Rosas

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viernes, 21 de febrero de 2020

Las cuestionadas "Memorias de Tomás de Iriarte"

Por el Prof. Jbismarck
Tomás de Iriarte, activo protagonista de episodios memorables de la historia española y argentina, diplomático en Estados Unidos, luchó en Ituzaingó en la guerra argentino-brasileña, miembro de la Expedición “Libertadora” de Juan Lavalle, corredactor -con Bartolomé Mitre - del Código Militar, testigo, en fin, de innumerables hechos fundamentales. Descendientes de figuras argentinas sintieron que temblaba todo el edificio trabajosamente armado en un siglo de procerazgo. Historiadores que habían dedicado su vida a enaltecer un personaje determinado con multitud de libros, artículos y monografías, experimentaron la fría amenaza de ver destruidos de pronto sus frutos intelectuales. Las memorias aparecieron finalmente, ¡cien años después de escritas!  Obviamente son muy discutidas: Iriarte siempre integró el partido unitario….Algunos párrafos-
Disponible en Textos Cautivos las “Memorias del General Tomás de ...

Tomás de Iriarte, activo protagonista de episodios memorables de la historia española y argentina, diplomático en Estados Unidos, luchó en Ituzaingó en la guerra argentino-brasileña, miembro de la Expedición “Libertadora” de Juan Lavalle, corredactor -con Bartolomé Mitre - del Código Militar, testigo, en fin, de innumerables hechos fundamentales. Descendientes de figuras argentinas sintieron que temblaba todo el edificio trabajosamente armado en un siglo de procerazgo. Historiadores que habían dedicado su vida a enaltecer un personaje determinado con multitud de libros, artículos y monografías, experimentaron la fría amenaza de ver destruidos de pronto sus frutos intelectuales. Las memorias aparecieron finalmente, ¡cien años después de escritas!  Obviamente son muy discutidas: Iriarte siempre integró el partido unitario….Algunos párrafos-

 Guillermo Brown “había desertado, robándose uno de nuestros buques de guerra, con el que fue a piratear en el mar Pacífico hasta que lo tomaron los ingleses y hubieron de ahorcarlo. De regreso a Buenos Aires se le formó causa y quedó arrinconado sin destino gracias a la parcialidad de nuestros jueces, porque en un país constituido habría sido sentenciado al banquillo. Así, Brown vegetaba en la oscuridad y se moría de hambre cuando fue llamado para tomar el mando de la marina”.

Güemes “jamás expuso su pecho a las balas (...). Era un jefe ambicioso y anarquista“. . . la provincia de Salta, la única barrera de la República Argentina, estaba entonces muy mal guardada por las tropas montoneras del caudillo Güemes. Los españoles la invadían con facilidad, siempre que así convenía a sus intereses””.

Sobre el coronel Feliciano Antonio Chiclana, Iriarte revela entretelones poco conocidos, como delatar a los amigos claramente evidenciada inclusive en una trampa que le tendió el mismo Iriarte a pedido del gobierno: “Un día me cito a tener una entrevista en su casa, pretextando enfermedad y que no podía venir a la mía. Cuando entré en su alojamiento estaba en la cama, envuelto en una asquerosa frazada. Me dijo que tenía que comunicarme un asunto de la mayor gravedad, pero, entretanto, la mujer y las hijas rodeaban su cama, y yo no estaba en ánimo de entrar en materia delante de testigos”. Iriarte comprendió que los familiares estaban ex profeso para actuar como eventual testimonio de lo que allí se hablase, y se retiró, sospechando que “en alguna pieza vecina estuviesen ocultos algunos agentes”. Y apunta Iriarte: “ ¡Qué hombre el tal Chiclana! ¡Qué ser tan abyecto y degradado! ¡Y fue miembro de la primera Junta revolucionaria y después del poder ejecutivo en el año doce!”.

Artigas había iniciado la ruina de la Banda Oriental “con sus desórdenes y abso­lutismo”.  Fustiga la ineptitud de los militares de su época: “Balcarce, Montes de Oca, Viamonte y Rondeau se dejaron batir por dos miserables gauchos, Ramírez y López”. A veces, no obstante, trata de ser objetivo: “el directorio de Pueyrredón fue tiránico hasta el exceso. Se violaban todas las garantías, o por mejor decir, ninguna existía de hecho, pero aquel gobierno fue el más regularmente cimentado de cuantos se habían sucedido des­de el año diez”.  Sobre Francisco Ramírez, El Supremo Entrerriano, Iriarte Lo acusa de estar sometido a una prostituta a tal punto, que habría descui­dado sus deberes militares.

En cuanto a Bernardino Rivadavia, es uno de los perso­najes favoritos de Iriarte,  reseña con elocuencia su supuesta labor de estadista, pero simultáneamente lo acusa de haber importado el pedantismo en nuestro país. Enjuicia “sus maneras orgullosas, la intolerancia de su carácter”, su temperamento irritable, “su fatua hinchazón”, que cuando paseaba por las calles de Buenos Aires, como era corto de vista, preguntaba al edecán que llevaba a su lado: «Quién es ese hombre incivil que no ha saludado al presidente de la República»”.


Iriarte, señala que el Libertador José de San Martín “era muy impopular en los pueblos del Perú, como prácticamente quedaba probado con la deposición de su ministro Monteagudo”. En Alvear obraba un sentimiento de envidia por el nombre glorioso de su adversario. En San Martín tenía otro origen el encono que profesaba a Alvear: era el conocimiento que de él tenía”. Tal era el odio —curioso odio entre quienes habían llegado juntos desde España en 1812.
Claro que en torno de Carlos de Alvear también el memorialista Iriarte levanta una cerrada malla de juicios aterradores: era mentiroso, incapaz de redactar una nota hasta que finalmente se trastornó “con el mando del ejér­cito. Había tomado un tono enfático y petulante que a todos chocaba y lo hacía aparecer como un farsante”. Otras revelaciones asombrosas lo pintan a Alvear proyec­tando, poco antes de la batalla de Ituzaingó, alzarse con caudales ajenos, según una proposición que le hizo al mismo Iriarte: “¿Ve usted esta galera cuán grande capacidad tiene? Pues bien: pienso llenarla de oro y plata, y si la suerte nos es adversa, nos embarcaremos en el río Grande y haremos un corte de manga al ejército y a la república. Todos son unos botarates y el primero y más clásico es don Bernardino Rivadavia. No tenga usted cuidado, de esta hecha lo he de enriquecer a usted”. El comentario de Iriarte tampoco tiene desperdicio: “Tales fueron, poco más o menos, sus palabras. Tal el discurso extravagante e inmoral de aquel hombre que pasa en el concepto de algunos por una cabeza privilegiada”.  Y por cierto que Alvear no se quedaría en meros proyec­tos. Al extinguirse la gloriosa batalla de Ituzaingó, el general en jefe “se apoderó de la vajilla de plata del marqués de Barbacena. Era hombre que no se descuidaba. El general Soler participó del botín aligerando los baúles del marqués. Después repartió algunos trapos entre los jefes del cuerpo de ejército que él mandaba. A mí no me tocó nada, no sé por qué. Pero habría desdeñado admitir una sola prenda, a no ser que hubieran sido libros o cartas topo­gráficas. Para nada de esto se acordó Soler de mí”. Por lo visto, Alvear tampoco se acordó de sus promesas de enri­quecer a Iriarte.

Juan Manuel de Rosas: “este picaro siempre ha sido cobarde (...). Era una especie de señor feudal. Estableció reglamentos extravagantes y crueles, a que él mismo quiso sujetarse, y así, gradualmente, fue ascendiendo en consideración y prestigio entre los habitantes de la campaña del Sur: eran éstos los criminales, ladrones, salteadores de caminos, asesinos, hombres inmorales y delincuentes, a quienes perseguía la justicia de las leyes y que, por evitar un merecido e infalible castigo, se refugiaban en los campos de Rosas . . .”.

Obviamente son muy discutidas: Iriarte siempre integró el partido unitario….

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