Rosas

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viernes, 15 de diciembre de 2023

EL TRANVIA QUE CAYO AL RIACHUELO

Desplegando largas banderas argentinas y luciendo enormes escarapelas en las solapas de sus sobretodos, una entusiasta multitud se lanzó a las calles de Buenos Aires a desafiar el frío. Era el 9 de julio de 1930 y, al verlos pasar por la calle Rivadavia, alguien hizo notar la inusitada expresión de patriotismo que convocaba a tanta gente: "¡Por fin las fiestas patrias se festejan como merecen!”, se regocijó uno de los radicales que solía tomar su café en la vereda del Tortoni, cerca del edificio del diario oficialista La Epoca. "Ma' que fiestas patrias... ¡Van todos a despedir al combinado argentino!", le respondió el lustrabotas del café. En ese momento empezaron a oírse los primeros estribillos que auguraban los goles de Manuel Nolo Ferreyra. "¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!", gritaban todos entusiasmados mientras se dirigían al puerto. Allí se embarcarían los jugadores que iban a disputar el primer campeonato mundial de fútbol en el flamante Estadio Centenario de Montevideo.

EL PUENTE. Ese entusiasmo se iba a convertir después en una gran expectativa por el debut del equipo argentino, anunciado para cinco días después. Pero en la víspera, el sábado 12 de julio, la atención sería desviada inesperadamente por el episodio más dramático del año. En esa lluviosa madrugada, Manuel José Rodríguez, un español de 58 años encargado de manejar el puente levadizo Bosch, que la Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur había tendido sobre el Riachuelo, fue como todos los días a “tomar servicio”. Llegó a las 6 en punto, cuando aún no había aclarado y la neblina se extendía en una densa capa sobre las calles de la ciudad. A los cinco minutos de acomodarse en su garita de mando, Rodríguez recibió una señal de la chata petrolera Itaca II, reclamándole paso. “Lo primero que hice fue encender las luces de peligro —contaría después—, para evitar que algún tranvía intentara cruzar en ese momento. Luego puse en marcha el mecanismo y el puente empezó a elevarse. En ese momento me pareció escuchar el ruido de un tranvía y sentí un sudor frío. Me asomé por la ventana de mi garita y vi, entre la niebla, las luces de las ventanillas de un vehículo que acababa de entrar al puente. Medio desesperado, empecé a gritar para que el motorman me escuchara, pero fue inútil. Era el tranvía 105, que venía muy ligero. El conductor no podía escucharme; creo que tampoco tenía tiempo ya de frenar. Pasó debajo mío como una tromba y lo vi caer al vacío en forma espectacular, hasta que se hundió completamente en el río; en ese momento se apagaron los chirridos de las ruedas y se sintió claramente el ruido del impacto con el agua. Después todo fue silencio. Un silencio aterrador. Bajé de la garita y me encontré con otras personas que también habían presenciado la escena y empezamos a planear el auxilio, a pensar cómo diablos podríamos sacar a esa gente de allí dentro”.
El patético relato del guardapuentes sería recogido esa misma tarde en las columnas de Critica, donde en gruesa tipografía se anunciaba la tragedia a toda página: "Un tranvía cayó al Riachuelo. Hay 80 muertos". La noticia se apresuraba a exagerar las cifras, porque los pasajeros del tranvía eran 60. Pero es que esa tarde Critica iba a lanzar una de sus mayores tiradas y necesitaba golpear en su mejor estilo; además, como en ese momento Natalio Botana, su director, se había embarcado en una conspiración política contra el gobierno, aprovechó para culparlo de la catástrofe. “Todo esto ocurre —decía el diario— porque falla la organización de los poderes estatales y se permite que las empresas de servicios públicos estén anarquizadas. ¿Qué hace el señor Yrigoyen?”.

EL TRANVIA. "Yo viajaba sentado en uno de los asientos delanteros —contó Remigio Benadasi—, del lado de la ventanilla. Todas estaban cerradas por el frío y el pasillo estaba repleto de pasajeros. Cuando el tranvía dio vuelta para llegar al puente, vi las luces rojas de peligro y me extrañó que no se detuviera. De repente sentí una sensación parecida a la de los ascensores que bajan rápido y me encontré en el agua. Todavía no me explico como salí del tranvía. Debe haberse roto el vidrio de mi ventanilla, porque tengo una herida en la frente y otra en la mano izquierda. La cuestión es que sin saber nadar, estuve chapoteando un rato hasta que me sacaron”. El testimonio de Benadasi —un mecánico italiano de la Compañía General Fabril que había tomado el 105 en la esquina de San Carlos y Pavón, de Lanús— fue acompañado de aparatosas gesticulaciones. Aún no imaginaba cómo había salvado su vida y se sentía casi un héroe.
El manejo de ese tranvía 105, que unía Lanús con Constitución, había sido confiado a otro italiano. Se trataba de Juan Vescio, un motorman de 31 años, en quien no confiaba ni su propio acompañante, el joven guarda José Angel Rodríguez, de 23 años. “Mi hijo —explicó aquella mañana el padre del guarda— presintió lo que le iba a pasar, porque hoy, antes de salir de casa, le dijo a mi mujer que no sabía si volvería. ¿Y saben por qué dijo eso? Lo dijo porque tenía miedo de que el motorman hiciera alguna macana. Varias veces le oí decir en casa que su compañero era un potrillo manejando y que iba a pedir que lo cambiaran de turno”.
El recorrido del 105 —que había partido de Lanús a las 5 de la mañana— era clave a esa hora. En Gerli primero y en Avellaneda después, el tranvía se llenó de obreros que Iban a trabajar, en su mayoría a Barracas. La fina llovizna hizo que todos se apretujaran en su interior, colmando el pasillo, para eludir la plataforma, y eso impidió que algunos pudieran salir rápido de allí dentro. “Murieron como ratas —imaginó uno de los cronistas de Crítica—, en una confusión horrorosa, en una lucha breve desesperada, en un simultáneo reventar de pulmones y corazones”.
De los 60 pasajeros sólo se salvaron cuatro: Remigio Benadasi, José Hohe, Buenaventura Arlia y Gabina Carrera. Esta última no supo explicar si había salido del tranvía antes o después de que se hundiera: estaba totalmente confundida. Arlia dijo que al quedar con los pies sobre la ventanilla, rompió el vidrio de un golpe y salió en seguida, y Hohe explicó que se sintió de pronto flotando dentro del vehículo y tocando el techo con la cabeza. Como estos dos sabían nadar un poco, pudieron zafarse de la trampa.

EL RESCATE. Las operaciones de rescate fueron confiadas al personal policial de la comisaría 32ª y a un cuerpo de bomberos, pero como ninguno de ellos podía meterse en el Riachuelo para extraer los cadáveres, hubo que recurrir a los buzos del Ministerio de Obras Públicas. Cuando la noticia de este operativo fue dada a conocer, de los suburbios de Buenos Aires comenzaron a concentrarse millares de personas. Se volvió a Juntar una multitud parecida a la que cuatro días antes había ido al puerto a despedir a los futbolistas. Todos se aglomeraron al borde del Riachuelo, para ver de cerca el trabajo de los buzos.
"Yo estaba de guardia en los talleres que el ministerio tiene instalados al borde del Riachuelo, cuando me llamaron de urgencia para esa tarea", dijo con cierta displicencia Antonio Splaguñías, un griego con suficiente experiencia en el buceo. Sin excitarse, el veterano Splaguñías se vistió de buzo y llegó con la escafandra en la mano hasta el lugar, ante la curiosa mirada de los espectadores que balconeaban la escena desde el puente Bosch. Una vez preparado para la inmersión, descendió en el lugar exacto, marcado por el trole que asomaba en la superficie.
"Al penetrar en la plataforma delantera —dice su frío relato— encontré el primer cuerpo. Después supe que se trataba del motorman Vescio. La puerta interna estaba cerrada y me costó abrirla, pero cuando lo hice se me vinieron encima varios cadáveres amontonados. Entonces empecé a atarlos uno por uno, para que se los pudiera sacar mejor. De esa forma recuperamos el primer lote. Después revisé bien el pasillo y aparecieron más, algunos enganchados entre los asientos y otros con los brazos en las ventanillas. Me di cuenta de que estos últimos habían tratado de romper los vidrios para escapar, pero seguramente en la confusión no tuvieron tiempo y se ahogaron enseguida. Estuve largo rato trabajando con el otro buzo, Anastaxis Fotis, griego como yo, con quien sacamos 28 cadáveres a la superficie".
Pero el rescate no había sido completo, porque se sabía que faltaban por lo menos unos veinte cuerpos más. En esa tarea trabajó solo Fotis, quien después contó su aventura con menos aplomo que su colega. "Antes que yo —dijo— bajó otro buzo, Pedro Kodasky, pero como se horrorizó del espectáculo, se puso nervioso y se cortó con un vidrio. Hubo que sacarlo a la superficie porque estaba muy excitado y lastimado. Después bajé yo y me encontré con varios cuerpos enredados en la plataforma trasera, tal vez por la desesperación de salir de allí a tiempo. Colaboré un rato en esa tarea y saqué todos los cadáveres que pude, pero después empecé a sentirme mal y me descompuse. Entonces pedí que me alzaran. Recuerdo que el primer cuerpo que toqué estaba con los brazos extendidos y el agua lo movió hacia adelante de tal manera que se me colgó prácticamente del cuello, como si estuviera aún con vida. Jamás olvidaré ese instante tan terrible para mí”.
Al día siguiente, cuando los ojos de los argentinos volvían a entornarse hacia Montevideo, con la esperanza puesta en el gran equipo de fútbol, todavía quedaba gente en los alrededores del puente Bosch. Eran los que querían presenciar el último acto del drama: el rescate del tranvía 105. A la una y media de la tarde, la gigantesca grúa del Ministerio de Obras Públicas hundió su brazo en el Riachuelo y extrajo el desvencijado vehículo, con sus ventanas rotas y sus ruedas colgando. El peritaje determinó, poco tiempo después, que la responsabilidad del accidente era totalmente de la empresa tranviaria, porque su personal no era idóneo. Las culpas recaían sobre el motorman Vescio, quien dejaba en el desamparo a cuatro hijos y a una viuda embarazada. Sólo hubo una controversia: ¿había sonado la campana de alarma del puente? Nadie la escuchó. Pero las luces rojas estaban encendidas y eso no eximía de culpas al conductor del tranvía.
El único saldo positivo de aquella tragedia fue el dividendo económico que obtuvieron los vendedores ambulantes de pizza y caramelos, quienes trabajaron "como en un día de fiesta" —según sus propias palabras—, y la propaganda que hizo la fábrica de anilinas Sirio al obsequiar a los familiares de las víctimas con 150 paquetes de colorante negro para sus ropas, “como una contribución desinteresada".
Copyright Panorama, 1970.


sábado, 9 de diciembre de 2023

Inteligencia Artificial SÍ – Inteligencia Artificial NO.

Por Jorge Enrique Deniri
Noam Chomsky, un genio irreverente que quizá rompe todos los moldes, opinó recientemente sobre el Chat GPT, exponiendo un punto de vista sumamente crítico respecto de uno de los SIA – Sistemas de inteligencia artificial – más citados del momento. (2023. New York Times, citado por Bloghemia).  Chomsky, con la dureza que lo caracteriza, asevera que “resulta a la vez cómico y trágico, como podría haber señalado Borges, que tanto dinero y atención se concentren en algo tan insignificante, algo tan trivial comparado con la mente humana, que a fuerza de Lenguaje. En palabras de Wihlelm Von Humboldt, puede hacer <<un uso infinito de medios finitos>> creando ideas y teorías de alcance universal”.
Chomsky, un “famoso lingüista, filósofo, científico cognitivo, historiador, crítico social y activista político”, califica “los avances supuestamente revolucionarios… la cepa de la inteligencia artificial más popular y de moda (el aprendizaje automático)” como riesgo de degradar nuestra ciencia y envilecer nuestra ética, “al incorporar a nuestra tecnología una concepción fundamentalmente errónea del lenguaje y el conocimiento”.
Difícilmente se podrían encontrar otras personalidades tan disruptivas con quienes interactuar al modo de objeto de referencia que Chomsky, un intelectual de origen judeo ucraniano, formado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y en Harvard, que es un ateo que se define como anarco sindicalista, crítico feroz de la política exterior de su país (EEUU) y su principal aliado, Israel, considerado primus inter pares en materia de lingüística, que por sus audaces propuestas, entre 1980 y 1992, se ha convertido “en la persona viva más citada en ese período y la octava más citada de toda la historia, justo por detrás de Sigmund Freud y por delante del filósofo Georg Hegel”.
Pero, aunque por el usufructo que hace de la libertad intelectual de su patria, me recuerde demasiado a Voltaire incendiando desde seguros refugios en el exterior todo el sistema de vida y las creencias francesas de la época de Luis XIV, es insoslayable admitir que la brillantez del pensamiento chomskiano ha hecho una y otra vez que los estudiantes se inscriban en listas de espera de seis meses para poder tomar sus cursos en las principales universidades yanquis, y que el mismo diario del que extraigo sus citas, en otro momento – (1979. New York Times. The Chomsky Problem) – lo haya definido como “el más importante de los pensadores contemporáneos”.
En sus manifestaciones, ataca no sólo al Chat GPT, sino también al Bard de Google, un bot que se desarrolló en 2023 como respuesta al éxito de Open Al y al Sidney de Microsoft (una variación del Bing alumbrada también en 2023), considerando que generan “resultados estadísticamente probables, como un lenguaje y un pensamiento de apariencia humana”.
En pocas palabras, Chomsky afirma que estos programas que se apoyan en la acumulación de datos, tienen “su talón de Aquiles” en la “descripción y la predicción” por su incapacidad para aportar explicaciones, por más que las que podemos generar como humanos sean falibles. Así, los programas de inteligencia artificial tienen una capacidad ilimitada para “aprender (es decir, memorizar)”, pero “son incapaces de distinguir lo posible de lo imposible…se limitan a negociar con probabilidades que cambian con el tiempo…Por esta razón, las predicciones de los sistemas de aprendizaje automático siempre serán superficiales y dudosas”.
Pero, además, “la verdadera inteligencia también es capaz de pensar moralmente”, mientras que Chat GPT y los sistemas que le hacen pendant “son constitutivamente incapaces de equilibrar la creatividad con la restricción”, generando de más (tanto “verdades como falsedades”) o de menos (evidenciando “falta de compromiso con cualquier decisión e indiferencia ante las consecuencias).  El polígrafo yanqui, remata sus manifestaciones considerando que “Dada la amoralidad, la falsa ciencia y la incompetencia lingüística de estos sistemas, sólo podemos reír o llorar ante su popularidad”.
Clavando otra pica en Flandes, el (¿la?) periodista científico Jane C. Hu, de Seattle, que entre otros medios, publica en el National Geographic y el Smithsonian, haciendo suyas las palabras de uno de tantos comités legislativos yanquis deseosos de regular la Inteligencia Artificial, señala el último 19 de enero (Letras Libres, El día de la marmota de la Inteligencia Artificial), que “el genio de la inteligencia artificial ya salió de la lámpara y no se puede volver a meterlo” y reflexiona: ”Parece que no se puede detener a la inteligencia artificial, así que la pregunta es: ¿Cómo podemos utilizarla para el bien y evitar que se convierta en una herramienta para el mal?
En otras palabras, ¿regular o no regular? Creo que es un debate que trasciende el plano intelectual o científico, porque moralmente, querámoslo o no, está sobre el tapete en todo sentido, y que la descarnada puja por el poder entre el sindicalismo y el gobierno ha mostrado en toda su crudeza social: ¿Quién gobierna en la República Argentina: los representantes del 56% de los electores válidos, o los gremios?
En punto a regulaciones extremas, con connotaciones sociales, morales y educativas, creo que la más inquietante (para mí), se desprende de un artículo publicado por Claudia Peiró, la conocida periodista de infobae, en ese medio, el 21 de enero, donde da cuenta de que un organismo colegiado de Ontario (Canadá), ha logrado en definitiva que un psicólogo, profesional asociado, sea condenado a un proceso de reeducación, “por cuestionar la doctrina de género”, y más adelante abunda afirmando que “la doctrina de género no puede ser contradicha en público. Hay una policía del pensamiento y de la palabra que vigila y castiga al que se sale del molde”.
Por cierto, que la ideología de género, actualmente permea las vidas de todos nosotros. Sin ir más lejos, al psicólogo canadiense lo condenaron a hacer un cursillo, no relacionado con su práctica profesional, sino sobre la forma en que debía expresarse en las redes.
Por acá nomás, la semana pasada, para poder revalidar mi registro de conductor, tuve que hacer un cursillo digital sobre género y obtener el correspondiente diploma. No tengo empacho en admitir que con el adecuado e itálico y acorrentinado pragmatismo, lo hice, imprimí el diploma, lo adjunté, pagué tutti, retiré el nuevo registro y, “mostrando il dito medio” (haciendo un corte de manga) mental, hice mutis por el foro.
En cambio el psicólogo de marras, Jordan Peterson, que es de una madera más bien anglosajona, le escribió una carta al Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau, “acusándolo de haber instalado una tiranía woke”, y sigue en la parrilla, porque el último mes de agosto, el Tribunal Superior de Ontario falló que el Colegio de Psicólogos podía “limitar su libertad de expresión” ya que “al incorporarse a una profesión regulada”, las personas “asumen obligaciones y deben respetar las normas de su organismo regulador”.
Peterson, apeló infructuosamente, y en su cuenta de Twitter (X), escribió que un tribunal superior de Canadá, “dictaminó que el Colegio de Psicólogos de Ontario tiene derecho a sentenciarme a un campo de reeducación.”
Esta última expresión del profesional, disecciona con lamentable desnudez el virus estalinista (o macartista según quien sea) que subyace en todas las regulaciones. La libertad y la prohibición a outrance, en materia de riesgo pueden ser análogas.
Del mayo francés del 68 con su “prohibido prohibir”, a las “Unidades Militares de Ayuda a la Producción” cubanas, gulags caribeños que, en la práctica, operaban como campos de trabajos forzados para “contrarrevolucionarios” y “reeducaron” a cosa de 50.000 jóvenes, media un geme de distancia.
En suma, como pasa tantas veces, en el transcurso del proceso de lecturas previas, la nota se desvió de lo históricamente correcto en materia de imágenes, que era la hipótesis de trabajo inicial, a una serie de transcripciones y reflexiones asociables, en definitiva, a las inquietantes posibilidades de los diktats sobre lo “políticamente correcto” o incorrecto, según sea el caso.
Queda para otra vez si Dios lo quiere.

sábado, 2 de diciembre de 2023

San Martín: La leyenda, la carne y el hueso.

 Por Jorge Enrique Deniri

El 25 de febrero se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de San Martín, y como tantas otras veces y en tantos lugares, se impone dedicarle unas reflexiones, porque la fecha lo exige, porque los que nos sentimos sanmartinianos lo consideramos poco menos que una obligación, un deber, y porque nunca los argentinos habremos dicho y reflexionado lo suficiente sobre su figura y sus hechos. Claro que hoy día, las experiencias y las relaciones de los últimos años me imponen incluir, sin solución de continuidad en estas manifestaciones a los peruanos, verdaderos hermanos nuestros, que tal parece son tanto o más sanmartinianos que nosotros.
San Martín es (o debiera ser) el héroe de tres naciones, pero quizá la que más se destaca por su pasión sanmartiniana en la actualidad es la República del Perú. En la Argentina, lamentablemente se percibe mucho de fasto calendario, de exaltación de almanaque en el país en su conjunto, incluso a riesgo de nivelarlo con otras figuras, elevándolas, como sucede con Güemes y los salteños. Caso aparte me parece que lo encarnan los mendocinos, que en mi opinión lucen como los más devotos cultores argentinos del Gran Capitán. Chile, lo ha puesto en pie de igualdad con O’Higgins, Carrera y aún Cochrane, vale decir que ni siquiera luce como primus inter pares. Y en el resto de América, es un héroe sí, pero de menor talla que Simón Bolívar, mucho menos conocido y, comparativamente, de baja estatura histórica. La serie de Netflix y de la todo poderosa cadena Caracol de 2019, lo pinta poco menos que como un simple comparsa, abonando y mucho a la leyenda del caraqueño, exaltando poco y nada del correntino.
Y digo correntino, porque entrando en el sendero de la leyenda, la primera que cabe rescatar de San Martín es esa pertenencia a una “patria” que no lo fue como tierra de sus padres, y tampoco como origen territorial, puesto que al tiempo de su nacimiento, Yapeyú no era parte de la provincia de Corrientes, que aparece como tal recién en 1814. En realidad, uno de los grandes méritos de los correntinos de antaño, es haber reivindicado para su provincia, en exclusividad, la figura de San Martín. Tenían títulos para ello, ¿qué duda cabe? Pero basados en una interpretación de la legitimidad sobre todo, porque el suelo yapeyuano era parte de la jurisdicción otorgada a la ciudad de Corrientes por su fundador, el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, suelo que a juicio y reclamos de los correntinos, fuera usurpado por los jesuitas y sus catecúmenos. Claro, aquí no se agota la leyenda, sino que en realidad recién da sus primeros pasos, porque después se suman en tropel, todos los sucesos vinculados a esos primeros años yapeyuanos de San Martín.
¿Jugó en realidad bajo el asendereado ombú? ¿nació en lo que hoy son las ruinas que custodia el Templete?¿Tuvo una nodriza guaraní?
El ombú existió por cierto, pero que San Martín siendo niño haya jugado a su sombra no pasa de ser una hipótesis de esas que suelen fundamentarse porque “seguramente”, “probablemente”, “indudablemente” y tantos otros polisílabos que se saltan a la torera las exigencias probatorias serias de los hechos históricos, permiten colorear agradablemente interpretaciones de parvulario.
Las ruinas del Templete, en su momento Leguizamón, Getz y otras grandes figuras, no sólo de la Historia sino de la paleontología, afirmaron tajantemente que no era el edificio jesuítico del Colegio, sino un templo. Pero Basaldúa, como pionero entre nosotros de la creación de hechos históricos a través de los tribunales, ya años antes recurre al Juez de Paz de Yayeyú y a colonos asentados en la localidad mucho después incluso del deceso de San Martín en Europa, y ellos, por el “dicen qué” convalidaron con sus firmas que esa había sido la vivienda de los San Martín. Cuando en tiempos de Leguizamón se reavivó la polémica, Hernán Félix Gómez y el diario Crítica dieron una más que exitosa batalla. Detrás estaba la silente pero poderosa sombra de Juan Ramón Vidal.
Y la nodriza, el primero que la menciona es un sacerdote apellidado Maldonado, recién en 1915, y haciéndose eco de relatos de oídas protagonizados por una mujer muerta medio siglo antes. Y allí no terminó todo, porque un fabulador de nuestra propia época, retorciendo todavía un poco más los hechos, escribió muy lindamente que aquella nodriza era la madre de San Martín. Como los indios están de moda, la versión gustó ¡vaya si gustó! Y ahora es más que localizable hasta en el universo digital. Entre 1778 y 1784 media poco más de un lustro, tiempo sobrado para entretejer ésas y otras leyendas no menos frondosas. Cuanto más grande es una figura, más se la decora con imágenes y anécdotas de toda índole. Los últimos clavos en esas construcciones, en primer lugar han sido forjados en atelieres artísticos. Así, nos han obsequiado con imágenes de los padres de San Martín, que desde luego – descontada la esperable devoción de los artistas – son puramente imaginarias. En sentido análogo, aunque San Martín en su propia época, fue uno de los personajes retratados más profusamente, por pintores americanos y europeos, ahora ha salido a la palestra un producto al parecer de esa “inteligencia artificial”, que amenaza tornarse respaldo y justificativo de cuanta versión blanda sea menester almidonar, y tenemos para elegir: Por más que lo único que garantiza cierta exactitud es el célebre daguerrotipo (o su copia a lápiz), nos ofrecen sanmartines que, poco más poco menos, pretenden garantizar su autenticidad desde la cuna a la tumba, y no sólo nos lo proponen como niño, cadete, jovenzuelo y así hasta anciano provecto, sino que hacen otro tanto con Merceditas, y por ese camino no me caben dudas que a la larga no se salvará ni Josefa. El producto resulta tan gratificante como para que los “retratos” de los padres cuelguen en el propio templete, sin aclaración alguna respecto de su carácter apócrifo. Y así también una publicidad que invita a un evento sanmartiniano próximo, no trepida en poner en línea la seguidilla de “retratos” de nuestro héroe. Por cierto que el retrato canónico de nuestro Héroe, consagrado en 1950 con su bandera a la espalda, que nos trae ecos de Napoleón en Arcole, fue trabajado de memoria por aquella profesora de Merceditas cuyo nombre no conocemos. También abona a la leyenda…Y sigue siendo hermoso. Arbitrariamente, he hablado de “carne” para caratular los hechos sanmartinianos, su trayectoria de soldado español entre 1789 y 1812, ingresando como cadete al Regimiento de Infantería de Marina de Murcia con 11 años y entrando en fuego a los 13. Si se piensa un poco, la misma edad o poco menos que la de nuestros liceístas. El resto de su servicio es pródigo en hechos de armas. Resaltan la Campaña del Rosellón, Arjonilla y Bailén.
Su epopeya americana se extiende entre 1812 y 1824, y es tan extensa como gloriosa. Lo que encandila las imaginaciones ya entonces es el cruce de los Andes, y sus triunfos homéricos en Chacabuco y Maipú. La campaña del Perú tiene sus momentos más altos en los sucesos que lo ponen en posesión de Lima casi sin tirar un tiro, la proclamación de la Independencia peruana, la entrevista de Guayaquil y, sobre todo, su subsiguiente renunciamiento al Protectorado y abandono del poder. Un caso único en la Historia, que le aporta sus luces más brillantes al compararlo con el otro “Libertador”, Simón Bolívar.
El último fragmento de esa “carne” sanmartiniana, son los años finales de su vida, al comenzar ese exilio en 1824, que se cierra con su muerte en 1850. Allí destaca su férrea y valiente defensa con la pluma de su patria, atacada por las mayores potencias de la época. Y lo hace desde la propia capital de una de ellas, París.
Su figura es un faro para los americanos que viajan a Europa. Vale remarcar que entre quienes más lo agasajan hay varios chilenos. Los argentinos, contraemos una deuda imperecedera con el Mariscal Ramón Castilla, peruano, que le brinda un apoyo económico imprescindible. También cabe recordar que el Brigadier argentino Juan Manuel de Rosas, no dudó en honrarlo a él y a sus familiares con su ayuda.
Ya más allá de la muerte, lo que me he atrevido a denominar como “hueso”, es ese proceso histórico de su paso a la inmortalidad y a la gloria que debe llevarnos a exaltar la clarividencia de Avellaneda, quien supo canalizar las voluntades nacionales decretando en 1878 que el 25 de febrero de cada año fuese feriado, iniciando las actividades que culminarían con la repatriación de sus restos, apoteosis que devino en 1880.
Pero allí no terminó todo, porque en 1947 se trajeron los restos de sus padres a nuestro país, y se asentaron en la Recoleta, próximos a la tumba de su esposa Remedios. Finalmente, en 1998, también un 25 de febrero, ambos, Juan y Gregoria, fueron instaurados en su asiento actual, en Yapeyú.

viernes, 1 de diciembre de 2023

CASEROS, EL FIN DE LA ARGENTINA HISPANO CRIOLLA - LA GRAN DERROTA NACIONAL:

Por Ignacio Anzoátegui

“Y sucedió lo que sucedería el día que el Señor nos dejara de su mano,
que Dios no fuera criollo,
que se nos diera vuelta por el soberano capricho de mostrarnos como trota,
con qué sístole y diástole se mueve el corazón perdido en la derrota.
como un árbol sin fruto la noche era más noche
y el llanto era más llanto recamado de luto.
Las estrellas federales morían silenciosas y las altas estrellas preguntaban por ellas.
Preguntaban por qué ya no lucían su gracia y su frescura
como en las claras horas de la Dictadura.
Los ángeles del cielo quebraban sus espadas
porque era pasado el tiempo de las grandes patriadas:
La de meterse haciendo remolinos y eses entre los unitarios y entre los franceses.
Tocada, por escarnio, de poncho y galera,
la facción mostraba su cara brasilera.
Y la calandria patria se acogía en su nido, porque ya la calandria no tenía sentido.
Ni tenían sentido las risas y las rosas porque había caído Don Juan Manuel de Rosas.
Ni tampoco los anchos contornos de la pampa,
porque era la hora de Luis el Guardachanchos .
En rudos cuajarones de sangre se nos iban los varones
Atropellándose en la muerte, como antiguos patriarcas
que eligieran sus pingos funerarios con sus pelos y sus marcas.
Allí quedó la Patria, tendida sobre el campo,
Con los ojos abiertos para ver en el cielo el desatado lampo de sangre y de vergüenza
que cruzaba como una cachetada la historia de la Patria arrebatada.
Allí quedó la Patria, tendida y palpitante,
asesinada de hambre y muerte a cada instante.
¡Señor!, Tú que todo lo puedes, restáurala en su honor.
Y de paso, Señor, Tú que todo lo puedes, entre tantos dolores,
Piedad, Señor, te pido para los vencedores”.
Ignacio "Braulio" Anzoátegui.


sábado, 25 de noviembre de 2023

«Yo voy a morir defendiendo el cuartel». La Tablada y Fernández Cutiellos

Por Tomás Marini

“Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad
de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”
Carta del Teniente coronel Fernández Cutiellos a sus hijos.
La República Argentina no fue la excepción a la invasión revolucionaria comunista que había llevado a España a la guerra civil en 1936 y que azotó a gran parte del mundo en el siglo XX provocando más de 100 millones de víctimas. Promovida en América desde la isla de Cuba por la Rusia comunista, varios grupos terroristas intentaron llevar a cabo la revolución en la Argentina, entre ellos: El ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), Montoneros, las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), Descamisados y otros parecidos[1].
Supuestamente, estos “jóvenes románticos e idealistas”, como les gusta todavía hoy llamarse a sí mismos, decían luchar contra las dictaduras militares. Resulta más que curioso que la primera y la última de sus operaciones armadas se efectuó durante un gobierno civil constitucional y no durante un gobierno militar. Sencillamente, sucede que ellos buscaban tomar el poder por las armas, sin importarles a quién tuvieran que derrocar para eso. Estos “jóvenes románticos” asesinaron a militares, policías, sindicalistas, empresarios, empleados, jueces, diplomáticos y políticos, hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos. Secuestraron, extorsionaron, intimidaron, amenazaron y torturaron. Llegando a contarse de a miles los atentados con explosivos.[2]
El 23 de enero de 1989, siete años después de la gesta de Malvinas, ya concluido hace tiempo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional y estando en el poder el presidente Alfonsín, los cuarteles del Regimiento de Infantería Mecanizado N°3 “General Belgrano”, de La Tablada en La Matanza fueron atacados por integrantes de uno de estos movimientos subversivos llamado “Movimiento Todos por la Patria” (MTP), creado en Nicaragua tres años antes por el exlíder del ERP, Enrique Gorriarán Merlo. El objetivo: copar el regimiento, haciéndose rápidamente de los vehículos mecanizados y salir a la calle, simulando un golpe de estado por parte del ejército para luego vencerlo con la ayuda del “pueblo” y acabar con el poder militar en la Argentina.[3]
Parecía un día típico de enero en La Matanza, a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde el sol comenzaba a iluminar las calles y la ciudad comenzaba a volver a la vida. La gente que no estaba fuera por las vacaciones se preparaba para comenzar su jornada laboral y a soportar el bochornoso calor de uno de esos días típicos de verano. Algunos encargados, aprovechando “la fresca”, manguereaban rutinariamente las veredas de sus edificios y un joven repartidor de diarios pedaleaba en su bicicleta arrojando los periódicos a las puertas de las casas con envidiable puntería. Sin embargo, la tranquilidad de la avenida Crovara fue abruptamente interrumpida por el estruendo del motor de un camión Ford F-7000, perteneciente a la compañía Coca-Cola, seguido de cerca por una caravana de seis vehículos. A través de las ventanillas de los vehículos se podían distinguir hombres y mujeres, algunos de ellos con la cara enmascarada. Solo los más atentos podrían haber distinguido que iban armados.  
Cuando el camión pasó por el portón de ingreso del Puesto 1 del Regimiento de Infantería Mecanizado N°3, se abalanzó contra la reja que lo cerraba, destrozándola por completo y abriendo paso a la fila de seis autos que lo seguían de cerca. Los soldados que lo custodiaban, Juan Manuel Morales y el Cabo Juan Pío Garnica —que en ese momento conversaban con el Cabo primero Daniel Cejas— fueron arrollados.  
El camión había sido robado unas horas antes y los que lo manejaban eran guerrilleros armados del Movimiento Todos por la Patria, así como los que estaban en los autos que entraron detrás. Muchos de ellos eran antiguos guerrilleros liberados de la cárcel “con el regreso de la democracia”, y otros que habían vuelto al país luego de participar en la revolución en Nicaragua.[4]
Los soldados que se encontraban en la guardia central, a unos cien metros de la entrada, reaccionaron rápidamente y abrieron fuego contra el camión haciendo que el conductor perdiera el control y se estrellase algunos metros más adelante. El conductor sobrevivió, pero su compañero, bañado en sangre, estaba muerto a su lado atravesado por varios disparos. Los subversivos del MTP que venían detrás bajaron de los autos fuertemente armados y concentraron el fuego sobre la guardia. Llevaban escopetas y pistolas ametralladoras “Ingram”, granadas, lanzagranadas y fusiles FAL, lanzacohetes RPG-2 y RPG-7, traídos de contrabando de otros países o robados de los cuarteles atacados en la década del 70. El conscripto de veinte años Roberto Tadeo Taddía, que estaba desarmado barriendo con una escoba, sin posibilidad alguna de defenderse, levantó las manos para rendirse, pero los terroristas dispararon sobre él y lo mataron. El Cabo primero Ramón Ortiz pudo enviar un mensaje desde el puesto de comunicaciones de la guardia al Estado Mayor del Ejército informando sobre el ataque.
El Mayor Horacio Fernández Cutiellos, de treinta y siete años y padre de cuatro niños, estaba en la jefatura. Hace un momento había terminado de hacer Diana. Al escuchar los disparos tomó el FAL que siempre tenia a mano, comprobándolo rápidamente.[5] Brevemente, casi de reojo, miró el cuadro de la Virgen de Luján que colgaba en la pared de su oficina y se encomendó a ella. Sobre la mesa quedó una carta que la noche anterior había escrito a sus hijos. El Mayor Fernández Cutiellos era un soldado entrenado,[6] proveniente de una dinastía de militares argentinos y era conocido como muy buen tirador, a pesar de no contar con una buena vista ya que usaba anteojos. Se asomó desde una ventana del primer piso, enseguida identificó a los enemigos y abrió fuego sobre ellos. Hirió con los primeros disparos a uno de los comandantes, un veterano jefe del ERP. Rápidamente ubicó otros subversivos matando a dos de ellos y dejando heridos y fuera de combate a tres más. En pocos minutos puso fuera de combate a ocho terroristas, entre ellos tres de los de mayor experiencia. La acción rápida, decidida y eficaz del Mayor detuvo a los atacantes y les hizo perder la iniciativa, por lo que no pudieron llegar a los parques para capturar los vehículos mecanizados de Infantería, parte fundamental de su plan. Esta demora provocada por la acción individual del 2do jefe de Regimiento permitió que más tarde la policía cercara la Unidad e impidiera que los subversivos se escaparan.[7]

Los subversivos habían subestimado la capacidad de resistencia de los defensores. El cuartel desde la llegada del Mayor Fernández Cutiellos unas semanas antes había experimentado un cambio profundo en la diciplina y organización.[8] El Mayor a quien todavía no se le había asignado una casa para él y su familia (que se encontraba de vacaciones en el sur), dormía en el mismo regimiento realizando revistas y controles diarios a la tropa. La noche anterior, había pasado una revista rigurosa de la guardia, comprobando los puestos y sancionando a un suboficial que no tenía su puesto en condiciones. Dentro del Regimiento se encontraba una guarnición de 120 hombres, muchos de ellos soldados realizando el servicio militar obligatorio, pero no por eso menos dispuestos y preparados para el combate[9].
Tomada la guardia, algunos de los subversivos atacaron la jefatura, mientras otros grupos se dirigían a los demás objetivos. Pero allí se atrincheró el Mayor Fernández Cutiellos. Junto al mayor se encontraba el soldado Sergio Amodeo que le llenaba los cargadores de su FAL, y otros tres conscriptos que no participaron del combate por orden del Mayor ya que los soldados de turno en la Plana Mayor no tenían armamento. A las 6.45 el mayor se comunicó con el Coronel Jorge Halperín, del comando de la Brigada de Infantería Mecanizada X:
—Mi Coronel, aproximadamente a las 06.20 horas entraron al cuartel, a los tiros, por el puesto 1, un camión y 7 u 8 automóviles con gente de civil y uniforme que coparon la guardia de prevención…
—¿La guardia ha sido totalmente tomada o sólo en forma parcial?
Con la serenidad y aplomo, propia de un oficial, respondió el Mayor Fernández Cutiellos—Totalmente tomada. Además, han atacado las subunidades que están alrededor de la Plaza de Armas. Desde aquí observo cuerpos en el suelo, heridos o muertos, de civiles y de personal militar. Actualmente se escuchan disparos en el fondo del cuartel… Mi coronel… ¡yo voy a morir defendiendo el cuartel! ¡Ustedes, recupérenlo!

En la jefatura, el mayor estaba incomunicado. No podía saber lo que estaba sucediendo en el resto del regimiento y eso le pesaba en el corazón, no poder ir a dirigir a sus hombres. Se imaginaba que la situación era crítica: los enemigos eran muchos, estaban bien armados y se notaba, por el modo como se movían y manejaban las armas, que muchos habían recibido buena instrucción de combate.
¿Qué opciones tenía? Podía rendir el cuartel. A mano tenía la cortina blanca de una ventana destrozada por los disparos. Podía salir con ella, las manos en alto y entregar el regimiento a los terroristas fratricidas. Podía hacerlo y así salvar su vida, volver con su mujer y con sus hijos pequeños.
Pero en vez de tomar la cortina sacó de su bolsillo un rosario que siempre llevaba consigo, encomendó a su familia a la Santísima Virgen y besó la cruz antes de volver a guardarlo. La decisión estaba tomada desde antes de que comenzara el ataque, desde antes de ser designado a ese regimiento, desde el momento en que pudo llamarse soldado argentino. Horacio Fernández Cutiellos era un oficial del Ejército, este era su cuartel, el palmo de la Argentina que le habían ordenado defender, nunca lo rendiría a los enemigos de la Patria.
Se asomó nuevamente por la ventana donde estaba parapetado y volvió a disparar su fusil. Cayeron algunos más, realmente era un tirador prodigioso. El soldado Amodeo le alcanzó un nuevo cargador. Horacio entonces decidió bajar a la entrada de la Plana Mayor para que lo vieran los soldados atrincherados en la compañía Comando y servicio y así infundirles valor. Quería además empezar a organizar la defensa con aquellos que se encontraban resistiendo de forma aislada y desperdigados por el cuartel. El Mayor bajó las escaleras y salió a la galería de la entrada, formada por cuatro grandes columnas y una pequeña escalinata, desde allí, parapetado detrás de las columnas, volvió abrir fuego con su FAL. Los subversivos rociaban de munición la jefatura, deseando dar muerte al que tanto daño les había causado. Después de resistir varios minutos la lluvia de balas y causar algunas bajas, una de ellas finalmente lo alcanzó, atravesándole el hombro, pero Horacio se dijo a si mismo que no era nada grave y siguió disparando. El soldado Amadeo quiso bajar a socorrerlo, pero con voz firme le ordenó que no se moviera de su lugar.

Los soldados de la compañía de Comando y servicio que resistían junto al oficial de semana en un edificio cercano al ver a su jefe combatiendo y exponiéndose al fuego enemigo, se llenaron de valor y determinación. Eran cerca de las diez de la mañana. Ya hacía cuatro horas que se había iniciado el ataque subversivo y los efectivos militares resistían, —en gran parte gracias a la reacción de Fernández Cutiellos.  Los subversivos concentraron el fuego en él y cuando fue herido nuevamente, le gritaron que se rindiera. Ahora sí la herida era grave, y si se rendía tal vez podría llegar a curarse. No lo dudó un segundo. Iba a cumplir finalmente el juramento que hace ya tantos años había hecho una mañana soleada frente a la Basílica de Luján, a los pies de la Virgen, rodeado de sus compañeros cadetes del primer año del Colegio Militar. La escena pasó por su mente como un relámpago: “¿Juráis a la Patria seguir constantemente a su bandera y defenderla hasta perder la vida?”. Y la bandera azul y blanca, con los colores de la Inmaculada, recibió flameando su grito juramentado: “¡Sí, juro!”.
Horacio Fernández Cutiellos se incorporó y como un héroe de cantar de gesta desafió a sus enemigos: “¡¡Vengan a buscarme!!”.
Los del MTP, enfurecidos por la resistencia del Mayor, volvieron a concentrar todo el fuego en el oficial. Minutos más tarde Fernández Cutiellos cayó herido de muerte por otro disparo.
Sobre la mesa de su oficina quedaba la carta que escribió a sus hijos, y que sería entregada a su mujer luego de la recuperación del regimiento al día siguiente por parte del Ejercito y fuerzas de seguridad[10]. En ella podía leerse:
“Que el primero y más importantes de los Mandamientos es: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a nadie más amarás en mayor medida que a Él. A tu prójimo debes amarlo como te amas a ti mismo, por el amor de Dios’.
A tus superiores les debes respeto, obediencia y fidelidad, pero nunca de manera incondicional, pues la primera fidelidad es a Dios y sólo los superiores que actúen ordenados a sus fines y conforme a su orden, merecen ser considerados como tales.
Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”.
El mayor Horacio Fernández Cutiellos fue ascendido post mortem a Teniente coronel por “repeler el ataque de los delincuentes subversivos, muy superiores en número, en la plana mayor del RI Mec 3 y aferrarlos hasta perder la vida en la acción”. Recibió pobres reconocimientos por su valentía —por parte del gobierno cómplice de Alfonsín— al igual que los otros diez militares y dos policías argentinos que murieron combatiendo el ataque terrorista.
Que las malezas que hoy cubren el antiguo y abandonado regimiento de la Tablada, donde todavía hoy se pueden ver los frutos del odio ideológico, no cubran también la memoria de lo que allí sucedió y de quienes allí murieron o fueron heridos por defender a la Patria. Que no sea signo de desprecio e indiferencia por aquellos que dieron su vida por todos nosotros. Recordemos al Mayor Fernández Cutiellos y a todos que murieron defendiendo el cuartel y sirviendo a su país. Recordemos y honremos a nuestros héroes.
Tomás Marini
[1] Estas organizaciones armadas, que debido a su naturaleza marxista-leninista eran ateas, buscaban destruir nuestro legado hispano católico, nuestra tradición. Tergiversando la historia, inventando injurias contra nuestros proceres, buscando cambiar no solo la Constitución sino hasta los colores de Nuestra Bandera, colores de la Inmaculada Virgen María.

[2] En el primer período de 1969 a 1979 se pudieron computar 21.642 acciones terroristas, 1.501 asesinatos, 5.215 atentados explosivos, y 1.748 secuestros.

[3] Es probable que buscara afianzar en el poder al presidente Alfonsín, afín a sus ideas, abogado de guerrilleros, que ya se sabía perdedor en las próximas elecciones contra Carlos Saúl Menem.

[4] La Revolución Nicaragüense tuvo lugar entre 1978 y 1990, y se caracterizó por la lucha entre el gobierno del dictador Anastasio Somoza y varios grupos de oposición, incluyendo al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En 1979, el FSLN logró derrocar a Somoza y establecer un gobierno socialista en Nicaragua.

[5] El Mayor era un soldado convencido y creía que el combate lo podía encontrar en cualquier momento de su vida, por lo que dormía siempre con su FAL debajo de la cama, lo cual no es algo que se hiciese normalmente, menos en plena democracia.

[6] Aunque estuvo movilizado, no llegó a participar de la Guerra de las Malvinas, pues la guerra concluyó antes de que pudiese ser enviado a las islas.

[7] Es importante destacar, que, si el Mayor no hubiese combatido de la forma que lo hizo, el enemigo probablemente hubiese cumplido con su objetivo.

[8] El oficial de servicio, la noche anterior, cada vez que pasaba por el puesto del Cabo primero Albornoz, el más alejado del cuartel, era recibido por el mismo, equipado al completo, quién le decía: “Mi Teniente, ¡Estamos listos para entrar en combate! Este Cabo primero, al iniciarse los combates del otro lado del cuartel, lejos de quedarse protegido en su puesto, alistó al soldado Domingo Grillo y comenzó a desplazarse por saltos hacia el polvorín, a unos 400 metros dentro del cuartel, a fin de evitar que sea tomado por el enemigo. Combatieron alrededor de una hora, Impidiendo la toma del polvorín, luego de lo cual, Albornoz fue herido en el pecho y su soldado, fiel a su superior, lo arrastró hasta las caballerizas, donde continuó combatiendo hasta perder la vida también. Encontraron los cuerpos del Cabo primero y el soldado juntos, muy lejos de su puesto de guardia.

[9] La izquierda ha manipulado la verdad histórica diciendo que el soldado conscripto no combatió, lo cual no es real, ni fue así en Malvinas, ni fue así en la Tablada, eran soldados con casi un año de instrucción, y su acción, al igual que en Formosa y tantos otros ataques en donde los subversivos creían que el soldado no combatiría, fue fundamental para frustrar los copamientos.

[10] La compañía de comandos 601 recuperó el cuartel, lo que le costó varios muertos y heridos, entre ellos el Teniente Rolón, que se encontraba de licencia en Uruguay y al recibir la noticia, de forma voluntaria se tomó un ferry, se equipó rápidamente y murió la noche del 23 de enero dentro del Casino de Suboficiales, donde se encontraba la mayor cantidad de subversivos atrincherados. Todos los que lo vieron ese día, lo recuerdan con una sonrisa en la cara, feliz de poder defender a su Patria. Acababa de terminar el curso de comandos.

 

viernes, 24 de noviembre de 2023

El sangriento ataque a La Tablada: más de 40 muertos, cuatro desaparecidos y decenas de preguntas sin respuestas

Por Daniel Cecchini (infobae)
El 23 de enero de 1989 un grupo armado del Movimiento Todos por la Patria intentó tomar el Regimiento de Infantería Mecanizada 3. Resultaron muertos 32 guerrilleros, 9 militares y dos policías, mientras otros cuatro atacantes fueron desaparecidos por el Ejército. ¿Fue el intento de frenar un supuesto golpe carapintada o la estrategia para disparar una imposible insurrección popular? ¿Los uniformados fueron tomados por sorpresa o sabían de la agresión?
Muchos años después, el periodista Juan Salinas, coautor con Julio Villalonga de “Gorriarán. La Tablada y las ‘guerras de inteligencia’ en América Latina”, le preguntó al ex presidente Raúl Alfonsín:
Se referían a la operación guerrillera más insólita, improvisada y extemporánea de la historia argentina. También una de las más sangrientamente trágicas.Comenzaba el último año del gobierno de Alfonsín cuando, wl 23 de enero de 1989, un numeroso grupo de militantes del Movimiento Todos por La Patria (MTP), conducido por Enrique Gorriarán Merlo, intentó tomar el Regimiento de Infantería Mecanizada 3, en La Tablada, en la Zona Oeste del Conurbano Bonaerense.  Si bien los atacantes lograron entrar y quebrar la defensa de la guardia, no pudieron lograr su objetivo y muchos de ellos quedaron encerrados en el cuartel. Resultaron muertos 32 guerrilleros, 9 militares y dos policías.
Cuatro de los integrantes del grupo del MTP –José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny - fueron detenidos-desaparecidos por fuerzas del Ejército durante la represión al ataque sin que el Estado argentino haya dado hasta ahora explicaciones. En 1997, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dio por probado que el Ejército secuestró y torturó a varios de los detenidos, calificando a los hechos como delitos de lesa humanidad.
La acción sorprendió a todo el país, a excepción posiblemente de algunos pocos avisados, porque esos primeros cinco años de la democracia recuperada después de la última dictadura no habían dado el más mínimo indicio de que podía producirse una acción de un grupo guerrillero y mucho menos de esa magnitud.  Además, el Movimiento Todos por la Patria no se había manifestado hasta entonces como una organización políticamente militar, aunque en sus filas hubiese algunos antiguos militantes del PRT-ERP y su líder, Enrique Gorriarán Merlo, fuera un antiguo dirigente de la fuerza guerrillera creada por Mario Roberto Santucho.  En cambio, el gobierno de Alfonsín había soportado ya tres rebeliones de los llamados “carapintadas”, un sector de las fuerzas armadas -principalmente el Ejército- que había buscado y arrancado al Ejecutivo y al Congreso dos leyes que garantizaban la impunidad para la enorme mayoría de los militares que habían cometido crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura. Para el común de los argentinos, una nueva rebelión carapintada se presentaba como un hecho posible, pero a nadie se le ocurría que una nueva fuerza “irregular” pudiera entrar en acción y mucho menos con el intento de copamiento de una de las unidades militares más grandes del país.
¿El MTP pretendió con ese copamiento generar una insurrección popular o intentó frenar un supuesto golpe de Estado en marcha? ¿El Ejército sabía o no con anterioridad que se iba a producir un ataque? ¿La jefatura del MTP decidió la acción por una lectura equivocada del contexto político o fue manipulada por algún servicio de inteligencia para que lanzara un ataque de esas características? ¿Por qué los atacantes entraron gritando “¡Viva Rico!” y lanzando volantes que los hacían parecer carapintadas?
Qué era el MTP:  El Movimiento Todos por la Patria era una organización política relativamente nueva, con una tendencia de izquierda “movimientista”, integrada por antiguos militantes del PRT-ERP, militantes socialcristianos, peronistas de izquierda, radicales, intransigentes, socialistas y comunistas.
Su objetivo era constituirse en una corriente política que, en el marco de la democracia, recuperara las banderas sesentistas y setentistas de la liberación nacional y a la vez contribuyera a evitar un nuevo golpe de Estado, como los que se venían repitiendo cíclicamente en el país desde 1930.
Su dirigente más notorio -y quien realmente lideraba el MTP- era Enrique Gorriaran Merlo, que partía de la premisa que para profundizar la democracia y evitar una nueva asonada militar, era necesario crear un espacio que incluyera a los sectores más progresistas de los partidos tradicionales con los sectores ligados a la Teología de la Liberación -de ahí la presencia del sacerdote Antonio Puigjané- y fuera capaz de convocar a los sectores juveniles que actuaban en la política argentina.
Con la misma concepción del PRT sobre la propaganda, Gorriarán consideraba que la prensa era un instrumento político alrededor del cual se podía organizar el movimiento y, para eso, en noviembre de 1984 había creado la revista Entre Todos, dirigida por Carlos Alberto “Quito” Burgos y su esposa Martha Fernández, en la que escribían representantes de los más diversos sectores progresistas. El lema de la revista era “Entre Todos los que queremos la liberación”, aclarando que abarcaba a “peronistas, radicales, intransigentes, cristianos, socialistas, comunistas, independientes”.
El espacio obró también como punto de reencuentro para antiguos militantes del PRT-ERP: algunos habían estado en la cárcel, como Francisco Provenzano, Roberto Felicetti y Carlos Samojedny; otros se habían incorporado al Partido Intransigente, o provenían del PC.
El MTP, creado oficialmente en 1986, se presentó en las elecciones legislativas del 6 de septiembre de 1987 en las provincias de Córdoba, Jujuy, Neuquén, Salta y Santiago del Estero, con magros resultados y sin lograr la elección de ningún representante.
Esta postura inicialmente movimientista fue cambiando paulatinamente hacia otra más de “vanguardia” -en el sentido de la concepción del partido de vanguardia del marxismo leninismo-, surgida luego del primer levantamiento carapintada y la idea de un posible golpe de Estado por parte del Ejército.
La ruptura comenzó en diciembre de 1987, cuando se incorporó a la Mesa Nacional Gorriarán Merlo y varios dirigentes importantes abandonaron el MTP, como Rubén Dri, Manuel Gaggero, Pablo Díaz y Pepe Serra, disconformes con el rumbo abiertamente vanguardista y el cariz conspirativo que tomaba el MTP. La nueva Mesa Nacional quedó integrada por Gorriarán, Francisco “Pancho” Provenzano, Jorge Baños, el sacerdote Antonio Puigjané y Roberto Felicetti.
El tercer levantamiento carapintada, concretado el 1 de diciembre de 1988 en Villa Martelli, convenció al MTP de que había un golpe en marcha contra Alfonsín antes de las elecciones de 1989.
En los meses siguientes, tanto Gorriarán como Quito Burgos y al abogado Jorge Baños comenzaron a denunciar la posibilidad de un golpe, a la vez que la cúpula del MTP empezaba a pensar secretamente en la realización de una acción militar que contribuyera a frenarlo.
¿Un pacto militar-sindical?
La versión que tenía la cúpula del MTP apuntaba a la existencia de un pacto militar-sindical para derrocar a Alfonsín, casi una repetición del que el propio presidente había denunciado seis años antes durante la campaña electoral de 1983.
“Era como una suerte de pacto militar-sindical aggiornado, con la diferencia que aquel que había denunciado Alfonsín durante la campaña presidencial de 1983 era cierto, estaba en el aire, porque había sectores importantes del peronismo que estaban de acuerdo con la impunidad de los militares por los delitos cometidos durante la dictadura, pero el MTP -y esto lo reconoció el propio Baños poco antes de La Tablada- no tenían realmente datos, estaba todo traído de los pelos”, dice ahora Juan Salinas ante una consulta de este cronista.
Lo cierto es que la versión circulaba, como también la del golpe de Estado. El propio Salinas recuerda que a principios de enero de 1989 una fuente cercana a los servicios de inteligencia se lo anunció como cierto, aunque él no creyó la versión.
“Un día de enero el tipo, que se presentaba como Ricardo D’Amico pero que en realidad su apellido era Di Cortese y al que después denuncié en el juicio de La Tablada, me cita en el Café La Victoria, frente a Plaza de Mayo, y me dice que se viene una ‘Noche de San Bartolomé’, que va a haber un golpe de los Carapintadas y que tienen una lista de tipos a los que van a fusilar, entre los que estoy yo. Entonces le pregunté: ‘¿Y a quién van a poner de presidente?’ y el me contestó que no estaba definido, que podía ser Víctor Martínez, el vice de Alfonsín, o Arturo Frondizi. Me acuerdo que le contesté que era falso, que ese golpe no iba a existir”, dice Salinas.
La misma versión, la de la “Noche de San Bartolomé” le llegó también a Gorriarán. Lo que estaban buscando es que le llegara al gobierno desde varias fuentes, para que Alfonsín le hiciera nuevas concesiones al Ejército.
“En ningún momento se les ocurrió que, al enterarse de esa posibilidad, que era falsa, el MTP se iba a lanzar a tomar un cuartel”, concluye.
El disfraz “carapintada”
Una de las cuestiones más controvertidas del intento de copamiento de La Tablada fue que el grupo que inició el ataque pretendió que se lo confundiera con una fuerza carapintada.  “Lo de entrar al cuartel gritando “Viva Rico” y tirando volantes que parecían identificarnos como carapintadas contribuyó a la confusión. Eso fue para desorientar a los militares que estaban adentro, parte de la sorpresa en la irrupción era que ellos pensaran que éramos carapintadas. De hecho, creo que eso funcionó al principio. La idea era desconcertar, hacía muy poco que había ocurrido el levantamiento carapintada de Villa Martelli”, les explicó hace unos años a Eduardo Anguita y este cronista, Sergio Paz, uno de los militantes del MTP que participó de la acción y fue detenido.  Una vez tomado el cuartel, gracias en parte a esa confusión, los militantes del MTP pretendían apoderarse de los tanques -para lo cual había miembros del grupo que habían recibido entrenamiento cuando hicieron el servicio militar obligatorio- y marcharían a Plaza de Mayo levantado al pueblo en una insurrección.
“Creyeron que era inminente un nuevo levantamiento carapintada y quisieron anticiparse tomando el cuartel más grande de la Argentina. Pensaron que si hacían esa movida tendría aliados en el Partido Comunista y en sectores del radicalismo, una idea muy loca. Pensaron: ‘Bueno, nosotros tomamos el cuartel y salimos con los tanques y con camiones, juntamos gente y nos vamos todos en una pueblada a Plaza de Mayo a defender a Alfonsín’. Era un plan totalmente loco y descabellado. Si lo lograban, también podrían ponerle condiciones al gobierno, buscando que se radicalizara”, dice Salinas.
En “La Tablada. El último acto de la guerrilla setentista”, la investigadora Claudia Hilb vuelve sobre los dos hechos – provocar la confusión con los carapintadas y las intenciones de la movida – y escribió: “Gorriarán se atuvo, en lo esencial, a la ‘versión oficial’ de los hechos; aun así, el diálogo prolongado permitió que en los pliegues de esa versión oficial se ratificara una certeza, que a mí me resultaba fuertemente perturbadora de aquella versión oficial: las fuerzas atacantes habían buscado disimular su carácter de ‘civiles’, arrojando volantes de un ficticio agrupamiento denominado Nuevo Ejército Argentino. Y había sido, en palabras de Gorriarán Merlo, ‘en el momento en que se empezó a decir que el grupo atacante no era un grupo carapintada sino un grupo de civiles’ que la operación naufragó definitivamente”.
¿Sabían o no?
Otro punto controvertido es si el Ejército sabía con anticipación que una de sus unidades iba a ser atacada o fue tomado por sorpresa.  Según Salinas, “la operación estaba cantada, pero no de mucho antes porque la que se entera es la policía de la provincia, la DIPPBA (N del A.: la dirección de inteligencia de la bonaerense) y entonces operan de una manera muy inteligente, montando un operativo de control cerca y mandando a tres policías para avisar al cuartel y participan desde adentro en la defensa”.   En cambio, para el coronel Julio Ruarte, autor de “La Tablada. Un ataque para recordar”, no existió ningún aviso: “Se suele preguntar mucho si en el cuartel sabían del ataque o no. Hay un detalle que deja en claro que no. El mayor Fernández Cutiellos defiende el cuartel en alpargatas, porque no logra terminar de vestirse. Se levanta con los tiros, los ve por la ventana de la habitación donde estaba. Ve que es un ataque y ni siquiera se pone los borceguíes. Hay una foto que sale en los diarios de la época donde se lo ve tendido sobre un vehículo, y está en alpargatas”
Los enfrentamientos entre los atacantes y los defensores del cuartel se prolongaron durante casi 27 horas, entre las 6 de la mañana del 23 de enero y aproximadamente las 9 del día siguiente.  Desarrollar en detalle las escaramuzas ocurridas dentro de la unidad militar excede largamente las posibilidades de espacio de esta nota. El saldo, como se dijo al principio fue de 43 muertos -32 guerrilleros, 9 militares y dos policías– y cuatro militantes del MTP que hoy continúan desaparecidos: José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny.  En una de las causas judiciales que tuvieron a los militares que participaron de la represión en el banquillo se dio por probado que entre las 9 y las 10 de la mañana del 24, asfixiaron intencionalmente a Berta Calvo -que se había rendido- colocándole una bolsa en la cabeza. A su vez, separaron a los militantes que hoy siguen desaparecidos del grupo de detenidos y nunca se los volvió a ver. Sus cadáveres siguen sin ser encontrados.
Años después, cuando fue entrevistado para el documental “Tablada: el final de los ‘70″, el ex presidente Raúl Alfonsín – que inspeccionó el cuartel después de la rendición de los atacantes – dijo que a los detenidos “se les hizo un camino para golpearlos un poco”.
Cuando le preguntaron por los desaparecidos, simplemente respondió:
“Hay dos que no puedo decir qué pasó”.

sábado, 11 de noviembre de 2023

La Zoncera 8 sobre “La libre navegación de los ríos” y la Batalla de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845

Facundo Di Vincenzo
“El sable, que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América de Sur, le será entregado al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarnos” (José de San Martín, Testamento, 1850).
Introducción a un problema historiográfico
Para historiadores e historiadoras como Marcela Ternavasio en su Historia de la Argentina 1806-1852 (2009), Raúl Fradkin y Jorge Gelman en Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político (2016) o Juan Pivel Devoto y Alcira Renieri de Pivel Devoto en Historia de la República Oriental del Uruguay (1945), la batalla se enmarca en la denominada “Guerra Grande” desarrollada entre marzo de 1839 y octubre de 1851. En los trabajos mencionados aparece como un enfrentamiento más en la secuencia de combates iniciados en la Banda Oriental entre dos facciones: “los blancos”, encabezados por Manuel Oribe (Montevideo, 1792-1857), y “los colorados” de Fructuoso Rivera (Durazno, 1784-1854).
La división entre los orientales surge en 1836 como desenlace de un conflicto latente entre las fuerzas comandadas por Fructuoso Rivera, comandante general de Campaña, y quienes promovían, como Manuel Oribe, una organización nacional integrada al acontecer de los vecinos federales del Río de la Plata, sin injerencias del Imperio del Brasil ni de las potencias imperiales extranjeras. Rivera, en cambio, se encontraba íntimamente vinculado a los unitarios que motorizaban la desvinculación entre Buenos Aires y las provincias, además de participar desde 1835 con los liberales brasileños que promovían la independencia como república de la Provincia de Rio Grande Do Sud –Guerra de los Farrapos o Revolución Farroupilha, desarrollada entre 1835 y 1845. En consecuencia, Rivera, aficionado a guerras de segmentación, mantuvo durante buena parte de su vida una relación estrecha con los enviados diplomáticos de Francia e Inglaterra, quienes veían en él un instrumento para romper cualquier iniciativa de unidad entre las provincias hermanas. Oribe no desconocía esta tensión, y en 1836 promovió el uso obligatorio de la divisa blanca que llevaba el título “amigos del orden” o “sostenedores de la legalidad”. En respuesta, Rivera distribuyó distintivos celestes, pero como se desteñían fácilmente por las lluvias y soleadas, lo cambió por el colorado del forro de los ponchos. Las divisas se estrenaron en la Batalla de Carpintería, en donde fue derrotado Rivera. Un dato de color de esta batalla es que Rivera en su fuga perdió todo su equipaje que, entre otras cosas, contaba con numerosas cartas enviadas a él por unitarios y diplomáticos ingleses y franceses. El historiador uruguayo Vivian Trías (Las Piedras, 1922-1980) señala que hasta contaba con una carta del mariscal Santa Cruz de Bolivia, en donde se le ofrecía una provincia argentina a cambio de su participación en un futuro conflicto contra Oribe y Rosas (Reyes Abadie, 1989; Trías, 1974).
Desde la perspectiva de los trabajos de Ternavasio, Gelman-Fradkin y Devoto-Renieri de Devoto, la batalla es leída como parte de un conflicto regional entre el presidente oriental de aquel entonces, Oribe, y quien lo quiere derrocar, Rivera, que termina involucrando a fuerzas “extranjeras”. Rivera acude a franceses, ingleses y hasta un grupo de italianos y mercenarios comandados por el caudillo liberal Giussepe Garibaldi. La alianza extranjera y estratégica diseñada por Rivera termina venciendo a Oribe, posibilitando el control del gobierno a los colorados. Tras la derrota, Oribe, en cambio, se alió con los federales de la Confederación para intentar volver al gobierno oriental.
En este relato no hay imperios, ni imperialismo, tampoco hay presiones ni influencias de Francia e Inglaterra; incluso, los federales de la Confederación, que en la gran mayoría de los casos habían luchado con los orientales (Rivera-Oribe) de un lado o de otro por más de tres décadas –todos participaron de las luchas de la emancipación, la Guerra del Brasil, las guerras entre Unitarios y Federales– son considerados tan extranjeros como las fuerzas anglo-francesas. Observo que estas omisiones y errores tienen efectos profundos al momento de narrar lo que ocurrió en la Batalla de la Vuelta de Obligado, incluso deja en suspenso –diría: “intacta”, sin criticar ni modificar– la versión “unitaria” y “liberal” –Bartolomé Mitre (1906), Domingo Faustino Sarmiento (1845), José Ingenieros (1918)– la historia de la Cuenca del Plata en donde los ingleses y los franceses actuaron contra las tropas de la Confederación para “liberar” los ríos. Un tema recurrente de ciertos académicos –liberales y eurocentristas– para quienes el elemento liberador en el Río de la Plata tuvo siempre que venir desde afuera –por nuestra incapacidad o barbarie. Desde esta concepción situada en algún lugar del Atlántico Norte, la Revolución de Mayo se produjo gracias al arribo de los ideales de la Revolución Francesa, el Estado Nación se consolidó por acción del modelo agroexportador promovido por Inglaterra y –en el caso analizado aquí– la invasión anglo-francesa al Río Paraná de 1845 fue caratulada como un avance del progreso y la libertad sobre la tiranía de un líder feudal como Juan Manuel de Rosas.
El pensador nacional Arturo Jauretche (Lincoln, 1901-1974) elige justamente las lecturas unitarias y liberales de esta batalla para explicar en su Manual de Zonceras Argentinas (1968: 77) la zoncera número 8 sobre “La libre navegación de los ríos”: “En la escuela primaria no era de los peores alumnos y contaba con cierta facilidad de palabra, motivos por los que frecuentemente fui orador de los festejos patrios. En uno de esos había bajado de la tarima, pero no de la vanidad provocada por los aplausos y felicitaciones, cuando mi satisfacción empezó a ser corroída por un gusanito. Entre las muchas glorias argentinas que había enumerado estaba esta de la libre navegación de los ríos, y en ella empezó a comer el tal gusanito. El muy canalla –tal lo creí entonces– me planteó su interrogante, tal vez aprovechando lo vermiforme del signo: ‘¿De quién libertamos los ríos?’. Y en seguida, como que ya estaba perplejo, agregó la respuesta: ‘De nosotros mismos. ¡Je, je, je!’, agregó burlonamente. ‘¿De manera que los ríos los libertamos de nuestro propio dominio?’, pensé yo de inmediato, ya puesto el disparadero por el gusano. Y continué ‘Pero entonces, si no eran ajenos sino nuestros, ¿se trata sencillamente de que los perdimos?’. Busqué entonces algunos datos y resultó que era así: la libertad de los ríos nos había sido impuesta después de una larga lucha en la intervinieron Francia, Inglaterra y el Imperio de los Braganza [Brasil]. Y lo que no se había podido imponer por las armas en Obligado, en Martín García [Combate de 1838 entre la Confederación y la flota de francesa aliada de Rivera], en Tonelero, por los imperios más poderosos de la Tierra, fue concedido –como parte del precio por la ayuda extranjera– por los libertadores argentinos que aliados con el Brasil vencieron en el campo de Caseros [Urquiza, Sarmiento, Mitre] y en los tratados subsiguientes”.
La batalla
El 20 de noviembre de 1845 en las aguas del rio Paraná, más precisamente a la altura de la localidad de San Pedro, provincia de Buenos Aires, en un lugar en donde el cauce se angosta y gira formando un dibujo sobre su margen derecha conocido como “Vuelta de Obligado”, las fuerzas de la Confederación Argentina lideradas por el brigadier general Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires, 1793-1877) se enfrentaron a la escuadra invasora anglo-francesa integrada por 22 barcos de guerra y 92 buques mercantes de ingleses, franceses, norteamericanos, sardos, hamburgueses y daneses. Al mando se encontraban los almirantes Francois Thomas de Trehouart (Francia) y Sir Charles Hotham (Inglaterra) (Cady, 1945; Scalabrini Ortiz, 1950; Rosa, 1965; Halperin Donghi, 1972; Colli, 1978).
Vivian Trías (1974: 181), en su sustancioso libro sobre Juan Manuel de Rosas, escribe: “La política económica rosista, a partir de 1835, contrariaba los intereses ingleses y franceses. […] La prohibición de extraer oro y las incesantes emisiones de papel moneda perjudicaron ostensiblemente a los comerciantes británicos”. Luego agrega en relación al conflicto entre Oribe y Rivera: “La guerra es, evidentemente, perjudicial para la arquitectura económica que el imperialismo liberal venía edificando a escala mundial”. En sintonía con ese proyecto liberal de dimensión mundial, el 17 de Noviembre de 1845 zarpó de Montevideo la flota anglo-francesa que debía abrir el río Paraná para el comercio de las potencias imperialistas. Para impedir el paso de las naves, las tropas de la Confederación Argentina habían instalado en la Vuelta de Obligado baterías, cadenas y trincheras comandadas por el general Lucio Norberto Mansilla (Buenos Aires, 1792-1871). La defensa de los patriotas atravesaba el rio con 24 buques mercantes “arrasados”, unidos entre sí por tres gruesos y fuertes lienzos de cadenas de ancla. Además, se había dispuesto, como batería flotante y defensa, el bergatín “Republicano”. El general Mansilla en la ribera derecha del río montó cuatro baterías artilladas con 30 cañones, muchos de ellos de bronce, con calibres de 8, 10 y 12, siendo el mayor de 20, los que eran servidos por una dotación de 160 artilleros. La primera, denominada Restaurador Rosas, estaba al mando de Álvaro José de Alzogaray; la segunda, General Brown, al mando del teniente de marina Eduardo Brown, hijo del almirante; la tercera era la General Mansilla, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios; y la cuarta, de reserva y aguas arriba de las cadenas, se denominó Manuelita y estuvo al mando del teniente coronel Juan Bautista Thorne. En las trincheras había 2.000 hombres, la mayor parte gauchos asignados a la caballería, al mando del coronel Ramón Rodríguez, jefe del Regimiento de Patricios. También participaron tropas del Segundo Batallón de Patricios.  Al amanecer del 20 de noviembre, cuando la niebla se disipó, los oficiales franceses e ingleses ordenaron el ataque. Hacia las 18 horas del 20 de noviembre la lucha cesó. Las bajas argentinas sumaron 250 muertos y 400 heridos, mientras que la de los invasores, cerca de 30 muertos y 86 heridos. La lucha de los gauchos de la Confederación obligó a inmovilizar la flota invasora por más de 40 días en el lugar de la batalla. Además, en el viaje de regreso la escuadra imperialista fue atacada nuevamente.  Establecer el contexto sobre el que se ha desarrollado la “Batalla de la Vuelta de Obligado” supone, debido a una Historiografía argentina que ha estado históricamente signada por el interés de facción, la colonización cultural e ideológica y la anglofilia hasta hoy imperante en muchos de los espacios académicos (Di Vincenzo, 2018), tanto en una lectura sobre lo que se entiende por modernidad como una concepción sobre la idea de Nación, nacionalismo y nacionalidad. ¿Cómo es esto? Intentaré explicarlo brevísimamente.
La modernidad según los cultores del Atlántico Norte y nuestra modernidad   Desde otras lecturas, realizadas por autores situados en Iberoamérica, la batalla de la Vuelta de Obligado se inscribe como una expresión más del largo y violento proceso de expansión del capital mercantil motorizado por los sectores burgueses del Atlántico Norte. El filósofo nacional Alberto Buela (Buenos Aires, 1946) afirma que con la llegada de los europeos a las Américas en 1492 arribaron también dos cosmovisiones –formas de entender o comprender el mundo–: una mercantil, liberal, materialista, y otra cristiana, humanista y sincretista (Buela, 1990). En ese sentido, podemos afirmar que el acontecimiento inaugura el ciclo de acumulación de riquezas –recursos: metales preciosos, especies, minerales– que terminará por afianzar al sector comercial y mercantil –burgués– frente al sector “de la tierra”, reyes y nobles feudales de Europa del Norte. El poder económico de los burgueses termina por manifestarse en poder político desde 1688 con la Revolución Inglesa, dando inicio a otro ciclo, de consolidación y construcción del armazón político burgués: República moderna o Estado Liberal de Derecho, que podríamos dar por concluido con la Revolución Francesa de 1789. Con la represión de los franceses a los revolucionarios haitianos entre 1791 y 1804 podríamos afirmar que se inicia un nuevo periodo, marcado por las guerras de conquista de los grandes Estados-Nación imperiales del Atlántico Norte –Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, y luego Estados Unidos– a los demás Estados y Naciones del planeta, motorizando las rencillas internas o inmiscuyéndose en las decisiones de “las periferias”, como ha ocurrido en el caso del Río de la Plata durante los tiempos de la Batalla de la Vuelta de Obligado. Esta fase de la expansión imperial bien podríamos extenderla hasta la Gran Guerra de 1914-1918. Como puede observarse, parafraseando a Jauretche, una cosa es pensar con la cronología y los acontecimientos trascendentales de otros –edades Antigua, Feudal, Moderna y Contemporánea– y otra distinta es pensar con una cronología que repase los acontecimientos que nos han afectado a nosotros.
En varias oportunidades el filósofo Alekxandr Dugin (Moscú, 1962) ha tratado el tema y lo ha asociado por ejemplo a la relación que tiene Argentina con el mar Atlántico y las islas sobre las que tiene soberanía: las Malvinas. Su compromiso por el tema y sus visitas al país lo han constituido como un pensador nacional en el sentido que lo entienden autores como Leopoldo Marechal (1966) o Manuel Ugarte (1978): es aquel que quiere y hace querer a nuestra tierra. En una conferencia dictada en la Escuela Superior de Guerra Conjunta de las Fuerzas Armadas Argentinas, Dugin (2018: 31) define al Atlantismo como la idea de Civilización que propusieron y proponen las potencias del Atlántico Norte, con centro en Gran Bretaña primero y en Estados Unidos después: “Es capitalismo puro porque el capitalismo aparece en la historia de Occidente junto con el periodo de los descubrimientos en las colonias y el descubrimiento más importante del mar. El mar deviene un destino para Occidente y, desde este momento, empieza el capitalismo; la modernidad; la ciencia moderna; la metafísica moderna con su sujeto racional, con su idea del progreso”.
Nación, nacionalismo, nacionalidad
Sobre el tema de la nacionalidad, los seres humanos tenemos un viejo dilema, asociado generalmente al llamado “problema de nuestros orígenes”. El filósofo Carlos Astrada (Córdoba, 1894-1970) resuelve el enigma-problema rápidamente. Afirma que un pueblo es soberano cuando trabaja la tierra en la que vive: de allí el origen de la nacionalidad argentina. Desde su visión, es a partir del trabajo que los seres humanos asimilan un territorio y lo convierten en suyo. En las tierras del sur del continente americano Carlos Astrada considera que este derecho le corresponde inicialmente a los gauchos y los indios. Desde su lectura, ellos fueron quienes trabajaron las tierras, y a partir de ese trabajo lograron una relación particular, emotiva y sentimental con el paisaje, ese escenario infinito, inmenso y profundo, comúnmente llamado “las pampas” o “la pampa gaucha”. Astrada (1964: 58) la define como: “La extensión ilimitada, como paisaje originario y, a la vez, como escenario y elemento constitutivo del mito, he aquí nuestra Esfinge, la Esfinge frente a la cual está el hombre argentino, el gaucho”. Para Astrada, si uno se propone divisar una imagen humana en las tierras australes, esa imagen es la del gaucho y la del indio: son los habitantes naturales de un lugar que –parafraseando al poeta Rainer Maria Rilke (1980)– parece limitar con la eternidad. Escribe Astrada (1964: 59): “La Pampa, con sus horizontes en fuga, nos está diciendo, en diversas formas inarticuladas, que se refunden en una sola nota obsesionante: ¡O descifras mi secreto o te devoro!”. Ese plano metafísico del paisaje en el continente y en el mar e islas argentinas dan una dimensión espiritual que se encuentra ligada indisolublemente con los seres que mejor lo interpretaron y respetaron con su errático ambular: el gaucho y el indio.  Otra condición relacionada con el pensamiento geopolítico y existencial de los autores del Pensamiento Nacional es su lectura sobre la naturaleza pacífica de la cosmovisión nacional, diferente a la liberal: belicista, mercantil y usurpadora. Dugin, Buela y Astrada rescatan al poema fundacional de la nacionalidad argentina, El Martín Fierro de José Hernández. En ese texto, su personaje principal, el gaucho Martín Fierro, dice: “El trabajar es la ley / porque es preciso alquirir / no se espongan a sufrir / una triste situación: / sangra mucho el corazón / del que tiene que pedir” (Hernández, 1872: 235). Para Dugin, Buela y Astrada, los gauchos asumen la acción del trabajo como parte de la naturaleza humana, que Hernández valoriza una y otra vez en su poema. En otro pasaje escribe: “debe trabajar el hombre / para ganarse el pan”. En otras palabras: la adquisición de bienes se logra por el trabajo, que al mismo tiempo tiene que ser justo y reconocido por el patrón. Para Hernández, la paz entre las personas se rompe cuando el gaucho sufre injusticias, como le ha ocurrido a Martín Fierro, de ahí la desconfianza por la ley: “La ley es para todos / pero sólo al pobre la rige”. La lucha de los pueblos se expresa con un halo de justicia y es enunciada generalmente como “lucha por la liberación nacional”.  El pacifismo económico de la Cosmovisión Liberal desconoce todo esto, porque para las potencias del Atlántico Norte (OTAN) recién cesarán todas las guerras cuando se inaugure la era del perfecto libre cambio. De allí que filósofos como Astrada (1964, 2007) y Dugin (2018, 2019) aludan a un tipo de pacifismo imperialista y mercantil, en donde se pasa de una guerra por necesidades –guerra como medio de alimentación– a otro modo de guerra: por poder político y con motivación económica, es decir, no hay necesidades, sino búsqueda de mayores ganancias. Para la Cosmovisión Liberal de la OTAN la guerra es un medio para adquirir más mercancías, no es fundamental para adquirir bienes el trabajo, como señalaba Martín Fierro, sino que en esta cosmovisión el robo y la ocupación de lo ajeno son acciones naturalizadas. Escribe Astrada: “La forma particular del imperialismo mercantilista anglosajón, ya perimido, cuya garra predatoria, que se hizo sentir durante el siglo XIX, alcanzó también hasta nosotros, arrebatándonos las Malvinas y dejándonos esa herida, hasta ahora abierta, en el flanco Atlántico de la Patria” (Astrada, 1948: 133).  Siguiendo esta lectura, no es casual ni anecdótico que el héroe máximo del panteón nacional, José de San Martin, tras la batalla de la Vuelta de Obligado y a raíz de la defensa de “las aguas nuestras”, le envió a Juan Manuel de Rosas el sable curvo que usó en las guerras de la emancipación.
Bibliografía
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