Rosas

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sábado, 31 de agosto de 2019

SILUETAS DE PRÓCERES POR UN OFICIAL SUECO: SAN MARTÍN. O’HIGGINS. BALCARCE. GUIDO

Por José Luis Busaniche
SAN MARTÍN :
Este general llegó de Chile a Buenos Aires (mayo de 1818) unos días antes de lo que se esperaba, para evitar los homenajes preparados. Se fué directamente al Palacio Directorial. El día siguiente fui presentado a él y lo vi en los días siguientes casi a diario, siendo yo muy amigo y huésped frecuente de don Antonio de Escalada, su suegro.  Don Antonio me invitó a comer en su casa y así tuve la ocasión de ver a San Martín y conversar largamente con él, una vez casi todo un día. San Martín es hombre de estatura mediana, no muy fuerte, especialmente la parte inferior del cuerpo, que es más bien débil que robusta. El color del cutis algo moreno con facciones acentuadas y bien formadas. El óvalo de la cara alargado, los ojos grandes, de color castaño, fuertes y penetrantes como nunca he visto. Su peinado, como su manera de ser en general, se caracterizan por su sencillez y es de apariencia muy militar. Habla mucho y ligero sin dificultad o aspereza, pero se nota cierta falta de cultura y de conocimientos de fondo.  Tiene un don innato para realizar planes y combinaciones complicados. Es bastante circunspecto, tal vez desconfiado, prueba de que conoce bien a sus compatriotas. Con los soldados sabe observar una conducta franca, sencilla y de camaradería. Con personas de educación superior a la que él posee, observa una actitud reservada y evita comprometerse. Es impaciente y rápido en sus resoluciones. Algo difícil de fiarse en sus promesas, las que muchas veces hace sin intención de cumplir. No aprecia las delicias de una buena mesa y otras comodidades de la vida, pero, por otro lado, le gusta una copa de buen vino. Trabaja mucho, pero en detalles, sin sistema u orden, cosas que son absolutamente necesarias en esta situación recientemente creada. Hay motivos para reprocharle no haber actuado con energía y aprovechado las
victorias que sus tropas han ganado en Chacabuco y Maipú. Es difícil juzgar si esto tiene su origen en falta de energía o en intrigas políticas, demasiado complicadas para exponer aquí. Sus costumbres y sus hábitos de vida son sencillos, y lo han hecho sumamente popular. Espero tener ocasión de conocerlo mejor en Chile.

O’HIGGINS
O’Higgins, Director Supremo de Chile, es hombre de unos treinta y dos años, de estatura mediana, bastante corpulento, con cara redonda y rosada, que poco se asemeja a la de los criollos en general. Su rostro no da la impresión de un carácter firme ni apasionado. O’Higgins da la impresión de ser lo que es, un soldado bueno, honrado y franco. Ama la comodidad, cuando puede gozar de ella, y le repugna toda ocupación en que haya de concentrarse, lo mismo que los problemas complicados. Por eso se deja muchas veces convencer y acepta planes de cuyos propósitos o maquinaciones no se ha dado cuenta muy bien. San Martín ejerce mucha influencia sobre O’Higgins, especialmente porque este último está muy agradecido a su compañero de armas argentino, a quien es deudor de su elevación política actual. Sin embargo, ahora está tratando de independizarse de su compañero de armas argentino, con gran descontento de este último.
ANTONIO G. BALCARCE
Al salir de casa de O’Higgins me fui a hacer una visita al general Balcarce, jefe militar interino que tuve ocasión de conocer hace dos años en Buenos Aires siendo él Director interino. Este general, a pesar de su juventud, es un jefe lerdo, limitado y sin energía cuyo mérito principal consiste en haber
ganado la primera batalla sobre los españoles en la primera campaña de 1810 (Suipacha). Y basta de comentarios sobre este general que fuma y dormita.
TOMÁS GUIDO
Mi próxima visita fué a casa de don Tomás Guido, coronel, y ministro del gobierno de Buenos Aires ante el gobierno de Chile. Le entregué una carta de San Martín. Me recibió de manera muy cortés y diplomática y al día siguiente me retribuyó la visita. Este hombre no tiene otra cosa de notable que ser un debutante diplomático de un estado nuevo en un mundo nuevo. Como quizá he de ocuparme de él más adelante, daré aquí algunos de sus rasgos característicos, tal como pude observarlos. Es, literalmente, hombre pequeño, grave, cortés y ceremonioso, con una expresión de rostro entre mística y diplomática. Habla con voz muy apagada y ceceando, hace largas pausas, cuidado y prevenido a veces, en tono de misterio y con frecuencia en tono confidencial. En ocasiones parece advertir que se ha descuidado y se detiene en mitad de la frase. Estoy seguro de que podría contar mucho si quisiera y si no tuviera temor en hacerlo. También aparenta no tener conocimiento de cosas que todo el mundo sabe y de que él asimismo está informado, y habla confidencialmente sobre asuntos que uno sabe perfectamente bien que él no conoce sino de manera muy superficial.
JEAN ADAM GRAANER.

viernes, 30 de agosto de 2019

MANUEL QUINTANA

Por A. J. Pérez Amuchástegui

"Fue dogmático y estoico ante el deber", dijo de él Carlos Ibarguren, que fue subsecretario de Agricultura durante su presidencia. "El señor senador —había dicho Avellaneda en un debate— tiene aquellos secretos que convierten la palabra en magia y la elocuencia en poder." Manuel Quintana, porteño, nació el 19 de octubre de 1835, hijo de un estanciero del sur bonaerense, Eladio de la Quintana, y de doña Manuela Sáenz de Gaona y Alzaga, ambos de arraigado linaje colonial. De tradición familiar unitaria, Quintana actuó después de Caseros en el partido de Mitre. Se doctoró en Derecho en los días anteriores a Cepeda y en vísperas de otra batalla. Pavón, ingresó a la Legislatura de Buenos Aires, en 1860. No tenía la edad establecida por la Constitución para ser diputado; quiso alejarse, pero la Cámara resolvió aceptar su diploma. Al producirse la reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación, se contó errtre los diputados nacionales electos para el Congreso de Paraná. No pudo incorporarse a dicho cuerpo en razón de ser rechazados los diplomas de los representantes de Buenos Aires. Sin embargo, después de Pavón, y ya durante el gobierno de Mitre, tuvo sobresaliente actuación en la Cámara de Diputados de la Nación. 
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Después de actuar durante un tiempo en la Legislatura bonaerense, volvió en 1867 al Parlamento nacional y, desde 1868, presidió la Cámara joven. Dos años después fue elegido senador nacional, en la vacante dejada por Valentín Alsina. También tuvo sobresaliente desempeño en la Convención bonaerense elegida para reformar la Constitución provincial. "No hubo en el Congreso —dice Ibarguren— cuestión alguna de importancia, sea constitucional, política, administrativa, económica, financiera, jurídica o de cualquier otra naturaleza en cuya consideración él no participara aclarándola, objetándola y proponiendo una solución conforme a su saber y entender."
 En 1874, siendo senador, figuró entre los precandidatos para la futura presidencia de la Nación; pero la carencia de un partido que lo sostuviera hizo que su candidatura no prosperara. En 1878, a su regreso de un viaje a Europa, fue elegido diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, y presidió la Cámara hasta 1880, en que se produjo su destitución por el Congreso de Belqrano, a raíz del apoyo brindado a Tejedor.   Junto con Roque Sáenz Peña desempeñó diversas misiones diplomáticas y se destacó en la Conferencia internacional Panamericana de 1889. Fue por dos veces ministro del presidente Luis Sáenz Peña, quien le confió la cartera del Interior.   Frente a los movimientos revolucionarios radicales del 93 actuó con singular energía, hasta que se alejó del ministerio en 1894. Se mantuvo desde entonces alejado de toda actuación pública —salvo una breve diputación—, hasta 1904, año en que fue elegido presidente de la República. Su último mensaje presidencial fue el de mayo de 1905. En la tarde del 12 de agosto de 1905, el coche de caballos que conducía al presidente de la República, doctor Manuel Quintana, marchaba al trote por la calle Santa Fe rumbo al sur. Eran las 14,25 de un día lluvioso y frío. El presidente se trasladaba desde su domicilio —Artes 1245— a la Casa Rosada, en compañía de su edecán, el capitán de fragata José Donato Alvarez. Al llegar a la esquina de Santa Fe y Maipú, frente a la plaza San Martín, un hombre bajó la escalinata del paseo y revólver en mano se adelantó a la calzada. Se aproximó al paso del coche, apuntó con el arma a la ventanilla y disparó, sin que saliera el proyectil. Corriendo junto al coche accionó repetidas veces el disparador, sin poder lograr su objetivo. De inmediato emprendió la fuga internándose en la plaza, seguido de cerca por el edecán del presidente y el comisario Felipe Pereyra, jefe de la custodia, quien viajaba en un coche detrás del cupé del doctor Quintana. El edecán resbaló en el húmedo empedrado, pero el comisario Pereyra logró apresar al fugitivo auxiliado por un subordinado. Quintana prosiguió su viaje dando muestras de absoluta tranquilidad.  El agresor fue identificado como Salvador Enrique Planas y Virella, español de veintitrés años, empleado en una imprenta de la Capital. Declaró haber procedido por propia iniciativa, ser anarquista, y haber pretendido dar muerte al presidente para lograr un cambio total en la conducción política. Para ello usó un revólver calibre 38, de cinco tiros, cuyos proyectiles se encontraban en mal estado. Se Instruyó sumario por tentativa de homicidio en la persona del primer magistrado; Planas y Virella confirmó sus declaraciones ante el doctor Servando E. Gallegos, juez de instrucción que actuó en el caso. Trece años de prisión le fueron asignados, lapso que fue reducido por la Cámara a diez.   Recluido en la ya demolida Penitenciaría Nacional, Planas y Virella emprendió tareas de auxiliar de tipógrafo en los talleres de Imprenta del establecimiento. No pasó mucho tiempo sin que los diarios se ocuparan nuevamente de este singular personaje. El 6 da enero de 1911, juntamente con otros doce presidiarios, fugó por un túnel practicado bajo los jardines que rodeaban al edificio. Nada se supo del autor de este primer atentado anarquista en la persona del primer magistrado.En diciembre de ese año, ya muy enfermo, siguió concurriendo a su despacho y atendiendo las tareas de gobierno. Alcanzó a gobernar 17 meses, en horas dramáticas y de gran agitación social Murió el 12 de marzo de 1906, a los siete meses de haber salvado su vida ante el atentado cometido por el anarquista catalán Planas y Virella. Era un hombre afable y en su conversación introducía frecuentes reflexiones y observaciones. "Cierta tarde de verano —cuenta Ibarguren—, mientras firmaba, molestábale una mosca con tanta insistencia que dejó la pluma para hacerme esta reflexión: «Mire usted lo limitado que es, en realidad, el poder de los hombres: ¡todo un jefe del Estado no puede con una mosca!»".


jueves, 29 de agosto de 2019

HÁBITOS MILITARES DEL GENERAL BELGRANO 1818

Por Tomás de Iriarte
En el año 1818, cuando el general Belgrano, general en jefe del ejército del Perú estaba estacionado en la ciudad de Tucumán, su vida era tan activa y vigilante como si estuviese en campaña al frente del enemigo: una parte del día la destinaba al descanso, la otra al estudio: durante la noche no dormía, montaba a caballo acompañado de un ordenanza, recorría los cuarteles y patrullaba por las calles de la ciudad. Si encontraba un individuo del ejército la corrección era infalible, porque todas las clases estaban obligadas a dormir en sus cuarteles de la ciudadela, y en la de oficiales uno por compañía —el de semana.   Muchas veces lo acompañé en estas excursiones nocturnas.
Retrato de Belgrano - César H. Bacle (1794-1838)
Se retiraba a descansar al amanecer. Durante el almuerzo el general Cruz, mayor general,  se presentaba a recibir órdenes. Después de almorzar despachaba, leía y se acostaba hasta que servían la comida. Los edecanes de servicio se sentaban a la mesa, que era bastante frugal. Después de comer iba a recrearse a su pequeño jardín y yo sólo lo acompañaba. Hablábamos del país, de su situación, del estado de la guerra; y era en estas ocasiones cuando me favorecía con confidencias que mucho lisonjeaban mi amor propio —joven como era yo entonces— sobre asuntos importantes conexionados con la causa pública.
Era tan estricto el sistema de economía establecido por el general, y su escrupulosidad para que el erario no fuese defraudado, que hasta para las datas de la Tesorería de tres y cuatro pesos, él mismo firmaba las órdenes. El ejército estaba mal pagado, pero el general señaló una porción de terreno a
cada regimiento para su cultivo: todos los cuerpos tenían una huerta abundante de hortalizas y legumbres, y de este modo, y estableciendo la mesa común entre los jefes y oficiales por cuerpos, todos llenaban su necesidad y entretenían su equipo, porque los frutos que sobraban se vendían en beneficio de los individuos de todos los cuerpos del ejército. Este sistema geodésico es excelente y debería establecerse en los cuerpos acantonados en la campaña, pues no sólo produce el beneficio de mejorar la condición material del soldado, sino que lo preserva de los fatales efectos del ocio y de la disipación, que es su infalible consecuencia. 

Excelente Conferencia del Dr. Jorge Sulé sobre "Rosas y sus relaciones con los indios"

Se realizó este sábado 26 de octubre de 2019 en el Museo Juan Manuel de Rosas ante un nutrido y entusiasta público y organizado por el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de Gral San Martín y la Adhesión de la Asociación Cooperadora del Museo Juan Manuel de Rosas.  El Dr. Sulé fué presentado por el Pte de la Institución Dr. Carlos De Santis.   A la luz de esa obra, la frase sanmartiniana de "nuestros hermanos los indios" adquiere un sentido excepcional. El señor de los Cerrillos, el gaucho Rosas, acostumbraba facilitar la instalación de tribus en las cercanías de los nuevos poblados, ayudaba al comercio y al afianzamiento de tratos entre huincas e indios, tomaba a su cargo a hijos de caciques so pretexto de educarlos y pactaba con ellos en procura de evitar tropelías.  Todo eso es sabido, pero no en cambio que la vacunación antivariólica haya llegado a las tolderías, ni que hubo medidas para desarrollar las artesanías del cuero y del tejido, para restringir la explotación de los aborígenes por los pulperos y para impedir que los redujeran a prisión -es decir, a servidumbre- por deudas.   Ya en este punto, el indio apenas si lo es, a no ser que demos a esa expresión un significado racista que es absurdo a la luz de nuestra tradición primera, alimentada por criollos aindiados, por cautivas y por chinas que daban hijos a los soldados.    Vale la pena saber que hubo disposiciones para que los indios amigos votasen -con todas las reservas lógicas con que esto debe entenderse- y que las indiadas tapalqueras festejaron ruidosa y organizadamente la segunda llegada al gobierno del "hermano rubio". Por lo demás, se sabe que los indios vivían del caballo, de la vaca y de la oveja, que amaban el tabaco, el alcohol y la yerba, y que sus comunidades se nutrían constantemente de refugiados cristianos, realistas en un comienzo, unitarios después, o simples bandoleros o perseguidos espectrales, como Cruz y Fierro.  Lo cierto es que desde las "últimas poblaciones" hasta los contrafuertes andinos habitaban, dificultosamente, intermedios variados entre pueblos y culturas, coincidentes en que eran casi la misma cosa que el gaucho establecido de la frontera para acá.