Rosas

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viernes, 29 de septiembre de 2023

Extinción de la deuda del Paraguay – Hipólito Yrigoyen (1922)

 

El Poder Ejecutivo Nacional

Buenos Aires, setiembre 19 de 1922

Al Honorable Congreso de la Nación:

Con el profundo convencimiento de que ha desaparecido para siempre toda posibilidad de vicisitudes entre nuestra Nación y cualquiera otra de America, creo que es imperativo borrar, cuando menos la materialidad de todo recuerdo doloroso, para vivir tan solo identificados en los ideales de mutuo engrandecimiento y de solidaridad hacia nuestros comunes destinos.

Existe pendiente con la Republica del Paraguay su deuda, emergente de la guerra, estipulada en el artículo 39 del Tratado de Paz de 3 de febrero de 1876.

Por los fundamentos que inspiran este mensaje, cuya sola enunciación basta para que sean debidamente consagrados, debe declararse extinguida esa deuda.

El Poder Ejecutivo seguro de interpretar el sentimiento nacional, somete a V. H. esta condigna solución histórica.

Dios guarde a V H.

Hipólito Yrigoyen – Honorio Pueyrredon

 

El Senado y Cámara de Diputados, etc., sancionan con fuerza de Ley:

Articulo 1° — Declarase extinguida la deuda publica que, por el tratado definitivo de Paz de 3 de febrero de 1876, la Republica del Paraguay reconoció y acepto abonar a la Republica Argentina, en concepto de las indemnizaciones por los gastos de guerra (art. 3°, inciso 1); por los daños causados a las propiedades publicas (inciso 2); como asimismo los intereses previstos en el articulo 49, inciso 4 del referido Tratado.

Art. 2°: Comuniquese, etc.

Honorio Pueyrredon

 

Fuentes:

Historia y Doctrina de la UCR

Hipólito Yrigoyen Pueblo y Gobierno Tomo IV, Volumen I Americanismo,Recopilacion hecha por los señores José Nicolas Scala, Jorge Rodolfo Barilari, Germán Winox Berraondo y Luis A. Chicote, Editorial Raigal 1955


jueves, 28 de septiembre de 2023

Aeropuerto Ministro Pistarini: ¿Cambiar el nombre al aeropuerto o de cómo se cambia (otra vez) de color político? –

 Por Juan Godoy

El 29 de mayo se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento del gran realizador de la Revolución Nacional Peronista, Juan Pistarini. Injuriado, perseguido, y encarcelado en el tétrico, cruel (y re-abierto) penal de Ushuaia por la Revolución Fusiladora para los «presos políticos», donde fue privado de atención médica. Hace un par de años alguien propuso cambiar el nombre del Aeropuerto de Ezeiza «Min. Juan Pistarini». El aeródromo de Ezeiza, que de hoy en adelante se llamará “Ministro Pistarini”, llevará ese nombre, no por decisión del gobierno, lo que representaría un acto administrativo más, sino por decisión de los propios trabajadores que lo han construido; decisión popular que en nuestros tiempos, en esta nueva Argentina, tiene más valor que si el propio gobierno pleno así lo hubiera dispuesto.” Juan Perón. 12 de marzo de 1949.    En la cuestión del nombre se hace presente la denominada por Ricardo Rojas a principios de siglo XX como pedagogía de las estatuas, una forma de enseñanza-aprendizaje que se destaca a partir de los nombres de las calles, monumentos, edificios, plazas, etc. Esta pedagogía de las estatuas responde mayormente, como no podía ser de otro modo en un país semi-colonial, a la colonización pedagógica. 
La nota avanza en el planteo de las “sospechas de corrupción”, luego de derrocado el peronismo por un golpe de estado sangriento, del ministro de Obras Públicas. En este punto comienza a ingresar a la actualidad política, sutilmente (a conciencia o no) se establece la relación peronismo-obras públicas-corrupción, tanto en el siglo XX como en el XXI. Recordemos la enorme violencia con que la oligarquía persigue al peronismo, antes del golpe del 55 con la colocación de bombas en diferentes lugares de la ciudad, el asesinato a sangre fría de policías, el tremendo bombardeo sobre la Plaza de Mayo, etcétera, y luego del golpe con los fusilamientos, la persecución, la tortura, el encarcelamiento masivo, la proscripción, el decreto 4161 y demás. Recordemos también que gran cantidad de miembros del gobierno peronista son llevados tras las rejas acusados de los más variados actos, cargos que incluso caen sobre la figura de Juan Perón, quien los llamo y acusó en sus libros escritos en el exilio como “Los Vendepatria” quienes usan “la fuerza (que) es el Derecho de las bestias”. En palabras de Perón en el primero de los textos, de 1957: “durante estos dos años de vergüenza nacional pasaron por las cárceles argentinas más de un medio millón de personas, muchas de las cuales llevan en la actualidad más de dos años de encierro sin que medie causa ni proceso”. Pistarini se cuenta entre esos presos luego del golpe de estado. Detenido, fallece el 29 de mayo de 1956.   Ante la pregunta que se hace O’Donnell acerca de la necesidad del cambio de nombre y su respuesta afirmativa, el caso nos hace recordar al 55 que, mediante el decreto 194/1955, en su intención (que será fallida) de eliminar el peronismo de la “faz de la tierra”, le cambió el nombre por el de Aeropuerto de Ezeiza.  Algunos datos de Pistarini, en relación a esta intención del autor que pasó por variadas ideologías políticas, “casualmente” ligadas al oficialismo de turno. Juan Pistarini nació en La Pampa el 21 de diciembre de 1882. Egresado del Colegio Militar de la Nación en 1903 como Subteniente de Infantería, y más tarde (1909) graduado como ingeniero militar. Vale destacar que los ingenieros militares van a ser fundamentales en el proceso de industrialización de nuestro país, Pistarini tiene un rol destacado en el mismo, como los emblemáticos Enrique Mosconi y Manuel Savio entre tantos. En 1946, año en que se retira de la fuerza, logra el máximo grado: el de General del Ejército. En la década del 30, conocida desde el bautismo de Torres como infame, construye desde el cargo de Director de Ingenieros el Ministerio de Guerra, el Hospital Militar y el barrio de suboficiales en Campo de Mayo (armónicos chalets con huerta y jardín), entre otras obras de importancia. También se desempeña como profesor en instituciones militares.  Unos meses más tarde de la Revolución de junio del 43, en diciembre, es nombrado al frente del Ministerio de Obras Públicas, cargo que sostiene con el advenimiento del peronismo al poder.   Anahí Ballent, en una obra sobre la personajes fundamentales del gobierno peronista (que nos sirve de guía aquí), pero generalmente “olvidados”, considera certeramente que en las obras de Pistarini “se conjugaba la “vida social” y la “vida económica” de la nación: justicia social “equilibrada”, modernidad técnica e independencia económica en clave anti-monopólica y anti-imperialista”. Así, en la gestión a cargo del Ministerio articula la obra pública con la justicia social. Esto es un cambio de paradigma fundamental en la gestión de la obra pública. Se construyen lugares de recreación, turismo, parques, viviendas (incluso crea la Dirección de Vivienda), escuelas, colonias de vacaciones (crea una Secretaría para las colonias), etc.  El Ministerio de Obras Públicas hace más rápidas las gestiones de las obras, y las enmarca en un proyecto nacional. En palabras de Pistarini en el Boletín que edita el ministerio: “para que un país subsista con honra y dignidad, es necesario vivir con un sentimiento heroico de la vida. No solamente nacen héroes en las batallas o en los desastres (…) El Ministerio de Obras Públicas es el terreno de las cosas materiales, el mejor instrumento para que la Revolución cumpla sus fines y realice una obra que, a la par de llevar las necesidades presentes, se proyecto en el tiempo y ayude a perfeccionar el destino de grandeza”.  
El Ministerio se constituye en uno de los mayores empleadores del país (con unos 80 mil trabajadores), lo que hace que las políticas implementadas en el mismo sirvan como “presión” y “referencia” en otras áreas. Así el ministerio aumenta el salario mínimo, incorpora en forma permanente a trabajadores contratados o que trabajan por jornada, obliga la agremiación a la mutual, mejora las condiciones de vivienda, crea el salario familiar para el personal obrero de la administración civil, becas para los empleados del Ministerio, crea una dirección de Asistencia Social, etc.
Entre sus obras más destacadas, se encuentra la de ser el constructor de la flota fluvial del Estado para avanzar en la independencia económica, según él mismo, su obra de mayor importancia.
Vale recordar también que el 1º de marzo de 1948 se hace un acto popular en la Plaza de Mayo por la nacionalización de los ferrocarriles. Perón se encontraba internado por una operación de apéndice, y le confía, en un acto de tamaña importancia, la palabra a Pistarini en una plaza colmada de pueblo. En esa ocasión del anuncio de la “compra de soberanía”, devela la “política invisible” británica que había denunciado Raúl Scalabrini Ortíz, cuando sostiene: “nadie podrá simular una amistad que quiera llevarse el fruto de nuestro trabajo. Tampoco creo en un designio histórico que nos condene a la mansedumbre, la sumisión o al coloniaje político, económico”.
Cabe destacar, como se menciona en la nota, que se lo ha acusado de tener simpatías por la Alemania nazi, como a tantos otros en nuestro país (cierto en algunos casos y en otros no –con el peronismo particularmente ha sido un “caballito” de batalla de la historiografía liberal, llegando a difundir teorías de lo más disparatadas y/o tergiversadas-), al menos hasta 1945. Vale recordar, para contextualizar mejor, que enfrente estaba quien dominaba a la Argentina desde hacía más de cien años y ocupaba una parte de nuestro territorio desde 1833, Inglaterra, y también que en nuestras Fuerzas Armadas fue muy destacada la posición neutral, tan distante de un bando como del otro. No obstante, Anahí Ballent afirma que “se sostenía dentro del gobierno por su solvencia técnica independiente de ideologías”.
Volviendo a la nota, entre las proposiciones posibles que piensa O’Donnell hay una intención de querer mostrar cierta “inocencia” en la colocación de los nombres. Así piensa en Hernández, Borges o Piazzolla, poniendo en la “misma bolsa” a personajes enfrentados políticamente (algo similar cuando descarta en la nota los nombres de Perón, Yrigoyen, Roca y Sarmiento), o un personaje ligado a la música, acto semejante a los discursos oficiales de hoy en día, o bien al cambio de los personajes históricos de los billetes por “simpáticos animalitos”. No hay “grieta”, no hay conflicto, no hay historia. Esos nombres sí son dejados como proposición para los “nuevos aeropuertos” de las empresas de “bajo costo”, haciendo un guiño a la política oficial en torno al apoyo del “desembarco” de dichas líneas. Incluso el Presidente vergonzosa y abiertamente festeja públicamente la inauguración de esas empresas que compiten con nuestra aerolínea de bandera.
Finalmente propone el nombre de San Martín, y allí también hay cierto vaciamiento pues nombra su patriotismo, del cual no dudamos, pero ese patriotismo en realidad se vinculaba a la Patria Grande, no a la chica, cosa que no se nombra, pues dicha política se lleva a los golpes con la política del gobierno actual, de espaldas a Latinoamérica y sumiso ante Inglaterra, los Estados Unidos, y otros países europeos. También lo destaca como “un estoico acerado que sufrió la envidia de sus contemporáneos”, nos aventuramos a preguntarnos: ¿se refiere al invento mitrista del enfrentamiento con Simón Bolívar, o al real con personajes como Rivadavia? Hacia el final propone que nos debiéramos parecer a San Martín, aunque en la nota haga recordar más a un Alberto Teisaire luego del 55 que al Libertador o a Pistarini.   El caso del aeropuerto es emblemático del accionar del Ministerio a cargo de Pistarini, para lo cual se muda con su familia a la zona de la obra. El aeropuerto en el momento de su construcción es considerado el más grande del mundo. La obra se construye en un territorio expropiado de gran extensión. Esta obra no es solamente la edificación del aeropuerto sino que implica autopistas, viviendas, lugares para el ocio y el esparcimiento, la forestación de zona, etc.
El nombre del aeropuerto, ponemos de relevancia, es del momento de su inauguración en 1949, es decir, el mismo tiene el aval del Presidente Juan Perón, lo que queda demostrado en los discursos del acto en el que se lo coloca el 12 de marzo de 1949, y también en el que inaugura el aeropuerto el 30 de abril del mismo año. Perón menciona allí que son los trabajadores los que quisieron nombrar el aeropuerto así. A ellos y a Perón evidentemente no les parecía un personaje secundario. Perón no era ajeno al nombre puesto a la “nueva obra”. Con respecto a los nombres, el Ministro hacía poner en los barrios obreros o en los barcos construidos los nombres de trabajadores destacados a partir de una suerte de elección entre los compañeros, quizás a varios de los que escriben en Perfil también le parezcan secundarios esos nombres, pero para nosotros los trabajadores son los que construyen día a día la Patria, así que bien vale el homenaje a los hombres de la “columna vertebral”. En el caso de la Flora Fluvial también se hacen exposiciones y decora con trabajos artísticos de los trabajadores. Pistarini asevera que “el monumental aeropuerto que el pueblo ya admira con cariño por que lo sabe suyo, las hermosas colonias que atraen todos los veranos a millares y millares de niños, los magníficos balnearios de aguas saladas y los grandes bosques en formación con más de tres millones de árboles, están granjeando a Ezeiza de una notable y creciente popularidad y revelan el acierto del Gobierno al dotar al pueblo de un espléndido lugar de esparcimiento, amplio y sano a las puertas de la Capital”.
Para finalizar entonces, recordando que la propuesta del nombre es de los trabajadores, y avalada por Perón, nosotros creemos más en la palabra de éstos que en las proposiciones del médico psicoanalista. Pensamos, a diferencia de la nota del diario de Jorge Fontevecchia, que a las ideas de los trabajadores hay que respetarlas (como a los personajes que cumplieron con la Patria y con su accionar la engrandecieron). A los trabajadores, como afirmó el líder de Camioneros el 21 de febrero en el multitudinario acto en la 9 de Julio, “no tienen que tenerles miedo, ¡tienen que tenerles respeto!”. Así, dejamos para la reflexión las palabras de Perón al dejar establecido el nombre de “Ministro Juan Pistarini” para el aeropuerto de Ezeiza: “las grandes obras se construyen sobre la felicidad de los hombres y no sobre la desgracia y la miseria de los obreros. Por eso, compañeros, felicito a su excelencia al señor ministro de Obras Públicas, por su capacidad realizadora, por su competencia técnica, por su energía en la realización y, por sobre todas las cosas, lo felicito porque veo la cara alegre y conforme de sus obreros que lo han ayudado en esta gran empresa”

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Sueños de Patriotas - Dr. Julio R. Otaño: Vuelta de Obligado

 Programa de Educación producido y conducido por Marina y el Tamborcito de Tacuarí...Viernes 17 de noviembre de 2023


martes, 26 de septiembre de 2023

El libro de Fermín Chávez que la Academia no leyó (y van…)

Por Facundo Di Vincenzo
Un odio que enceguece: la historiografía académica y el estudio de “lo popular”.  Ariel De la Fuente es historiador. Hace doce años publicó el libro Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de La Rioja durante el proceso de formación del Estado nacional argentino (1853-1870). Como lo señala su título, se ocupa principalmente de estudiar la relación entre los caudillos y los sectores populares en La Rioja. Inevitablemente debió hablar para ello de los líderes populares Facundo Quiroga, Ángel Vicente “El Chacho” Peñaloza y Felipe Varela.  De la Fuente comienza su libro con una serie de preguntas: ¿cómo entendían en realidad los gauchos su relación con los caudillos y la política en general? ¿Qué significaban unitarismo y federalismo para ellos? ¿Por qué se rebelaban? ¿Qué cosa especial había en Peñaloza y en otros caudillos que generaban semejantes lealtades y emociones? Las preguntas pueden resultar interesantes y hasta sorprendentes en algunos de los pasillos de la academia de Historia o en las laberínticas oficinas del último piso del edificio ubicado en Puan 480, en donde numerosos docentes e investigadores que pasaron por las aulas de carreras de grado, posgrado y posdoctorado no han leído –o han leído de reojo– los trabajos del llamado revisionismo histórico, corriente historiográfica que muchos de ellos detestan. ¿Por qué digo esto? Porque, mal que les pese a “los académicos”, las preguntas planteadas por De la Fuente ya han sido tratadas, estudiadas y –en algunos casos– respondidas por los historiadores del revisionismo histórico y de la izquierda nacional –estos últimos son otro grupo que la academia se encargó de correr del campo historiográfico, designándolos como “ensayos políticos” o “una historia de militantes”.  Por mencionar tan sólo algunos estudios que un buen investigador puede encontrar, están los libros de José Luis Busaniche: Estanislao López y el federalismo del litoral (editorial Cervantes, 1927); Fermín Chávez: Vida y muerte de López Jordán (Theoria, 1957); José María Rosa: La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas (A. Peña Lillo, 1964); Roberto Zalazar: El brigadier Ferré y el unitarismo porteño (Pampa y Cielo, 1964); Washington Reyes Abadie: Artigas y el federalismo en el Río de la Plata (De la Banda Oriental, 1966); Jorge Abelardo Ramos: “Las masas y las lanzas”, primer volumen de los cinco de Revolución y contrarrevolución en la Argentina (Amerindia, 1957); Norberto Galasso: Felipe Varela. Un caudillo latinoamericano (Cuadernos de Crisis, 1975); entre tantos otros. Además hay que destacar las publicaciones del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel Rosas, que se dedicó con su revista a diversos temas relacionados a los líderes populares entre los años 1939 y la actualidad.  Subrayo: desde hace al menos más de 50 años estos historiadores han estudiado la relación existente entre las masas de la población de la campaña y los llamados caudillos, que en la mayoría de la casos eran también gobernadores, generales, coroneles o brigadieres. A pesar de ello, De la Fuente desconoce o no quiere reconocer todos estos trabajos, y afirma en su libro: “Sin embargo, a pesar de la posición central de Facundo, Chacho y sus seguidores en la historia, la cultura y la política en la Argentina desde mediados del siglo XIX, no se ha realizado ningún estudio abarcador de los caudillos, las montoneras y la política en La Rioja, y sabemos muy poco de ellos más allá de los relatos políticamente sesgados y ficcionalizados que dejaron Sarmiento, Hernández y Gutiérrez”. Leo y releo esta afirmación de un libro que los historiadores deben leer como lectura obligatoria en las universidades argentinas, vale decir: un libro que es hoy referencia, que se toma como “un clásico” del periodo transcurrido entre 1810 y 1880. Leo y releo esta afirmación mientras tengo acá, al lado mío, las dos ediciones de Fermín Chávez, Vida del Chacho. Ángel Vicente Peñaloza, General de la Confederación, publicado por editorial Theoria en 1962 con 180 páginas, y una segunda edición en 1867 que contiene un apéndice documental de 83 páginas, en donde se reproducen las cartas del “Chacho” Peñaloza con Urquiza, Santiago Derqui, el coronel Ricardo Vera, José Hernández, Olegario Andrade, Juan Saá, entre tantos otros. Pienso en “la barbarie letrada”, aquella frase utilizada por Alberdi cuando atacaba a Sarmiento. Se me cruza otra frase, más conocida, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, sobre la idea de quienes escribieron la historia. Dice el oriental: “Si la historia la escribieron los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”.


Fermín Chávez y su Vida del Chacho

El libro de Chávez demuestra –siguiendo meticulosamente la vida y la trayectoria del “Chacho” Peñaloza– que, luego de la caída del gobierno federal de la Confederación Argentina en noviembre de 1861, la provincia de Buenos Aires con sus unitarios –porque también Buenos Aires tenía federales– comenzó de una forma violenta y brutal a exigir que las demás provincias le rindieran obediencia por su victoria militar en la Batalla de Pavón, en donde Mitre venció a la Confederación Argentina liderada por Urquiza. La victoria militar no se tradujo inmediatamente en victoria política de los unitarios ni de sus aliados en las provincias. Comenzó un largo periplo que incluyó batallas entre Buenos Aires y las provincias del interior, traiciones entre los aliados federales y una guerra infame que unió a los sectores liberales de las ciudades portuarias del Uruguay, el Imperio del Brasil y Buenos Aires, contra el Paraguay.   El autor además demuestra cómo en los llamados “letrados” argentinos contemporáneos al “Chacho” –Mitre, Sarmiento, Fidel López, Echeverría– primó el desprecio por el gaucho y por el indio, secundado por una postura despectiva hacia la tradición católica y española. Los gauchos y los indios fueron rápidamente utilizados para llenar la línea evolutiva que estos académicos y científicos tomaban de Europa. Hacia fines del siglo XIX Sarmiento traía el darwinismo social decimonónico al Río de la Plata y juzgaba con la vara europea a los pobladores del territorio. La barbarie –expresada en el Facundo o civilización y barbarie (1845) y en la Historia de Belgrano (1857) de Mitre– caía sobre los gauchos y los indios que le dieron la independencia a estas tierras. Estas teorías llegaban como una fuente infinita de justificaciones, pero también como una fuerza puesta a motorizar un proceso ya iniciado de enajenación de tierras a los gauchos e indios, y de intervención militar y política de la ciudad puerto sobre el interior.  Paradoja del tiempo quizás, los letrados modernos y posmodernos argentinos sostuvieron lo que decían estos letrados del siglo XIX. Muchos de ellos no pueden o no quieren aceptar que el pueblo haya podido elegir, seguir y luchar junto a líderes populares como Peñaloza, Quiroga o Varela. Se les hace un nudo en la garganta. Se les paralizan los dedos y parece que no pueden escribir cuando se cruzan con documentos que hablen sobre la relación que existía, existe y existirá entre la política y el pueblo. Siguiendo a Mitre, como hace más de cien años traducen en lenguaje liberal esta relación y hablan de manipulación, caudillismo o populismo. Para ellos, la política o la democracia pasaban por la ciudadanía. Ahora bien, ¿cómo era esa ciudadanía? Cuando se habla de los derechos políticos durante el siglo XIX estos autores en general se detienen en las elecciones. Pero estas elecciones se realizaban sin la existencia de derechos civiles –libertad de opinión, difusión, organización y manifestación– y sin derechos sociales –derecho a la educación, al trabajo, al salario justo, a la salud, a la jubilación, a la libre elección e igualdad, garantizando a todos un nivel aceptable de bienestar. En consecuencia, esas elecciones y esos derechos políticos tenían un alcance muy limitado: estaban vacíos en su contenido, sirviendo más para justificar a los gobiernos que para representar a sus ciudadanos. A pesar de todo, hace pocos años la historiografía académica comenzó a realizar estudios de los llamados “sectores populares”. ¿Cómo fue posible este giro? Porque tomaron la tradición de estudios populares surgida en Europa –sí, eso también lo vieron primero en Europa– con los estudios culturales de la escuela de los Annales de Lefebvre y Bloch; o de la historia popular de las revueltas y revoluciones en Gran Bretaña de los ingleses E.P. Thompson, Rodney Hilton y Christopher Hill; las investigaciones del historiador francés Roland Mousnier; o las microscópicas búsquedas del italiano Carlo Ginzburg. De estos trabajos rescato tan sólo a un puñado de interesantes exploraciones y estudios surgidos en la década del ochenta: hablo de Raúl Fradkin, Samuel Amaral, Carlos Mayo, Raúl Mandrini, Ricardo Salvatore, o de algunos de sus discípulos o autores y autoras que han realizado buenos trabajos, como el caso de Diego Santilli, Gabriel Di Meglio, Ana Frega, Beatriz Bragoni y Gustavo Paz. Subrayo: estos autores y autoras no reconocen la tradición de estudios de los sectores populares desarrollados por el revisionismo histórico ni por la izquierda nacional, sino que retoman la tradición de las escuelas de Francia y Gran Bretaña, con los problemas inevitables asociados a toda reproducción.  En un siglo XIX marcado por las presiones de las potencias europeas, vale decir, atravesado por la conformación de un orden neocolonial –como lo señala uno de los intocables de los académicos, como Tulio Halperin Donghi–, resulta irrisorio desatender los efectos de los intereses de los imperios británico, francés u holandés sobre la política del Río de la Plata. Resulta incomprensible que no vinculen dichos intereses con las perspectivas de los líderes de las facciones en pugna, o que no se explore sobre los efectos causados en la economía de los sectores populares. En definitiva, que no se pregunten: ¿cuánto benefició –si es que benefició– la política económica liberal propuesta por las potencias europeas a los pobladores de la región del Rio de la Plata? Y estrechamente relacionada con esta pregunta: ¿qué relación tuvieron estas transformaciones con las luchas entre los diferentes sectores durante el siglo XIX? En la mayoría de estos trabajos no se profundiza sobre la ligazón –necesaria e imprescindible– con la política económica o, peor aún, no se excava sobre los distintos proyectos alternativos. En consecuencia, se hace imposible ligar la política con la historia política de los pueblos, con sus economías y efectos: comercio de artesanías, circuitos económicos legales e ilegales, tenencias de la tierra, etcétera. Observo que cuando en la historiografía se habla del pueblo, no se habla de economía o política, sino que se lo encasilla como “historia social”, “literatura criolla” o “vida cotidiana” del siglo XIX. En síntesis, cuando aparece el contenido político sólo se lo menciona ligado a los proyectos de los letrados (Mitre, Sarmiento, Alberdi), descartando los proyectos de los llamados “caudillos”.   Con más de cien años de historia, es momento de reconocer que la historiografía académica tiene una tradición que ha afectado los modos de explorar, investigar o –como nos gusta decir a los historiadores– de “hacer historia”. No basta con cursar materias de grado y posgrado sobre la historia de nuestra historiografía. Encuentro la necesidad –más bien, la urgencia– de reconocer su tradición liberal, afrancesada y anticatólica. Una tradición que ha imposibilitado el acercamiento al folklore y a nuestro pasado católico, criollo, gaucho, negro e indígena. La historia ha dejado esa tarea al costado y con ello ha perdido la historia del pueblo que vivió el siglo XIX.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Palabras del Prof. Julio R. Otaño en el Acto Oficial en Homenaje a José Rafael Hernández

 Plaza Principal de General San Martín, 20 de octubre de 2023. Hicieron uso de la palabra la Sr. Secretaria para la Integración educativa, Cultural y Deportiva Prof. Nancy Katopodis y de la Presidenta del Instituto Sanmartiniano Prof. Nora de Fassani



martes, 5 de septiembre de 2023

Banderas tomada por los ingleses y franceses en el combate de la Vuelta de Obligado: fueron mercantes...ninguna Bandera de Guerra

“De lanilla azul y blanca. Lleva tres franjas en sentido horizontal. En la franja superior dos gorros frigios, de color rojo, uno a la derecha y otro a la izquierda. En la franja central sobre fondo blanco, un círculo color rojo que lleva en el centro una cara circundada por ocho haces de rayos. La franja inferior es exactamente igual a la superior”.
“Otro hecho interesante que nos ha sugerido aquella información es la existencia en el Museo Histórico Nacional de una bandera argentina de la época de la Confederación, recogida por la escuadra anglofrancesa al pie de las baterías de obligado en el año 1845 y devuelta muchos años más tarde en forma privada por uno de los oficiales de la marina británica que intervino en aquel combate. (…) El almirante Sullivan intervino en el combate de Obligado en calidad de capitán y refería que en aquél homérico encuentro todos sus compañeros de armas, quedaron admirados de la bravura demostrada por el jefe de una batería argentina, emplazada en la costa y batida cruelmente por el fuego cruzado de los formidables cañones de todos los barcos ingleses y franceses. Era, según se supo después, el coronel Ramón Rodríguez, con el Regimiento de Patricios de Buenos Aires. Forzado en paso y posesionados los anglo franceses de la batería, batallaron entre los cadáveres ensangrentados de los defensores, una bandera de la Confederación, semejante a nuestra enseña nacional actual pero con emblemas rojos dentro de las franjas. El capitán Sullivan la llevó consigo y pasando los años, siendo ya almirante, enteróse un día de que una dama argentina había devuelto a un regimiento inglés una bandera conquistada en la invasión de 1807".
“Deseoso de seguir ese ejemplo- escribió entonces el almirante Sullivan- quiero restituir al coronel Rodríguez si vive, o sino al Regimiento de Patricios de Buenos Aires si aún existe, la bandera bajo la cual y en la noble defensa de la patria cayeron tantos de los que en aquella época lo componían.
Si el coronel Rodríguez ha muerto y si el Regimiento no existe ya, yo pediría a cualquiera de los miembros sobrevivientes de su familia que la acepten en recuerdo suyo y de la muy brava conducta de él, de sus oficiales y de sus soldados en Obligado”.
Esta es la historia de la bandera argentina que un día pudo ser trofeo de guerra de una poderosa nación, y que hoy es todo un símbolo de heroísmo que se contempla con verdadera emoción en el sagrado recinto del Museo Histórico”.
FUENTE: La Razón, 18 de agosto de 1928.

Bandera, tomada por los franceses en el Combate de la Vuelta de Obligado.
Esta bandera es de lanilla, de 2m 90 por 4m 50 , tiene en el centro de la banda blanca un sol rojo, pero carece de gorros; asimismo no tiene leyendas federales.
“De acuerdo con los escritos de Martiniano Leguizamón y de Evaristo Ramírez Juárez, las cinco banderas que se encontraban en la capilla St. Louis, detrás de la tumba de Napoleón, en el Hotel de los Inválidos de París (en la actualidad Museo del Ejército), no constituyen trofeos militares de los franceses, quienes las tomaron en la batalla de Obligado, el 20 de noviembre de 1845.
La fundamentación de esto se debe a que las mismas son consideradas por Argentina como banderas mercantes, ya que son parte de las que se encontraban en los barcos con los cuales se mantenía la cadena a todo lo ancho del río Paraná, para impedir el paso de la escuadra anglo francesa. Por otra parte así lo estableció el parte de batalla de los vencedores que ratificaron el hecho, al decir que dichas banderas estaban “...varios pabellones argentinos tomados sobre las baterías y en los navíos que formaban la estacada”, es decir, los barcos unidos por las grandes cadenas que se utilizaron en ese evento.
Otro detalle de estas banderas mercantes es que no tenían las leyendas federales y algunas de ellas tampoco los cuatro gorros frigios en los cuatro ángulos de las enseñas. No eran por lo tanto las reglamentarias del ejército o de la armada de Rosas. De esas cinco banderas, exhibidas y muy mal conservadas durante muchos años, una fue devuelta en marzo de 1997 y está depositada en el Museo Histórico Nacional, y dos aparentemente fueron perdidas durante la ocupación de París durante la segunda guerra mundial y fueron dadas de baja en el inventario del Museo francés.
Actualmente existe una bandera argentina sin sol ni gorros frigios en los ángulos ni leyendas, colgada de la nave central de la capilla de St. Louis”.
FUENTE: PEÑA, Juan Manuel y ALONSO, José Luis; “Las Banderas de los Argentinos. Doscientos años de historia”, Aluar-Fate, Bs As, 2009, p 138.
“En la última etapa de su visita oficial al Cono Sur, el presidente Jacques Chirac entregó al presidente Carlos Menem una de las cinco banderas argentinas depositadas, desde 1846, en un santuario de la identidad nacional francesa: el Hotel des Invalides. El peso simbólico de esas banderas tomadas por el capitán de navío Francois Thomas Trébouart, el 20 de noviembre de 1845, recorrió la memoria colectiva argentina a lo largo de varias generaciones: interesó, ocupó, preocupó y llegó a veces a obsesionar, no sólo a historiadores y ensayistas, sino a diplomáticos, diputados, ministros, embajadores, militantes políticos y hoy incluso a dos presidentes electos democráticamente. El imponente emblema que ayer regresó al país es de color azul intenso, mide 2,90 X 4,50 metros, posee un sol rojo punzó en la banda blanca central, y acaba de ser restaurado, gracias a las técnicas más modernas y exquisitas de preservación de reliquias, por el personal especializado del Atelier de Restauration Textille du Musée des Invalides”.

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domingo, 3 de septiembre de 2023

Cementerio de Recoleta: Bóveda de David Alleno.

Por Julio R. Otaño
Aquí abundan las bóvedas de apellidos ilustres, de familias patricias y millonarias. La pretensión de descansar por la eternidad en esos metros puede llevarse los ahorros de toda una vida. David Alleno, un italiano que llegó a Buenos Aires hacia 1880 y que trabajó en el cementerio de La Recoleta hasta 1910, quiso perdurar, a su modo, en la memoria pública. Al retirarse, compró con sus ahorros una bóveda que custodió y limpió por treinta años. Ahorró peso sobre peso y aguantó mil privaciones hasta lograr su obsesión: una estatua de sí mismo, vestido de cuidador, con moño y un enorme manojo de llaves en una mano, posando delante de una escoba y una regadera. Se hizo traer la escultura de Génova y la colocó, con la paciencia de un artesano, sobre lo que sería su tumba. Asombró a sus amigos cuando puso el monumento, ya tenía la fecha: ‘David Alleno, cuidador en este cementerio 1881-1910’. Cuando la Bóveda estuvo totalmente terminada, David Alleno avisó a la administración del cementerio que no iba a concurrir más a trabajar. Feliz por haber cumplido su sueño y dominado por las ansias de poder usar su tumba volvió a su casa y FALLECIO….Según los guías del Cementerio se pegó un tiro…. su certificado de defunción explica que falleció el 31 de agosto de 1915. La causa de la muerte figura como “trauma y contusión cerebral”. Por supuesto, si la lesión en la cabeza fue autoinfligida o no, no aparece en el nombrado certificado, pero cada dato que visitantes y curiosos aportan para reconstruir la historia del cuidador -que no quiso esperar para estrenar su propia tumba- constituye un paso para acercarse un poco más a descubrir la verdad detrás de la leyenda urbana.
 




sábado, 2 de septiembre de 2023

Cementerio de Recoleta; Bóveda de Bartolomé Mitre (1821-1906). Su muerte y entierro...

Por Julio R. Otaño
En este mausoleo descansan también los restos de su esposa Delfina de Vedia. Ejecutado en mármol, sus esculturas fueron realizadas por Edoardo Rubino (1871 – 1954), nacido en Turín, y representan “La Libertad” en el centro, flanqueada por “El Deber” y “La Justicia”. En su parte superior, se encuentra enmarcado entre figuras aladas, el nombre del discutido creador de la “Historia Oficial” y del Diario “La Nación”. Su muerte: El hombre que dio la novedad a los argentinos que aguardaban amontonados en la casa de la calle San Martín fue el comandante Fortunato, ayudante de Bartolomé Mitre. A los 64 años (en 1886) se presentaron los síntomas de una afección que lo acompañaría hasta la tumba, derrames de las articulaciones, especialmente la del codo, que fueron diagnosticadas como abscesos fríos. Estos debieron ser drenados quirúrgicamente. El doctor sospechaba un proceso tuberculoso pero nunca se lo pudo confirmar. A los 84 años Mitre entonces le confesó a su médico que sus grandes placeres, el estudio y la meditación, le estaban vedados, los dolores que sufría en su brazo izquierdo eran atroces. Días después cayó postrado. Ya no probaba bocado y apenas bebía, pero su fuerte complexión prolongó la agonía cincuenta y cuatro días. El Dr. Piñero llamó en consulta al Dr. Luis Güemes para compartir la asistencia. Los dos facultativos coincidieron, poco se podía hacer. El general conservó su lucidez hasta que la debilidad y la fiebre lo dominaron, entonces pronunciaba palabras incomprensibles. Se lo escuchaba nombrar a Rawson y a Sarmiento, con los que parecía mantener extensos diálogos. Los signos de la insuficiencia renal eran evidentes, poco se podía hacer. Considerando la situación, La Nación comenzó a escribir partes diarios sobre el estado de salud del expresidente. Llegó el nuevo año y el general apenas pudo levantarse para saludar a los suyos. El calor lo agobiaba. El día quince de enero todo hacia anunciar un pronto desenlace. A pesar de su condición de masón, Mitre no era ni enemigo ni aliado de la Iglesia, de hecho, durante se presidencia recibió al delegado apostólico Monseñor Marini “con señales de benevolencia”. Sin embargo, durante su gobierno, se dictó la ley de secularización de cementerios para evitar conflictos sobre a quien no y a quien sí enterrar en Campo Santo. 

 
Versiones como las de J. Echeverri dicen que Mitre murió masón, “sin cruz y sin esperanza”. Otra versión confirma que Monseñor Romero fue a la casa del general, a pedido de la familia, el 4 de diciembre de 1905 y permaneció a solas con Mitre durante dos horas, confesándose debidamente. Al día siguiente, el obispo celebró misa en la habitación del general que comulgó en la oportunidad El 18 de enero por la noche, el general abrió sus ojos tristes y sin hablar, hizo un gesto de despedida. Toda su familia lo rodeaba –hermana, hijos, nietos– esperando el momento final que llegó la madrugada del 19. Durante ese viernes 19 de enero de 1906, fue velado en su famosa biblioteca. A las 10 de la mañana del día siguiente fue llevado hasta la Casa de Gobierno. La capilla ardiente se instaló en el Gran Vestíbulo y ofrecía un aspecto imponente. El presidente Quintana, enfermo en cama, se vio impedido de participar del proceso funerario. En su lugar estuvo el vicepresidente José Figueroa Alcorta, quien pronto sería presidente, justamente, por el fallecimiento del primer mandatario. El cajón llevaba la bandera argentina, el uniforme, y el infaltable chambergo de paisano. Era ese sencillo sombrero negro el símbolo más reconocible del general, que luego sería donado al Museo Nacional. Lo cargaron estoicamente sus familiares durante todo el trayecto. El recorrido se inició por la Plaza de Mayo, donde se detuvieron un instante. Detrás de la banda de música iban diferentes secciones de artillería, caballería y la escuela naval, antiguos guerreros de la guerra contra Paraguay, ministros, presidentes y comisiones de las cámaras. Después marcharon hasta la Avenida de Mayo y giraron a la derecha en Callao. Al llegar a la Avenida República (hoy llamada Manuel Quintana) doblaron a la izquierda y se encaminaron hacia el Cementerio de Recoleta. En el peristilo leyeron sus discursos Carlos Pellegrini (que también estaba enfermo y próximo a partir), el coronel uruguayo Gómez, el brasileño Bocayuva, Figueroa Alcorta y el doctor Agustín Álvarez, entre otros. La bóveda fue bendecida por monseñor Romero y luego se introdujo el féretro que contenían los restos de don Bartolomé Mitre en la tumba de la familia. Tenía reiteramos: 84 años-

viernes, 1 de septiembre de 2023

Las dos caras del "León de Riobamba", de héroe de la Emancipación a fusilador y responsable del comienzo de la Guerra Civil Argentina.

Por el Dr. Julio R. Otaño
“Todo estaba en su mano y lo ha perdido/ Lavalle, es una espada sin cabeza”. Esteban Echeverría.  juan Galo Lavalle nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1797. Era el cuarto hijo de Manuel José de la Valle y Mercedes González. Lavalle ingresó como cadete en el Regimiento de Granaderos a Caballo en 1812. La influencia del General San Martín en la modelación espiritual de los jóvenes oficiales habría de ser de decisiva gravitación. 19 generales salieron de sus filas, sus escuadrones lucharon en San Lorenzo, Montevideo, Tucumán, Chacabuco, Talcahuano, Maipú, Río Bamba y Ayacucho. En 1816, con su regimiento, ingresó al Ejército de los Andes que San Martín preparaba en Mendoza. En Chacabuco fue ascendido a capitán. En Maipú mandó una compañía de Granaderos que con los regimientos de Zapiola y Freire pusieron fuera de combate a la caballería realista. En Nazca, Perú, el 15 de octubre de 1820, al frente de la caballería patriota avanzó a todo galope sobre el campo realista, causando una completa sorpresa. EL 21 de abril de 1822, se convierte en el León de RíoBamba. Intervino en Pichincha, en el desastre de Torata y en la retirada de Moquegua, donde con 300 Granaderos contuvo a un ejército varias veces superior. Juan Lavalle retornó a las Provincias Unidas y Allí trabajó codo con codo con Juan Manuel de Rosas, en la frontera sur. En febrero de 1826, Bernardino Rivadavia fue designado presidente de las Provincias Unidas, por una farsa de congreso dirigido por la Logia Unitaria y desconocido por las provincias. Juan Lavalle fue enviado a integrarse al ejército en la guerra con el Brasil, donde nuevamente se destacó por sus dotes militares. En febrero de 1827 venció a una columna de 1.200 hombres en Bacacay. En ltuzaingó, en audaz y calculaba maniobra, arrolló a las fuerzas del general Abreu, siendo ascendido a general.  El fracaso unitario facilitó la llegada a la gobernación de Buenos Aires del federal Manuel Dorrego, lo cual produjo una fuerte inquietud en el círculo oligárquico de la ciudad, que apoyaba al sistema unitario. El 1º de diciembre de 1828, un golpe de estado encabezado por el General Lavalle derrocó a Dorrego. Salvador María del Carril le escribía a Lavalle el 12 de diciembre de 1828: «La prisión del General Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Nada queda en la República para un hombre de corazón.” La nefasta influencia de Del Carril se aprecia en esta carta de Lavalle a Brown: «Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra…….y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo. Estoy seguro de que a nuestra vista no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles».  EL general Lavalle decide fusilar a Dorrego el 13 de diciembre. Lavalle para evitar toda reacción federal, impone el terror (ocultado por los escribas de la historia oficial liberal, que es totalmente “tuerta” al analiza esta época). El Pampero aconsejaba a Lavalle "degollar por lo menos cuatro mil federales”. Son tantos los crímenes ese año trágico, que 1829 es el único en la demografía de Buenos Aires donde las defunciones superaron a los nacimientos: hubo 4.658 muertes, cuando en 1827 fueron 1.904 y en 1828, 1.788. La expresión salvajes unitarios no fue antojadiza. Lavalle acaba por capitular con Rosas, a quien las circunstancias han convertido en jefe del partido federal porteño.  En 1839, con apoyo de los emigrados unitarios y de los franceses, pasó con una división a Entre Ríos, donde combatió con suerte varia. Derrotado por Echagüe en Sauce Grande, cruzó el Paraná en embarcaciones francesas y con 1.100 hombres estuvo en 15 días en Luján. Rosas había organizado un ejército de 12.000 hombres, y Lavalle, sin apoyo, se retiró, tomando a Santa Fe en setiembre de 1840. Perseguido por tres ejércitos, trató de reunirse con La Madrid. A marchas forzadas Oribe lo alcanzó el 28 de noviembre en Quebracho Herrado, en donde quedó liquidado el ejército de Lavalle. Trató de organizar la guerra de partidas. Fracasó y, con menos de 1.000 hombres para contener a los 5.000 de Aldao, se dirigió a Chilecito, tratando de atraer sobre él a los federales, dando así tiempo a La Madrid para organizarse en Tucumán. Lo consiguó por algunos meses, y el 10 de junio de 1841, ante la proximidad de Aldao, buscó a La Madrid en Catamarca. Pasó luego a Tucumán, uniéndose a Marco Avellaneda, gobernador allí desde marzo de 1841, marchando ambos a Salta. Oribe, desde Río Hondo, amagó entonces sobre Tucumán. Marco Avellaneda había sido el primero en iniciar el desbande, había ido con su fuga más pronto hacia la muerte, porque su misma escolta acabó por traicionarlo entregándolo a los federales. Lavalle, con un puñado de hombres, se dispuso a vender cara la derrota. En la noche del 19 de setiembre de 1841 cruzó el río Famaillá, amaneciendo formado en batalla a espaldas del enemigo.
Después de una hora de combate, el ejército de Lavalle se desbandó. La derrota de Famaillá concluyó con la coalición del norte, y Lavalle regresó a Salta, pensando aún en resistir. Su plan consistía en atraer a Oribe, alejarlo de su teatro principal de operaciones para que, en su ausencia, desarrollaran libremente su acción los generales Paz y La Madrid.  El general Juan Esteban Pedernera, dejo unas memorias muy interesantes “Han pasado más de 40 años de los hechos que voy a referir, y con todo siento gran pena en declarar hoy, libre de todo prejuicio, que a Lavalle se le había pasado el momento. No es lo mismo mandar que obedecer: una cosa es maniobrar con una Compañía, con un Escuadrón, con un Cuerpo de un arma combatiente, y otra cosa es mandar una División, y aún más difícil es organizar y mover un cuerpo de Ejército; y las dificultades son aún mayores si a esto se agregan los trabajos de la preparación de una campaña, en la que se deben tener presentes factores muy diversos y cada uno con sus menores detalles, cualquiera de los que desatendidos, fácilmente puede conducirnos a un terrible fracaso. Aquel «León que se debía tener en la jaula y soltarlo el día del combate» ya no era el mismo, ya no era el joven impetuoso y ágil de los tiempos pasados. Todo había cambiado: esa estrella se hallaba en el ocaso. La disciplina estaba olvidada en la tropa y no se guardó el respeto debido a los moradores de la campaña atravesada. Después del desastre, mientras nos dirigíamos a Jujuy, en una rinconada del río Juramento, Lavalle sintió silbar las balas sobre su cabeza, pero las miraba tranquilamente con desprecio, pues jamás perdió ni decayó su valor legendario.” En Salta abandonarían a Lavalle sus viejos compañeros, los comandantes Ocampo y Hornos ya resueltos a cruzar el Chaco e ir a Corrientes para ponerse a las órdenes de Paz. Fue el “sálvese quien pueda” para los unitarios de Salta. El poderoso Ejército Libertador había quedado reducido a doscientos hombres: Lavalle dejaba Salta para intentar una imposible resistencia en las quebradas de Jujuy. Lavalle no quería dejar la guerra mientras Paz luchaba en Corrientes y Lamadrid en Mendoza (nada sabía, nada supo jamás de la completa derrota de éste en Rodeo del Medio): “debemos de ser los últimos en abandonar la tierra Argentina” Cabalgaba triste y abatido al frente a sus hombres, que no llegaban a 200. Estaba enfermo de paludismo y lo atacaban vómitos de sangre que los provocaba el polvo de corteza de quina que tomaba para esa enfermedad. La tradición oral asegura que lo acompañaba Damasita Boedo, una joven de 23 años de ojos azules que había abandonado el hogar federal solo para seguirlo. Era sobrina de Mariano Boedo, congresista de Tucumán y su hermano, el coronel federal José Francisco Boedo, había sido fusilado en Campo Santo por orden del propio Lavalle. Se piensa que decidió acompañar al general solo para encontrar la oportunidad de vengar la muerte de su hermano pero que terminó enamorándose de él. Llega a Jujuy, Un centinela quedó en el portón de entrada. En las habitaciones se alojaron Frías y Lacasa y en el patio los soldados. Luego de la sala había otra habitación, que fue la que ocupó Lavalle. En el amanecer del 9 de octubre, el centinela sorprendió con un “quién vive” a una partida al mando del teniente coronel Fortunato Blanco. Eran cuatro tiradores y nueve lanceros. Al escuchar los gritos, el edecán Lacasa se asomó por la ventana. El jefe federal lo intimó a rendirse. Lacasa corrió hacia adentro gritando “¡Tiradores! ¡A las armas!”. Alertó a Lavalle de que los enemigos estaban frente a la casa. Cuando le dijeron que eran una veintena de paisanos, los tranquilizó. Mandó ensillar y se propuso abrirse paso. Lavalle no imaginó que en la calle un piquete de soldados enemigos, pie a tierra, apuntaban hacia la puerta. Y cuando cruzaba el primer patio hacia la calle, se produjo una descarga de fusiles. Fueron tres disparos contra la puerta, apuntando hacia la cerradura. Un proyectil que habría rebotado en el filo de la puerta o que ¿tal vez entró por el agujero de la cerradura? fue a dar a su garganta. Lavalle cayó al piso y trató de arrastrarse unos metros. Y quedó ahí. Sus acompañantes fugaron por los fondos de la casa. Su supuesto matador, José Bracho, entró a la casa, vio el cuerpo de Lavalle pero no lo reconoció. Volvió a salir para sumarse a buscar a los soldados que acampaban en las afueras. José María Rosa, el gran historiador revisionista, desarrolla una atrapante investigación sobre la muerte de Lavalle y contradice puntillosamente la versión oficial sobre la misma. En "El cóndor ciego" expone su análisis sobre las condiciones anímicas y políticas en las que Lavalle llegó a su hora suprema, y aventura su propia y sorprendente interpretación sobre lo ocurrido en la noche de Jujuy. Acosado por la culpa de sus desvíos Lavalle fue cayendo en un profundo estado depresivo. Pesaba sobre su alma el fusilamiento de Dorrego; también el haber conducido un ejército y matado compatriotas al servicio de los intereses de la logia de notables con el pretexto de luchar por la "libertad" (auxiliado por el Imperio Francés económica y bélicamente). Pero Lavalle, tan pronto ingresa al territorio argentino advierte que, a despecho de lo que le decía la Comisión Argentina en Montevideo, la opinión pública era favorable a Rosas y no iba a acompañar revolución alguna. Esta comprobación, el recuerdo de Dorrego y la humillación del dinero francés le atravesaron el alma. Fue por todo ello que, finalmente, en la jujeña casa de Zenarruza, el cóndor ciego plegó las alas y se dejó caer hacia la muerte, suicidándose. En el patio quedó el cuerpo del general, con su cabello rubio, rizado, barba larga y canosa. Sus ojos azules estaban abiertos. Sus soldados rescataron su cuerpo. Un grupo fue hasta la casa, donde muchos curiosos se habían acercado para contemplar al muerto. Le quitaron las botas, le taparon el rostro con un lienzo y lo subieron a un caballo, con la cabeza y los brazos colgando hacia un lado y las piernas al otro. Lo taparon con un poncho azul y se fueron del pueblo. Para evitar que su cadáver fuera profanado, sus compañeros de armas, al mando del general Juan Esteban Pedernera, decidieron proteger sus restos.
El trágico cortejo, acechado y perseguido, esquivando y burlando a sus enemigos. Al cadáver lo subieron al tordillo de pelea de su jefe y lo cubrieron con la bandera argentina que las damas de Montevideo habían bordado. Con esa bandera soñaba Lavalle entrar un día a Buenos Aires. Sus restos comenzaron a descomponerse y el calor contribuyo a eso... Había que salvar lo que se podía salvar... Danel era un francés que había perdido un ojo -se lo conocía como “el tuerto”- y además de militar había estudiado medicina en su país. Llegó al Río de la Plata en la campaña de reclutamiento que hizo Bernardino Rivadavia para incorporar a oficiales europeos experimentados al ejército. En un rancho ocupado por la familia Salas pidió un cuero y salmuera, y solo con su cuchillo emprendió la tarea. Fue a orillas del arroyo Huancalera y mientras separaba carne y vísceras, el cabo Segundo Luna lavaba los huesos que acomodó en una caja con arena fina. La cabeza fue envuelta en un pañuelo blanco y su corazón fue puesto en un frasco con aguardiente. El 23 la urna con sus huesos, la cabeza y el corazón fueron sepultados en la catedral de Potosí. El general Oribe mandó una partida a perseguirlos. Quería el cadáver de Lavalle para hacerse del trofeo más preciado, su cabeza. Un mes después de su muerte, la noticia se supo en Buenos Aires y Rosas dispuso salvas de cañones disparados desde el Fuerte, repique de campanas de las iglesias y muchos vivas a la santa federación. El soldado José Bracho, el que dijo que lo había matado, tuvo su premio. Era un pardo soltero que vivía en Buenos Aires, en el barrio de La Piedad. El 13 de noviembre de 1842 Rosas lo declaró benemérito de la Patria en grado heroico, teniente de caballería de línea, con goce de 300 pesos mensuales y 3 leguas cuadradas de terreno, 600 cabezas de ganado vacuno y 1000 lanares. Rosas dispuso que el arma que usó fuera al museo de la ciudad, y no se sabe qué pasó con ella. Dicen que Damasita Boedo no pudo o no quiso regresar a su hogar. Vivió en distintas ciudades de Bolivia, Perú y Ecuador y cuando conoció a Guillermo Billinghurst, ministro peruano, fueron a vivir juntos a Chile. Finalmente regresó a Salta donde falleció el 5 de septiembre de 1880. Se fue con su historia de misterios, que comenzó cuando una bala -vaya uno a saber cómo- atravesó una puerta y mató a un general enfermo, triste y derrotado. El 19 de enero de 1861 fueron inhumados en el Cementerio de la Recoleta
. Desde abril de 1918 sus restos descansan en su mausoleo en la parte final del cementerio, decorado con una escultura de bronce de un granadero, obra del escultor Luis Perlotti