Por Adolfo Saldías
El primer negocio de Rosas y Terrero fué el de salazón de pescado y acopio de frutos del país. Pero la actividad y el constante afán de Rozas perseguían ventajas mayores que las que le proporcionaba este negocio. Su amigo don Luis Dorrego, que conocía sus aptitudes, le ofreció su compañía y su dinero. Con esta ayuda, de Terrero, Rozas estableció el primer saladero que hubo en la Provincia, en el lugar denominado «Las Higueritas», partido de Quilmes. Su audacia emprendedora arrancaron al negocio pingües resultados; el tal punto que, en dos años, no solo se dobló el capital, sino que la casa Rozas, Terrero y Cia. se propició relaciones de primer orden en América, debido al comercio de exportación que directamente hacía con negociantes de Río Janeiro y de la Habana en particular.
Tan importantes eran estas transacciones, y tan vasta la esfera que abrazaban las faenas de carnes y demás frutos beneficiados en el saladero de Rozas, que algunos hacendados de poca monta y algunos particulares, creyeron ver en estos establecimientos la causa de la disminución de los ganados en la Provincia; é interpusieron su influencia cerca del Director Supremo para que se suspendieran los saladeros — « á fin de que no escasee la hacienda para el abasto público».
Estas influencias no fueron vanas. El Director Pueyrredón, dando un plazo equitativo, ordenó la suspensión de los saladeros, á partir del 31 de mayo de 1817; y el de Rozas cerró en consecuencia sus trabajos, juntamente con otros dos que había en la Provincia. Con este motivo se originó una de las discusiones más singulares y prolongadas que jamás haya habido en Buenos Aires, por la clase de personas que la sostuvieron; por el calor con que tomó parte en ella la prensa de todos los colores; y por las ideas económicas adelantadísimas que se ventilaron. En agosto de ese año, los hacendados más fuertes de la Provincia, amigos y comitentes de Rozas, representaron al Director del Estado sobre el «Restablecimiento de los saladeros, exportación libre de todos los frutos del país, arreglo del abasto de carnes, y otros puntos de economía política». Esta Representación, redactada por el Dr. D. Mariano Zavaleta, es un documento importante en el que, con buenas razones, se alega la injusticia de privar á los hacendados el vender sus ganados con estimación á los saladeros « no dándoles otra salida que la muy mezquina del resero » ; se considera la infundada creencia de que esos establecimientos motivan la escasez de hacienda para el abasto público; y se refuta de paso un manifiesto publicado en esos días por don Antonio Millán, que fué uno de los principales agitadores contra los saladeros. La prensa, por su parte, movida por los afanes de Terrero y Rozas, de Trápani y Capdevila (saladeristas también) tomó el partido de los hacendados; y haciendo mérito de la necesidad de dar amplitud y libertad á la industria ganadera, que era la principal de nuestro país, argumenta en contra de los ilusos: «para disuadirlos « del error económico que los llevaba á querer limitar el comercio de los frutos de esa industria, en nombre de « peligros tanto más imaginarios cuanto que era inmensa
la cantidad de ganado vacuno y yeguarizo que campeaba «en la Provincia.»
El abandono en que estuvieron las dilatadas campañas de Buenos Aires durante dos siglos, á pesar de las grandes concesiones de tierras que se hicieron, aumentó de una manera prodigiosa los ganados.
Azara, agrega que « el espacio ocupado en aquellos tiempos por los ganados, casi todos cimarrones, pasaba de cuarenta y dos mil leguas cuadradas.» — Y multiplicando, en seguida, este número de leguas por el de 2.000 (que era. término medio, el número de cabezas de ganado que pacían cómodamente en una legua cuadrada, según los datos que le dieron ganaderos á quienes consultó al efecto). Azara deduce que había más de cuarenta y ocho millones de cabezas de ganado en el territorio de Buenos Aires.
Los indios de Chile y de Corrientes, los vecinos de Mendoza, Tucumán, Santa Fe y todos cuantos se proponían hacerlo, declararon una verdadera guerra de exterminio á esos ganados; organizándose al efecto en caravanas, provistos de chuzas afiladas con las que desgarretaban á los animales, por el interés de los cueros y del sebo, que vendían después en gruesas cantidades á los contratistas de este género de comercio.
Estos bárbaros, estimulados por la ganancia de un real por cada res desgarretada, y de un real por cada cuero, esperaban la primavera para entregarse á las correrías, precisamente cuando tiene lugar la parición del ganado vacuno ; « de donde resulta, agrega Azara, que los terneritos, no pudiendo seguir á las madres en una corrida tan dilatada, quedaban abandonados y perecían, y que las vacas preñadas abortaban con la fatiga... » Los datos con que Azara explica la pérdida de cuarenta millones de cabezas de ganado, sacrificados en aras de la rapacidad y de la avaricia, están acreditados por la palabra oficial de los virreyes: « Siendo los ganados el principal nervio del comercio de este vecindario decía don Pedro de Ceballos en su Memoria de 12 de agosto de 1778 á su sucesor (Vertiz). y refiriéndose á los de la otra banda del Plata: « se recela con Justísimos fundamentos que continuando « el desorden con que se ha procedido en la matanza de estas «especies, haya de llegar el caso de arruinarse enteramente este puso de manifiesto los principios liberales que la revolución había difundido en todas las clases sociales; así como las aspiraciones al engrandecimiento industrial, que esperaban realizarlo por medio del desenvolvimiento natural de las riquezas del país, al amparo de una libertad que no tuviera más límites que la propia concurrencia de todos los que llevaran sus esfuerzos á la obra comun.
Los políticos de ese tiempo, — recelosos de la energía con que condenaban la supresión de los saladeros los poderosos y activos hacendados de Buenos Aires, quienes habían comprometido sus fortunas y su porvenir para fomentar la que será siempre la principal riqueza del país. —trataron de paliar la dificultad, proponiendo confidencialmente á los señores Rozas y Terrero que comisionaran cerca del Gobierno á una persona de cierta respetabilidad, para arbitrar un medio honorable de cortar esta cuestión, que ya se hacía demasiado enojosa. A este efecto, Rozas y Terrero, Trápani y Capdevila dieron pleno poder al señor don León Ortiz de Rozas, quien, á pesar de todo su empeño y de sus relaciones, no pudo obtener buen suceso, porque los saladeros no se toleraron sino después de la caída del Directorio.
Entre tanto. Rozas. Terrero y Dorrego. compraron los campos de don Julián del Molino Torres en la Guardia del Monte, que era entonces la extrema frontera en esa dirección; y se asociaron para explotar el negocio de pastoreo. En estas tierras del interior y exterior del Salado se poblaron los primeros establecimientos de la sociedad O cuya cabeza de lugar se llamó Los Cerrillos. Aquí comenzó Rozas á labrarse su influencia y su fortuna. Dando el ejemplo de la severidad de sus costumbres y de su amor al trabajo, llevaba, la vida común con sus empleados. Él atacaba el primero las faenas más rudas, como que pasaba por el jinete más apuesto y por el gaucho más diestro para vencer á fuerza de habilidad y de pericia las dificultades que entonces se presentaban diariamente á los que vivían en la Pampa, fiados en su propia fortaleza. Sus estancias se convirtieron en verdaderos centros de población, sometidos á la disciplina rigorosa del trabajo que educa y ennoblece. Los gauchos y los que no lo eran, hacían méritos para trabajar en ellas, fiados en el módico bienestar y en la esperanza de mejora que alcanzaron cuantos se distinguieron por sus aptitudes y por su constancia.
Su reputación de hombre de empresa y de trabajo; la confianza de que gozaba entre los principales hacendados así por la invariable rectitud de sus procederes, como por la serie de negocios felices que con ellos hacía; y la simpatía que despertaba entre los sencillos campesinos un trabajador opulento descendiente de los antiguos gobernadores del país, proporcionáronle á Rozas al cabo de algunos años la dulce satisfacción de ser el poderoso señor de la grande área de tierra donde había caído su incesante sudor, y, con esto, la facilidad de acometer en el sur de Buenos Aires cualquiera empresa, por magna que fuese, con mayores probabilidades de éxito que ningún otro argentino.
Pero por eficaz que fuese la vigilancia y grandes los recursos de Rozas, sus estancias, situadas sobre la extrema frontera suroeste, no estaban á cubierto de las depredaciones de los indios; y eso que los viejos caciques le llamaban con orgullo «Juan Manuel», porque vivían gratos á don León y á su familia; y le recomendaban sus parientes para que les diese colocación en «Los Cerrillos», lo que digo, escribía D. Calixto Bravo, cincuenta y más años después (1882): «...puedo dar razón de todo lo que se ha hecho en esos establecimientos, pues yo fui en tiempo en que existían muchos de los « dependientes y capataces, de esos que hacían gala de haber asistido « á trabajos como no se han visto nunca en la República. Y es la « verdad: sesenta arados! funcionando al mismo tiempo, sólo se ha « visto en el establecimiento modelo « Los Cerrillos ». — Buenas fueron las lecciones que nos dejó el entendido y rígido administrador « (Rozas) y por eso progresaron todos los establecimientos que él « fundó. Lástima que haya muerto nuestro buen amigo el Sr. Manuel José de Guerrico, que él mejor que nadie sabía cuál era el orden que allí se observaba... » (M. S., original en mi archivo.)
Más expuestos que Rozas estaban los hacendados de las inmediaciones, que eran víctimas de robos frecuentes, ya por mano de los indios, ó por la de malhechores que vagaban por entonces en las campañas. Los principales hacendados se dirigieron á Rozas para que insistiese acerca de las medidas que éste había sometido á la consideración del Director Supremo, las cuales tendían á cortar esos males que amenazaban arruinar los grandes intereses de la Provincia. Es de advertir que por ese tiempo se aprestaba en la Península la expedición de 25.000 soldados realistas con el objeto de ahogar la revolución en el río de la Plata; y que ante la inminencia del peligro, el Gobierno
del Directorio había nombrado á don Juan Manuel de Rozas para que en unión de don Juan José de Anchorena y el doctor Vicente Anastasio Echeverría, detallasen en una Memoria el modo y forma de realizar la internación á la campaña de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, á los primeros amagos de aquella invasión. Cuando simultáneamente las Provincias Unidas luchaban por desalojar á los realistas de sus posesiones del Pacífico, para no ser invadidos nuevamente por el norte, era obra de romanos eso de dar seguridades á la campaña de Buenos Aires y de ponerla en condiciones favorables como para que prosperaran sus riquezas abundantes.
Esta fué la obra que acometió don Juan Manuel de Rozas, circunscribiendo sus ideas al límite de los recursos con que se contaba. Con tal objeto Rozas elevó en febrero de 1819 una memoria al Directorio, en la que proponía la fundación de un establecimiento denominádo Sociedad de Labradores y Hacendados para el auxilio de la policía de campaña.
Esta memoria es un documento notable en su género. A fuera de hombre práctico que ha visto de cerca los males y estudiado sus causas, Rozas comienza diciendo que para asegurar la propiedad y la vida en la campaña, es indispensable, antes de todo, poner el sur al abrigo de los ataques de los perturbadores del orden y cuantos vagabundos recorren en unión de los indios «la gran zona de tierra comprendida entre la línea exterior del Salado, frente al fortín de Lobos y la sierra; ocupando el campo vacío entre la línea de las estancias y la de las Tolderías.» , «El contacto con las primeras, agrega, les hace fácil el pillaje: el contacto con las segundas, les facilita protección en cualquier caso adverso. Aquí está, pues, el punto donde debe desenvolverse el plan de operaciones, y es ese campo vacío el que debe acordonar el gobierno, formando defensas sobre la verdadera línea de frontera por ahora. » Y mostrando gráficamente su plan, que se realizó con el tiempo, Rozas proponía que en el centro del gran trapecio comprendido entre la línea de las estancias y la Sierra, se formase un establecimiento para acantonar las tropas, distribuidas convenientemente en fortines, en una extensión de sesenta leguas; y fijaba como puntos más aparentes, la laguna de Caquel, á veinte leguas de los Toldos; la laguna del Sermón, á la misma distancia de éstos, ó la laguna de los Hinojales. Para defender esta línea, Rozas creía que bastaban 500 soldados; y aseguraba que en cada acantonamiento se formarían centros, los cuales se convertirían en otros planteles de defensa, á la vez que en nuevas y más fuertes poblaciones. Y para costear los gastos del establecimiento, propuso la creación de un impuesto indirecto de cuya recaudación y administración se encargaría una Junta de Hacendados, nombrada por el Director del Estado. Las diíicultades de la situación postergaron la realización del plan con que Rozas iniciaba, en 1819, la obra que consumó en 1833-1834. La borrasca revolucionaria del año 20, que ha hecho época en la historia argentina, estaba ya encima: y pueblos y gobiernos se preocupaban principalmente de conjurar como pudieran los peligros interiores y exteriores que los amenazaban.
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