Rosas

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sábado, 31 de julio de 2021

Julio Argentino Roca: según su biógrafo Alfredo Terzaga

Por el Prof. Jbismarck

Este autor de origen cordobés y de temprana influencia marxista, acompañará críticamente al gobierno de Perón, afiliándose al partido oficialista.   Entabla una larga relación cultural con el colorado Ramos y a través de éste, Terzaga se liga aún más estrechamente a la militancia de la izquierda nacional.    Después del golpe de estado de Juan Carlos Onganía en 1966, comienza a interesarse cada vez más en la época del roquismo y comienza el extenso trabajo encaminado a la elaboración de una biografía del general. Además de ser, la producción más extensa y específica sobre Roca del revisionismo histórico, el texto tiene además la peculiaridad de adentrarse en la geopolítica, permitida por la visión dialéctica que el materialismo histórico le proporciona a la visión de Terzaga.

La obra de Terzaga quedaría inconclusa al fallecer en 1974, al igual que Jauretche, Hernández Arregui y el General. Perón.   Terzaga realiza un recuento de las complejas relaciones familiares de Roca, en particular de su línea materna, los Paz. En el mismo, se destaca a Juan Bautista de Paz, amigo del caudillo federal Alejandro Heredia, y de sus hijos, Gregorio, general de Rosas y Marcos, quien sufriría una “conversión de federal tucumano a rosista bonaerense” antes de desembocar finalmente en vicepresidente de Mitre.  Terzaga argumenta el carácter federal de la familia Paz a la cual se integraría José Segundo Roca al contraer matrimonio con Agustina Paz. 

En la visión del autor, la argentina post-Caseros estaría marcada por el enfrentamiento del interior, federal por naturaleza a pesar militancias ocasionales en el bando “unitario”, en oposición a la provincia de Buenos Aires que continuaría siendo, en su esencia, unitaria. Los provincianos, en consecuencia, se alinearían detrás del caudillo entrerriano Justo José de Urquiza, al ver en él la oportunidad de llevar a cabo el postergado programa federal. En este esquema, José segundo vería ligados a la Confederación la causa de su provincia y el destino de sus hijos. En base a ello, Terzaga encuentra la explicación del envió de tres de los hijos (entre los que se destaca Julio Argentino) de José Segundo al Colegio de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos, donde gobernaba el vencedor de Caseros.  Según Terzaga, de entre esta generación de alumnos es que saldría un elenco que, años más tarde, llevaría a cabo la “revancha de Pavón” contra el centralismo porteño.  Allí los alumnos se familiarizaron con las obras de Alberdi y participaron luego en la Batalla de Cepeda, y en Pavón donde se luce el joven Julio A. Roca.   La traición de Urquiza y la destrucción de la “Confederación Argentina” tuvo, entre sus muchas repercusiones, la consecuencia de enviar al por entonces teniente Roca a reconstruir su vida en Buenos Aires.

 Roca ingresa a las filas del ejército porteño comandado por Wenceslao Paunero, ocurrido un año después de Pavón, coincide con la asunción de Marcos Paz como vicepresidente de Mitre. Esto ocurría al tiempo que el coronel José Segundo Roca, con un acentuado resentimiento contra Urquiza, retiraba a sus hijos del Colegio de Concepción y se incorporaba al Estado Mayor de Paunero.  Terzaga hace una importante diferencia entre el joven oficial tucumano cuyas demostraciones de coraje resalta y las actitudes y costumbres de sus jefes (los coroneles sangrientos uruguays de mitre) de “cínica extraversión y gusto por la sangre”.

En cuanto se refiere a la Guerra del Paraguay, Si bien la experiencia común y uniformada de la guerra le habría aportado a esa estructura militar cierta dirección común, acabaría con un ejército que no solo se tornaría en contra de sus antiguos líderes (principalmente Mitre) sino que también, ante la situación de los partidos políticos nacionales, buscaría suplantarlos, convirtiéndose a sí mismo en partido político con sentido nacional.  La imposición de Sarmiento como candidato a la presidencia habría sido su debut en el escenario político nacional.    En consecuencia, la posterior participación de Roca en la represión de Felipe Varela en el Norte y el Oeste es vista por el autor como la de un oficial actuando desde la plataforma militar de una organización que se estructuraba como nacional por su constitución, sus mandos y sus funciones. De manera similar es entendida la expedición encabezada por Roca contra Ricardo López Jordán, a pesar de ser descripto como “el último gran caudillo gaucho de la Argentina”.

Terzaga traza sus orígenes de la Liga de Gobernadores en lo que define como el “sentimiento federal” de las provincias.  La tesis de la participación de viejos federales en el roquismo es reforzada por el autor con ejemplos tales como las buenas relaciones que tejió con los Saa de San Luis cuando era todavía coronel, incorporando al hijo del General Juan Saa a su ejército.

En el tema de la Conquista del Desierto, Terzaga hace una descripción detallada tanto del plan roquista, como el de su rival, el por entonces Ministro de Guerra Adolfo Alsina. En lo referente al plan de Roca, hace referencia a la percepción del mismo de la comandancia de fronteras como sus “Galias”, es decir, como un paso necesario en su carrera antes de cruzar el Rubicon que supondría el salto a la presidencia. La concepción de Roca del problema es presentada como de una coherente acerca de la expansión y la articulación del espacio nacional, diferente de la bonaerense. En cuanto a las tribus en sí, el autor destaca la exportación de ganado robado a Chile como su principal sustento económico. La política de alianzas entre el gobierno chileno y los jefes tribales encontraría su explicación en las pretensiones de expansión oriental del país vecino, demostrada en declaraciones tales como una fechada de 1876 por la cual buscarían llevar su límite hasta la línea del Rio Negro. Al llevar a cabo la estrategia de conquista, Roca habría dado un viraje a los supuestos geopolíticos de la época, dándole continuidad real al espacio geográfico y suprimiendo una frontera en la que convivían la disolución de la antigua sociedad criolla y tribus nómades agonizantes y volcadas a la mera depredación. A esto se le agrega el hecho de que habría acabado con el juego triangular de Buenos Aires, el Litoral y el Interior que hasta entonces había dominado la política argentina. Esto le habría permitido la convergencia del Ejército Nacional, la juventud política provinciana y un reducido pero decisivo grupo de autonomistas alsinistas porteños convergiesen, en la fuerza inicial al PAN. Define a Roca como una simbiosis que adquiriría “una dimensión nacional, un carácter superlativo y una graduación refinadamente equilibrada”.

Antonio J. Pérez Amuchástegui (1921-1983): su interpretación del Congreso de Tucumán 1816

Por el Profesor Jbismarck

Antonio J. Pérez Amuchástegui (1921-1983), fue director entonces del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía de la UBA y responsable histórico de la obra.

El aparato de los Halperín Donghi, Romero y secuaces de la llamada historia social borraron su nombre de la historiografía argentina y es difícil encontrar hoy muchas referencia biográficas, incluso en la biblioteca de Alejandría que es la Internet.

Fue el liberalismo, detrás del mito del antagonismo entre Bolívar y San Martín, para desvirtuar el carácter verdaderamente continental de la empresa revolucionaria y, además, para desvirtuar la profunda amistad que unía a San Martín con Bolívar, tema que aclaró tan luminosamente el profesor Pérez Amuchástegui, que fue director del Departamento de Historia de esta Facultad, quien curiosamente también goza del olvido intencional de las actuales autoridades del Departamento de Historia de la Facultad y esta actitud impide que los estudiantes lean obras historiográficas de Pérez Amuchástegui en donde se revelan, con una gran precisión de datos y con una aguda visión histórica, algunos episodios del pasado argentino que son puestos a la luz a partir de una documentación fidedigna y de un trabajo sistemático. Y Pérez Amuchástegui no puede ser ubicado dentro de la fogosa tendencia revisionista, como diría el Sr. Halperin Donghi; y, sin embargo, es desconocido y es denigrado cuando se lo menciona. En una universidad no deberían existir autores malditos y autores permitidos. Tendrían que estar todos en igualdad de condiciones. 
El profesor Antonio Pérez Amuchástegui no pertenecía ni a la cofradía liberal masónica de la Academia de la Historia, ni al nacionalismo- clerical, ni formó parte del sistema de prestigio de la izquierda cipaya. Se enfrentó a la rosca profesoral de Halperín Donghi, Romero e Hilda Sábato, monopolizadores del saber histórico académico durante los últimos cuarenta años. Ello significó su expulsión del parnaso oficial dice Fernández Baraibar.

Escribio Pérez Amuchástegui : En 1968, en coincidencia con la publicación de Historia de la Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos, este profesor de historia, ex cadete del Colegio Militar de la Nación, hijo de militares, casado con la hija de un militar, escribía en una publicación de amplia difusión comercial, la siguiente interpretación del 9 de Julio de 1816. Adentrarse en su lectura será explicación suficiente del silencio que hay alrededor de su autor. Y será también un homenaje a los que en la soledad y la indiferencia constituyeron una visión que hoy es conciencia política en millones de compatriotas de la Patria Grande, entre ellos el Papa Francisco.

Los congresales de Tucumán no eran argentinos. Eran americanos y el continente era la Patria cuya Independencia proclamaban al mundo entero.
Desde los días mismos de la Independencia ha existido una duplicidad de criterios respecto de los contenidos específicos de la solemne declaración de Tucumán. Para unos, el 9 de julio de 1816 se quiso proclamar la emancipación rioplatense; para otros, la intención fue continental.El mismo 9 de julio firmó Pueyrredón en Tucumán una circular a los pueblos por la que comunicaba la buena nueva, y de allí, seguramente, nace la confusión, pues dice:

“El soberano Congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata ha declarado en esta fecha la independencia de esta parte de la América del Sur de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli, según la Augusta resolución que sigue:
El Tribunal Augusto de la Patria acaba de sancionar en Sesión de este día por aclamación plenísima de todos los Representantes de las Provincias y Pueblos Unidos de la América del Sud juntos en congreso, la independencia del País de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli. Se comunica a V.E.esta importante noticia para su conocimiento y satisfacción, y para que la circule y haga pública en todas las Provincias y Pueblos de la Unión. Congreso en Tucumán a nueve de julio de mil ochocientos del diez y seis años. Francisco Narciso de Laprida, Presidente. Mariano Boedo, Vicepresidente, José María Serrano, Diputado Secretario, Juan José Passo, Diputado Secretario.
Lo comunico a V.E. para que determine la solemne publicación y celebración de este dichoso acontecimiento, y circule sus órdenes al mismo efecto a todos los puelos y Autoridades de esa Provincia”.

A la vista de esta circular y del Acta, resulta que “el congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata” declaró la Independencia de “las Provincias Unidas en Sudamérica”; yalgunos  de allí han inferido rápidamente que la expresión continental tuvo valor de mera referencia, sin otra implicación de tipo político. Es del caso analizar el problema a la luz de estos y otros testimonios. Toda acción humana es intencionada, y la historiografía aspira, precisamente, a mostrar la realidad ocurrida con las intencionalidades que le proveen su peculiar significación. 
El 26 de marzo de 1816 se iniciaron las sesiones del Congreso con la presencia de las dos terceras partes de los diputados electos. El litoral y la Banda Oriental no enviaron representantes y quedaron, así, marginados de las Provincias Unidas cuya soberanía asumió el Cuerpo.
Buen número de diputados presentes pertenecían a la Logia Lautaro, o simpatizaban con ella en los propósitos de auspiciar la unidad política continental, comforme a los ideales postulados por la Gran Reunión Americana. Por lo mismo, veían con honda desconfianza las pretensiones localistas que enarbolaban las banderas federales.
Este federalismo estaba muy lejos de la ortodoxia doctrinaria que a su hora fijaron Hamilton, Madison y Jay. Tal vez Artigas haya tenido una conciencia clara de los puntos de vista que correspondían al federalismo. Los demás, solo sabían por mentas que el régimen federal respetaba las autonomías locales, y entendían a su manera el significado de federación. Y nada tiene de raro que ello ocurriera en toda Hispanoamérica, cuyas instituciones tradicionales eran básicamente distintas de las norteamericanas. Allá las autonomías han tenido desde los comienzos de la colonización una significación concreta tanto en lo político como en lo económico, mientras que en el Río de la Plata esas autonomías representaban regímenes patriarcales que procuraban defender los intereses económicos internos de la voracidad hegemónica de Buenos Aires.
Ante la experiencia vivida, la Logia entendía que la unidad continental que auspiciaba solo podía lograrse a través de una centralización del poder político, y estimaba -conforme al criterio imperante en la época de la Restauración- que la solución más adecuada se lograría mediante una monarquía constitucional. La otra alternativa era una dictadura fuerte que impusiera el orden homologando intereses y obtuviera la paz interior necesaria para el desenvolvimiento nacional. La monocracia se consideraba indispensable para la unidad continental, pues entendían que la indiscriminada deliberación de los pueblos iba a engendrar secesión.
Conforme a ese criterio, es claro que la monarquía temperada” resultaba inmejorable, ya que el afán parlamentario de los federalistas podía tener su salida en la representatividad de las Cámaras, mientras se aseguraba la concentración de la fuerza militar y el poder político e, incluso, se evitaba todo resquemor de los soberanos europeos por el establecimiento de repúblicas.
Por esos motivos, el Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata extendió sus atribuciones para asumir la representatividad de las Provincias Unidas en Sudamérica. Quien recorra las páginas de El Redactor observará que de pronto, desde comienzos de julio de 1816, se eliminan las referencias a lo rioplatense y se comienza a ponderar lo sudamericano. Y el Acta de la Independencia, por supuesto, no está referida sólo al Río de la Plata, sino a todas las Provincias Unidas en Sudamérica.
No se trata, pues, de un accidente, ni de un error, ni de una simple referencia geográfica. El cambio de denominación -Sudamérica en vez de Río de la Plata- tiene su fundamentación en indudables propósitos de unidad continental. En el momento, esa aspiración política estaba respaldada por una concepción estratégica que apuntaba a asegurar la unidad continental mediante la fuerza militar. Ya el Director Supremo había aprobado, el 24 de junio, la célebre Memoria de Tomás Guido, en que mostraba las efectivas posibilidades de libertar a Chile y al Perú, y desde entonces la política directorial apuntó a consolidar la unidad sudamericana mediante la liberación de distritos oprimidos que pasarían a constituir con el Río de la Plata un solo cuerpo político. El Acta de la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica hacía posible que cualquier distrito continental, con sólo adherir a la declaración y enviar sus diputados al Congreso soberano, quedara de hecho y de derecho comprendido entre las provincias independizadas. Y fuera acreedor al apoyo económico y militar de sus hermanas, pues todas constituían el mismo Estado. La campaña militar que se preparaba tenía la intención, ya enunciada por los jacobinos de la primera hora, de extirpar del cuerpo nacional todo enemigo de la causa, mediante una guerra de conquista que asegurara la tranquilidad exterior necesaria para el ordenamiento interno.
La proyectada guerra contra el Brasil se trocaba ahora en acuerdos dinásticos que tendían a la unidad y a la pacificación; y en cambio se llevaba la acción bélica contra el irreconciliable enemigo que había abortado la Revolución en todo el resto de Hispanoamérica. Porque es del caso tener en cuenta que, el único lugar no reconquistado para el imperio hispánico era el Río de la Plata. Y de allí, forzosamente, tendría que salir la fuerza capaz de iniciar la liberación del continente y de promover la unidad política sudamericana que, simultáneamente reclamaba Bolívar desde Kingston, en su famosa Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815. En esa misma línea intencional se halla la designación de Santa Rosa de Lima como patrona de la América del Sur, la aprobación de la bandera celeste y blanca como símbolo de independencia y soberanía sudamericanas, y el cambio de designación del jefe del Ejecutivo que comenzó a firmar documentos públicos como Director Supremo de las Provincias Unidas de Sud América. Y por eso mismo San Martín, en cumplimiento de la circular que ordenaba hacerla conocer “en todas las Provincias y Pueblos de la Unión” envió a Chile el Acta de la Independencia que Marcó del Pont hizo incinerar en acto solemne.
Con estos antecedentes, que suelen omitirse no siempre por olvido, resulta muy coherente el proyecto de restablecer la dinastía incaica en el restaurado imperio sudamericano e, incluso, las peligrosas tramitaciones ante la Corte lusitana para coronar un emperador de la América del Sur que invulara la sangre de Braganza con la de los Incas
La anacrónica posición de algunos historiadores como Halperín, Romero o la señora Sábato, que creen poco “patriótico” señalar la similitud de contenidos intencionales de la Declaración de julio y la Carta de Jamaica, ha pretendido minimizar la importancia de la corriente continentalista. 

San Martín; coincidía plenamente con su pensamiento, expresado de manera categórica al diputados mendocino Tomás Godoy Cruz en carta del 24 de mayo de 1816, donde a propósito de las advertencias que él haría al Congreso si fuera diputdo, decía: 1°) Los Americanos o Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su Revolución que la emancipación del mando de fierro Español y pertenecer a una Nación”. La conjunción o denota allí indudablemente idea de equivalencia, e indica que para San Martín era indistinto decir Americanos que decir Provincias Unidas; y esos americanos querían pertenecer a una sola Nación. Lo mismo pensaba Manuel Belgrano cuando auspiciaba coronar al Inca en el imperio sudamericano que tendría por sede el Cuzco; lo mismo también Güemes, que recibió alborozado el proyecto; lo mismo Acevedo, Serrano, Sánchez de Bustamante y, en fin, la inmensa mayoría de los diputados que apoyaron las gestiones tendientes a establecer una monarquía continental.

Carta Original del Libertador al Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas

En el Archivo General de la Nación encontramos la documentación histórica de este importante acontecimiento de nuestra historia nacional. En el Departamento de Documentos Escritos se puede consultar correspondencia, partes oficiales, informes procedentes de la Secretaría de Rosas, de los ministerios de guerra y marina, composición de los distintos cuerpos del ejército y de la marina que intervinieron, comunicaciones emanadas de militares en la escena de combates como las provenientes de Lucio N. Mansilla, documentación relativa al bloqueo anglo francés, tratativas diplomáticas y posturas del gobierno argentino.







Castellani y el "Rosas de Manuel Gálvez"

POR LEONARDO CASTELLANI 

"Días pasados encontré a un muchachito de doce años leyendo precozmente la Vida de Juan Manuel de Rosas, de Manuel Gálvez; el cual me dijo: "Tío, el fruto de esta lectura es bastante triste; porque resulta que en la escuela me han engañado".

A lo cual respondí: "Dale gracias a Dios que te enterás a los doce años; yo no me enteré hasta los 35".
Pero de esto que diré ahora, recién me enteré a los 60, a saber: el eje permanente de la historia argentina es la pugna entre la tradición hispánica y el liberalismo foráneo, bajo cuyo signo nacimos a la "vida libre"; y esa pugna continuará hasta el año 2000 por lo menos..." (1956)


Las Cuarentenas.....

Por Manuel Bilbao

La prevención era vital, y la cuarentena fue, durante mucho tiempo, una medida imprescindible y muy usual ante el ingreso de nuevas embarcaciones. Máximo Terrero, yerno del general Rosas tuvo que hacerla cuando viajó desde Southampton, en 1877, para recobrar las propiedades de su esposa Manuelita y de su suegro, confiscadas tras la derrota en la Batalla de Caseros.

Se embarcó el 24 de febrero en el vapor Minho de la Royal Mail Company. Era la primera vez que volvía a la Argentina desde que tuvo que exiliarse en 1852, y a poco de haber salido, el 14 de marzo de 1877, su suegro, el ex gobernador Juan Manuel de Rosas, falleció en Southampton.

El siguiente es un extracto del diario de Terrero.
Máximo Terrero. circa 1880. Toma de W.E. Debenham, Londres. Colección Museo Histórico Cornelio Saavedra.Gentileza Carlos G. Vertanessian

14 de Marzo. Hoy de madrugada pasó el Monde en su regreso para England. Parece indudable que pasaremos cuarentena en el Río de la Plata –desagradable fin de viaje.

18 de marzo. El tiempo hermoso y ya enfrentamos a Río, voy a ver la entrada que es espléndida. (…) 12.55 de tarde. Llega la noticia del fallecimiento del general Rozas, comunicada por telegrama de Buenos Aires, que llegó a ésta. Tenga el Señor piedad con su hija y con nosotros todos.

24 de marzo. Hoy llegamos a Montevideo a las seis de la mañana, 3 días y 18 horas de Río de Janeiro. Quedaremos en cuarentena. Saldremos para Buenos Aires, donde completaremos los quince días desde el 20 que salimos de Río de Janeiro.

Marzo 25. Día para mí memorable. 25 años después de salir de Buenos Aires, llego hoy de vuelta y es un día de recuerdos para Manuelita y para mí. Día de la encarnación. Entrando en cuarentena solo pude ver de un buque a otro a mis hermanos Federico, Antonio, Joaquín, a mi hermano político Pedro Gill, acompañados por el niño hijo de Antonio –Juan Antonio–. Esta visita se me figura un sueño y es dolorosa la separación que aún me espera algunos días.
La embarcación en la que llegó Terrero fue botada como Leopold II en 1873. Al año siguiente fue adquirida por la Royal Mail Company que la rebautizó Minho. En 1887 pasó a llamarse Aslan y naufragó en el Mar Rojo en 1901.

Marzo 26. Día segundo de cuarentena y sexto desde Río de Janeiro. Esta cuarentena tiene origen por temor de fiebre amarilla en la dicha ciudad de Río de Janeiro, donde, sin embargo, salvo casos aislados, no existe tal epidemia.

Marzo 30. Día de gran recuerdo. El 30 de marzo de 1793 nació mi padre político don Juan Manuel de Rozas y lo llamo mi padre con el mismo cariño con que el mío natural y su amigo infalible, don Juan Nepomuceno Terrero, quien nació el 16 de mayo de 1791. Hoy he escrito para Manuelita y continúo a bordo del Minho, haciendo cuarentena frente a Buenos Aires, siendo el décimo día de los 15 impuestos desde Río de Janeiro por temor de infección de fiebre amarilla. Nos faltan, pues, cinco días para terminarla.

Continúo a bordo del Minho, haciendo cuarentena frente a Buenos Aires, siendo el décimo día de los 15 impuestos por temor de infección de fiebre amarilla. Nos faltan, pues, cinco días para terminarla

Marzo 31. Salimos del Minho como a la una y media de la tarde embarcados en una embarcación pequeña y remolcada por un vaporcito de la Capitanía del Puerto. (…)
Boca del Riachuelo, 1877. Hasta la construcción de Puerto Madero, el Riachuelo fue el principal puerto de la ciudad.Christiano Junior. Archivo General de la Nación.

Abril 1. Domingo, Pascua de Resurrección (…). Por descuido llevé un buen porrazo, alimento abundante y no mal cocinado, aunque extraño para los acostumbrados a cosas tan diferentes, pero, en otro caso, lo menos malo, es dar gracias a Dios. Se prepara noche lluviosa y ventosa, pero sin riesgo para el buque amarrado a la costa. Escribo con lápiz a falta de tinta en mi pequeño tintero.

Abril 2. Hoy lunes amanece muy lluvioso. Ha diluviado y la cámara se llueve como afuera. El techo con vidrios quebrados y las tapas inferiores –veremos cómo pasa este segundo día en el pontón, donde nos falta aún para salir dos días y medio, que se cumple el día 4.

Abril 3. El tiempo se serena en la tarde (..). A las doce del día de hoy, 14 días de Río de Janeiro y mañana término de la cuarentena.

La cuarentena que Terrero cumplió frente a las costas de Buenos Aires en 1877 fue preventiva, por temor a la fiebre amarilla en Río de Janeiro, donde, sin embargo, sólo había casos aislados.

Abril 4. Salimos de cuarentena y dejamos el pontón como a las once del día, llegando al Tigre, donde encontré a dos hermanos, pues Joaquín sólo fue hasta las Tres Bocas acompañado de José María Terrero. Visité allí al coronel Seguí, comandante del puerto, y luego vinimos por tren bajando de la estación Recoleta Federico, Juan Manuel, Rodrigo y yo, de donde nos dirigimos al Cementerio del Norte, para visitar el sepulcro de nuestros padres. Cumplido ese primer deber al pisar el suelo de la patria, me dirigí a casa de Joaquín, donde me alojan y allí encontré a las hermanas Juanita y Nicolasa, Mercedes Fuentes y Juan Manuel Rozas, Camaña, Alvaro Alzogaray y varios más. Comida con los hermanos y a la prima noche vinieron María Gertrudis y Carolina. Día de recuerdos y emociones.
Máximo Terrero y Manuela Rosas. circa 1890, Londres. Colección Museo Histórico Cornelio Saavedra.Gentileza Carlos G. Vertanessian
Esto es lo que se refiere a la agradable y amena forma en que se hacían las cuarentenas en esos tiempos. (…) Posteriormente se estableció un lazareto en Martín García, donde se cumplían las cuarentenas. Actualmente estas se realizan con toda clase de comodidades, ya sea a bordo de los mismos buques, o de transportes de la armada".

viernes, 30 de julio de 2021

Conferencia sobre el Libertador José de San Martín


 Organizado por nuestro Instituto, y con la  adhesión del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. El Tte Cnel Morales realizón una extraordinaria charla sobre el prócer. La misma, moderada por el Prof. Julio Otaño contó con la participación de 25 participantes 



La guerra "olvidada" de Paraguay contra la Confederación Argentina

 Por Emilio urdapilleta   

Contrariamente a lo que se estableció en la historiografía paraguaya, nuestro país tuvo muy pocos momentos de paz a nivel internacional desde que se inició su Independencia en 1810. El Dr. Francia enfrentó con las armas varias amenazas extranjeras, contra los bandoleros de Artigas (su prisionero de guerra) y el Gral. Ferré.  Murió convencido de que «los cañones eran la mejor protección para la Patria antes que los Santos». Y aunque el llamado «Restaurador de las Leyes» de Buenos Aires, Gral. Juan Manuel de Rosas, tenía una gran consideración hacia el pueblo paraguayo y su Supremo Dictador, eso no evitó que Paraguay y los Porteños entraran en una guerra abierta y declarada que duró más de seis años.

Siguiendo la tradición política del país, una Junta Militar encabezada por Medina, Ortiz y Roque Alonso (con diferencias entre ellos) convocaron al Congreso Nacional para elegir al nuevo gobernante del país.   De idéntica manera a lo ocurrido en el Primer Consulado, el más prestigioso Jefe Militar era el Cnel. Mariano Roque Alonso, quien conformó el Gobierno con el más prestigioso de los civiles, el Dr. Carlos Antonio López Ynsfrán, ahijado del Supremo Dictador, ex profesor de Teología del Colegio de Asunción y abogado del fuero civil. Todo se siguió meticulosamente. Los paraguayos, siguiendo la línea de su tradición, hicieron desaparecer al Consulado cuando el Jefe Militar Roque Alonso entregó todos los poderes al Jefe Civil, con aprobación del Congreso (tal cual ocurrió 30 años antes, cuando el Cnel. Fulgencio Yegros entregó todo el poder civil al Dr. Francia).

Se podría decir que los Jefes Militares eran como «senescales» que resguardaban el «trono» hasta que el legítimo «Regente» fuera establecido. Don Carlos intentó por todos los medios negociar pacíficamente con Juan Manuel de Rosas. Desde 1842 hasta 1844, todo fue diplomacia y búsqueda de amistad.  Incluso envió una comitiva a Buenos Aires, encabezada por su primo hermano Manuel Pedro de la Peña y en la que se encontraba el joven de 15 años de edad, Francisco Solano López Carrillo, recién egresado de la escuela del Prof. Escalada. Al estilo de las monarquías tradicionales, el joven delfín iba para ser «ojos y oídos» del regente.    Conoció en persona al Dictador Porteño, que desde entonces sintió profundo cariño hacia el joven por sus modales, rectitud y cultura. Manuel Pedro de la Peña entró en contactos con los exiliados del Dr. Francia (los que posteriormente serían llamados «los legionarios») y además realizó un malgasto del dinero de la delegación.

Esto no pasó desapercibido por el «delfín» quien informó plenamente a Don Carlos. La consecuencia fue que Manuel Pedro de la Peña fue severamente reprendido a su regreso a Asunción y despojado de sus cargos políticos.

Este decidió auto-exiliarse y luego declaró una guerra personal contra los López, que quedó registrada en varios de sus escritos. Lo cierto es que a pesar de todos estos intentos, Rosas no reconocía la independencia paraguaya para desesperación del Gobierno Nacional. Error político y diplomático del Restaurador Porteño que fue prontamente aprovechado por los avezados e insidiosos agentes de Itamaraty.

El Imperio del Brasil, en larga guerra contra Rosas, vio una posibilidad para poder debilitar y quizás destruir a los Porteños. Sin pérdida de tiempo envió a un prestigioso diplomático, José Pimienta Bueno, como el Ministro Plenipotenciario de Brasil ante Paraguay. (Cabe recordar que el Dr. Francia mantuvo relaciones cordiales con Brasil, incluso llegó a tener un Chargé d’Affaires acreditado en Asunción, Antonio Correa da Cámara).

El resultado de ese approach fue que Brasil fue la primera potencia internacional en reconocer la Independencia Paraguaya (de facto ya la había reconocido, como hemos mencionado, en tiempos del Dr. Francia). Pero ese reconocimiento oficial no venía gratis.

De manera secreta Don Carlos concretó una Alianza Ofensiva y Defensiva con Brasil y los disidentes argentinos que eran enemigos de Rosas y que tenían en Corrientes su cuartel general. Así, en Diciembre de 1845, Paraguay declara guerra al Gobierno de Buenos Aires y envía al joven Cnel. Francisco Solano López Carrillo como Jefe Expedicionario de Paraguay, unos 5.000 soldados que se unirían a las tropas antirrosistas lideradas por los generales Paz y Madariaga.

Juan Manuel de Rosas, retrato de 1842. De Raymond Auguste Quinsac Monvoisin – Este archivo, parte de la Colección del Museo Nacional de Bellas Artes, ha sido publicado en Wikimedia Commons gracias a una colaboración entre el Museo Nacional de Bellas Artes y Wikimedia Argentina., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=40768056

Las tropas paraguayas desembarcan en Corrientes desde Paso de Patria en Enero de 1846. Los problemas no se hicieron esperar. José María Paz y Madariaga tenían constantes diferencias. Los paraguayos fueron enviados a un mero rol defensivo a pesar de su número y poco o nada comunicaban al joven Cnel. Solano López sobre los planes militares. Esto obedecía a las eternas desavenencias políticas entre los argentinos: Madariaga bamboleaba entre bandos como hoja ante el viento de verano. Aceptando su rol defensivo, López tuvo tiempo de ver algunos combates menores en los que sus tropas lograban capturar convoyes enemigos e intercambiar tiros con los adversarios.

El combate más importante de los paraguayos fue en la zona de Jaguarete Cora, que dejó unos 50 muertos y heridos entre los argentinos con bajas despreciables entre los guaraníes. En esta expedición se unió a los paraguayos el Cnel. Pedro Abad Oro, instructor militar colombiano pero que daba mala espina por su condición de liberal y progresista de la época. López lo aceptó para aprender de él ciertas cuestiones militares, pero rápidamente fue expulsado del Ejército al ser descubierto dando discursos revolucionarios ante la tropa.

Esto aparentemente tuvo efecto pues algunos paraguayos desafectos con los López, aprovechando la situación, iniciaron una rebelión que fue bastante grave. El mismo Cnel. Solano López debió introducirse en medio de las tropas rebeldes, arriesgando su vida. Les enfrentó personalmente con su guardia personal, les derrotó y desarmó.

Carlos Antonio López. De Imp. Simonau & Toovey – Alfred Louis Hubert Ghislain baron Marbais du Graty – La República del Paraguay, J. Jacquin, 1862 (https://books.google.com.br/books?id=AimyGxVKnpgC&hl=pt-BR&source=gbs_navlinks_s), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=44787422

En juicio sumarísimo, siguiendo la draconiana disciplina que le caracterizó toda la vida, el futuro Mariscal hizo fusilar a todos los implicados, directos o indirectos. Fue la última acción en esa primera campaña, por órdenes de Don Carlos, a mediados de 1846 regresan los expedicionarios a Paso de Patria. La actividad del joven Solano López no terminó allí.  Mientras recibía instrucción del R.P. Bernardo Pares, el «delfín» se preparaba para organizar al nuevo Ejército. Cuando concluyó sus estudios regresó al frente y modernizó las defensas de Paso de Patria y la organización militar del Ejército.

La acción más temeraria de los paraguayos contra Rosas fue a inicios de 1848. El Gral. Solano López hacía largo tiempo buscaba recuperar el territorio de las Misiones, abandonado en manos de los porteños. Con la llegada de un emisario del Imperio Austrohúngaro (primera potencia europea en reconocer la Independencia Paraguaya, de la mano del Príncipe Klemens von Metternich, gran ariete de los reaccionarios europeos y artífice de la derrota de Napoleón en el Congreso de Viena), Cnel. Franz Wisner von Morgenstern, quien se puso bajo las órdenes del futuro Mariscal.

Este le dio la directiva de avanzar hasta la línea del Río Uruguay, en camino recto desde los antiguos caminos de San Borja y la Trinchera de los Paraguayos, más allá de la abandonada Fortaleza de San José. Wisner intentó avanzar sobre una posición rosista llamada «El Hormiguero», en la frontera con Entre Ríos, siguiendo la línea del Río.

En esa línea, atrincherados esperaban los hombres del Cnel. Virasoro, jinetes expertos que eran la primera línea de defensa de Rosas. La vanguardia paraguaya liderada por Wisner fue emboscada y estuvo a punto de ser aniquilada. El austrohúngaro pidió auxilio al Gral. Solano López, quien llegó milagrosamente al rescate, liberando a los asediados y emprendiendo retirada hasta la Trinchera de los Paraguayos, que partía casi por la mitad a las Misiones que hoy son de Argentina.

El futuro Gral. Virasoro cometió el mismo error que el Cnel. Wisner: lanzó una persecución a los paraguayos hasta su posición defensiva, y allí estos los esperaban preparados. Tuvieron su venganza, pues Virasoro se retiró con terribles bajas, unas 250 entre muertos y heridos. Esa fue la última y sangrienta acción. Luego, hubo una tácita tregua entre ambos bandos.

Los paraguayos ya habían cumplido ampliamente su parte para 1850 en la lucha contra Rosas. Pero Brasil volvió a acercarse a los López para solicitar una nueva Alianza. Don Carlos en esta ocasión fue más pedigüeño: la Alianza sólo sería defensiva, Paraguay quería recibir entrenamiento y modernización militar de Brasil y que su Independencia fuera reconocida por más países. A cambio, daría víveres y armas a los rebeldes, pero no aportaría soldados.

Brasil aceptó todo, no estaba para dar vueltas al asunto. Ese Tratado fue la base para que Paraguay y Brasil se hicieran «garantes» de la Independencia de Uruguay (fue recordado por el Mariscal López al estallar la Guerra de la Triple Alianza) y también para que varias potencias europeas reconocieran la Independencia Paraguaya. De allí la gran importancia que tuvo para el Gobierno de Asunción. Para Brasil en cambio, sólo era una herramienta más para derrocar a Rosas.

Barón de Coimbra, Gral Portocarrero, fue el instructor personal del Mariscal López. Le enseñó todo lo que conocía sobre artillería y fortalezas, y sus consejos fueron de vital importancia para la modernización de la Fortaleza de Humaita y el famoso «Cuadrilátero».

De allí que muchos brasileños siempre afirman que Humaita en parte, fue una obra brasileña. Aunque exagerado, no deja de tener algo de realidad. El Mariscal López y el Gral. Portocarrero se tuvieron inmenso respeto e incluso cariño.

El líder paraguayo siempre se refería a él como «mi maestro», y Portocarrero incluso tras la postguerra, nunca habló mal sobre López. Al contrario, destacada sus virtudes personales y como militar a pesar de que fueron adversarios. La ironía también cayó en este aspecto: en 1864 el Mariscal López ordenó el contraataque sobre Mato Grosso, cuyo principal defensor era «su maestro» Portocarrero en el Fuerte Coimbra. Los paraguayos sufrieron graves bajas en esa fortaleza pero el Gral. Portocarrero, considerando que no se podía defender la posición, ordenó abandonarla.

Fue sometido a «Corte Marcial», sospechado de «entenderse» con su ex pupilo Solano López, pero los cargos fueron levantados: era evidente que los brasileños iban a ser arrasados por los paraguayos en el durísimo Mato Grosso (lo que se volvió a demostrar en la trágica «Retirada de Laguna»).

El 3 de Febrero de 1851, Juan Manuel de Rosas fue definitivamente derrotado en Caseros. Paraguay hizo su parte importante desde 1845 para que eso se logre, y los López festejaron con todo derecho, legítimamente, la gran victoria diplomática y militar que obtuvieron. El Imperio del Brasil otorgó en persona al Gral. Solano López el título de Caballero de la Orden de Cristo, y enviaron por correo la Gran Cruz de dicha orden a Don Carlos. En 1853 – 1855, gracias a ese tratado entre Brasil y Paraguay, se pudo obtener el reconocimiento de la soberanía guaraní a nivel internacional por las grandes potencias europeas.

Era una victoria, pero no sin ironía. Los mismos que fueron aliados contra Rosas, terminarían aliándose contra Paraguay 15 años después. Pero esa es otra historia…

miércoles, 28 de julio de 2021

LORIS ZANATTA: UN ENEMIGO OBSESIVO DEL NACIONALISMO

 Por: Edgardo Atilio Moreno*

            Loris Zanatta es un prestigiado historiador italiano, autor de obras muy difundidas en nuestro país como “Perón y el mito de la nación católica”, o “Del estado liberal a la nación católica”; además de numerosos artículos en la misma línea, en los que aborda la temática del catolicismo, el nacionalismo y el peronismo. Es el creador de la teoría según la cual en los años 30 los nacionalistas inventaron el mito de que la Argentina era católica, teoría a la que no cesa de sacarle el jugo (y junto con él una legión de repetidores académicos); aunque historiadores de fuste como Enrique Diaz Araujo la refutaron ampliamente.  Hace unos días, en la edición del 10 de julio de 2021 del diario La Nación, se publicó un artículo suyo titulado “El nacionalismo, el dogmatismo y la fe ciega matan”, en el que acusa al gobierno argentino de no comprar las vacunas producidas en EE.UU. por manejarse con “criterios ideológicos”; comparándolo con “aquellos que no beben Coca-Cola ni escuchan rock porque son imperiales”.

Esa decisión, que habría condenado a la muerte a miles de personas, sería la consecuencia de que el actual gobierno profesa –según Zanatta- un nacionalismo que “desde que el mundo es mundo mata”. Y como ejemplo de ello están todas “las guerras, genocidios, depuraciones étnicas, purgas, cruzadas”, etc., que registra la historia.  De ser correctas estas afirmaciones, no serían ya las múltiples consecuencias del pecado original el hontanar de todos los males que pesan sobre la humanidad, sino el nacionalismo; convertido este en el Mal absoluto. Tamaña acusación merece al menos un par de párrafos de respuesta.   Lo primero que hay que decir de este artículo es que sus dichos no nos sorprenden para nada, carecen de toda originalidad y no son más que la reiteración de la vieja falacia utilizada por todos los enemigos del nacionalismo, que consiste en tergiversar y falsificar a este movimiento político para así decir sobre él lo que venga en ganas.  En efecto, el punto de partida de nuestro articulista consiste en confundir, ex profeso y maliciosamente, lo que es una actitud chauvinista con el nacionalismo.  El chauvinismo es un subproducto de la Revolución Francesa (hito histórico ensalzado por el liberalismo) que adquiere la forma de un patrioterismo irracional, que odia a todo lo extranjero y considera a lo propio superior y destinado a someter a los demás; de ahí que el chauvinismo va de la mano con la xenofobia y el imperialismo.

En cambio el nacionalismo es simplemente la expresión política del amor a la patria que se concreta en la defensa de los intereses nacionales y de la identidad nacional. Por ende el nacionalista no odia lo extranjero, por ser extranjero, es más, entiende el nacionalismo de otros pues sabe que estos aman a su patria como la ama el mismo. El nacionalismo solo reacciona frente a la pretensión hegemónica del extranjero que intenta someternos o perjudicarnos.

No es este el lugar para hacer mayores especificaciones sobre este movimiento, y distinguir lo que es la nación real, que congrega a lo largo de la historia a una estirpe, y a la que nuestro nacionalismo defiende; de la nación moderna, entelequia mítico - política de tendencias absorbentes y merecedora de ciertas críticas. Ni para hacer mayores precisiones sobre las diferencias existentes entre el nacionalismo liberal, del principio de las nacionalidades, nacido con la paz de Westfalia; y el nacionalismo inspirado en el Magisterio tradicional y auténtico de la Iglesia, antiliberal y antimarxista. Basta aquí con señalar que nuestro nacionalismo recepciona y está abierto a todos aquellos valores universales que no van en detrimento de nuestra cultura fundacional y de nuestra identidad nacional.  Y no nos referimos solo a los valores provenientes de la rama de la Cristiandad en la que se origina nuestra nación, sino incluso a aquellos valores positivos que nos vienen de la vieja cultura grecorromana pagana.  

De modo que nadie que estudie seria y objetivamente al nacionalismo, al sano y verdadero, no a sus patologías o tergiversaciones, puede confundirlo con el chauvinismo y la xenofobia.

Tal es así esto que los nacionalistas argentinos ni siquiera somos anglófobos, siendo que con Inglaterra tenemos tantas cuentas pendientes. Y no lo somos porque sabemos bien que la Inglaterra que es nuestra enemiga es la Incalaperra apostata e imperialista, no la vieja Inglaterra católica de Tomas Moro, o lo que queda de ella. Por eso es que podemos leer con gran placer a escritores geniales como Chersterton; o a historiadores lucidos como Hilare Belloc, o hemos aprendido mucho de políticos como Edmund Burke. Todos ellos ingleses. A la par que estamos orgullosos de nuestros mejores exponentes culturales, de hombres como José Hernandez, Leopoldo Lugones, Hugo Wast o Leonardo Castellani.

Y por eso también, es que aun vistos en la necesidad de hacer frente a la injerencia y a los ataques ingleses, lo hacemos sin odio y sin fobia alguna.

Pero en su artículo, Zanatta se burla de todo esto y dice que el nacionalismo “es la transfiguración de una emoción personal en religión política, en catecismo comunitario, en ritual totalitario. Es síntoma de un complejo no resuelto, una deficiencia emocional, una enfermedad infantil no curada. Una estupidez dogmática”.

Dejando de lado los epítetos que pródigamente lanza el historiador italiano contra el nacionalismo; lo segundo que queremos decir del artículo que comentamos es que todo su discurso tiene un propósito claro: convencer a los argentinos de que toda idea de independencia política, toda pretensión de soberanía, lejos de ser una aspiración legítima, una “épica”, es en realidad “grotesca”; y que por ende nos debemos quedar tranquilos en nuestro lugar de país subordinado y empobrecido porque la verdad es que no tenemos ningún enemigo. Nadie se lleva nuestros recursos y el fruto de nuestro trabajo. Toda injerencia extranjera y toda satrapía local a su servicio, no es más que una imaginación de los nacionalistas.   Para Zanatta, no existe en los países poderosos ninguna intención hegemónica sobre los países débiles, ni existe el deber y la vocación de defender a la patria. Por eso afirma con ironía que los nacionalistas “creen obedecer, a las leyes de la historia que piensan custodiar, a la “liberación” que anuncian como profetas. ¿Liberación de quién? ¿Profetas de qué?”

Soslayando el hecho de que todos los países que se convirtieron en potencias lo hicieron con políticas nacionalistas, asegura que las ideas nacionalista logran “el efecto contrario al anunciado: muerte en lugar de vida, dependencia en lugar de soberanía, injusticia en lugar de equidad, pobreza en lugar de prosperidad.”   Nuestra aspiración de un destino mejor es para Zanatta “el eterno retorno del mito de la Argentina potencia en perenne guerra contra sinarquías imaginarias, víctima de tramas inventadas, blanco de enemigos en realidad indiferentes.”

Y paramos aquí porque refutar todos sus dichos tomaría más que un artículo. Por el momento basta con dejar en evidencia que todo lo dicho por este prestigioso académico es una diatriba que nace de una falacia madre, es decir que parte y se sostiene de un error, de una conceptualización falsa del nacionalismo, que le permiten sostener toda la retahíla de ganzadas y de acusaciones falsas que dice sobre el nacionalismo. Como por ejemplo la de sostener que estos gobiernos kirchneristas, que atacan todo lo que el nacionalismo defiende, tienen algo que ver con el nacionalismo.

En conclusión digamos que, como señaló con toda propiedad el historiador Javier Ruffino, al ocuparse de una de los libros de Zanatta, toda la obra de este académico tan reputado, es pura “sanata”, es decir puro discurso aburrido e insolvente. El problema es que en un país subordinado ideológicamente (como dice Marcelo Gullo) la sanata paga y se torna interminable.


*Abogado y Profesor de historia.

Publicado en revista Gladius N° 111 


viernes, 16 de julio de 2021

Nicolás Levalle

 Por el Prof. Jbismarck

Era un niño de muy corta edad cuando arribó a Buenos Aires procedente de Italia jumo a sus padres (había nacido en Cicagna, Genova, en 1840); y apenas un adolescente también cuando abrazó la Vida militar. Ese fue el inicio de una carrera que, sin letras, intrigas ni influencias, pero sí con disciplina, coraje y imitad, llegaría a su cúspide en las jomadas de julio de 1890 cuando el presidente Juárez Celman lo ascendió a la jerarquía de teniente general «sobre el campo de batalla».   

Desde los campos de Cepeda en adelante desparramó generosamente su valor en campañas y batallas. En el sitio de Buenos Aires cubrió las calles Potosí y Cevallos con una pieza de artillería y su dotación. Presente en los esteros paraguayos,fue cosechando laureles y condecoraciones a su paso entre ellas la medalla discernida por el emperador del Brasil Sofocador de revoluciones y alzamientos, marchó al interior con Paunero y Conesa; Con su nombramiento como jefe de la frontera sur de Buenos Aires se inició en la dura lucha contra el indio. Sostuvo aguerridos encuentros con las huestes de Namuncurá, a quien sorprendió en sus tolderías de Chiloé causándole alrededor de cuatrocientas bajas y obligándolo a ponerse en fuga. Anoticiado que este cacique preparaba una nueva invasión, Levalle dio una batida general abarcando doscientas cincuenta leguas y registrando minuciosamente hasta la última toldería. A las órdenes del general Roca, integró la expedición al Río Negro; fue comandante de la 2* División y luego jefe de las fuerzas acantonadas en Carhué, Puán, Guaminí, Trenque Lauquen y Fuerte Argentino.

Cuando estalló la revolución de 1880 permaneció leal al gobierno nacional y en misión de reconocimiento se acercó con sus tropas hasta el Puente de Barracas; allí trabó violento combate contra los revolucionarios pero, agotado el parque, debió replegarse hasta Lomas de Zamora. Fundador del Círculo Militar, ejerció el Ministerio de Guerra y Marina en tres oportunidades.

El general Levalle fue nítido exponente de la parte del ejército cuya política consistía en no hacer política: no era ni quería ser otra cosa que un soldado. Sus ideales de orden y respeto a las autoridades y acatamiento de las leyes no admitían segundas interpretaciones. Su popularidad fue notable, la multitud lo aplaudía cuando en las revistas militares se destacaba a caballo su maciza figura, cuajado el pecho de condecoraciones y ondeando como una banderola su enorme pera militar.

En abril de 1890 —en vísperas de los luctuosos sucesos de julio— el presidente Juárez lo designó por segunda vez en su vida ministro de Guerra. Descreído en un principio de la revolución, no veía al jefe prestigioso que, como antaño, pudiera llevar a la indisciplina a los veteranos, en quienes confiaba ciegamente, confundiendo al ejército con su persona y su vida. Facultado por el Poder Ejecutivo, ordenó el traslado de algunos regimientos asentados en la Capital y encarceló al general Campos, todo en el marco de una dura discrepancia con el jefe de la policía, coronel Capdevila.

La mañana del estallido en el cuartel de Retiro organizó eficazmente la resistencia distribuyendo sus fuerzas y ordenando el regreso de los batallones ex profeso alejados antes. Alta su cabeza, fumando un formidable habano que lo obligaba a salivar a cada instante, lucía su quepis de general, casaca con cordones dorados, botines de elástico... ¡y calzoncillos largos blancos! En el apuro por salir pronto de su casa y en la oscuridad no había encontrado los pantalones. Quienes lo conocían no abrigaron dudas que lo mismo hubiera salido de no hallar los calzoncillos. Instantes después un jinete a gran galope arribó a Retiro portando eh su mano la indumentaria que el general necesitaba para completar su uniforme.

Al frente de sus hombres avanzó decididamente a posesionarse de la plaza Libertad, recibiendo los primeros disparos desde los cantones instalados por los revolucionarios. Como muchos soldados corrieron despavoridos improvisó una vibrante arenga, exhortando a unos, amenazando a otros, y a los más remisos los sacó a empellones de entre los andamios del teatro Coliseo, entonces en construcción. Combatió en primera fila, entremezclado con sus subordinados, y viendo caer a muchos bajo las balas y metralla hasta que la revolución quedó sofocada. Permaneció en su cargo hasta que Pellegrini entregó el mando, siendo designado entonces en la jefatura de las fuerzas nacionales destacadas en Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja para operar contra la sublevación de 1893 en Rosario.  Un hondo sentimiento público causó la noticia de su muerte en enero de 1902, su popularidad, abnegación y valor habían arraigado su pintoresca figura en la ciudadanía, que lo respetaba y admiraba como exponente de un ejército cargado de gloria.

 

jueves, 15 de julio de 2021

RAMON J. CARCANO

 Por el Prof. Jbismarck

Nació en Córdoba en 1860, mostró una inclinación juvenil hacia las letras y el derecho. Fue periodista, redactor, director y fundador de publicaciones locales. A los veinticuatro años se doctoró en jurisprudencia, ejerciendo, también, la docencia en las cátedras de historia y derecho comercial hasta que el gobernador Antonio del Viso lo designó su secretario. Sus comprovincianos lo eligieron diputado nacional, desempeñándose luego como ministro de Justicia e Instrucción Pública en su ciudad nataL Pero al poco tiempo debió trasladarse a la Capital Federal: el presidente lo había nombrado Director General de Correos y Telégrafos.

Mientras ejercía sus nuevas funciones —en medio de la profunda crisis que envolvía al país— el propio Juárez Celman mostró inclinaciones para que el joven Cárcano —a quien conocía de años atrás y frecuentaba a nivel de amistad—fuera su sucesor en el alto cargo. Esa decisión fue el inicio de una propaganda abierta y resuelta en favor del designado delfín por la prensa oficialista. Pero Cárcano, talentoso y con grandes condiciones, aunque apenas con veintiocho años cumplidos y sin actuación pública suficiente—como él mismo reconoció—, sufrió el ensañamiento uniforme y cruel de la oposición que comenzó a considerarlo la causa principal de las dificultades que aquejaban a la Nación; su candidatura fue atacada creyendo que con eso se atacaba al presidente. Y en esto aprovecharon también los porteños, muy irritados, pues ya veían otra presidencia provinciana en cierne. No obstante, y desoyendo los gritos opositores, desde los medios oficiales se produjo un apoyo a su candidatura, mientras una parte de la juventud universitaria le dio su confianza cifrando en él altas esperanzas.  Cárcano, sin rehusar ni aceptar la candidatura, observó el proceso con retraimiento, no se consideró aludido; trató de mantener una conducta invariable, invulnerable, de estricto silencio ame la sucesión presidencial. Sin defensa ni posibilidad de rectificación apareció como el responsable, ordinariamente, de los errores gubernamentales. Sobre sus hombros se fueron acumulando las responsabilidades y culpas ajenas, la red se fue tejiendo sin que pudiera advertir, siquiera, el movimiento sutil de los hilos. «Sólo habrá candidato cuando el partido nacional lo proclame», alcanzó, por fin, a sentenciar.   Pese a la crisis abismal y a la impopularidad del gobierno que aumentaba día a día en todo el país, la postulación continuó afirmándose en la opinión oficialista, mientras Cárcano intentaba que el espíritu partidista no lo dominara. Los ataques lo aflijían pero no lo perturbaban, y animado de un alto espíritu de tolerancia buscó alguna forma de declinar la candidatura —que a esa altura de los acontecimientos consideró ya imposible—, intentando quitar a la oposición uno de los argumentos esgrimidos contra el gobierno. Buscó entonces motivos decisivos que justificaron su retiro de la acción política por propia voluntad; propugnó una gran conciliación de partidos políticos para afrontar la situación con todas las fuerzas del país. Finalmente, el 10 de abril de 1890 -en un acto que se consideró de desprendimiento político—, los tres hombres que se mencionaban como precandidatos a la sucesión de Juárez —Cárcano, Pellegrini y Roca— manifestaron en cartas que cada uno publicó que no aceptarían candidatura alguna. Este ardid del vicepresidente para descongestionar la atmósfera política perjudicó solamente a Cárcano, desbaratando definitivamente su postulación, ya que de las otras dos en danza, una era inconstitucional y la otra inexistente. En verdad, tanto Pellegrini como Roca nunca habían visto con buenos ojos la designación que había hecho Juárez.    Asiduo concurrente a la casa del presidente en los días de la crisis terminal de su mandato, formó parte del círculo más cercano y de confianza. Hizo una descripción muy pormenorizada y en estilo ágil de los acontecimientos que llevaron a la renuncia de Juárez Celman, y los hechos posteriores percibidos y vividos en la intimidad del mandatario. Al estallar la revolución se hizo presente en el cuartel del Retiro y se lo vio, fusil en mano, correr a ocupar su posición ante cada alarma de ataque; y cuando se decidió que Juárez abandonara la ciudad integró la pequeña comitiva que lo acompañó en tren hasta Campana.  


Una vez concluida la lucha fue el propio Cárcano, por expreso pedido de su comprovinciano, quien redactó, el 8 de agosto, la renuncia a la primera magistratura. Sentado en soledad en una sala de la casa de Juárez, con papel y pluma sobre un escritorio, sintió, a través de la puerta cerrada de la habitación, los pasos impacientes del renunciante, que de tanto en tanto requería al escribiente por su encargo, y éste, aún, no había logrado hilvanar las frases. Su incondicionalidad a Juárez, y una amistad insospechable de dobleces, lo llevó a renunciar indeclinablemente a la Dirección de Correos.   Pese a ser un frustrado candidato no desapareció de la escena política, y sus comprovincianos lo eligieron en dos oportunidades gobernador de su Córdoba natal, y diputado nacional en igual número de veces. Desempeñó cargos importantes a nivel nacional: presidente del Consejo Nacional de Educación y de la Caja Nacional de Jubilaciones; decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria; miembro del directorio del Banco Hipotecario Nacional. Finalmente, en 1933, fue embajador en Brasil, realizando una importante labor de acercamiento entre ambos países. Todas sus responsabilidades públicas no le impidieron pertenecer a diversas instituciones políticas y culturales, o colaborar con asiduidad en periódicos y revistas nacionales y extranjeras. De pluma ágil y clara, dio a publicidad gran cantidad de obras de suma importancia, destacándose las de carácter histórico, hasta que lo sorprendió la muerte a mediados de 1946.