Rosas

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jueves, 31 de diciembre de 2020

Estanislao López y el federalismo del litoral, de José Luis Busaniche (uno de los primeros reivindicadores)

 La obra de Busaniche es concebida como respuesta a lo que, en reiteradas ocasiones, denomina historiografía “unitaria” y “oficial”. En una suerte de declaración de principios y de acusación contra aquella, señalaba que “…no es posible seguir considerando nuestra historia como una galería de cuadros gloriosos, fuente de inspiración para cierto patriotismo bullanguero, y motivo de vanidad para nuestro nacionalismo…” Además, señala que la producción histórica ha evolucionado gracias al “estudio detenido y metódico de los documentos”.  Su opción por la figura de Estanislao López, entonces, está justificada en tanto representa a los “caudillos primitivos” que dirigieron y encauzaron aquellas energías sociales, los “grandes conductores de muchedumbres”.

Para Busaniche, la figura de Bernardino Rivadavia era doblemente condenable: por un lado, por haber desalentado a las provincias a prestar ayuda al pueblo uruguayo, tras la ocupación portuguesa de la Banda Oriental, en 1817; por el otro, por su proyecto unitario, en contra de los deseos populares, que terminó siendo en la década siguiente una “presidencia ficticia”.   Para el autor, Artigas lejos estuvo de haber sido “la columna de la desorganización” a la que López siguió producto del “egoísmo” de los gobernantes de Buenos Aires.  Por el contrario, sostenía que el caudillo oriental había sido un pionero en la promoción de muchos de los principios vigentes en la república argentina desde la constitución de 1853, con sus Instrucciones del año XIII. Así, luego de citar el artículo que establecía que las provincias fundantes del nuevo estado deberían adoptar, a partir de un pacto recíproco, el sistema de la confederación, señala el verdadero motivo por el cual fueron rechazados los diputados orientales, acusados de “malas formas”: “…Fue una estratagema de los hombres de Buenos Aires para destruir la tendencia artiguista y el espíritu autonómico de los pueblos, porque debe reconocerse que las instrucciones de Artigas eran las que contenían en forma más franca, precisa y sistemática los principios fundamentales del credo federal, y demuestran un conocimiento suficientemente meditado de los textos constitucionales norteamericanos…”.

Estanislao López es representado como el hombre que, desde 1818 en la gobernación provincial, se puso al frente tanto de la defensa de la autonomía de Santa Fe, como de la causa americana. Uno de los puntos más destacados por Busaniche, en línea con el objetivo de su obra, es el Estatuto Provisorio de 1819, al que califica como una constitución, credo de fe republicana y federal, adelantada para la época. Esto demuestra que Estanislao López comprendía los principios básicos de la democracia representativa y que el pueblo santafesino tenía aspiraciones más altas que la “libertad inorgánica” de la que hablaron “ciertos historiadores” (en referencia a Vicente Fidel López).   Respecto a la invasión de López y Ramírez a Buenos Aires, sostiene que estaba totalmente fundamentada en tanto buscaba “justicia” frente a los abusos del Directorio y no “venganza”, como lo demuestra el hecho de que el caudillo santafesino enviara a los vecinos y habitantes de la campaña una proclama en donde los invitaba a elegir “libremente” de sus autoridades. Además, y siguiendo con la misma lógica argumentativa, los sucesos del año 1820 representaban para Busaniche un avance institucional: el tratado del Pilar, por ejemplo, era “…el primero de los pactos preexistentes, en cuyo cumplimiento se dictaría más tarde la constitución federal argentina en la ciudad de Santa Fe…”

Otro aspecto importante es que para Busaniche este accionar de los caudillos estaba legitimado porque se hacía en representación de las aspiraciones populares de los pueblos,  “… ¡La barbarie gaucha, junto a la Pirámide de Mayo, la chusma campesina en la plaza de la Victoria! No era la barbarie, era el pueblo en cuyo nombre se hacía la revolución, era un soplo profundo y democrático de la pampa virgen y salvaje donde habría de gestarse más tarde la riqueza de la Nación al amparo de las instituciones republicanas y federales cuyos principios defendían con sus lanzas los caudillos del litoral. ¿Dónde está el pueblo? había preguntado diez años antes uno de los cabildantes de Mayo. Ahí estaba el pueblo por primera vez en toda su palpitante realidad, junto a la Pirámide de la revolución, para afirmar con un gesto bravío, por medio de sus grandes caudillos, cuál era la verdad de la Revolución de Mayo…”.

Además, señala que el gobernador santafesino fue posteriormente uno de los primeros y más fervientes americanos que apoyaron la gesta libertadora hacia el Perú, mientras Buenos Aires se negaba.  En segundo lugar, “defiende” a López al mostrar el juicio negativo de San Martin sobre Rivadavia, evidenciando su concepción antinómica entre los caudillos que representaban al pueblo y los porteños oligárquicos alejados de este: “…Ellos [se refiere a los caudillos] concentran en su personalidad la fuerza de una multitud. Casi nunca vacilan en sus designios porque se sienten hombres representativos. No ocurre lo mismo con otra especie de políticos. Rivadavia vivió siempre divorciado del pueblo, en medio del cual le tocó representar una tendencia política. Sus vacilaciones, sus renunciamientos, sus fracasos, se explican por su falta de fe en aquellas democracias representativas, cuyos impulsos pretendió subordinar arbitrariamente a su rígida y exótica ideología de estadista…”  De esta manera, Busaniche sostiene que aquellos caudillos, en tanto representaban al pueblo, se acercaban más a la idea de democracia que aquellos personajes “cultos” que “creyeron improvisar en Buenos Aires la civilización europea”, según los términos pronunciados por San Martin en una carta en que juzgaba a Rivadavia. Democracia y Pueblo eran, para Busaniche, términos que no se podían disociar-  Hacia el final se detiene en el período que va desde 1827 a 1831, marcado por el fin de la presidencia de Rivadavia y la firma del Pacto Federal, ya que fue allí donde el gobernador de Buenos Aires Manuel Dorrego y los “caciques del interior” (así llamados por los “historiadores oficiales”) forjaron una nueva convención nacional para regir los destinos del país. En este sentido, para Busaniche es digno de destacar que tanto Dorrego (al que define como “demócrata inspirado y patriota”) como López hayan dejado de lado los antiguos rencores, poniendo por encima los intereses de la nación.

La Convención comienza a funcionar en Santa Fe y, hacia 1828, además de reconocer la paz con el Brasil y la independencia del Uruguay, busca sancionar una constitución para otorgarle un marco legal y un Ejecutivo estable al nuevo orden político. “…En la crisis del año XX, que trajo el derrocamiento del Directorio, los caudillos campesinos habían observado después de la victoria de Cepeda una prudencia ejemplar y su actitud compromete el respeto de la historia. En 1828, generales de la independencia y políticos que creían monopolizar la cultura y la civilización, dan al país el desastroso ejemplo del crimen político…”.

A partir de ese momento, será Estanislao López la principal figura de la escena “nacional” encargada de la organización política, al ser nombrado general en Jefe del Ejército de las Provincias Unidas. Su proceder estará marcado por la búsqueda de acuerdos pacíficos, pero no consigue la colaboración del líder unitario José María Paz, ni del caudillo federal Facundo Quiroga. Sí, en cambio, de Juan Manuel de Rosas.  

Esto lo demuestra el apoyo del caudillo bonaerense a la iniciativa del gobernador santafesino y del correntino Pedro Ferré por comenzar a organizar la nación a partir de una alianza entre las cuatro provincias del litoral, expresada en la firma del Pacto Federal en 1831. Progresivamente se irán sumando las adhesiones del resto de las provincias argentinas, cimentando a la Confederación Argentina sobre bases legales. Este tratado fue para el historiador santafesino “…fundamento y razón de la constitución federal argentina dictada veinte años más tarde en la misma ciudad…”   


Por último, cabe señalar que lo que Busaniche define como historiografía “oficial” y “unitaria”, se nutre a lo largo de la obra de ciertos nombres propios. Entre ellos se puede mencionar al doctor Carlos Aldao, historiador nacido en Santa Fe en la década de 1860, perteneciente a una de las más importantes familias terratenientes de la zona; Antonio Zinny, intelectual de origen gibralteño cuya obra más importante fue su Historia de los gobernadores de las provincias argentinas, publicada por primera vez en 1879; el propio Domingo F. Sarmiento, a quien no califica como historiador pero sí como un ferviente unitario que con sus obras interesadas por el pasado ha establecido juicios perdurables en el tiempo y; el más importante, Vicente Fidel López, al que consideraba como uno de los “dioses mayores” que “…acomodaba brillantemente la historia a los altibajos de su pasionismo político…”. Todos ellos habían contribuido a forjar y reproducir la mirada porteño-unitaria que condenaba a López y al resto de los caudillos provinciales a calificativos que remitían al supuesto “salvajismo”, la “incultura” y el “localismo” de aquellos líderes federales.

 

martes, 29 de diciembre de 2020

Carta de López a Quiroga, poco conocida, y que constituye también un apunte sobre Rosas visto del natural y por un contemporáneo

 EN ROSARIO (1831)

… Todo lo relativo a la guerra que, según el tratado de 4 de enero debía ser del resorte de la Comisión Representativa, no puede convenirse con ella a causa de que, habiéndose retirado el diputado de Buenos Aires, ha más de seis meses, pretextando enfermedad, aquel gobierno no ha llenado este déficit, y esto ha ocasionado que hoy no exista más diputado que el de esta provincia. El relato que acabo de hacer, persuadirá a usted de la justicia con que he solicitado abdicar el mando del Ejército y lo convencerá de la exactitud de mi cálculo cuando he dicho que siempre juzgué que tal nombramiento era puramente nominal, como que en realidad lo es. Protesto a usted, que la principal razón que me decidió a pasar por todo, fue el convencimiento de que ésta era la oportunidad más favorable para llenar los constantes y suspirados votos de los pueblos y sacarlos de la espantosa miseria y degradación en que ha tanto tiempo están sumidos:  La organización de nuestra patria. Pero, cuál no habrá sido mi asombro y desaliento, mi buen amigo, cuando, llamado a Rosario con instancia por el señor Rosas y cuando yo juzgaba que el objeto de esa entrevista debía ser allanar los obstáculos que pudiera haber a la asecución[11] de aquel sagrado e importantísimo objeto, me dice el señor Rosas, la primera vez que allí hablamos sobre este negocio: Éste no es tiempo de constituir el país y es preciso, compañero, que prescindamos de Comisión Representativa…

Aseguro a usted que, hasta la fecha, no se ha separado de mí el estupor que aquellas expresiones causaron en mi ánimo, y que lo primero que en aquel desagradable momento me ocurrió, fue que esto causaría más males a la República que los que le han originado los unitarios mismos. Después que oí este modo de opinar del señor Rosas, me retiré a mi casa, llamé a su secretario, le manifesté lo que había ocurrido, le signifiqué mi desagrado, la irrevocable resolución en que estaba de no pasar por tal cosa y de no separarme absolutamente del voto tan pronunciado por los pueblos, de constituir el país, encargando comunicase todo esto al señor Rosas, de mi parte.

Tal explicación hizo que aquel amigo tuviese muy luego una entrevista conmigo en la que convino que nombraría sin demora el diputado por Buenos Aires y lo mandaría a Santa Fe; en que también mandaría sin ninguna postergación al señor Corvalán, nombrado diputado por Mendoza y en que si logobiernos del interior, a quienes yo había escrito a este respecto, estaban por la constitución del país, y en consecuencia porque siguiese la Comisión hasta llenar las atribuciones estipuladas en el tratado del 4 de enero, él secundaría el voto de los demás en igual sentido. Esto fue lo único de que allí hablamos de importancia y quedó convenido. Mas usted conocerá que, desde que el señor Rosas opinó por la no constitución del país y desde que tengo motivo para creer que en este mismo sentido se ha escrito al interior para que obre de igual modo, yo no puedo dejar de estar alarmado y extremadamente disgustado, al ver una cosa que nunca pude ni debí esperar, y al contemplar cuán estériles e infructuosos han si do todos los esfuerzos y sacrificios que tan heroicamente han prodigado los pueblos, hasta ponerse en actitud de pensar en lo único útil que les resta que alcanzar, como único medio de reparar sus pasadas desgracias.  En medio de todo esto, observo con sentimiento que en el interior se tiene una idea equivocada respecto a mi posición, y que en lo general se cree que me hallo con bastante poder para evitar los males que nos amenazan; mas usted conocerá, por todo lo comprendido en esta carta, que «te juicio es inexacto, y sentiría que él diese lugar a conjeturas desagradables, partiendo (yo) del invariable principio de que todo aquello que se depare de la organización de nuestra patria, es ajeno de mí y que jamás prestaré mi deferencia a tales ideas.  Después del bosquejo que hago a usted del estado actual de nuestros negocios, réstame hacerle una observación que no puede usted desconocer y que espero confiadamente no desatenderá: usted, por su posición y mil poderosas razones que sería cansado detallar, aparece con justicia a la cabeza de los negocios del interior. Mientras usted permanezca en esta posición, no creo difícil que arribemos a la suspirada organización; pero si usted se separa, va infaliblemente a resultar una espantosa divergencia en las opiniones, y de aquí partirá el pretexto de que en otras ocasiones se han valido nuestros antagonistas para cruzar los empeñosos esfuerzos que se han hecho para organizamos.

Dije a usted, al principio, que le hablaría con toda franqueza de mi carácter. Reproduciendo ahora lo mismo y en la confianza que me inspira su amistad, le diré: Que juzgo que usted no debe absolutamente dejar el mando del ejército que está a sus órdenes, ni abandonar los pueblos a su política particular. Usted conoce el desquicio espantoso en que ellos han quedado y no es fácil calcular los graves males que van a pesar sobre ellos si no hay un punto de dirección. Es usted únicamente quien en el interior puede darlo. En fin, espero lleno de confianza, que, haciendo usted un gran esfuerzo, querrá hacer al país el bien de continuar siquiera hasta que hayamos puesto el primer plantel a nuestra organización, la cual, prestando usted su cooperación, no presentará grandes dificultades, porque a pesar de todo lo anterior dicho, estoy penetrado que nuestro común amigo el señor Rosas es un buen hijo de la tierra y un buen amante de las libertades públicas, y lo único que yo juzgo que puede haber en sus opiniones, es: o extravíos en sus ideas, sin conocerlo, o sugestiones hábilmente manejadas por los que nunca podrían ser amigos de la prosperidad de los pueblos, por considerarla incompatible con la de Buenos Aires.

Estanislao López

Muy mal correspondió Quiroga a la confianza de López porque hizo llegar la carta a manos de Rosas, que debió de agradecer de corazón aquel testimonio de amistad… Quiroga ejercía gran influjo en el interior y Rosas pudo estar seguro de que la organización federal sería combatida por el caudillo riojano dentro de una extensa zona política. Por eso envió nuevamente sin muchos recelos, el diputado a la Comisión Representativa de Santa Fe. Pero apenas se dejó sentir en el seno de la misma Comisión una política de principios y se hicieron algunas gestiones en el interior, Rosas calificó de anárquicas aquellas ideas, retiró al diputado, y Quiroga amenazó al delegado de Córdoba con hacerlo aparecer «colgado». Ya se había firmado el pacto de 1831. Después de este golpe político en el orden nacional, Rosas rehusó ser reelegido gobernador, porque la Legislatura no le dio las facultades extraordinarias que apatecía (diciembre de 1832). Elegido gobernador el general Juan Ramón Balcarce, Rosas llevó a cabo la expedición al desierto en 1833 con el fin de ampliar las fronteras y asegurar la tranquilidad de los pobladores del sur. 

Lucio V. Mansilla nos habla del Restaurador, su tío

EL ESTANCIERO :  Estamos en la estancia «del Pino». Mejor dicho: están tomando el fresco bajo el árbol que le da su nombre a la estancia, don Juan Manuel Rosas y su amigo el señor don Mariano Miró (el mismo que edificó el gran palacio de la plaza Lavalle, propiedad hoy día de la familia de Dorrego).  De repente don Juan Manuel interrumpe el coloquio, tiende la vista hasta el horizonte, la fija en una nubecilla de polvo, se levanta, corre, va al palenque donde estaba atado de la rienda su caballo, prontamente lo desata, monta de salto y parte… diciéndole al señor Miró: «Dispense, amigo, ya vuelvo».  Al trote rumbea en dirección a los polvos, galopa; los polvos parecen moverse al unísono de los movimientos de don Juan Manuel. Miró mira: nada ve, Don Juan Manuel apura su flete que es de superior calidad; los polvos se apuran también. Don Juán Manuel vuela; los polvos huyen, envolviendo a un jinete que arrastra algo. Don Juan Manuel con su ojo experto, ayudado por la milicia gauchesca, tuvo la visión de lo que era la nubecilla de polvo aquélla, que le había hecho interrumpir la conversación. «Un cuatrero», se dijo, y no titubeó.

En efecto, un gaucho había pasado cerca de una majada y sin detenerse había enlazado un capón y lo arrastraba, robándolo. El gaucho vio desprenderse un jinete de las casas. Lo reconoció, se apuró. Don Juan Manuel se dijo: «Caray…». De ahí la escena… Don Juan Manuel castiga su caballo. El gaucho entonces suelta el capón con lazo y todo, comprendiendo que a pesar de la delantera que llevaba no podía escaparse por bien montado que fuera, si no largaba la presa.

Aquí ya están casi encima el uno del otro.  El gaucho mira para atrás y rebenquea su pingo (a medida que don Juan Manuel apura el suyo) y corta el campo en diversas direcciones con la esperanza de que se le aplaste el caballo a don Juan Manuel.

Entran ambos en un vizcacheral. Primero, el gaucho; después, don Juan Manuel; pero el obstáculo hace que don Juan Manuel pueda acercársele al gaucho. Rueda éste; el caballo lo tapa. Rueda don Juan Manuel; sale parado con la rienda en la mano izquierda y con la derecha lo alcanza al gaucho, lo toma de una oreja, lo levanta y le dice:

— Vea, paisano, para ser buen cuatrero es necesario ser buen gaucho y tener buen pingo…

Y, montando, hace que el gaucho monte en ancas de su caballo; y se lo lleva, dejándolo a pie, por decirlo así; porque la rodada había sido tan feroz que el caballo del gaucho no se podía mover. La fuerza respeta a la fuerza; el cuatrero estaba dominado y no podía escurrírsele en ancas del caballo de don Juan Manuel, sino admirarlo, y de la admiración al miedo no hay más que un paso. Don Juan Manuel volvió a las casas con su gaucho, sin que Miró por más que mirara, hubiera visto cosa alguna discernible…

— Apéese, amigo —le dijo al gaucho, y en seguida se apeó él, llamando a un negrito que tenía.

El negrito vino, Rosas le habló al oído, y dirigiéndose enseguida al gaucho, le dijo:

— Vaya con ese hombre, amigo.

Luego volvió con el señor Miró, y sin decir una palabra respecto de lo que acababa de suceder, lo invitó a tomar el hilo de la conversación interrumpida, diciéndole:

— Bueno, usted decía…

* * *

Salieron al rato a dar una vuelta, por una especie de jardín, y el señor Miró vio a un hombre en cuatro estacas.

Notado por don Juan Manuel, le dijo sonriéndose.

— Es el paisano ése…

Siguieron andando, conversando… La puesta del sol se acercaba; el señor Miró sintió unos como palos aplicados en cosa blanda, algo parecido al ruido que produce un colchón enjuto, sacudido por una varilla, y miró en esa dirección. Don Juan Manuel le dijo entonces, volviéndose a sonreír, haciendo con la mano derecha ese movimiento de un lado a otro con la palma para arriba, que no dejaba duda:

— Es el paisano ése…

Un momento después se presentó el negrito y dirigiéndose a su patrón, le dijo:

— Ya está, mi amo.

— ¿Cuántos?

— Cincuenta, señor.

— Bueno, amigo don Mariano, vamos a comer…

El sol se perdía en el horizonte iluminado por un resplandor rojizo, y habría sido menester ser casi adivino para sospechar que aquel hombre, que se hacía justicia por su propia mano, sería en un porvenir no muy lejano, señor de vidas, famas y haciendas, y que en esa obra de predominio serían sus principales instrumentos algunos de los mismos azotados por él. Don Juan Manuel le habló al oído otra vez al negrito, que partió, y tras de él, muy lentamente, haciendo algunos rodeos, ambos huéspedes.

Llegan a las casas y entran en la pieza que servía de comedor. Ya era oscuro. En el centro había una mesita con mantel limpio de lienzo y tres cubiertos, todo bien pulido. El señor Miró pensó: «¿quién será el otro…?».

No preguntó nada. Se sentaron, y cuando don Juan Manuel empezaba a servir el caldo de una sopera de hoja de lata, le dijo al negrito que había vuelto ya:

—Tráigalo, amigo —. Miró no entendió.

A los pocos instantes entraba, todo entumido, el gaucho de la rodada.

—Siéntese, paisano le dijo don Juan Manuel, endilgándole la otra silla. El gaucho hizo uno de esos movimientos que revelan cortedad; pero don Juan Manuel lo ayudó a salir del paso, repitiéndole —: Siéntese no más, paisano, siéntese y coma.

El gaucho obedeció, y entre bocado y bocado hablaron así:

—¿Cómo se llama, amigo?

—Fulano de tal.

—Y, dígame, ¿es casado o soltero?… ¿o tiene hembra?…

—No señor —dijo sonriéndose el guaso— ¡si soy casado!

Vea, hombre, y… ¿tiene muchos hijos?

—Cinco, señor.

—Y ¿qué tal moza es su mujer?

—A mi me parece muy regular, señor…

—Y usted ¿es pobre?

—¡Eh!, señor, los pobres somos pobres siempre…

—Y ¿en qué trabaja?…

—En lo que cae, señor…

—Pero también de cuatrero, ¿no?…

El gaucho se puso todo colorado y contestó:

¡—Ah!, señor, cuando uno tiene mucha familia suele andar medio apurado…

Dígame amigo, ¿no quiere que seamos compadres? ¿No está preñada su mujer? —El gaucho no contestó. Don Juan Manuel prosiguió —: Vea, paisano; yo quiero ser padrino del primer hijo que tenga su mujer y le voy a dar unas vacas y unas ovejas, y una manada y una tropilla, y un lugar por ahí, en mi campo, y usted va a hacer un rancho, y vamos a ser socios a medias. ¿Qué le parece?…

Y don Juan Manuel, dirigiéndose al señor Miró le dijo:

—Bueno, amigo don Mariano, usted es testigo del trato, ¿eh?…

Y luego, dirigiéndose al gaucho agregó:

—Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?…

—Sí, señor.

La comida tocaba a su término. Don Juan Manuel, dirigiéndose al negrito y mirándolo al gaucho, prosiguió:

—Vaya amigo, descanse; que se acomode este hombre en la barraca, y si está muy lastimado que le pongan salmuera. Mañana hablaremos; pero tempranito, vaya y vea si campea ese matungo, para que no pierda sus pilchas… y deguellelo… que eso no sirve sino para el cuero, y estaquéelo bien, así como estuvo usted por zonzo y mal gaucho… —Y el paisano salió.

Y don Mariano Miró, encontraba aquella escena del terruño propia de los fueros de un señor feudal de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana, nada vio…

* * *

Un párrafo más, y concluyo.

El cuatrero fue compadre de don Juan Manuel, su socio, su amigo, su servidor devoto, un federal en regla. Llegó a ser rico y jefe de graduación.—

lunes, 28 de diciembre de 2020

Llega el Ferrocarril a la ciudad de General San Martín, Provincia de Buenos Aires

Por el Prof. Julio R. Otaño

Como dice don Hialmar Gammalsson, "En aquellos tiempos nadie viajaba al centro en auto. Habia tres o cuatro en San Martín antes del año diez. Todos lo hacian en tren, desplazándose diariamente y constituyendo un grupo de amigos que aprovechaban esos ratos de espera y del viaje, para cambiar ideas, bromas y cuentos.

Don Eugenio Py, alto funcionario de la firma Max Glucksman tuvo el sagaz privilegio de realizar los primeros noticieros de nuestro pais con las primitivas maquinas cinematograficas que el mismo fabrico. Don Nicolas Garovaglio de la firma Garovaglio y Zorraquin, de barba rubia, acaso tenida, llegaba a la estacion en un coche con lacayo y una soberbia yunta de caballos. Años despues murio ahogado en el hundimiento del vapor Princesa Mafalda. Los trenes solo partian, cuando el auxiliar Sigon, viejo, alto, flaco, canoso y campana, permitiendo la salida del convoy.

El sefior Moncault, de la empresa Moncault y Bontoux, importadores de papeles, era el dueño de un chalet en la calle Ayacucho con un parque magnifico.

Don Ricardo Godsall de la razon social Godsall y Paz, despachantes de aduana muy acreditados, bajito de ojos azules, un filantropo en toda la extension de la palabra. El sefior Astelarra, gerente de la Italo Argentina deElectricidad, alto y muy apuesto. El profesor Andre, un frances malhumorado.

El señor Alfredo Nolasco, contador general de ferrocarriles del Estado. Don Pablo Clerget, el señor Delpech, el señor Balarche, Mister Palmer, el escribano Rodriguez Lozano, el padre del autor a quien muchos conocian como el señor de la flor, pues siempre llevo una en un ojal del saco y tantos otros hoy olvidados como aquellos trenes en los que todavia corrian los coches Ply P2 constituidos con altos asientos para cuatro o seis personas con vidrios esmerilados con las iniciales entrelazadas del FCR. provenientes de la primera hora de la empresa"

E1 sabado 22 de Abril de 1876, sin mayores alharacas se inauguró el Ferrocarril a Campana, llamado después Buenos Aires y Rosario, luego Central Argentino y hoy Bartolome Mitre. Contaba con dos estaciones en su curso: Belgrano, llamado "R" por lo de Rosario para diferenciar lo del Belgrano"C"por lo de Central Argentino, y General San Martín. Desde la estación Central hasta San Martin no había mas que tres estaciones: Retiro. Tres de Febrero y Belgrano. Mas tarde se instaló la de Santa Catalina (hoy Villa Urquiza).


Era ingeniero de la empresa el Señor Tomas Forrest, cuya hija se casó con el Sr. Gabino Cueli. funcionario de la compañia. La hija de Forrest. esposa de Cueli viajaba en esos trenes, antes de la fecha de la inauguracion, en los coches de ensayo.

Hasta ese afio los viajes a la Capital Federal se hacían a caballo 0 en carruajes directamente. En ese mismo ano, 1876, la Municipalidad insta al Sr. Agustin Ghiglione y a la señora de Benza a ceder los terrenos de la calle San Isidro (hoy Mitre) y Belgrano, desde Ayacucho -Veinticinco de Mayo hasta las vias del ferrocarril. En compensación se Ie dan tierras fiscales.

El itinerario era el actual hasta cruzar Cabildo en la Capital, por donde se internaba cruzando los actuales regimientos 1 Y 2 de infanteria, salvaba el Maldonado por un puente. cortaba en dos al Jardin Zoológico y seguía por Cerviño, Avenida del Libertador y por Leandro Alem arribaba a la estación Central ubicada casi alllegar a Rivadavia, todos estos nombres en el centro de Buenos Aires.

La empresa ferrea, con su galpón de maquinas en San Martin, primero en las manzanas de la calle Saavedra desde Mitre a Pueyrredón y luego en el gran predio comprado a Dona Florentina Luna en e1 Kilómetro 16, produjo un intenso adelanto en el pueblo, no solamente por su vinculacion asidua con Buenos Aires sino por el asentamiento de vecinos nuevos y de trabajadores del riel, con su gran playa de cargas, la de maniobras detrás dela estación y de la limpiezade coches que produjeron tareas estables para empleados y obreros que se asentaron e impulsaron notablemente al comercio local.

A fines de 1880 el partido contaba con 3423 habitantes; urbana 1443 y rural 1980, Argentinos 2211 y extranjeros 1212

domingo, 27 de diciembre de 2020

"La Partida de Martín Fierro" obra Póstuma de Antonio Berni se encuentra en la Ciudad de Gral. San Martín (Perdriel entre San Martín e Intendente Campos)

 Por el Prof. Julio R. Otaño

Desde 1979 el comisionado intendente (Facto) Juan Narváez, acompañado de la Directora de Cultura Dra. Amanda Ballester, solicitaron al maestro José Doval, entonces Director de la Escuela de Bellas Artes de la Municipalidad, recomiende tres artistas plásticos de valía para realizar un mural de homenaje al Martín Fierro en la esquina de las avenidas 25 de Mayo y la Av. Perdriel. El maestro Doval recomendó a los artistas Soldi o Berni y el comisionado Narváez se decidió por Antonio Berni.

Recuerda el maestro Doval que el maestro Berni no quiso en principio aceptar el encargo por ser contrario a la existencia de los gobiernos militares; sin embargo se quedó pensando en ese desafío y finalmente ACEPTÓ.   El maestro Antonio Berni invitó al maes­tro Doval a su taller de la calle Lezica de la Capital Federal para mostrarle d dibujo de un proyecto para realizar un Monumento al Martín Fierro. Era buen homenaje a D. José Hernández aunque se alejaba del pedido de hacer un mural Doval recordó que gratamente sorprendido por la grandeza y belleza del pro­yecto, le comentó a Berni: "¡Pero esto es un monumento!", a lo que Berni le respondió: "¿No me tenés confianza?"....

Más tarde de la misma forma reaccionará el comisionado de San Martín, pero aceptó el proyecto del Monumento.

El maestro Doval comentó que Berni decidió hacer un jinete subiendo al caballo de espaldas inspirado en los últimos versos de La Vuelta del Martín Fierro, que cuentan que gaucho montó dando la espalda a sus hijos para que no lo viesen llorar por la despedida

El 10/11/1980 se firmó d contrato entre el Municipio y el maestro Berni por U$S 10.000 dólares para realizar un gaucho a caballo, símbolo inequívoco de la raíz profunda del poema épico "Martín Fierro

La fábrica Piave

Cuando Narváez aprobó el monumento al Martín Fierro. Berni se reúne con su amigo el escultor Ennio Iommi en su estudio de la calle Lezica para consultarlo: "tengo que hacer una escultura, y como vos estás con los hierros...", le dijo.
–¿Un pintor, una escultura? Está bien que estemos en un país surrealista, pero... Bueno, quizás algún día yo haga una pintura — le dijo Iommi.
Tengo que hacer un caballo y un gaucho en tamaño natural, firmé un contrato con la Municipalidad de San Martín.
–¿Pero en qué forma? Porque hay muchas: tallado, modelado...
–No, yo no quiero nada de eso.
–Bueno, también podés hacerlo así: primero armás la estructura del caballo en acero inoxidable, y después lo vas forrando en pedazos de bronce, todo martilinado...

–¡Eso es lo que yo quiero! Pero necesito tu ayuda, porque imaginate que no soy escultor... Y necesitaría un taller, también...
–Yo conozco un taller: es una fábrica que se llama Piave.
Los socios son muy artesanos y te pueden dar una buena mano.

La Fábrica PIAVE de San Martín, ubicada en la calle Ramón Falcón 6133 de San Martín, en la que contaría con todos los equipos necesarios para realizar la obra. En ese establecimiento el maestro Antonio Berni trabajó con la ayuda de Doval todo su último año de vida.

 

Para ello había realizado un boceto mural de tamaño natural (pintado con esmalte sintético negro) para “no perder de vista la imagen total de la obra "

Sobre la pared de la fábrica (Hoy cerrada) hay unos pincelazos que delinean el perfil de un caballo y un gaucho sujetando rienda y crines. Una de sus piernas se eleva sobre el lomo del animal. En el muro, su rostro es una incógnita. Se trata de un dibujo para la escultura La partida de Martín Fierro, última obra del maestro Antonio Berni con una involuntaria alusión a su propio adiós. 
Sus últimos seis meses de vida, Berni (1905-1981) los pasó en la metalúrgica Piave. Venía a las 7 con su Fiat 125 colorado y su bufanda marrón. Se iba al atardecer. Lo que hoy se ve en la pared le ocupó no más de 40 minutos. Después hizo una maqueta de cartón que presentó en la Municipalidad.

En la Fábrica PIAVE se realizó la estructura o esqueleto de acero inoxidable insertado en un basamento de piedra y cemento; luego todo se fue recubriendo con piezas de cobre fundido especialmente o con chapas de cobre trabajadas y soldadas. El basamento de piedra tiene una altura de 2,30 metros y el caballo con el jinete y guitarra, miden otro tanto.

A Lugar del Monumento: Los artistas Berni y Doval sugirieron a la Intendencia como lugar apropiado para colocar el Monumento la plazoleta lateral de la Av. Perdriel enfrente de la Av. San Martín -en la entrada desde la capital-, con la idea de lucir la obra dejando espacio para que la misma pueda ser visitada.

Lamentablemente el 13 de octubre de 1981 falleció el maestro Antonio Berni antes de la inauguración de su obra; sus restos descansan en el mausoleo de su esposa en el cementerio de La Recoleta de la Capital.

Inauguración del Monumento: Los actos del Día de la Tradición de 1981 se iniciaron el sábado 7 de noviembre, fecha en que se descubrió el Monumento al Martín Fierro, donde se encuentra actualmente en una de las plazoletas de la Av. Perdriel a 100 metros del lugar propuesto por el artista.  El acto de inauguración fue importante y asistieron autoridades provinciales y militares locales, eclesiásticas, instituciones de bien público, boy-scouts y mucho público. Hubo un desfile de tropillas de centros tradicionalistas, carruajes y carretas de época atuendo criollo. El intendente Oscar Bibian entregó a la Srta. Lilly Berni -hija del artista fallecido-, una plaqueta recordatoria y la bendición de la obra correspondió a monseñor Manuel Menéndez.  Los festejos continuaron en la Chacra Pueyrredón hasta el 13/11/1981, cuando las autoridades comunales colocaron una placa recordatoria en la tumba que guarda los restos de José Hernández en el cementerio de La Recoleta.   

El maestro Berni había programado en su boceto original del monumento aprobado la colocación de una elegante reja de hierro alrededor de la obra para protegerla y solo en el año 2009 la intendencia colocó la reja.   

Doval recor que el Monumento ya fue agredido dos veces, primero le cortaron una mano y luego brazo. Luego fueron reparados con éxito por el profesor Capdevilla de la Escuela de Artes Visuales.

Obra postuma de Berni: El maestro Doval compartió el último año de vida de Antonio Berni y hoy luce con orgullo cuatro bocetos a escala del caballo y una gran maqueta madera, todos firmados por el artista. Afirma que el "Monumento al Martín Fierro fue la última obra del maestro Antonio Berni', aunque también nos recuerda que los hijos del artista -la señora Lilly Berni y el señor José Antonio Berni, han afirmado que su última obra fue un cuadro de una mujer desnuda.







 

 

 

 

 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Del "Pago de los Santos Lugares de Rosas" a la ciudad de General San Martín

Por el Prof. Julio R. Otaño

Durante el Virreinato del Río de La Plata (1776-1810) el territorio que hoy consideramos San Martín, junto al de Tres de Febrero y una fracción de Ciudad de Bs. As., quedaron bajo la jurisdicción de órdenes franciscanas que respondían al Curato de San Isidro, creado en 1731. En homenaje a los Santos Lugares de Jerusalén, los franciscanos denominaron su nuevo predio como “Pago de los Santos Lugares” cuya “Capilla de los Santos Lugares” se ubicaba frente a la actual plaza de la intendencia, dónde hoy funciona la escuela primaria Nº 1. 

La Capilla de los Frailes, conocida después como la Capilla Vieja, estaba ubicada en la actual manzana, comprendida por las calles Campos y Moreno, exactamente donde se construyó la Escuela Nro 1en su lado Este. Afectaba la forma de una "L" y su estilo era el típico colonial. En la espadaña del frente tenía una pequeña campana y su construcción era de grandes ladrillos unidos con barro y afianzadas las paredes, que eran de 1.20 de espesor, con troncos de ñandubay. La Capilla no tenía más de 6 metros de frente por 10 metros de fondo. A cuatro metros detrás de la capilla se levantaba un árbol de la familia de la araucarias, al que Don Carlos Thais, en el año 1925, estimó su vida en 150 años.  Plantado por los frailes Franciscanos. En 1950 cuando el inmueble fue expropiado. los propietarios se dirigieron a las autoridades del Ministerio de Educación pero en vano: el árbol más viejo del pueblo fue abatido sin contemplaciones y sin necesidad. AI Oeste de la Capilla Vieja se hallaba el cementerio que lIegaba hasta pasar la hoy esquina de las calles Belgrano y San Martin, abarcando un sector de la plaza y ese campo santo se conservo como cementerio hasta después de haberse refundado el pueblo en 1856.   En cuanto a la Orden de los Mercedarios,  establecieron una Capilla y un convento y Ilevaba el nombre de "La Crujía" a Mediados del siglo XVIII. Esta designación provenía del orden arquitectónico de esa construcción, con una gran pasadizo central y longitudinal, al que confluían las celdas de los frailes y la Capilla, denominado "Crujía". Don Juan Manuel de Rosas, utilizará eI edificio como Campamento militar, logístico y cárceI, formándose un verdadero poblado con 6.000 personas permanentes.

Referente a la población del pago se puede estimar que a mediados del siglo XVllI cerca de la Posta y de la Capilla Vieja de los Santos Lugares, se fue asentando una población constituida por arrendatarios de ambas órdenes religiosas y por propietarios de otras tierras, con sus peones y sus respectivas familias y allegados.

A comienzos del siglo XIX la población de Santos Lugares concentrada en lo que se llamó la tierra de la Capilla, actual calle Mitre desde Pellegrini a 9 de Julio y sus alrededores, y diseminada además en pequeñas y grandes chacras, no debe haber sobrepasado los 350 habitantes, siendo su centro, la mencionada Capilla y Cementerio,  Resulta indudable que San Martin se encontraba en un cruce y bifurcación de diversas carreteras reales y por hallarse a cuatro leguas de la ciudad, es decir, a un día de viaje para las carretas de bueyes, surgió la imprescindible Posta,  ubicada donde en la actualidad se encuentra el Restaurant “El Urbión” (ref. Prof. Carlos Adamo Barbera)  Entre 1807 y 1811, se levantó en este lugar una Posta de Correos, pasando a formar parte del Real Itinerario de Postas de BuenosAiresa Paraguay; hito primigenio que confirmará la importancia de este pago.

La posta no fue solamente albergue de viajeros hacia el norte y oeste, sino también etapa obligada de los ejércitos patriotas en campaña: como los ejércitos liderados por José de San Martín o Manuel Belgrano.  AI considerarse como pueblo a San Isidro Labrador, en el año 1778 -fue fundado en 1706 por Don Domingo Acassuso-, Santos Lugares paso a depender de los Comisionados, Alcaldes y Cuadrilleros de esa población.  La Curia, por su parte el día 10 de junio de 1825, erigió en Parroquia al lugar, segregándolo de la de San Isidro y dándole la denominación de Jesús Amoroso. El 16 de diciembre de 1835, de acuerdo con la información policial, elevada por don Enrique Núñez al gobierno, en el pueblo de Santos Lugares y sus alrededores habla siete pulperías uno de los propietarios será un habitante famoso: el Alférez Don Francisco González.  Debe advertirse que la pulpería, no era un simple despacho de bebidas, como hoy generalmente se concibe, sino un comercio en el que se vendían diversos artículos como una Casa de Ramos Generales. (deja presumir la existencia de una población de cierta importancia).En el año 1836 varios vecinos del pueblo, encabezados por don Felix Ballester solicitaron al Gobierno el trazado de las calles y quintas. El respectivo expediente fue considerado favorablemente el 21 de marzo de 1836, comisionándose al agrimensor, don Marcos Chiclana, la tarea de confeccionar el trazado solicitado. En el plano de este agrimensor, se distribuye el pueblo en 81 manzanas. Este  pueblo (existente de hecho) fue rebautizado Santos Lugares de Rosas.   Ese mismo año se inaugura la Iglesia de “Jesús Amoroso”, con aportes personales del Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina Don Juan Manuel de Rosas (ya que la Iglesia original se encontraba en la zona del actual barrio de Belgrano en CABA y los vecinos del primitivo Gral San Martín tenían 4 hs de viaje de ida y 4 hs de vuelta para poder celebrar Misa). La misma fue inaugurada por Encarnación Ezcurra y Dolores Fernández de Quiroga.  

En 1852 Don Juan Manuel de Rosas fue vencido en la batalla de “Caseros” o de “Santos Lugares” y el campamento militar y poblado fue arrasado con saña por los vencedores especialmente los brasileros, quienes se desquitaban de su derrota en Ituzaingó.    En esas condiciones el nombre del pueblo era insostenible, se pensó en “Belgrano” pero ya había un pueblo con ese nombre…finalmente se optó por el de “Gral. San Martín”,  el 6 de Diciembre de 1856.                                                                             


El decreto del Gobernador Pastor Obligado dice textualmente “…estando ella acordada desde tiempos anteriores; y habiendose en esta virtud practicado su traza y la de sus quintas cuyo plano se ha extraviado por el agrimensor Chiclana….acuerda y resuelve se lleve a efecto y ejecución la referida erección del pueblo quese denominara desde hoy General San Martin"(Gammalsson).

El Febrero 25 de 1864 se creó el Partido de General San Martín;  Nombrándose Juez de Paz del mismo Partido, durante el presente año al Ciudadano Don Felix Ballester, decreto del Gobernador Mariano Saavedra

viernes, 11 de diciembre de 2020

HOMENAJE A MANUEL DORREGO ID. 75864058005 cod. acceso 1QXNmB

EL INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS JUAN MANUEL DE ROSAS DE GENERAL SAN MARTÍN ADHIERE E INVITA A ESTE MERECIDO HOMENAJE

Julio R. Otaño                                        Carlos De Santis

Secretario                                                Presidente








miércoles, 2 de diciembre de 2020

Breve semblanza personal de Don Julio Irazusta 2da Parte

 Por JORGE C. BOHDZIEWICZ

En el Instituto, en su pequeño departamento de la calle Chile y algunas veces en mi casa, la situación era distinta. Sin rivales, y depuestas las timideces iniciales, solía acosarlo con infinidad de demandas intelectuales y algún que otro atrevimiento. Tan generoso y benevolente era don Julio, que en una oportunidad me entregó los manuscritos de La política, cenicienta del espíritu para que se los comentara y le hiciera las acotaciones críticas que estimara convenientes. Comprenderán Ustedes que huí despavorido de semejante compromiso, completamente desproporcionado para mis modestos conocimientos de entonces. Claro que lo hice sin dejar de agradecer su nobilísima oferta, cuyo discreto sentido comprendí después. Pero así era él, no sólo conmigo, aclaro, porque no puedo decir que me distinguió especialmente, sino con todos los que tuvimos la fortuna de gozar de su proximidad y de su amistad.

 
Cuento que una vez sí me atreví a corregirle los manuscritos de un ensayo sobre Ramos Mejía que le había pedido para otro número de la revista. Claro que esas correcciones, que recuerdo avergonzado por llamarlas así, eran sólo sobre letras mal tipeadas u omisiones de palabras pensadas pero no escritas. Es que don Julio había redactado ese ensayo poco menos que de memoria, prácticamente ciego por las cataratas. Un hecho verdaderamente prodigioso. Guardo con celo ese tesoro entre mis papeles.

 Por supuesto, conocí Las Casuarinas, que visité en cuatro oportunidades por lo menos. Conservo intacta la imagen de la vieja casona rodeada de una frondosa arboleda y el infernal ruido de las cotorras. También de las noches apacibles en que solíamos conversar iluminados por el sol de noche, pero más por el destello inagotable y amistoso de su sabiduría. Poco importaba la comida, a veces incomible, que preparaba Rasputín, nombre que le dio la querida negra Barel a un pintoresco criado, medio “falto”, según decía con acierto y gracia.

 Tengo presente asimismo el escritorio y la gran mesa que lo acompañaba en la habitación en que tenía instalada su biblioteca. Había allí un caos fenomenal de papeles del cual emergían sus famosas carpetas, que fueron más de quinientas: un verdadero cosmos hecho de recortes y anotaciones manuscritas hilvanados y ordenados por su inteligencia. Supongo que quienes lo han conocido sabrán, porque él mismo lo contó muchas veces, que compraba tres ejemplares de cada uno de los libros que le interesaban: dos para recortar y pegar, y uno para conservar anotado. Alguna vez tuve esas capetas en mis manos, en el Instituto, donde las había depositado en tránsito porque allí había fijado su lugar de trabajo en sus años postreros, cuando el CONICET, conducido entonces por gente patriota, proba y abierta a la inteligencia, reconoció sus méritos, lo contrató y le permitió completar sus últimos trabajos. Uno de ellos, La curva ascendente de la economía argentina, permanece inédito y a la espera de su oportunidad editorial.

 En Las Casuarinas tuve también ocasión de recorrer asombrado sus Cuadernos de Notas, como había titulado a una serie de volúmenes manuscritos, bien encuadernados, donde había volcado los comentarios suscitados por los clásicos que había estudiado entre 1923 y 1927 (repárese que don Julio nació en 1899). Sus hojas atesoraban, en agraz y a la espera de su madurado desarrollo, numerosos artículos y libros. Uno de ellos, se recordará, fue su Tito Livio, editado en 1951, que nació de las anotaciones de esos Cuadernos. Pienso que de no haber acudido a otros intereses y reclamos superiores, habrían surgido de sus páginas muchos ensayos deliciosos, similares a los que dedicó al historiador romano, a Burke y a Rivarol.

 A principios de 1982 la salud de don Julio había declinado sensiblemente. Dejó entonces su residencia porteña y se instaló en una casa de la calle Palma, en la ciudad de Gualeguaychú. A principios de abril supe de su empeoramiento. No vacilé. Emprendí viaje ante el presentimiento de un pronto desenlace. Quería darle la despedida a mi maestro. Recuerdo que entré en la habitación en la que se hallaba postrado y le hice algún chiste gracioso que respondió con otro. Apenas si pude disimular las lágrimas que brotaban del fondo de mi alma. Llevaba un encargo de sus amigos: las páginas manuscritas del prólogo para una segunda edición de Perón y la crisis argentina que aquellos deseaban reeditar. Se las alcancé. No las leyó. No las podía leer, ni era necesario. Me contestó que no deseaba que el libro se publicara porque podía, en esos momentos, contribuir a dividir la opinión de los argentinos. Valga la anécdota postrera para demostrar su extraordinaria grandeza de espíritu, porque en esos precisos momentos -no haría falta que lo recuerde- nuestros fuerzas armadas estaban dando batalla en tierras malvinenses. Argentina había desafiado a un imperio, recuperado lo que le pertenecía en derecho y se le negaba hasta la humillación y le había hundido al enemigo la mitad de su flota, dando sus solados un ejemplo que la posteridad -me refiero a la Nación entera y no a un puñado de patriotas memoriosos- sabrá recoger y valorar debidamente cuando otros vientos soplen, lo suficientemente fuertes para arrasar con una dirigencia política como la que padecemos hoy, profundamente corrupta y antipatriótica

          Don Julio cerró los ojos antes de aquel fatídico 14 de junio, soñando con el triunfo sobre el usurpador británico. Con ese bello sueño entregó su alma al Creador un argentino de excepción, un 5 de mayo, en Gualeguaychú, la tierra natal que tanto amó.

  

Bibliografía del académico de número Dr. Julio Irazusta, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, v. LXI, Buenos Aires, 1988, p. 477-529.

 

Homenaje a Julio Irazusta en Gualeguaychú, en Cabildo, n. 65 (tercera época), Buenos Aires, 2007, p. 19-21.

 

3  Semblanza personal de Don Julio Irazusta a los 25 años de su fallecimiento, en Gladius, n. 69, Buenos Aires, 2007, p. 193-200.

 

 Un accidente en mi salud impidió que pudiera leer la conferencia preparada para la ocasión. De todos modos, a instancias de un colega, su texto se publicó de modo fragmentario en la revista Cabildo 2, y completo en Gladius 3. Ahora lo publico nuevamente, en este volumen, con algunas pocas quitas y agregados que no alteran en nada sustancial el texto original.

 Recuerdo que en 1975 le propuse a Julio Irazusta la reedición de su Urquiza y el pronunciamiento, libro por entonces difícil de hallar. También recuerdo que me propuso incluirle un prólogo motivado por el hecho de que muchos colegas amigos, según me dijo, le habían señalado que se había mostrado demasiado benevolente con la figura de quien, al fin y al cabo, era responsable de la mayor apostasía que había sufrido la Patria. Ningún inconveniente significaba incluir unas pocas páginas más. Antes bien, fueron oportunas toda vez que contribuyeron a disipar alguna perplejidad en el lector poco atento.

Hoy esa edición, que apareció con una pequeña variante en el título, ha desaparecido de las librerías, lo mismo que la que editó años después Dictio, que incluyó el prólogo. Por eso estimo muy oportuna esta nueva edición encarada por el director de la Biblioteca Testimonial del Bicentenario. Y un verdadero acierto incluir en el volumen otros cuatro trabajos de Julio Irazusta -dos ensayos y dos críticas bibliográficas- prácticamente desconocidos, escritos todos a instancias del firmante de esta noticia.

 Tal vez interese conocer las circunstancias en que fueron concebidos. En 1974, a poco de graduarme en la Universidad de Buenos Aires, pude realizar un proyecto soñado en mi época de estudiante: editar una revista de historia de orientación revisionista y de riguroso carácter científico. Así nació Historiografía, como órgano de un inexistente Instituto de Estudios Historiográficos. Puesto a la tarea de reunir material para el primer número, era lógico que apelara a quien era, sin dudas, al historiador de mayor enjundia dentro de la corriente revisionista.