Rosas

Rosas

domingo, 31 de octubre de 2021

Fundamentos Argentinos sobre la Soberanía de las Islas Malvinas

 Por Ruth Martínez

A lo largo de la historia, la Argentina ha intentado de diversas formas recuperar las Islas Malvinas. Los argumentos soberanía son varios y legítimos, sin embargo las grandes potencias occidentales suelen desacreditarlos como inválidos. Uno es el geográfico, y se basa tanto en la pertenencia de las islas a la plataforma continental argentina como en su cercanía al continente americano. Las Islas Malvinas son un archipiélago ubicado en una de las regiones más australes del Atlántico Sur, formado por más de cincuenta islas (las dos más grandes son la Gran Malvina y la Soledad) y un centenar de islotes de menor tamaño.    En términos geológicos se habla de que estas Islas son una prolongación sudoriental del continente americano y la cordillera de los Andes, conformando “un arco que comienza en la primera de estas islas y que concluye en las tierras de San Martín”. Asimismo, la cercanía geográfica entre las islas y la Argentina es notoria. La Isla de los Estados, próxima a Tierra del Fuego, se encuentra a tan solo 345 km de la Gran Malvina; Río Gallegos, a 760 kilómetros de Puerto Argentino; y la Ciudad de Buenos Aires se distancia, aproximadamente 2000 kilómetros.

La herencia del territorio insular de la Corona española fue (y es) el argumento sobre el cual se ha respaldado mayormente el Estado argentino. Este está amparado por tres puntos: la atribución del  descubrimiento a navegantes al servicio de España, las bulas pontificias del siglo XV, el tratado de Tordesillas de 1494, y la ocupación efectiva de estas.  El descubrimiento de las Islas representa un hecho controversial para la historiografía mundial, ya que tanto Portugal (Vespucio en 1501/1502) como España (Esteban Gómez -Magallanes, en 1520; Alonso de Santa Cruz en 1540), Inglaterra (Davis, en 1541; Hawkins, en 1594) y Holanda (Sebald de Weert, en 1600) se disputan esta hazaña. Sin embargo, resulta casi imposible determinar con exactitud quién fue su verdadero descubridor.   Durante la Edad Media, según postulaba San Agustín, el mundo era propiedad de Dios, y el Papa —su representante en la tierra— era el encargado de administrar sus posesiones. Por ello, Alejandro VI —por medio de la Inter Caetera de 1493—, concedió a Castilla y a Portugal el derecho a conquistar y a colonizar todas las tierras y las islas que descubrieran, fijando como límite entre ambas potencias una línea imaginaria trazada a 100 leguas al oeste de Cabo Verde y las Islas Azores —trasladada posteriormente 270 leguas más hacia el oeste con el Tratado de Tordesillas—, sumado a que ambas partes se comprometían a no entrometerse en el territorio del otro.  La legitimación papal comenzó a ser cuestionada en el contexto de la reforma, debido a que los príncipes no católicos desconocieron la validez de las bulas y se opusieron al monopolio hispanoportugués sobre el  continente americano. Así, la necesidad de colonizar estos territorios se convirtió en un nuevo argumento legitimador de soberanía.   Actuando en función de esta nueva doctrina, Francia establece la primera colonia en las Malvinas de la mano de Bougainville, quien, el 17 de marzo de 1764, fundó Port Louis, en nombre de (y en honor a) Luis XV. La colonia y sus treinta habitantes, establecidos en la Isla Soledad, quedaron a cargo de Nerville, mientras que Bougainville emprendió un viaje de regreso a Francia para volver, al año siguiente, con refuerzos para la colonia.   Ante este suceso España respondió diplomáticamente con una indemnización al empresario francés; así, la corona hispana logró, en 1767, hacer efectivo su dominio sobre Malvinas. A partir de ese momento, ejerció administración absoluta e ininterrumpida del archipiélago hasta febrero de 1811, momento en que se decidió el traslado a Montevideo de los españoles instalados allí, con el objetivo de concentrar fuerzas militares para combatir la revolución rioplatense.  Con el nombramiento del primer gobernador de Malvinas, representante de la Corona hispana, “las Islas fueron declaradas dependientes y subordinadas a la Capitanía General de Buenos Aires, lo cual significa su integración al territorio del Río de la Plata”.   En 1765, el inglés John Byron arribó a las islas, las declaró propiedad del rey de Inglaterra y fundó Port Egmont en la isla Saunders (isla Trinidad, para la Argentina), sin establecer ninguna colonia. Al año siguiente, los representantes ingleses formaron una colonia en Port Egmont que convivió en las Islas con la colonia francesa durante un corto período.  Cuando la noticia de la presencia inglesa llegó a España, Carlos III ordenó al gobernador porteño su expulsión, para lo cual el funcionario español envió una carta a Hunt —que desde 1767 se encontraba al mando de los colonos británicos—, que le advertía que debía retirarse de las Islas. La respuesta inglesa resultó negativa y estuvo acompañada de la exigencia a la población hispana de abandonar el asentamiento. Luego de varios enfrentamientos, ambas potencias acordaron en Londres (en 1770) volver al statu quo, reafirmando cada una su derecho sobre las islas. El abandono, finalmente, se produjo en 1774 cuando la corona inglesa, sin tentativas de volver a establecerse y excusándose en que la colonia le generaba muchos gastos, decidió retirarse dejando en cercanías del fuerte una placa con una leyenda que alegaba que “the Falkland islands” se mantenían bajo su pertenencia. Tras el abandono británico de las Islas, quedó consolidado el dominio efectivo e indiscutido español sobre estas, desde 1767 hasta 1810.

Al separarse las Provincias Unidas del Río de la Plata de España, y respaldadas por normas internacionales, estas se constituyeron en herederas de todos los derechos y obligaciones que la Madre Patria tenía respecto de estas tierras. En 1820, luego de casi diez años de la partida de los españoles que habitaban las islas, las Provincias Unidas del Río de la Plata enviaron una fragata al mando del Cnel. Jewett, quien logró formalizar la posesión en nombre del gobierno rioplatense el 6 de abril de ese mismo año. El acto se fundamentó en el principio de uti possidetis, según el cual la soberanía se define sobre la base de los antiguos límites administrativos coloniales. Sin embargo, el establecimiento efectivo en las Islas no se realizó hasta 1826, de la mano de Vernet.  La irrupción inglesa no se produjo sino hasta 1833, cuando el comandante Onslow enarboló la bandera británica y obligó a los argentinos establecidos en Malvinas a abandonar suelo isleño. Seis meses después de este episodio, un grupo de criollos que trabajaban en la zona se sublevó en desacuerdo con la nueva situación: su líder era el mítico gaucho Antonio Rivero. Luego de varios meses, la rebelión fue sofocada y sus protagonistas, juzgados.   El año 1833 marcó el inicio de una ininterrumpida presencia británica en las Islas del Atlántico Sur, reforzada por una política de colonización del espacio por medio del transplante de población. 

De forma estratégica, el establecimiento de ciudadanos ingleses en territorio malvinense se convirtió en el principal argumento de Inglaterra para legitimar su derecho sobre las Islas, orientado posteriormente hacia la idea de “autodeterminación”.    El transplante de población puede resultar un arma de doble filo para la potencia europea, debido a que, por el simple hecho de ser habitantes no originarios de Malvinas, queda descartado un posible reclamo de Autodeterminación, reclamo que resulta más ilógico si tenemos en cuenta que tanto los órganos gubernamentales —administrativos y legales— como la salud y la economía del archipiélago están claramente influenciadas por las decisiones que toma el Parlamento. La autodeterminación queda descartada porque  quienes habitan las islas no son parte de una etnia ya que de las 3000 personas, si bien la mayor parte son ingleses —2500—, existe un gran número de chilenos y, en menor medida, de uruguayos; sumado a que, una buena parte de los habitantes de cultura británica una vez que se jubilan deciden continuar su vida en el sur de Inglaterra por lo cual no se puede decir que exista una cultura malvinense.  El intento de lograr la autodeterminación es una estrategia clásica empleada por las metrópolis para lograr imponer un neocolonialismo sobre sus colonias ya independizadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario