Rosas

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martes, 27 de febrero de 2024

La Bandera, Belgrano y Corrientes.

por Jorge Enrique Deniri
El 27de febrero de 1812, Belgrano estableció dos baterías de artillería en ambas orillas del río Paraná, próximas a la entonces pequeña población conocida como Villa del Rosario (la actual ciudad de Rosario). En esa misma fecha, hacia las 1830 horas, y en solemne ceremonia, Belgrano dispuso que fuera por primera vez enarbolada una bandera de su creación (se presume que de dos franjas horizontales, blanca la superior y celeste la inferior). La tradición señala que esa primera bandera izada por Belgrano fue confeccionada por una vecina de Rosario de nombre María Catalina Echevarría de Vidal y quien tuvo el honor de izar la enseña fue un civil, Cosme Maciel, también vecino de Rosario. En esta ciudad se encuentra el Monumento Histórico Nacional a la Bandera asentado en el Parque nacional a la Bandera”.
El posteo, transcribe luego las igualmente hermosas palabras que también la tradición ha consagrado como texto de la Arenga con que Belgrano exaltó el ánimo de sus hombres en aquella oportunidad expresando: “¡Soldados de la Patria! En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Excelentísimo Gobierno: En aquel, la batería de la <<Independencia>>, nuestras armas aumentarán las suyas; juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo <<¡Viva la Patria!>>.
La arenga es el discurso típicamente militar, de soldados, pronunciado singularmente en momentos de exaltación, para motivar a los hombres de armas a empuñarlas como es debido. Manuel Belgrano era asombroso para llevar a lo más alto el espíritu de sus soldados. Incluso en plena batalla era capaz con sus palabras de arrastrar a sus hombres para que lo siguieran en esos actos que gustamos de imaginar en los héroes, pero que rara vez alcanzan la altura, dan la medida y marcan varas tan altas como las belgranianas, en Paraguarí y Tacuarí, cuando sus atributos de Jefe, sus dones de magnífico conductor, los acaudillaron de un modo que el mismo adversario supo hidalgamente reconocer, acordando una capitulación que otorgaba al denuedo un laurel de aquellos que justifican sostener que, si se ha comportado como corresponde, al derrotado le cabe también su cuota de gloria.
Para Corrientes y para los correntinos, el Manuel Belgrano militar, soldado, más que soldado, guerrero, es especialmente significativo, porque es con Belgrano que los correntinos entran por primera vez en batalla durante su expedición al Paraguay, Así pudieron ver y palpar de primerísima mano la fibra y el temperamento del héroe, que atravesó de sur a norte el territorio provincial, enfrentando primero calores y sequía, y después lluvias torrenciales, improvisando materiales de franqueo para atravesar nuestros infinitos cursos de agua, soliviantando hasta voluntades infantiles como la de Pedro Ríos, que como un precursor del Tamborcillo Sardo, marchó a la liza pare encontrar la muerte pero haciéndose inmortal.
Y no nos olvidemos que le debemos igualmente el primer Pueblo Patrio, y eso también en Corrientes. La deuda emocional de Corrientes con él, es inconmensurable, pero no lo es menos la de esa Patria nuestra por la que lo dio todo, y que, entre tantos dones, le debe nada más y nada menos que dos de sus símbolos.
Y la reflexión capital que se me ocurre, es tal vez herética, pero no por eso menos valiosa para ser sopesada: De acuerdo, ¿Qué sería nuestra Bandera sin Belgrano? Y ¿Qué es Belgrano sin nuestra Bandera? Creo que son indivisibles. Imposible imaginar a la una sin el otro, porque como decía aquella ancestral canción escolar, entre sus franjas está “el alma de Belgrano”.
Por eso, a mí, y estoy seguro que a muchos más también, esa Bandera ¡me representa!, por más que voces apátridas como la de la diputada Miriam Bregman puedan pretender lo contrario.
Pero creo que también es necesario reflexionar sobre qué le seguimos debiendo a Manuel Belgrano los correntinos, nativos y por opción, porque con todo lo que nos entregó en aquel momento verdaderamente fundacional del año 1810, no hay fechas de nuestro calendario que honren de modo apropiado sus acciones en nuestro medio. Porque es o debiera ser un héroe correntino más, ocupando en nuestro panteón un sitio equivalente sino superior al de nuestros grandes. Por cierto, nuestros antepasados no vieron con buenos ojos su actuación del año 1811, que con el paso del tiempo se tradujo en la pérdida definitiva del Ñeembucú a manos del Paraguay. Pero ha pasado tiempo suficiente para que las razones de esas antiguas rencillas hayan perdido entidad, y dejen de proyectar sombras imprecisas sobre uno de los Padres de la Patria.  Y aquí se me ocurren dos reflexiones más, una sobre la Bandera y otra sobre la jerarquía de los héroes.
Cuando la invasión paraguaya a la Provincia de Corrientes, Pedro Igarzábal, uno de esos grandes correntinos dignos de más memoria, que unos años después cayó víctima de la epidemia, en su puesto, al frente de la provincia, escribió un diario en el que prolijamente narró los sucesos desde la llegada de los invasores, hasta la incursión de Paunero, que temporariamente retoma la ciudad en el mes de mayo. Uno de sus asientos, habla de la bandera que los partidarios de los paraguayos, los “paraguayistas”, enarbolaban en “La Casillita”, que era el resguardo ubicado en la Punta San Sebastián. Igarzábal los critica acerbamente por alzar la que considera la enseña de la desunión nacional, que en última instancia, era, presumiblemente, la que hoy honramos como Bandera de Corrientes. Según me relató Diego Mantilla, el que nuestra Bandera provincial haya prácticamente desaparecido por tantos años, hasta la década del 80 del siglo pasado, se habría debido a esas circunstancias.
Así, quizá debamos evaluar en qué medida la proliferación de banderas beneficia o desvaloriza a la Bandera Nacional, y en un país más necesitado de unidad que nunca, esa “poligamia banderil” obra en sentido contrario.
No estoy sugiriendo que se supriman las banderas y estandartes, sino que debe reflexionarse con qué significaciones se los carga, y que en ese sentido, el más alto valor indubitablemente, debe ser asignado a la Bandera Nacional, y todas las demás deben estar muy por debajo. Y, personalmente, creo que no debe otorgarse significación alguna, ni siquiera decorativa, a esas enseñas multicolores, ajenas por completo a nuestra cultura, que pretenden, y poco menos exigen, ser colocadas al mismo nivel de nuestra enseña Patria. Por otra parte, así como es irrelevante el papel jugado por el Reglamento de Belgrano para los pueblos misioneros, porque lo desautorizaron y nunca pasó del papel, es falso que, más allá de algunos simbolismos, como el sol de rostro incaico, los asambleístas de 1813 hayan pensado compartir el poder con los primeros pobladores. Sería hermoso que hubieran llegado tan lejos, pero cualquier análisis serio, que supere lo retórico, nos mostrará que no fue así. La correspondencia misma de Belgrano en su hégira paraguaya, muestra que tiene una opinión más bien pobre de los indios, al menos como soldados.
El último, pero no el menor de los ángulos del tema de esta nota, es el referido a la proliferación de los héroes.
Personalmente, por el profundo respeto que me inspiran las acciones de quienes nos precedieron, dejando de lado todas las filias y fobias, creo que el panteón de nuestros héroes está muy bien hecho y consolidado. Que así como es inaceptable que se derribe sin más a las figuras consagradas en el ayer, se fabriquen nuevos próceres que ocupen el sitial de los antiguos o los reemplacen.
La iconoclastia siempre es censurable, pero no menos discutible es el deseo de poner al mismo nivel a figuras que tienen un mérito propio indiscutible, pero que de ningún modo pueden instalarse en el estrechísimo espacio que le cabe sólo a los más grandes. El podio de la gloria es mucho más exquisito que el de cualquier Olimpíada.
Específicamente, estoy haciendo referencia a José de San Martín y Matorras, y a Manuel del Corazón de Jesús Belgrano, Los Padres de la Patria. Todos los demás están por debajo, por buenos que hayan sido, no dan la medida, sobran.

viernes, 9 de febrero de 2024

Los invitamos al ZOOM SOBRE HISTORIA: FEBRERO DEDICADO A MARTÍN MIGUEL DE GUEMES Y A JUAN FACUNDO QUIROGA.

 Julio Otaño le está invitando a una reunión de Zoom programada.


Tema: Zoom meeting invitation - Reunión de Zoom de Julio Otaño

Hora: 11 feb 2024 19:00 HS


Entrar Zoom Reunión

https://us04web.zoom.us/j/4854245424?pwd=MHBRcEF4OUMzYmNENENUVkNyTFVrZz09&omn=72103267156


ID de reunión: 485 424 5424

Código de acceso: julio




La Historia, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de vida

Por Alberto Vidal Guerrero
La Historia, afirmaba Cicerón, es luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida. Esta cita latina nos puede ayudar a entender mejor qué es la Historia como ciencia y cuál es la responsabilidad de los historiadores.
Muchos piensan que la Historia son una sucesión de datos objetivos los cuales describen de forma positiva los acontecimientos que sucedieron en el pasado. Nada más lejos de la realidad. Por otro lado, las corrientes posmodernistas sitúan la subjetividad como algo central en la construcción de la historia, es decir: hay tantas verdades y construcciones de la Historia como personas o grupos en el mundo. Puro relativismo.
Por ello mismo traemos esta cita de Cicerón, donde el orador latino no nos dice que la Historia sea “la verdad”, sino la que la ilumina. Es decir, es como un farolillo que nos va mostrando el camino a seguir, siendo lo más importante la actitud en la búsqueda que la propia lumbre, pues ésta a veces alumbrará más y otras menos.
La Historia es vita memoriae, vida de la memoria, no la memoria en sí, sino aquello que le permite respirar. Muchas veces volver a nuestra infancia o juventud nos permite recordar quienes somos, así lo mismo con la sociedad, el pasado nos habla de nuestro presente y de nuestro futuro, por ello también es la Historia magistra vitae.    Por todo esto, la Historia no puede ser una simple adquisición de conocimientos alejados de nuestra existencia y la existencia de nuestro mundo, sino que debe ser concebida como aquellas palabras que nos decía nuestro padre o abuelo, cargadas de experiencia y sabiduría, y que nos guían y acompañan en nuestra vida.
Así pues, por poner un ejemplo, un hecho objetivo como el descubrimiento de América no debe ser considerado simplemente como una anécdota. En 2009 el presidente Barack Obama proclamó el 9 de octubre como día de Leif Erikson, un vikingo noruego que sobre el año 1000 llegó a las costas orientales de Norteamérica. Curioso que el día oficial de este “descubridor” sea tres días antes del avistamiento de tierras americanas por las tres carabelas hispanas capitaneadas por Colón. Si tratáramos el descubrimiento como una anécdota aislada, entonces tanto valdría el descubrimiento de Erikson como el de Colón, incluso situaríamos como más importante el del vikingo solamente por el hecho de que “llegó primero”.
Entonces es cuando llega el farolillo de la Historia, que va más allá de la simple anécdota y no se ciñe al pasado únicamente, sino que ilumina el camino, el ya recorrido, el que ahora recorremos y el que nos queda por recorrer. Y la Historia se pregunta, investiga y no encuentra casualidades. La cultura nórdica se considera a sí misma como originaria de una raza superior, de ahí surgen las grandes controversias raciales del norte de Europa y Norteamérica, controversias que no se encuentran en el mundo latino. Existen innumerables diferencias entre las culturas nórdica y latina, diferencias que se gestaron a lo largo de la historia y cuyas concepciones del hombre y del mundo en el que vive pueden marcar, aún en la actualidad, los destinos de los pueblos y de la sociedad en general.
El conocimiento de estas diferencias entre los muchos acontecimientos, corrientes y personajes de la historia, lo que implicaron y lo que ahora implican, lo que supone recordarlos u olvidarlos, darles mayor importancia o menos, investigarlos etc. todo ello es lo que forma la tarea del historiador. Por ello mismo los historiadores no somos enciclopedias andantes, sino profesionales que aprendemos a guiarnos por esa luz, analizar los hechos desde una perspectiva integral y reflexionar sobre ellos, con el objetivo de compartir lo que descubrimos para que nuestro trabajo contribuya a construir toda una cultura del bien común.