POR IGNACIO CLOPPET
Una presencia insoslayable en la vida política de la Argentina.
eL 1 de julio se conmemora el medio siglo del paso a la inmortalidad del general Juan D. Perón. Tanto por parte de sus detractores como de sus panegiristas, sin dudas, presencia insoslayable en la vida política de la Argentina hasta el momento en que esto escribo. Expresión del último eslabón del movimiento nacional, creador de una doctrina original de matriz criolla, humanista y cristiana, y conductor de una revolución inconclusa, truncada por dos golpes de Estado en 1955 y en 1976, respectivamente, viene siendo víctima del olvido premeditado y planificado y de la tergiversación integral de su ideario. Proceso que se inició, a sangre y fuego, el 24 de marzo de 1976, con el derrocamiento de la presidente María Estela Martínez de Perón –que fue su primera víctima–, que había logrado en pocos meses de gobierno, y jaqueada por un movimiento de pinzas de “izquierdas” y “derechas”, lo que la variopinta política hasta la actualidad jamás pudo realizar: el pleno empleo –sin planes asistenciales ni de trabajo precario estatal–, la más equitativa distribución de la riqueza en la historia de nuestro país –un 52% del PBI en manos de los trabajadores–, la promulgación de la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo, y un sinfín de medidas que contemplaron, entre otras cosas, la nacionalización de los depósitos bancarios, de las bocas de expendio de las petrolera, la negativa a tomar deuda externa, etc. Ese fue el trágico inicio, continuado después con el advenimiento de la democracia, con otros métodos, pero con el mismo objetivo y resultado, que explica que un país rico y con enormes potencialidades como el nuestro, subsuma hoy a más de la mitad de los argentinos en la pobreza y la indigencia, con una economía extranjerizada, destruida la industria nacional, endeudado el porvenir de las nuevas generaciones. A secas, un país profundamente herido de muerte en términos materiales, pero también espirituales. Hablo de los valores que ordenaron la comunidad en tiempos de Perón: el trabajo, como derecho y obligación que envolvía la noción de justicia social; la familia como columna vertebral y escuela de valores; la niñez y la vejez como franjas etarias a las que se debía resguardar; la centralidad de las organizaciones libres del pueblo en concurso con el Estado; la asunción del ser nacional como casa común. Todo esto fue negado en la realidad efectiva en nombre de un aparente peronismo, que mutó en partido liberal y/o social-demócrata, desmantelando la esperanza que su identidad continuaba despertando. Tanto es así, que su testamento póstumo y última actualización político-doctrinaria, El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, no fue considerado desde 1983 a la actualidad por nadie. Lamentablemente, porque es profético en todo sentido.
Allí advierte Perón: “El problema actual es eminentemente político, y sin solución política no hay ninguna solución para otros sectores en particular”, porque: “Seguimos deseando fervorosamente una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. (…) Una Argentina íntegra, cabalmente dueña de su insobornable identidad nacional”.
Preveía en sus páginas gran parte de los movimientos de la geopolítica mundial y señalaba que era lo que la Argentina debía hacer para ser independiente: transitar la unidad para la reconstrucción nacional con un proyecto nacional.
Pronosticó en tal sentido que el año 2000 nos podría encontrar “sometidos a cualquier imperialismo”. El llamado de su doctrina, parafraseando al pensador y poeta nacional Raúl Scalabrini Ortiz, si bien hoy “está solo y espera”, reverdecerá cuando los argentinos así lo demanden
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