Rosas

Rosas

viernes, 31 de diciembre de 2021

Los grupos sociales en la Revolución de Mayo (1961)

Por Ricardo Zorraquín Becú

Este artículo se publicó en el año 1961, en Historia, revista editada por la Academia Nacional de la Historia. El tipo de análisis que propone Zorraquín significó una novedad en la medida que el enfoque en la actuación de los hombres daba lugar a una contemplación del proceder en tanto grupos sociales. En el primero de esos grupos es fácil de ubicar a quienes lucharon contra los ingleses y luego defendieron a Liniers frente al Cabildo. Cornelio de Saavedra, Juan Martín de Pueyrredon, Martín Rodríguez, los Balcarce, Viamonte y otros jefes militares encabezaban ese núcleo de criollos que continuaban reconociendo las jerarquías sociales y mantenía un modo de ser tradicional, sin dejar por ello de aspirar a la independencia. El núcleo intelectual e ilustrado estaba constituido, en cambio, por Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Mariano Moreno, los Rodríguez Peña, Vieytes, Larrea y otros muchos que seguían sus enseñanzas.

La revolución, en definitiva, fue la obra conjunta de los militares y de los intelectuales, apoyados por una mayoría del clero y por muchos miembros de la clase más elevada; siendo resistida en cambio por los funcionarios y por otros sectores de la opinión, que sin embargo no estaban organizados ni tenían intereses y tendencias comunes.  La revolución no tuvo el matiz aristocrático que predominó en Chile al principio, ni el aspecto plebeyo de Méjico, ni incurrió en los excesos populares que empañaron la de Venezuela. Fue un movimiento dirigido por las clases que entonces tenían mayor gravitación en la sociedad bonaerense, como resultado de los acontecimientos que perjudicaron a las demás. Su éxito se debió en buena parte a los cambios recientes que se habían producido en la influencia respectiva de los diversos factores de poder, y que dieron el dominio militar absoluto a los criollos y volcaron la opinión a favor de los intelectuales que mantenían incólume su prestigio.   Fuera de todos esos grupos que eran los únicos que intervenían en los problemas políticos y sociales, había una gran masa popular que nunca había participado en la dirección de la comunidad. Solo una pequeña fracción de ese núcleo popular —apenas unos centenares—aparece en la histórica plaza de la Victoria para imponer sus exigencias al temeroso Cabildo bajo la conducción de sus jefes legendarios French y Berutti.  Este corto número de revolucionarios no significa, sin embargo, que el movimiento fuera impopular o el resultado de una conjura minoritaria, sino que revela la existencia de una sociedad jerárquicamente constituida, dentro de la cual las clases superiores desempeñaban una indiscutida dirección. Estas últimas, en efecto, ejercían la representación legítima del pueblo, que no necesitaba ser ratificada por este. 

De tal manera, en esa sociedad estamental, las clases superiores desempeñaban un mandato tácito de toda la población, del mismo modo que las Cortes del reino —constituidas por la nobleza, el clero y las ciudades— eran en la teoría política de la época la expresión intergiversable de la voluntad nacional. Es por lo tanto anacrónico preguntamos si la revolución de Mayo fue un movimiento minoritario o democrático. La revolución se hizo en primer término, contra el grupo de los funcionarios que eran los detentadores inmediatos del poder. Todo movimiento de esta índole comienza con un cambio de gobierno, que en este caso eliminó inmediatamente a las autoridades políticas, a las judiciales y luego al cabildo, para extenderse por fin a todos los jefes locales.  La revolución no tuvo, por lo tanto, el aspecto de una lucha social entre clases diversas y opuestas, salvo en lo que respecta al núcleo reducido de los funcionarios adventicios, Y aun la persecución o cesantía de éstos tendía más a eliminarlos como factor de poder que como grupo social. 

El triunfo del movimiento se debió, sin embargo, a la aparición de dos nuevas fuerzas sociales que lograron imponerse gracias al desprestigio, la decadencia o la división de las que tradicionalmente habían dirigido la vida política de estas provincias. El poder había cambiado de manos, y ya no eran las autoridades ni los vecinos más destacados quienes lo ejercían en la realidad de los hechos. Estos y aquéllas estaban sometidos desde enero de 1809 a la voluntad del ejército criollo.  La milicia era una verdadera fuerza social, homogénea y disciplinada, detentadora del poder y capacitada para tomar decisiones trascendentales.  Este ejército, íntimamente adherido a los jefes que el mismo había elegido, no actuaba como un instrumento ciego en función de la disciplina militar, sino que seguía las variaciones de la opinión pública exaltada y sensible.  Los militares realizaron el cambio de gobierno seguramente con el propósito de separarse de España, pero sin ideas claras al respecto de la organización y tendencias del sistema que inauguraban. Para ellos lo primero era sin duda asegurar el triunfo de la revolución y conseguir la independencia. Lo demás quedó en manos de los intelectuales que los acompañaban. 

Los intelectuales burgueses eran también un producto nuevo en el escenario virreinal.  Estos intelectuales formaban realmente un grupo social distinto, que no se había incorporado a la clase superior.  Pero lo que aseguró la victoria de los iluministas fue el apoyo militar que consiguieron y el desprestigio de los gobernantes españoles.  No es es extraño entonces que la revolución estuviera dirigida por estos grupos que le dieron su propio pensamiento. Pero nada habrían podido hacer sin el auxilio de los militares criollos poseedores de la fuerza y resueltos a utilizarla en. caso necesario. El triunfo revolucionario se debió al acuerdo de ambos grupos de la sociedad bonaerense, los cuales manejaban a los dos factores principales de los cambios históricos: la opinión pública y la fuerza armada. Los propósitos de los revolucionarios no fueron sociales ni económicos, sino eminentemente políticos. Ni querían perseguir a otras clases, ni aspiraban a implantar reformas fundamentales en el régimen de la propiedad, el trabajo o el comercio. Querían en cambio organizar un gobierno propio —lo cual tenía que conducir tarde o temprano a la independencia—y orientar a ese gobierno conforme a las ideas que entonces predominaban universalmente.

Ricardo Zorraquín Becú: Nació en Buenos Aires en 1911. Estudió en la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó con una tesis titulada El federalismo argentino, que obtuvo el "Premio Facultad" en 1939. Fue adjunto del profesor Ricardo Levene en la cátedra de Introducción al Derecho, de la que paso a ser titular en 1949. Fue consejero de la Universidad Católica Argentina entre 1958 y 1966, año en el que fue nombrado embajador en Perú, de donde regreso en 1969. Presidió la Academia Nacional de la Historia entre 1962 y 1966 y entre 1988 y 1995. También se desempeñó en la judicatura como Secretario de la Justicia de Paz Letrada desde 1935 y fue juez nacional de Paz entre 1942 y 1955, año en el que fue nombrado juez de Primera Instancia en lo Comercial.  Sus trabajos son de carácter histórico-jurídicos, se destacó por su actuación en el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho "Doctor Ricardo Levene", fundado por él en 1973 y como director y fundador del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano. Entre sus obras se destacan Historia del Derecho argentino (1969-1975), reeditada varias veces, y Marcelino Ugarte, un jurista de la organización nacional (1952). Murió en 2000 en Buenos Aires.


La Logia Lautaro

Por Patricia Pasquali

Cuando San Martín, Alvear y Zapiola formaron en Buenos Aires el triángulo básico sobre el que se constituyó a mediados de 1812 la nueva logia de “Caballeros Racionales” bajo la presidencia del segundo, la entidad masónica de Álvarez quedó subordinada a ella, pasando sus principales miembros -que a su vez lo eran de la Sociedad Patriótica- a formar sus cuadros. Así como Álvarez y Manuel Guillermo Pinto oficiaban de nexo entre sus cofrades y la nueva institución a la que se habían integrado, Monteagudo cumplía-idéntica misión ante sus seguidores. Esto se debió a que los viajeros de la George Canning, luego de compenetrarse de la inconsistencia de la oposición, terminaron “por creer que las instituciones masónicas estaban desvirtuadas en las logias de Buenos Aires. Formaban parte de ellas muchos hombres de importancia muy secundaria, que bajo ningún aspecto eran acreedores a la confianza que era preciso tener en ellos para dirigir con acierto la revolución [...] se necesitaba una reforma radical en el sistema de sociedades secretas para que éstas produjesen el efecto que convenía. De allí pasaron a tratar de los medios de organizar una nueva logia compuesta de un número más reducido de miembros. Debía formarse ésta de los personajes más importantes que, hasta el momento, contaba la revolución en sus filas con tal que éstos fuesen hombres de energía y decisión, y que se hallasen dispuestos a arrostrar cualquier peligro por el triunfo de la causa en que estaban empeñados [...]. Su principal objeto era trabajar poderosamente para asegurar la independencia americana, a costa de cualquier sacrificio y casi sin reparar en medios”. 
Antes de dos meses la logia contó con muchos afiliados y, entre ellos, a militares de elevada graduación, a los políticos más influyentes de la revolución argentina y a algunos hombres notables por su patriotismo y virtudes cívicas. Allanáronse todos éstos a prestar un solemne juramento y a obedecer fielmente las reglas y ritos de la sociedad.  Pero, además, esa forma de organización permitía hacer de la logia la central de inteligencia intangible de la revolución, disciplinando imperceptiblemente las fuerzas políticas para dar unidad y dirección al movimiento, sin dejar traslucir que se preparaba entre pocos lo que aparecía en público como el resultado de la opinión de la mayoría.  Zúñiga informa que los trabajos de la Logia tuvieron comienzo en un caserón antiguo ubicado en la calle de la Barranca, al llegar a la de Venezuela. Coincide con Vicente F. López en esta aserción -o tal vez haya sido su fuente de información-, quien al narrar la manera como su padre fue iniciado en la Logia, expuso que, acompañado por Ambrosio y Pedro Lezica, don Vicente “regresaba por la calle de Barrancas que hoy se llama general Balcarce; dieron vuelta por la que hoy es Venezuela y al pasar por una casa grande frente al paredón de Santo Domingo, lugar entonces solitario,y lóbrego, don Pedro Lezica detuvo a sus compañeros y les dijo «en esta casa acostumbramos a reunimos algunos amigos para saber noticias».  La carencia de toda documentación relativa a logia establecida en Buenos Aires de 1812 fue paliada en parte cuando en 1860 el historiador chileno Vicuña Mackenna dio a publicidad los Estatutos de la Logia de Santiago, escritos íntegramente de letra del general O’Higgins, que serían idénticos a los de aquélla. Mitre así también lo creyó y se basó en esa pieza excepcional para la caracterización de la sociedad secreta porteña que realiza en su Historia de San Martín, rectificándose en parte de lo afirmado sobre sus propósitos en la Historia de Belgrano, pues los circunscribe al logro de la independencia, eliminando el anteriormente incluido de propender al establecimiento del sistema republicano de gobierno, sobre lo que nada se dice en el texto exhumado por su colega. Una famosa anécdota transmitida por la tradición oral y relatada un tanto burdamente por Alberdi corrobora lo expresado:

En el año 1812, en una reunión de patriotas, en que San Martín, recién llegado al país, expresó sus ideas en favor de la monarquía, como la forma más,conveniente al nuevo gobierno patrio, Rivadavia hubo de arrojarle una botella a la cara por el sacrilegio: “¿Con qúé objeto viene usted entonces a la República?”, le preguntó a San Martín. “Con el de trabajar por la independencia de mi país natal”, le contestó, “que en cuanto a la forma de su gobierno, él se dará la que quiera en uso de esa misma independencia”.

Contribuye a convalidar el empleo del documento chileno por vía de equiparación para estudiar la constitución de la Logia primitiva la afirmación autorizada de Goyo Gómez al respecto: “En la Lautaro de Buenos Aires se guardó siempre la mayor reserva y jamás se permitió sacar copia de sus estatutos, si no era en los casos de fundación de otras logias en los pueblos donde alcanzaba la influencia revolucionaria”. Se justifica, pues, por su valor de insustituible interés, la transcripción completa que se incluye más adelante, donde se detalla la composición y funcionamiento de la Logia matriz; los casos en que algunos de sus miembros, al poseer algún tipo de mando, podrían fundar una logia subalterna; la obligación por parte del hermano que fuese nombrado para ejercer el gobierno superior de consultar a la logia para resolver asuntos de gravedad y obtener su acuerdo antes de otorgar cualquier empleo de importancia; la necesidad, tanto del cofrade gobernante como de la logia, para respaldarlo de contar con el sostén de la opinión pública, por lo que todos debían ocuparse en ganársela; el deber de sostener las decisiones de la corporación “a riesgo de la vida”; la forma de actuar en la incorporación de algún “profano”, el procedimiento a seguir en caso de sospecha de infidencia sobre la existencia de la Logia por parte de alguno de sus miembros, y las penalidades correspondientes a los diversos delitos, llegándose en el caso mencionado a considerarse al comitente como “reo de muerte por los medios que se halle por conveniente”.

Leyes penales

Ia El que dejare de asistir por mera voluntad, siendo muy frecuente sus. faltas, será declarado inhábil para cualquier empleo por el tiempo que juzgue la Logia, y en caso que lo tenga será suspenso hasta nueva resolución.

Todo hermano que revele el secreto de la existencia de la Logia, ya sea por palabra o señales, será reo de muerte por los medios que.se halle por conveniente.

3S El hermano que acuse falsamente a otro será castigado con la pena del Talión.

4a Todo hermano que fuera de la Logia murmure o detraiga el crédito de otro hermano, quebrantando el artículo 142 de la Constitución, será considerado infame e indigno de alternar con los demás, y no se incorporará en los actos de reunión durante el tiempo de los debates, hasta que ella lo haya absuelto.

EL GENERAL SAN MARTIN ¿MASÓN - CATÓLICO — DEÍSTA?

 Por GUILLERMO FURLONG S.J.

Armando Tonelli, en su bien documentado libro sobre El General San Martín y la Masonería, trata a fondo, lo referente a la religiosidad del héroe de Maipú, y no titubea en considerarle católico y católico práctico; el doctor Horacio F. Delfino, es el autor de un substancioso artículo sobre la Religiosidad del General San Martín, aparecido en Cátedra, Buenos Aires, 23 de abril de 1943, no trepida en considerarle como católico apostólico; coincide con Tonelli y Delfino, el coronel Juan Beverina y otro tanto hemos de decir del señor J. Luis Trenti Rocamora, quien consagró al general San Martín el primero y el más interesante de los capítulos de su libro Las convicciones religiosas de los proceres argentinos. Sobre el mismo platillo, sobre el que pesa la autoridad de estos escritores, menos conocidos, pero no menos autorizados, en lo que respecta a las ideas religiosas y a la conducta religiosa del general San Martín, pues han estudiado ex profeso este aspecto sanmartiniano. San Martín fue un católico, y un católico práctico.  

Ni un solo hecho nos autoriza a considerar a San Martín como un deísta; nada nos autoriza a aceptar que fue un católico despreocupado de su religión. Mucho menos, claro está, el considerarle masón. Por otra parte:

1) Si consideramos que no hay en toda su vida, ni un solo acto, ni un solo escrito, ni una sola frase, que acuse o indique irreligiosidad, o que denote desprecio o despreocupación religiosa;

2) Si consideramos que siempre que, en el andar de su existencia, vino en contacto con prácticas o manifestaciones religiosas, obró como católico, sin ambages y sin reticencias de ninguna índole;

3) Si consideramos que en su vida pública, lo mismo que en la privada, se atuvo rigurosamente a la moral católica, habiendo superado a Belgrano, en ese respecto;

4) Si consideramos que, por su propia iniciativa sólo o principalmente, por motivos religiosos, prohibió el duelo o desafío entre militares, y la blasfemia contra Dios y contra la Virgen, y los santos;

5) Si consideramos que, aun fuera de las épocas prescriptas por la Iglesia, se acercó a la recepción de los sacramentos, y mandó cantar o rezar misas por los soldados muertos en Ios campos de batalla;

6) Si consideramos que era, tan íntima como sincera, su devoción a la Madre de Dios, como va hemos expuesto, y bastaría para comprobar este aserto, aquellas frases de su carta a Guido: "Cuénteme lo que haya de Europa, y dedique para su amigo media hora cada correo, que Dios y Nuestra Madre de Mercedes se lo recompensarán";

Si consideramos todo esto, hemos de aseverar que San Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sino que fue, además, un católico ferviente y hasta apostólico.

Nada hay en la vida privada y pública del general San Martín, esto es, en su pensar, querer y obrar, de que tengamos los católicos que avergonzarnos, y sobre lo que una patriótica consideración o una religiosa piedad nos impele a echar el manto del olvido. Como hombre, y hombre de grandes concepciones y de grandes realizaciones, pudo tener sus debilidades y sus caídas, pero su robusta personalidad y acendrado espíritu religioso le redimieron de esas fallas, si es que las tuvo, y le llevaron al plano de los varones fuertes y cristianos que viven habitualmente de acuerdo a los postulados de la conciencia y a las leyes de Dios. "Nadie es malo, a no ser que se pruebe", dice el viejo adagio jurídico, e históricamente no es posible probarle a San Martín una sola falla de carácter moral. Esto no implica el que declaremos a nuestro prócer máximo un hombre santo, ya que santo es aquel que, en grado heroico posee y ejercita, o se esfuerza en poseer y ejercitar, todas las virtudes y, según se lo permitan las circunstancias, se esfuerza en propagar la doctrina y la moral católicas. El objetivo de nuestro estudio no ha sido el poner de manifiesto la "santidad" sino la "catolicidad" del general José de San Martín, y opinamos que, por lo que a esta respecta, le corresponde el primer lugar si no en el orden de méritos, ciertamente en el orden cronológico, en el elenco de los grandes católicos del laicado argentino:  San Martín, Belgrano, Pueyrredón, Dorrego, Félix Frías, José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Tristán Achaval Rodríguez, Juan Thompson, Emilio Lamarca, Juan B.Estrada, Bernardino Bilbao, Juan B. Terán, Rafael García, José María Cantilo, Ernesto Padilla, Gustavo Martínez Zuviría, Pedro Chutro, Guillermo Basombrío, Enrique Udaondo, y tantos otros, ni pocos en número, felizmente, ni mediocres en su vida cristiana.

PALERMO DE SAN BENITO....

Por el Prof. Jbismarck

 “La arquitectura nacional murió en Pa­lermo, Buenos Aires, el 2 de febrero de 1899 a las 10 de la noche, cuando al Caserón de Rosas se lo hizo volar con dinamita”. Pocas fueron las voces que se alzaron para la preservación del sitio. Justo es de­cir que Sarmiento, a pesar de su juicio crítico hacia la obra, defendió la reu­tilización de la quinta como paseo públi­co, en memorable polémica con Rawson en las sesiones del Senado de 1874; reci­cló el edificio con usos diversos (Colegio Militar, Escuela Naval, etcétera); protestó por las modificaciones que se hicieron ce­rrando los arcos de las galerías, transfor­mándolo en un “palomar” (decía), y juz­gando estos cambios como propios de la “barbarie de la generación que le ha suce­dido (a Rosas) exenta de toda noción y pudor arquitectónico”. Y rogaba que no se derrumbara “la construcción bárbara del tirano, notable y digna de conservarse por su originalidad arquitectónica, como por su importancia histórica”.Con respecto al edificio principal o residencia, podemos decir que se trata de la obra de arquitectura más importante del primer medio siglo argentino, inscribiéndose en una corriente que significó el primer intento de una arquitectura nacional que, sin rechazar los aportes de la cultura universal, se planteaba recuperar valores propios, en contraposición a una arquitectura de injerto.

Daniel Schávelzon y Jorge Ramos al referirse al perío­do, nos hablan de que primaba la concien­cia de nación por encima de la importa­ción de modelos, en oposición a la pro­ducción arquitectónica rivadaviana.  Se trata de una ar­quitectura austera, franca, esencia, casi de partido; todas características de la ar­quitectura tradicional pampeana. La im­pronta hispánica, expresada en las ar­querías, el patio y el encalado —que pronto abandonarían las elites porteñas cultas— se combina con las formas clási­cas preconizadas por los tratadistas. Esto se observa en el diseño de la planta, de raíz renacentista y los patrones de disposición de vo­lúmenes, así como la chatura o allana­miento de las siluetas, propios de la arqui­tectura pampeana. En suma, estamos en presencia de una búsqueda de identidad por ajuste consciente de lo propio y lo apropiado.

También es indudable la solidez profe­sional, práctica y teórica, de uno de sus probables autores: Sartorio (denostado injustamente por Carlos Pellegrini quien lo llamó “pobre y desgraciado albañil”). Del maestro mayor Miguel Cabrera se podría decir lo mismo, a juzgar por testimonios de época.

Se trataba de una residencia con historia y con historias. Su primer capítulo se escribió el 25 de junio de 1590, fecha en la que Juan Domínguez Palermo se casó con Isabel Gómez de la Puerta Saravia. Al morir el padre de Isabel heredaron esas tierras que pasaron a ser denominadas con el nombre del yerno. Un nombre que ya contaba con más de 200 años de vigencia para el tiempo en que el Restaurador de las Leyes se interesó por el lugar.  Rosas había comenzado a invertir en Palermo en 1838 mediante la compra de nueve quintas. En el 39 sumó otras ocho. Y seguiría aumentando su propiedad mediante nuevas transacciones hasta 1849. Luego de once años de escrituras, sus tierras habían alcanzado un tamaño considerable: se extendían por todo el Bajo, es decir, las actuales Libertador y Figueroa Alcorta, desde Ugarteche hasta el estadio del club RiBer Plate. Eran 541 hectáreas de la ciudad de Buenos Aires. La intervención (y la inversión) de Rosas en Palermo originará uno de los cambios más grandes en la geografía porteña. Porque esas tierras no eran muy apreciadas. Al contrario, eran arenosas y arcillosas, se anegaban por estar cerca del río y además junto al arroyo Maldonado. Si aún hoy se inunda Palermo, puede uno imaginarse cómo sería hace 150 años. Por eso, lo primero que hizo Rosas fue nivelar el terreno. Un ejército de obreros se dedicó a importar tierra desde Belgrano y Recoleta. De hecho, las barrancas de Belgrano —como las conocemos ahora— no son naturales, sino que se originaron por toda la tierra que se sacó de ahí para llevar a la zona que hoy ocupan el zoológico y los bosques. Asimismo, el desnivel abrupto de varias calles de la Recoleta (desde Libertad hasta Ayacucho) en su intersección con la avenida Alvear fue la consecuencia del relleno en Palermo.  El viudo inició la construcción de su casa en Sarmiento, entre Figueroa Alcorta y Libertador (son los nombres actuales de esas tres avenidas que, por supuesto, no eran los de aquella época). Contaba con seis ambientes cuando Juan Manuel resolvió convertirla en su casa principal y se mudó del centro. Aunque de inmediato decidió ampliarla. Creció hasta contar con veinte cuartos y ambientes privados —más otros tantos de uso común— en 5.776 metros cuadrados. Manuelita Rosas ocupaba cuatro. Su padre, otros cuatro. El resto era de uso común o para alojamiento de visitantes. 

El material para la construcción lo obtuvo de las ya mencionadas canteras de Recoleta. Pasando por alto las dimensiones, era una casona sencilla. Eso sí: no había en toda Buenos Aires una que tuviera más espejos. Otro de los cambios determinantes que provocó la mudanza del Restaurador de las Leyes fue la consolidación de la actual avenida del Libertador. Porque no bien Palermo se convirtió en sede del gobierno de Rosas, el incesante desfile de caballos, carretas y cupés por el Bajo pasó a ser una constante. No sólo se trasladaban quienes iban a visitarlo, entrevistarlo, pedirle y darle, sino también los que deseaban salir del centro y pasear un rato. Salvo un cerco alrededor de la casona o en las caballerizas (donde ahora está el Jardín Botánico), el resto era de acceso público. Cualquiera podía pasear por su propiedad. A mediados de la década del 1840, Palermo se puso de moda gracias a Rosas.  En el trayecto se divisaba un rancho hacia el río. Pertenecía a Nicolás Mariño, uno de los lugartenientes de Rosas. El Restaurador le había regalado una franja de mala muerte en una zona con más barro que tierra y el hombre se había construido una casita. Quienes pasaban por allí bromeaban afirmando que esa humilde propiedad era Palermito. Y así se identificaba a la zona. De Palermito, pasó a llamarse Palermo Chico y luego, Barrio Parque.  Don Juan Manuel se armó un mini zoológico silvestre que, junto a un barco no muy grande que había quedado varado a 500 metros de la casona, eran los paseos predilectos para los invitados que Manuelita recibía, siempre los días miércoles. En el interior del barco colocaron un billar más un piano y solía bailarse algún pericón u otra danza autóctona elegante.      Rosas era muy cuidadoso del inmenso jardín de su casa. Había plantado higueras y cientos de naranjos (los cítricos disimulaban los malos olores de los pantanos y del Maldonado). Unos cincuenta hombres —en su mayoría gallegos— se encargaban de limpiar con agua y jabón, todas las mañanas, de lunes a lunes, cada una de las naranjas de los árboles. El dueño de casa mantenía un ejército de secretarios, encargados de responder cartas, redactar disposiciones y organizar papeles. Los escribientes se turnaban para atender al gobernador, desde las 4 de la mañana hasta la medianoche.  El grupo más cercano era el único que tenía la posibilidad de asistir con el gobernador a la misa del domingo en la capillita, junto a la casa. Hasta que llegó su ocaso, con la caída de Rosas. El camino del Bajo fue perdiendo tránsito y dejó de ser espléndido.  La casona fue sede del gobierno de Urquiza y escenario de algunos episodios trascendentales de la historia argentina. Como, por ejemplo, la firma del Protocolo de Palermo, en el cual las provincias de Entre Ríos, Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe resolvieron que “quede autorizado el Excelentísimo Gobernador y Capitán General de la Provincia de Entre Ríos, General en Jefe del Ejército Aliado Libertador, Brigadier don Justo José de Urquiza, para dirigir las relaciones exteriores de la República”. Sin embargo, las relaciones de los porteños con el excelentísimo se deterioraron tanto como el Camino del Bajo. Urquiza se fue a gobernar desde Entre Ríos, la casa se abandonó y recién fue aprovechada cuando se convirtió en sede del Colegio Militar de la Nación.  En 1875 se creaba el gran paseo de Buenos Aires, el Parque Tres de Febrero. La idea del nombre fue de Vicente Fidel López y tanto a Sarmiento como a Avellaneda les encantó. ¿Se celebraba la llegada de Pedro de Mendoza el 3 de febrero de 1536? No. ¿Era para conmemorar el combate de San Lorenzo —bautismo de fuego de los Granaderos— del 3 de febrero de 1813? Tampoco. Se evocaba nada menos que la batalla civil de Caseros, donde Urquiza venció a Rosas. El lugar revivió con la creación del parque.          La casona de Palermo fue de gran utilidad para entrenar a los cadetes del Colegio Militar. Pero se decidió tirarla abajo. Fue dinamitada en 1899. ¿Qué día? ¡El 3 de febrero, obvio! Se organizó, a propósito, que las explosiones se iniciaran a las 0 horas del viernes 3. El plan era: explosivos, derrumbe, 450 piqueteros que tiraran abajo lo que quedara en pie, transporte de los escombros y asado con cuero para los trabajadores. Los escombros dormirían en depósitos hasta volver a ser usados. Las réplicas de templos que albergan a los elefantes y las jirafas del zoológico, entre otros, fueron hechas con los escombros de la casona dinamitada. El comandante de las operaciones para hacerla volar ese día tan especial fue el coronel Ricardo Day.         

sábado, 25 de diciembre de 2021

La concepción de la historia según Pérez Amuchátegui

 Por Rodrigo Amuchástegui

Encuentra que hasta aproximadamente 1930 había tres concepciones dominantes de la historia:

• narrativa, que describe espacio-temporalmente lo acaecido (por ej. Heródoto).

• pragmática, el estudio de la historia sirve para encontrar soluciones a problemas que se repiten (ej.: Tucídides y Polibio).

• genética, que ubica como propia del romanticismo, con Herder, y que sirve para señalar la génesis de la nacionalidad: “El presente es un producto del pasado y sólo es inteligible a la luz del desarrollo de las nacionalidades desde su origen”

Variantes de estas posiciones son la historia positivista, marxista, economicista. Su propio referente investigativo es la Escuela de los Annales, con Marc Bloch y Lucien Febvre. De los italianos recupera a Vico (siglo XVIII) que advierte “la factura específicamente humana de lo histórico”, y a Croce:

“Ahora la historia se interesa por el pasado, sólo en cuanto ese pasado es una creación humana; ya no interesa al historiador la búsqueda de leyes inmanentes del acaecer… interesa el homo creador, el hombre que elige en cada instante su acción y con ello crea a conciencia su propio destino”.

De los ingleses, se interesa por M. Oakeshott, neohegeliano inglés, en línea con su concepción de lo que podríamos llamar “historia del presente”, es decir: “hay historia en tanto conocemos lo acaecido, en tanto lo experimentamos aquí y ahora”, por eso “toda historia es historia contemporánea”. Collingwood, otro inglés, agrega que la comprensión histórica es la comprensión del pensamiento que provocó esa realidad. Y Pérez A. coincide con esto: “Esto que llamamos ‘sentido’ de un testimonio, no es más que el pensamiento que se halla ínsito en él; y tal ‘sentido’ aparece cuando discernimos el pensamiento que lo sustenta”.

Heidegger y Husserl, entre otros filósofos, aparecen también como apoyo a sus fundamentaciones de la historia. En ese sentido, su preocupación no es hacer una exégesis de los mismos, lo que puede hacer parecer confusas o incompletas sus explicaciones filosóficas. Él quiere constituir y justificar la historia como ciencia, por ello afirma:

“Queda por establecer si es posible hallar un método de conocimiento… capaz de discernir los pensamientos rectores de las acciones humanas para re-crear sistemáticamente la realidad histórica; si tal extremo se cumple, será lícito hablar de un saber histórico sistemático que satisfaga las exigencias del saber científico de nuestros días. Es preciso para ello delimitar el objeto de la historia y señalar el método universal por el cual puede conocerse”. (“Qué es la historia (Cassani y Pérez A. 1971; “Teoría y metodología de la investigación histórica (Pérez A. 1977

La distinción conceptual aparece como necesaria. Así, “si la historia quiere ser ciencia, convendrá reservar, como en las demás ramas del saber, el nombre de ‘historia’ al conocimiento, y denominar ‘lo histórico’ a los fenómenos cuyo comportamiento se quiere indagar y conocer sistemáticamente”.  Pero ¿qué es lo histórico? Sus características son la unicidad, singularidad y preteridad.  Único, en tanto lo histórico tiene valor por sí mismo;  singular, en tanto diferente de otras cosas similares (la Revolución de Mayo y la Revolución Francesa son dos hechos únicos, pero sus diferencias son las que los constituyen en singulares) y pretérito: en tanto pasó; que haya dejado residuo o que perviva son los índices de su preteridad

El ser natural lleva consigo una carga de historicidad necesaria, pero el hombre agrega a su devenir la actividad consciente de su voluntad”, de forma que “el hombre va siendo lo que va queriendo ser, ya que sus respuestas son intentos de ser lo que quiere”  Los proyectos, entonces, son las respuestas que elabora el hombre con su libre voluntad para hacer lo que quiere; frente al mundo condicionante, el hombre se hace continuamente. “Los resultados concretos de esa elección incondicionada constituyen lo histórico”  El hombre -y siguiendo ahora a Ortega y Gasset- no tiene naturaleza, sino historia. “La historicidad humana es consciente, y, como tal, promotora de normas de conducta reguladas por el pensamiento manifiesto en proyectos que se resuelven en acciones”   

La historia como ciencia:  Para justificar esa cientificidad, compara la tarea del historiador con la del científico que investiga la realidad física. En uno y otro caso se quiere hallar coherencia en el comportamiento de los fenómenos. En el científico se buscan las relaciones causales necesarias; el historiador, por su parte, busca la estructura en donde el hecho cobre sentido, es decir que las relaciones se vuelvan inteligibles.   No se trata en uno u otro caso de cosas en sí, sino de comportamientos. Lo que llamamos “realidad” son comportamientos fenoménicos: “Sin manifestaciones fenoménicas no es posible la formulación de conceptos”. Y esas manifestaciones en términos históricos están dadas por los testimonios (que no deben identificarse solo con documentos). Así, “son testimonios todos los residuos, materiales e inmateriales, que han ‘quedado’ y se presentan aquí y ahora con señales indudables de la acción humana.  Testimonio histórico es tanto un documento como una institución, un templo como una momia, una piedra tallada como una costumbre, un libro de ciencia como un poema, una música, una danza, un rito”. El paralelismo entre ambos investigadores se basa en que los testimonios son cosas como lo puede ser el carbono, el oxígeno, etc., que se comportan de una manera u otra en tales o cuales circunstancias y tanto de unos y otros el investigador (sea histórico o físico) extrae datos.

Nuestro historiador se apoya en el carácter subjetivo de la experiencia. “En otras palabras, la realidad ‘es’ lo que de ella conocemos”.  Lo anterior, dice, no se discute en las ciencias naturales, donde las cosas son lo que de ellas se conoce, y cuando ese saber cambia, también lo aceptamos, basados en la perfectibilidad del conocimiento científico. Pero no parece ser así en la historia a la que se le critica la imposibilidad de tener una certeza equivalente a la de la ciencia natural.

Y a esto contribuyen las concepciones de la historia que la vinculan a un ser nacional, que la organizan desde algún pragmatismo definido, o desde la visión de ‘mandatos históricos’ que canonizan o anatematizan determinados personajes. “No se advierte que eso no es historia, sino metahistoria; y se mide el saber histórico con la vara del saber metahistórico”.

¿Pero es posible el conocimiento científico de la historia? ¿Cuál es su método? Dejamos de lado este largo tema, que desarrolla en otros textos y veamos su fundamento y el problema subjetivo de la verdad científica e histórica.  Pérez A. destaca el carácter de convencimiento del investigador. “La ‘verdad científica’ es la ‘realidad comprobada’. Cuando el investigador (de ciencias naturales, sociales o históricas) descubre y verifica esa coincidencia, está obligado a creer que las cosas son así”. En historia las relaciones son irreversibles en tanto pasadas.  El historiador se enfrenta a los documentos tratando de encontrar esas relaciones. Como el científico parte de hipótesis (él lo llama “dirección de encuesta”), va elaborando una teoría que retoca y perfecciona “mediante experimentos” hasta que logra suprimir sus dudas y llega a la verdad. “La ‘verdad histórica’… es lo que las fuentes obligan a creer al historiador” y, en síntesis, “Así se entiende por qué en historia hay relaciones necesarias [se dieron así efectivamente], comprobación empírica [elementos documentales varios] y verdad universal [por la coincidencia entre fenómeno y teoría y la convicción por lo tanto del historiador ligado a esto], pero [a diferencia de las ciencias naturales] no previsibilidad”. Cerramos con su definición de historia, en tanto ésta es “la recreación intelectual presente de un pasado específicamente humano, lograda mediante una minuciosa pesquisa de acciones a partir de pruebas testimoniales, y coronada con la exposición congruente de sus resultados”

viernes, 24 de diciembre de 2021

Fuego contra fuego: Corrientes y el Paraguay

 Por Junta de Historia de la Pcia. de Corrientes: Dr. Jorge Enrique Deniri (Presidente): Dr. Dardo Ramírez Braschi (Secretario).  

Desde el mes de mayo de este año, venimos desgranando una serie de notas englobadas a partir de septiembre bajo el título de “Fuego contra fuego”, que aspiran no sólo a dar respuesta, sino especialmente a hacer docencia sobre la verdadera Historia de las duras relaciones entre el Paraguay y Corrientes, desde su mismo origen en los tiempos coloniales, pero en particular a partir del año 1810 y hasta la agresión, invasión y ocupación paraguaya de la provincia, perpetrada por el ejército paraguayo cumpliendo las órdenes del tirano paraguayo Francisco Solano López, el 13 de abril de 1865.

El disparador de las notas, que como tales se constituyeron en ajustadas investigaciones semanales incluso de contiendas poco menos que desconocidas, como la guerra de los Virasoro en 1849, fue lo que ya entonces calificamos de “demanda absurda”, perpetrada ante tribunales argentinos por un ignoto “Instituto Paraguayo Amigos de los Niños, Adolescentes y Jóvenes “I.P.A.N.”  a través de un abogado ¿argentino? llamado Juan Carlos Muro Segovia, con asistencia de algunos letrados paraguayos, todos residentes en Asunción.  El absurdo parte del reclamo de ciento cincuenta billones de dólares ¡150 billones!, pero sobre todo de la naturaleza misma de la demanda, que arranca de la exégesis de hechos que se pretenden ocurridos, desde la misma entraña del pasado colonial, hasta una actitud de victimización unilateral y absoluta del Paraguay, como “víctima inocente” de una guerra que habría sido querida y declarada no por Paraguay sino por otras tres naciones que se unieron para aplastarlo gracias a la sumatoria de sus ejércitos, llevando a cabo un verdadero “genocidio”.   Muy sintéticamente, ya dijimos meses atrás que esa demanda constituye “una formulación negacionista. Novedosa, porque acopia y desarrolla todos los argumentos según los cuales Paraguay fue una víctima de sus vecinos poco menos que indefensa, y hace de Francisco Solano López, en vez de un déspota sanguinario que no dudó en asesinar incluso a sus familiares más cercanos, un héroe de leyenda”. Allí germinó el encabezamiento reiterado de nuestra labor periodística, “para establecer cuáles deberían ser las bases de una contra demanda un “fuego contra fuego” de Corrientes, por los indescriptibles daños y perjuicios sufridos durante la ocupación paraguaya, entre mediados de abril y fines de octubre del año 1865”.   Abundamos entonces, destacando que aunque el “relato” impuesto por la historia novelada paraguaya y sus simpatizantes,  corifeos y crédulos de la Argentina, “insiste y persiste una y otra vez en que nuestro país no sólo devolvió los trofeos conquistados con su sangre por nuestros soldados en aquella infausta guerra no provocada por nosotros, sino en que  condonó al Paraguay la deuda de guerra que libremente había aceptado pagar”, esa es simplemente la siempre falsa “historia oficial”, porque  “la deuda del Paraguay con los correntinos, con los “privados” que fueron requisados, saqueados, robados, violados y demás, en aquellos meses infernales en que el invasor paraguayo holló con su bota el suelo de nuestra provincia, esa deuda nunca se menciona, no aparece por ningún lado, se la omite a tal punto que es prácticamente desconocida no sólo de los correntinos, sino de todos los argentinos, y, peor aún, de todos los habitantes de las otras naciones que integran nuestra cultura, el Mundo Occidental, que creen ciegamente que sólo el Paraguay sufrió, y que ese sufrimiento fue totalmente inmerecido, gratuito, e impuesto por la crueldad de los vencedores”.

Pero… ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “historia novelada” y en qué difiere y cuánto se aproxima a la “novela histórica”. El problema es en qué medida estamos hablando de la historia como ciencia o como literatura: Años atrás, el doctor Carlos María Vargas Gómez dedicó largo tiempo a identificar claramente cuándo estamos en presencia de una novela histórica y cuándo enfrentamos una historia novelada. Muy escuetamente, concluyó en que la novela histórica rellena los vacíos históricos documentales con conjeturas creíbles pergeñadas por el escritor, que hacen más entretenida o atractiva la narración, mientras que la historia novelada persigue una finalidad, busca alcanzar un fin  a través de la invención de eventos, motivaciones y personajes, tiene una intención demasiadas veces inconfesada.

Por eso, aseveramos que luego de la contienda, el Paraguay, atraviesa historiográficamente una prolongada etapa revulsiva, en que la figura del déspota Francisco Solano López es ampliamente investigada y durísimamente enjuiciada por los mismos historiadores paraguayos. “El estado de postración y abatimiento en que cayera el Paraguay como consecuencia de la guerra, potenció en los sobrevivientes, junto al sentimiento de humillación por la derrota, un odio visceral a la figura de Francisco Solano López”.

Luego, con el nuevo siglo, el llamado “novecentismo”, desarrolla un proceso histórico reivindicador, por obra de un hijo del déspota, Enrique Solano López (vuelto al Paraguay en 1885), partiendo de su periódico, “La Patria”, con el auxilio erudito aunque mercenario de Juan Emiliano O’ Leary, cabeza de un revisionismo tan potente y exitoso que sería llamado “El Reivindicador”.

La vindicación final de Solano López es obra de un nuevo dictador, Alfredo Stroessner, con lanzamiento oficial el 1 de marzo de 1970, cuando en horas de la mañana todo el Paraguay guarda “un minuto de silencio en homenaje a la memoria de Francisco Solano López, muerto exactamente un siglo atrás”.

Ese revisionismo reivindicador,  Stroessner lo asocia a la figura de Bernardino Caballero, “un general de Solano López que, caso excepcional, logró sobrevivir a las sangrientas purgas del déspota, y luego de caer prisionero, se transformó prontamente en agente brasileño y fundador del Partido Colorado paraguayo”.

El relato elaborado por O’ Leary y los intelectuales asunceños identificados como “los novecentistas”, es asumido como emoliente primero y como exaltación después de una nueva épica paraguaya, capaz de restañar las heridas producidas por la guerra en la autoestima nacional, partiendo de la apoteosis de  Francisco Solano López. Reivindicado el tirano y repuesto como figura paradigmática, héroe epónimo del patriotismo ultramontano paraguayo, las izquierdas antiimperialistas de la guerra revolucionaria cubana lo proponen después, falsamente como paladín antibritánico.

De la compleja trama que ofrece tan extenso proceso histórico, sólo, desarrollamos hasta ahora los episodios que evidencian el carácter de agresor sistemático que el Paraguay asume respecto a Corrientes, desde que se inicia el proceso emancipador en 1810, – gesta revolucionaria continental de la cual Paraguay no participa - , hasta el año 1865.

Así, primero con Gaspar Rodríguez de Francia, luego con Carlos Antonio López, finalmente con Francisco Solano López, el Paraguay, una y otra vez, contra lo que aduce la fábula, - el “relato” negacionista de su revisionismo -, invade Corrientes una y otra, y otra vez, y debe ser repelido y expulsado por la fuerza de las armas, aunque en definitiva termina ocupando y manteniendo “manu militari”, una franja del suelo del Norte de Corrientes, entre los ríos Paraná y Uruguay, desde la Tranquera de Loreto hasta el Aguapey. La Guerra del Paraguay devuelve ese espacio a Corrientes, hasta que los dislates negacionistas del revisionismo paraguayo reciente, vuelven a ponerlo sobre el tablero, como está sucediendo ahora en relación con los continuos incidentes en torno a la isla Apipé.

No cabe ninguna duda que con lo expuesto hasta ahora, fundamentamos apropiadamente aseverar que Solano López fue quien atacó a la provincia de Corrientes sin excusa ni justificación alguna, por más que haya pretendido después culpar al gobierno argentino de entonces por no haber accedido a sus demandas de cederle soberanía para atravesar el territorio nacional. En todos los hechos que analizamos, el agresor, el atacante y siempre por sorpresa, “a traición” como se dice vulgarmente, fue, por turno, uno de los dictadores paraguayos.......

viernes, 17 de diciembre de 2021

Mitre Jefe Militar en la Guerra "del Paraguay".....

por José María Rosa

Rendido Estigarribia en Uruguayana, López ordenó el repliegue de todos los ejércitos paraguayos. Haría la guerra defensiva, la dura lucha sosteniendo palmo a palmo el suelo natal. Contra la opinión de Mitre, el ejército aliado quedó dividido en dos cuerpos. Uno al mando de Mitre iniciaría la invasión a Paraguay por Paso de la Patria; otro — exclusivamente brasileño— quedaría en el alto Paraná bajo la jefatura de Márquez de Souza. Antes de cruzar por el Paso de la Patria, Mitre hizo una extraña operación en la costa correntina; digo extraña, porque mandó combatir a enemigos cuyo número no conocía y con armamento que ignoraba a la División de Guardias Nacionales de Infantería, formada por gauchos reclutados en la campaña de Buenos Aires, «que hubieran sido excelentes soldados de caballería, pero que costaba mucho hacerlos infantes». Esta División, dirigida por el general Conesa y compuesta de 1751 hombres de tropa, fue estrellada contra un fuerte contingente paraguayo guarecido en un monte. Aquéllos, por la desproporción de armamentos, resultó una carnicería de gauchos, que Mitre — acampado a poca distancia— no se preocupó en socorrer: «¡Cómo sería el lance de desigual —comenta Carlos D’Amico en 1890— cuando la división tuvo fuera de combate el 75 por ciento, cuando con las armas que se usaban la regla era del 8 ó 10 por ciento en los hechos de armas más sangrientos!… ¡Cómo sería, que tuvieron que hacer de oficiales los sargentos, porque la mayor parte de aquéllos estaba fuera de combate!». Pehuajó fue un crimen, calificaba D’Amico ese combate. Nadie quiso creer en una impericia de Mitre, sino en el propósito deliberado de aniquilar a los gauchos y a sus oficiales —entre ellos Dardo Rocha, milagrosamente ileso en la masacre , que eran enemigos políticos suyos: «La prensa de Buenos Aires dijo entonces que Mitre habría querido deshacerse de numerosos e influyentes enemigos políticos, mandando a esa división a tan peligrosa acción de guerra, en vez de una división de línea

Tengámoslo como una impericia, una tremenda y trágica impericia, como muchas otras que habría de cometer Mitre en esa guerra jalonada de sangrientos errores. En Pehuajó hubo un número impresionante de muertos argentinos sin que los paraguayos tuvieran mayores bajas y sin haberse obtenido beneficio alguno en la posición. Mitre, para descargarse de esa hecatombe (que no sería la única ni la mayor producida bajo sus órdenes) le echó la culpa a los muertos y moribundos del combate. En su orden del día, después de felicitar a los sobrevivientes enviados al matadero, les recomienda que «en los futuros combates sean menos pródigos de su ardor generoso y de su valor fogoso». Todo su propósito en esos primeros meses de 1866 está en ocupar Tuyuty. Ni se le ocurre —como planean los brasileños— una operación envolvente por el Chaco, que conduciría por mejor terreno hasta Asunción. Ha pasado más de un año desde la iniciación de la guerra, y los diarios porteños, transcurrido el primer momento de entusiasmo bélico, empiezan a burlarse de su frase «en seis meses en Asunción». Para descargarse, Mitre escribe dolorido al vicepresidente Marcos Paz: «¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de Corrientes no hubiera traicionado la causa nacional armándose en favor del enemigo; si Entre Ríos no se hubiere sublevado dos veces; si casi todos los contingentes incompletos de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber; si una opinión simpática al enemigo no hubiera alentado la traición, ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?» . No puede darse confesión más acabada de la impopularidad de la guerra. Contradiciendo sus proclamas henchidas de entusiasmo y retórica, acepta en carta particular que por lo menos la mitad de Corrientes, todo Entre Ríos y casi todo el interior «traicionaban la guerra». Buenos Aires, gobernada por su partido, no podía hacerlo y de allí exclusivamente llegaban contingentes de «voluntarios» que morirían heroica o inútilmente como en Pehuajó. Las virtudes estratégicas de Mitre empiezan a desconcertar a los jefes aliados. «Yo no sé qué será de nosotros» escribe Venancio Flores a su esposa el 3 de marzo, al día siguiente de un contraste que había costado «perder casi totalmente la División Oriental, y de veras que si a la crítica situación en que estamos se agrega la constante apatía del general Mitre, bien puede suceder que yendo por lana salgamos trasquilados».  El error de López en esta etapa de la guerra estuvo en replegar el grueso de sus tropas a Paso Pucú para arriesgar el todo por el todo en una sola batalla (que habría de ser en Tuyuty, según su plan). Una sola batalla puede ganarse o perderse por causas ajenas al mando en jefe o la calidad de las tropas, como sucedería precisamente en Tuyuty. López suponía condiciones militares a Mitre, por lo menos dignas del prestigio pregonado en La Nación Argentina. Cuando se dio cuenta, después de Curupayty, con qué clase de estratega tenía que habérselas, era tarde para ganar la guerra. También los brasileños habían comprendido los puntos que calzaba el General en Jefe; poco menos que exigirían más tarde su reemplazo por el duque de Caxias para que la guerra tuviese fin. El duque sabía perfectamente quién era Mitre, aunque por discreción brasileña no lo dijo en voz alta. Pero lo escribió a su gobierno. Sus cartas fueron publicadas en 1902, al conmemorarse el centenario del ilustre guerrero, y forman el cuaderno de cargos más graves contra las condiciones militares de Mitre. En una de ellas (del 20 de setiembre de 1867) Caxias imploraba su relevo para no servir sus desconcertantes órdenes: «¿Mas eu que fico fazendo aquí as ordens de um homem que todo poderá ser menos general?». En otra, de poco después: «Cada vez estou mais persuadido de que o Mitre não quer acabar a guerra… creio que ele todo poderá ser menos general». En 1902, al publicarse esas cartas, Mitre vivía aún. Desde La Nación, dolido por esa mancha sobre su prestigio, debatirá con el muerto sobre la conducción militar. Le dirá indignado a Caxias: «quien jamás tuvo la iniciativa ni siquiera la idea de ningún plan de operaciones nunca hubiera imaginado que falsificara la historia… si a alguno cuadra esta acusación es a él mismo [a Caxias], negando los títulos de general a quien daba lecciones militares…» «¡Qué lejos estamos de los héroes de la llíada!», comenta Luis Alberto de Herrera.

Curupayty (22 de setiembre) No obstante la promesa del 14 de Mitre a López de no «hacer modificación alguna en la situación de los beligerantes», el General en Jefe de los aliados dispuso el inmediato asalto a la formidable posición fortificada de Curupayty. Tal vez lo movió la emulación hacia Márquez de Souza, que con sus 12 000 brasileños había tomado el 3 de setiembre el vecino campo fortificado de Curuzú. Si Curuzú estaba en poder de Márquez de Souza, Curupayty sería de Mitre. Preparó su plan. El mismo día de prometer armisticio a López, Mitre desembarcaba en Curuzú, al oeste de Curupayty, con 9 000 soldados argentinos: la flor y nata del ejército. Junto con los 8 000 de Márquez de Souza tomarían en un paseo militar el campo atrincherado, acercándose a la poderosa fortaleza de Humaitá. Para mayor seguridad, el 17 —día fijado para el ataque— Polidoro y Venancio Flores vendrían de Tuyuty a cooperar en la batalla. También la escuadra brasileña ayudaría con un constante cañoneo. De toda la guerra, es ésta la primera batalla planeada por Mitre, y también la primera (y única) dirigida por él. Desgraciadamente para el historial de Mitre, López no había creído en su promesa de armisticio del 14 y estaba alerta. En Curupayty destinó a su mejor hombre de guerra, el general José Eduvigis Díaz, vencedor de Estero Bellaco y Boquerón, que había preparado en poco tiempo la defensa del campo: cortando árboles (abatíes) que, dispuestos con sus enormes raíces para afuera ocultarían sus 49 bocas de fuego. Y con siete batallones de infantería y cuatro escuadrones de caballería esperaba el ataque. No se dio la batalla el 17 por la lluvia, prolongada hasta el 20. Cesada ésta el 22, Mitre ordenó el ataque a la bayoneta a las fortificaciones, ante la estupefacción de Márquez de Souza, porque el terreno estaba convertido en un pantano. No obstante, el leal guerrero acató la insensata orden. En cuatro columnas se lanzaron los 17 000 argentinos y brasileños por un campo fangoso llevando la bayoneta en posición de ataque, mientras los 49 cañones paraguayos ocultos entre los abatíes hacían estragos en los atacantes. Todo anduvo mal. Tamandaré que había prometido «descangalhar tudo isso em duas horas», disparaba con excesiva elevación sus tiros, que no caían en las trincheras paraguayas; Polidoro y Flores se detuvieron a «churrasquear» y no llegaron a tiempo. Mientras tanto, los infantes argentinos y brasileños, calados de barro, chapoteaban sirviendo de blanco a los paraguayos. Mientras Mitre, poseído de una embriaguez heroica, ordenaba avanzar, avanzar siempre. Hasta que Márquez de Souza, muy respetuosa pero firmemente, le advirtió que aquello iba a ser la derrota mais grave de esta guerra, y de seguirse el heroico avance morirían todos los atacantes sin tocar las trincheras paraguayas. Consiguió dar el toque de retirada. «Cuando Mitre se encontró con esa defensa [las trincheras paraguayas protegidas por árboles], no se le ocurrió nada —dice D’Amico— y mandó atacar con ataque franco, a pesar de saber, dice en su parte, que esa posición era intomable cargándola a pecho descubierto. El resultado no podía ser dudoso. Los soldados argentinos sembraron el campo de cadáveres, llegaron a la zanja, soportaron un momento el fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían y tuvieron que retroceder sembrando otra vez de cadáveres el campo de batalla». Diez mil muertos argentinos y brasileños quedaron tendidos en el fangal frente a Curupayty. Las bajas paraguayas fueron exactamente de 92. El emperador debió gestionar amistosamente de Mitre que volviese a su país porque revolucionarios «paraguayistas» se habían hecho dueños de las provincias del oeste: la montonera volvía a galopar por los llanos de La Rioja como en los tiempos de Facundo o los más recientes del Chacho enarbolando como bandera la alianza con Paraguay para combatir a Mitre. Nunca se supo si fue por este motivo o por alejarlo de los campos de batalla que le llegó a Mitre la insinuación de su licencia. Tomó el mando el duque de Caxias. Debió reponer al ejército de su tremenda derrota: catorce meses quedará inactivo.

jueves, 16 de diciembre de 2021

Curupaity visto por una historiadora

 POR MARÍA HAYDEÉ MARTIN

El mariscal López, a pesar de la derrota que tuvo el 24 de mayo, no desmayaba en su encarnizada empresa. Constantes eran los ataques que pequeños cuerpos de paraguayos realizaban contra el frente aliado. Estos hechos mantenían al ejército en continua zozobra. Uno de los que vivieron esas horas aciagas, Enrique B. Moreno, narra el estado de ánimo sobresaltado común a todos: "Nuestra situación es endemoniada. No tenemos un día de sosiego porque á cada instante el campo está en alarma. El santo de antenoche, decía 'Prontos á pelear'. Lo estamos. vive Dios!' . . (63). Varias batallas se suceden: Yatayty-Corá, Boquerón o Sauce, Curuzú y Curupaity, desde julio a septiembre de 1866.

La primera es un triunfo aliado llevado a cabo por fuerzas argentinas que contestan el ataque paraguayo. La segunda, Boquerón, tendrá gran significado para los orienetales, pues en ella pierde la vida el jefe del batallón Florida, León de Palleja, militar valiente v siempre decidido a enfrentar peligros con ofrenda de su propia vida. Asi murió, guiando a sus soldados hacia el camino de la gloria, por una causa que ya no le ofrecía mayor aliciente, según se infiere de la lectura de su Diario, en el que con fecha 4 de junio estampa: " ... esta es una guerra de exterminio; guerra que no está ni con nuestros intereses, ni con los de la infortunada Nación paraguaya, digna de mejor suerte ... ". Sinceras y casi postreras palabras de un español que se unió a los destinos del Uruguay y a cuya causa ofreció en holocausto su propia vida. El 3 de septiembre se produce el ataque y la toma de Curuzú, poderoso conjunto de fortificaciones, que era necesario dominar para doblegar las más importantes de Curupaity. Esta última debía su importancia al hecho de estar dotada de baterías que dominaban el río y obstruían el paso de la escuadra brasileña. El plan de operaciones fue concebido haciendo intervenir primero a la flota para destruir las baterías y facilitar el avance posterior del ejército aliado con el fin de lograr la posesión del estratégico emplazamiento. Todos se aprestaron para escuchar la señal que debía emitir la escuadra brasileña, que participaría que el camino quedaba expedito.  Postergado ya una vez el ataque por las lluvias que anegaron el lugar, los ánimos se encontraban ahora inquietos. Reunidos los hombres a la espera de la orden de alarma, se miraban entre sí sonriendo, tratando de infundirse valor mutuamente. Rivas, Arredondo, Rosetti, Charlone, Alejandro Díaz (el único militar que había cursado su carrera militar en Francia en el afamado colegio de Saint Cyr), Luis María Campos y "Mansilla, jefe del 12, al más elegante, buen mozo, ante los muchos que lucharán ese día para recibir más tarde de la patria un agradecimiento por su valor desgraciado", esperaban con ansiedad la hora del combate, como recuerda Fotheringham.  Valor a toda prueba, coraje sin límites, sin renunciamientos. Con Mansilla van Iparraguirre y Dominguito Sarmiento, aquel hijo adoptivo del futuro presidente, chileno de nacimiento, pero porteño de alma y argentino de corazón. Amado entrañablemente por Domingo Faus~ tino Sarmiento que le dedicara famoso libro. escribió en él palabras plenas de emoción: " ... Era el ídolo de todos. Una esperanza para la patria ... ". Su inquietud intelectual se reflejó en distintos quehaceres que lo distinguieron en horas tempranas de su existencia. Luego, l1evado por su patriotismo, se alista entre quienes marchan a la guerra y por sus brillantes antecedentes es incorporado como capitán en el regimiento 12 de infantería. Al dirigirse al campo de batalla de Curupaity, Dominguito se despide de Fotheringham con un afectuoso "Hasta luego, inglesito". sin saber que sus pasos lo encaminan hacia la inmortalidad. Un futuro mandatario de la nación también está presente: Julio A. Roca; sus compañeros de lucha son, entre otros, Francisco Paz y Leandro N. Alem. Por fin se dá la orden de ataque y allí van los jóvenes y los hombres, avanzando confiados y seguros de una victoria que sería tal vez la última. Alberto Amerlán describe el trabajoso avance: "El suelo estaba abierto por las lluvias abundantes de los últimos días y se precisaban indecibles esfuerzos para montar las piezas de campaña, sin embargo avanzó la infantería, provista de escaleras y gaviones' 'en el mejor orden ..

 

Pero enfrente, las bocas de los cañones paraguayos, indemnes al bombardeo de la escuadra, aguardaban que las fuerzas aliadas se pusieran a tiro. Por entre matorrales y pantanos, argentinos, brasileños y orientales, marchaban acercándose a la que creían desguarnecida Curupaity. Todavía no se divisaban las líneas de las trincheras enemigas, hasta que al fin, vibraron los cuerpos de ejército:se ofrecían ya los manchones rojos de los uniformes paraguayos. La marcha se apresura, el paso se aligera, como si por cada palmo de terreno paraguayo se acercaran al hogar lejano. Avanzan confiados unos metros más y comienzan a escucharse los cañonazos disparados desde las fortificaciones que se presumían desmanteladas. La sorpresa es grande, pero no por eso se desalientan las líneas de ataque. Se llega así a las primeras trincheras abandonadas por los hombres de López. El próximo avance debe vencer a los abatíes que quedan atrás, dejando los uniformes -los mismos que reclamaron tanto Mitre, Gelly y Paunero- en estado deplorable. Mientras los soldados tratan de escalar los espinosos parapetos, comienzan a hacerse sensibles los efectos de la metralla enemiga. Marchan las filas por campo liso, pero la vanguardia ya sobre el terreno cae totalmente aniquilada por los certeros disparos de los cañones paraguayos. Las filas que la siguen se entremezclan Con los caídos, para eser abatidas pocos metros más adelante. Con todo, siguen adelante, incontenibles, hacia el foso que los llevará a la muerte. Detrás de ese foso el terreno sube y en la cima, las trincheras enemigas debían ser tomadas sin pérdida de tiempo para imposibilitar el contrataque. El foso comienza a teñirse de rojo con la sangre derramada por muertos y heridos. El espectáculo se torna dantesco; los que logran cruzar se asemejan a ángeles vengadores de los que quedaron atrás, con los ojos febriles, las manos cerradas, apretadas sobre el arma, el rostro cubierto de sangre y lodo. Ya no ven a sus compañeros que yacen destrozados, ni oyen a los que claman la muerte para no sufrir más. Su obsesión es continuar como sea, caminando, trepando, arrastrándose, pero acabar de una vez por todas con ese infierno rojo. Cuando se escucha el toque de retirada, los argentinos vuelven atrás. Retroceden con la vista fija en Curupaity, para no dar la espal da al enemigo. A poco, en virtud de haber recibido la información de que los brasileños habían logrado penetrar en las trincheras por la izquierda, se ordena nuevamente el ataque. En vano es todo empeño de vencer. A más de que aquella noticia es falsa, no había ya oportunidad de rehacerse, pues los muertos y heridos sumaban miles. El espantoso cuadro que circundaba al general Mitre lo decidió a ordenar, esta vez en forma definitiva, el repliegue de todas las fuerzas hasta Curuzú. Impotencia, rabia y dolor, debieron sentir los soldados que retrocedían en orden por el campo sembrado de miembros humanos y cuerpos despedazados, recogiendo a muchos de los heridos que cubrían el campo. Los paraguayos se encargarían después de exterminar a quienes con un hálito de vida, arrancando de sus flagelados cuerpos los uniformes que podían todavía ser objeto de utilidad. De los dieciocho mil valientes que partieron hacia la ambicionada culminación de la guerra, siete mil resultaron muertos o heridos en Curupaity. Muchos batallones argentinos habían perdido sus jefes. Tanto el general Paunero como Emilio Mitre dan parte oficial de la dolorosa jornada. El primero, con escuetas cifras, indica en el suyo el saldo trágico de la batalla: "Las adjuntas relaciones impondrán a V. E. -informa a Mitre- de las muy sensibles pérdidas que ha sufrido el ler. cuerpo; -ellas son: muertos, 4 jefes, 22 oficiales y 370 individuos de tropa; heridos, 8 jefes, 74 oficiales y 758 individuos de tropa y contusos, 1 jefe, 15 oficiales y 77 individuos de tropa". Lamenta Paunero las muertes de Manuel Rosetti y Alejandro Díaz y las heridas sufridas por Charlone, Manuel Fraga y 22 oficiales más de su cuerpo. También el general Emilio Mitre encomia a su hermano la conducta valerosa de sus hombres: "V. E. sabe los prodijios de inaudito valor que los cuerpos todos del ejército hicieron en esa jornada. Es, pues, inoficioso que el que firma haga de 'ellos los elogios tan justamente merecidos. Basta dejar establecido que de los 3 batallones de este cuerpo que cargaron sobre la trinchera, solo ha quedado en actitud de combatir una tercera parte de cada uno de ellos, para probar el denuedo y la bravura de que se hallaban animados y dieron sangrientas pruebas". La tragedia de Curupaity enluta también el hogar del vicepresidente Marcos Paz al conocerse la pérdida de su hijo Francisco. Tanto Mitre como Paunero le escriben llevándole consuelo y procurando mitigar su dolor. "Por mi parte le dice Mitre- me queda la triste satisfacción de haberme acordado de él en medio del peligro, como si fuera su propio padre y de haber hecho cuanto me era posible, para salvarlo" . . . Por su parte, Sarmiento, que a la sazón se encuentra desempeñando el cargo de ministro plenipotenciario en los Estados Unidos, experimenta dolor semejante al de Marcos Paz. Sus colaboradores tratan de ocultarle por el mayor tiempo posible la desoladora noticia: su entrañable hijo Dominguito ha caído en Curupaity. Los periódicos de la nación del norte publican la lista de los muertos en la acción, pero se logra postergar por cinco días el relato del suceso. No es posible ocultar ya al vigoroso luchador la infausta nueva. Al conocerla, incapaz de sobrellevar la muerte del querido hijo, el hombre, cae en el estado de la mayor postración y abatimiento. Meses después, en marzo de 1867, le escribe a su dilecto amigo José Posse, enviándole una fotografía del hijo llorado: Había nacido para acaudillar al pueblo y yo lo habia preparado para hacerlo digno i noblemente. Todo se acabó! ... ". Desfilan las sombras de los que reían y se manifestaban con la sana alegría de vivir de la juventud. Permanecerán como recuerdo imborrable para los que quedaron, testigos impotentes de la masacre de Curupaity. En Buenos Aires, en Montevideo y en Río de Janeiro, fue enorme la repercusión tras derrota tan resonante de las fuerzas aliadas. En la ciudad del Plata, la multitud se hizo eco doloroso de este: triste suceso y los comerciantes levantaron suscripciones para conseguir soldados de línea que se unirían al ejército nacional. Sin embargo, la flor de la juventud, aquellos enardecidos estudiantes que el 16 de abril de 1865 pedían que Mitre les entregara armas y equipo para luchar contra el atrevido agresor, ya no estaban presentes. Los que vuelven no son ya los impulsivos jóvenes de ayer, sino hombres tempIados con huellas imperecederas marcadas por el sufrimiento, las fatigas y el arma del adversario. La lucha y el dolor los ha madurado, y otorgado una nueva y profunda dimensión espiritual. Los que quedaron en los campos del Paraguay, forman un conjunto luminoso que irradia con el brillo de sus hazañas, la claridad sublime del patriotismo nacional. 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Década de 1930: Nacionalismo y Revisionismo Histórico Argentino

Por el Prof. Jbismarck 

Los nacionalistas que algunos autores llamarán nacionalismo «de derecha», «clerical», «aristocrático», «oligárquico» (para compararlos con los nacionalistas “populares” “democráticos” etc) se afianzan en los tiempos previos al golpe de setiembre de 1930. Entre los nombres importantes estarán el poeta Leopoldo Lugones, lejos de su socialismo de principios de siglo, y Carlos Ibarguren, y una influencia externa a destacar será la del francés Charles Maurras.  Ibarguren, hombre de confianza de Uriburu al igual que Juan E. Canilla (otro nacionalista septembrino de trayectoria inusitada), ha dejado en sus memorias testimonios valiosos sobre los nacionalistas. Así, con respecto a la herencia del movimiento encabezado por Uriburu, Ibarguren manifiesta: «La revolución significó un salto detenido por la acción de los grupos políticos que impidieron se realizara el programa que su jefe quiso darle, lo que no se pudo alcanzar por la falta de una poderosa fuerza cívica organizada y coherente que apoyara el nuevo orden proclamado por el general Uriburu. Pero esta revolución engendró una consecuencia fundamental: la corriente ideológica nacionalista que consiguió marcar, diez años después, una línea nueva en la evolución histórica argentina. El jefe de la revolución de setiembre lo vaticinó como un presentimiento, cuando se retiró del gobierno, al periodista señor Espigares Moreno: “Yo creo y espero —dijo— que el germen de la revolución no se perderá y que irá a la historia, más allá de los intereses puramente políticos”». (Extraido de “La Historia que he vivido”)

 

Existe una crítica dura al Estado liberal y a los partidos tradicionales. «los partidos políticos no representan los valores nacionales y que se apoderan del Estado por intermedio del sufragio universal ciego e irresponsable” La influencia de Mussolini, y luego de la guerra civil española también la de Franco son evidentes.   Marcelo Sánchez Sorondo dice: «Así, nuestra convicción comenzó siendo religiosa. Después, fuimos fascistas, acérrimos fascistas”.  Por supuesto fundamental la formación católica, y resulta conocida la actitud adoptada por la Iglesia Católica —después del pacto de Letrán— frente al fascismo de Mussolini: encíclica Quadragesimo anno, Acción Católica, etc.   Para Jorge Abelardo Ramos: «Poseídos de un fervor ultramontano, los nacionalistas condenaban al liberalismo agonizante en nombre del feudalismo sepultado». Algunos se incorporarán al peronismo donde de alguna manera se diluirá su «nacionalismo» de élites. Alguno de ellos, como el historiador Ernesto Palacio, llegará a diputado nacional por la conjunción de fuerzas triunfantes en 1946.  Otros como el gran historiador Vicente D. Sierra ocupan cargos fundamentales en cultura y educación.

La Nueva República organo principal del nacionalismo contó con Rodolfo Irazusta como director, Ernesto Palacio como jefe de redacción y Juan E. Carulla, Julio Irazusta, Mario Lassaga, César Pico y Tomás Casares como colaboradores. También desde la revista Criterio, que se lanzó en 1928 con la dirección de Atilio Dell’ Oro Maini, se expresaron las plumas nacionalistas católicas. A los citados Casares, Pico y Palacio, se agregaron Ignacio Braulio Anzoátegui, Manuel Gálvez, Enrique Pedro Osés, y los sacerdotes Leonardo Castellani y Julio Meinvielle, entre otros.  Las consecuencias del Pacto Roca-Runciman, no pasaron desapercibidas para el revisionismo católico. Al año siguiente a la firma del Pacto se editó La Argentina y el imperialismo británico, de Julio y Rodolfo Irazusta. Allí se analizaban las características coloniales del acuerdo y cómo se repetía la dependencia desde la época de Rivadavia. Del lado de los clérigos revisionistas se destacaron los sacerdotes Guillermo Furlong y Leonardo Castellani, notable escritor, quien tuvo presente a Rosas en sus cancioneros y escritos periodísticos. Pero hubo sacerdotes y laicos cuya preocupación se centró más en la amenaza del comunismo, la Guerra Civil Española, el III Reich y la cuestión judía.  Los más representativos fueron los sacerdotes Julio Menvielle y Virgilio Filippo y el escritor Gustavo Martínez Zuviría, en sus novelas El kahal (1935), Oro (1935), y 666 (1942), abordó la revisión de la influencia judía en nuestro país.

 

El 16 de junio de 1938, se reunieron en el restaurante Edelweiss de Buenos Aires Alberto Contreras, Juan Bautista Ithurbide, Ernesto Palacio, los hermanos Irazusta, Evaristo Ramírez Juárez, Pedro Vignale, Alberto Ezcurra Medrano, Isidoro García Santillán, Raúl de Labougle y Roberto de Laferrere. Su idea era “provocar un movimiento de revisión histórica”, y para eso crearon una entidad destinada a investigar sobre el período rosista. Unas semanas después, el 6 de agosto, se creó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, con el general Ithurbide como primer presidente. Fue un momento rutilante, con reediciones de obras de Carlos Ibarguren y difusión de la producción de Ernesto Palacio, Julio Irazusta, Vicente Sierra y Manuel Gálvez. Ernesto Palacio publicó Catilina (1935), La Historia falsificada (1939) y, muy posteriormente, su Historia de la Argentina (1954). Julio Irazusta, en paralelo, emprendió la edición de Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, de ocho tomos, en 1941.  Vicente Sierra comenzó su producción revisionista con El descubrimiento de América ante la conciencia católica (1944), El sentido misional de la conquista de América (1942) y Rosas (1943). Manuel Gálvez, por su parte, se destacó con La vida de Don Juan Manuel de Rosas (1940), que llegó a ser un éxito de ventas.

En general los nacionalistas no se han referido a los obreros más que para ubicarlos en alguna concepción corporativa que permitiese a las élites un manejo más descansado de la cosa política. Por eso su rechazo al proyecto de Juan D. Perón «Las ideas que preocupaban a Perón eran, por una parte, constituir una gran fuerza política y, por la otra, atraerse a los sectores obreros dificil concebir que un coronel sin experiencia en la vida civil pudiera constituirse en leader de las masas proletarias” (Carlos Ibarguren op. Cit).  Los nacionalistas son «antimarxistas». Las críticas al liberalismo se trasladan al marxismo, y califican a cualquier idea o a cualquier persona de liberal-marxista sin distinciones ideológicas.   El «nacionalismo», pues, adviene formalmente apoyando a una revolución que muy pronto deja de ser suya (la del 6 de setiembre de 1930), y se desarrolla durante el período que va desde 1931 a 1943 multiplicando las publicaciones periódicas (algunos nombres: Baluarte, Nuevo Orden, Crisol, La Nueva República, Sol y Luna, Nueva Política, El Fortín, Nuestro Tiempo, Balcón, los diarios El Pampero y El Federal…) y desarrollando una eficaz campaña proselitista en algunos medios (militar, universitario). Para el 4 de junio de 1943, en ocasión del golpe castrense, los nacionalistas ven llegar su segunda oportunidad. Participan como ideólogos del movimiento contra Castillo, una vez que las tropas han derrocado al anciano presidente. Marcelo Sánchez Sorondo aconseja en el «Discurso a los militares»: “El cuatro de junio es la fecha decisiva de un año decisivo. Ya está jugado el país. O se logra la unidad nacional o nos consume la anarquía. Vosotros, militares, tenéis ahora todos los mandos. Vosotros, militares, que hacéis de vuestra vida profesión de honor, habéis hecho, el cuatro de junio, profesión de fe»

Los nacionalistas consolidarán sus posiciones en el campo de la enseñanza, la administración pública, las relaciones exteriores, los nacionalistas mantuvieron puestos claves en la administración y particularmente en la docencia. A ella habían entrado pisando fuerte.  Apoyaron las medidas de obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas, la disolución de los partidos políticos y el mantenimiento de la neutralidad Hombres como Baldrich, Genta, Olmedo u Obligado, cuyas características eran la reivindicación de Rosas como “Señor de horca y cuchillo”, asi como los tiempos de la conquista y colonización hispánica y su respeto por valores tradicionales y religiosos.  También se formarán grupos de choque, dedicados a la acción directa, entre los que podemos mencionar a la Legión Cívica Argentina y a la Alianza Libertadora Nacionalista, uno en los primeros tiempos del período, el otro sobre los años cuarenta y cinco y siguientes.   La Legión Cívica Argentina llegó a contar con reconocimiento oficial de las autoridades (20 de mayo de 1931), y obtuvo además personería jurídica (11 de enero de 1932). Ibarguren, la vincula con Mariano Moreno, el Congreso de Tucumán, el Directorio y la Confederación, y rechaza con energía los presuntos orígenes mussolinianos. Según sus estatutos, la Legión Cívica estaba compuesta por «hombres patriotas» que condensaban «el espíritu de la revolución de setiembre y que moral y materialmente estaban dispuestos a cooperar a la reconstrucción institucional del país»; el gobierno autorizaba a sus integrantes para que «concurran los días domingos y feriados a los cuarteles a recibir instrucción militar y prácticas de tiro». El organismo fue denunciado públicamente en numerosas ocasiones por diversos sectores de opinión, lo mismo que otros grupos análogos de más reducido ámbito.

Ibarguren nos recuerda la existencia de otros nucleamientos: «Además de las agrupaciones existentes desde la revolución de 1930: “Liga Republicana”, “Legión Cívica” y “Legión de Mayo”, formáronse otras nuevas: “Acción Nacionalista Argentina”, dirigida por el destacado escritor y profesor Juan P. Ramos; “Guardia Argentina”, organizada por el poeta ilustre y gran patriota Leopoldo Lugones; “Legión Colegio Militar”. “Milicia Cívica Nacionalista” y muchas otras más. Estas distintas entidades no pudieron concertar firmemente un acuerdo que las unificara, a pesar de perseguir los mismos propósitos inspirados en idéntica ideología. La agrupación con mayor número de afiliados era, acaso la “Legión Cívica Argentina”, que derivó luego en “Alianza de la Juventud Nacionalista”, cuyo conductor inicial fue el general Juan Bautista Molina».[118] De ésta a la Alianza Libertadora Nacionalista —Juan Queraltó, más adelante Guillermo Patricio Kelly— hay sólo un paso.   La Alianza se constituirá en cierto modo como un grupo de choque del peronismo, actuará en el campo político y universitario, gozará del patrocinio oficial y se caracterizará en esa época como fuertemente xenófoba y racista. La A.L.N. fue precursora, a su modo, de «Tacuara» y otros núcleos activistas del nacionalismo desde fines del cincuenta.

 

Hernández Arregui, dice que el nacionalismo se apoyó en la historia pasada pero se anquilosó en la historia del presente. El presente como retorno a lo viejo, le cerró a la filosofía conservadora del nacionalismo el entronque con un porvenir que se despliega ante un mundo estremecido por la revolución.  En la década de 1940, la figura del coronel Juan Perón fue tomando distancia del resto. Los nacionalistas vieron en él a un defensor de la Doctrina Social de la Iglesia y a alguien emparentado con la obra de los sindicatos católicos. Aunque también notaban el pulso modernista, plebeyo y herético del peronismo. Ambas características estallarían con los años en un conflicto inusitado. 

 

Bibliografía

 

BUCHRUCKER, Cristian. Nacionalismo y Peronismo

 

DEVOTO Fernando - Barbero María Inés. Los Nacionalistas

 

HERNÁNDEZ ARREGUI Nacionalismo y Liberación

 

IBARGUREN, Carlos, La Historia que he vivido

 

IRAZUSTA, Julio, Balance de siglo y medio

 

NAVARRO GERASSI, Marysa, Los nacionalistas

 

PALACIO ERNESTO, Historia Argentina

 

RAPOPORT, Mario. Historia Económica, política y social de la Argentina

 

ROCK, David, La Argentina autoritaria

 

SÁNCHEZ SORONDO, Marcelo, La Revolución que anunciamos

 

ZULETA ALVAREZ, Enrique, El nacionalismo argentino