Rosas

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viernes, 31 de octubre de 2014

A 63 años de que Perón presentara la revolucionaria "Locomotora Justicialista"

por Fernando Del Corro (*)

 La Locomotora Justicialista fue presentada el 19 de octubre de 1951 en el complejo ferroviario de Retiro.

Había nacido en Italia en 1882 pero a los seis años lo trajeron a la Argentina donde hizo todo su ciclo educativo hasta recibirse de ingeniero mecánico.

Cuando apenas tenía 12 años, algo hoy imposible, consiguió trabajo en los talleres que el entonces Ferrocarril Central Argentino, luego devenido en Ferrocarril Nacional Bartolomé Mitre tras su estatización en tiempos de la primera presidencia de Juan Domingo Perón.

Se trataba de los talleres situados en la localidad de Victoria, en el partido de San Fernando del Gran Buenos Aires. Se jubiló a los 60 años, pero siguió trabajando como contratado y fue en este último período durante el cual concretó el desarrollo de sus principales innovaciones que Perón impulsó, como otros proyectos de alta tecnología, luego, en general, tirados al arcón de los trastos inútiles por los golpistas de 1955 y, en este caso además, durante la gestión posterior de Arturo Frondizi.

En el primer caso por antiperonismo y en el segundo por la iniciativa impulsada por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (hoy más conocido como Banco Mundial) que apuntó al desguace de los ferrocarriles mediante el denominado Plan Larkin.

         Cuando sólo tenía 28 años Pedro Celestino Saccaggio, ya que de él se trata, desarrolló la modernización de la calefacción y de la iluminación de los convoyes mediante el uso de la energía eléctrica en lugar de la producida por el vapor de la locomotora y unos años después, en el marco del empuje a la actividad petrolera por el general Enrique Mosconi durante la presidencia de Marcelo de Alvear, ideó modificaciones en las viejas locomotoras propulsadas por el carbón importado desde el Reino Unido por combustibles líquidos elaborados en el país a partir del petróleo nacional.

Además, en 1929, diseñó las usinas eléctricas móviles, o sea transportes ferroviarios que se autogeneraban la energía que utilizaban, mientras que en 1933 concretó la locomotora diesel que innovó el sistema ferroviario.

Se anticipó así a todo el mundo dado que la primera que funcionó, en Chicago, Estados Unidos de América, lo hizo un año más tarde.

         Pasó más de una década y media hasta que esa moderna máquina fuera aceptada en el país. Fue como resultado de la estatización de los ferrocarriles llevada adelante por Miguel Miranda al promediar la primera presidencia de Juan Domingo Perón.

A partir 1949 Saccaggio pasó a tener otro respaldo y fue así que en los talleres del barrio porteño de Liniers del redenominado como Ferrocarril Nacional Domingo Faustino Sarmiento, vio la luz la primera locomotora diesel-eléctrica argentina, catalogada como CM1 y bautizada “Justicialista”.

El pueblo argentino supo de ella cuando fue presentada por Perón y Saccaggio en 1951.

El suceso que tuvo permitió que el primero de mayo de 1952, en el marco de los planes quinquenales de desarrollo, se diese a conocer la Resolución 79/52 del Ministerio de Transporte por la cual se dio nacimiento a la “Fábrica Argentina de Locomotoras” (FAL).

En 1953 desde ella vio la luz una segunda locomotora, considerablemente más avanzada tecnológicamente que la CM1, la CM2, denominada “Argentina”.

La idea era llegar a producir 610 locomotoras de 2.400 y 800 caballos de fuerza (HP) y 10 usinas móviles, una de las cuales ya había sido construida y funcionó hasta 1962.

         Con el golpe de estado de 1955 se acabó el proyecto. El gobierno de facto clausuró la fábrica y la desmanteló.

En el Galpón 35 de los talleres de Liniers, en el oeste porteño, había originalmente más de 100 operarios involucrados en la fabricación de diversos productos, uno de ellos el coche motor “Presidente Perón”.

Luego, como el espacio era reducido para cubrir las necesidades, la FAL fue trasladada a los talleres del Ferrocarril Nacional General San Martín en la ciudad de Mendoza.

Por otra parte se compraron motores italianos a la Fiat y a la Cantieri Riunitti dell Adriático, y, dada la falta de elementos nacionales apropiados de la siderurgia también se los adquirió en el exterior.

Lamentablemente, con la clausura de la planta y la desactivación del plan se destruyeron planos, maquetas y moldes. Incluso los materiales se vendieron como chatarra y los impulsores Fiat se utilizaron, desde 1964, para las locomotoras GAIA.

         La vida activa de la CM1 se inició en el verano 1952/1953 cubriendo el tramo Constitución-Mar del Plata, de casi 400 kilómetros, para el que se demoraban unas cuatro horas a una media horaria de los 90 kilómetros.

Con el correr del tiempo se la utilizó para tramos más largos llegando a las ciudades de Mendoza y San Carlos de Bariloche.

En su etapa experimental, como prueba de arrastre, Saccaggio apeló a sólo cinco vagones que representaban un peso de unas 300 toneladas, es decir considerablemente menos que lo habitual.

Como ya se señaló había componentes básicos de la locomotora como motores y sistema eléctrico y la materia prima para partes estructurales como los bogies, producidos en la Argentina.

         La “Locomotora Justicialista” fue presentada el 19 de octubre de 1951 muy cerca del complejo ferroviario del barrio porteño de Retiro, en la rotonda denominada Plaza Canadá.

El anuncio estuvo a cargo del propio Juan Perón acompañado por el ingeniero Saccaggio.

Pocos años después los controles técnicos hicieron ver que la CM1, luego de concretado un recorrido promedio diario de 850 kilómetros mostraba apenas desgastes insignificantes.

Como en muchas otras cosas, los golpistas del 16 de septiembre de 1955 optaron por cambiar el nombre de las dos locomotoras y así la “Justicialista” pasó a ser “Libertad” y la “Argentina” “Roca”.

Fueron destinadas al expreso “El Marplatense” para el tramo Constitución-Mar del Plata, pero al abandonarse su mantenimiento con el correr del tiempo empezaron a sufrir inconvenientes funcionales.

En 1961, como parte del Plan Larkin se las desguazó y sus restos fueron vendidos como chatarra.

Así terminó una historia, como tantas otras que hubiesen cambiado el desarrollo de la Argentina.

Mary Terán de Weiss; la tenista maldita

Por Osvaldo Jara
 
  • María Beatriz Terán de Weiss fue una de las mejores tenistas argentinas de todos los tiempos. Sus convicciones políticas y su intento por democratizar este deporte llevaron a que sea olvidada y silenciada.


Frecuentemente se suele hablar de grandes deportistas que han escrito las páginas de gloria de nuestro deporte argentino. Indudablemente, en la memoria deportiva existe una enorme cantidad de mujeres y hombres con sobradas aptitudes para integrarla. Sin embargo, no puede dejar de resultar notable que éstos sean tratados como figuras descontextualizadas, sin tiempo ni entorno social. Como si se tratase de sujetos ajenos a una realidad que los rodea. Es precisamente uno de los mecanismos más efectivos para borrarlos de la historia. María Beatriz Terán de Weiss representa un claro ejemplo de los tantos personajes que fueron olvidados adrede; se trata de una “maldita del deporte”.


El golpe de estado de septiembre de 1955 inició un periodo en el que todas las conquistas sociales y políticas adquiridas comenzaron a experimentar un ligero retroceso. No se trataba solamente de la caída del gobierno peronista. También se estaba truncando un proyecto que avanzaba hacia un reconocimiento de las mayorías. El decreto 4161 dejaba traslucir el pensamiento latente en ciertos sectores de la sociedad. A través de esta resolución quedaba prohibida toda invocación al peronismo, desde el nombramiento de sus principales referentes políticos hasta sus escudos y marchas alusivas al movimiento. Se persiguió a todos aquellos que formaban parte del campo popular y social. Los asesinatos en los basurales de José León Suárez es una muestra de la saña que pregonaba la “fusiladora” del 55`.


En cuanto al deporte se inició un proceso en el cual el revanchismo y la elitización del deporte fueron los factores predominantes de los tiempos de dictadura. Esta política (anti) deportiva incluía la persecución a deportistas que estaban identificados con las masas y el peronismo.


Una vez derrocado el gobierno de Perón se intervinieron distintos organismos deportivos con el objeto de controlar este ámbito. Una de las medidas que se tomaron fue la suspensión y expulsión de atletas que habían sido “adictos al régimen”. Desde el Comité Olímpico Argentino se decidió no permitir la participación en las Olimpiadas de Melbourne (1956) a atletas con amplias chances de conseguir medallas. En el despacho de Isaac Rojas se creo la Comisión 49’, teniendo como misión “investigar” y sancionar a los deportistas que tuvieron comportamientos políticos “incorrectos”. Para dar cuenta del absoluto sentido de la ignorancia basta con citar la absurda suspensión de todo el seleccionado de básquet que se había consagrado campeón mundial en 1950. En su momento, el presidente Perón les había otorgado licencias laborales para el preparativo del certamen jugado en Buenos Aires. Pero a la tenista María Beatriz Terán de Weiss se la puede considerar emblemática en distintos sentidos. Era una de las deportistas más representativas del la democratización del deporte.


Esta rosarina había demostrado sus dotes tenísticas desde su juventud. Cuando llegó a Buenos Aires no tardó en imponer su juego. Durante la década del cuarenta logra liderar el ranking nacional en cinco oportunidades (1941/45/46/47/48). Su trayectoria no se redujo sólo al plano nacional. Fue una de las figuras de los Primeros Juegos Deportivos Panamericanos de 1951 (realizado en nuestro país), ganando dos medallas doradas. Es la única representante nacional en ganar el Plate de Wimbledon (torneo en el competían quienes no llegaban a la final). De los 1.100 certámenes que disputó logró 832 primeros puestos.

“Aquella maldita”

Sin dudas, las convicciones políticas de Mary Terán se deben en buena parte a la influencia de su esposo, Haroldo Weiss. Ambos contrajeron enlace en 1943; si bien vivieron sus vidas intensamente la felicidad durará sólo algunos años. Tras el deceso de Haroldo, producto de una penosa enfermedad, cumplirá una interesante actividad política. En 1952 asume el cargo de jefa de los Campos Deportivos Municipales. El objetivo que la tenista se fijó desde este puesto fue el popularizar el deporte y hacerlo alcanzable hacia todos los sectores. Entre las medidas que más exacerbaron al ambiente tenístico de aquellos tiempos fue la apertura del Lawn Tenis para los chicos provenientes de las capas más humildes. La Fundación Eva Perón proveía de raquetas y todo lo necesario para la práctica deportiva. Esto sería tomado por el ambiente como una afrenta por considerarla como una actitud “ajena a la familia del tenis”.  También estaba bajo su supervisión el Ateneo Deportivo Eva Perón. El hecho de haber impulsado un torneo con el nombre de quien fue la abanderada de los humildes fue uno de sus mayores pecados. A pesar de que le reprocharon su proceder al frente de su función pública las obras que impulsó son innegables y muchas de ellas se encuentran aún levantadas. Un ejemplo de ello puede ser la ampliación de Lawn Tennis, triplicando su capacidad de espectadores. Pero esto ni siquiera fue motivo de reconocimiento.  Estas actitudes la sumieron en una profunda tristeza. Nunca pudo comprender por qué tanto ensañamiento. A pesar de haber sido una de las mejores tenistas argentinas nunca se le rindió homenaje alguno. Los últimos años de su vida estuvieron dedicados a cuidar a su madre, Goyita, y a manejar su comercio de ropa deportiva.  El 8 de diciembre de 1984, y producto de una depresión que la acompañó durante sus últimos días, decidió arrojarse por el balcón de un departamento de Mar del Plata para terminar con su vida. A excepción de Enrique Morea ninguno de los integrantes del ambiente fue a despedir sus restos. A su impecable ética y convicciones políticas se le sumó el hecho de ser mujer. Alguna vez sostuvo que ella se adelantó a la vida argentina veinte años. A Mary se le recuerda una frase que aún en la actualidad tiene vigencia: “Si a Evita no le perdonaban ser mujer, conmigo no iban a ser menos”

Las semejanzas y diferencias entre Marx y Keynes

Por Vicente Navarro

Existe bastante confusión, resultado de una sorprendente falta de conocimiento histórico en la enseñanza española, de las diferencias existentes entre las escuelas económicas basadas en la interpretación del capitalismo de Karl Marx y las que se originan con John Maynard Keynes. Cuando, por ejemplo, se habla de que la crisis actual se debe a la falta de demanda, inmediatamente se atribuye esta observación a una visión keynesiana de la economía, cuando en realidad fue Karl Marx el que habló de la crisis del capitalismo como resultado de la descendente demanda, consecuencia de la bajada de los salarios de la mayoría de la población, perteneciente a la clase trabajadora. Fue Karl Marx el que claramente vio lo que ahora ha descrito y documentado Thomas Piketty en su libro sobre la evolución del capital en el siglo XXI, Capital in the Twenty-First Century. En El Capital, Karl Marx indicaba que la lógica del sistema capitalista lleva a una concentración del capital a costa de una “inmiseración” de la clase trabajadora, lo cual, añadía Karl Marx, creaba un enorme problema de demanda. Esta postura queda resumida en su frase de que “La causa final de toda crisis es siempre la pobreza y el limitado consumo de las masas”. Uno de los economistas que mejor predijo la crisis actual, Nouriel Roubini, así lo indicó en su entrevista en el Wall Street Journal: “Karl Marx llevaba razón. El capitalismo puede destruirse a sí mismo, pues no puedes tener una constante absorción de las rentas del trabajo por parte de las del capital, sin crear un exceso de capacidad y una falta de demanda. Y esto es lo que está ocurriendo… el salario del trabajador es el motor del consumo”. No es pues, John Maynard Keynes, sino Karl Marx, el que indicó que el empobrecimiento de la población supone un grave problema para el capitalismo: la escasa demanda. John Maynard Keynes habló también, más tarde, de la escasez de la demanda, pero poco de la concentración del capital. Y todavía menos de la relación entre esta concentración y el empobrecimiento de la población trabajadora. Esta era una de las grandes diferencias entre Karl Marx y John Maynard Keynes.
Otra gran diferencia entre Karl Marx y John Maynard Keynes, además del entendimiento de la crisis bajo el capitalismo (siendo el análisis de Karl Marx más completo que el de John Maynard Keynes), es en la solución a la crisis. Karl Marx creía que la solución a la crisis era una solución sistémica, que requería el cambio de la propiedad del capital, pasando de ser propiedad del capitalista a ser propiedad de los trabajadores (definidos como un colectivo que crea y produce el capital). Este cambio de propiedad era descrito esquemáticamente en el Manifiesto Comunista (el libro más vendido en la historia de la humanidad), que establecía una serie de principios, excesivamente simplificados, aunque presentados con una narrativa movilizadora. Pero (y es un enorme “pero”), Karl Marx no detalló cómo realizar dicha transición en el sistema de propiedad. Ni tampoco mostró qué políticas debían realizarse para trascender el capitalismo.
John Maynard Keynes, por el contrario, nunca se planteó la sustitución del capitalismo por otro sistema. Creía que el problema de la demanda podía resolverse con el intervencionismo del Estado, con un aumento, por ejemplo, del gasto y la financiación públicos, es decir –tal como indicó- “el gobierno y los bancos centrales pueden resolver el problema de la escasa demanda, bien directamente, con un aumento del gasto público, bien indirectamente, a través de la financiación de inversiones en programas de infraestructura”. Y la experiencia ha mostrado que el problema de la demanda podría resolverse, como se vio en la manera como se salió de la Gran Depresión (y también en la manera como no se está saliendo de la Gran Recesión actual, con sus absurdas políticas de austeridad). Ahora bien, aun cuando Karl Marx subestimó la capacidad de resistencia del capitalismo, el hecho es que todos los casos de salidas de las crisis han requerido una redistribución del capital hacia el mundo del trabajo, revirtiendo la redistribución (que Karl Marx llamó, con razón, “explotación”) del mundo del trabajo por parte del capital, que creó esas crisis. (Ver mi artículo “La explotación social como principal causa del crecimiento de las desigualdades”. 
La mejor y más eficaz forma de estímulo de la demanda es precisamente el enriquecimiento (en lugar del empobrecimiento) de las masas (como diría Karl Marx) a costa de los intereses del capital, excesivamente concentrado hoy en día. Y el que mejor ha analizado este hecho ha sido Michal Kalecki, un economista polaco que claramente se merecía el Premio Nobel de Economía pero que ni siquiera fue considerado para ello por vérsele demasiado “rojo”. Pero hoy, y tal como ha reconocido Paul Krugman (el keynesiano más conocido hoy en el mundo) fue Michal Kalecki y no John Maynard Keynes el que mejor explicó las crisis del capitalismo, detrás de las cuales el conflicto Capital-Trabajo juega un papel fundamental. (Ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual”, Le Monde Diplomatique, Julio 2013.
Estas diferencias son claves para entender lo que está ocurriendo en el capitalismo y por qué. Karl Marx explicó claramente los orígenes de la crisis, causada por el enorme declive de las rentas del trabajo a causa del enorme crecimiento de las rentas del capital y su concentración. Subestimó, en cambio, la capacidad de respuesta, como bien ilustró John Maynard Keynes. Este, sin embargo, no fue consciente del contexto político, desarrollado por Michal Kalecki , el mayor y mejor analista del capitalismo.

jueves, 30 de octubre de 2014

José Gervasio de Artigas

Por José María Rosa

Un día llega al Fuerte de Buenos Aires un capitán de blandengues orientales, hombre de cuarenta años, de pocas y precisas palabras.  


Es 1811 y gobierna la Junta Grande; el deán Funes lo recibe: pide cincuenta pesos y ciento cincuenta sables para insureccionar la Banda Oriental contra los españoles. 
– ¿Nada más? 
– Nada más. 
– Pero, ¿quién es usted? 
– ¿Yo? El jefe de los orientales. 
Con esta jactancia entraba José Gervasio de Artigas en la Historia.  Poco después, provisto de los pesos y las espadas, derrotaba a los españoles en Las Piedras y ponía sitio a Montevideo.
El Caudillo 
Artigas es el primer caudillo rioplatense en el orden del tiempo.  Es también el padre generador de todo aquello que llamamos espíritu argentino, independencia absoluta, federalismo, gobiernos populares.  Todo aquello que hicieron triunfar y supieron mantener los grandes caudillos de la nacionalidad: Güemes, Quiroga, Rosas. 
Un caudillo es la multitud hecha símbolo y hecha acción. Por su voz se expresa el pueblo, en sus ademanes gesticula el país.  Es el caudillo porque sabe interpretar a los suyos; dice y hace aquello deseado por la comunidad; el conductor es el primer conducido.  
José Gervasio de Artigas, oscuro oficial de Blandengues, podía jactarse de ser el jefe de los orientales; porque nadie conocía e interpretaba a sus paisanos como él.  
Al frente de su montonera, el caudillo es la patria misma.  Eso no lo atinaron o no lo quisieron comprender, los doctores de la ciudad, atiborrados de libros.  No era, seguro, la república que soñaban con sus libros de Rosseau o Montesquieu; pero era la patria nativa por la cual se vive y se muere.  
Los doctores se estrellaron contra esa realidad que su inteligencia no les permitía comprender.  
Ese continuo estrellarse contra la realidad, esa lucha de liberales, extranjerizantes, monárquicos y unitarios contra algo que se obstinaba en ser nacionalista, popular, republicano y federal, es lo que se llaman guerras civiles en nuestra Historia.  
El Triunvirato de Buenos Aires 
A la Revolución Nacionalista y espontánea del 25 de Mayo de 1810, había sustituido el gobierno de los doctores, empeñados en interpretar con las ideas del siglo el hecho revolucionario.  
A la eclosión popular y Argentina había seguido la fase obstinadamente porteña y tontamente liberal del Primer Triunvirato.  
Tres porteños formaban el gobierno, pero el nervio estaba en el secretario, Bernardino Rivadavia, ejemplo de mentalidad acuosa.  
Una llamada asamblea, formada solamente por porteños de clase decente, completaba el cuadro de autoridades. 
A la Revolución (con erre mayúscula), por la independencia, había sustituido la revolucioncita ideológica de Rivadavia (el mayo liberal y minoritario), que quieren festejar como si fuera el auténtico.  
Detrás de éste se encubría el predominio de una clase de nativos: la oligarquía – la gente principal y sana o gente decente – del puerto.  
La revolución consistía para ellos en cambiar el gobierno de funcionarios españoles por la hegemonía de decentes porteños.  
Los demás – provincias, pueblo, independencia – no contaba: todo con música de libertad, para engañar a los incautos. 
Empezó Rivadavia por sustituir a Artigas del mando militar en el sitio de Montevideo.  
Un porteño, Rondeau, reemplazaría al jefe de los orientales; no era conveniente que alguien de prestigio popular y que además no era porteño, mandara las tropas.  
Artigas obedeció; aún era disciplinado y aún creía, el desengaño sería formidable, en el patriotismo de los hombres de la Capital. 
Luego Rivadavia retiró la bandera azul y blanca que Belgrano inaugurara en las barracas de Rosario.  
¿A qué izar banderas que podían tomarse como símbolos de una nacionalidad, si la revolución (con erre minúscula) no era nacionalista sino puramente liberal? 
Belgrano también obedeció aunque a regañadientes y a la espera del desquite. 
Finalmente, Rivadavia ordenó que todos los ejércitos dejaran sus frentes de lucha y vinieran a proteger a Buenos Aires.  
El del Norte debería descender por el camino del Perú (Jujuy, Salta, Tucumán, Córdoba) y estacionarse en las afueras de la Capital.  
El de la Banda Oriental, dejar el sitio de Montevideo, abandonando a los españoles toda la provincia y aun parte de Entre Ríos. 
Ocurre entonces uno de los episodios más emocionantes de la historia del Plata, silenciado o retaceado por los programas oficiales en su afán de callar todo lo que huela a pueblo. 
Los orientales rodean a Artigas, que se apresta, a dejar el sitio, conforme a la orden superior, para replegarse sobre Buenos Aires. ¿Abandonará el Jefe a su pueblo?  
La orden es clara, y Artigas no quiere insubordinarse. Pero le duele dejar a los suyos a merced del enemigo.  Medita un momento: no puede irse y dejar a los orientales; pero tampoco puede dejar de irse. 
Y da la orden extraordinaria: que todos, todos se vayan con él.  Saca la espada de Las Piedras y señala el rumbo: hacia el Ayuí, en Entre Ríos, emigrará la provincia en masa. Allá va la caravana interminable, inmensa. 
Todo un pueblo se desplaza para afirmar su voluntad de independencia contra los liberales porteños que lo entregan a los enemigos.  A caballo, en carretas, a pie van hombres, mujeres, ancianos, niños; blancos, negros, indios.  
Cincuenta mil, prácticamente todos los habitantes de la campaña, que transportan con ellos lo que pueda llevarse y dejan sus casas y sus campos para salvar su patriotismo.  
A la cabeza marcha el caudillo, con una bandera acabada de crear: azul y blanca como la de Belgrano, pero en listas horizontales y cruzada en diagonal por la franja punzó del federalismo.  
Son argentinos todavía esos orientales, que Buenos Aires se empeña en arrojar de la nacionalidad; pero entendamos bien: argentinos y no porteños.  Hermanos, que no entenados en Buenos Aires: eso significa la franja punzó sobre los colores patrios. Se atemoriza el Triunvirato. 
Por un instante teme que Artigas venga en son de guerra contra Buenos Aires. -Aquí está acampado todo un pueblo arrancado de sus raíces – escribe desde el Ayui el general Vedia, enviado a inspeccionar el éxodo –. 
Pero que no haya temor en el Triunvirato ni en el señor Rivadavia: están en el Ayuí pacíficamente a la espera que las cosas cambien y puedan volver a su querida provincia.  
La Revolución del 8 de Octubre de 1812 
Desde febrero está en Buenos Aires el coronel de caballería José de San Martín.  Es un auténtico patriota que sueña con una patria grande, y se ha encontrado con la revolución pequeña de los rivadavianos. No, para eso se hubiera, quedado en Cádiz.  Allí se podía luchar mejor por el liberalismo y el constitucionalismo. 
No obstante, forma el regimiento de Granaderos a Caballo, plantel de un nuevo ejército ordenado y eficiente.  
En los diarios ejercicios de la plaza de Marte, conversa con sus soldados: mocetones traídos de las provincias, especialmente de las Misiones correntinas, donde naciera el coronel; también hay orilleros de Buenos Aires (siempre muy argentinos), y no faltan jóvenes decentes, pero de probado patriotismo.  
Todos se quejan de los errores del gobierno; todos quieren una verdadera Revolución por la independencia. Un día – el 6 de octubre de 1812 – llega una noticia que llena de gran júbilo.  A todos, menos a los hombres del gobierno.  
Belgrano ha desobedecido al Triunvirato y presentado batalla en Tucumán el 24 de setiembre. Tuvo una gran victoria.  El 7 la ciudad se llena de manifestantes: ha ganado la Patria, pero también ha sido derrotado el gobierno. 
Hay pedreas contra los edificios públicos.  En la mañana del 8 la conmoción popular es enorme. 
A San Martín se le encomienda poner orden con sus granaderos.  
El regimiento sale a la plaza, pero se hace intérprete del clamor del pueblo y marcha contra el Fuerte. ¡Que caiga el Primer Triunvirato, incapaz de comprender la Revolución!  
Lo reemplazará otro Triunvirato, con la misión de convocar a una auténtica Asamblea Nacional, donde estén representados todos los pueblos del interior. 
¡Ah! Y esa Asamblea declarará la independencia, como lo quieren todos. La Revolución (con mayúscula) ha retornado su cauce. Los liberales se ocultan derrotados o protestan de su inocencia.  
El Congreso de Peñarol
Jubiloso, Artigas recibe en el Ayuí la noticia del 8 de octubre. Sin pausa, su pueblo cruza el Uruguay y retorna a su tierra. Artigas vuelve a poner sitio a Montevideo. 
Llama a un Congreso Provincial en Peñarol, junto a los muros de Montevideo. Están representados los distintos pueblos y villas de la campaña oriental y también los patriotas emigrados de Montevideo, aún en poder de los españoles.  Ilustres figuras se sientan en el pequeño recinto: el sacerdote Dámaso Larrañaga, Joaquín Suárez, Vidal, Barreiro. 
Designan los diputados a la Asamblea Nacional de Buenos Aires, les dan instrucciones precisas de declarar “la independencia absoluta” de España, conforme al clamor “de los pueblos” y establecer un régimen federal de gobierno, con capital fuera de Buenos Aires. 
Nombran a Artigas primer gobernador-militar de la provincia Oriental. Desdichadamente, había fuerzas que conspiraban contra la Revolución. 
Los partidarios de la revolucioncita, vencidos el 8 de octubre, son hábiles y saben infiltrarse en las filas vencedoras. 
Al tiempo de reunirse el Congreso de Peñarol, San Martín ya ha sido desplazado de la orientación política revolucionaria. 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Panamá, un invento de USA

Por Olmedo Beluche

  Contrario a lo usualmente afirmado por la historia oficial panameña, la Separación de Panamá de Colombia en 1903, no fue producto de un movimiento genuinamente popular, ni de un anhelo liberador de los istmeños frente al “olvido” en que supuestamente nos tenía Bogotá. El estudio documental de la época más bien demuestra una integración cultural y política de los panameños en el conjunto de la nación colombiana, incluso entre los sectores de la oligarquía comercial conservadora de la ciudad de Panamá, que sería agente de la conspiración separatista (Beluche, 2003).
 
Las diversas crisis políticas producidas a lo largo del siglo XIX, expresadas en lo que nuestra historia llama genéricamente “actas separatistas” (1826, 1830, 1831, 1840-41, 1860), muchas veces han sido sacadas de su verdadero contexto para ser presentadas como expresiones de una nación en ciernes que viene a concretarse en 1903. Pero un repaso cuidadoso de los hechos que rodearon a cada una de esas coyunturas muestra que, más que un proceso de conformación nacional diferenciado de Colombia, estos movimientos expresaron conflictos políticos (liberales vs conservadores), económicos (librecambismo vs proteccionismo) y administrativos (federalismo vs centralismo) (Beluche, 1999).
 
En Panamá, conocer y aceptar los verdaderos móviles y actores de la Separación ha sido un parto que nos ha tardado cien años producir, pero al que están contribuyendo nuevas investigaciones recientemente aparecidas (Díaz Espino, 2003). Aunque hubo pioneros que desde hace décadas se atrevieron a señalar los hechos en toda su crudeza (Terán, 1976), sus trabajos fueron sistemáticamente ocultados y denigrados. También hubo historiadores extranjeros que abordaron objetivamente el acontecimiento, pero estos libros quedaron como material de especialistas y lejos del alcance del gran público (Lemaitre, 1971) (Duval, 1973).
 
 Los actores principales de este drama son: el expansionismo imperialista de Estados Unidos, expresado en su carismático presidente Teodoro Roosevelt; la quebrada Compañía Nueva del Canal, de capitales franceses, representada por Philippe Bunau Varilla; en el centro de los hechos, el prominente abogado neoyorkino William N. Cromwell, verdadero cerebro de la separación, y representante legal tanto de la Compañía Nueva del Canal como de la Compañía de Ferrocarril de Panamá; los agentes norteamericanos y panameños de la Compañía del Ferrocarril, como José A. Arango y Manuel Amador Guerrero; y, por supuesto, el venal e inepto gobierno colombiano del Vicepresidente Marroquín.
 
 A fines del siglo XIX, Estados Unidos iniciaba su proceso de expansión en el Caribe, desplazando de allí a sus otrora rivales, España e Inglaterra. A la primera le arrebató Cuba y Puerto Rico con la guerra de 1898; con la segunda firmó el Tratado Hay-Pauncefote en 1901, por el cual se reconocía la preeminencia norteamericana en la posible construcción de un canal por el istmo centroamericano. El canal era una necesidad lógica del desarrollo capitalista norteamericano, ya que era la única forma de integrar y comunicar sus costas atlántica y pacífica.
 
 En principio, la ruta privilegiada por Washington para construir este canal no era Panamá, sino Nicaragua, siguiendo el cauce del río San Juan hasta sus grandes lagos. Aquella parecía más factible y menos costosa, en especial si ya estaba el precedente del fracaso francés en la construcción del Canal por Panamá.
 
Mediante el Convenio Salgar-Wyse (1878) una empresa francesa, encabezada por el ingeniero Fernando de Lesseps, había iniciado la excavación del canal en 1880. Esta primera empresa fracasaría ante las enormes dificultades tecnológicas hacia 1888, dando paso a un nuevo intento con la Compañía Nueva en los años 90 del siglo XIX, que también fracasaría.
 
 De manera que, para fines de 1901, la Comisión Walker del Congreso norteamericano, luego de estudiar ambas alternativas, se había pronunciado por la vía de Nicaragua, y el 18 de noviembre se firmó un tratado con ese país. ¿Qué motivó que dos años después Estados Unidos cambiara completamente de opinión?
 
 La historia simplista narra que, en posteriores debates del Congreso, tanto Bunau Varilla como Cromwell mostraron estampillas de correo nicaraguenses en las que se aprecian los volcanes de este país, y que los senadores norteamericanos, impresionados por la explosión del volcán Mount Pelée, que había borrado del mapa la isla de Saint-Pierre, y por una falsa noticia de la erupción del Momotombo, entonces se decidieron por Panamá.
 
 Pero, ¿qué motivó al abogado Cromwell y al ingeniero francés Bunau Varilla a intervenir tan activamente para convencer a los senadores de adoptar la ruta panameña? Lo que no se cuenta es que, ya para 1896, la Compañía Nueva del Canal, a través su presidente Maurice Hautin, dada la incapacidad para terminar el Canal de Panamá, y ante la posibilidad de perder 250 millones de dólares en inversiones cuando expirara la concesión en 1904, había contratado a William N. Cromwell para convencer al gobierno norteamericano de comprarles sus propiedades.
 
 Cromwell no se limitó al cabildeo para el que fue contratado, sino que inició un plan que denominó “americanización del canal”, por el cual reuniría un grupo de notables empresarios de Wall Street que sigilosamente comprarían las devaluadas acciones del “canal francés” y las revenderían a su gobierno. Para ello, su bufete Sullivan & Cromwell estaba en una posición privilegiada, ya que contaba con clientes como el banquero J. P. Morgan, entre otros.
 
 El 27 de diciembre de 1899, Cromwell fundó la Panama Canal Company of America, con 5,000 dólares de capital, emtiendo acciones por 5 millones, de la que participaron empresarios como: J.P. Morgan, J. E. Simmons, Kahn, Loeb & Co., Levi Morton, Charles Flint, I. Seligman (Díaz Espino, 2003).
 
 Este grupo influyó en el prominente senador y líder republicano Mark Hanna, quien actuó como vocero de la “causa panameña”. Luego del asesinato del presidente McKinley, este grupo también convenció al presidente Teodoro Roosevelt, haciendo partícipes del negocio a Henry Taft, hermano del ministro de guerra y futuro presidente William Taft, y al cuñado de Roosevelt, Douglas Robinson.
 
El traspaso de la Compañía Nueva, de manos francesas a las yanquis, tardó varios meses por la resistencia inicial de Hautin a renunciar por completo a la empresa y vender a muy bajo precio. Sin embargo, la adopción de la propuesta por Nicaragua en 1901, sirvió de acicate a los accionistas franceses que sacaron de enmedio a Hautin, y nombraron vocero a Maurice Bo, director del banco Credit Lyonnais, y éste a su vez envió a Bunau Varilla para negociar con los norteamericanos.
 
El negocio era redondo, se invirtieron 3.5 millones de dólares en las acciones de la Compaña Nueva, que fueron compradas en lotes pequeños, y se revenderían al gobierno norteamericano en 40 millones de dólares, obteniendo los inversionistas norteamericanos utilidades por cada acción por el orden del 1.233%.
 
 Por supuesto, concretar el negociado pasaba: primero, por convencer al gobierno y al Congreso de Estados Unidos de optar por Panamá; segundo, firmar un tratado con Colombia que autorizara a ese país para terminar la obra iniciada por los franceses. En enero de 1902, el senador John Spooner a instancias de Roosevelt presentó el proyecto de ley que autorizaba a su gobierno a negociar con Panamá y que anulaba la precedente Ley Hepburn, que favorecía a Niacaragua.
 
Ese año el esfuerzo se centró en negociar con Colombia el tratado. Camino que estuvo lleno de dificultades, dada la actitud patriótica del negocaciador José Vicente Concha, que objetó reiteradamente aspectos leoninos del tratado propuestos por el Secretario de Estado John Hay. Sin embargo, la presión norteamericana pudo más, forzando al gobierno del Vicepresidente Marroquín a desautorizar reiteradamente a su embajador, el cual finalmente renunció. El camino quedó despejado para un acuerdo, firmado en enero de 1903 y que llevó el nombre de Tratado Herrán – Hay.
 
 Pero este tratado, cayó como una bomba en Colombia, y Panamá por extensión. Mediante el acuerdo se segregaba una zona de 5 kilómetros a cada lado del canal, incluyendo ríos, lagos y los principales puertos, en la cual Norteamérica tendría plena jurisdicción. El “canal francés” sólo segregaba 200 metros a cada orilla sin menoscabo de la soberanía nacional. Además la compensación económica que se proponía (10 millones de abono y 250.000 dólares anuales) era evidentemente inferior a lo que ya el estado colombiano recibía por los derechos del ferrocarril (250 mil dólares anuales) y otros tantos por uso de los puertos. Comparado con el Salgar-Wyse, el Herrán-Hay era totalmente inconveniente.
 
Había otro escollo: el tratado contemplaba el pago de 40 millones de dólares que Estados Unidos haría a la Compañía Nueva del Canal en compensación, pero esto era completamente ilegal, pues estaba claramente prohibido por la Constitución y por el propio Salgar-Wyse, que impedía a esta empresa traspasar sus propiedades a un gobierno extranjero. El Tratado Herrán – Hay nació, pues, condenado por la opinión pública colombiana y panameña, especialmente por el menoscabo de la soberanía.
 
El gobierno de Marroquín tuvo ante el Herrán – Hay una actitud incongruente: por un lado, había autorizado a su embajador a Tomás Herrán a firmarlo; por otro, no puso empeño en defenderlo, especialmente ante el Congreso, que fue convocado en junio de 1903 para ratificarlo. Pero no era la soberanía lo que preocupaba al gobierno de Marroquín, sino que se centró en tratar de recibir una tajada de los 40 millones que recibirían los accionistas de la Compañía “francesa”. Sin saberlo Marroquín (creemos), con esta aspiración tocaba las fibras más sensibles de poderosos intereses norteamericanos, lo que les llevaría a secesionar al Departamento del Istmo, pues no estaban dispuestos a renunciar a su ganancia.
 
Cuando el Congreso colombiano cerró sus sesiones sin ratificar el tratado, a mediados de agosto, emitió una resolución que expresaba la esperanza de que en 1904, cuando las propiedades de la Compañía francesa hubieran pasado a Colombia, por expirar el contrato Salgar-Wyse, se estaría en mejores condiciones de negociar con Estados Unidos. 
 
El razonamiento era simple, pero equivocado: en pocos meses quedarían fuera de la negociación los franceses, y podrían negociar directamente, sin un tercero de por medio, Bogotá y Washington. ¿Qué apuro podía tener Roosevelt, si hasta terminaría pagando menos, porque se podría ahorrar esos 40 millones? Era lógico, pero errado, porque Roosevelt y sus socios eran los reales beneficiarios de esos 40 millones, y no los franceses.
 
De ahí que el rechazo del Tratado Herrán–Hay por el Congreso colombiano, desencadenara la trama de la “Separación”, que empezó a prepararse ante la eventualidad, desde junio o julio. William N. Cromwell hizo viajar a Nueva York desde Panamá al capitán J.R. Beers, agente de fletes de la Compañía del Ferrocarril de Panamá; se dice que se entrevistó en secreto (en Jamaica) con el abogado panameño de esta empresa, y prócer de la separación, José A. Arango; y finalmente recibió por dos meses, entre fines de agosto y fines de octubre, a Manuel Amador Guerrero, otro empleado y futuro primer presidente de la República de Panamá, para tramar los hechos del 3 de Noviembre.
 
 La ganancia estimada, propició que los accionistas norteamericanos de la “compañía francesa del canal”, invirtieran grandes sumas que sirvieron para pagar miles en sobornos que oficiaron de parteras de la nueva república, por supuesto, con el apoyo de varias cañoneras de la Armada que convenientemente Roosevelt envió a principios de noviembre para “tomar el Istmo”. Lo demás es historia conocida.

martes, 28 de octubre de 2014

Getulio Vargas

Por Alberto Barriaga 
 
El 24 de agosto de 1954, un presidente latinoamericano escribió este texto inmortal, para después pegarse un tiro en el corazón.
"Serenamente doy el primer paso al camino de la eternidad y salir de la vida para entrar en la historia".
"Más de una vez las fuerzas y los intereses contra el pueblo se coordinaron y se desencadenaron sobre mí.
No me acusan, me insultan; no me combaten, difaman de mí; y no me dan el derecho a defenderme. Necesitan apagar mi voz e impedir mi acción, para que no continúe defendiendo, como siempre defendí, al pueblo y principalmente a los humildes. Sigo lo que el destino me ha impuesto. Después de décadas de dominio y privación de los grupos económicos y financieros internacionales, me hicieron jefe de una revolución que gané. Comencé el trabajo de liberación e instauré el régimen de libertad social. Tuve que renunciar. Volví al gobierno en los brazos del pueblo.
La campaña subterránea de los grupos internacionales se alió con grupos nacionales revolucionarios contra el régimen de garantía del trabajo. La ley de trabajos extraordinarios fue interrumpida en el Congreso. Contra la Justicia de la revisión del salario mínimo se desencadenaron los odios. Quise crear la libertad nacional en la potencialización de nuestras riquezas a través de Petrobrás, mal comienza ésta a funcionar cuando la onda de agitación crece. La Eletrobrás fue obstaculizada hasta el desespero. No quieren que el pueblo sea independiente.
Asumí el gobierno dentro del espiral inflacionario que destruía los valores del trabajo. Las ganancias de las empresas extranjeras alcanzaban hasta el 500% al año. En las declaraciones de valores de lo que importábamos existían fraudes que constataban más de 100 millones de dólares al año. Vino la crisis del café, se valorizó nuestro principal producto. Intentamos defender su precio y la respuesta fue una violenta represión sobre nuestra economía al punto de vernos obligados a ceder.
Vengo luchando mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo la represión constante, incesante, soportando todo en silencio, olvidando y renunciando a todo dentro de mí mismo, para defender al pueblo que ahora se queda desamparado. Nada más les puedo dar a no ser mi sangre. Si las aves de rapiña quieren la sangre de alguien, quieren continuar chupando al pueblo brasileño, yo ofrezco en holocausto mí vida. Escojo este medio para estar siempre con ustedes. Cuando los humillaren, sentirán mi alma sufriendo a su lado. Cuando el hambre fuera a golpear sus puertas, sentirán en sus pechos la energía de lucha para ustedes y sus hijos. Cuando los desprecien, sentirán en mi pensamiento la fuerza para la reacción.
Mi sacrificio los mantendrá unidos y mi nombre será su bandera de lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en su conciencia y mantendrá la vibración sangrada para resistir. Al odio respondo con perdón. Y a los que piensan que me derrotan respondo con mi victoria. Era un esclavo del pueblo y hoy me libro para la vida eterna. Pero este pueblo, de quien fue esclavo, no será más esclavo de nadie. Mi sacrificio quedará para siempre en sus almas y mi sangre tendrá el precio de su rescate.
Luché contra la privaciones en el Brasil. Luché con el pecho abierto. El odio, las infamias, la calumnia no abatirán mi ánimo. Les daré mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. Nada de temor. Serenamente doy el primer paso al camino de la eternidad y salir de la vida para entrar en la historia."
24 de agosto de 1954. Getúlio Vargas.
Getúlio Vargas fue probablemente el más importante político brasileño del siglo XX, y su influencia se extiende hasta hoy día. Su herencia política es reclamada, al menos, por dos partidos actuales: el Partido Democrático Trabalhista (PDT) y el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB).
A los cinco años de haber sido depuesto, Vargas es investido presidente de Brasil, el 31 de enero de 1951, tras su victoria electoral el 3 de octubre de 1950. Vargas inició en su país el proceso de industrialización y de sindicalización de los trabajadores industriales.
Getúlio quiso y no pudo llevar adelante el Pacto de ABC, de Argentina con Brasil y Chile, que Juan Perón le propuso como base política de lo que hoy debería ser el Mercosur.

martes, 21 de octubre de 2014

El "Belgrano" de Halperín Donghi

Por Pacho O’Donnell  Los méritos de Halperín Donghi son indiscutibles y lo hacen digno de todo respeto. Puede aceptarse que es “ el mejor”, como dice la nota del último NOTICIAS, si se tiene en cuenta la corriente historiográfica liberal iniciada por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López.
Es en cambio insostenible dicha afirmación en el campo del revisionismo histórico nacional, popular y federalista iluminado por grandes referentes como, entre otros, José María Rosa, del peronismo, o Abelardo Ramos, de la izquierda nacional.
Luego de una vida dedicada a denostar a la corriente revisionista en artículos y libros, uno de estos titulado “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional”, Halperín parece haberse decidido a sus 92 años a paladear el fruto prohibido y a “revisar” la memoria de uno de nuestros próceres máximos, Manuel Belgrano. Pero entra por la puerta equivocada porque su libro está vertebrado por la ya perimida concepción de “humanizar a los próceres” por medio de anécdotas conocidas, como la burla de Dorrego, e inferencias audaces sin abordar las circunstancias sociales y políticas de la época lo que condena al texto a una cadena de subjetividades,  preconceptos y psicologismos sin sustancia que contribuyen a una lectura algo farragosa pues su autor no logra despojarse de su impronta academicista que suma siete páginas de citas en letra pequeña al final del libro.
Lo que más impresiona es el tono del texto, entre la burla y la impiedad insólitas, que adjudica al prócer aventurados defectos como la egolatría, la irresponsabilidad intelectual, la ausencia de sentido común, hasta el extremo de aprobar la incisiva síntesis de la entrevistadora: Belgrano habría sido “un niño rico con pocas luces”. Un Belgrano que, de acuerdo con una psicología de poco vuelo, nunca se sentía más contento que cuando hacía algo que merecía la aprobación de sus padres. Su relación de apego con Mariano Moreno habría sido un síntoma de esta fijación parental.
La historia oficial, de cuyas manifestaciones actuales Halperín es su indiscutible orientador, “lee” desde la perspectiva de los privilegiados, mientras el revisionismo nacional, popular, federal e iberoamericano lo hace desde los intereses de las mayorías. Si no se acepta esta premisa, investigaciones, exposiciones y publicaciones historiográficas no hacen más que avalar la ideología liberal, porteñista, antipopular y antiprovincial de los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX, instituida como pensamiento único en programas escolares y universitarios, en canciones y fechas patrias, en la denominación de calles, avenidas y parques.
 Esta bizquera ideológica hace que quede soslayado en este libro el compromiso de Belgrano con los desposeídos como es evidente en su propuesta de escuelas para pobres, también la inclusión de mujeres y de afrodescendientes en las aulas, lo que lo erige como el pionero de la educación popular entre nosotros. Puede decirse que don Manuel fue lo más avanzado en ideales progresistas que se podía ser en su época. Allí está el “éxodo jujeño” que lo ubica como líder de una amplia movilización popular, la primera pueblada rural de nuestra historia. Otra evidencia de su sensibilidad popular es la donación de su cuantioso premio por la victoria en Salta para la fundación de cuatro escuelas en las zonas más pobres, también porque “nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos, que el dinero o las riquezas”. Dicta para dichas escuelas un admirable reglamento que debería colgar en todos nuestros establecimientos educativos. El forzado encono del autor contra su biografiado es evidente cuando al referirse en página 100 al humanitario articulo que establece que en el caso de algún alumno “que se manifieste incorregible” debía ser “despedido secretamente de la escuela” deduce que se debe al “temor, habitual en Belgrano, de que las escuelas por él fundadas fueran blanco de la maledicencia de los malvados”.
He aquí el enigma que Halperín se propone desentrañar y que da título al libro: “¿Cómo  alguien tan imperfecto, tan privado de virtudes, pueda ser tan bien considerado por las distintas versiones de la historia argentina?”, sin advertir que la respuesta está en la aproximación prejuiciosa a su biografiado.
Así el autor usa el sarcasmo para señalar el supuesto fracaso de las admirables  propuestas de Belgrano para los pueblos originarios misioneros durante la campaña del Paraguay, aunque reconoce que “ese inventario de reformas deseables no es extravagante, como suele ser habitual en él” (pág. 92). ¿Cuáles son esas iniciativas? La eliminación del tributo y demás impuestos por diez años, la habilitación de los  naturales para todos los empleos civiles, militares y eclesiásticos hasta entonces reservados para los españoles y algunos criollos, la obligación de los yerbateros de pagar a los naturales conchabados para la cosecha, etc.
Pero el autor, implacable, suma el fracaso del efecto inmediato de dichas propuestas de don Manuel “a los desengaños que se acumulan en su camino”. Entre ellos, la difícil y tortuosa marcha de la revolución independentista, “no puedo pasar por alto las lisonjeras esperanzas que me había hecho concebir el pulso con que se manejó nuestra Revolución”, escribe Belgrano con una conmovedora decepción y agrega “¡Ah, qué buenos augurios! Casi se me hace increíble nuestro estado actual”.                                                                                                                                                                     Pero Halperín pone su interés en anécdotas intrascendentes como la de su confusión con los hornos de Rumford (pág. 80) o la sugerencia a su padre de sembrar arroz (pág.70) lo que lo autoriza de acusar a Belgrano de carecer de sentido común.

La propuesta de don Manuel para Mayo, luego de haber apoyado el libre comercio como una forma de debilitar al poder virreynal, es fortalecer al Estado por medio del proteccionismo y el control de las variables económicas, como puede leerse en sus admirables escritos, sobre todo los referidos a la economía en los que ensaya una postura alternativa al libre comercio basada en la producción nacional protegida, la incautación de la riqueza privada, la incipiente industrialización de materias primas, la creación de una flota mercante propia, la sustitución de importaciones, tema árido para un historiador liberal señero como Halperín, lo que quizás nos apunta a una de las claves de su malhumor ante su biografiado.
Rescato del libro de Halperín el haber puesto sobre la mesa de debates a Manuel Belgrano. No concuerdo en que el revisionismo no se haya ocupado de él, varios autores lo han hecho y yo también a lo largo de mi veintena de libros de tema histórico, ya desde el primero, “El grito sagrado”, dedicado a la campaña belgraniana del Noroeste. Dicho equívoco se comprende porque en la bibliografía de “El enigma de Belgrano” no hay ningún autor revisionista.