Por el Prof. Jbismarck
En el período que corre entre los años 1827 y 1830, en el que tiene lugar la sublevación de Lavalle, el asesinato de Dorrego y la victoria federal que culmina con el ascenso de Rosas al poder, el territorio de la provincia de Buenos Aires fue azotado por una terrible y devastadora sequía que, por su extraordinaria duración, fue denominada La Gran Seca. Una descripción escrita por el naturalista A. Bravard, que fue publicada en el Registro Estadístico del Estado de Buenos Aires, correspondiente al año 1857.
“Hablaremos de uno de los más recientes periodos de este género —período de sequía— de que se haya conservado el recuerdo, y de que nos ha sido posible obtener datos por medio de testigos oculares. Ese período, el más remarcable de todos, es el comprendido entre los años 1827-1830: se le designa todavía bajo el nombre de la Gran Seca; y se atribuyen los desastres que causó, no tanto a la intensidad del calor cuanto a la rareza de las lluvias.
Con los cuadrúpedos terrestres, perecieron también un gran
número de aves de vuelo poco poderoso, sobre todo aquellas que no frecuentan
habitualmente las riberas... Se asegura que durante ese largo período pereció
más de un millón de cabezas de ganado, y que los límites de las propiedades
desaparecieron bajo espesas capas de polvo.
La existencia del hombre estuvo más de una vez comprometida,
hasta en las habitaciones, hasta en los pueblos, por una singular modificación
del fenómeno del transporte del polvo, que, suspendido en el espacio,
encontraba en él, a veces, nubes cargadas de vapor de agua con que se mezclaba.
No era entonces bajo la forma pulvurulenta que volvía a
descender, sino en la de una verdadera lluvia de lodo, cuya acumulación sobre
los techos amenazaba destruirlos. En la campaña, el agua que faltaba para los
animales, faltaba también para los hombres. Los pozos, las lagunas y los
arroyos habían quedado completamente secos; era necesario volverlos a cavar más
profundamente para conseguir el agua necesaria para satisfacer las más imperiosas
necesidades de la vida. Se refiere también que en los últimos tiempos de la
seca era necesario hacer venir por mar las vacas y carneros para el consumo de
los habitantes, porque todos los animales que habían escapado al desastre se
habían refugiado en las regiones más frías del sud. ¡Figurémonos, ahora, el aspecto del país
durante esos tres años de desolación y ruina! Los campos despojados de verdor
estaban sembrados de animales, de toda especie y edad, muertos en diferentes
épocas y cuyos cadáveres se encontraban desde luego en diferentes estados de
conservación. Pequeños grupos de huesos desarticulados, esqueletos blanqueados
ya por el tiempo, osamentas de que pendían aún algunos girones de carne y de
cuero; cadáveres en putrefacción devorados por los gusanos; animales aún vivos,
pero sin fuerzas para levantarse. Miembros esparcidos arrancados de los
cadáveres por los lobos rojos, por los aguaracháis o zorros tricolores, por los
yaguaretés y los pumas... que las tormentas de polvo sorprendían en medio de
sus festines y enterraban vivos con los cadáveres que devoraban
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