842 a “un comandante de los tiempos de Artigas y Ramírez, de tristísima celebridad”, que era el teniente coronel Mariano Calvento.  El degüello de prisioneros, que orde­nó el general Urquiza: éste mismo, al tiempo de negar la afrenta al cadáver de Berón, admitió su responsabilidad en lo último.

¿porque el Restaurador llamaba "PARDEJÓN" a Rivera?

Epor Julio R. Otaño

En todas sus cartas y comunicados, Rosas, al referirse al general Fructuoso Rivera, acompañó sistemáticamente su nombre con el mote de Pardejón. Igual trato mereció el jefe uruguayo en la prensa federal y en la correspondencia de los distintos lugartenientes y funcionarios de Rosas. 

El significado de este calificativo injurioso fue ya en época de Rosas —y todavía lo es ahora— atribuido al supuesto color moreno de la tez de Rivera. Sin embargo, ésa no fue la razón que llevó a Rosas a llamar Pardejón a Rivera. El verdadero significado del apelativo está aclarado con precisión en la Gaceta Mercantil del 25 de abril de 1846. Reproducimos los párrafos pertinentes:

“Pardejón no significa pardo. Este dictado se aplica a Rivera en otro sentido que es el único que tiene. Es una expresión provincial. El apelativo Pardejón no designa el color del cutis de Rivera sino sus cualidades morales de bandido, obstinado e incorregible. Se le dice Pardejón no porque pardejón quiera decir pardo, pues el ser pardo no es afrenta, y hay en América hombres muy distinguidos y beneméritos que son pardos, sino solamente por la ferocidad en que se asemeja al Pardejón. Este es el macho toruno que suele encontrarse en algunas crías de mulas tan malísimo y feroz que muerde y corta el lazo, se viene sobre él, y atropella a mordiscones y patadas. Jamás se amansa, y si alguna vez llega a serlo, de repente traiciona y pega de patadas al jinete que lo larga, lo ensilla o monta. Siendo tan de malas mañas y tan traidor, los paisanos de nuestra campaña llaman pardejón a un hombre perverso y pérfido."

jueves, 29 de abril de 2021

LA GRAN SECA

Por el Prof. Jbismarck

En el período que corre entre los años 1827 y 1830, en el que tiene lugar la sublevación de Lavalle, el asesinato de Dorrego y la victoria federal que culmina con el ascenso de Rosas al poder, el territorio de la provincia de Buenos Aires fue azotado por una terrible y devastadora sequía que, por su extraordinaria duración, fue denominada La Gran Seca. Una descripción escrita por el naturalista A. Bravard, que fue publicada en el Registro Estadístico del Estado de Buenos Aires, correspondiente al año 1857.

“Hablaremos de uno de los más recientes periodos de este género —período de sequía— de que se haya conservado el recuerdo, y de que nos ha sido posible obtener datos por medio de testigos oculares. Ese período, el más remarcable de todos, es el comprendido entre los años 1827-1830: se le designa todavía bajo el nombre de la Gran Seca; y se atribuyen los desastres que causó, no tanto a la intensidad del calor cuanto a la rareza de las lluvias.

Se refiere que llovió tan pocas veces y en tan pequeña cantidad en ese lapso, que el lecho de los arroyos era semejante a grandes rutas. Las plantas de toda especie, hasta los cardos, perecieron en pie y fueron disecadas hasta en sus raíces. Todo el país fue convertido en un inmenso desierto. Los animales salvajes reunidos a los bueyes y a los caballos, errando en vano sobre esta superficie quemada, para procurarse un poco de agua, un poco de alimento, se dejaban caer al suelo, extenuados de sed, de hambre y debilidad, para no levantarse más. La tierra, desunida y hecha polvo por la sequedad y el pisoteo continuo de los ganados, levantada por las ráfagas del pampero, no tardaba en cubrir indistintamente ya cadáveres, ya animales que respiraban aún. Algunas veces, impulsados instintivamente en la dirección de grandes lagunas y ríos, para apagar en ellos la sed y pastar en los bordes, se precipitaban allí por millares, con un furor tal, que los que llegaban primero eran atropellados, muertos y aplastados por los que venían después... Nosotros mismos hemos encontrado con frecuencia, en nuestras incursiones, esqueletos de bueyes y de caballos enterrados por cientos, ya en el interior de las tierras, ya a las orillas de los rios y lagunas, bajo una capa de tierra que llega algunas veces al espesor de dos metros.

Con los cuadrúpedos terrestres, perecieron también un gran número de aves de vuelo poco poderoso, sobre todo aquellas que no frecuentan habitualmente las riberas... Se asegura que durante ese largo período pereció más de un millón de cabezas de ganado, y que los límites de las propiedades desaparecieron bajo espesas capas de polvo.

La existencia del hombre estuvo más de una vez comprometida, hasta en las habitaciones, hasta en los pueblos, por una singular modificación del fenómeno del transporte del polvo, que, suspendido en el espacio, encontraba en él, a veces, nubes cargadas de vapor de agua con que se mezclaba.

No era entonces bajo la forma pulvurulenta que volvía a descender, sino en la de una verdadera lluvia de lodo, cuya acumulación sobre los techos amenazaba destruirlos. En la campaña, el agua que faltaba para los animales, faltaba también para los hombres. Los pozos, las lagunas y los arroyos habían quedado completamente secos; era necesario volverlos a cavar más profundamente para conseguir el agua necesaria para satisfacer las más imperiosas necesidades de la vida. Se refiere también que en los últimos tiempos de la seca era necesario hacer venir por mar las vacas y carneros para el consumo de los habitantes, porque todos los animales que habían escapado al desastre se habían refugiado en las regiones más frías del sud.  ¡Figurémonos, ahora, el aspecto del país durante esos tres años de desolación y ruina! Los campos despojados de verdor estaban sembrados de animales, de toda especie y edad, muertos en diferentes épocas y cuyos cadáveres se encontraban desde luego en diferentes estados de conservación. Pequeños grupos de huesos desarticulados, esqueletos blanqueados ya por el tiempo, osamentas de que pendían aún algunos girones de carne y de cuero; cadáveres en putrefacción devorados por los gusanos; animales aún vivos, pero sin fuerzas para levantarse. Miembros esparcidos arrancados de los cadáveres por los lobos rojos, por los aguaracháis o zorros tricolores, por los yaguaretés y los pumas... que las tormentas de polvo sorprendían en medio de sus festines y enterraban vivos con los cadáveres que devoraban

miércoles, 28 de abril de 2021

Fallecimiento del Maestro Jorge Sulé....

 El pasado 25 de abril ha fallecido el ex presidente y miembro del Cuerpo Académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas Dr. Oscar Jorge Sulé. Nació en Punta Alta el 26 de agosto de 1930 fue maestro, profesor y doctor en Sociología. Su tesis doctoral fue Biotipologías argentinas. Miembro desde su juventud del Movimiento Nacional Justicialista se desempeñó en funciones públicas relativas a la educación colaborando con el Dr. Alberto Baldrich en 1973. Padeció la persecución de la autodenominada Revolución Libertadora y de otras dictaduras cívico-militares enemigos del campo nacional y popular. Durante la resistencia peronista se destacó en la actividad política y gremial dando cursos de historia en sindicatos y unidades básicas. Después del retorno a la democracia participó con Alberto Contreras, Enrique Oliva, Luis Alberto Murray, Luis Soler Cañas, Fermín Chávez, Enrique Bonomi, Carlos Pesado Palmieri, Carlos Rubén French y Alberto Gonzalez Arzac en reorganizar el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas y en su posterior nacionalización. Cuando un gobierno le quitó el carácter de nacional al Instituto fue uno de sus miembros que se ocuparon para evitar esa injusticia. También integró el cuerpo académico del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas donde ocupó el sillón Dardo Corvalán Mendilaharzu a quien conoció cuando fue su profesor en la escuela secundaria. Fue presidente del Instituto y se preocupó por realizar actividades de investigación y difusión como el Congreso de Historia Argentina en el Teatro Gral. San Martín en 1995 y el Congreso de Historia Argentina en San Miguel del Monte en 2004. Su vida fue de constante lucha por el revisionismo histórico y conoció a muchos de sus exponentes como José María Rosa, Elena Bonura, Vicente D. Sierra, Cristina Minutolo de Orsi, Fermín Chávez, Federico Ibarguren, Aurora Venturini, Enrique Pavón Pereyra, Haydée Frizzi de Longoni entre otros. En las jornadas realizadas en conjunto con el Banco Provincia de Buenos Aires y el Museo y Archivo Jauretche participó durante varios años con su erudición y simpatía. También se preocupó hace unos años cuando un gobierno de triste memoria trató de sacar su sede al Instituto que se le otorgó por decreto y ley de nacionalización. Entre sus obras se destacan Conversando con las estatuasRosas y la problemática del indioLos Heterodoxos del 80, Historia Argentina (conclusión de esta obra de José María Rosa en colaboración con Fermín Chávez, Juan Carlos Cantoni y Enrique Manson) y Rosas y sus relaciones con los indios. Fue mentor de Jóvenes Revisionistas y juntos realizaron actividades de difusión e investigación. Colaboró con conferencias y seminarios con las filiales revisionistas como los Institutos Rosas de Gral. San Martín, Lanús, Remedios de Escalada, Lomas de Zamora, Bahía Blanca, etc.











jueves, 1 de abril de 2021

Ultima carta del General Angel Vicente Peñaloza dirigida a........... Urquiza

 Por Julio R. Otaño

Dos días antes de su ejecución en Loma Blanca, el general Peñaloza envió al general Urquiza una carta en la cual le exponía las razones de su lucha en las provincias del oeste y pedía una definición clara sobre el pensamiento político del ex presidente de la Confederación. Ei referido documento, existente en el Archivo General de la Nación, expresa lo que sigue:

 

“Olta, 10 de Nobre. de 1863. Exmo. Sor. Capitán Gral. D. Justo José de Urquiza Mi digno gral. y amigo: Después de repetidas veces que me he dirigido a V. E. oficial y particularmente, no he conseguido contestación alguna, mientras tanto he continuado yo con los valientes que me acompañan luchando con la mayor decisión y patriotismo contra el poder del Gob• de Buenos Aires, y en cien luchas sucesivas le he probado a ese Gob? que si bien algunas veces no he triunfado por la inmensa desventaja de la posición y circunstancias, no por eso ha sufrido menos su Ejército que ha perdido la mitad de sus mejores jefes y de sus tropas de línea.   Todos estos sacrificios y esfuerzos y los que en adelante estoy dispuesto a hacer, han sido y son, Sor. Gral., con el fin de quitar a Buenos Aires los elementos y el Ejército que sin esto habría sacado de las Provincias, y hasta la mitad de su tropa de línea la tiene constantemente ocupada en hacerme la guerra, quedando hasta el presente muchos de esos cuerpos completamente deshechos.  En una palabra, con la guerra que les hago, le quité cuanto podía tener para llevar la guerra a Entre Ríos, y a cualquier otro poder que puede servir de inconveniente a las pretensiones funestas que contra nuestra Patria tiene ese Gob?.    En medio de esta azarosa y desigual lucha nada me desalienta si llevase por norte el pensamiento de V. E. de ponerse al frente de la fácil reacción de nuestro partido; sin embargo de que cuanto he hecho ha sido fundado en los antecedentes que V. E. me ha dado, es por eso en esta vez me dirijo a V.E. y mando al Teniente Cl. D. Tomás Geli y al de igual clase D. Ricardo Rodríguez, quienes de viva voz manifestarán a V. E. la situación en que nos hallamos y cuanto se puede hacer con que V. E. me dirija una contestación terminante y pronta, que será la que en adelante me servirá para mi resolución, en la inteligencia que si en ella se negase a lo que nos hemos propuesto, tomaré el partido de abandonar la situación retirándome con todo mi ejército fuera de nuestro querido suelo Argentino, pues éstos me dicen diariamente que si V. E. se negase, con gusto irán conmigo a mendigar el pan del Extranjero antes que poner la garganta en la cuchilla del enemigo.

Esta es mi invariable resolución de la que quedará V. E. bien instruido por las explicaciones que a mi nombre le darán mis enviados, a las que espero dará entera fe y crédito porque ellos se la comunicarán con toda franqueza, como que me merecen la más plena confianza. Termino la presente, Señor Gral., reiterándole las seguridades de mi más particular distinción, suscribiéndome SS y amigo.

                                                                                               Angel Vicente Peñaloza”.