Rosas

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martes, 27 de febrero de 2024

La Bandera, Belgrano y Corrientes.

por Jorge Enrique Deniri
El 27de febrero de 1812, Belgrano estableció dos baterías de artillería en ambas orillas del río Paraná, próximas a la entonces pequeña población conocida como Villa del Rosario (la actual ciudad de Rosario). En esa misma fecha, hacia las 1830 horas, y en solemne ceremonia, Belgrano dispuso que fuera por primera vez enarbolada una bandera de su creación (se presume que de dos franjas horizontales, blanca la superior y celeste la inferior). La tradición señala que esa primera bandera izada por Belgrano fue confeccionada por una vecina de Rosario de nombre María Catalina Echevarría de Vidal y quien tuvo el honor de izar la enseña fue un civil, Cosme Maciel, también vecino de Rosario. En esta ciudad se encuentra el Monumento Histórico Nacional a la Bandera asentado en el Parque nacional a la Bandera”.
El posteo, transcribe luego las igualmente hermosas palabras que también la tradición ha consagrado como texto de la Arenga con que Belgrano exaltó el ánimo de sus hombres en aquella oportunidad expresando: “¡Soldados de la Patria! En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Excelentísimo Gobierno: En aquel, la batería de la <<Independencia>>, nuestras armas aumentarán las suyas; juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo <<¡Viva la Patria!>>.
La arenga es el discurso típicamente militar, de soldados, pronunciado singularmente en momentos de exaltación, para motivar a los hombres de armas a empuñarlas como es debido. Manuel Belgrano era asombroso para llevar a lo más alto el espíritu de sus soldados. Incluso en plena batalla era capaz con sus palabras de arrastrar a sus hombres para que lo siguieran en esos actos que gustamos de imaginar en los héroes, pero que rara vez alcanzan la altura, dan la medida y marcan varas tan altas como las belgranianas, en Paraguarí y Tacuarí, cuando sus atributos de Jefe, sus dones de magnífico conductor, los acaudillaron de un modo que el mismo adversario supo hidalgamente reconocer, acordando una capitulación que otorgaba al denuedo un laurel de aquellos que justifican sostener que, si se ha comportado como corresponde, al derrotado le cabe también su cuota de gloria.
Para Corrientes y para los correntinos, el Manuel Belgrano militar, soldado, más que soldado, guerrero, es especialmente significativo, porque es con Belgrano que los correntinos entran por primera vez en batalla durante su expedición al Paraguay, Así pudieron ver y palpar de primerísima mano la fibra y el temperamento del héroe, que atravesó de sur a norte el territorio provincial, enfrentando primero calores y sequía, y después lluvias torrenciales, improvisando materiales de franqueo para atravesar nuestros infinitos cursos de agua, soliviantando hasta voluntades infantiles como la de Pedro Ríos, que como un precursor del Tamborcillo Sardo, marchó a la liza pare encontrar la muerte pero haciéndose inmortal.
Y no nos olvidemos que le debemos igualmente el primer Pueblo Patrio, y eso también en Corrientes. La deuda emocional de Corrientes con él, es inconmensurable, pero no lo es menos la de esa Patria nuestra por la que lo dio todo, y que, entre tantos dones, le debe nada más y nada menos que dos de sus símbolos.
Y la reflexión capital que se me ocurre, es tal vez herética, pero no por eso menos valiosa para ser sopesada: De acuerdo, ¿Qué sería nuestra Bandera sin Belgrano? Y ¿Qué es Belgrano sin nuestra Bandera? Creo que son indivisibles. Imposible imaginar a la una sin el otro, porque como decía aquella ancestral canción escolar, entre sus franjas está “el alma de Belgrano”.
Por eso, a mí, y estoy seguro que a muchos más también, esa Bandera ¡me representa!, por más que voces apátridas como la de la diputada Miriam Bregman puedan pretender lo contrario.
Pero creo que también es necesario reflexionar sobre qué le seguimos debiendo a Manuel Belgrano los correntinos, nativos y por opción, porque con todo lo que nos entregó en aquel momento verdaderamente fundacional del año 1810, no hay fechas de nuestro calendario que honren de modo apropiado sus acciones en nuestro medio. Porque es o debiera ser un héroe correntino más, ocupando en nuestro panteón un sitio equivalente sino superior al de nuestros grandes. Por cierto, nuestros antepasados no vieron con buenos ojos su actuación del año 1811, que con el paso del tiempo se tradujo en la pérdida definitiva del Ñeembucú a manos del Paraguay. Pero ha pasado tiempo suficiente para que las razones de esas antiguas rencillas hayan perdido entidad, y dejen de proyectar sombras imprecisas sobre uno de los Padres de la Patria.  Y aquí se me ocurren dos reflexiones más, una sobre la Bandera y otra sobre la jerarquía de los héroes.
Cuando la invasión paraguaya a la Provincia de Corrientes, Pedro Igarzábal, uno de esos grandes correntinos dignos de más memoria, que unos años después cayó víctima de la epidemia, en su puesto, al frente de la provincia, escribió un diario en el que prolijamente narró los sucesos desde la llegada de los invasores, hasta la incursión de Paunero, que temporariamente retoma la ciudad en el mes de mayo. Uno de sus asientos, habla de la bandera que los partidarios de los paraguayos, los “paraguayistas”, enarbolaban en “La Casillita”, que era el resguardo ubicado en la Punta San Sebastián. Igarzábal los critica acerbamente por alzar la que considera la enseña de la desunión nacional, que en última instancia, era, presumiblemente, la que hoy honramos como Bandera de Corrientes. Según me relató Diego Mantilla, el que nuestra Bandera provincial haya prácticamente desaparecido por tantos años, hasta la década del 80 del siglo pasado, se habría debido a esas circunstancias.
Así, quizá debamos evaluar en qué medida la proliferación de banderas beneficia o desvaloriza a la Bandera Nacional, y en un país más necesitado de unidad que nunca, esa “poligamia banderil” obra en sentido contrario.
No estoy sugiriendo que se supriman las banderas y estandartes, sino que debe reflexionarse con qué significaciones se los carga, y que en ese sentido, el más alto valor indubitablemente, debe ser asignado a la Bandera Nacional, y todas las demás deben estar muy por debajo. Y, personalmente, creo que no debe otorgarse significación alguna, ni siquiera decorativa, a esas enseñas multicolores, ajenas por completo a nuestra cultura, que pretenden, y poco menos exigen, ser colocadas al mismo nivel de nuestra enseña Patria. Por otra parte, así como es irrelevante el papel jugado por el Reglamento de Belgrano para los pueblos misioneros, porque lo desautorizaron y nunca pasó del papel, es falso que, más allá de algunos simbolismos, como el sol de rostro incaico, los asambleístas de 1813 hayan pensado compartir el poder con los primeros pobladores. Sería hermoso que hubieran llegado tan lejos, pero cualquier análisis serio, que supere lo retórico, nos mostrará que no fue así. La correspondencia misma de Belgrano en su hégira paraguaya, muestra que tiene una opinión más bien pobre de los indios, al menos como soldados.
El último, pero no el menor de los ángulos del tema de esta nota, es el referido a la proliferación de los héroes.
Personalmente, por el profundo respeto que me inspiran las acciones de quienes nos precedieron, dejando de lado todas las filias y fobias, creo que el panteón de nuestros héroes está muy bien hecho y consolidado. Que así como es inaceptable que se derribe sin más a las figuras consagradas en el ayer, se fabriquen nuevos próceres que ocupen el sitial de los antiguos o los reemplacen.
La iconoclastia siempre es censurable, pero no menos discutible es el deseo de poner al mismo nivel a figuras que tienen un mérito propio indiscutible, pero que de ningún modo pueden instalarse en el estrechísimo espacio que le cabe sólo a los más grandes. El podio de la gloria es mucho más exquisito que el de cualquier Olimpíada.
Específicamente, estoy haciendo referencia a José de San Martín y Matorras, y a Manuel del Corazón de Jesús Belgrano, Los Padres de la Patria. Todos los demás están por debajo, por buenos que hayan sido, no dan la medida, sobran.

viernes, 9 de febrero de 2024

Los invitamos al ZOOM SOBRE HISTORIA: FEBRERO DEDICADO A MARTÍN MIGUEL DE GUEMES Y A JUAN FACUNDO QUIROGA.

 Julio Otaño le está invitando a una reunión de Zoom programada.


Tema: Zoom meeting invitation - Reunión de Zoom de Julio Otaño

Hora: 11 feb 2024 19:00 HS


Entrar Zoom Reunión

https://us04web.zoom.us/j/4854245424?pwd=MHBRcEF4OUMzYmNENENUVkNyTFVrZz09&omn=72103267156


ID de reunión: 485 424 5424

Código de acceso: julio




La Historia, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de vida

Por Alberto Vidal Guerrero
La Historia, afirmaba Cicerón, es luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida. Esta cita latina nos puede ayudar a entender mejor qué es la Historia como ciencia y cuál es la responsabilidad de los historiadores.
Muchos piensan que la Historia son una sucesión de datos objetivos los cuales describen de forma positiva los acontecimientos que sucedieron en el pasado. Nada más lejos de la realidad. Por otro lado, las corrientes posmodernistas sitúan la subjetividad como algo central en la construcción de la historia, es decir: hay tantas verdades y construcciones de la Historia como personas o grupos en el mundo. Puro relativismo.
Por ello mismo traemos esta cita de Cicerón, donde el orador latino no nos dice que la Historia sea “la verdad”, sino la que la ilumina. Es decir, es como un farolillo que nos va mostrando el camino a seguir, siendo lo más importante la actitud en la búsqueda que la propia lumbre, pues ésta a veces alumbrará más y otras menos.
La Historia es vita memoriae, vida de la memoria, no la memoria en sí, sino aquello que le permite respirar. Muchas veces volver a nuestra infancia o juventud nos permite recordar quienes somos, así lo mismo con la sociedad, el pasado nos habla de nuestro presente y de nuestro futuro, por ello también es la Historia magistra vitae.    Por todo esto, la Historia no puede ser una simple adquisición de conocimientos alejados de nuestra existencia y la existencia de nuestro mundo, sino que debe ser concebida como aquellas palabras que nos decía nuestro padre o abuelo, cargadas de experiencia y sabiduría, y que nos guían y acompañan en nuestra vida.
Así pues, por poner un ejemplo, un hecho objetivo como el descubrimiento de América no debe ser considerado simplemente como una anécdota. En 2009 el presidente Barack Obama proclamó el 9 de octubre como día de Leif Erikson, un vikingo noruego que sobre el año 1000 llegó a las costas orientales de Norteamérica. Curioso que el día oficial de este “descubridor” sea tres días antes del avistamiento de tierras americanas por las tres carabelas hispanas capitaneadas por Colón. Si tratáramos el descubrimiento como una anécdota aislada, entonces tanto valdría el descubrimiento de Erikson como el de Colón, incluso situaríamos como más importante el del vikingo solamente por el hecho de que “llegó primero”.
Entonces es cuando llega el farolillo de la Historia, que va más allá de la simple anécdota y no se ciñe al pasado únicamente, sino que ilumina el camino, el ya recorrido, el que ahora recorremos y el que nos queda por recorrer. Y la Historia se pregunta, investiga y no encuentra casualidades. La cultura nórdica se considera a sí misma como originaria de una raza superior, de ahí surgen las grandes controversias raciales del norte de Europa y Norteamérica, controversias que no se encuentran en el mundo latino. Existen innumerables diferencias entre las culturas nórdica y latina, diferencias que se gestaron a lo largo de la historia y cuyas concepciones del hombre y del mundo en el que vive pueden marcar, aún en la actualidad, los destinos de los pueblos y de la sociedad en general.
El conocimiento de estas diferencias entre los muchos acontecimientos, corrientes y personajes de la historia, lo que implicaron y lo que ahora implican, lo que supone recordarlos u olvidarlos, darles mayor importancia o menos, investigarlos etc. todo ello es lo que forma la tarea del historiador. Por ello mismo los historiadores no somos enciclopedias andantes, sino profesionales que aprendemos a guiarnos por esa luz, analizar los hechos desde una perspectiva integral y reflexionar sobre ellos, con el objetivo de compartir lo que descubrimos para que nuestro trabajo contribuya a construir toda una cultura del bien común.

sábado, 20 de enero de 2024

Evita, “irrecuperablemente” peronista

 Por Aldo Duzdevich

Hace un par de años, conversando con una joven compañera jujeña, se me llenó la cabeza de dudas. Puteaba tanto a Perón diciendo que era facho, creador de la Triple A y todo ese discurso tan difundido, que en un momento le pregunté: ¿si vos puteás tanto a Perón, desde dónde te sentís peronista? Su respuesta fue: “de Evita, yo soy peronista de Evita”.  En verdad, no es el único caso que conozco. Existe una construcción imaginaria de un peronismo de pureza revolucionaria, no contaminado con militares –como el general Perón y otros– ni con sindicalistas morochos de dudoso aspecto, ni con pensamientos cristianos –aunque los predique un Papa– ni de toda esa confusa fauna peronista.  Pero el peronismo tiene 75 años de historia: tres cuartos de siglo. Por aquí han pasado todos, los mártires, los héroes, los buenos, los más o menos, y algunos francamente malos. Pero al final quedan los balances. Y en los balances históricos, el peronismo es la única fuerza nacional y popular munida de una doctrina futurista que es capaz de cuestionar la hegemonía del capital concentrado internacional.  A pesar de los pesares, sigue siendo una gran fuerza política con un enorme arraigo popular, por eso algunos buscan apropiarse de sus mitos, de sus símbolos y de parte de su historia. En este intento de apropiación, desde el progresismo, desde la izquierda e incluso desde algún “republicanismo”, toman la imagen de Evita, la separan de Perón y el peronismo, y la reinventan como bandera de un nuevo cóctel político.  Es tan fuerte y ruidoso ese discurso que finalmente uno duda. ¿Será que en realidad Evita había leído a Marx –o a Marta Harnecker– y en 1945 se proponía crear el partido de la vanguardia revolucionaria que condujera al proletariado hacia la revolución socialista? ¿Será que el mensaje subliminal de La Razón de mi Vida era ese y no lo vi?  Bueno, navegando en estas confusiones en las que solemos caer los creyentes, encontré en las páginas de La Izquierda Diario la respuesta a mi crisis de fe: según ellos, Evita era profunda e incurablemente peronista de Perón. La nota lleva por título: “Hace cien años nacía Eva Perón, una figura controvertida”. La frase “figura controvertida” me motivó a leerla. La firma Soledad Domenichetti, quien confiesa que su abuelo materno el día que murió Evita “descorchó una sidra para festejar” y que su abuela paterna “no paraba de llorar”. 

No aclara cómo estaba planteada la lucha de clases en esa familia.  Veamos la línea que baja el diario del partido. Dice Soledad: “Hay que tener en cuenta que los primeros años del gobierno peronista se correspondieron con un período de bonanza económica excepcional en los años de la inmediata posguerra, lo que explica las posibilidades de brindar importantes concesiones a la clase trabajadora; a cambio de la subordinación del movimiento obrero y sus organizaciones al Estado. Y, a su vez, ayudaron a construir el mito de Evita como ‘abanderada de los pobres’”. Anotemos: el peronismo dio importantes concesiones a la clase obrera “a cambio de la subordinación del movimiento obrero y sus organizaciones al Estado” y eso ayudó a construir el mito de la “abanderada de los pobres”.  “En 1948, se creó la Fundación Eva Perón (…) que se ocupó de brindar derechos elementales que debía garantizar el Estado, intentando desligar en la conciencia de los trabajadores sus luchas de la obtención de estos derechos. De esta forma el papel de Eva le permitía al régimen peronista simbolizar el protagonismo de los trabajadores y el pueblo pobre acompañando al proyecto burgués de Perón, perdiendo de esta forma su independencia política”. Anotemos: el papel de Evita era “brindar derechos elementales” y “simbolizar el protagonismo de los trabajadores (…) acompañando al proyecto burgués de Perón”.  “El 9 de septiembre de 1947 finalmente se sancionó la Ley de Sufragio Femenino. (…) La discusión dentro del peronismo era sobre cómo atender a esa realidad insoslayable, pero intentando que esa incorporación de las mujeres a la vida electoral fuera controlada: de ahí la conformación del Partido Peronista Femenino. La campaña por el voto femenino comenzó en enero de 1947 con una serie de discursos que pronunció Eva (…) y fue uno de los ejes que le sirvió para la construcción de su liderazgo. Al colocarse al frente de la campaña, capitalizó toda una historia de luchas infructuosas de grupos feministas y sufragistas de las últimas décadas. (…) Es por esto que ha quedado en el imaginario que fue Eva Perón quién otorgó el derecho al voto. El peronismo aprovechó la lucha de décadas que las mujeres traían consigo, sumándose de manera tardía a la pelea por el voto femenino”. Anotemos: Evita hizo mera demagogia –o populismo, lo llamarían ahora. Se apropió de las sufridas e infructuosas luchas “de los grupos feministas y sufragistas”. Es que el peronismo suele hacer esas maldades: apropiarse de infructuosas luchas de la izquierda y darle nuevos derechos al pueblo.  Se pregunta Soledad: “¿Evita feminista?”. “Hoy, en tiempos de marea verde, para algunos sectores Evita parece haberse transformado en un ícono feminista. ¿Lo es realmente?”. “La concepción de Eva (y con ella la del peronismo) sobre el rol de la mujer está desarrollada en la tercera parte de La razón de mi vida.  Uno de los aspectos que más se destacan es sobre la cuestión de las mujeres y el hogar. Ese lugar, al tiempo que es tradicional y conservador, también se renueva. Pero esa renovación se hace en clave de revalorizar el lugar de mujer-esposa-madre, reforzando los estereotipos femeninos. Decía Eva: ‘El problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema del hogar. Es su gran destino. Su irremediable destino’. El peronismo les planteó a las mujeres que el mundo necesitaba ‘más hogares unidos y felices’”. Sonamos. Según nos cuenta Soledad, Evita tampoco era feminista.  Por si alguno insiste en considerar a Evita como la Fidel Castro en versión mujer, Soledad nos aclara: “La construcción del mito en relación a su personalidad y su rol como protectora y abanderada de los más pobres no escapó a las intencionalidades políticas del momento. Su figura ayudó a forjar la idea de que los trabajadores y sectores populares tienen que seguir líderes buenos y salvadores, en lugar de tomar en sus manos su propio destino y convertirse ellos mismos en sujetos de transformación real”. Anotación final: “Su figura ayudó a forjar la idea de que los trabajadores y sectores populares tienen que seguir líderes buenos y salvadores”. Líder bueno y salvador… no debe ser otro que el mismísimo Juan Domingo Perón.  Bueno, siempre pensé que no hay una Evita diferente al pensamiento y a la acción de Perón. Mucho menos una Evita contradictoria con Perón. O una Evita del látigo, que manipula a un Perón medio sumiso, como la pintó alguna olvidable película argentina. La lectura de la nota de la Izquierda Diario no hace más que confirmar mi presunción. Son trotskistas consecuentes: critican desde su visión al peronismo, y no separan a Evita de Perón y el peronismo. La hacen cómplice. En esto coincido absolutamente. Evita fue y es una parte inescindible del peronismo. Acompañó desde el primero al último de sus días un único proyecto, el mismo de Perón.  Para terminar, voy a citar palabras del compañero escritor Carlos Caramello: “La progresía globalizada ha hecho ingentes esfuerzos por apropiarse de Eva. Desarraigándola de su amor por Juan Perón, que era como su Patria. (…) Eva Perón, para mí, nace como Necesidad, vive como Pasión y se proyecta como Certeza. Pero, para comprenderlo, hay que tener un corazón peronista. Las cabecitas progres perfumadas, seguramente seguirán con su intento de apropiarse del mito, pero sólo su Pueblo, el Pueblo de Eva Perón, estará habilitado a llevar su nombre como bandera a la Victoria”.

jueves, 11 de enero de 2024

Lo de Rucci no fue la CIA: “fuimos nosotros”

Por Aldo Duzdevich
El 25 de septiembre de 2021 el compañero periodista Martín García publicó en NAC&POP una nota titulada “Rucci, los Montos y la CIA”, con un epígrafe entre comillas: “A Rucci lo mató la CIA” (Rodolfo Walsh). No brinda el origen de la cita de Walsh, y es la primera vez que la leo. Pero vuelve ahí Martín con el intento de reconciliar a Firmenich con Perón, formulando la teoría conspirativa de que a Rucci lo mató un misterioso comando paramilitar de la CIA.   En Historia se trabaja con hechos y con interpretaciones. Los hechos son de carácter objetivo y las interpretaciones están condicionadas por la subjetividad de quien las hace. En este caso, el hecho es que un comando acribilló a balazos al secretario general de la CGT dos días después de que Perón ganó su tercera presidencia en 1974, y que en ese momento ninguna organización reivindicó el asesinato. Entonces surgió el “fue la CIA”, la interpretación más común entre la militancia política, incluyendo a los cuadros de base montoneros. Nadie más que el peor enemigo del Movimiento Nacional podía cometer un crimen de esta naturaleza en ese momento histórico. Ese asesinato solo beneficiaba a los golpistas, a la oligarquía y al imperialismo yanki, como muy bien lo desarrolla Martín en su nota.
Pero la sorpresa fue mayúscula cuando esa noche y los días siguientes en voz baja los cuadros de conducción de Montoneros bajaron a sus bases el “fuimos nosotros”. Recién dos años después, en el número 5 de Evita Montonera de Junio-Julio de 1975 la organización Montoneros –en su órgano de prensa oficial– reconoció la autoría del “ajusticiamiento” de Rucci, junto a otros 15 “ajusticiamientos” que no había asumido públicamente en su momento.  Martín García construye su interpretación a partir del siguiente planteo: “Cuando hay un asesinato, para averiguar quién fue el asesino la pregunta de rigor es a quién beneficia esta muerte”. Y se responde: no se benefició el sindicalismo, ni Montoneros, ni la burguesía nacional, y sí se beneficiaron la oligarquía y el imperialismo yanki. Comparto totalmente esto último. Ese razonamiento fue el que un sector muy importante de militantes montoneros hicimos, y cuya conclusión fue: “si estamos en una organización cuyas acciones se confunden con las de la CIA y benefician al enemigo, estamos en el sitio equivocado”. Así nació la JP Lealtad, disidencia que nos costó desde una campaña de acusaciones descalificatorias que aún hoy perdura, hasta haber sido condenados a muerte o que pusieran bombas en nuestros locales. No sé dónde militaba en ese momento Martín, pero si hubiese escrito eso mismo en 1973 se habría enfrentado a las condenas descalificatorias de Descamisado o del diario Noticias dirigido por Bonasso.   
Existen teorías conspirativas del otro lado que aseguran que Montoneros fue creación del ministro de facto Francisco Imaz y de los servicios de Inteligencia del Ejército. O que Aramburu murió en el Hospital Militar y no en Timote, fusilado por Abal Medina. Estas teorías no tienen ningún asidero fáctico, salvo las suposiciones del estilo “a quién beneficia su acción”. Interpretaciones como las de Martín –“fue la CIA”– refuerzan estas teorías: si los ejecutores materiales fueron cuadros montoneros, pero la orden fue de la CIA, eso daría pie a creer que Firmenich siempre fue un agente del Batallón 601 al servicio de la CIA. Por mi parte, lo considero un personaje de pocas luces y bajo nivel político e intelectual –y con una enorme soberbia–, pero no existe ninguna prueba valedera para tildarlo de traidor a los suyos o de agente del enemigo.   Respecto a la veracidad de la autoría del hecho, algún pasado de copas dirá que el Evita Montonera también fue escrito por la CIA para engañar a los historiadores. Si fue así, los engañados somos muchísimos. Paso a transcribir algunos de los testimonios de reconocidos exmilitantes.
Miguel Bonasso, escritor y exmontonero: “El Pepe Firmenich, de manera fría y seca, nos confirma oficialmente que Rucci fue ejecutado por la Organización. Lo explica en términos estratégicos: la lucha contra el vandorismo… y su responsabilidad en la masacre de Ezeiza. (…) No estoy de acuerdo y lo digo. (…) Firmenich da largas explicaciones e incluso sugiere que el capo de la UOM, Lorenzo Miguel, le dio luz verde al atentado. (…) Al otro día fuimos a cenar con Lino Roque, que me contó con pelos y señales el atentado contra Rucci” (Bonasso, 2000: 141).
Juan Gelman, poeta y exmontonero: “Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia de la clase obrera; se hizo en la concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa para que equilibrase su juego político entre la derecha y la izquierda. Cuando se produce lo de Rucci en septiembre de 1973 y lo de Mor Roig después, hay gente de distinta procedencia que no está de acuerdo. Como conclusión, lo de Rucci iba a cercenar el apoyo de la clase obrera y lo de Mor Roig los apoyos de la clase media” (Mero, 1987: 101).
Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos de la Nación (2003-2012): “No tengo dudas de que a Rucci lo mataron los Montoneros y FAR, que acababan de fusionarse. Lo hicieron con un propósito múltiple: en su delirio habían acuñado la teoría de que había que negociar con Perón, ‘apretándolo con un muerto sobre la mesa’. Al mismo tiempo buscaban congraciarse con Lorenzo Miguel (…) y ajustar cuentas con Rucci. (…) Ni el secretario de la UOM vio con simpatía este crimen, ni a Perón lo ‘apretaron’, sino que se enfureció realmente” (declaración al historiador Santiago Senen González, Todo es Historia, 314, septiembre 1993: 20).  Carlos Mugica, sacerdote: “¿Quién mató a Rucci? Los montoneros. No es lo que yo opino. Lo sé. Los montoneros lo hicieron saber directamente. Le quitaron la alegría tremenda de experimentar a Perón dos días después de ser elegido presidente… Le castraron la alegría y eso es imperdonable. No importa la autocrítica… ¡la cagada que hicieron! Un error tremendo de la burocracia montonera, la nueva burocracia” (en Chivilcoy, noviembre de 1973).   Ernesto Jauretche, exmontonero: “Los compañeros entraron a la casa de al lado como una empresa de pintura. Cuando Rucci salió rodeado de la custodia, estaba completamente a tiro, porque le estaban apuntando de arriba… y además le tiraron una granada” (relato en la película El Golpe, una producción para TV de Anima Films y The History Chanel Latinoamérica, dirigida por Matías Geilburt y locución de Gastón Pauls).   Enrique Gorriarán Merlo, exjefe del PRT-ERP: “La lucha interna entre la izquierda y la derecha peronista se dirimía a tiros. En cambio, nosotros, en todo lo que se refería a dirigentes sindicales o políticos, tendíamos a dirimirlo de otra manera… Igual los Montoneros, poco antes de que asumiera Perón, mataron a Rucci, aunque no se hacían cargo y quedaba la duda. En ese caso tuvimos que sacar un comunicado diciendo que no habíamos sido nosotros; por supuesto que no decíamos quién había sido” (Gorriarán Merlo, 2003: 207).
Juan Gasparini, ex “oficial montonero” y escritor: “Los siete miembros del equipo operativo dirigido por Horacio Antonio Arrue, ‘Pablo Cristiano’, lo acribillaron a perdigones. A dos días del abrumador triunfo electoral de Perón. (…) Si bien no hubo firma pública para la militancia, fue un secreto a gritos que la ‘Traviata’ era la primera opereta de la flamante OPM. (…) Firmenich confesará ante Jorge Asís en Brasil: ‘Nosotros no matamos a Rucci. El error nuestro fue político, no haberlo desmentido en su oportunidad’”. Gasparini reflexiona: “No, pero sí. La equivocación no fue la ejecución, sino el olvido de impugnarla. Si no se la negó fue para capitalizarla entre bambalinas y porque a Perón no debía quedarle duda de quiénes ‘le habían tirado el fiambre’, usando la expresión que volveremos a escuchar en la boca de Firmenich” (Gasparini, 1988: 70).
Carlos Flaskamp, ex “oficial montonero” y escritor: “La idea del comando fuera de control puede ser descartada, porque todas las estructuras estaban bajo control en esta etapa, y también porque sería ilógica, ya que la acción contra Rucci contó con el respaldo orgánico de la conducción y los ámbitos inferiores. (…) En la conducta de Roberto Perdía, quien se autotitula ‘jefe montonero’ y efectivamente lo era en ese momento y también después, hay una evidente intención de embuste cuando un cuarto de siglo más tarde, en su historia lavada de los montoneros, todavía pretende no saber nada del asunto. Lo sabía hasta el último miembro pleno de la organización y tanto más Perdía, que integraba su núcleo nacional de conducción” (Flaskamp, 2007: 122).
José Amorín, ex “oficial montonero” y escritor: “En realidad, el asesinato de Rucci constituyó la forma de zanjar de una vez por todas las discusiones entre Movimientistas y Militaristas. En ese momento en la Conducción Nacional eran ocho. De ellos, cuatro (Firmenich, Hobert, Perdía y Yager) provenían de Montoneros. Tres (Quieto, Roqué, y Osatinsky) de FAR y Horacio Mendizábal de Descamisados” (Amorín, 2005: 253).
Horacio González, exmilitante montonero y escritor: “Yo personalmente imaginé que había una autoría de esa índole y por eso mismo junto a muchas otras personas decidimos dar un paso al costado al poco tiempo de la organización. Rucci es una criatura de él, no era una criatura del peronismo, era un hombre de la extrema fidelidad a Perón. (…) Entonces, creo que Perón valoraba mucho a Rucci, era el secretario general de la CGT y además era el líder de la UOM. Montoneros sabía que si tocaba a Rucci de esa manera –aunque la Historia nunca es fácil de predecir– iba a estar en el límite, y que Perón iba a aceptar esta fuerza antagónica e iba a aceptarlo en conciencia histórica de un modo dialéctico, con negatividad” (La Política On Line, 12-12-2006).
Néstor Verdinelli, exjefe militar de Taco Ralo, FAP: “Montoneros siguió empecinado en dar la lucha en ese terreno superestructural. Esa estrategia culminó con el asesinato de Rucci. Que fue hecho para presionarlo a Perón, para obligarlo a negociar. Error capital, cometido tanto por incapacidad de análisis como por desconocimiento elemental de Perón y su psicología. Rucci era un incondicional de Perón y en su historia no hay nada que justifique matarlo. Allí sellamos la separación de las fuerzas populares y las organizaciones armadas. Después sería sólo un proceso inevitable el ir siendo masacrados a manos de los criminales más crueles de nuestra historia” (Duzdevich, 2015).    Jorge Rachid, exmilitante montonero: “Cuando lo matan a Rucci, estábamos con Greco en la JTP y nos vamos a verlo al Canca en la calle Chile. Empezamos a redactar un comunicado de repudio acusando a la CIA y a los servicios cuando llega un compañero ‘comandante’ que nos dice: ‘¡Paren, boludos, qué están haciendo, si lo hicimos nosotros!’. (…) Para nosotros fue como un mazazo por dos cosas. Primero porque nosotros –pese a estar en JTP– no le teníamos animadversión. Más enemigo nos parecía Lorenzo Miguel, porque en términos de poder político era más fuerte que Rucci, que era el delegado de Perón. Matarlo a Rucci era matarlo a Perón, porque Rucci no tenía otro poder que no fuese Perón. Pero Lorenzo Miguel –que era el jefe del aparato, de las 62, de la UOM, el gremio más poderoso del sindicalismo– estaba hablando con la conducción de la ‘Orga’” (Duzdevich, 2015).
Hernán Patiño Mayer, actualmente embajador en Hungría, cuenta que al día siguiente del asesinato tenían una reunión con el jefe montonero Horacio Mendizábal: “Antes de bajar a buscarlo habíamos estado un rato frente al televisor, mirándolo a Perón en el entierro de Rucci en Chacarita y haciendo nuestras especulaciones. En ningún momento se nos ocurrió la posibilidad de que algún peronista pudiera haber cometido tamaña barbaridad. Bajamos Pedro y yo para ir a buscarlo a Mendizábal. Y en el ascensor le dije: ‘¡qué hijos de puta los del ERP 22 que lo hicieron boleta a Rucci!’. Mendizábal nos miró, casi diría como si fuéramos –tal vez lo éramos– unos pelotudos, y nos dijo ‘fuimos nosotros’” (Duzdevich, 2015).
Pancho Gaitán, exmilitante de la Resistencia Peronista: “Los combativos en el movimiento obrero argentino teníamos una presencia interesante. (…) Sin embargo, éramos parte del movimiento obrero argentino en su globalidad, éramos parte de sus contradicciones, e incluso con el propio Rucci nosotros teníamos contradicciones. Pero de ninguna manera este hecho o las diferencias podrían confundirnos en plantear que su asesinato fuera un hecho revolucionario que sirviera a los intereses del peronismo; al contrario, nosotros creemos que fue un hecho contrarrevolucionario, creemos que fue un vil asesinato y creemos que atentó contra Perón, contra la conducción de Perón y contra el conjunto del movimiento obrero” (Duzdevich, 2015).
Marcela Durrieu, exmilitante de FAP y Montoneros: “La muerte de Rucci fue una provocación abierta. Hasta entonces, salvo excepciones como la muerte de Aramburu, la violencia era contra el enemigo externo y contra objetivos simbólicos. Las organizaciones peronistas no asesinaban personas, y menos civiles, cualquiera fuera su condición política o moral. Los muertos eran en enfrentamientos y, aun así, se consideraban un error en la planificación militar”. El “relato” de Ezeiza fue la excusa para matar personas “en defensa propia”. “Fue una buena ocasión para declararse víctimas del peronismo y en definitiva de Perón” (Duzdevich, 2015).
Vidal Giménez, exmilitante de las FAP y del MVP: “Otra muestra de cinismo político fue la táctica de ‘Operaciones Negras’ dentro de la cual acomodaron el asesinato de Rucci. Cuando nos enteramos por los medios, todos pensábamos que había sido la CIA. Dejamos de ser la organización político militar revolucionaria para convertirnos en una mafia manejada por padrinos: la ética y la moral revolucionaria se iban transformando en el más vulgar maquiavelismo, con el único objetivo de competir con Perón por el liderazgo del Movimiento Peronista con métodos de chantajes constantes, mentiras y violencias” (Duzdevich, 2015).
Arturo Armada, escritor: “Fue clave, el acontecimiento que todo disidente recuerda y menciona como detonante de la disidencia, lo inaceptable, lo insoportable. Que a dos días del triunfo de Perón en las elecciones presidenciales, con el 62% de los votos, se matara al hombre de confianza de Perón, su hombre en el sindicalismo, en la CGT, nos gustara o no. Rucci no nos gustaba, pero matarlo era imbancable” (Duzdevich, 2015).
Miguel Saiegh, economista: “La presencia de Rucci en la CGT era decisiva para sostener el Pacto Social de Gelbard, porque había que generar una instancia de contención que era la CGT. Más allá de que quizás se exageró con los precios controlados o congelados; el acuerdo tripartito estaba; con tropiezos, pero funcionaba. Por izquierda y por derecha se empieza a torpedear el proyecto de Perón. La muerte de Rucci, a los pocos días de Perón presidente, es un hecho gravísimo. No es sólo el daño que le hacen a Perón amputándole uno de sus brazos, es que ese brazo le ayudaba a sostener todo un andamiaje, tanto político como económico-social” (Duzdevich, 2015).
Podría seguir varias páginas más de testimonios. Rescaté solo una parte de los registrados en mi libro La Lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón, poniendo aquellos cuyos nombres han tenido mayor protagonismo público y pueden ser reconocidos fácilmente. Pero estos son los hechos: el 25 de septiembre de 1973, un comando integrado por militantes de FAR y Montoneros acribilló a balazos a José Ignacio Rucci. No fue la CIA, ni el Mossad, ni la Triple A, ni la interna de la UOM. “Fuimos nosotros”, escuchamos de boca de los jefes de la orga en esos días de 1973.



Referencias

Amorín J (2005): Montoneros, la buena historia. Buenos Aires, Catálogos.

Bonasso M (2000): Diario de un clandestino. Buenos Aires, Planeta.

Duzdevich A, N Raffoul y R Beltramini (2015): La Lealtad. Los Montoneros que se quedaron con Perón. Buenos Aires, Sudamericana.

Flaskamp C (2007): Organizaciones Político Militares. Buenos Aires, Nuevos Tiempos.

Gasparini J (1988): Montoneros. Final de Cuentas. Buenos Aires, Punto Sur.

Gorriarán Merlo E (2003): Memorias. Buenos Aires, Planeta.

Mero R (1987): Conversaciones con Juan Gelman: contraderrota. Buenos Aires, Contrapunto.

viernes, 15 de diciembre de 2023

EL TRANVIA QUE CAYO AL RIACHUELO

Desplegando largas banderas argentinas y luciendo enormes escarapelas en las solapas de sus sobretodos, una entusiasta multitud se lanzó a las calles de Buenos Aires a desafiar el frío. Era el 9 de julio de 1930 y, al verlos pasar por la calle Rivadavia, alguien hizo notar la inusitada expresión de patriotismo que convocaba a tanta gente: "¡Por fin las fiestas patrias se festejan como merecen!”, se regocijó uno de los radicales que solía tomar su café en la vereda del Tortoni, cerca del edificio del diario oficialista La Epoca. "Ma' que fiestas patrias... ¡Van todos a despedir al combinado argentino!", le respondió el lustrabotas del café. En ese momento empezaron a oírse los primeros estribillos que auguraban los goles de Manuel Nolo Ferreyra. "¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!", gritaban todos entusiasmados mientras se dirigían al puerto. Allí se embarcarían los jugadores que iban a disputar el primer campeonato mundial de fútbol en el flamante Estadio Centenario de Montevideo.

EL PUENTE. Ese entusiasmo se iba a convertir después en una gran expectativa por el debut del equipo argentino, anunciado para cinco días después. Pero en la víspera, el sábado 12 de julio, la atención sería desviada inesperadamente por el episodio más dramático del año. En esa lluviosa madrugada, Manuel José Rodríguez, un español de 58 años encargado de manejar el puente levadizo Bosch, que la Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur había tendido sobre el Riachuelo, fue como todos los días a “tomar servicio”. Llegó a las 6 en punto, cuando aún no había aclarado y la neblina se extendía en una densa capa sobre las calles de la ciudad. A los cinco minutos de acomodarse en su garita de mando, Rodríguez recibió una señal de la chata petrolera Itaca II, reclamándole paso. “Lo primero que hice fue encender las luces de peligro —contaría después—, para evitar que algún tranvía intentara cruzar en ese momento. Luego puse en marcha el mecanismo y el puente empezó a elevarse. En ese momento me pareció escuchar el ruido de un tranvía y sentí un sudor frío. Me asomé por la ventana de mi garita y vi, entre la niebla, las luces de las ventanillas de un vehículo que acababa de entrar al puente. Medio desesperado, empecé a gritar para que el motorman me escuchara, pero fue inútil. Era el tranvía 105, que venía muy ligero. El conductor no podía escucharme; creo que tampoco tenía tiempo ya de frenar. Pasó debajo mío como una tromba y lo vi caer al vacío en forma espectacular, hasta que se hundió completamente en el río; en ese momento se apagaron los chirridos de las ruedas y se sintió claramente el ruido del impacto con el agua. Después todo fue silencio. Un silencio aterrador. Bajé de la garita y me encontré con otras personas que también habían presenciado la escena y empezamos a planear el auxilio, a pensar cómo diablos podríamos sacar a esa gente de allí dentro”.
El patético relato del guardapuentes sería recogido esa misma tarde en las columnas de Critica, donde en gruesa tipografía se anunciaba la tragedia a toda página: "Un tranvía cayó al Riachuelo. Hay 80 muertos". La noticia se apresuraba a exagerar las cifras, porque los pasajeros del tranvía eran 60. Pero es que esa tarde Critica iba a lanzar una de sus mayores tiradas y necesitaba golpear en su mejor estilo; además, como en ese momento Natalio Botana, su director, se había embarcado en una conspiración política contra el gobierno, aprovechó para culparlo de la catástrofe. “Todo esto ocurre —decía el diario— porque falla la organización de los poderes estatales y se permite que las empresas de servicios públicos estén anarquizadas. ¿Qué hace el señor Yrigoyen?”.

EL TRANVIA. "Yo viajaba sentado en uno de los asientos delanteros —contó Remigio Benadasi—, del lado de la ventanilla. Todas estaban cerradas por el frío y el pasillo estaba repleto de pasajeros. Cuando el tranvía dio vuelta para llegar al puente, vi las luces rojas de peligro y me extrañó que no se detuviera. De repente sentí una sensación parecida a la de los ascensores que bajan rápido y me encontré en el agua. Todavía no me explico como salí del tranvía. Debe haberse roto el vidrio de mi ventanilla, porque tengo una herida en la frente y otra en la mano izquierda. La cuestión es que sin saber nadar, estuve chapoteando un rato hasta que me sacaron”. El testimonio de Benadasi —un mecánico italiano de la Compañía General Fabril que había tomado el 105 en la esquina de San Carlos y Pavón, de Lanús— fue acompañado de aparatosas gesticulaciones. Aún no imaginaba cómo había salvado su vida y se sentía casi un héroe.
El manejo de ese tranvía 105, que unía Lanús con Constitución, había sido confiado a otro italiano. Se trataba de Juan Vescio, un motorman de 31 años, en quien no confiaba ni su propio acompañante, el joven guarda José Angel Rodríguez, de 23 años. “Mi hijo —explicó aquella mañana el padre del guarda— presintió lo que le iba a pasar, porque hoy, antes de salir de casa, le dijo a mi mujer que no sabía si volvería. ¿Y saben por qué dijo eso? Lo dijo porque tenía miedo de que el motorman hiciera alguna macana. Varias veces le oí decir en casa que su compañero era un potrillo manejando y que iba a pedir que lo cambiaran de turno”.
El recorrido del 105 —que había partido de Lanús a las 5 de la mañana— era clave a esa hora. En Gerli primero y en Avellaneda después, el tranvía se llenó de obreros que Iban a trabajar, en su mayoría a Barracas. La fina llovizna hizo que todos se apretujaran en su interior, colmando el pasillo, para eludir la plataforma, y eso impidió que algunos pudieran salir rápido de allí dentro. “Murieron como ratas —imaginó uno de los cronistas de Crítica—, en una confusión horrorosa, en una lucha breve desesperada, en un simultáneo reventar de pulmones y corazones”.
De los 60 pasajeros sólo se salvaron cuatro: Remigio Benadasi, José Hohe, Buenaventura Arlia y Gabina Carrera. Esta última no supo explicar si había salido del tranvía antes o después de que se hundiera: estaba totalmente confundida. Arlia dijo que al quedar con los pies sobre la ventanilla, rompió el vidrio de un golpe y salió en seguida, y Hohe explicó que se sintió de pronto flotando dentro del vehículo y tocando el techo con la cabeza. Como estos dos sabían nadar un poco, pudieron zafarse de la trampa.

EL RESCATE. Las operaciones de rescate fueron confiadas al personal policial de la comisaría 32ª y a un cuerpo de bomberos, pero como ninguno de ellos podía meterse en el Riachuelo para extraer los cadáveres, hubo que recurrir a los buzos del Ministerio de Obras Públicas. Cuando la noticia de este operativo fue dada a conocer, de los suburbios de Buenos Aires comenzaron a concentrarse millares de personas. Se volvió a Juntar una multitud parecida a la que cuatro días antes había ido al puerto a despedir a los futbolistas. Todos se aglomeraron al borde del Riachuelo, para ver de cerca el trabajo de los buzos.
"Yo estaba de guardia en los talleres que el ministerio tiene instalados al borde del Riachuelo, cuando me llamaron de urgencia para esa tarea", dijo con cierta displicencia Antonio Splaguñías, un griego con suficiente experiencia en el buceo. Sin excitarse, el veterano Splaguñías se vistió de buzo y llegó con la escafandra en la mano hasta el lugar, ante la curiosa mirada de los espectadores que balconeaban la escena desde el puente Bosch. Una vez preparado para la inmersión, descendió en el lugar exacto, marcado por el trole que asomaba en la superficie.
"Al penetrar en la plataforma delantera —dice su frío relato— encontré el primer cuerpo. Después supe que se trataba del motorman Vescio. La puerta interna estaba cerrada y me costó abrirla, pero cuando lo hice se me vinieron encima varios cadáveres amontonados. Entonces empecé a atarlos uno por uno, para que se los pudiera sacar mejor. De esa forma recuperamos el primer lote. Después revisé bien el pasillo y aparecieron más, algunos enganchados entre los asientos y otros con los brazos en las ventanillas. Me di cuenta de que estos últimos habían tratado de romper los vidrios para escapar, pero seguramente en la confusión no tuvieron tiempo y se ahogaron enseguida. Estuve largo rato trabajando con el otro buzo, Anastaxis Fotis, griego como yo, con quien sacamos 28 cadáveres a la superficie".
Pero el rescate no había sido completo, porque se sabía que faltaban por lo menos unos veinte cuerpos más. En esa tarea trabajó solo Fotis, quien después contó su aventura con menos aplomo que su colega. "Antes que yo —dijo— bajó otro buzo, Pedro Kodasky, pero como se horrorizó del espectáculo, se puso nervioso y se cortó con un vidrio. Hubo que sacarlo a la superficie porque estaba muy excitado y lastimado. Después bajé yo y me encontré con varios cuerpos enredados en la plataforma trasera, tal vez por la desesperación de salir de allí a tiempo. Colaboré un rato en esa tarea y saqué todos los cadáveres que pude, pero después empecé a sentirme mal y me descompuse. Entonces pedí que me alzaran. Recuerdo que el primer cuerpo que toqué estaba con los brazos extendidos y el agua lo movió hacia adelante de tal manera que se me colgó prácticamente del cuello, como si estuviera aún con vida. Jamás olvidaré ese instante tan terrible para mí”.
Al día siguiente, cuando los ojos de los argentinos volvían a entornarse hacia Montevideo, con la esperanza puesta en el gran equipo de fútbol, todavía quedaba gente en los alrededores del puente Bosch. Eran los que querían presenciar el último acto del drama: el rescate del tranvía 105. A la una y media de la tarde, la gigantesca grúa del Ministerio de Obras Públicas hundió su brazo en el Riachuelo y extrajo el desvencijado vehículo, con sus ventanas rotas y sus ruedas colgando. El peritaje determinó, poco tiempo después, que la responsabilidad del accidente era totalmente de la empresa tranviaria, porque su personal no era idóneo. Las culpas recaían sobre el motorman Vescio, quien dejaba en el desamparo a cuatro hijos y a una viuda embarazada. Sólo hubo una controversia: ¿había sonado la campana de alarma del puente? Nadie la escuchó. Pero las luces rojas estaban encendidas y eso no eximía de culpas al conductor del tranvía.
El único saldo positivo de aquella tragedia fue el dividendo económico que obtuvieron los vendedores ambulantes de pizza y caramelos, quienes trabajaron "como en un día de fiesta" —según sus propias palabras—, y la propaganda que hizo la fábrica de anilinas Sirio al obsequiar a los familiares de las víctimas con 150 paquetes de colorante negro para sus ropas, “como una contribución desinteresada".
Copyright Panorama, 1970.


sábado, 9 de diciembre de 2023

Inteligencia Artificial SÍ – Inteligencia Artificial NO.

Por Jorge Enrique Deniri
Noam Chomsky, un genio irreverente que quizá rompe todos los moldes, opinó recientemente sobre el Chat GPT, exponiendo un punto de vista sumamente crítico respecto de uno de los SIA – Sistemas de inteligencia artificial – más citados del momento. (2023. New York Times, citado por Bloghemia).  Chomsky, con la dureza que lo caracteriza, asevera que “resulta a la vez cómico y trágico, como podría haber señalado Borges, que tanto dinero y atención se concentren en algo tan insignificante, algo tan trivial comparado con la mente humana, que a fuerza de Lenguaje. En palabras de Wihlelm Von Humboldt, puede hacer <<un uso infinito de medios finitos>> creando ideas y teorías de alcance universal”.
Chomsky, un “famoso lingüista, filósofo, científico cognitivo, historiador, crítico social y activista político”, califica “los avances supuestamente revolucionarios… la cepa de la inteligencia artificial más popular y de moda (el aprendizaje automático)” como riesgo de degradar nuestra ciencia y envilecer nuestra ética, “al incorporar a nuestra tecnología una concepción fundamentalmente errónea del lenguaje y el conocimiento”.
Difícilmente se podrían encontrar otras personalidades tan disruptivas con quienes interactuar al modo de objeto de referencia que Chomsky, un intelectual de origen judeo ucraniano, formado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y en Harvard, que es un ateo que se define como anarco sindicalista, crítico feroz de la política exterior de su país (EEUU) y su principal aliado, Israel, considerado primus inter pares en materia de lingüística, que por sus audaces propuestas, entre 1980 y 1992, se ha convertido “en la persona viva más citada en ese período y la octava más citada de toda la historia, justo por detrás de Sigmund Freud y por delante del filósofo Georg Hegel”.
Pero, aunque por el usufructo que hace de la libertad intelectual de su patria, me recuerde demasiado a Voltaire incendiando desde seguros refugios en el exterior todo el sistema de vida y las creencias francesas de la época de Luis XIV, es insoslayable admitir que la brillantez del pensamiento chomskiano ha hecho una y otra vez que los estudiantes se inscriban en listas de espera de seis meses para poder tomar sus cursos en las principales universidades yanquis, y que el mismo diario del que extraigo sus citas, en otro momento – (1979. New York Times. The Chomsky Problem) – lo haya definido como “el más importante de los pensadores contemporáneos”.
En sus manifestaciones, ataca no sólo al Chat GPT, sino también al Bard de Google, un bot que se desarrolló en 2023 como respuesta al éxito de Open Al y al Sidney de Microsoft (una variación del Bing alumbrada también en 2023), considerando que generan “resultados estadísticamente probables, como un lenguaje y un pensamiento de apariencia humana”.
En pocas palabras, Chomsky afirma que estos programas que se apoyan en la acumulación de datos, tienen “su talón de Aquiles” en la “descripción y la predicción” por su incapacidad para aportar explicaciones, por más que las que podemos generar como humanos sean falibles. Así, los programas de inteligencia artificial tienen una capacidad ilimitada para “aprender (es decir, memorizar)”, pero “son incapaces de distinguir lo posible de lo imposible…se limitan a negociar con probabilidades que cambian con el tiempo…Por esta razón, las predicciones de los sistemas de aprendizaje automático siempre serán superficiales y dudosas”.
Pero, además, “la verdadera inteligencia también es capaz de pensar moralmente”, mientras que Chat GPT y los sistemas que le hacen pendant “son constitutivamente incapaces de equilibrar la creatividad con la restricción”, generando de más (tanto “verdades como falsedades”) o de menos (evidenciando “falta de compromiso con cualquier decisión e indiferencia ante las consecuencias).  El polígrafo yanqui, remata sus manifestaciones considerando que “Dada la amoralidad, la falsa ciencia y la incompetencia lingüística de estos sistemas, sólo podemos reír o llorar ante su popularidad”.
Clavando otra pica en Flandes, el (¿la?) periodista científico Jane C. Hu, de Seattle, que entre otros medios, publica en el National Geographic y el Smithsonian, haciendo suyas las palabras de uno de tantos comités legislativos yanquis deseosos de regular la Inteligencia Artificial, señala el último 19 de enero (Letras Libres, El día de la marmota de la Inteligencia Artificial), que “el genio de la inteligencia artificial ya salió de la lámpara y no se puede volver a meterlo” y reflexiona: ”Parece que no se puede detener a la inteligencia artificial, así que la pregunta es: ¿Cómo podemos utilizarla para el bien y evitar que se convierta en una herramienta para el mal?
En otras palabras, ¿regular o no regular? Creo que es un debate que trasciende el plano intelectual o científico, porque moralmente, querámoslo o no, está sobre el tapete en todo sentido, y que la descarnada puja por el poder entre el sindicalismo y el gobierno ha mostrado en toda su crudeza social: ¿Quién gobierna en la República Argentina: los representantes del 56% de los electores válidos, o los gremios?
En punto a regulaciones extremas, con connotaciones sociales, morales y educativas, creo que la más inquietante (para mí), se desprende de un artículo publicado por Claudia Peiró, la conocida periodista de infobae, en ese medio, el 21 de enero, donde da cuenta de que un organismo colegiado de Ontario (Canadá), ha logrado en definitiva que un psicólogo, profesional asociado, sea condenado a un proceso de reeducación, “por cuestionar la doctrina de género”, y más adelante abunda afirmando que “la doctrina de género no puede ser contradicha en público. Hay una policía del pensamiento y de la palabra que vigila y castiga al que se sale del molde”.
Por cierto, que la ideología de género, actualmente permea las vidas de todos nosotros. Sin ir más lejos, al psicólogo canadiense lo condenaron a hacer un cursillo, no relacionado con su práctica profesional, sino sobre la forma en que debía expresarse en las redes.
Por acá nomás, la semana pasada, para poder revalidar mi registro de conductor, tuve que hacer un cursillo digital sobre género y obtener el correspondiente diploma. No tengo empacho en admitir que con el adecuado e itálico y acorrentinado pragmatismo, lo hice, imprimí el diploma, lo adjunté, pagué tutti, retiré el nuevo registro y, “mostrando il dito medio” (haciendo un corte de manga) mental, hice mutis por el foro.
En cambio el psicólogo de marras, Jordan Peterson, que es de una madera más bien anglosajona, le escribió una carta al Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau, “acusándolo de haber instalado una tiranía woke”, y sigue en la parrilla, porque el último mes de agosto, el Tribunal Superior de Ontario falló que el Colegio de Psicólogos podía “limitar su libertad de expresión” ya que “al incorporarse a una profesión regulada”, las personas “asumen obligaciones y deben respetar las normas de su organismo regulador”.
Peterson, apeló infructuosamente, y en su cuenta de Twitter (X), escribió que un tribunal superior de Canadá, “dictaminó que el Colegio de Psicólogos de Ontario tiene derecho a sentenciarme a un campo de reeducación.”
Esta última expresión del profesional, disecciona con lamentable desnudez el virus estalinista (o macartista según quien sea) que subyace en todas las regulaciones. La libertad y la prohibición a outrance, en materia de riesgo pueden ser análogas.
Del mayo francés del 68 con su “prohibido prohibir”, a las “Unidades Militares de Ayuda a la Producción” cubanas, gulags caribeños que, en la práctica, operaban como campos de trabajos forzados para “contrarrevolucionarios” y “reeducaron” a cosa de 50.000 jóvenes, media un geme de distancia.
En suma, como pasa tantas veces, en el transcurso del proceso de lecturas previas, la nota se desvió de lo históricamente correcto en materia de imágenes, que era la hipótesis de trabajo inicial, a una serie de transcripciones y reflexiones asociables, en definitiva, a las inquietantes posibilidades de los diktats sobre lo “políticamente correcto” o incorrecto, según sea el caso.
Queda para otra vez si Dios lo quiere.

sábado, 2 de diciembre de 2023

San Martín: La leyenda, la carne y el hueso.

 Por Jorge Enrique Deniri

El 25 de febrero se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de San Martín, y como tantas otras veces y en tantos lugares, se impone dedicarle unas reflexiones, porque la fecha lo exige, porque los que nos sentimos sanmartinianos lo consideramos poco menos que una obligación, un deber, y porque nunca los argentinos habremos dicho y reflexionado lo suficiente sobre su figura y sus hechos. Claro que hoy día, las experiencias y las relaciones de los últimos años me imponen incluir, sin solución de continuidad en estas manifestaciones a los peruanos, verdaderos hermanos nuestros, que tal parece son tanto o más sanmartinianos que nosotros.
San Martín es (o debiera ser) el héroe de tres naciones, pero quizá la que más se destaca por su pasión sanmartiniana en la actualidad es la República del Perú. En la Argentina, lamentablemente se percibe mucho de fasto calendario, de exaltación de almanaque en el país en su conjunto, incluso a riesgo de nivelarlo con otras figuras, elevándolas, como sucede con Güemes y los salteños. Caso aparte me parece que lo encarnan los mendocinos, que en mi opinión lucen como los más devotos cultores argentinos del Gran Capitán. Chile, lo ha puesto en pie de igualdad con O’Higgins, Carrera y aún Cochrane, vale decir que ni siquiera luce como primus inter pares. Y en el resto de América, es un héroe sí, pero de menor talla que Simón Bolívar, mucho menos conocido y, comparativamente, de baja estatura histórica. La serie de Netflix y de la todo poderosa cadena Caracol de 2019, lo pinta poco menos que como un simple comparsa, abonando y mucho a la leyenda del caraqueño, exaltando poco y nada del correntino.
Y digo correntino, porque entrando en el sendero de la leyenda, la primera que cabe rescatar de San Martín es esa pertenencia a una “patria” que no lo fue como tierra de sus padres, y tampoco como origen territorial, puesto que al tiempo de su nacimiento, Yapeyú no era parte de la provincia de Corrientes, que aparece como tal recién en 1814. En realidad, uno de los grandes méritos de los correntinos de antaño, es haber reivindicado para su provincia, en exclusividad, la figura de San Martín. Tenían títulos para ello, ¿qué duda cabe? Pero basados en una interpretación de la legitimidad sobre todo, porque el suelo yapeyuano era parte de la jurisdicción otorgada a la ciudad de Corrientes por su fundador, el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, suelo que a juicio y reclamos de los correntinos, fuera usurpado por los jesuitas y sus catecúmenos. Claro, aquí no se agota la leyenda, sino que en realidad recién da sus primeros pasos, porque después se suman en tropel, todos los sucesos vinculados a esos primeros años yapeyuanos de San Martín.
¿Jugó en realidad bajo el asendereado ombú? ¿nació en lo que hoy son las ruinas que custodia el Templete?¿Tuvo una nodriza guaraní?
El ombú existió por cierto, pero que San Martín siendo niño haya jugado a su sombra no pasa de ser una hipótesis de esas que suelen fundamentarse porque “seguramente”, “probablemente”, “indudablemente” y tantos otros polisílabos que se saltan a la torera las exigencias probatorias serias de los hechos históricos, permiten colorear agradablemente interpretaciones de parvulario.
Las ruinas del Templete, en su momento Leguizamón, Getz y otras grandes figuras, no sólo de la Historia sino de la paleontología, afirmaron tajantemente que no era el edificio jesuítico del Colegio, sino un templo. Pero Basaldúa, como pionero entre nosotros de la creación de hechos históricos a través de los tribunales, ya años antes recurre al Juez de Paz de Yayeyú y a colonos asentados en la localidad mucho después incluso del deceso de San Martín en Europa, y ellos, por el “dicen qué” convalidaron con sus firmas que esa había sido la vivienda de los San Martín. Cuando en tiempos de Leguizamón se reavivó la polémica, Hernán Félix Gómez y el diario Crítica dieron una más que exitosa batalla. Detrás estaba la silente pero poderosa sombra de Juan Ramón Vidal.
Y la nodriza, el primero que la menciona es un sacerdote apellidado Maldonado, recién en 1915, y haciéndose eco de relatos de oídas protagonizados por una mujer muerta medio siglo antes. Y allí no terminó todo, porque un fabulador de nuestra propia época, retorciendo todavía un poco más los hechos, escribió muy lindamente que aquella nodriza era la madre de San Martín. Como los indios están de moda, la versión gustó ¡vaya si gustó! Y ahora es más que localizable hasta en el universo digital. Entre 1778 y 1784 media poco más de un lustro, tiempo sobrado para entretejer ésas y otras leyendas no menos frondosas. Cuanto más grande es una figura, más se la decora con imágenes y anécdotas de toda índole. Los últimos clavos en esas construcciones, en primer lugar han sido forjados en atelieres artísticos. Así, nos han obsequiado con imágenes de los padres de San Martín, que desde luego – descontada la esperable devoción de los artistas – son puramente imaginarias. En sentido análogo, aunque San Martín en su propia época, fue uno de los personajes retratados más profusamente, por pintores americanos y europeos, ahora ha salido a la palestra un producto al parecer de esa “inteligencia artificial”, que amenaza tornarse respaldo y justificativo de cuanta versión blanda sea menester almidonar, y tenemos para elegir: Por más que lo único que garantiza cierta exactitud es el célebre daguerrotipo (o su copia a lápiz), nos ofrecen sanmartines que, poco más poco menos, pretenden garantizar su autenticidad desde la cuna a la tumba, y no sólo nos lo proponen como niño, cadete, jovenzuelo y así hasta anciano provecto, sino que hacen otro tanto con Merceditas, y por ese camino no me caben dudas que a la larga no se salvará ni Josefa. El producto resulta tan gratificante como para que los “retratos” de los padres cuelguen en el propio templete, sin aclaración alguna respecto de su carácter apócrifo. Y así también una publicidad que invita a un evento sanmartiniano próximo, no trepida en poner en línea la seguidilla de “retratos” de nuestro héroe. Por cierto que el retrato canónico de nuestro Héroe, consagrado en 1950 con su bandera a la espalda, que nos trae ecos de Napoleón en Arcole, fue trabajado de memoria por aquella profesora de Merceditas cuyo nombre no conocemos. También abona a la leyenda…Y sigue siendo hermoso. Arbitrariamente, he hablado de “carne” para caratular los hechos sanmartinianos, su trayectoria de soldado español entre 1789 y 1812, ingresando como cadete al Regimiento de Infantería de Marina de Murcia con 11 años y entrando en fuego a los 13. Si se piensa un poco, la misma edad o poco menos que la de nuestros liceístas. El resto de su servicio es pródigo en hechos de armas. Resaltan la Campaña del Rosellón, Arjonilla y Bailén.
Su epopeya americana se extiende entre 1812 y 1824, y es tan extensa como gloriosa. Lo que encandila las imaginaciones ya entonces es el cruce de los Andes, y sus triunfos homéricos en Chacabuco y Maipú. La campaña del Perú tiene sus momentos más altos en los sucesos que lo ponen en posesión de Lima casi sin tirar un tiro, la proclamación de la Independencia peruana, la entrevista de Guayaquil y, sobre todo, su subsiguiente renunciamiento al Protectorado y abandono del poder. Un caso único en la Historia, que le aporta sus luces más brillantes al compararlo con el otro “Libertador”, Simón Bolívar.
El último fragmento de esa “carne” sanmartiniana, son los años finales de su vida, al comenzar ese exilio en 1824, que se cierra con su muerte en 1850. Allí destaca su férrea y valiente defensa con la pluma de su patria, atacada por las mayores potencias de la época. Y lo hace desde la propia capital de una de ellas, París.
Su figura es un faro para los americanos que viajan a Europa. Vale remarcar que entre quienes más lo agasajan hay varios chilenos. Los argentinos, contraemos una deuda imperecedera con el Mariscal Ramón Castilla, peruano, que le brinda un apoyo económico imprescindible. También cabe recordar que el Brigadier argentino Juan Manuel de Rosas, no dudó en honrarlo a él y a sus familiares con su ayuda.
Ya más allá de la muerte, lo que me he atrevido a denominar como “hueso”, es ese proceso histórico de su paso a la inmortalidad y a la gloria que debe llevarnos a exaltar la clarividencia de Avellaneda, quien supo canalizar las voluntades nacionales decretando en 1878 que el 25 de febrero de cada año fuese feriado, iniciando las actividades que culminarían con la repatriación de sus restos, apoteosis que devino en 1880.
Pero allí no terminó todo, porque en 1947 se trajeron los restos de sus padres a nuestro país, y se asentaron en la Recoleta, próximos a la tumba de su esposa Remedios. Finalmente, en 1998, también un 25 de febrero, ambos, Juan y Gregoria, fueron instaurados en su asiento actual, en Yapeyú.

viernes, 1 de diciembre de 2023

CASEROS, EL FIN DE LA ARGENTINA HISPANO CRIOLLA - LA GRAN DERROTA NACIONAL:

Por Ignacio Anzoátegui

“Y sucedió lo que sucedería el día que el Señor nos dejara de su mano,
que Dios no fuera criollo,
que se nos diera vuelta por el soberano capricho de mostrarnos como trota,
con qué sístole y diástole se mueve el corazón perdido en la derrota.
como un árbol sin fruto la noche era más noche
y el llanto era más llanto recamado de luto.
Las estrellas federales morían silenciosas y las altas estrellas preguntaban por ellas.
Preguntaban por qué ya no lucían su gracia y su frescura
como en las claras horas de la Dictadura.
Los ángeles del cielo quebraban sus espadas
porque era pasado el tiempo de las grandes patriadas:
La de meterse haciendo remolinos y eses entre los unitarios y entre los franceses.
Tocada, por escarnio, de poncho y galera,
la facción mostraba su cara brasilera.
Y la calandria patria se acogía en su nido, porque ya la calandria no tenía sentido.
Ni tenían sentido las risas y las rosas porque había caído Don Juan Manuel de Rosas.
Ni tampoco los anchos contornos de la pampa,
porque era la hora de Luis el Guardachanchos .
En rudos cuajarones de sangre se nos iban los varones
Atropellándose en la muerte, como antiguos patriarcas
que eligieran sus pingos funerarios con sus pelos y sus marcas.
Allí quedó la Patria, tendida sobre el campo,
Con los ojos abiertos para ver en el cielo el desatado lampo de sangre y de vergüenza
que cruzaba como una cachetada la historia de la Patria arrebatada.
Allí quedó la Patria, tendida y palpitante,
asesinada de hambre y muerte a cada instante.
¡Señor!, Tú que todo lo puedes, restáurala en su honor.
Y de paso, Señor, Tú que todo lo puedes, entre tantos dolores,
Piedad, Señor, te pido para los vencedores”.
Ignacio "Braulio" Anzoátegui.


sábado, 25 de noviembre de 2023

«Yo voy a morir defendiendo el cuartel». La Tablada y Fernández Cutiellos

Por Tomás Marini

“Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad
de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”
Carta del Teniente coronel Fernández Cutiellos a sus hijos.
La República Argentina no fue la excepción a la invasión revolucionaria comunista que había llevado a España a la guerra civil en 1936 y que azotó a gran parte del mundo en el siglo XX provocando más de 100 millones de víctimas. Promovida en América desde la isla de Cuba por la Rusia comunista, varios grupos terroristas intentaron llevar a cabo la revolución en la Argentina, entre ellos: El ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), Montoneros, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), Descamisados y otros parecidos[1].
Supuestamente, estos “jóvenes románticos e idealistas”, como les gusta todavía hoy llamarse a sí mismos, decían luchar contra las dictaduras militares. Resulta más que curioso que la primera y la última de sus operaciones armadas se efectuó durante un gobierno civil constitucional y no durante un gobierno militar. Sencillamente, sucede que ellos buscaban tomar el poder por las armas, sin importarles a quién tuvieran que derrocar para eso. Estos “jóvenes románticos” asesinaron a militares, policías, sindicalistas, empresarios, empleados, jueces, diplomáticos y políticos, hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos. Secuestraron, extorsionaron, intimidaron, amenazaron y torturaron. Llegando a contarse de a miles los atentados con explosivos.[2]
El 23 de enero de 1989, siete años después de la gesta de Malvinas, ya concluido hace tiempo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional y estando en el poder el presidente Alfonsín, los cuarteles del Regimiento de Infantería Mecanizado N°3 “General Belgrano”, de La Tablada en La Matanza fueron atacados por integrantes de uno de estos movimientos subversivos llamado “Movimiento Todos por la Patria” (MTP), creado en Nicaragua tres años antes por el exlíder del ERP, Enrique Gorriarán Merlo. El objetivo: copar el regimiento, haciéndose rápidamente de los vehículos mecanizados y salir a la calle, simulando un golpe de estado por parte del ejército para luego vencerlo con la ayuda del “pueblo” y acabar con el poder militar en la Argentina.[3]
Parecía un día típico de enero en La Matanza, a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde el sol comenzaba a iluminar las calles y la ciudad comenzaba a volver a la vida. La gente que no estaba fuera por las vacaciones se preparaba para comenzar su jornada laboral y a soportar el bochornoso calor de uno de esos días típicos de verano. Algunos encargados, aprovechando “la fresca”, manguereaban rutinariamente las veredas de sus edificios y un joven repartidor de diarios pedaleaba en su bicicleta arrojando los periódicos a las puertas de las casas con envidiable puntería. Sin embargo, la tranquilidad de la avenida Crovara fue abruptamente interrumpida por el estruendo del motor de un camión Ford F-7000, perteneciente a la compañía Coca-Cola, seguido de cerca por una caravana de seis vehículos. A través de las ventanillas de los vehículos se podían distinguir hombres y mujeres, algunos de ellos con la cara enmascarada. Solo los más atentos podrían haber distinguido que iban armados.  
Cuando el camión pasó por el portón de ingreso del Puesto 1 del Regimiento de Infantería Mecanizado N°3, se abalanzó contra la reja que lo cerraba, destrozándola por completo y abriendo paso a la fila de seis autos que lo seguían de cerca. Los soldados que lo custodiaban, Juan Manuel Morales y el Cabo Juan Pío Garnica —que en ese momento conversaban con el Cabo primero Daniel Cejas— fueron arrollados.  
El camión había sido robado unas horas antes y los que lo manejaban eran guerrilleros armados del Movimiento Todos por la Patria, así como los que estaban en los autos que entraron detrás. Muchos de ellos eran antiguos guerrilleros liberados de la cárcel “con el regreso de la democracia”, y otros que habían vuelto al país luego de participar en la revolución en Nicaragua.[4]
Los soldados que se encontraban en la guardia central, a unos cien metros de la entrada, reaccionaron rápidamente y abrieron fuego contra el camión haciendo que el conductor perdiera el control y se estrellase algunos metros más adelante. El conductor sobrevivió, pero su compañero, bañado en sangre, estaba muerto a su lado atravesado por varios disparos. Los subversivos del MTP que venían detrás bajaron de los autos fuertemente armados y concentraron el fuego sobre la guardia. Llevaban escopetas y pistolas ametralladoras “Ingram”, granadas, lanzagranadas y fusiles FAL, lanzacohetes RPG-2 y RPG-7, traídos de contrabando de otros países o robados de los cuarteles atacados en la década del 70. El conscripto de veinte años Roberto Tadeo Taddía, que estaba desarmado barriendo con una escoba, sin posibilidad alguna de defenderse, levantó las manos para rendirse, pero los terroristas dispararon sobre él y lo mataron. El Cabo primero Ramón Ortiz pudo enviar un mensaje desde el puesto de comunicaciones de la guardia al Estado Mayor del Ejército informando sobre el ataque.
El Mayor Horacio Fernández Cutiellos, de treinta y siete años y padre de cuatro niños, estaba en la jefatura. Hace un momento había terminado de hacer Diana. Al escuchar los disparos tomó el FAL que siempre tenia a mano, comprobándolo rápidamente.[5] Brevemente, casi de reojo, miró el cuadro de la Virgen de Luján que colgaba en la pared de su oficina y se encomendó a ella. Sobre la mesa quedó una carta que la noche anterior había escrito a sus hijos. El Mayor Fernández Cutiellos era un soldado entrenado,[6] proveniente de una dinastía de militares argentinos y era conocido como muy buen tirador, a pesar de no contar con una buena vista ya que usaba anteojos. Se asomó desde una ventana del primer piso, enseguida identificó a los enemigos y abrió fuego sobre ellos. Hirió con los primeros disparos a uno de los comandantes, un veterano jefe del ERP. Rápidamente ubicó otros subversivos matando a dos de ellos y dejando heridos y fuera de combate a tres más. En pocos minutos puso fuera de combate a ocho terroristas, entre ellos tres de los de mayor experiencia. La acción rápida, decidida y eficaz del Mayor detuvo a los atacantes y les hizo perder la iniciativa, por lo que no pudieron llegar a los parques para capturar los vehículos mecanizados de Infantería, parte fundamental de su plan. Esta demora provocada por la acción individual del 2do jefe de Regimiento permitió que más tarde la policía cercara la Unidad e impidiera que los subversivos se escaparan.[7]

Los subversivos habían subestimado la capacidad de resistencia de los defensores. El cuartel desde la llegada del Mayor Fernández Cutiellos unas semanas antes había experimentado un cambio profundo en la diciplina y organización.[8] El Mayor a quien todavía no se le había asignado una casa para él y su familia (que se encontraba de vacaciones en el sur), dormía en el mismo regimiento realizando revistas y controles diarios a la tropa. La noche anterior, había pasado una revista rigurosa de la guardia, comprobando los puestos y sancionando a un suboficial que no tenía su puesto en condiciones. Dentro del Regimiento se encontraba una guarnición de 120 hombres, muchos de ellos soldados realizando el servicio militar obligatorio, pero no por eso menos dispuestos y preparados para el combate[9].
Tomada la guardia, algunos de los subversivos atacaron la jefatura, mientras otros grupos se dirigían a los demás objetivos. Pero allí se atrincheró el Mayor Fernández Cutiellos. Junto al mayor se encontraba el soldado Sergio Amodeo que le llenaba los cargadores de su FAL, y otros tres conscriptos que no participaron del combate por orden del Mayor ya que los soldados de turno en la Plana Mayor no tenían armamento. A las 6.45 el mayor se comunicó con el Coronel Jorge Halperín, del comando de la Brigada de Infantería Mecanizada X:
—Mi Coronel, aproximadamente a las 06.20 horas entraron al cuartel, a los tiros, por el puesto 1, un camión y 7 u 8 automóviles con gente de civil y uniforme que coparon la guardia de prevención…
—¿La guardia ha sido totalmente tomada o sólo en forma parcial?
Con la serenidad y aplomo, propia de un oficial, respondió el Mayor Fernández Cutiellos—Totalmente tomada. Además, han atacado las subunidades que están alrededor de la Plaza de Armas. Desde aquí observo cuerpos en el suelo, heridos o muertos, de civiles y de personal militar. Actualmente se escuchan disparos en el fondo del cuartel… Mi coronel… ¡yo voy a morir defendiendo el cuartel! ¡Ustedes, recupérenlo!

En la jefatura, el mayor estaba incomunicado. No podía saber lo que estaba sucediendo en el resto del regimiento y eso le pesaba en el corazón, no poder ir a dirigir a sus hombres. Se imaginaba que la situación era crítica: los enemigos eran muchos, estaban bien armados y se notaba, por el modo como se movían y manejaban las armas, que muchos habían recibido buena instrucción de combate.
¿Qué opciones tenía? Podía rendir el cuartel. A mano tenía la cortina blanca de una ventana destrozada por los disparos. Podía salir con ella, las manos en alto y entregar el regimiento a los terroristas fratricidas. Podía hacerlo y así salvar su vida, volver con su mujer y con sus hijos pequeños.
Pero en vez de tomar la cortina sacó de su bolsillo un rosario que siempre llevaba consigo, encomendó a su familia a la Santísima Virgen y besó la cruz antes de volver a guardarlo. La decisión estaba tomada desde antes de que comenzara el ataque, desde antes de ser designado a ese regimiento, desde el momento en que pudo llamarse soldado argentino. Horacio Fernández Cutiellos era un oficial del Ejército, este era su cuartel, el palmo de la Argentina que le habían ordenado defender, nunca lo rendiría a los enemigos de la Patria.
Se asomó nuevamente por la ventana donde estaba parapetado y volvió a disparar su fusil. Cayeron algunos más, realmente era un tirador prodigioso. El soldado Amodeo le alcanzó un nuevo cargador. Horacio entonces decidió bajar a la entrada de la Plana Mayor para que lo vieran los soldados atrincherados en la compañía Comando y servicio y así infundirles valor. Quería además empezar a organizar la defensa con aquellos que se encontraban resistiendo de forma aislada y desperdigados por el cuartel. El Mayor bajó las escaleras y salió a la galería de la entrada, formada por cuatro grandes columnas y una pequeña escalinata, desde allí, parapetado detrás de las columnas, volvió abrir fuego con su FAL. Los subversivos rociaban de munición la jefatura, deseando dar muerte al que tanto daño les había causado. Después de resistir varios minutos la lluvia de balas y causar algunas bajas, una de ellas finalmente lo alcanzó, atravesándole el hombro, pero Horacio se dijo a si mismo que no era nada grave y siguió disparando. El soldado Amadeo quiso bajar a socorrerlo, pero con voz firme le ordenó que no se moviera de su lugar.

Los soldados de la compañía de Comando y servicio que resistían junto al oficial de semana en un edificio cercano al ver a su jefe combatiendo y exponiéndose al fuego enemigo, se llenaron de valor y determinación. Eran cerca de las diez de la mañana. Ya hacía cuatro horas que se había iniciado el ataque subversivo y los efectivos militares resistían, —en gran parte gracias a la reacción de Fernández Cutiellos.  Los subversivos concentraron el fuego en él y cuando fue herido nuevamente, le gritaron que se rindiera. Ahora sí la herida era grave, y si se rendía tal vez podría llegar a curarse. No lo dudó un segundo. Iba a cumplir finalmente el juramento que hace ya tantos años había hecho una mañana soleada frente a la Basílica de Luján, a los pies de la Virgen, rodeado de sus compañeros cadetes del primer año del Colegio Militar. La escena pasó por su mente como un relámpago: “¿Juráis a la Patria seguir constantemente a su bandera y defenderla hasta perder la vida?”. Y la bandera azul y blanca, con los colores de la Inmaculada, recibió flameando su grito juramentado: “¡Sí, juro!”.
Horacio Fernández Cutiellos se incorporó y como un héroe de cantar de gesta desafió a sus enemigos: “¡¡Vengan a buscarme!!”.
Los del MTP, enfurecidos por la resistencia del Mayor, volvieron a concentrar todo el fuego en el oficial. Minutos más tarde Fernández Cutiellos cayó herido de muerte por otro disparo.
Sobre la mesa de su oficina quedaba la carta que escribió a sus hijos, y que sería entregada a su mujer luego de la recuperación del regimiento al día siguiente por parte del Ejercito y fuerzas de seguridad[10]. En ella podía leerse:
“Que el primero y más importantes de los Mandamientos es: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a nadie más amarás en mayor medida que a Él. A tu prójimo debes amarlo como te amas a ti mismo, por el amor de Dios’.
A tus superiores les debes respeto, obediencia y fidelidad, pero nunca de manera incondicional, pues la primera fidelidad es a Dios y sólo los superiores que actúen ordenados a sus fines y conforme a su orden, merecen ser considerados como tales.
Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”.
El mayor Horacio Fernández Cutiellos fue ascendido post mortem a Teniente coronel por “repeler el ataque de los delincuentes subversivos, muy superiores en número, en la plana mayor del RI Mec 3 y aferrarlos hasta perder la vida en la acción”. Recibió pobres reconocimientos por su valentía —por parte del gobierno cómplice de Alfonsín— al igual que los otros diez militares y dos policías argentinos que murieron combatiendo el ataque terrorista.
Que las malezas que hoy cubren el antiguo y abandonado regimiento de la Tablada, donde todavía hoy se pueden ver los frutos del odio ideológico, no cubran también la memoria de lo que allí sucedió y de quienes allí murieron o fueron heridos por defender a la Patria. Que no sea signo de desprecio e indiferencia por aquellos que dieron su vida por todos nosotros. Recordemos al Mayor Fernández Cutiellos y a todos que murieron defendiendo el cuartel y sirviendo a su país. Recordemos y honremos a nuestros héroes.
Tomás Marini
[1] Estas organizaciones armadas, que debido a su naturaleza marxista-leninista eran ateas, buscaban destruir nuestro legado hispano católico, nuestra tradición. Tergiversando la historia, inventando injurias contra nuestros proceres, buscando cambiar no solo la Constitución sino hasta los colores de Nuestra Bandera, colores de la Inmaculada Virgen María.

[2] En el primer período de 1969 a 1979 se pudieron computar 21.642 acciones terroristas, 1.501 asesinatos, 5.215 atentados explosivos, y 1.748 secuestros.

[3] Es probable que buscara afianzar en el poder al presidente Alfonsín, afín a sus ideas, abogado de guerrilleros, que ya se sabía perdedor en las próximas elecciones contra Carlos Saúl Menem.

[4] La Revolución Nicaragüense tuvo lugar entre 1978 y 1990, y se caracterizó por la lucha entre el gobierno del dictador Anastasio Somoza y varios grupos de oposición, incluyendo al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En 1979, el FSLN logró derrocar a Somoza y establecer un gobierno socialista en Nicaragua.

[5] El Mayor era un soldado convencido y creía que el combate lo podía encontrar en cualquier momento de su vida, por lo que dormía siempre con su FAL debajo de la cama, lo cual no es algo que se hiciese normalmente, menos en plena democracia.

[6] Aunque estuvo movilizado, no llegó a participar de la Guerra de las Malvinas, pues la guerra concluyó antes de que pudiese ser enviado a las islas.

[7] Es importante destacar, que, si el Mayor no hubiese combatido de la forma que lo hizo, el enemigo probablemente hubiese cumplido con su objetivo.

[8] El oficial de servicio, la noche anterior, cada vez que pasaba por el puesto del Cabo primero Albornoz, el más alejado del cuartel, era recibido por el mismo, equipado al completo, quién le decía: “Mi Teniente, ¡Estamos listos para entrar en combate! Este Cabo primero, al iniciarse los combates del otro lado del cuartel, lejos de quedarse protegido en su puesto, alistó al soldado Domingo Grillo y comenzó a desplazarse por saltos hacia el polvorín, a unos 400 metros dentro del cuartel, a fin de evitar que sea tomado por el enemigo. Combatieron alrededor de una hora, Impidiendo la toma del polvorín, luego de lo cual, Albornoz fue herido en el pecho y su soldado, fiel a su superior, lo arrastró hasta las caballerizas, donde continuó combatiendo hasta perder la vida también. Encontraron los cuerpos del Cabo primero y el soldado juntos, muy lejos de su puesto de guardia.

[9] La izquierda ha manipulado la verdad histórica diciendo que el soldado conscripto no combatió, lo cual no es real, ni fue así en Malvinas, ni fue así en la Tablada, eran soldados con casi un año de instrucción, y su acción, al igual que en Formosa y tantos otros ataques en donde los subversivos creían que el soldado no combatiría, fue fundamental para frustrar los copamientos.

[10] La compañía de comandos 601 recuperó el cuartel, lo que le costó varios muertos y heridos, entre ellos el Teniente Rolón, que se encontraba de licencia en Uruguay y al recibir la noticia, de forma voluntaria se tomó un ferry, se equipó rápidamente y murió la noche del 23 de enero dentro del Casino de Suboficiales, donde se encontraba la mayor cantidad de subversivos atrincherados. Todos los que lo vieron ese día, lo recuerdan con una sonrisa en la cara, feliz de poder defender a su Patria. Acababa de terminar el curso de comandos.