Rosas

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sábado, 9 de diciembre de 2023

Inteligencia Artificial SÍ – Inteligencia Artificial NO.

Por Jorge Enrique Deniri
Noam Chomsky, un genio irreverente que quizá rompe todos los moldes, opinó recientemente sobre el Chat GPT, exponiendo un punto de vista sumamente crítico respecto de uno de los SIA – Sistemas de inteligencia artificial – más citados del momento. (2023. New York Times, citado por Bloghemia).  Chomsky, con la dureza que lo caracteriza, asevera que “resulta a la vez cómico y trágico, como podría haber señalado Borges, que tanto dinero y atención se concentren en algo tan insignificante, algo tan trivial comparado con la mente humana, que a fuerza de Lenguaje. En palabras de Wihlelm Von Humboldt, puede hacer <<un uso infinito de medios finitos>> creando ideas y teorías de alcance universal”.
Chomsky, un “famoso lingüista, filósofo, científico cognitivo, historiador, crítico social y activista político”, califica “los avances supuestamente revolucionarios… la cepa de la inteligencia artificial más popular y de moda (el aprendizaje automático)” como riesgo de degradar nuestra ciencia y envilecer nuestra ética, “al incorporar a nuestra tecnología una concepción fundamentalmente errónea del lenguaje y el conocimiento”.
Difícilmente se podrían encontrar otras personalidades tan disruptivas con quienes interactuar al modo de objeto de referencia que Chomsky, un intelectual de origen judeo ucraniano, formado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) y en Harvard, que es un ateo que se define como anarco sindicalista, crítico feroz de la política exterior de su país (EEUU) y su principal aliado, Israel, considerado primus inter pares en materia de lingüística, que por sus audaces propuestas, entre 1980 y 1992, se ha convertido “en la persona viva más citada en ese período y la octava más citada de toda la historia, justo por detrás de Sigmund Freud y por delante del filósofo Georg Hegel”.
Pero, aunque por el usufructo que hace de la libertad intelectual de su patria, me recuerde demasiado a Voltaire incendiando desde seguros refugios en el exterior todo el sistema de vida y las creencias francesas de la época de Luis XIV, es insoslayable admitir que la brillantez del pensamiento chomskiano ha hecho una y otra vez que los estudiantes se inscriban en listas de espera de seis meses para poder tomar sus cursos en las principales universidades yanquis, y que el mismo diario del que extraigo sus citas, en otro momento – (1979. New York Times. The Chomsky Problem) – lo haya definido como “el más importante de los pensadores contemporáneos”.
En sus manifestaciones, ataca no sólo al Chat GPT, sino también al Bard de Google, un bot que se desarrolló en 2023 como respuesta al éxito de Open Al y al Sidney de Microsoft (una variación del Bing alumbrada también en 2023), considerando que generan “resultados estadísticamente probables, como un lenguaje y un pensamiento de apariencia humana”.
En pocas palabras, Chomsky afirma que estos programas que se apoyan en la acumulación de datos, tienen “su talón de Aquiles” en la “descripción y la predicción” por su incapacidad para aportar explicaciones, por más que las que podemos generar como humanos sean falibles. Así, los programas de inteligencia artificial tienen una capacidad ilimitada para “aprender (es decir, memorizar)”, pero “son incapaces de distinguir lo posible de lo imposible…se limitan a negociar con probabilidades que cambian con el tiempo…Por esta razón, las predicciones de los sistemas de aprendizaje automático siempre serán superficiales y dudosas”.
Pero, además, “la verdadera inteligencia también es capaz de pensar moralmente”, mientras que Chat GPT y los sistemas que le hacen pendant “son constitutivamente incapaces de equilibrar la creatividad con la restricción”, generando de más (tanto “verdades como falsedades”) o de menos (evidenciando “falta de compromiso con cualquier decisión e indiferencia ante las consecuencias).  El polígrafo yanqui, remata sus manifestaciones considerando que “Dada la amoralidad, la falsa ciencia y la incompetencia lingüística de estos sistemas, sólo podemos reír o llorar ante su popularidad”.
Clavando otra pica en Flandes, el (¿la?) periodista científico Jane C. Hu, de Seattle, que entre otros medios, publica en el National Geographic y el Smithsonian, haciendo suyas las palabras de uno de tantos comités legislativos yanquis deseosos de regular la Inteligencia Artificial, señala el último 19 de enero (Letras Libres, El día de la marmota de la Inteligencia Artificial), que “el genio de la inteligencia artificial ya salió de la lámpara y no se puede volver a meterlo” y reflexiona: ”Parece que no se puede detener a la inteligencia artificial, así que la pregunta es: ¿Cómo podemos utilizarla para el bien y evitar que se convierta en una herramienta para el mal?
En otras palabras, ¿regular o no regular? Creo que es un debate que trasciende el plano intelectual o científico, porque moralmente, querámoslo o no, está sobre el tapete en todo sentido, y que la descarnada puja por el poder entre el sindicalismo y el gobierno ha mostrado en toda su crudeza social: ¿Quién gobierna en la República Argentina: los representantes del 56% de los electores válidos, o los gremios?
En punto a regulaciones extremas, con connotaciones sociales, morales y educativas, creo que la más inquietante (para mí), se desprende de un artículo publicado por Claudia Peiró, la conocida periodista de infobae, en ese medio, el 21 de enero, donde da cuenta de que un organismo colegiado de Ontario (Canadá), ha logrado en definitiva que un psicólogo, profesional asociado, sea condenado a un proceso de reeducación, “por cuestionar la doctrina de género”, y más adelante abunda afirmando que “la doctrina de género no puede ser contradicha en público. Hay una policía del pensamiento y de la palabra que vigila y castiga al que se sale del molde”.
Por cierto, que la ideología de género, actualmente permea las vidas de todos nosotros. Sin ir más lejos, al psicólogo canadiense lo condenaron a hacer un cursillo, no relacionado con su práctica profesional, sino sobre la forma en que debía expresarse en las redes.
Por acá nomás, la semana pasada, para poder revalidar mi registro de conductor, tuve que hacer un cursillo digital sobre género y obtener el correspondiente diploma. No tengo empacho en admitir que con el adecuado e itálico y acorrentinado pragmatismo, lo hice, imprimí el diploma, lo adjunté, pagué tutti, retiré el nuevo registro y, “mostrando il dito medio” (haciendo un corte de manga) mental, hice mutis por el foro.
En cambio el psicólogo de marras, Jordan Peterson, que es de una madera más bien anglosajona, le escribió una carta al Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau, “acusándolo de haber instalado una tiranía woke”, y sigue en la parrilla, porque el último mes de agosto, el Tribunal Superior de Ontario falló que el Colegio de Psicólogos podía “limitar su libertad de expresión” ya que “al incorporarse a una profesión regulada”, las personas “asumen obligaciones y deben respetar las normas de su organismo regulador”.
Peterson, apeló infructuosamente, y en su cuenta de Twitter (X), escribió que un tribunal superior de Canadá, “dictaminó que el Colegio de Psicólogos de Ontario tiene derecho a sentenciarme a un campo de reeducación.”
Esta última expresión del profesional, disecciona con lamentable desnudez el virus estalinista (o macartista según quien sea) que subyace en todas las regulaciones. La libertad y la prohibición a outrance, en materia de riesgo pueden ser análogas.
Del mayo francés del 68 con su “prohibido prohibir”, a las “Unidades Militares de Ayuda a la Producción” cubanas, gulags caribeños que, en la práctica, operaban como campos de trabajos forzados para “contrarrevolucionarios” y “reeducaron” a cosa de 50.000 jóvenes, media un geme de distancia.
En suma, como pasa tantas veces, en el transcurso del proceso de lecturas previas, la nota se desvió de lo históricamente correcto en materia de imágenes, que era la hipótesis de trabajo inicial, a una serie de transcripciones y reflexiones asociables, en definitiva, a las inquietantes posibilidades de los diktats sobre lo “políticamente correcto” o incorrecto, según sea el caso.
Queda para otra vez si Dios lo quiere.

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