Rosas

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domingo, 31 de octubre de 2021

Daniel Manzur "Corrientes y la Guerra del Chaco"

 En la mañana de hoy tuve oportunidad de participar en el Primer Foro de Integración Correntino - Paraguaya organizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción (FACSO - UNA) y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y que se llevó a cabo de forma virtual este 26 y 27.11. Debate sobre los vínculos, la historia y las construcciones sociales que involucran a la Provincia de Corrientes de Argentina y el Paraguay. Debate en el marco en el proyecto de Extensión de la FACSO-UNA, del mismo nombre. Con destacados historiadores y Profesores Universitarios como Jorge Deniri, Dardo Ramírez Braschi, Julio R. Otaño, Daniel Manzur, Andrés Salvador, Fabián Nieves , Walter Aragor, Virginia Cabrera, Gabriela Quiñones, Ruth Carina Martínez Jiménez, Fabián Hamm y el prestigioso historiador Estadounidense Thomas Whigham del Departamento de Historia de la Universidad de Georgia



Jorge Deniri "Expedición de Belgrano al Paraguay" - Foro de Integración Correntino - Paraguaya

 En la mañana de hoy tuve oportunidad de participar en el Primer Foro de Integración Correntino - Paraguaya organizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción (FACSO - UNA) y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y que se llevó a cabo de forma virtual este 26 y 27.11. Debate sobre los vínculos, la historia y las construcciones sociales que involucran a la Provincia de Corrientes de Argentina y el Paraguay. Debate en el marco en el proyecto de Extensión de la FACSO-UNA, del mismo nombre. Con destacados historiadores y Profesores Universitarios como Jorge Deniri, Dardo Ramírez Braschi, Julio R. Otaño, Daniel Manzur, Andrés Salvador, Fabián Nieves , Walter Aragor, Virginia Cabrera, Gabriela Quiñones, Ruth Carina Martínez Jiménez, Fabián Hamm y el prestigioso historiador Estadounidense Thomas Whigham del Departamento de Historia de la Universidad de Georgia.


Julio R. Otaño "Rosas y el Paraguay" - Primer Foro de Integración Correntino - Paraguaya organizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción (FACSO - UNA) y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE)

 En la mañana de hoy tuve oportunidad de participar en el Primer Foro de Integración Correntino - Paraguaya organizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción (FACSO - UNA) y la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y que se llevó a cabo de forma virtual este 26 y 27.11. Este foro contó con la Adhesión del INSTITUTO NACIONAL DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS JUAN MANUEL DE ROSAS Y EL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS JUAN MANUEL DE ROSAS DE GRAL SAN MARTÍN. Y EN REPRESENTACIÓN DE DICHAS INSTITUCIONES PARTICIPÉ DEL Debate sobre los vínculos, la historia y las construcciones sociales que involucran a la Provincia de Corrientes de Argentina y el Paraguay. Debate en el marco en el proyecto de Extensión de la FACSO-UNA, del mismo nombre. Con destacados historiadores y Profesores Universitarios como Jorge Deniri, Dardo Ramírez Braschi, Daniel Manzur, Andrés Salvador, Fabián Nieves , Walter Aragor, Virginia Cabrera, Gabriela Quiñones, Ruth Carina Martínez Jiménez, Fabián Hamm y el prestigioso historiador Estadounidense Thomas Whigham del Departamento de Historia de la Universidad de Georgia.



Juan Bautista Alberdi y el Restaurador:

 Por el Prof. Jbismarck

Alberdi, con su Memoria descriptiva sobre Tucumán: (1834), con sus publicaciones en el periódico La Moda (1837) y otros, habría inaugurado en el Río de la Plata, los tres grandes temas sobre los que se organizaría el "americanismo literario": el paisaje, las costumbres y las tradiciones.  A los 25 años Juan Bautista Alberdi, formaba parte de Asociación de Mayo; jóvenes románticos, idealistas y liberales, obnubilados por las nuevas corrientes filosóficas y encandilados los “las luces” de Europa, creen poder convencer a Rosas de sus ideas. Alberdi lo llama “el Gran Rosas”. Hacia 1837 Buenos Aires era el lugar donde la anhelante juventud estudiosa de una nueva generación, recibía y asimilaba las doctrinas europeas. Era el auge del romanticismo literario y político. Las ideas de los siglos XVII y XVIII imponían su sello característico: junto a Montesquieu y Rousseau, se leía a Hobbes y Locke, a Vico, Cousin, Lerminier y Saint Simon.   Pronto, al ver que Rosas no está en camino de aplicar las libertades ni filosofías de la Revolución Francesa, serán sus enemigos. Alberdi publica artículos en “La Moda” de crítica costumbrista, con el seudónimo de Figarillo. Este grupo de jóvenes afrancesados se sienten en cierta forma amenazados y Alberdi, temeroso, pide audiencia a Rosas: “Más tolerante que sus consejeros, me dispensó de ella, mandándome palabras calmantes por medio de Mariño” confesará Alberdi.   Según ellos mismos lo dijeron, querían el progreso del país, en base a la libertad. La primera exposición de las ideas y propósitos de esta nueva generación, fue expuesta por Juan Bautista Alberdi, en su libro “Fragmento preliminar al estudio del derecho”, editado en Buenos Aires y que fuera dedicado al gobernador de Tucumán y protector del autor, el “Indio” Alejandro Heredia.   Alberdi indica que saber leyes no es saber derecho, que la jurisprudencia es filosofía y no arte mecánica y que atenerse a la intención lógica y no a la gramatical, para interpretar las leyes es lo correcto. Y que un pueblo, para ser independiente, además de ser civilizado, deberá tener una conciencia nacional, por medio de una filosofía propia.

Critica en consecuencia las imitaciones extranjerizantes hechas en el país y cree que la libertad de la razón debe ser amplia y en todo: en el obrar, en el creer y en el actuar.     Estos atributos del pueblo, deben lograrse por la misión de la juventud en forma de un desarrollo pacífico; y para ello “Nosotros hemos debido suponer en la persona grande y poderosa que preside nuestros destinos públicos, una fuerte intuición de estas verdades”. Es decir que Alberdi y con él la generación de 1837, se creyó compenetrada con la actuación de Juan Manuel de Rosas, a la sazón Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. Era en la época, la justificación de la política de Rosas y de cómo entendía este que debía organizarse el país, ideas que expresara a Juan Facundo Quiroga en su famosa carta de la hacienda de Figueroa, enviada al riojano cuando este comenzaba el viaje a Santiago del Estero, que posteriormente lo llevaría a ser asesinado en febrero de 1835. O sea que para constituir un país, la elaboración debería ser lenta y progresiva, tratando de unir voluntades en una política de coincidencias, la que debería estar de acuerdo a las características propias de la nacionalidad.   Alberdi cree que la popularidad es el signo de la legitimidad de los gobiernos y que cuando estos tienen tal cualidad, no caen.   ¿Y qué límites y restricciones deberán de tener los gobiernos? Y Alberdi afirma tajantemente: “El límite de que aquí se trata, ya sea que este derecho resida escrito en la carta constitucional de la nación, ya en la razón del pueblo, o solamente en la conciencia del gefe supremo del Estado, como sucede entre nosotros. En este sentido cuantas veces se ha dicho que el poder del Sr.Rosas no tiene límites, se ha despojado aunque de buena fe, a este ilustre personage del título glorioso de Restaurador de las Leyes: porque las leyes, no siendo otra cosa que la razón o el derecho, restaurar las leyes es restaurar la razón o el derecho, es decir, un límite que había sido derrocado por los gobiernos despóticos, y que hoy vive indeleble en la conciencia enérgica del gran general que tuvo la gloria de restaurarle. No es pues ilimitado el poder que nos rige, y sólo el crimen debe temblar bajo su brazo. Tiene un límite, sin duda, que por una exigencia desgraciada pero real, de nuestra patria, reside en una conciencia, en vez de residir en una carta. Pero una conciencia garantida por más de cuarenta años de una moralidad irrecusable y fuerte, no es una conciencia temible”.  Sin embargo al poco tiempo cambia de opinión; Emigrado en Montevideo (1838), junto a otros jóvenes se dedicará a combatir a Rosas. Alberdi reconoce que emigran espontáneamente, sin ofensas ni odios ni sin motivos personales, y solo por combatir la “tiranía”. Desde “El Nacional” predica la alianza entre los emigrados y la escuadra francesa que bloquea y ataca. A la confederación. Cuales son los argumentos? “nosotros no somos hijos de nuestra tierra sino de la Humanidad” (...) “para los espíritus vastos y serios que saben no estacionarse en el círculo estrecho de la Nación, la patria es la Humanidad”. Dice Alberdi.  . Si bien estuvo en el exilio (voluntario) varios años y colaboró con la emigración, algún tiempo después continuaría con sus ideas ya manifestadas, al escribir “La República Argentina treinta y siete años después de su Revolución de Mayo”    En 1847 Chile, publica en Chile “La Republica Argentina luego de 37 años después de la revolución de Mayo” donde dice ...”Rosas es un mal y un remedio a la vez”… “Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires “….”el nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido”….”los Estados Unidos, a pesar de su celeridad, no tienen hoy un hombre público más expectable que el General Rosas” ...”se habla de él popularmente de un cabo al otro de América”…”no hay lugar en el mundo donde se ignore su nombre....”porque no hay uno a donde no llegue la prensa inglesa y francésa que hace diez años lo repiten día por día”... ”que orador, que escritor célebre del siglo XIX no le ha nombrado, no ha hablado de él muchas veces? Guizot, Thiers, O´Connell, Lamartine, Palmerston, Aberdeen. ¿Cuál es la celeridad parlamentaria de esta época que no se haya ocupado de él”...  A pesar de ser un enemigo político de Rosas, dice honestamente ...”Si se pidiesen títulos de Rosas a la nacionalidad argentina, yo contribuiría con un sacrificio no pequeño al logro de su rescate”...”El primer partido de América que haya repelido a los estados de Europa, es el de Rosas”   

En 1857 Alberdi era Ministro de la Confederación en Londres. En una reunión privada se encuentran Rosas y Alberdi, los dos viejos adversarios.  Alberdi mismo relatará el encuentro. Dice que cuando entró encontró a Rosas hablando con las damas en ingles, y lo describe como “un hombre entretenido y de cierta distinción”. Se dan la mano “con palabras corteses”, sin odios ni rencores. Conversan privadamente. ¿De que hablan ?  Según Alberdi, Rosas le pide decirle al general Urquiza que le está ...”intensamente agradecido por su conducta recta y justa hacia él; que si algo poseía hoy para vivir, a él se lo debía”... Reitera sus palabras de...”respeto y sumisión al gobierno nacional”... y “habla con moderación y respeto de todos sus adversarios”.   Con Alberdi hablan de cosas de la vida cotidiana en Inglaterra, de caballos ingleses y de su caballo, de su difícil situación económica, y le declara no haber traído dinero de Buenos Aires, pero sí todos sus papeles históricos en cuya autoridad descansa...”El dice que guarda sus opiniones, sin perjuicio de su respeto por la autoridad de la Nacion”   Dice Alberdi que Rosas no es fanfarrón ni arrogante, y que se muestra “juvenil y atento” a pesar que a sus 74 años se encuentra en el destierro y en la pobreza, abandonado de todos, calumniado e injuriado.    Esta entrevista inicia una amistad entre los dos hombres, y Alberdi llegará a comprender a Rosas.      En 1863, en correspondencia posterior Alberdi le dice a Máximo Terrero: ”...el señor Elizalde ha entrado en sus últimos trabajos diplomáticos con la misma política exterior que el general Rosas tuvo antes que conociera la Europa. Fiel a su destino se ve que Elizalde marcha siempre a raya del general Rosas ¡ Ah, si al menos imitasen su energía y dignidad” ”que justificación solemne recibe con todo esto el general Rosas”...    Le expresa que no quiere molestarlo..”en su retiro digno y laborioso”...y que Rosas “está dando lecciones a los generales americanos que la demagogia echa a las playas europeas, llenos de plata y ávidos de placeres” (1 de octubre de 1863)     En carta a Manuelita (13-01-1864) le dice que ...”difícilmente se puede dar cabeza que exprese la posesión de un talento superior tan elocuente como la de nuestro antiguo Jefe Supremo del Río de La Plata”... y agrega que “lord Byron habría envidiado la fascinación irresistible de su mirada”.  A Terrero, el 19 de julio de 1863 ...” En el mismo lugar en que debiera tributarse elogio y respeto al general Rosas, que tuvo tan alto el estandarte de San Martín, lo ultrajan del modo más cobarde e ingrato”...” Me gusta mucho oírle a Ud. que el general Urquiza contempla y respeta al general Rosas, en lo que prueba cordura y sensatez”.   Y todo esto no lo dice un “fanático Federal”. Lo dice un antigua adversario y enemigo político, en su madurez intelectual y despojado de pasiones.  Al saber del incendio de la chacra de Rosas, le escribe a Terrero diciendo que “ teme sea obra de los enemigos de Rosas con el fin de hacer desaparecer sus papeles” y el 8 de agosto de 1863, desde Caen...”La causa real del general Rosas se halla triunfante y respetada hasta en esos puntos más vulnerables, por sus enemigos; y él ¿es acusado criminalmente?”... Luego se pregunta porque ha sido procesado Rosas...”el único que lleva vida digna y se tiene en una reserva llena de decoro y de honor”.  Habla luego de su proyecto de una defensa de Rosas, y cree que ...”una corta Memoria, bien acompañada de una masa de documentos, sería más eficaz que un grueso libro”...y pidiendo disculpas de no haberlo visitado añade...…”El ejemplo de moderación y dignidad que está dando a nuestra América, despedazada por la anarquía, es para mí, una prenda segura de que le esperan días más felices que los actuales”    

El 14 de agosto de1864, en carta que contiene el plan de la Memoria propuesto por Alberdi, el mismo agrega que ...” El ejemplo de Rosas, de refugiado digno, resignado. Laborioso, en Europa, no tiene ejemplo sino el de la vieja Roma” ...y comparándolo con otros generales desterrados en Europa, dice ...”solo él no ha conspirado para recuperar el poder, ni ha hecho la corte a los reyes, ni buscado espectabilidad, ni ruido. Solo él ha vivido del sudor de su trabajo de labrador, sin admitir favores de extraños”...”Es indigno y vergonzoso atacar a un hombre semejante y en semejante situación”...y opina que la “Memoria debe ser sin frases y reducirse a cifras, documentos y hechos: valor de la moneda en tiempo de Rosas y en la actualidad; la deuda de entonces y al de hoy; la ley que dio el poder a Rosas; sus renuncias; las aprobaciones Legislativas de sus actos; los títulos y honores recibidos; las fronteras de entonces y las de hoy; la fortuna que tuvo Rosas y la que tiene hoy”... y haciendo referencia al sable de la independencia agrega... ...”no hay que olvidar el testamento de San Martín”...”como vive en Europa y las atenciones de que es objeto”.    Cree que Rosas “debe defenderse hasta por patriotismo, por decoro de su país. …Callar sería dar la razón al que habla, aunque no la tenga”   En 1865 en carta a Terrero le dice que ...”Cuando veo la nación sin gobierno, yo le preguntaría a Urquiza ¿para que volteó a Rosas? ¿no dijo que Ud que era para organizar y constituir un gobierno nacional regular? Lo que hoy existe ¿es gobierno regular?    El 13 de marzo de 1866, hablándole a Terrero de su folleto “Crisis de 1866”...”Había una página en que parangonaba los gobiernos, o , más bien, las personas del general Rosas y del General Mitre, para hacer resaltar la enorme superioridad del primero.” ... y preocupado por la salud de Rosas ...”Hoy es necesaria su vida, no solo para ustedes y muchos amigos, sino para la historia y tal vez para el porvenir inmediato de nuestro País”  En 1867 dice Alberdi...”Mi pasado político me gobierna un poco, pero él no me impedirá, llegada la oportunidad que ha de venir, de tributar a la justicia histórica, en obsequio de muchos títulos que le asisten a él, el testimonio público de mis convicciones al su respecto


Alberdi dirá también que “Mientras se levantan altares a San Martín su espada está en Southamptom, sirviendo de trofeo monumental a la tumba de Rosas, puesta en ella por la manos mismas del héroe de Chacabuco y Maipú” y agrega: “Su conducta en Europa no ha sido inferior a la de San Martín”.   Afirma que su respeto al vencedor, “sin coacción ni motivo de temor, es tenido en todo país civilizado como respeto liberal a la Ley. Este solo antecedente lo hace merecedor de que sea la tierra clásica de la libertad la que pese ligera sobre sus restos mortales”. Y en un rasgo de noble arrepentimiento exclama: “Yo combatí su gobierno. Lo recuerdo con disgusto”.  Alberdi comprende finalmente su error y trata de enmendarlo. Una verdadera honestidad intelectual de este hombre singular, que reconoce los méritos de su viejo adversario, sin rencores ni pasiones. Otros en cambio terminaron escribiendo una “historia oficial” totalmente tergiversada y escrita con rencores y odios.

 

Bibliografía:

Alberdi, Juan bautista “Obras Completas”

Gonzalez Arzac, Alberto “Alberdi el argentino ausente” en revista Todo es Historia Nro 39

Las cartas rosistas de Alberdi / Comentaric de Adolfo Saldias

Oliver Juan Pablo "El verdadero Alberdi"

Rosa, José María “Historia Argentina”

Sierra Vicente D. "Historia Argentina"

Los Capiangos de Facundo Quiroga

 Por el Prof. Jbismarck

Según Adolfo Saldías el general Facundo Quiroga era, un hombre “valeroso hasta la temeridad, sagaz hasta lo increíble, fecundo en expedientes singulares, tremendo en las victorias, más tremendo todavía en las derrotas, y con chispas de genio para sacar provecho de las dificultades que le suscitasen”. Producto seguramente de la mezcla de una personalidad singular con el momento histórico de los enfrentamientos intestinos y el paisaje agreste de su tierra en los que le tocó actuar, “un espíritu sacudido por el frenesí de las luchas estupendas, en las cuales se agrandaba como se agranda un turbión cuando más recia es la borrasca que lo levanta”.   Paz era en cambio, según la pluma del mismo autor, un general “rígido y grave”, un hombre culto y correcto sin afectación, dueño de una timidez que “llegaban al punto  de que se ruborizaba en el trato con las gentes”, “parco en la palabra”, al que le faltaba un brazo, y que no sabía montar a caballo, “lo que era un fenómeno tratándose  de un general argentino”

José María Paz,  en sus Memorias póstumas escribió:  “En las creencias populares, con respecto a Quiroga, hallé también un enemigo fuerte a quien combatir; cuando digo populares, hablo de la campaña, donde esas creencias habían echado raíces en algunas partes, y no solo afectaban a la última clase de la sociedad. Quiroga era tenido por un hombre inspirado; tenía espíritus familiares que penetraban en todas partes y obedecían sus mandatos; tenía un célebre caballo moro (así llaman al caballo de un color gris), que a semejanza de la sierva de Lertorio, le revelaba las cosas más ocultas, y le daba los más saludables consejos; tenía escuadrones de hombres, que cuando los ordenaba se convertían en fieras, y otros mil absurdos de este género. Citaré algunos hechos ligeramente, que prueban lo que he indicado.

Conversando un día con un paisano de la campaña, y queriendo disuadirlo de su error, me dijo: “Señor, piense usted lo que quiera, pero la experiencia de años nos enseña que el señor Quiroga es invencible en la guerra, en el juego, y bajando la voz, añadió, en el amor. Así es que, no hay ejemplar de batalla que no haya ganado; partida de juego, que haya perdido; y volviendo a bajar la voz, ni mujer que haya solicitado, a quien no haya vencido”. Como era consiguiente, me eché a reír con muy buenas ganas; pero el paisano ni perdió su seriedad, ni cedió un punto de su creencia.

Cuando me preparaba para esperar a Quiroga, antes de la Tablada, ordené al comandante don Camilo Isleño, que trajese un escuadrón a reunirse al ejército, que se hallaba a la sazón en el Ojo de Agua, porque por esa parte amagaba el enemigo. A muy corta distancia, y la noche antes de incorporárseme, se desertaron ciento veinte hombres de él, quedando solamente treinta, con los que se me incorporó al otro día. Cuando le pregunté la causa de un proceder tan extraño, lo atribuyó al miedo de los milicianos a las tropas de Quiroga. Habiéndole dicho que de qué provenía ese miedo, siendo así que los cordobeses tenían dos brazos y un corazón como los riojanos, balbuceó algunas expresiones, cuya explicación quería absolutamente saber. Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos, que Quiroga traía entre sus tropas cuatrocientos capiangos, lo que no podía menos que hacer temblar a aquellos. Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la suya, otra vez exigencia por la mía, y finalmente, la explicación que le pedíaLos capiangos, según él, o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la sobre-humana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres, “y ya ve usted”, añadía el candoroso comandante, “que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él irremediablemente”.   Tan solemne y grosero desatino no tenía más contestación que el desprecio, o el ridículo; ambas cosas empleé, pero Isleño conservó su impasibilidad, sin que pudiese conjeturar si él participaba de la creencia de sus soldados, o si sólo manifestaba dar algún valor a la especie, para disimular la participación que pudo haber tenido en su deserción: todo pudo ser.  Un sujeto de los principales de la Sierra, comandante de milicias, Güemes Campero, había hecho toda la campaña que precedió a la acción de la Tablada, con Bustos y Quiroga; vencidos estos, se había retirado a su departamento, y después de algún tiempo que se conservó en rebeldía, fue hecho prisionero y cayó en mi poder. Un día estando comiendo, algunos oficiales tocaron el punto de la pretendida inteligencia de Quiroga con seres sobre-humanos, que le revelaban las cosas secretas, y vaticinaban el futuro. Todos se reían, tanto más, cuanto Güemes Campero, callaba, evitando decir su modo de pensar. Rodando la conversación, en que yo también tomé parte, vino a caer en el célebre caballo moro, confidente, consejero, y adivino de dicho General. Entonces fue general la carcajada y la mofa, en términos, que picó a Güemes Campero, que ya no pudo continuar con su estudiada reserva; se revistió, pues, de toda la formalidad de que era capaz, y tomando el tono más solemne, dijo: “Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje, pero lo que yo puedo asegurar, es que el CABALLO MORO se indispuso terriblemente con su amo, el día de la acción de la Tablada, porque no siguió el consejo que le dio, de evitar la batalla ese día; y en prueba de ello, soy testigo ocular, que habiendo querido poco después del combate, mudar caballo y montarlo [el general Quiroga no cabalgó el moro en esa batalla), no permitió que lo enfrenasen por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo mismo uno de los que procuré hacerlo, y todo esto, era para manifestar su irritación por el desprecio que el General hizo de sus avisos”. Traté de aumentar algunas palabras para desengañar aquel buen hombre, pero estaba tan preocupado, que me persuadí de que era por entonces imposible.

A vista de lo que acabo de decir, (…) fácil es comprender cuánto se hubiera robustecido el prestigio de este hombre no común, si hubiese sido vencedor en la Tablada. Las creencias vulgares se hubieran fortificado hasta tal punto, que hubiera podido erigirse en un sectario, ser un nuevo Mahoma, y en unos países tan católicos, ser el fundador de una nueva religión, o abolir la que profesamos. A tanto sin duda hubiera llegado su poder, poder ya fundado con el terror, cimentado sobre la ignorancia crasa de las masas, y robustecido con la superstición, una o dos victorias más, y ese poder era omnipotente, irresistible. Adviértase que esa victoria que no obtuvo, le hubiera dado una gran extensión a su influencia, y que si antes, además de la Rioja, la ejercía en algunas provincias solamente, entonces hubiera sido general en todo el interior de la República. …..”

Fundamentos Argentinos sobre la Soberanía de las Islas Malvinas

 Por Ruth Martínez

A lo largo de la historia, la Argentina ha intentado de diversas formas recuperar las Islas Malvinas. Los argumentos soberanía son varios y legítimos, sin embargo las grandes potencias occidentales suelen desacreditarlos como inválidos. Uno es el geográfico, y se basa tanto en la pertenencia de las islas a la plataforma continental argentina como en su cercanía al continente americano. Las Islas Malvinas son un archipiélago ubicado en una de las regiones más australes del Atlántico Sur, formado por más de cincuenta islas (las dos más grandes son la Gran Malvina y la Soledad) y un centenar de islotes de menor tamaño.    En términos geológicos se habla de que estas Islas son una prolongación sudoriental del continente americano y la cordillera de los Andes, conformando “un arco que comienza en la primera de estas islas y que concluye en las tierras de San Martín”. Asimismo, la cercanía geográfica entre las islas y la Argentina es notoria. La Isla de los Estados, próxima a Tierra del Fuego, se encuentra a tan solo 345 km de la Gran Malvina; Río Gallegos, a 760 kilómetros de Puerto Argentino; y la Ciudad de Buenos Aires se distancia, aproximadamente 2000 kilómetros.

La herencia del territorio insular de la Corona española fue (y es) el argumento sobre el cual se ha respaldado mayormente el Estado argentino. Este está amparado por tres puntos: la atribución del  descubrimiento a navegantes al servicio de España, las bulas pontificias del siglo XV, el tratado de Tordesillas de 1494, y la ocupación efectiva de estas.  El descubrimiento de las Islas representa un hecho controversial para la historiografía mundial, ya que tanto Portugal (Vespucio en 1501/1502) como España (Esteban Gómez -Magallanes, en 1520; Alonso de Santa Cruz en 1540), Inglaterra (Davis, en 1541; Hawkins, en 1594) y Holanda (Sebald de Weert, en 1600) se disputan esta hazaña. Sin embargo, resulta casi imposible determinar con exactitud quién fue su verdadero descubridor.   Durante la Edad Media, según postulaba San Agustín, el mundo era propiedad de Dios, y el Papa —su representante en la tierra— era el encargado de administrar sus posesiones. Por ello, Alejandro VI —por medio de la Inter Caetera de 1493—, concedió a Castilla y a Portugal el derecho a conquistar y a colonizar todas las tierras y las islas que descubrieran, fijando como límite entre ambas potencias una línea imaginaria trazada a 100 leguas al oeste de Cabo Verde y las Islas Azores —trasladada posteriormente 270 leguas más hacia el oeste con el Tratado de Tordesillas—, sumado a que ambas partes se comprometían a no entrometerse en el territorio del otro.  La legitimación papal comenzó a ser cuestionada en el contexto de la reforma, debido a que los príncipes no católicos desconocieron la validez de las bulas y se opusieron al monopolio hispanoportugués sobre el  continente americano. Así, la necesidad de colonizar estos territorios se convirtió en un nuevo argumento legitimador de soberanía.   Actuando en función de esta nueva doctrina, Francia establece la primera colonia en las Malvinas de la mano de Bougainville, quien, el 17 de marzo de 1764, fundó Port Louis, en nombre de (y en honor a) Luis XV. La colonia y sus treinta habitantes, establecidos en la Isla Soledad, quedaron a cargo de Nerville, mientras que Bougainville emprendió un viaje de regreso a Francia para volver, al año siguiente, con refuerzos para la colonia.   Ante este suceso España respondió diplomáticamente con una indemnización al empresario francés; así, la corona hispana logró, en 1767, hacer efectivo su dominio sobre Malvinas. A partir de ese momento, ejerció administración absoluta e ininterrumpida del archipiélago hasta febrero de 1811, momento en que se decidió el traslado a Montevideo de los españoles instalados allí, con el objetivo de concentrar fuerzas militares para combatir la revolución rioplatense.  Con el nombramiento del primer gobernador de Malvinas, representante de la Corona hispana, “las Islas fueron declaradas dependientes y subordinadas a la Capitanía General de Buenos Aires, lo cual significa su integración al territorio del Río de la Plata”.   En 1765, el inglés John Byron arribó a las islas, las declaró propiedad del rey de Inglaterra y fundó Port Egmont en la isla Saunders (isla Trinidad, para la Argentina), sin establecer ninguna colonia. Al año siguiente, los representantes ingleses formaron una colonia en Port Egmont que convivió en las Islas con la colonia francesa durante un corto período.  Cuando la noticia de la presencia inglesa llegó a España, Carlos III ordenó al gobernador porteño su expulsión, para lo cual el funcionario español envió una carta a Hunt —que desde 1767 se encontraba al mando de los colonos británicos—, que le advertía que debía retirarse de las Islas. La respuesta inglesa resultó negativa y estuvo acompañada de la exigencia a la población hispana de abandonar el asentamiento. Luego de varios enfrentamientos, ambas potencias acordaron en Londres (en 1770) volver al statu quo, reafirmando cada una su derecho sobre las islas. El abandono, finalmente, se produjo en 1774 cuando la corona inglesa, sin tentativas de volver a establecerse y excusándose en que la colonia le generaba muchos gastos, decidió retirarse dejando en cercanías del fuerte una placa con una leyenda que alegaba que “the Falkland islands” se mantenían bajo su pertenencia. Tras el abandono británico de las Islas, quedó consolidado el dominio efectivo e indiscutido español sobre estas, desde 1767 hasta 1810.

Al separarse las Provincias Unidas del Río de la Plata de España, y respaldadas por normas internacionales, estas se constituyeron en herederas de todos los derechos y obligaciones que la Madre Patria tenía respecto de estas tierras. En 1820, luego de casi diez años de la partida de los españoles que habitaban las islas, las Provincias Unidas del Río de la Plata enviaron una fragata al mando del Cnel. Jewett, quien logró formalizar la posesión en nombre del gobierno rioplatense el 6 de abril de ese mismo año. El acto se fundamentó en el principio de uti possidetis, según el cual la soberanía se define sobre la base de los antiguos límites administrativos coloniales. Sin embargo, el establecimiento efectivo en las Islas no se realizó hasta 1826, de la mano de Vernet.  La irrupción inglesa no se produjo sino hasta 1833, cuando el comandante Onslow enarboló la bandera británica y obligó a los argentinos establecidos en Malvinas a abandonar suelo isleño. Seis meses después de este episodio, un grupo de criollos que trabajaban en la zona se sublevó en desacuerdo con la nueva situación: su líder era el mítico gaucho Antonio Rivero. Luego de varios meses, la rebelión fue sofocada y sus protagonistas, juzgados.   El año 1833 marcó el inicio de una ininterrumpida presencia británica en las Islas del Atlántico Sur, reforzada por una política de colonización del espacio por medio del transplante de población. 

De forma estratégica, el establecimiento de ciudadanos ingleses en territorio malvinense se convirtió en el principal argumento de Inglaterra para legitimar su derecho sobre las Islas, orientado posteriormente hacia la idea de “autodeterminación”.    El transplante de población puede resultar un arma de doble filo para la potencia europea, debido a que, por el simple hecho de ser habitantes no originarios de Malvinas, queda descartado un posible reclamo de Autodeterminación, reclamo que resulta más ilógico si tenemos en cuenta que tanto los órganos gubernamentales —administrativos y legales— como la salud y la economía del archipiélago están claramente influenciadas por las decisiones que toma el Parlamento. La autodeterminación queda descartada porque  quienes habitan las islas no son parte de una etnia ya que de las 3000 personas, si bien la mayor parte son ingleses —2500—, existe un gran número de chilenos y, en menor medida, de uruguayos; sumado a que, una buena parte de los habitantes de cultura británica una vez que se jubilan deciden continuar su vida en el sur de Inglaterra por lo cual no se puede decir que exista una cultura malvinense.  El intento de lograr la autodeterminación es una estrategia clásica empleada por las metrópolis para lograr imponer un neocolonialismo sobre sus colonias ya independizadas.

sábado, 30 de octubre de 2021

"Rosas y sus relaciones con los indios"...volvio el Gran Pepe Muñoz Azpiri

Y un día volvimos con Pepe Muñoz Azpiri
 

 

ACTO DÍA DE LA SOBERANÍA

 Hermoso Acto OficiaL sobre el "Día de la Soberanía" realizado en el Museo Rosas de Gral San Martín, con la presencia del Intendente Fernando Moreira, la Secretaria para la integración nancy Katopodis, Instituciones históricas, concejales, funcionario y un numeroso y patriótico público.

Hoy se conmemoró, en el Museo Municipal Juan Manuel de Rosas de San Andrés, un nuevo aniversario de la Batalla de la Vuelta Obligado, heroico acontecimiento bélico que dio origen al “Día de la Soberanía”, conmemorado el 20 de noviembre.

El acto, organizado por el Municipio de General San Martín, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de San Martín y la Asociación Cooperadora del Museo Juan Manuel de Rosas, contó con la adhesión del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. El acto contó con la presencia además del presidente del Instituto Nacional Juan Manuel de rosas Alberto Gelly Cantilo;  el presidente del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de San Martín, Carlos De Santis, representantes de instituciones locales y vecinos.

El Día la Soberanía recuerda la batalla de la Vuelta de Obligado librada el 20 de noviembre de 1845 entre las fuerzas de la Confederación Argentina y las escuadras de guerra de Francia e Inglaterra, las dos potenciales más grandes de entonces. Fue el comienzo de la llamada Guerra del Paraná, que luego incluyó otros combates y culmina con el reconocimiento de las potencias de la soberanía argentina sobre sus ríos interiores, un gran triunfo diplomático de la Confederación y de su estratega, el general Juan Manuel de Rosas”, resumió el locutor del acto antes de la entonación del Himno Nacional Argentino y del Himno a Rosas, escrito por el recordado Prof. Carlos Barbera.

Luego el intendente Fernando Moreira valoró “recordar la historia, los hechos ocurridos en el país tan importantes para saber de dónde venimos, de dónde surge nuestra realidad” así como el “hecho histórico y heroico de un grupo de patriotas que resistieron la invasión de las principales potencias de ese momento” y el “heroísmo en una lucha absolutamente desigual que tal vez fue una derrota militar, pero fue el principio del éxito y el reconocimiento de la soberanía argentina”.  Y agregó que “la idea era que no fuese fácil entrar en nuestro país y tomar cualquier decisión y avasallar de la manera que ellos pretendían” y cerró revalorizando la palabra soberanía: “Probablemente hayan cambiado los métodos, ya no nos mandan tropas ni barcos de guerra, pero hay métodos muchos más sofisticados que también avasallan nuestros derechos y nuestra soberanía, por eso es muy importante mantener la memoria siempre firme; es nuestro deber como argentinos recordar hoy estos hechos históricos”.

A continuación, el escribano Néstor Guichal, presidente de la Cooperadora del Museo recordó que en 1964 por Ley 20770, aprobada por el Congreso Nacional, durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón se estableció el Día de la Soberanía y, en 2010 se instituyó el día como feriado nacional.   “Las cadenas de obligado sobre las barcazas son un símbolo que semejan la unión y que si bien fueron cortadas desde ese hecho se soldó más nuestra Nación” enfatizó y antes de cerrar dijo que el concepto de soberanía se relaciona “con dignidad y calidad suprema del poder público”, que “un Estado soberano es aquel cuyo gobierno goza de absoluta independencia para tomar sus decisiones con respecto a otros estados” y terminó leyendo: Allí donde la patria te llama, escúchala; 

Julio Otaño también dirigió unas palabras en representación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de General San Martín. 

Al principio de su alocución, se refirió a “lo que dicen algunos medios que pretenden hacer política atacando a Rosas, diciendo que los argentinos festejamos derrotas lo cual es una aberración”, pues “la Vuelta de Obligado es el primer combate por la soberanía de las llamadas guerras del Paraná, una serie de combates, todos importantes”. Luego, calificó a Juan Manuel de Rosas como “el unificador de la Nación, no a través de congresos”, puesto que ya habían fracasado, “si no a través de pactos, como el Pacto Federal del 4 de enero de 1831 que, con adhesión de las provincias, permitió el surgimiento de la Confederación Argentina, primer nombre de nuestro país”. 

Fue el primer gobernante plebiscitado, elegido por el pueblo al obtener la suma del poder”, agregó y aseguró que con el voto positivo de 10720 personas con siete en contra, recibió “la suma del poder -ejecutivo legislativo y judicial-” y explicó que “por eso hay que hablar técnicamente de dictadura de Rosas pero no de tiranía, al estilo de las viejas instituciones romanas donde se estableció la dictadura en caso de peligro temporario, renovadas por periodos y eso es lo que sucedió con Rosas, cuando cada 5 años la Legislatura de la provincia de Buenos Aires le renovaba esos poderes”.

Rosas fue el padre de la soberanía, aquel que la defendió contra los dos grandes imperialismos, cuyo icono es justamente la Vuelta de Obligado” enfatizó y, finalmente se refirió al Museo Rosas, recordando el pedido al entonces intendente municipal Antonio Libonati del Instituto Juan Manuel de Rosas -creado en 1947-  para que el Municipio adquiriese la única reliquia que quedaba del campamento de los Santos Lugares, esa casona que en 1840 Rosas ordena construir y desde donde se dirigieron “los destinos de la Confederación Argentina”. Tras la caída de Rosas, “esa zona de San Andrés fue loteada y la casa, adquirida por la familia Comastri, a quien luego el MSM le compra la propiedad”, sintetizó.

Siento orgullo como sanmartinense al ver las condiciones en que se mantiene este museo, ícono de la historia argentina; está en condiciones inmejorables y por eso agradecemos desde las instituciones la labor de los intendentes Katopodis, Moreira y Nancy Cappelloni que se puso al hombro el revisionismo histórico de San Martín”. 


















sábado, 23 de octubre de 2021

Conmemoremos todo…o mejor no conmemoremos nada.

Dr. Jorge Enrique Deniri.

El 20 de noviembre se conmemoró un aniversario más del combate fluvial de la Vuelta de Obligado, una acción que el nacionalismo vernáculo coloca en cabeza de sus símbolos, como el epítome y momento culminante militar y diplomático de una Confederación cuya máxima figura fue Juan Manuel de Rosas.

De larga data, esa evocación ha merecido apología de los nacionalistas y quienes los sucedieron, y anatema de los adversarios y sus herederos. Poco más, poco menos, esa fractura cobra estado público hacia 1939, cuando se cumple el primer siglo de la batalla de Pago Largo y la Provincia de Corrientes, según el pensamiento imperante entonces, lanza un profundo, intenso, proceso de exaltación cuyo meollo es la figura de Berón de Astrada, su lidiador cabeza en la “batalla cultural”, Hernán Félix Gómez y sus antagonistas, los revisionistas que reconocen a Berón un protagonismo mucho menos heroico.

Lo que hoy identificamos como “revisionismo histórico”, para mi gusto (lo que quiere decir que es opinable), lo inicia mucho antes, a fines del siglo XIX la monumental obra de Adolfo Saldías. Con el tiempo, el peronismo, más que enarbolarlas se alza con las banderas revisionistas, terminando por conducir al rosismo en bloque hacia la grieta contemporánea, alineándolo, quieras que no, en la antinomia peronismo – antiperonismo.

Las últimas décadas, con la prolongada hegemonía del peronismo y sus variables en el poder, con su sesgo personalista y autoritario característico como menemismo, orientado luego por el kirchnerismo, que carecía todavía más de una historia propia, en función de una impronta híbrida filo izquierdista, continuaron con las grandes reivindicaciones históricas. Uno, con la repatriación de los restos de Rosas, el otro, asignándole una fecha en el calendario nacional. Paralelamente y en la medida de lo posible, han venido, primero esmerilando, luego demoliendo, ocultando y reemplazando cuando otra cosa no ha sido posible, a las figuras paradigmáticas anteriores, como Sarmiento, Mitre y Roca, y escribiendo y publicando hasta la saciedad versiones, más que antagónicas demonizadoras, censurando a los escribas contrarios, negándoles todo acceso a los mass media, y redoblando los parches bibliográficos en su contra.

Porque esa iconoclastia, ese bajar cuadros, demoler esculturas y cambiar nombres de calles y plazas, amordazar publicaciones, esa intolerancia absoluta de no permitirle al “otro” participar, si es posible, ni siquiera con el polvo de sus huesos, es la contraparte de nuestras “construcciones” históricas: No solamente hay que entronizar los hechos, las ideas y los personajes con los que empatizamos, los “nuestros”, sino que el objetivo último debe ser aniquilar historiográficamente al otro. Expurgarlo de las bibliotecas, derruir sus monumentos, derribar su iconografía, condenarlo al silencio primero y a la desaparición después. Y desde luego, todo debate, toda discusión, toda interpretación susceptible de ser vista como la más ínfima reivindicación de ese “otro” está demás, porque lo que se pretende es primero obligarlo al silencio, luego ocultarlo, finalmente, condenarlo a la desaparición. Y no importa que hayan pasado diez o cien  o mil años, como hablamos de una forma de relación con la realidad casi religiosa, la elección es necesariamente maniquea y los grises no existen. Sólo el blanco más puro, y el negro más siniestro que teñirán la visión salvífica de esa dicotomía. El que no obre en consonancia es o delincuente o cómplice. “Si no estás conmigo, estás en mi contra”. La Argentina no es para todos los hombres del mundo, sino solamente para los que piensan como yo.

Ahora bien ¿qué problema habría en que cada quien honre cuándo, dónde y cómo le venga en gana al que le parezca mejor? Claro, allí entran a jugar otras variables, porque a la contienda por los acontecimientos y sus personajes, siguen las batallas por “el sitio”, los combates iconoclastas por las imágenes, las publicaciones, los nombres de calles, plazas, parques y paseos, todo aquello que encarne, más que el recuerdo, la “memoria” como se dice ahora.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la Junta de Historia? La punta del ovillo comienza con el rescate de una Bandera de Caá Guasú, que por boca de Diego Mantilla supimos que, había sido donada por su abuela, Rosalía Pampín de Mantilla al Museo de Luján en tiempos de Udaondo.

Exhibida largo tiempo en la Sala General José María Paz, cuando soplaron vientos políticos, como quien dice “rojo punzó”, el espacio que la albergaba fue pintado de encarnado, renombrado Facundo Quiroga, y la enseña enviada a la reserva del Museo. El “tomala vos, dámela a mí”, funcionó aceitadamente. Pensamos entonces que Corrientes merecía ponerla en valor, y abanderados por el Dr. Carlos María Vargas Gómez, sumando al señor Jorge Manuel Picchio y al Profesor Antonio Emilio Castello, iniciamos una prolongada campaña de difusión y esclarecimiento, editando inclusive un folleto alusivo. Sin embargo, como obras son amores y no buenas intenciones, para lograr que la Bandera volviera a Corrientes, era necesaria una decisión política que tornaba imprescindible la participación e intercesión de quienes gobernaban entonces: el intendente Carlos Mauricio Espínola en la ciudad de Corrientes, y el gobernador Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. Especialmente, resultaba significativa para el caso la amistad entre ambos.

Resumiendo, más allá de toda identificación o antagonismo en materia de filiaciones políticas, por las acciones conjuntas de todos los actores, aquella Bandera terminó regresando a Corrientes, y hoy se halla en el Museo Histórico. Sólo se hizo una ceremonia más bien sencilla en la Municipalidad, donde participamos los integrantes de la Comisión Directiva de la Junta, Scioli y Camau, y habló un historiador del oficialismo del momento, el Dr. Mario “Pacho” O’ Donnell. Un suceso que, a mi juicio, demuestra que habiendo voluntad es posible sellar la grieta y trabajar en forma conjunta, hacer Historia más allá de las diferencias. Solamente hay que recordar que el país es de todos, y que más allá del rosismo, el anti rosismo, de todos los “ismos”, somos argentinos, somos correntinos.

Algo más: como “esquirlas” de la grieta, cuando el Dr Vargas Gómez y yo fuimos a posteriori a una localidad del interior para hablar de esa Bandera. Algunos asistentes al acto nos enrostraron haber actuado en función de un credo político determinado, que no sólo no era el nuestro, sino que, entonces y ahora, nada puede estar más lejos de los procederes absolutamente pluralistas de nuestra Institución.

Como en definitiva estamos hablando de Corrientes, la opción creo que es sencilla: o conmemoramos todo, o medio que no conmemoramos nada, porque a la Revolución de Mayo nos sumamos tarde, en la Guerra de la Independencia lucharon los correntinos, pero no la provincia, en la Guerra con el Brasil ídem, estuvimos con Artigas pero no en la Asamblea del Año 13 ni en el Congreso de Tucumán, Ramírez y Urquiza nos pusieron la coyunda, Mitre exaltó sólo a sus partidarios, la Guerra del Paraguay sí que nos llevó a tomar las armas, pero no faltó quien empuñara las de Solano López y no las nuestras. De las Malvinas no hablemos, porque como es la única causa que puede reputarse “nacional”, de un modo u otro estuvimos y estamos todos.

Pensando en que mi propuesta es sumar, con quien sea y contra quien sea, “a como dé lugar” como dicen los culebrones colombianos, la pregunta entonces es, por “hacerla corta”: ¿Vamos a dejar de celebrar el 9 de julio? ¿Si tengo un hijo que no es mío no le festejo el cumpleaños? Porque ese nihilismo siniestro de perseguir no sólo la aniquilación, la muerte civil, la eliminación del “otro” de la “Memoria”, como dijo Mahatma Ghandi o quien fuera, a fuerza de arrancar por turnos el ojo ajeno, hará que todos terminemos ciegos. Hay naciones que fueron durante mucho más tiempo y mejor que nosotros, y desaparecieron dejando sólo sus relictos arqueológicos ¿por qué nosotros tendríamos un destino de grandeza garantizado, sin hacer nada para merecerlo?

sábado, 2 de octubre de 2021

Justo José de Urquiza, el hombre al servicio del Brasil

Por Pablo Yurman

Se conoce como “Pronunciamiento de Urquiza” el documento firmado por el entonces gobernador de la Provincia de Entre Ríos, publicado el 1º de mayo de 1851, mediante el cual dicha provincia que había sido signataria del Pacto Federal que veinte años antes constituyó la Confederación Argentina, aceptaba la renuncia presentada por Juan Manuel de Rosas al manejo de las relaciones exteriores de las provincias, reasumiendo su plena soberanía para entenderse con el resto de las naciones.

Para comprender el paso dado por el caudillo entrerriano como primera pieza de un rompecabezas que culminaría con el derrocamiento de Rosas debe mirarse el cuadro de situación general. Uruguay estaba dividido por su guerra civil: Montevideo se había convertido en la base de operaciones de ingleses y franceses contra la Confederación Argentina, con el apoyo explícito de los emigrados unitarios. En tanto que el resto del territorio oriental reconocía a Manuel Oribe como legítimo presidente constitucional, quien además de la adhesión de la mayoría del pueblo oriental, era apoyado por Rosas y los federales.
En ese contexto, el puerto de Montevideo, en donde los unitarios exiliados habían conspirado contra la Confederación con el apoyo explícito de ingleses y franceses interesados desde hacía años en forzar la apertura de los ríos interiores a sus buques mercantes, a partir de la firma de los tratados de paz celebrados con esas potencias, comenzaba a languidecer ante un futuro poco promisorio una vez que las naves de guerra europeas dejasen el estuario del Plata. Debe tenerse en cuenta que Inglaterra y Francia habían reconocido finalmente la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y pusieron por escrito su compromiso de retirar sus fuerzas del Río de la Plata.
El escenario de los acontecimientos de una trama que involucraba a las provincias en el juego de potencias extranjeras

A partir de 1850 cobran notoriedad dos piezas más en el rompecabezas: el Brasil y Justo José de Urquiza.  El gobernador de Entre Ríos, que lo había sido durante los últimos diez años, período durante el cual nunca exteriorizó demasiados pruritos por el dictado de una constitución escrita, y que jamás abjuró de su condición de federal leal a Rosas y a la Confederación, era también el estanciero más importante de la Mesopotamia y como tal, uno de sus principales clientes era la capital de la República Oriental del Uruguay, a la que suministraba mercaderías a pesar de los bloqueos. El historiador Vicente Sierra nos explica: “El gobierno de Buenos Aires sabía perfectamente que en las maniobras especulativas del comercio entrerriano el más interesado era Urquiza. Contaba para ello con una organización comercial representada en Buenos Aires por el catalán Esteban Rams y Rubert, encargado de vender lo importado y comprar oro, y con otro representante en Montevideo, Antonio Cuyás y Sampere, encargado de adquirir mercaderías extranjeras y vender el oro adquirido en Buenos Aires, además de la carne que Urquiza enviaba desde su provincia.” (Historia de la Argentina, tomo IX, 1972).    El detalle de los negocios no siempre transparentes de Urquiza -piénsese que se pudo constatar que cueros y carnes provenientes de sus estancias llegaron a alimentar y pertrechar tropas francesas e inglesas mientras la Confederación se hallaba en guerra con esos países- se conocieron, precisamente por las memorias de uno de sus agentes comerciales, Antonio Cuyás y Sampere, a quien además le tocó representar al entrerriano en algo más que negocios especulativos, como se verá. Este detalle permite considerar a las fuentes como objetivamente válidas.
A este panorama, se suma la vieja inquina que el Imperio del Brasil guardaba hacia la Confederación: la humillación del triunfo de Ituzaingó (1827) seguía vigente, al igual que sus apetencias por llevar la frontera sur hasta el Plata, a lo que se agregaba que para un país esclavista como el Brasil de mediados del siglo XIX, la huida masiva de esclavos hacia la Argentina, lugar en el que con solo pisar su suelo conseguían la anhelada libertad, había dejado de ser un tema menor.

Alguien podría poner en entredicho que la caída de Rosas al frente de la Confederación Argentina fuese, hacia 1851, una prioridad en la política exterior del Imperio del Brasil, toda vez que más allá de los elementos señalados precedentemente, la guerra contra Rosas llevada a cabo por las dos principales potencias económico-militares de la época, Inglaterra y Francia, había concluido en un rotundo fracaso para éstas. ¿Por qué motivo habría de cambiar nuestro vecino del Norte su aparente neutralidad ante dicha contienda?

La principal razón fue puesta sobre el papel por el propio canciller brasileño, Paulino José Soares de Souza, quien al redactar la Memoria del Ministerio por él presidido correspondiente a 1851, apuntó: “Desembarazado el general Rosas de la intervención [la intervención anglo-francesa en nuestros ríos], afirmado su poder en el Estado Oriental, fácil le sería comprimir el movimiento entonces en estado de embrión, de las provincias argentinas que después le derribaron; reincorporar el Paraguay a la Confederación, y venir sobre nosotros con fuerzas y recursos mayores, y que nunca tuvo, y envolvernos en una lucha en que habíamos de derramar mucha sangre” (Vicente Quesada, citado por Sierra).
Pareciera quedar en claro que para la cancillería de Brasil, el tema de fondo sería, ni más ni menos, la definición del país que habría de tener la preponderancia sobre el resto del continente. No en vano, se enviaría subrepticiamente, meses antes del “pronunciamiento” de Urquiza a un diplomático de enorme valía, Duarte Da Ponte Ribeiro, en un periplo que lo llevaría por Paraguay, Chile, Perú y Bolivia, destinos en los que intentaría garantizar una neutralidad de cada uno de dichos estados ante una eventual guerra argentino-brasileña que, a semejanza de la de 1827, decidiese el futuro de Sudamérica.

Pero para la diplomacia imperial no había que aparecer como hostilizando abiertamente a la Argentina, y para ello era preciso conseguir al hombre indicado.

Nos dice Fernando Sabsay que “el 24 de enero de 1851 Cuyás [representante comercial de Urquiza en Montevideo] se apersonó al jefe de la legación brasileña en Montevideo para proponerle en nombre de Urquiza una alianza tendiente a expulsar a Oribe del Estado Oriental” (Rosas, el federalismo argentino, 1999). El receptor de dicha oferta extendería la propuesta de Urquiza a un levantamiento generalizado contra Oribe en la Banda Oriental y contra Rosas del otro lado del río. Pero la condición preliminar impuesta sería que Urquiza debería “pronunciarse” públicamente contra Rosas, disimulando como quisiera su actitud.
Para el mes de marzo de 1851 las tratativas estaban ya bastante enderezadas a la formación de un ejército “grande” que definiera la situación en el Plata. Tras el “pronunciamiento” público contra Rosas, que fue recibido con una mezcla de desazón e incredulidad por las propias tropas entrerrianas y correntinas, Urquiza no defraudó a sus mandantes tras bambalinas y firmó a nombre de Entre Ríos dos tratados internacionales durante el resto de aquel fatídico 1851, cuyos compromisos “nacionalizó” tras hacerse cargo del manejo de las relaciones exteriores de todas las demás provincias en febrero de 1852.
El primero de ellos fue suscripto el 29 de mayo, entre el gobierno de la ciudad de Montevideo, la Provincia de Entre Ríos y el Imperio del Brasil y su objetivo explícito fue despejar a las fuerzas del general Manuel Oribe del territorio oriental. De todas formas, contaba con una cláusula secreta según la cual si a raíz de la lucha contra Oribe, Rosas declarara la guerra a alguno de los firmantes del pacto, esa alianza se transformaría automáticamente en una alianza contra el “tirano” del Plata.
Logrado el primer objetivo, esto es, unificar al Uruguay con el color del Partido Colorado, se firmó el segundo pacto, en noviembre de aquél año, suscripto ahora por Entre Ríos, Corrientes, la República Oriental del Uruguay y el Brasil, con el objetivo de declarar la guerra, no contra la Argentina, sino contra Rosas.
El ejército argentino que acaso debía dirigirse a Río de Janeiro para definir la hegemonía sudamericana, apuntó en cambio hacia los campos de Caseros y puso fin al gobierno de Rosas, disimulándose lo que fue en realidad una guerra internacional por un enfrentamiento civil “entre argentinos”; uno de cuyos bandos contaba, curiosamente, con importante apoyo extranjero.
Luego de Caseros, Urquiza ingenuamente pensó que podría congeniar su origen federal y provinciano y presidir el país desde Buenos Aires. No habrá de lograrlo toda vez que vueltos los viejos unitarios de sus respectivos lugares de exilio, no tardaron en deshacerse del instrumento al que interiormente siempre despreciaron, y al que sólo utilizaron para ejecutar el trabajo sucio.
El hacendado entrerriano aceptará recluirse en su provincia, en la que nunca será molestado por las autoridades nacionales. Será usufructuario, hasta su asesinato en 1870, de los atributos externos y el folklore del viejo partido federal, pero ya totalmente vaciado de contenido y cómplice por omisión de los nuevos dueños del poder a partir de la llegada de Mitre a la presidencia.  Luego de la Batalla de Caseros, Urquiza fue relegado por los unitarios a los que ayudó a recuperar el poder.