Rosas

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martes, 31 de octubre de 2023

miércoles, 11 de octubre de 2023

cuanto valía la cabeza de José Hernández para Sarmiento?

Por el Prof. Jbismarck
José Hernández (nacido como José Rafael Hernández y Pueyrredón el 10 de noviembre de 1834 fallecido el 21 de octubre de 1886) fue un militar, periodista, poeta y político. En su homenaje, el 10 de noviembre —aniversario de su nacimiento— se festeja en la Argentina el Día de la Tradición. Los Hernández militaban en el federalismo; uno de sus tíos Juan José moriría en Caseros vivando al Restaurador.  En 1843 falleció su madre. El niño padecía un problema en el pecho, que por prescripción médica debía ser tratado con un cambio de clima, lo que lo obligó en 1846 a abandonar sus estudios y trasladarse a las pampas de la provincia de Buenos Aires. Se fue con su padre, que era mayordomo de las estancias del gobernador Rosas en la zona de Camarones y laguna de los padres. Esto le permitió entrar en contacto con los Gauchos; aprendió a andar a caballo y a realizar todas las tareas que éstos realizaban. Además fue la base de sus profundos conocimientos de la vida rural y del cariño por el paisano que demostró en todos sus actos. En ese período tuvo una visión directa de la realidad del hombre de campo, donde pudo «captar el sistema de valores, lealtades y habilidades que cohesionaban a la sociedad rural»    Participó junto con su hermano Rafael en la carnicería de Cañada de Gómez en la que también fueron derrotados por los mitristas.  En Entre Ríos formó parte de la ultima rebelión gaucha que intentó defender la autonomía de esa provincia contra los embates del presidente Sarmiento. Fue liderada por Ricardo López Jordán, y su primer acto fue el homicidio de Urquiza. José Hernández mostró a lo largo de su vida una especial preocupación por los sectores menos favorecidos de la sociedad. Ya fuera como poeta, como periodista o volcándose de lleno a la arena política y militar, el autor del Martín Fierro consagró su vida a mejorar la situación de los gauchos y a la defensa de las ideas federales.  Domingo F. Sarmiento, quien pronto elevaría un proyecto de ley poniendo precio a las cabezas de los sublevados, entre ellas, la de Hernández, que fue valuada en mil pesos fuertes.
Sarmiento, luego del abrazo con Urquiza, y creyendo que contaría de ahí en más con el prestigio y las lanzas del caudillo entrerriano para fortalecer el poder central, inicia una ofensiva desde la prensa porteña contra la oposición mitrista. Pero Justo José de Urquiza ya no era respaldo; su entrega a la burguesía comercial de la ciudad puerto era harto evidente. El 11 de abril de 1870 las ilusiones del sanjuanino estallaban en el aire ante la conmoción de esta noticia: el caudillo entrerriano había sido muerto de un trabucazo en su palacio de San José. El ex gobernador de Córdoba, Simón Luengo, y un grupo de federales exaltados por su traición a la causa, son los que lo ultiman. Ante los críticos acontecimientos la Legislatura entrerriana nombra gobernador al general Ricardo López Jordán, hijo del hermanastro del caudillo Francisco Ramírez. El nuevo magistrado, de cuarenta y seis años, era un veterano de las lides guerreras: Arroyo Grande, Caseros, Cepeda y Pavón, atestiguaban su coraje y pericia. Diputado de su provincia, presidente de la Legislatura, todo menos gobernador del recelo de don Justo a su federalismo consecuente. En la proclama que dirigió a los entrerrianos afirmó que había hecho la revolución en la que desgraciadamente había muerto Urquiza, bajo las banderas de la libertad, el federalismo y la autonomía provincial. La mayoría del pueblo, que el sacrificio de San José no conmovió, respaldará desde el primer momento a López Jordán.  Sarmiento, presa de cólera y de los consejos de Mitre, interviene a Entre Ríos el 14 de abril: “El Gobierno Nacional estará entre vosotros con todo su poder, para evitar que el mal se agrave…No deis oídos a sugestiones de ambiciosos oscuros e ignorantes; para quienes el odio es un principio, el crimen un medio”.
Aunque resistido y mirado con desconfianza por la oligarquía porteña, Sarmiento llega a un acuerdo con ella frente a la cuestión de Entre Ríos; nombra al general Emilio Mitre jefe del Ejército de Observaciones, “que vigilará las costas del Uruguay”. Detrás de esta miserable fachada se pretendía ocultar el verdadero fin de la invasión militar a la provincia.
Desde las columnas de El Río de la Plata, Hernández alertará bajo una nueva faz sobre los peligros de la política iniciada: “Nos hemos pronunciado abiertamente contra el asesinato del general Urquiza, porque aparte del hecho mismo, no creemos que sobre la sangre pueda cimentarse jamás nada sólido ni duradero… Pero estamos también en contra de la intervención armada… Se cae en el error profundo de considerar el movimiento revolucionario de Entre Ríos, como un propósito de reacción contra el orden existente en la República, y se le coloca al Gobierno Nacional frente de uno de ellos para sofocar supuestas tentativas del otro… Para nosotros no se trata de una lucha interior, de partidos, sino de la desmembración o integración de la República. Y porque, desde que Entre Ríos no ha requerido la intervención del Gobierno Nacional, al verse amenazado y envuelto en una guerra desastrosa, no será extraño que en sus mismas plazas públicas firme el acta de su independencia… La muerte del general Urquiza, la segregación de esas provincias o su destrucción por la guerra, coloca al Brasil en posesión quieta, segura y perdurable de la asolada República Paraguaya, y si él no ha sido instigador… ¿habrá quién no reconozca que él va a cosechar espléndidos resultados de esos hechos?”  Fracasadas las gestiones de conciliación iniciadas por los jordanistas, la Legislatura entrerriana rechaza la arbitraria intervención, autorizando al gobernador López Jordán a repelerla con la fuerza provincial. Convocado el pueblo, 14 mil hombres se reunieron prontamente para enfrentar a los 16 mil de las fuerzas interventoras.  Gran parte de los recursos del gobierno central son destinados a financiar el aplastamiento de Entre Ríos. Mientras tanto, desde el interior del país, llegaban partes dando cuenta de la sublevación de batallones en solidaridad con la causa jordanista. Pero Buenos Aires estaba preparada. Ya la tacuara montonera debía enfrentarse a los remingstons adquiridos en el extranjero. Por gestión del general Gainza – “Don Ganza”, como lo llamara Martín Fierro – todo el ejército nacional es provisto del moderno armamento. Este hecho, inserto en el contexto histórico de la época, marcará la declinación final del paisanaje montonero. Las cargas triunfales de la caballería gaucha se volverán eco en la historia.
Sauce, Concepción del Uruguay, Santa Rosa, Don Cristóbal, fueron campos de combate y de muerte. López Jordán “tenía conquistada la libertad de ir a donde quisiera, en una guerra de cansancio, lo que no impedía que la prensa porteña, aleccionada cuando el gobierno nacional no ganaba un combate, la sacara “empardada”, siendo el caso que en Sauce, Santa Rosa, y Don Cristóbal los ejércitos nacionales quedaron estáticos, petrificados, inmovilizados sin caballadas, formando cuadros irreductibles cañones Krupp, recientemente introducidos al país” (Aníbal S., Vázquez, José Hernández en los entreveros jordanistas). En esta lucha, como miliciano, se enrolará el más grande escritor de nuestra historia: José Hernández.   El 26 de enero de 1871 en laguna Ñaembé, Corrientes, tras una cruenta batalla, -en la que el paisanaje federal no pudo superar la efectividad de la artillería de Viejobueno y del 7 de línea al mando de Roca-, las fuerzas de Buenos Aires lograron un triunfo completo: las fuerzas jordanistas se dispersaron deshechas . “Junto a López Jordán estuvieron ese día Francisco F. Fernández, Pedro C. Reina, Evaristo López, José V. Díaz, Anastasio Cardáis, el “tigre” Villanueva, Pedro Ezeiza y José Hernández.” (Fermín Chávez, José Hernández- Periodista, político y poeta).    Cabalgando en fuga, con la derrota a su espalda, pasarán el río Uruguay por el Rincón de Santa Eloísa, buscando la frontera salvadora.   López Jordán, Hernández, y un puñado de hombres hallarán refugio en Santa Ana do Libramento, en Brasil. En el exilio político se gestará Martín Fierro.  Diez meses permaneció Hernández en Santa Ana do Libramento, desde abril de 1871 a enero del siguiente año, compartiendo con el caudillo entrerriano y otros federales los avatares del exilio.  
El primer día de mayo de 1873 el general Ricardo López Jordán, insistiendo en su lucha, pasó a Entre Ríos por el Alto Uruguay. Mientras esto ocurre, Hernández, ante una orden de prisión dictada contra él por el gobierno, se refugia en Montevideo. Hacia fines del mes señalado Sarmiento remite un proyecto de ley a la Legislatura poniendo precio a las cabezas dirigentes de la revolución entrerriana: 100 mil pesos fuertes para la de López Jordán, 10 mil para la de Mariano Querencio, y mil para las de los demás alzados principales, entre ellos se encuentra el autor del Martín Fierro.  A poco de concluir el gobierno de Sarmiento, el país se enfrentaba al dilema de la sucesión presidencial. Mitre ya había anticipado los trabajos de su candidatura, concitando el invariable apoyo de los comerciantes, importadores, burgueses del puerto y socios de la rubia Albión. La intelligentzia, en la antípoda hernandiana, se veía representada por él. Adolfo Alsina, gobernador de la provincia, cabeza del partido autonomista, de los “crudos” –prolongación de los “chupandinos” de hacía dos décadas- se constituirá en el adversario político del mitrismo. Describe Ramos: “Alsina, hijo del cerrado don Valentín, aquél prototipo del rivadaviano, encarna otras fuerzas y otras ideas de su padre Adolfo Alsina orador nato, de arrastre popular, tiene su base en los barrios pobres de la ciudad, en los grande ganaderos de tradición federal de la provincia y en el peonaje bonaerense”. Aristóbulo del Valle, Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen, abrazarán las banderas del autonomismo; más tarde lo hará Hernández.   Puestas en el tapete las postulaciones presidenciales, se vio que Avellaneda concitaba el apoyo de diez provincias; Alsina el de la provincia bonaerense, y Mitre, a su turno, el de la parte céntrica de la ciudad de Buenos Aires, su “tribuna de doctrina”, ciertos sectores de oficiales porteños del ejército y las provincias de San Juan, Santiago del Estero y Corrientes, en manos de su círculo. Es entonces que Alsina vuelca su apoyo a la fórmula Avellaneda-Acosta, hecho que resultará decisivo y constituirá al mismo tiempo el empalme del Partido Autonomista Nacional, esto es la fusión de la débil burguesía terrateniente provinciana con el pobrerío del puerto, las peonadas y ganaderos bonaerenses de tradición federal. Es por entonces que aparece en Buenos Aires la primera fábrica de tejidos de lana (en el sentido capitalista de la palabra). …el interior se empobrece cada vez más.
Con el apoyo mayoritario de las provincias triunfa la fórmula Nicolás Avellaneda-Mariano Acosta, con 146 lectores, contra 79 del binomio Mitre-Torrent. El fallo comicial no fue aceptado por el mitrismo, que acusó al autonomismo de fraude en complicidad con el gobierno. Es entonces que el candidato vencido proclama la revolución y se traslada a Montevideo. Desde La Patria, Hernández comentará los hechos.  Así las cosas, Mitre logra por fin desembarcar en el puerto del Tuyú, dirigiendo al país una de sus caracterizadas proclamas. Este documento merecerá el tratamiento hernandiano.   Sarmiento, con la ayuda de los coroneles José Inocencio Arias y Julio Argentino Roca vence rápidamente la revuelta mitrista. La plana mayor de los insurrectos es tomada prisionera. Mitre será condenado a muerte, pero Avellaneda, al asumir la presidencia de la República, conmutará la pena. Tan sólo cuatro meses estará preso el jefe de los sediciosos. Cabe sí, lo dicho por Hernández: “Mereció ser juzgado en Sierra Chica, mereció ser acusado y procesado por las fechorías que ordenó o consintió en el interior: mereció un consejo de guerra, en Curupayty, y alguna vez ha de llegar el día en que la Justicia Nacional se cumpla”.
Ya el comandante Arias había contenido con sólo 600 hombres al ejército encantado de Mitre, en la batalla de La Verde: el coronel Roca había deshecho las tropas de Arredondo en Santa Rosa; la revolución iniciada y epilogada en tal forma era la comidilla sarcástica de los hombres de entonces cuando Avellaneda se colocaba la banda presidencial.   Sarmiento, al entregarle el mando le manifestó: “Sois el primer presidente que no sabe manejar una pistola”. Seis años más tarde, en 1880, el apacible intelectual tucumano calzaba revólver. Había aprendido que a Buenos Aires no se le podía someter sólo con discursos.  Hernández publica a mediados del 75 la segunda edición de su Vida del Chacho, en momentos en que en la prensa y en el parlamento la discusión entre los defensores del federalismo y los del unitarismo alcanzaba un tono inusitado. Esta nueva edición no llevará el prólogo del 63, que comenzaba: “Los salvajes unitarios están de fiesta…”, seguramente por considerarlo anacrónico o impolítico por el momento que se vivía.  Puesto el “Chacho” nuevamente en la lucha, el diario de los Varela, La Tribuna, lo recibirá con un chispeante comentario en el que refulgía el odio de la facción porteña.   Tres días más tarde la misma Tribuna publicaba un suelto titulado “La reacción” en donde transcribía el prólogo suprimido de la edición del 63, y acusaba a Hernández de jordanista y partidario de la “situación”, esto es partidario de Avellaneda y del Partido Autonomista Nacional.
El imponente hombretón de cuarenta y un años utilizará entonces las columnas del diario La Libertad de Buenos Aires – dirigido por el chileno Manuel Bilbao – para enviarle un dardo de su estado al redactor de La Tribuna, que pensaba que era el ex presidente, bajo el título: “Señor Sarmiento: porque mataron1!    “Dice Ud., como un sarcasmo, que Avellaneda debería comprar una cantidad de folletos de la vida de Peñaloza y repartirlos en las oficinas y yo le digo que esa ironía no me hiere, porque recuerdo que bajo tres presidentes he vivido sin garantías, que bajo la presidencia de Sarmiento fui perseguido seis años y desde que soy hombre, el único gobierno bajo el que vivo tranquilo, con mis opiniones buenas o malas, es el del Dr. Avellaneda, y de ahí que soy partidario de la situación, como usted me llama.
“Cuando los que mataban, los que aplaudían la matanza y los que predicaban la justicia me llamaban a mí mazorquero porque condenaba aquellos excesos y defendía en tantos desgraciados el derecho de vivir, yo no podía ni debía quedarme sin retribuir el sangriento apóstrofe. Era una injuria recíproca. Recibía una y le devolvía otra que era correlativa.
“Pero los que mataron, Sr. Sarmiento, los que mataron son más culpables, cualquiera que sea la forma en que lo hicieron, que los que condenaron a los matadores, cualesquiera que sean los términos en que escribieron… Si no querían oír la condenación, señor Sarmiento, ¿por qué lo mataron…?”

viernes, 6 de octubre de 2023

BERNARDO DE MONTEAGUDO ( 1789 – 1825 )

JUAN CARLOS JARA
Algunos días antes de la crucial batalla de Ayacucho (1824), que terminará definitivamente con el poder monárquico español en estas latitudes, Simón Bolívar envía una circular a los demás gobiernos americanos, en la que afirma: “Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, para obtener el sistema de garantías que en paz y en fuerza sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental, que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos”. Para ello invita a los gobiernos a enviar sus representantes al Congreso Anfictiónico a realizarse en el Istmo de Panamá con el objetivo de coronar esa anhelada confederación. Lo que no suele mencionarse es que el auténtico mentor de ese proyecto de unión americana y redactor del manifiesto –al que Bolívar brindará, por cierto, todo su apoyo- fue un tucumano de vida y muerte novelescas, amigo de aventuras galantes y fervoroso patriota. “Un hombre grande y terrible” –como lo definió Benjamín Vicuña Mackenna- que “concibió la colosal tentativa de la alianza entre las Repúblicas recién nacidas”. Ese hombre era Bernardo de Monteagudo. “Muerto él –afirma el historiador chileno-, la idea de la Confederación Americana que había brotado en su poderoso cerebro, se desvirtuó por sí sola”.
Si bien es cierto que no fue la muerte de Monteagudo, sino los mezquinos intereses de las oligarquías portuarias, los que desvirtuaron y echaron por tierra el sueño bolivariano de la anfictionía, tampoco se puede negar que este inflexible jacobino, este abogado graduado en la turbulenta Chuquisaca de 1808, fue toda su vida un afanoso propulsor de la idea de independencia y unidad hispanoamericanas.
Colaborador de Castelli en el Alto Perú, miembro del partido morenista en Buenos Aires y hombre de extrema confianza de San Martín y de Bolívar, su pensamiento y su acción se pueden resumir en esta frase: “Yo no renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es toda la extensión de América”.
Había nacido en Tucumán el 20 de agosto de 1789 e ingresó a la vida política como uno de los líderes de la insurrección de Chuquisaca, el 25 de mayo de 1809. Ésta termina ahogada en sangre y el joven abogado en la cárcel. Con ayuda de una mujer logra huir, más de un año después, cuando ya en Buenos Aires se ha producido la revolución que depuso al virrey Cisneros. Monteagudo se incorpora al Ejército del Norte, comandado por Antonio González Balcarce y su ex condiscípulo Juan José Castelli, quien lo designa su secretario personal y auditor de guerra. Acompaña a Castelli y al ejército hasta el desastre de Huaqui (20-6-1811), partiendo luego hacia Buenos Aires, donde lidera de inmediato a los grupos de jóvenes patriotas que van a reorganizar las huestes morenistas nucleándose en la Sociedad Patriótica.
Redactor de la Gazeta de Buenos Aires, aboga por el fusilamiento del conspirador absolutista Manuel de Álzaga. En octubre de 1812, como inspirador intelectual de la fracción morenista, participa en el golpe que derroca al Primer Triunvirato, ganándose la eterna animosidad de Rivadavia y, sobre todo, de Pueyrredón.  Ya miembro activo de la logia de “Los caballeros nacionales”, conocida como Logia Lautaro, apoya al Segundo Triunvirato y a la Asamblea del año XIII, en su intento (vacilante, por cierto) de retomar las banderas liberal-nacionales de Moreno. En 1815, a la caída del gobierno directorial de Alvear, con el que coopera estrechamente, toma el camino del exilio hacia Europa donde permanecerá dos largos años.
De regreso al Río de la Plata, en 1817, se dirige a Mendoza y luego a Chile, donde San Martín –por mediación de O’Higgins (para eludir la censura de Pueyrredón)- lo designa auditor de guerra del ejército libertador. En esa circunstancia, se encarga de redactar el acta de la independencia chilena.
Después de la derrota de Cancha Rayada, otra vez en Mendoza, desempeña un papel clave (probablemente encomendado por la Logia) en el juicio y ejecución de Luis y Juan José Carrera, revolucionarios chilenos enemigos de O’Higgins y San Martín.
En 1820, luego de una corta estada en San Luis, vuelve a ser nombrado auditor de guerra del ejército sanmartiniano, haciendo con él la campaña del Perú. Una vez en Lima, San Martín lo designa ministro de Guerra y Marina, sumando más tarde la cartera de Gobierno y Relaciones Exteriores. En esos cargos, además de propender enérgicamente a la extensión de la cultura y la instrucción públicas, se gana el encono del partido “peruanista” por sus iniciativas en procura de la unión con Colombia.
Cuando en 1822 San Martín se embarca hacia Guayaquil para entrevistarse con Bolívar, lo deja como su hombre de confianza en el gabinete del Perú. Pero las intrigas de sus enemigos eclosionan el 25 de julio de ese año, durante la ausencia de San Martín, y Monteagudo es obligado a renunciar y desterrado del territorio peruano.
Trasladado a Guayaquil, se convierte en consejero y hombre del más íntimo entorno de Bolívar, quien lo lleva con él a Lima en diciembre de 1824. Allí será asesinado un mes después –el 28 de enero de 1825- cuando va camino de una cita amorosa, por orden de uno de sus enemigos jurados: José Sánchez Carrión, dilecto representante de la oligarquía limeña.
Pocos días antes, el tucumano había comenzado a redactar uno de sus escritos más importantes: “Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispanoamericanos y plan de su organización”, notable documento geopolítico, lamentablemente inconcluso, en el que plasma la que fue idea central de los grandes patriotas del continente, comenzando por el propio Monteagudo: “… formar un foco de luz que ilumine a la América; crear un poder que una las fuerzas de catorce millones de individuos; estrechar las relaciones de los americanos, uniéndolos por el gran lazo de un congreso común, para que aprendan a identificar sus intereses y formar a la letra una sola familia”.
Sus aportes a la revolución latinoamericana no han sido aún reconocidos. Mientras algunos historiadores lo califican de exasperado defensor de los ideales de la Revolución Francesa, otros en cambio, le adjudican vicios e toda índole –“lúbrico, cínico”- para descalificarlo e incluso algunos, desde su perspectiva racista creen denigrarlo al sostener, con énfasis, “sus rasgos amulatados”.

jueves, 5 de octubre de 2023

JUAN SAÁ (1819-1884)

Por Norberto Galasso
Nace en San Luis, el 20 de mayo de 1819. Cursa estudios en la provincia y luego se incorpora a las luchas militares.  En 1855, es teniente coronel de las fuerzas provinciales. En 1859, se suma a las fuerzas de la Confederación enfrentadas a la segregada Buenos Aires. Participa en la batalla de Cepeda, donde se destaca en la persecución de las fuerzas de Mitre.
El 25 de febrero de 1860 es designado gobernador de la provincia de San Luis. Nombra ministro de gobierno al Dr. Carlos Juan Rodríguez. En noviembre de ese año, producida la insurrección liberal que dirige Antonino Aberastain en San Juan que derroca y asesina al gobernador Virasoro, el presidente Derqui designa a Saá, en el cargo de interventor, para restablecer el orden. El 11 de enero de 1861, Saá derrota a los insurrectos en la “Rinconada del Pocito”. Mientras él se dirige a la Capital, Aberastain queda preso bajo custodia del comandante Clavero. Poco después, Saá se informa que ante la sublevación de Aberastain, Clavero decide fusilarlo, sin sumario previo, junto a los demás presos sublevados. Cutolo señala que algunos autores sostienen que en su informe sobre lo sucedido, Saá le escribe al Presidente que “Aberastain ha sido ejecutado a lanza seca” y que de allí provendría el apodo –“Lanza Seca”- con el cual se lo conocerá posteriormente, aunque considera que esto no se halla debidamente fundamentado.
Convertido en uno de los principales jefes de la Confederación, Saá participa, poco después, en la batalla de Pavón, donde vuelven a enfrenarse la Confederación y Buenos Aires. Allí juega un rol destacado, pero Urquiza se va al galope de los campos de Pavón, dejándole a Mitre el camino libre hacia el poder. El presidente Derqui juega su última carta designándole a Saá como jefe del ejército de las columnas centrales de la Confederación, pero ya todo está perdido. Años después, Alberdi se refiere a Saá como “el verdadero vencedor de Pavón”.
Pocas semanas más tarde, mientras Mitre se encarama al poder, “Lanza Seca” se exilia en Chile. Sin embargo, desde allí pasa a la Banda Oriental, poniéndose a las órdenes del presidente Berro, del Partido Blanco. Esta actitud no debe llamar la atención pues para Saá, como para Varela, las fronteras de las “patrias chicas” carecen de importancia frente a la gran causa común hispanoamericana.
Allí, enfrenta a Venancio Flores, expresión del partido colorado oriental en estrecha vinculación con Mitre. Poco tiempo después, junto a su hermano –Felipe Saá- participa de la “revolución de los colorados”, que estalla en Cuyo bajo la dirección de Carlos Juan Rodríguez y otros jefes montoneros, entre ellos Felipe Varela, creando una difícil situación al gobierno de Mitre. Sarmiento escribe exasperado: “… Felipe Varela, Juan Saá, Solano López… son las fuerzas íntimas del alma de la vieja América”.  Pero las fuerzas mitristas, mucho mejor pertrechadas, sofocan el levantamiento. Saá y sus compañeros vuelven a exiliarse en Chile.
En 1877, se presenta un petitorio, con 6000 firmas, para la rehabilitación militar de Saá, pero es denegada por el Congreso. Saá lleva ya diez años de exilio. En 1880, después de trece años, regresa a la Argentina e intenta nuevamente que se le vuelva a asignar su grado militar, pero otra vez el Congreso Nacional se manifiesta negativamente.
Reside un tiempo en San Luis, pero, el 6 de julio de 1884, hallándose en Villa María, localidad de Córdoba, fallece repentinamente.
Cutolo señala que “la figura del General Saá ha sido calumniada sistemáticamente, considerándosele un personaje nefasto, ominoso, carente de todo sentimiento humano, cuya acción –se dijo- estuvo permanentemente al servicio de la barbarie”. Por supuesto, ¿qué otra cosa podría decir la historia mitrista de un hombre que fue enemigo acérrimo de Mitre, contra el cual luchó en defensa del federalismo provinciano? Pero hay algo aún más grave que esos dicterios: el silenciamiento, el ocultamiento de su figura porque si los estudiantes no saben siquiera que existió, es menor aún la posibilidad de que intenten investigar la verdad y concluyan reivindicándolo.
Cutolo señala que José María Tissera, en sus memorias, lo juzga “poseedor de una caballerosidad, valentía y hombría de bien, de indiscutibles méritos y cuya acción fue realmente merecedora de toda consideración”. Otro historiador señala “Era un tipo activo, valiente, generoso y nobilísimo, quizás su bondad era su defecto… A ninguno de los tres hermanos Saá, jamás nadie les atribuyó acciones canallescas”.
Como se aprecia, se trata de “un maldito”, una víctima más del control que la clase dominante ejerce sobre la Historia que se enseña en los diversos niveles de la enseñanza, difundida, además a través de los medios de comunicación y la nomenclatura de calles y plazas.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Saúl Ubaldini (1936-2006)

Por Fernando Arcadini
Saúl Ubaldini nació el 29 de diciembre de 1936 en el Hospital Salaberry, en el barrio de Mataderos, donde se crió en el seno de una familia humilde que encabezó su padre, Antonio Victoriano Ubaldini, que fue mozo y luego obrero del Frigorífico Lisandro de la Torre, y su madre, Carmen Guida, ama de casa y trabajadora textil. Se recibió de técnico industrial en la E.E.T. Nº 4, fue un ferviente católico, militante peronista y fervoroso quemero. Contrajo matrimonio con Felisa Pazos y años después con Margarita Muñoz y fue padre de tres hijos varones.  Tras cumplir el servicio militar en la Marina trabajó como cadete, como aprendiz de taller mecánico y en una farmacia, hasta que a comienzo de los ’60, siguiendo los pasos de su padre ingresó en el gremio de la carne desempeñándose en los frigoríficos Lisandro de la Torre y Wilson. En esos años fue elegido delegado, comenzando así, de la mano de un gran dirigente gremial, Sebastián Borro, su ascendente carrera como gremialista. Eran los años de la resistencia obrera frente al atropello de dictaduras militares y gobiernos civiles pseudo democráticos.
Como les ocurriría a tantos otros luchadores populares, luego del golpe militar de junio de 1966 fue cesanteado. Así fue que cambió el gremio de la carne por el cervecero al conseguir, en 1969, un puesto de trabajo en una fábrica de levaduras de cerveza, la Compañía Argentina de Levaduras. Siendo todavía un dirigente cervecero apenas conocido cuando se ganó los odios del interventor militar de la CGT: leyó un mensaje público a sus compañeros presos. En 1972, se lo eligió secretario de la Federación Obrera Cervecera Argentina (FOCA), y en 1976 se convirtió en el Secretario General de la Federación de Sindicatos Cerveceros.  En 1977, en plena dictadura militar integraría junto a un grupo de compañeros sindicalistas la ‘Comisión Nacional de los 25’, agrupación de sindicatos que expresaban al núcleo más combativo contra el ‘Proceso’.   En 1978, cuando la muerte arreciaba todos los rincones de nuestra patria y muchos políticos, intelectuales y mismos sindicalistas rendían pleitesías a los señores de la muerte, Ubaldini reclamaba: “Debemos comprometer hasta la última gota de nuestra sangre para impedir que se repita otra Dictadura que, como ésta, suma al país en oprobio, miseria, hambre y dolor de perder a sus mejores hijos; y la democracia es el único medio que conocen los pueblos libres para hacer sus revoluciones en paz”.  Aquella comisión de los 25 le hizo el primer paro nacional a la dictadura el 27 de abril de 1979, cuando hacer un paro no era sólo hacer un paro. La huelga concluyó con represión y cientos de dirigentes sindicales heridos y presos.
A comienzos de 1979 Ubaldini pasó directamente de la Federación Cervecera a ocupar la secretaría general de la CGT, y al producirse la división entre la CGT ‘Azopardo’ y la CGT ‘Brasil’, optó por la segunda junto a Lorenzo Miguel, Diego Ibáñez y al ‘sector de los 25’ asumiendo la conducción de la misma en diciembre de 1980.   Ya como secretario General de la CGT Brasil, el 7 de noviembre de 1981, convocó, en el barrio de Liniers, a una marcha a la que asistieron unas 10 mil personas en reclamo de pan, paz y trabajo a San Cayetano, constituyendo la misma, la primera expresión multitudinaria de oposición al gobierno militar.
El 30 de marzo de 1982 protagonizó una jornada de lucha contra la dictadura donde hubo una durísima represión policial, estuvo detenido en el penal de Caseros. Sin embargo el 16 de diciembre de 1982 nuevamente está en la calle junto a los obreros y al pueblo argentino en otra jornada de huelga y movilización contra la dictadura genocida.  Este accionar constante contra la dictadura militar llevado adelante por Saúl Ubaldini le valió en el 2005 ser homenajeado con una medalla ‘por su aporte a la recuperación de la democracia’ por parte del Movimiento de Trabajadores para la Victoria (MTV), conducido por los diputados nacionales Edgardo Depetri y Francisco ‘Barba’ Gutiérrez.  Con la vuelta de la democracia se convirtió en el principal referente y líder opositor al gobierno de Raúl Alfonsín, en febrero del ’84 organizó una marcha a la plaza de los dos congresos para oponerse a la llamada Ley Mucci y al frente de una poderosa CGT unida realizó trece paros nacionales al gobierno radical. Su imagen, con su clásica campera de cuero negra, sería a partir de entonces familiar a todos los argentinos, aunque no en todos generaría los mismos sentimientos.  El 8 de noviembre de 1986, se normaliza la CGT tras una década de intervención y Ubaldini es elegido secretario general, cargo que desempeñará hasta 1990.   Ubaldini fue además el primer titular de la CGT que participó en una marcha en defensa de los derechos humanos hacia la Plaza de Mayo, el 6 de septiembre de 1985, para exigir el castigo de ‘los culpables del genocidio padecido por la militancia en la Argentina’.
Ante el marco de regresión económica que planteaba el Plan Austral del entonces ministro Juan Vital Sourrouille, impulsó desde la CGT como alternativa al mismo, un documento de 26 puntos, cuyo primer punto era la moratoria de la deuda externa y el segundo la exigencia de implementación de políticas de desarrollo industria, que luego sería la base de la plataforma de la fórmula Menem-Duhalde en 1989.
Su indudable poder de convocatoria es de gran importancia para los candidatos del peronismo durante su campaña electoral. Más aún, fue tal vez Ubaldini la pieza clave del triunfo del 14 de mayo de 1989. A pesar de ello, luego del triunfo, vendría la traición. Quizá ésta ya se pudo sentir en el mismo día del triunfo electoral cuando “en el hotel Presidente iba a hablar Saúl Ubaldini desde el balcón… pero no lo dejaron”.   Ese momento es considerado por algunos como sintomático de lo que sucedería días más tarde en el Congreso de la CGT del Teatro San Martín, cuando se produce una nueva fractura de la central sindical provocada esta vez desde un gobierno en teoría peronista con apoyo del sector que lideraba Luis Barrionuevo.
El 14 de noviembre del ‘ 90 se producía de su mano y en condiciones de debilidad manifiesta la primera movilización contra la política económica del gobierno liberal de Menem, se esperaba la convocatoria al primer paro nacional contra la política menemista, pero, aunque contaba con el apoyo de hombres como Mario Bornio o el ‘Barba’ Gutiérrez, el cambio de filas de la UOM y otros sindicatos importantes decretaron la derrota del sector combativo liderado por Ubaldini quien “pasó a ocupar una oscura oficina del edificio de Azopardo e Independencia. Una parábola no sólo del peronismo, sino también de la desindustrialización”.   En 1991 decide junto a varios compañeros que lo apoyan, postularse por fuera del PJ como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, pero es derrotado por Duhalde en forma categórica (su partido la Acción Popular por la Liberación, el obtiene el 2,2 % de los votos). En agosto de 1992 la CGT se reunifica y Ubaldini es dejado de lado. La derrota era total, no sólo en el plano político, sino también en el sindical. El gran líder sindical de ayer había sido vencido y aislado por los traidores al movimiento obrero organizado.  Sin embargo, seguirá dando la lucha política dentro ahora del PJ, (cuando un Eduardo Duhalde alejado ya por entonces del presidente Menem, comienza a rejuntar a los compañeros que se oponen al presidente), en su pretensión de que el movimiento obrero ocupe un espacio en el Congreso. Así es electo diputado nacional por Buenos Aires para el período 1997-2001 y reelecto para el período 2001-2005. Desde su banca y pagando un alto costo por su reinserción política, votará la ley de flexibilización laboral de septiembre de 1998, opacando su labor legislativa como defensor de los intereses obreros en particular y los nacionales en general, accionar que no condice con su conducta histórica y que lamentablemente se constituye en una mancha, una traición, en su extensa vida político-sindical, sólo posible tras sufrir duras derrotas. Sin embargo dos años más tarde, durante el gobierno de la Alianza, se opondrá duramente a la llamada “Ley Banelco” y a fines de 2003 presentará un proyecto de ley que reemplace a esta ley mal habida.  También se desempeñó como presidente de la Comisión de Legislación del Trabajo de la Cámara Baja, y en su carácter de legislador y demostrando sus sentimientos de solidaridad con los hermanos cubanos integró el “Grupo Parlamentario de Amistad con Cuba”. Saúl Ubaldini fue, a su vez, vicepresidente de la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL), de tendencia socialdemócrata y representante argentino en la OIT.  El final de sus días lo encuentra desempeñándose como asesor en cuestiones relativas a la actividad sindical en el gabinete del ministro de Planificación Federal, Julio De Vido en la presidencia Kirchner.
Falleció en la Clínica del Parque en la cual se encontraba internado desde mediados de octubre, víctima de un cáncer de pulmón, en la noche más precisamente a las 21:05, del 19 de noviembre de 2006; estaba a punto de cumplir 70 años.

Quinquela Martín, Benito (1890-1977)

Por Norberto Galasso
El 21 de marzo de 1890, es abandonado en la Casa de Expósitos de Buenos Aires (Casa Cuna), un niño recién nacido, envuelto en una pañoleta, con una carta que dice: “Este niña ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín”. Después de siete años de vivir en el orfanato, cuidado por las monjas, es adoptado por Manuel Chinchella y Justina Molina, dueños de una carbonería en el barrio de La Boca. Años después, aquella criatura abandonada toma el nombre de Benito Quinquela Martín.
Muy poco tiempo va al colegio, pues el padre, inmigrante italiano, lo requiere como ayudante en la carbonería y también le hace compartir su tarea del puerto, hombreando bolsas. En el negocio paterno, en los ratos libres, el muchachito empieza a dibujar, utilizando trocitos de carbón.
A los 17 años, comienza a estudiar dibujo y pintura con Alfredo Lazzari, completando su aprendizaje en la biblioteca del Sindicato de Caldereros. Pero el viejo Chinchella no está de acuerdo con esas inquietudes de Benito y después de una fuerte discusión, éste resuelve abandonar a la familia. Así, durante un tiempo, carga bolsas, para asegurar el alimento por unos días en los cuales no trabaja sino que ambula por el puerto, con su caballete y sus pinceles, atraído vivamente por los barcos, el Riachuelo, su gente… Finalmente, el reclamo de la madre lo regresa al hogar y acuerda un armisticio con su padre.
A los 20 años, expone por primera vez en una sociedad de socorros mutuos de La Boca. Luego, el 4 de noviembre de 1918, realiza su primera exposición individual en la galería Witcomb y ya firma Benito Quinquela Martín.  En 1922, pinta la tela que más quiere –“Crepúsculo”- por la cual, tiempo después, Mussolini le ofrece un cheque en blanco, que él rechaza diciendo que esa tela no la vende. En esa época, comienza a hacer exposiciones en el exterior: Brasil, España, Italia, Nueva York, Cuba, Londres. Es un pintor auténticamente original y sus cuadros provocan el interés del público. Sin embargo, galerías, críticos y académicos, fervorosos de las vanguardias que llegan desde Europa, lo descalifican. ¿Qué es eso de cuadros con rústicos trabajadores del puerto? ¿Qué es eso de figuras que hombrean bolsas, agobiadas por el trabajo, creando una sensación de injusticia o de explotación? Y además, ¿cómo soportar su insistencia en el arte figurativo cuando las vanguardias europeas incursionan en una plástica novedosa, quebrando las imágenes, apelando a símbolos, dejando vagar libremente el inconsciente?
En 1924, el crítico Atalaya (Alfredo Chiabra Acosta) “increpa a Quinquela, quien parece que pinta sus cuadros con gomera, de las que se usan para cazar pajaritos… Su pintura es ruido chillón y gangoso de un jazz-band tartamudeado por un fonógrafo barato”. Se difunde entonces la opinión de que Quinquela se coloca al margen de la plástica, pues “no encaja entre nuestros grandes del academicismo naturalista (De la Cárcova), ni tampoco en el grupo menos universal y más argentino que formaban Cesáreo Bernaldo de Quirós o Caraffa, ni tampoco con la vertiente impresionista en su modalidad europea (Fader)”. “Es que no se puede pintar –afirman severamente críticos y docentes- con absoluto divorcio de lo que se hace en Europa y de lo que entronca con sus escuelas”, así como “no se puede ser distinto”. Allá está “la civilización”, según explicó Sarmiento y allá también la vanguardia artística, la guía orientadora. Así se “lo soslayó plásticamente”, se “lo marginó de la Academia”.
Él, por su parte, continúa expresando su mundo popular La Boca, nutriendo sus cuadros con obreros, barcos, atardeceres… y el Riachuelo siempre. Para resistir, se recuesta, a veces, en algún presidente (Alvear) o recurre a las giras buscando su público en ámbitos menos coloniales. Y muy especialmente se apoya en “su” barrio, los vecinos, los changarines, los trabajadores del puerto, todo ese mundo que él “pinta de memoria”, alejado de los dueños de la cultura oficial.
Imprevistamente, le llega, desde lejos, algún reconocimiento: “El único pintor moderno susceptible de comparación con Quinquela Martín es Vincent Van Gohg –afirma James Bolívar Mason, director de la Tate Gallery de Londres-. Hay entre ellos un parentesco espiritual. Van Gohg, torturado por una conciencia demasiado intensa de la calidad de su vida, encontró alivio en la expresión de su emoción en el lienzo”. Osiris Chierico recuerda esta comparación y aunque la encuentra subjetiva, se anima a postular una comunidad de acercamiento existencial a la realidad entre “Los comedores de papas” y los personajes doblados bajo su carga de los estibadores del Riachuelo. Esta comparación suena escandalosa a los oídos de muchos. La discriminación continúa, mientras él, tozudamente, persiste en sus temas y su forma.
En 1938, abre el Museo de Bellas Artes de la Boca, donde instala su taller. Y en razón de que sus cuadros se venden –a pesar de la crítica- se ocupa de su barrio, a través de una importante acción social: una escuela primaria en el edificio del Museo, un instituto odontológico infantil, un jardín de infantes, una escuela de artes gráficas, un lactario, el teatro de la Ribera y la conversión de un abandonado desvío ferroviario en una calle para el arte popular: “Caminito”.
Los artistas exquisitos lo mantienen todavía a un costado de lo que llaman “arte”. Rafael Squirru comenta que “a mediados de la década del 50, cuando puse mis energías al servicio del nacimiento del Museo de Arte Moderno, un grupo de jóvenes y valiosos artistas decidieron que me descalificaba para tal empresa el grave hecho de que tenía colgada en mi casa una gran tela de Quinquela Martín”.
No faltan, sin embargo, los que reconocen su importancia. Osiris Chierico “da en la tecla –escribe Miguel Briante- de lo que siempre se ha eludido al hablar de Quinquela: la conjunción entre la técnica de sus mejores cuadros y lo que esos cuadros están diciendo”. Se podría decir que en muchos de esos trabajos, Quinquela enfrenta la convención según la cual la Boca, el puerto, eran paisajes típicos suavemente “pintorescos”. Por el contrario, Chierico anota muy bien: “Doblados bajo las bolsas, en un desfile incesante de hormigas agobiadas por el peso de la comida –y de una comida que escasamente es para ellos- los portuarios de Quinquela emergen dramáticamente de un submundo que la pintura argentina se había negado dejar pasar por la aduana de las cosas bellas”.
“Los cuadros de Quinquela –agrega Briante- no son ni un canto al progreso, tipo Billiken, ni un cartel de protesta social; los hombres, los barcos, el agua que los habita son muchas veces la honda expresión de un arrabal del mundo en el que se mide con mayor rigor el sentido de la existencia humana. En esos intentos subterráneos, dostoievskianos, hay un dolor, una carga que se va desatando como un leit motiv silencioso, aún al costado de sus paisajes apurados o de sus concesiones a su propia imagen costumbrista, la única aceptada por los forjadores de la cultura nacional”.
En 1972, Quinquela es homenajeado en la sala de exposición del Palais de Glace. Muere cinco años después, el 28 de enero de 1977, luego de haberse ocupado con sumo interés en pintar con alegres colores su propio ataúd.  Catorce años más tarde, en setiembre de 1991, el diario Página/12, afirma que “en el Museo Nacional de Bellas Artes se realiza, por fin, una muestra en la que se reúnen sesenta y dos obras de Benito Quinquela Martín, seguramente el más popular de los pintores argentinos. Esa reivindicación tan póstuma como justiciera… cumple en cerrar la brecha de marginalidad académica que sufrió el artista de La Boca”.

martes, 3 de octubre de 2023

Bartolomé Mitre según Miguel Angel De Marco (liberal)

Da pena que en este momento Mitre tenga tan poca prensa en medios oficiales y escuelas. Por eso es conveniente hablar de él donde se pueda, porque encarna ideales necesarios para que la Argentina salga adelante. Su presidencia fue la de un hombre maduro, que no abandonaba su pasión intelectual. A lo largo de su existencia, mientras peleaba en los campos de bata­lla, regía los destinos de su provincia y del país, participaba en las luchas parlamentarias, se desempeña­ba como diplomá­tico y presidía uno de los grandes partidos políticos de su tiempo, echaba las bases de la historia científi­ca en la Argentina, redacta­ba perió­dicos de cultura y de combate y daba vida a un órgano destina­do a sobrevivirlo: LA NACION. Además, fundaba insti­tuciones, inspiraba iniciativas y mantenía fluido contacto epistolar sobre los más variados temas con ilustres personajes del país y el extranjero”.
Los temas vinculados con la historia naval argentina y americana preocuparon a Mitre desde su juventud, cuando había sido testigo junto con sus hermanos, en la infancia, de la batalla de Carmen de Patagones, en que se produjo el ataque a esa ciudad por parte de la marina del Imperio del Brasil para combatir a los corsarios que respondían a las órdenes del almirante Brown en desproporcionada lucha contra la marina de aquel país.  Mitre se convirtió en uno de los defensores de Montevideo sitiado por las fuerzas del general Manuel Oribe y comenzó a escribir el Diario de la juventud en que anotaba sus vivencias de combate y sus lecturas frente al enemigo. Durante su exilio en la Banda Oriental entrevistó a figuras que habían participado junto a San Martín en la formación de la escuadra libertadora al Perú, y conoció a los intelectuales y políticos “proscriptos” por el rosismo, como Esteban Echeverría y josé Mármol. Sus apuntes y los documentos que recogió sirvieron para trazar el perfil de figuras como Manuel Blanco Encalada, Thomas Cochrane e Hipólito Bouchard entre otros.
Después de Caseros, conoció en Buenos Aires al almirante Guillermo Brown.  Lo visitó varias veces en su quinta de Barracas, escuchó los relatos de sus fantásticas aventuras por los mares del mundo, estimuló al viejo marino a que escribiera sus memorias sobre las luchas navales en que había intervenido y lo despidió en la hora de su muerte. A lo largo de su existencia, en medio de sus obligaciones cívicas y militares, e incluso durante la presidencia de la Nación, se ocupó de reunir memorias e instar a los actores sobrevivientes a que las redactaran, lo cual le permitió ampliar los testimonios documentales que poseía. Mitre entrevistó, al marino y político José Matías Zapiola, el doctor Victorio Anastasio Echavarría y la esposa de Bouchard, Norberta Merlo. “Mitre no era un historiador frío sino también un hombre de letras, dueño de una prosa sensacional”.  
Militar, escritor, gobernante/larga serie de triunfos evoca/ Y por si ello no fuera bastante/ nos tradujo el poema del Dante/ y se puso de acuerdo con Roca”.

lunes, 2 de octubre de 2023

Carta de Perón a Aramburu

 República de Panamá, 8 de marzo de 1956.

Al General Aramburu. Buenos Aires

He leído en un reportaje, que Ud. se ha permitido decir que soy un cobarde porque ordené la suspensión de una lucha en la que tenía todas las probabilidades de vencer. Usted no podrá comprender jamás cuánto carácter y cuánto valor hay que tener para producir gestos semejantes. Para usted, hacer matar a los demás, en defensa de la propia persona y de las propias ambiciones, es una acción distinguida de valor.
Para mí, el valor no consiste —ni consistirá nunca— en hacer matar a los otros. Esa idea sólo puede pertenecer a los egoístas y a los ignorantes como usted. Tampoco el valor está en hacer asesinar a obreros inocentes o indefensos, como lo han hecho ustedes en Buenos Aires, Rosario, Avellaneda, Berisso, etc. Esa clase de valor pertenece a los asesinos y a los bandidos cuando cuentan con la impunidad. No es valor atropellar los hogares humildes argentinos, vejando mujeres y humillando ancianos, escudados en una banda de asaltantes y sicarios asalariados, detrás de la cual ustedes esconden su propio miedo.
Si tiene dudas sobre mi valor personal, que no consiste como usted supone en hacer que se maten los demás, el País tiene muchas fronteras; lo esperaré en cualquiera de ellas para que me demuestre que usted es más valiente que yo. Lleve sus armas, porque el valor a que me refiero, sólo se demuestra frente a otro hombre y no utilizando las armas de la Patria para hacer asesinar asus hermanos. Y sepa para siempre que el valor se demuestra personalmente y que, por ser una virtud, no puede delegarse. Hágalo, sólo así me podría probar que no es la gallina que siempre conocí.
Si usted no lo hace y el pueblo no lo cuelga, como merece y espero, por salvaje, por bruto y por ignorante, algún día nos encontraremos. Allí, le haré tragar su lengua de irresponsable.

Juan Perón, General.
Comando Nacional del Partido Peronista


domingo, 1 de octubre de 2023

Mitre Historiador, segun el revisionismo de la Izquierda Nacional

Por el Prof. Jbismarck

Comienza con “Historia de Belgrano y la independencia argentina”, de la cual aparecieron adelantos hasta que se publicó completa, en 1876. Resulta un importante trabajo heurístico, con 3000 fuentes. Respecto a la interpretación se caracteriza por: una Historia impulsada por grandes hombres;  La Revolución de Mayo dirigida al comercio libre, antihispánica y probritánica;  Moreno, “el numen de Mayo”; liberal y probritánico, pero sin el Plan de Operaciones.;  Visión porteñista; Antiartiguismo, “No era una idea lo que impulsaba a los pueblos por este camino (el de Artigas); era un instinto ciego en las masas y una ambición bastarda en sus directores... Esa federación no era sino una logia de mandones, dueños de vidas y haciendas, que explotaban las aspiraciones de las multitudes, sometidas a la dominación despótica y absoluta de Artigas”, “El Protector era el jefe natural de la anarquía permanente... Enemigo de todo gobierno general y de todo orden regular” El defecto de la historia de Belgrano es estar sacada de los documentos oficiales... en los que nunca aparece la verdad histórica. A su vez, Alberdi sostuvo: “La ‘Historia de Belgrano’ es leyenda documentada, fábula revestida de certificados”. La otra obra importante de Mitre es la “Historia de San Martín y la emancipación sudamericana” (1877). Sobre esta obra puede señalarse: un perfil antilatinoamericano, marcando un claro antagonismo entre San Martín y Bolívar. San Martín, con su plan de “nueva constelación de estados independientes”, opuesto al “sueño delirante de la ambición de Bolívar”. Reniega de la tradición hispánica que habría traído “absolutismo y servidumbre feudales”, mientras que “más feliz, la América del Norte, fue colonizada por una nación que tenía nociones prácticas de libertad y por una raza viril, mejor preparada para el gobierno de lo propio, impregnada de un fuerte espíritu moral que le dio temple y carácter”

Retoma la concepción civilización y barbarie. “Rivadavia es el más grande hombre civil de los argentinos”.  Agravios a Artigas, en la “Historia de Belgrano”.  Elogio al capital inglés en un discurso pronunciado en la inauguración del Ferro-Carril del Sud de Buenos Aires, “¿Cuál es la fuerza que impulsa este progreso? Señores: es el capital inglés. Desearía que esta copa fuese de oro, no para adorarla como al becerro de la antigüedad, sino para poderla presentar más dignamente como el símbolo de las relaciones amistosas entre la Inglaterra y el Río de la Plata, nuestra amiga cuando éramos colonias, y nuestra mejor amiga durante la guerra de la independencia. En 1806 y 1807 los ingleses nos trajeron hierro en forma de espadas y bayonetas, y plomo y bronce en forma de balas y cañones, y recibieron en cambio hierro, bronce, plomo y fuego, y su sangre y la nuestra derramada en las batallas fue oreada por el pampero en las calles de Buenos Aires.  Después vinieron con hierro en formas de picos y palas, con algodones, con paños y se llevaron en cambio nuestros productos brutos para convertirlos en mercaderías en sus manufacturas. Esto sucedía en 1809. desde entonces quedó sellado el consorcio entre el comercio inglés y la industria rural del país. Los derechos que los negociantes ingleses abonaron en aquella época a la Aduana de buenos aires, fueron tan cuantiosos que fue necesario apuntalar las paredes de la Tesorería por temo de que el peso que soportaban las echase al suelo. Esta fue la primera hazaña del capital inglés en estos países, que presagiaba la caída de las antiguas murallas y el advenimiento de una nueva época. Verdaderamente, señores, el capital inglés es un gran personaje anónimo cuya historia no ha sido escrita aún (...). Pido solamente al terminar mi tarea, dejar al país con doce millones de rentas, con treinta mil inmigrantes, con quinientas millas de ferrocarril gozando de paz y prosperidad y quedaré satisfecho, como ahora lo estoy al brindar por el fecundo consorcio del capital inglés y el progreso argentino”. Crítica a Rosas, imponiendo la execración a la “Tiranía”.  Exaltación de Lavalle.  Panegírico del comercio libre. “En la guerra del Paraguay... ha triunfado no sólo la República Argentina... sino también los grandes principios del librecambio... Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y gloriosa campaña a recibir la ovación merecida que el pueblo les consagre, podrá el comercio ver inscripto en sus banderas victoriosas los grandes principios que los apóstoles del librecambio han proclamado para mayor gloria y mayor felicidad de los hombres porque también esos principios han triunfado”