Rosas

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sábado, 29 de febrero de 2020

"Piojo" el legendario "Moro" de Facundo Quiroga


Por Ancafilú
La animosidad de Quiroga contra López se había extendido después de Oncativo.  Rosas consiguió apaciguar al Tigre de los Llanos y  Quiroga había aceptado el mando de la División de los Andes que lo subordinaba a López, general en jefe del ejército federal. Pero sea por recelo a sus resonantes triunfos en Río Cuarto, Río Quinto, San Luis y Rodeo del Chacón, en vez de ir contra Lamadrid con la totalidad del ejército federal, le encomendó al Tigre de los Llanos, la tarea de aniquilar a los unitarios de Lamadrid en Tucumán, lo que hizo el 4 de noviembre de 1831, pero presentó al día siguiente su renuncia del ejército.  Había otro motivo, al que Quiroga daba mucha importancia: Lamadrid se apoderó en La Rioja del famoso caballo moro de Facundo y ´ste haía caido finalmente en manos de López.  De este caballo habla Paz en sus Memorias al mencionar las creencias populares sobre Facundo: “Tenía (Quiroga) un célebre caballo moro que a semejanza de la cierva de Sertorio le revelaba las cosas más ocultas y le daba los más saludables consejos...”. 
Facundo Quiroga, Estanislao López y un caballo mágico ...
El 7 de noviembre de 1831, tres días después de Ciudadela, Huiz Huidobro escribió a Mansilla el disgusto de Quiroga por “un caballo oscuro que él estimaba mucho (que) se lo tomó Lamadrid en San Juan y ahora se halla en poder del señor López... (Quiroga) desde que le dieron la noticia no halla cómo desahogarse del disgusto: quiso retirarse en el acto del ejército, y no conformó en no hacerlo por causa de don Juan Manuel hasta dar una batalla. Ahora se dispone a hacerlo... recelo otros resultados que quizás nos pongan de peor condición que (la que) hemos estado hasta aquí porque él me dice que no quiere morir sin venganza ni darle al general López dos días de gusto, y eso debe calcular usted lo que significa”.
Se quejó Quiroga ante Rosas, quien escribió a López que devolviese el moro y tranquilizó a Quiroga: "Suponiendo fuese cierto que el general López tiene el caballo, y éste es el oscuro, ha estado muy lejos de la intención de agraviarle reteniendo al animal que sólo él puede montar y lo mira como una alhaja de un amigo recobrada del enemigo para ponerlo en sus manos en la ocasión que creyese conveniente hacerlo”.
López se extrañó por la historia de ese maldito caballo ‘‘que puedo asegurarle, compañero —la carta es a Rosas—, que doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera. . no puede ser el decantado caballo del general Quiroga porque éste es infame en todas sus partes”.
Sin embargo no lo devolvió. Tomás Manuel de Anchorena viendo que López no se desprendía del moro, escribió a Quiroga que desistiese de reclamarlo y no hiciera de esa cuestión minúscula un asunto que podía perturbar la marcha de la República, comprometiéndose a pagar su valor, Enfureciclo Quiroga contestó el 12 de enero: ‘‘Estoy seguro que pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual, y también le protesto a usted de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que contiene la República Argentina, (por eso) es que me hallo disgustado más allá de lo posible”. 
Mientras Quiroga quedaba tremendamente resentido con López. Rosas invitaba a éste a reunírsele en Rosario para ponerse de acuerdo en las emergencias del fin de la guerra. Informó a Quiroga que los dos problemas fundamentales a debatirse eran: establecer definitivamente que no se reuniría el Congreso Federativo (López había insistido) y disolver la Comisión Representativa que había empezado a convertirse en él “semillero de intrigas” como Rosas había supuesto.
Sarmiento en Facundo menciona el incidente: “Sabe (Quiroga) que López tiene en su poder su caballo moro sin mandárselo y Quiroga se enfurece con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacasl —exclama—, ¡caro te va a costar el montar en bueno…”

sábado, 22 de febrero de 2020

Rosas hombre de Trabajo: Orígenes del Saladero "las Higueritas" y de la Estancia "los Cerrillos"

Por Adolfo Saldías
El primer negocio de Rosas y Terrero fué el de salazón de pescado y acopio de frutos del país. Pero la actividad y el constante afán de Rozas perseguían ventajas mayores que las que le proporcionaba este negocio. Su amigo  don Luis Dorrego, que conocía sus aptitudes, le ofreció su compañía y su dinero. Con esta ayuda, de Terrero, Rozas estableció el primer saladero que hubo en la Provincia, en el lugar denominado «Las Higueritas», partido de Quilmes. Su audacia emprendedora arrancaron al negocio pingües resultados; el tal punto que, en dos años, no solo se dobló el capital, sino que la casa Rozas, Terrero y Cia. se propició relaciones de primer orden en América, debido al comercio de exportación que directamente hacía con negociantes de Río Janeiro y de la Habana en particular.

Tan importantes eran estas transacciones, y tan vasta la esfera que abrazaban las faenas de carnes y demás frutos beneficiados en el saladero de Rozas, que algunos hacendados de poca monta y algunos particulares, creyeron ver en estos establecimientos la causa de la disminución de los ganados en la Provincia; é interpusieron su influencia cerca del Director Supremo para que se suspendieran los saladeros — « á fin de que no escasee la hacienda para el abasto público».
Charqui y tasajo, de la subsistencia a la gran industria - LA NACION

Estas influencias nfueron vanas. El Director Pueyrredón, dando un plazo equitativo, ordenó la suspensión de los saladeros, á partir del 31 de mayo de 1817; y el de Rozas cerró en consecuencia sus trabajos, juntamente con otros dos que había en la Provincia. Con este motivo se originó una de las discusiones más singulares y prolongadas que jamás haya habido en Buenos Aires, por la clase de personas que la sostuvieron;  por el calor con que tomó parte en ella la prensa de todos los colores; y por las ideas económicas adelantadísimas que se ventilaron. En agosto de ese año, los hacendados más fuertes de la Provincia, amigos y comitentes de Rozas, representaron al Director del Estado sobre el «Restablecimiento de los saladeros, exportación libre de todos los frutos del país, arreglo del abasto de carnes, y otros puntos de economía política».    Esta Representación, redactada por el Dr. D. Mariano Zavaleta, es un documento importante en el que, con buenas razones, se alega la injusticia de privar á los hacendados el vender sus ganados con estimación á los saladeros « no dándoles otra salida que la muy mezquina del resero » ; se considera la infundada creencia de que esos establecimientos motivan la escasez de hacienda para el abasto público; y se refuta de paso un manifiesto publicado en esos días por don Antonio Millán, que fué uno de los principales agitadores contra los saladeros.  La prensa, por su parte, movida por los afanes de Terrero y Rozas, de Trápani y Capdevila (saladeristas también) tomó el partido de los hacendados; y haciendo mérito de la necesidad de dar amplitud y libertad á la industria ganadera, que era la principal de nuestro país, argumenta en contra de los ilusos: «para disuadirlos « del error económico que los llevaba á querer limitar el comercio de los frutos de esa industria, en nombre de « peligros tanto más imaginarios cuanto que era inmensa

la cantidad de ganado vacuno y yeguarizo que campeaba «en la Provincia.»  
El abandono en que estuvieron las dilatadas campañas de Buenos Aires durante dos siglos, á pesar de las grandes concesiones de tierras que se hicieron, aumentó de una manera prodigiosa los ganados.
Azara, agrega que « el espacio ocupado en aquellos tiempos por los ganados, casi todos cimarrones, pasaba de cuarenta y dos mil leguas cuadradas.» — Y multiplicando, en seguida, este número de leguas por el de 2.000 (que era. término medio, el número de cabezas de ganado que pacían cómodamente en una legua cuadrada, según los datos que le dieron ganaderos á quienes consultó al efecto). Azara deduce que había más de cuarenta y ocho millones de cabezas de ganado en el territorio de Buenos Aires.   


Estancia Los Cerrillos hacendado Ortiz de Rozas Juan Manuel de ...

Los indios de Chile y de Corrientes, los vecinos de Mendoza, Tucumán, Santa Fe y todos cuantos se proponían hacerlo, declararon una verdadera guerra de exterminio á esos ganados; organizándose al efecto en caravanas, provistos de chuzas afiladas con las que desgarretaban á los animales, por el interés de los cueros y del sebo, que vendían después en gruesas cantidades á los contratistas de este género de comercio. 
Estos bárbaros, estimulados por la ganancia de un real por cada res desgarretada, y de un real por cada cuero, esperaban la primavera para entregarse á las correrías, precisamente cuando tiene lugar la parición del ganado vacuno ; « de donde resulta, agrega Azara, que los terneritos, no pudiendo seguir á las madres en una corrida tan dilatada, quedaban abandonados y perecían, y que las vacas preñadas abortaban con la fatiga... »  Los datos con que Azara explica la pérdida de cuarenta millones de cabezas de ganado, sacrificados en aras de la rapacidad y de la avaricia, están acreditados por la palabra oficial de los virreyes: « Siendo los ganados el principal nervio del comercio de este vecindario  decía don Pedro de Ceballos en su Memoria de 12 de agosto de 1778 á su sucesor (Vertiz). y refiriéndose á los de la otra banda del Plata: « se recela con Justísimos fundamentos que continuando « el desorden con que se ha procedido en la matanza de estas «especies, haya de llegar el caso de arruinarse enteramente este puso de manifiesto los principios liberales que la revolución había difundido en todas las clases sociales; así como las aspiraciones al engrandecimiento industrial, que esperaban realizarlo por medio del desenvolvimiento natural de las riquezas del país, al amparo de una libertad que no tuviera más límites que la propia concurrencia de todos los que llevaran sus esfuerzos á la obra comun.
Los políticos de ese tiempo, — recelosos de la energía con que condenaban la supresión de los saladeros los poderosos y activos hacendados de Buenos Aires, quienes habían comprometido sus fortunas y su porvenir para fomentar la que será siempre la principal riqueza del país.  —trataron de paliar la dificultad, proponiendo confidencialmente á los señores Rozas y Terrero que comisionaran cerca del Gobierno á una persona de cierta respetabilidad, para arbitrar un medio honorable de cortar esta cuestión, que ya se hacía demasiado enojosa. A este efecto, Rozas y Terrero, Trápani y Capdevila dieron pleno poder al señor don León Ortiz de Rozas, quien, á pesar de todo su empeño y de sus relaciones, no pudo obtener buen suceso, porque los saladeros no se toleraron sino después de la caída del Directorio
Entre tanto. Rozas. Terrero y Dorrego. compraron los campos de don Julián del Molino Torres en la Guardia del Monte, que era entonces la extrema frontera en esa dirección; y se asociaron para explotar el negocio de pastoreo. En estas tierras del interior y exterior del Salado se poblaron los primeros establecimientos de la sociedad  O cuya cabeza de lugar se llamó Los Cerrillos. Aquí comenzó Rozas á labrarse su influencia y su fortuna. Dando el ejemplo de la severidad de sus costumbres y de su amor al trabajo, llevaba, la vida común con sus empleados. Él atacaba el primero las faenas más rudas, como que pasaba por el jinete más apuesto y por el gaucho más diestro para vencer á fuerza de habilidad y de pericia las dificultades que entonces se presentaban diariamente á los que vivían en la Pampa, fiados en su propia fortaleza.   Sus estancias se convirtieron en verdaderos centros de población, sometidos á la disciplina rigorosa del trabajo que educa y ennoblece. Los gauchos y los que no lo eran, hacían méritos para trabajar en ellas, fiados en el módico bienestar y en la esperanza de mejora que alcanzaron cuantos se distinguieron por sus aptitudes y por su constancia. 
Su reputación de hombre de empresa y de trabajo; la confianza de que gozaba entre los principales hacendados así por la invariable rectitud de sus procederes, como por la serie de negocios felices que con ellos hacía; y la simpatía que despertaba entre los sencillos campesinos un trabajador opulento descendiente de los antiguos gobernadores del país, proporcionáronle á Rozas al cabo de algunos años la dulce satisfacción de ser el poderoso señor de la grande área de tierra donde había caído su incesante sudor, y, con esto, la facilidad de acometer en el sur de Buenos Aires cualquiera empresa, por magna que fuese, con mayores probabilidades de éxito que ningún otro argentino.
Pero por eficaz que fuese la vigilancia y grandes los recursos de Rozas, sus estancias, situadas sobre la extrema frontera suroeste, no estaban á cubierto de las depredaciones de los indios; y eso que los viejos caciques le llamaban con orgullo «Juan Manuel», porque vivían gratos á don León y á su familia; y le recomendaban sus parientes para que les diese colocación en «Los Cerrillos», lo que digo, escribía D. Calixto Bravo, cincuenta y más años después (1882): «...puedo dar razón de todo lo que se ha hecho en esos establecimientos, pues yo fui en tiempo en que existían muchos de los « dependientes y capataces, de esos que hacían gala de haber asistido « á trabajos como no se han visto nunca en la República. Y es la « verdad: sesenta arados! funcionando al mismo tiempo, sólo se ha « visto en el establecimiento modelo « Los Cerrillos ». — Buenas fueron las lecciones que nos dejó el entendido y rígido administrador « (Rozas) y por eso progresaron todos los establecimientos que él « fundó. Lástima que haya muerto nuestro buen amigo el Sr. Manuel José de Guerrico, que él mejor que nadie sabía cuál era el orden que allí se observaba... » (M. S., original en mi archivo.)
Más expuestos que Rozas estaban los hacendados de las inmediaciones, que eran víctimas de robos frecuentes, ya por mano de los indios, ó por la de malhechores que vagaban por entonces en las campañas. Los principales hacendados se dirigieron á Rozas para que insistiese acerca de las medidas que éste había sometido á la consideración del Director Supremo, las cuales tendían á cortar esos males que amenazaban arruinar los grandes intereses de la Provincia.  Es de advertir que por ese tiempo se aprestaba en la Península la expedición de 25.000 soldados realistas con el objeto de ahogar la revolución en el río de la Plata; y que ante la inminencia del peligro, el Gobierno
del Directorio había nombrado á don Juan Manuel de Rozas para que en unión de don Juan José de Anchorena y el doctor Vicente Anastasio Echeverría, detallasen en una Memoria el modo y forma de realizar la internación á la campaña de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, á los primeros amagos de aquella invasión.  Cuando simultáneamente las Provincias Unidas luchaban por desalojar á los realistas de sus posesiones del Pacífico, para no ser invadidos nuevamente por el norte, era obra de romanos eso de dar seguridades á la campaña de Buenos Aires y de ponerla en condiciones favorables como para que prosperaran sus riquezas abundantes.
Esta fué la obra que acometió don Juan Manuel de Rozas, circunscribiendo sus ideas al límite de los recursos con que se contaba. Con tal objeto Rozas elevó en febrero de 1819 una memoria al Directorio, en la que proponía la fundación de un establecimiento denominádo Sociedad de Labradores y Hacendados para el auxilio de la policía de campaña.
Esta memoria es un documento notable en su género. A fuera de hombre práctico que ha visto de cerca los males y estudiado sus causas, Rozas comienza diciendo que para asegurar la propiedad y la vida en la campaña, es indispensable, antes de todo, poner el sur al abrigo de los ataques de los perturbadores del orden y cuantos vagabundos recorren en unión de los indios «la gran zona de tierra comprendida entre la línea exterior del Salado, frente al fortín de Lobos y la sierra; ocupando el campo vacío entre la línea de las estancias y la de las Tolderías.» ,  «El contacto con las primeras, agrega, les hace fácil el pillaje: el contacto con las segundas, les facilita protección en cualquier caso adverso. Aquí está, pues, el punto donde debe desenvolverse el plan de operaciones, y es ese campo vacío el que debe acordonar el gobierno, formando defensas sobre la verdadera línea de frontera por ahora. » Y mostrando gráficamente su plan, que se realizó con el tiempo, Rozas proponía que en el centro del gran trapecio comprendido entre la línea de las estancias y la Sierra, se formase un establecimiento para acantonar las tropas, distribuidas convenientemente en fortines, en una extensión de sesenta leguas; y fijaba como puntos más aparentes, la laguna de Caquel, á veinte leguas de los Toldos; la laguna del Sermón, á la misma distancia de éstos, ó la laguna de los Hinojales. Para defender esta línea, Rozas creía que bastaban 500 soldados; y aseguraba que en cada acantonamiento se formarían centros, los cuales se convertirían en otros planteles de defensa, á la vez que en nuevas y más fuertes poblaciones. Y para costear los gastos del establecimiento, propuso la creación de un impuesto indirecto de cuya recaudación y administración se encargaría una Junta de Hacendados, nombrada por el Director del Estado. Las diíicultades de la situación postergaron la realización del plan con que Rozas iniciaba, en 1819, la obra que consumó en 1833-1834. La borrasca revolucionaria del año 20, que ha hecho época en la historia argentina, estaba ya encima: y pueblos y gobiernos se preocupaban principalmente de conjurar como pudieran los peligros interiores y exteriores que los amenazaban.  

Roque Sáenz Peña Presidente: La Nueva Ley Electoral

Por Ernesto Palacio
No se habían apagado los ecos de las celebraciones del Centenario cuando regresó a Buenos Aires, en agosto de 1910, el presidente electo. Se temía un nuevo levantamiento radical y Figueroa Alcorta había tomado precauciones para evitarlo. Más que éstas, sin embargo, contribuyó a disipar los rumores y a aquietar los espíritus la gestión conciliatoria que realizó Sáenz Peña ante el jefe radical para llegar a soluciones comunes y que revelaba que no eran vanas palabras sus promesas de candidato.
Sáenz Peña celebró, a raíz de esa gestión, dos entrevistas con Hipólito Yrigoyen, en las cuales se definieron los principios y se trazó el plan de la reforma de los procedimientos electorales, en el sentido auspiciado por el movimiento popular.
Roque Sáenz Peña: “Quiera el pueblo votar” - El Historiador
La personalidad de Sáenz Peña justificaba la confianza que inspiró desde el comienzo. Hijo de don Luis y de estirpe federal, por consiguiente, había sido compañero de Yrigoyen en las filas del autonomismo, combatiendo en el 74 contra el alzamiento mitrista. Poco después, siendo teniente coronel de guardias nacionales, se opuso al primer “acuerdo” y pidió la baja. 
En un rapto romántico, se enroló más tarde en las filas del ejército peruano para resistir la agresión chilena, combatiendo heroicamente en el Morro de Arica, donde cayó herido y prisionero. Luego había acompañado a Pellegrini en la redacción de “Sud-América”, había desempeñado tareas diplomáticas en conferencias panamericanas y un efímero ministerio con Juárez. Su actuación posterior lo mostró en oposición a Roca y Pellegrini, como jefe de la fracción llamada “modernista”, que manifestaba propósitos de renovación de prácticas gubernativas en el sentido del autonomismo tradicional; y esta actuación lo había prestigiado hasta el punto de hacerlo candidato serio para la presidencia en el 92, lo que el “acuerdo” sólo pudo conjurar levantando la candidatura de su padre
Estos antecedentes, así como su nueva vinculación estrecha con Pellegrini cuando éste se convirtió en campeón de la libertad electoral, lo acercaban espiritualmente al radicalismo. Lo acercaban igualmente la dignidad moral de su conducta, no comprometida en ios intereses espurios del régimen; su rechazo de la corrupción y el escepticismo roquista; su tradicionalismo españolista, que en 1898 lo llevó a fundar un comité Pro-España, cuando la guerra de ésta con Estados Unidos, y cierto idealismo fundamental en suma, que reconocido por sus contemporáneos, hizo que alguien calificara de “quimera de un romántico” sus propósitos reformadores. El diálogo pudo establecerse sobre una base de entendimiento consistente en el uso de un idioma común a los dos ilustres interlocutores, que aseguraba la coincidencia patriótica en los fines.
No se limitó el presidente electo a garantizar el cumplimiento de sus promesas, sino que pidió al radicalismo su colaboración en el gobierno para ponerlas en práctica. El 5 de octubre, Yrigoyen llevó al seno del Comité Nacional del partido la palabra de Sáenz Peña. El Comité Nacional resolvió rechazar la participación en el gobierno (que, por lo demás, la “carta orgánica” vedaba), pero aceptó colaborar en la elaboración de la ley de elecciones, que abriría al pueblo la vía del comicio, sobre la base de los principios ya aceptados en las entrevistas de Yrigoyen con el presidente: padrón militar, intervención de la justicia federal, representación de las minorías, voto secreto y obligatorio.
El 12 de octubre asumió el mando Sáenz Peña. En el discurso que pronunció en la ocasión, declaró que se consideraba “asentido” por la mayoría de sus conciudadanos (que, por cierto, no lo habían votado), con lo que aludía a los pactos pendientes con la oposición radical; y después de hacer el elogio de su predecesor, reiteró su propósito reformista.
Apenas integrado el gobierno, se iniciaron los trabajos preparatorios de la legislación anunciada, por obra del ministerio del Interior a cargo del doctor Indalecio Gómez, político salteño de origen autonomista y católico, y con la prometida colaboración opositora. A mediados de 1911 se dictaron las primeras leyes: la de padrón militar y la de enrolamiento general, votadas respectivamente el 4 y 10 de julio.
A continuación se envió al Congreso la ley electoral, con las características de la lista incompleta, que daba participación en el gobierno a las oposiciones, y el voto secreto y obligatorio, que aseguraba la libertad del votante y su concurrencia a los comicios. El trámite de esta ley fue más largo y engorroso, por la resistencia de los núcleos políticos que veían en ella el fin de su poder usurpado. La presión de la opinión pública pudo, no obstante, más que las maniobras obstruccionistas y la ley fue aprobada el 12 de febrero de 1912.
Se había intervenido la provincia de Santa Fe a raíz de un conflicto entre la Legislatura y el gobernador Crespo. El interventor, doctor don Anacleto Gil, anunció el propósito de convocar a elecciones: las primeras que habrían de realizarse bajo la nueva presidencia y la ocasión esperada del cumplimiento de las promesas presidenciales. La Unión Cívica se movilizó de inmediato. La Convención Nacional se reunió en Buenos Aires del 28 al 31 de mayo, celebrando prolongadas sesiones secretas en las que se resolvió, en definitiva, autorizar a los radicales de Santa Fe para concurrir a la convocatoria.
El radicalismo de Santa Fe respondía a una vieja tradición criolla y federal y se había caracterizado por su carácter combativo en 1893 y 1905. La autorización fue recibida con enorme entusiasmo, y no obstante los obstáculos puestos por el oficialismo local y la circunstancia de celebrarse las elecciones bajo el imperio de la ley provincial (con el solo recaudo del padrón militar), triunfó la fórmula del radicalismo Menchaca-Caballero, por gran mayoría. Sus contendientes se dividían en dos fracciones: la “coalición” oficialista y la llamada “Liga del Sur”, partido fundado sobre los intereses comerciales e industriales de la ciudad de Rosario, cuyo jefe era un disidente de los primeros tiempos del radicalismo, el doctor Lisandro de la Torre.
El triunfo de Santa Fe provocó un gran entusiasmo en las filas radicales y la convicción (que en adelante sería una de las notas características del partido) de constituir la indudable mayoría del país. La cohesión interna se resistió un tanto con ello, al acentuarse en su seno la tendencia electoralista apresurada, con mengua del rígido principismo del jefe.
En abril se autorizó la concurrencia a las elecciones de diputados nacionales en la Capital y Santa Fe. En ambos comicios triunfó igualmente el radicalismo. En la capital entraron igualmente dos diputados socialistas.
Ante estos resultados auspiciosos, el Comité nacional del radicalismo efectuó una amplia reorganización en todo el país, abriendo sus filas a los nuevos ciudadanos. En el manifiesto en que dio cuenta de esta reorganización, aludía a la “jubilosa esperanza” que representaba la posibilidad de alcanzar la paz interior y el perfeccionamiento de las prácticas gubernativas La realidad no respondería de inmediato a dicha esperanza, porque los usufructuarios vitalicios de los gobiernos locales pondrían en juego inmediatamente toda clase de recursos para violar la ley.   En Córdoba, Salta y Tucumán hubo fraudes descarados, con apresamiento de fiscales en los comicios y cambio de los votos en urnas, previamente preparadas para la maniobra.
El presidente Sáenz Peña careció de la energía necesaria para intervenir previamente las provincias en que debían realizarse convocatorias electorales, a fin de asegurar la legalidad de los resultados: sentíase trabado, sobre todo, por la consecuencia con quienes habían hecho triunfar su propia candidatura y cuyas mentirosas declaraciones de prescindencia estaba obligado a creer, hasta prueba de lo contrario. A causa de ello sufrió “muchas amarguras y desvelos” según lo declaró a Yrigoyen. Por lo demás, su salud se hallaba seriamente resentida desde mediados de 1913, por lo cual en octubre debió delegar el mando en el vicepresidente doctor de la Plaza.
Además de la promulgación de la ley electoral, que es su título de gloria, la presidencia de Sáenz Peña se caracterizó por su preocupación moralizadora, manifestada en las intervenciones que decretó en la Dirección de Tierras y en la Aduana. En junio de 1914 se realizó el tercer censo nacional, que dio la cifra de 7.885.237 habitantes (cuatro millones más que el anterior de 1895), de los cuales 1.575.000 en la Capital Federal. Se pronunciaba ya la tendencia al aumento en el desequilibrio de la población, a favor de la metropolitana, que iría acentuándose en el futuro.
Las esperanzas de mejoría del presidente que, a mediados de ese año, hicieron creer que reasumiría el mando, se desvanecieron ante una recaída que lo obligó a pedir la prolongación de su licencia. Se agravó a principios de agosto y murió el 9 de ese mes. Sus funerales dieron lugar a una gran manifestación de duelo público La sesión de homenaje que realizó la Cámara de Diputados fue una verdadera apoteosis. “Los prestigios cívicos del presidente Saenz Peña son de los que perduran, sobreviviendo victoriosos a la acción del tiempo’’, dijo el diputado radical Vicente C. Gallo.
El doctor Roque Sáenz Peña ha sido un constructor, un creador -dijo el diputado socialista Juan B. Justo-. Lo colocamos al mismo nivel de los hombres que, en el arte y en la ciencia, en la economía y en la técnica, propulsan el progreso humano”.

viernes, 21 de febrero de 2020

Las cuestionadas "Memorias de Tomás de Iriarte"

Por el Prof. Jbismarck
Tomás de Iriarte, activo protagonista de episodios memorables de la historia española y argentina, diplomático en Estados Unidos, luchó en Ituzaingó en la guerra argentino-brasileña, miembro de la Expedición “Libertadora” de Juan Lavalle, corredactor -con Bartolomé Mitre - del Código Militar, testigo, en fin, de innumerables hechos fundamentales. Descendientes de figuras argentinas sintieron que temblaba todo el edificio trabajosamente armado en un siglo de procerazgo. Historiadores que habían dedicado su vida a enaltecer un personaje determinado con multitud de libros, artículos y monografías, experimentaron la fría amenaza de ver destruidos de pronto sus frutos intelectuales. Las memorias aparecieron finalmente, ¡cien años después de escritas!  Obviamente son muy discutidas: Iriarte siempre integró el partido unitario….Algunos párrafos-
Disponible en Textos Cautivos las “Memorias del General Tomás de ...

Tomás de Iriarte, activo protagonista de episodios memorables de la historia española y argentina, diplomático en Estados Unidos, luchó en Ituzaingó en la guerra argentino-brasileña, miembro de la Expedición “Libertadora” de Juan Lavalle, corredactor -con Bartolomé Mitre - del Código Militar, testigo, en fin, de innumerables hechos fundamentales. Descendientes de figuras argentinas sintieron que temblaba todo el edificio trabajosamente armado en un siglo de procerazgo. Historiadores que habían dedicado su vida a enaltecer un personaje determinado con multitud de libros, artículos y monografías, experimentaron la fría amenaza de ver destruidos de pronto sus frutos intelectuales. Las memorias aparecieron finalmente, ¡cien años después de escritas!  Obviamente son muy discutidas: Iriarte siempre integró el partido unitario….Algunos párrafos-

 Guillermo Brown “había desertado, robándose uno de nuestros buques de guerra, con el que fue a piratear en el mar Pacífico hasta que lo tomaron los ingleses y hubieron de ahorcarlo. De regreso a Buenos Aires se le formó causa y quedó arrinconado sin destino gracias a la parcialidad de nuestros jueces, porque en un país constituido habría sido sentenciado al banquillo. Así, Brown vegetaba en la oscuridad y se moría de hambre cuando fue llamado para tomar el mando de la marina”.

Güemes “jamás expuso su pecho a las balas (...). Era un jefe ambicioso y anarquista“. . . la provincia de Salta, la única barrera de la República Argentina, estaba entonces muy mal guardada por las tropas montoneras del caudillo Güemes. Los españoles la invadían con facilidad, siempre que así convenía a sus intereses””.

Sobre el coronel Feliciano Antonio Chiclana, Iriarte revela entretelones poco conocidos, como delatar a los amigos claramente evidenciada inclusive en una trampa que le tendió el mismo Iriarte a pedido del gobierno: “Un día me cito a tener una entrevista en su casa, pretextando enfermedad y que no podía venir a la mía. Cuando entré en su alojamiento estaba en la cama, envuelto en una asquerosa frazada. Me dijo que tenía que comunicarme un asunto de la mayor gravedad, pero, entretanto, la mujer y las hijas rodeaban su cama, y yo no estaba en ánimo de entrar en materia delante de testigos”. Iriarte comprendió que los familiares estaban ex profeso para actuar como eventual testimonio de lo que allí se hablase, y se retiró, sospechando que “en alguna pieza vecina estuviesen ocultos algunos agentes”. Y apunta Iriarte: “ ¡Qué hombre el tal Chiclana! ¡Qué ser tan abyecto y degradado! ¡Y fue miembro de la primera Junta revolucionaria y después del poder ejecutivo en el año doce!”.

Artigas había iniciado la ruina de la Banda Oriental “con sus desórdenes y abso­lutismo”.  Fustiga la ineptitud de los militares de su época: “Balcarce, Montes de Oca, Viamonte y Rondeau se dejaron batir por dos miserables gauchos, Ramírez y López”. A veces, no obstante, trata de ser objetivo: “el directorio de Pueyrredón fue tiránico hasta el exceso. Se violaban todas las garantías, o por mejor decir, ninguna existía de hecho, pero aquel gobierno fue el más regularmente cimentado de cuantos se habían sucedido des­de el año diez”.  Sobre Francisco Ramírez, El Supremo Entrerriano, Iriarte Lo acusa de estar sometido a una prostituta a tal punto, que habría descui­dado sus deberes militares.

En cuanto a Bernardino Rivadavia, es uno de los perso­najes favoritos de Iriarte,  reseña con elocuencia su supuesta labor de estadista, pero simultáneamente lo acusa de haber importado el pedantismo en nuestro país. Enjuicia “sus maneras orgullosas, la intolerancia de su carácter”, su temperamento irritable, “su fatua hinchazón”, que cuando paseaba por las calles de Buenos Aires, como era corto de vista, preguntaba al edecán que llevaba a su lado: «Quién es ese hombre incivil que no ha saludado al presidente de la República»”.


Iriarte, señala que el Libertador José de San Martín “era muy impopular en los pueblos del Perú, como prácticamente quedaba probado con la deposición de su ministro Monteagudo”. En Alvear obraba un sentimiento de envidia por el nombre glorioso de su adversario. En San Martín tenía otro origen el encono que profesaba a Alvear: era el conocimiento que de él tenía”. Tal era el odio —curioso odio entre quienes habían llegado juntos desde España en 1812.
Claro que en torno de Carlos de Alvear también el memorialista Iriarte levanta una cerrada malla de juicios aterradores: era mentiroso, incapaz de redactar una nota hasta que finalmente se trastornó “con el mando del ejér­cito. Había tomado un tono enfático y petulante que a todos chocaba y lo hacía aparecer como un farsante”. Otras revelaciones asombrosas lo pintan a Alvear proyec­tando, poco antes de la batalla de Ituzaingó, alzarse con caudales ajenos, según una proposición que le hizo al mismo Iriarte: “¿Ve usted esta galera cuán grande capacidad tiene? Pues bien: pienso llenarla de oro y plata, y si la suerte nos es adversa, nos embarcaremos en el río Grande y haremos un corte de manga al ejército y a la república. Todos son unos botarates y el primero y más clásico es don Bernardino Rivadavia. No tenga usted cuidado, de esta hecha lo he de enriquecer a usted”. El comentario de Iriarte tampoco tiene desperdicio: “Tales fueron, poco más o menos, sus palabras. Tal el discurso extravagante e inmoral de aquel hombre que pasa en el concepto de algunos por una cabeza privilegiada”.  Y por cierto que Alvear no se quedaría en meros proyec­tos. Al extinguirse la gloriosa batalla de Ituzaingó, el general en jefe “se apoderó de la vajilla de plata del marqués de Barbacena. Era hombre que no se descuidaba. El general Soler participó del botín aligerando los baúles del marqués. Después repartió algunos trapos entre los jefes del cuerpo de ejército que él mandaba. A mí no me tocó nada, no sé por qué. Pero habría desdeñado admitir una sola prenda, a no ser que hubieran sido libros o cartas topo­gráficas. Para nada de esto se acordó Soler de mí”. Por lo visto, Alvear tampoco se acordó de sus promesas de enri­quecer a Iriarte.

Juan Manuel de Rosas: “este picaro siempre ha sido cobarde (...). Era una especie de señor feudal. Estableció reglamentos extravagantes y crueles, a que él mismo quiso sujetarse, y así, gradualmente, fue ascendiendo en consideración y prestigio entre los habitantes de la campaña del Sur: eran éstos los criminales, ladrones, salteadores de caminos, asesinos, hombres inmorales y delincuentes, a quienes perseguía la justicia de las leyes y que, por evitar un merecido e infalible castigo, se refugiaban en los campos de Rosas . . .”.

Obviamente son muy discutidas: Iriarte siempre integró el partido unitario….

viernes, 14 de febrero de 2020

Bernardino Rivadavia y los perros


Por Ancafilú
Era tal la cantidad de perros en Buenos Aires a principios de 1820, que se había instituido “el día de los perros”. Con antelación al día designado se les advertía a los dueños de los animales para que los mantuvieran contenidos en sus propiedades. Entonces, grupos de peones armados con palos, piedras, lanzas y cuchillos recorrían la ciudad matando a todos los perros que se encontraban merodeando. Estas cruentas medidas tenían como antecedentes a similares firmadas por virreyes del Río de la Plata.
Un perro en el sillón de Rivadavia - El Territorio Misiones
Rivadavia las apoyaba siendo ministro de Martín Rodríguez pero al ser elegido por la logia masónica de Bs AS "Presidente" se creyó con más autoridad, aunque ninguna provincia lo aceptó como autoridad ni una constitución lo avalaba.  Bajo la excusa de "hidrofobia" los perros eran exterminados.  En 1826, el viajero J. A. B. Beaumont nos dejó este relato: “. . . el señor rivadavia hacía su paseo a caballo por la ciudad con su escolta militar cuando he ahí que un perro sedicioso y de mala ralea mordió en una pata a su caballo; encabritóse el animal, empe­zó a patear y desarzonó al presidente, que cayó a tierra y rodó por el suelo, felizmente sin herirse. Este atentado a la dignidad presidencial se consideró tan atroz, que no era para expiarse con la muerte de un solo y miserable can. Toda la raza de los canes fue proscrita y se designó la mañana siguiente para proceder a su exterminación completa. Fue uno de los días de mayor animación y bullicio que presencié en Buenos Aires. Los amos de los perros, tomados por sorpresa, corrían de un lado a otro, en todas direcciones, buscando sus animales descarriados, y perros de toda clase muy mal heridos o apenas estropea­dos, andaban chillando por las calles; los ejecutores, segui­dos por bandas de muchachos, podían verse cumpliendo con amore su verdadera vocación, desde la mañana a la noche. La causa que se alegó para precipitar así la suerte de la raza canina no puedo certificarla, pero he narrado el episodio tal como era corriente oírlo en la ciudad”.

Pd: pobre Balcarce...él es inocente igual que los perros

jueves, 13 de febrero de 2020

Mariano Moreno según su suegra....

Por Ancafilú
Mariano Moreno y Guadalupe Cuenca se casaron en mayo de 1804. Durante los siete años que duró el matrimonio estuvieron muy unidos y se puede sospechar que como los dos tenían fuerte carácter, la convivencia tendría sus cortocircuitos, pero no alcanzaban a empañar el amor y la admiración que tenían el uno por el otro.
Es poco lo que se sabe de Guadalupe Cuenca. Pero con solo leer alguna de las cartas para su “amado Moreno” (así lo llamaba ella), su fortaleza y su capacidad quedan a la vista. Sin lugar a dudas, no era mujer de bordado y tertulias. 
Pero pocos historiadores supieron descubrir que al lado de Moreno hubo una mujer enérgica y decidida que valía la pena conocer.
Mariano Moreno: las desesperadas cartas de amor que su esposa le ...
Así como Guadalupe amaba a Moreno, su madre, Manuela Cuenca, lo odiaba. 
La suegra del secretario de la Primera Junta escribió: Yo tuve la desgracia de haber casado a mi hija con don Mariano Moreno, abogado de ésta. Luego que logró enlace, se apoderó de toda mi casa, abusó de mis docilidades y, con achaque de trasladar toda la familia, se hizo dueño de plata labrada, alhajas y muebles, vendiendo unas y conservando otras, con tal ascendiente y despotiqueces que ya yo abatida y sin espíritu, callaba y sufría porque no padeciese dicha mi hija”.
El motivo del disgusto de doña Manuela Cuenca tenía que ver con una deuda que ella había contraído con una iglesia. Como no podía saldarla, recurrió a su yerno, que era abogado. Pero las cosas no salieron como ella esperaba.   
El documen­to original se halla en un archivo privado boliviano y fue dado a conocer por Historiador Enrique De Gandía en su libro sobre Moreno y Revela, simple­mente, aspectos privados del secretario de la Junta de Mayo.
Todo el documento denuncia un odio mortal de doña Manuela hacia Moreno. “Son las palabras de todas las suegras que detes­tan a sus yernos —comenta Gandía—.   Se hacen las víctimas y presentan como maldades los trabajos y sacrificios de los maridos de sus hijas”.
Brevemente, señalemos que Manuela Cuenca estaba eje­cutada por la justicia en vista de deudas que no podía pagar, pues se encontraba en la miseria. 
El monasterio de Santa Clara era el acreedor, y pretendía la entrega de los portones y las vidrieras de la vieja y espléndida casa de los Cuenca, que habían sido hipotecados por Mariano Moreno.  En su escrito de descar­go, la suegra lo acusa de haber vendido los muebles y de haber estado en connivencia con el administrador del monasterio, de haberle hecho firmar a ella un escrito de consentimiento de tales actos, dejándola luego plantada “a pedir limosna y se marchó con su mujer, cargando con cuanto era mío y de mis hijos, como si fueran despojos del enemigo”
“Tendríamos, pues —argumenta Gandía con gracia no exenta de lógica—, un yerno explotador, un administrador de monjas que era un crápula, una suegra que firma sin saber lo que hace, una hija que deja arruinar a su madre y a sus hermanos menores, y unos hermanos mayores que se dejan explotar y arruinar sin abrir la boca”.  
Cabe señalar que este típico problema de intereses fami­liares se producía en 1817, Moreno no podía defenderse: el odiado yerno estaba en el fondo del océano. Había muerto

sábado, 8 de febrero de 2020

El Huevo de la Serpiente: La República de la Mesopotamia, Urquiza, los Madariaga y los logistas de Montevideo


Por el Prof. Jbismarck
Florencio Varela, con su indiscreción de periodista, anuncia públicamente en El Comercio del Plata el próximo pronunciamiento de Entre Ríos y su liga con Corrientes para “salvar el libre comercio y la libre navegación de los ríos.    En abril de 1846, según la srta. Bosch (panegirista de Urquiza) en su libro  “Los tratados de Alcaraz” (erudito trabajo sobre los traspiés de Urquiza durante la intervención anglofrancesa), un comandante de la escuadra anglofrancesa, que no se nombra, llegado a Paraná después de la Vuelta de Obligado, consideraba que “con el levantamiento del Paraguay, Entre Ríos y Corrientes contra Rosas, este problema de la libre navegación del Paraná tendrá entonces probabilidades de solución”.  La misma Bosch documentándose en una carta del gobernador delegado Crespo a Urquiza del 27 de mayo revela que los comandantes de los buques anglofranceses, en vísperas de ser escarmentados por los argentinos en las baterías del Quebracho, "rindieron honores” a las autoridades provinciales en Paraná el 25 de mayo y cargaron y descargaron de los buques del convoy mercaderías por cuenta de Urquiza.
En enero de 1846 al marchar Urquiza a Corrientes permitió la entrada y salida de buques sin averiguar su procedencia,  para disimular patrióticamente que se trataba de los buques del convoy cuyo comercio en los puertos litorales estaba prohibido.   Urquiza y Crespo realizaron negociados con los invasores. Después del regreso del convoy, ambos socios siguieron su contrabando con Montevideo con anuencia de los bloqueadores.  Sin haber declarado aún la independencia de la república de la Mesopotamia, Urquiza y Crespo actuaban comercialmente como si pertenecieran a un estado neutral en el conflicto de la Confederación Areentina con Gran Bretaña y Francia
Monumento al General Madariaga, Paso de los Libres.jpg
En mayo, mientras Rosas daba instrucciones a Urquiza para aceptar en la Federación, “si era digno”, a Madariaga, y la Gaceta Mercantil publicaba el 11 de mayo un elogioso editorial “sobre la buena inteligencia para reingresar en la Confederación” del gobernador de Corrientes, Madariaga escribe a Urquiza el 4 del mismo mes mostrando que los dos están en otra cosa: “Ahora no trepido en asegurarle que mis deseos tienden a que el Entre Ríos y Corrientes formemos una masa indisoluble de la que V. debe persuadirse que será el primer hombre”. En la misma fecha Juan Madariaga incitaba a Urquiza a la demorada independencia de la Mesopotamia: “Nada hay que embarace a V.E. a no desperdiciar la más bella de las ocasiones para que con elevada gloria obtengamos la dicha y sólida paz, que dé un venturoso porvenir a estos países”.
Madariaga, aliado de Paraguay, debe informar a López del paso que va a tomarse. En abril había mandado a Juan Bautista Acosta a Asunción para “acordar con el presidente López una pronta contestación a Urquiza en términos conducentes a desprenderlo del tirano a quien sirve , explicar la cesantía de Paz, pedir se aumentase el contingente paraguayo a 5.000 infantes y 3.000 de caballería. 
Urquiza no se resolvía a “pronunciarse”, indudablemente porque el 4 de junio la escuadra anglofrancesa recibió el castigo del Quebracho y no parecía dispuesta a arriesgarse otra vez al norte del Paraná. El 16 Joaquín Madariaga quiere quitarle dudas:
"Nada recele de la intervención. Al contrario sus miras nos son favorables en cuanto al deseo de abrir nuestros canales al libre comercio que Buenos Aires ha monopolizado por tantos años. Considere Vd. a qué altura pueden llegar Entre Ríos y Corrientes gozando de esa franquicia en media docena de años de paz y de unión ¿qué será a la vuelta de doce y más allá? .. . Animo, pues, general: deseche de su grande alma mezquinos escrúpulos que no deben encadenarla, porque le privarían del destino permanente y glorioso a que es V. acreedor por lo mucho que puede hacer en pro de nuestra patria”.
En la misma fecha Madariaga presenta a Urquiza un plan: “Entre Ríos y Corrientes convienen en separarse de la Confederación Argentina hasta que ésta, en perfecta paz y libertad, reúna un congreso general que se dé su constitución, etc. Ambas provincias se conciertan para      propender a ese objeto con todo su poder e influencia. El gobierno de Entre Ríos será el encargado          de las relaciones exteriores”.
La Mesopotamia no aparecería desgarrándose de la Argentina sino separándose provisoriamente hasta que se reuniese el congreso que Rosas no quería reunir. Mientras tanto, en uso de su soberanía Entre Ríos y Corrientes establecerían la libre navegación y el libre comercio con Inglaterra y Francia, y apoyadas en ellas resistirían la agresión de Rosas.   No tuvo lugar. Urquiza mandó otra vez a  Juan Castro a explicar a Rosas que “había probabilidades de llegar a un arreglo con D. Joaquín Madariaga” sobre las bases propuestas por Rosas, pero los salvajes unitarios trabajaban mucho en Corrientes para inducir a Madariaga a que forme una República separada de la Confederación"
Aprovechaba para quejarse de Echagüe, que desde Santa Fe informaba a Rosas de los negociados con el convoy y que Urquiza trataba de separar a Entre Ríos de la Confederación.   Tras repetidos mensajes verbales llevados en junio y julio entre Madariaga y Urquiza por los coroneles José Antonio Madariaga y Benjamín Virasoro (correntino al servicio de Entre Ríos) quedó convenido el pronunciamiento indirecto. Corrientes ingresaría aparentemente a la Confederación, pero en un pacto secreto se reservaría derechos que Rosas no podría admitir, forzándolo a rechazar el tratado.  Ante esa intolerancia, Corrientes y Entre Ríos se separarían “provisoriamente” de la Confederación en la forma indicada por Madariaga en su carta del 16 de junio.
II-Tratado de Alcaraz, 15 de agosto de 1846. | Carlos Pistelli
Sin haber recibido las instrucciones de Rosas, el 13 de agosto Madariaga y Urquiza se entrevistan en Alcaraz, territorio de Entre Ríos. El mismo día Urquiza pasa una inocente nota a Madariaga acreditando a José Miguel Galán “para acordar y convenir con V.E. los medios adecuados al restablecimiento de la paz y armonía entre Corrientes y la Confederación Argentina”.
Eran dos los tratados. El público establecía:
1)       Paz entre ambas provincias y las demás de la Confederación.
2)       “Olvido absoluto” del pasado.
3)       Corrientes aceptaba el Pacto Federal y volvía a la Confederación.
4)       Autorizaba al gobernador de Buenos Aires a manejar las relaciones exteriores.
Hasta ahí un tratado corriente que nadie podía objetar, salvo la formalidad de no hacerse invocando la representación de Rosas. El veneno estaba en el tratado secreto, firmado en la misma fecha, que condicionaba el reingreso de Corrientes a la Confederación Argentina a tres premisas:
1)       La “obligación de resistir cualquier invasión extranjera” del artículo 2 del Pacto Federal, no regiría para la provincia "en la presente guerra contra el Estado Oriental» en las diferencias actuales con los gobiernos de Inglaterra y Francia”.
2)       No habría extradición de criminales, sino para quienes cometiesen delitos posteriores a la ratificación  .
3)       El tratado con Paraguay “así como las relaciones de esta clase que tiene establecidas con los Estados vecinos (la R. Oriental) continuarán en el estado en que hoy se hallan, hasta que llegue el caso de los arts. 15 y 16 del referido tratado (la reunión del congreso general federativo) o que los altos intereses de la Confederación Argentina exijan otros arreglos a ese respecto”.,
El tratado secreto anulaba al público. Corrientes mantenía el pacto con Paraguay contra el tirano de Buenos Aires” y sus convenios con el gobierno de Montevideo contra Rosas, y se desligaba de toda obligación de contribuir a la defensa por la agresión anglofrancesa.   Es decir: no había incorporación de Corrientes al Pacto Federal. No era necesario conocerlo a Rosas para descontar el estruendoso rechazo.
El tratado público fue comunicado por Urquiza a los gobernadores de provincias como gran acontecimiento nacional. Como aseguraba haberlo concertado conforme a las instrucciones de Rosas, las provincias lo festejaron.
La primera noticia de Alcaraz en Buenos Aires se tuvo por un transparente de la Sala de Comercio británico del 25 de agosto. Todavía estaba en Buenos Aires el comisionado de Urquiza, Juan Castro, a quien Arana había dado precisamente las instrucciones para que Urquiza firmase el pacto en nombre de la Confederación. Castro, de buena o mala fe, fue el primer sorprendido. El 26 de agosto llegó a Buenos Aires Galán con los textos de ambos tratados y una carta de Urquiza a Rosas recomendando a Madariaga “por su franqueza, honradez y patriotismo”.
Biografía de Juan Madariaga
En Montevideo se supo perfectamente qué había detrás del convenio. El 29 de febrero de 1848 Manuel Herrera y Obes, ministro de relaciones exteriores de Montevideo, escribiría a Andrés Lamas, enviado en Río de Janeiro: “Si usted calcula que el Imperio se prestará a la planificación de nuestros proyectos, recomiendo a usted mucho la insistencia en que el Paraná sea el límite de la. República Argentina, y que para obtenerlo asuma el Brasil la iniciativa del pensamiento en los próximos arreglos. Urquiza, téngalo usted por cierto, acepta, desde luego, la proposición. Yo se lo garanto a usted",
A poco de despachado Galán a Buenos Aires, llegó a Entre Ríos una información que obligará a Urquiza a dar marcha atrás en el pronunciamiento y la segregación proyectada. A lo menos por el momento.
Estaba en Buenos Aires, desde los primeros días de julio, el ex cónsul británico en Montevideo Tomás Samuel Hood y había venido a tratar con Rosas y Oribe nada menos que el retiro de la intervención. La noticia llegó a Entre Ríos cuando Galán estaba ya rumbo a Buenos Aires con las malhadadas cláusulas de Alcaraz en la cartera; el 26 llegaba Hood a Buenos Aires. Al encontrar en retirada la intervención anglofrancesa,  Galán debió confesar que en Alcaraz “se había hecho un barro” y trató de borrar con el codo lo escrito con la mano.  La misión Hood hizo fracasar, pues, la segregación de la Mesopotamia.
Bibliografía
Bosch, Beatriz "Los Tratados de Alcaraz"
Castello Antonio Emilio  Historia de Corrientes
Galvez Manuel "Vida de Don Juan Manuel de Rosas"
Palacio Ernesto "Historia Argentina"
Rosa José María "Historia Argentina"