Rosas

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domingo, 31 de julio de 2022

Buenos Aires a comienzos del siglo XX: "golondrinas", "cirujas" y el "malevo" (mal llamado lunfardo)

Por el Prof. Jbismarck
La población ‘golondrina’, estaba constituida por inmigrantes que llegaban solo para levantar las cosechas, y luego retornaban a sus lares. La diferencia entre las cifras de inmigración y emigración, da idea cabal de la magnitud alcanzada por estos vagabundos anuos. La cifra comenzó a cobrar inusitada significación a fines de siglo, quizá por la amplitud que, como veremos, adquirieron en esa época las cosechas que necesitaban braceros y los reclamaban de Europa. Tales braceros estaban en el país el tiempo indispensable para realizar sus tareas específicas, y aquí no gastaban en nada para ahorrarse el dinero con el que ellos y sus familias vivían en Europa hasta el año siguiente. En el bienio 1893-1894, por ejemplo, de 165.091 inmigrantes registrados, solo permanecieron aquí 74.904. Los 90.187 restantes, es decir el 55 por ciento, volvieron a sus tierras de origen. Pero los noventa mil tuvieron que pasar por Buenos Aires dos veces: una al llegar, y otra al irse. Esa población se ubicó en posadas o alojamientos, alfombró los potreros y las lonjas baldías del ferrocarril, cuando no levantó sucias taperas que luego ocuparían otros paisanos suyos.
La inmigración golondrina fue creciendo grandemente, y Buenos Aires se pobló de linyeras. El  1927-1928 acusa una inmigración total de 763.629 individuos, de los cuales se radicaron solamente 198.050 tanto, 565.569 linyeras pasaron por Buenos Aires en dos años (más del 74 por ciento de inmigrantes) que estamos pasando la quinta década de nuestra no necesitamos esforzarnos demasiado para ver cómo a lo largo de las vías, por las carreteras principales, por los caminos de acceso, circulaban esos desgraciados con su lío de ropas atado a la punta de una rama,  vestidos de harapos, hurgando en los tachos de basura: nuestra orgullosa ciudad para comer las sobras que entonces se tiraban; y cómo otros, sensatos, se ofrecían a ejecutar cualquier trabajito —barrer el patio, cortar el césped, arreglar quier cosa— simplemente por la comida, esperaban el barco que los devolvería a su tierra. Medio millón de linyeras habla bien de las posibilidades que se abrían para los alojamientos inmundos y de latas.
Las míseras y roñosas taperas tuvieron también población más o menos estable. De tanto andar por los tachos de basura, los linyeras encontraban a objetos de valor; luego se descubrió que los papeles de las botellas, las maderas y muchos desperdicios para venderse, y nació así la repugnante actividad de los cirujas, vale decir, buscadores de restos comerciables en la quema, allí en donde se vaciaban todas las basuras de la urbe: hombres, mujeres y niños, con las piernas cubiertas de arpilleras se introducían en las cenizas tibias para hurgar ellas ‘juntando changas’, mercaderías que luego venderían a ciertos capitalistas que llegaron a transformarse en verdaderos magnates. ¿Por qué se llamaba ‘cirujas’ a individuos?... Hay quien sostiene que por la habidad para ‘disecar’ cadáveres a fin de quitarles cualquier elemento de valor que pudieran contener; algo de esto insinúa el tango: “Y el ciruja, que era listo para el tajo, al cafiolo le cobró caro su amor”. Sábato, buen conocedor del porteño reo, ha señalado que también se llamaba ‘ciruja’ al “tipo vivo, hábil” ; sin duda, ése es el sentido que se da al vocablo en la milonga de Dizeo y Caló Cóbrate y dame el vuelto: “Y sin decirle atajate, le partió al ciruja el mate con el filo de la plancha”.
Tanta fue la necesidad de braceros que tenían nuestros campos, tan grande la invasión de linyeras, y tan tenaz la avidez de dinero y la negativa a gastar de éstos, que el gobernador José Camilo Crotto dispuso que los braceros vagabundos podían viajar gratuitamente en los trenes de carga del Ferrocarril provincial de Buenos Aires, beneficio que enseguida se extendió, de hecho, a toda la red ferroviaria del país. Y el porteño reo creó la voz maleva croto... para referirse al vagabundo desharrapado.
El linyera, el croto y el ciruja no eran, pues, individuos de conventillo. Sí, en cambio, los taitas en sus formas de compadrito, taura o payador, que vivían en ‘bulines mistongos’ o ‘cotorros’, vale decir, habitaciones de conventillo marcadas con el signo de la soltería y el amancebamiento.  El compadrito era siempre proxeneta (cafiolo o cafishio), y su cotorro se caracterizaba por la limpieza y el adorno que las pobres mujeres por él explotadas (yiras, troteras), ponían de grado o a la fuerza. Los demás taitas, en cambio, se jactaban por el desarreglo reinante en el mísero cuartucho; y como eso era, en cierta forma, signo de varonil libertad, reñían a sus pasajeras concubinas porque lo arreglaban: “Mi bulín está mucho más lindo, más aireáo, ventiláo y compadre, con las pilchas por el suelo, todo bien desarregláo; [...] te agradezco, mi otaria, de que me hayas amuráo”. Cabe aclarar, a proposito, que mina, apocope de de menina, tiene sentido cariñoso; el tono peyorativo con tratamiento a la mujer es percanta, variante eventual ‘percal’.  Uno de los tangos más famosos, Mi noche triste comienza con la queja dolorida a la ingrata mujer: “Percanta que me amuraste”... El payador, proclive prefería llamar china a su compañera, cuando no exageraba demasía su fanfarronería de porteño y la llamaba gaucha. Otra voz cariñosa para el tratamiento de la mujer, muy popularizada en Buenos Aires, era ñata; Las muchachitas adolescentes y juguetonas aún, tienen también su designada maleva, un poquitín despectiva: chiruzas, tal vez por referencia al desaliño de sus trenzas mal armadas (chuzas).
En ese Buenos Aires de 1914, con un millón y medio de habitantes, la magnitud de la chusma porteña puede calcularse holgadamente en los dos tercios, vale decir, un millón de almas, con enorme proporción de inmigrantes pobres y sus primeros hijos nacidos aquí. Y en esa heterogeneidad de costumbres, tradiciones, idiomas y variantes dialectales que alternaban cotidianamente  el conventillo, en la feria, en los cafetines, en los barríales de latas, en esa mescolanza promiscua, en fin, se foro el habla arrabalera del malevaje, que se impuso en todo Buenos Aires a través de su voz más característica: tango. Y sus palabras MALEVAS

Amasijar, por castigar (y derivados).
Angelito, por tonto o ingenuo.
Apoliyar, por dormir (y derivados).
Bacán, por persona acomodada (y derivados). Bagayo, por valija y por mujer fea.
Barra, por agrupación de amigos.
Batacazo, por triunfo inesperado (distinto del ‘golpe’ académico).
Batata, por cortedad de genio (y derivados). 
Batifondo, por ruido ensordecedor.
Batir, por contar o delatar (y derivados).
Batuque, por ruido o desorden.
Berretín, por capricho o antojo.
Biaba, por castigo o paliza.
Boleto, por mentira o engaño (y derivados).
Bufoso, por revólver o cualquiera otra arma de fuego portátil.
Buraco, por agujero o hueco.
Cachada, por broma o tomadura de pelo (y derivados) .
Cabrero, por enojado u hosco (y derivados). 
Cachuso, por deteriorado o arruinado.
Cama (hacer la cama), por celada (tender una celada).
Camote, por enamoramiento o estado erótico.
Cana, por policía.
Canchero, por habilidoso (la Academia aceptó cancha por habilidad). 
Canillita, por vendedor de diarios.
Cantar, por confesar.
Capote (hacer capote), por éxito (tener éxito). 
Castañazo, por puñetazo.
Catrera, por cama.
Colarse, por entrar a donde no se ha sido invitado. 
Colifato, por loco en cualquiera de sus manifestaciones. 
Colimba, por servicio militar obligatorio y por soldado conscripto.
Compadre, por elegante.
Cortado, (andar cortado), por sin dinero (andar $ . dinero).
Corte (darse corte), por lucimiento.
Cosaco, por agente de la policía montada.
Coso, por individuo.
Curda, por embriaguez y por ebrio.
Chamuyo, por conversación (y derivados). 
Chorro, por ladrón (y derivados).
Churro, por bella o bello (y derivados), referidc personas.
Embalar, por apasionarse o enceguecerse. 
Empacar, por guardar (especialmente dinero). 
Engrupir, por engañar (y derivados).
Fajar, por castigar y por vencer en una riña. 
Fané, por arruinado, cansado, enfermo (referidc persona).
Farra, por diversión (y derivados).
Fesa, por tonto y por inhábil.
Fiaca, por un cansancio o desgano peculiarísimamente porteño).
Fuelle, por pulmón y por bandoneón, 
Garufa, por diversión.
Guita, por dinero.
Grupo, por mentira o engaño (y derivados). 
Hincha, por fanático.
Kilo, por mucho o por sobresaliente.
Lastrar, por comer.
Mangar, por pedir.
Mango, por peso moneda nacional.
Matufia, por enredo o negocio turbio. 
Mersa, por vulgar o por vulgo.
Morfar, por comer.
Ñaca, por avaro o tacaño.
Otario, por tonto o lelo.
Papa, por hermosa, bella, linda (y derivados).
Patotero, por bandolero, con matiz de desprejuiciado y ruin.
Pechar, por pedir (y derivados).
Raje, por huida o escape.
Rana, por avispado o vivo.
Sonar, por sufrir un quebranto y por morir.
Seco, por falto de dinero.
Toco, por fajo de billetes o de papeles.
Urso, por corpulento.
Viola, por guitarra.
Yeta, por mala suerte.
Zanahoria, por tonto, inhábil, distraído, bobalicón.

Podríamos seguir con decenas de otras voces; mas para lo que nos hemos propuesto, es suficiente. Para entender estas expresiones y centenares de otras parecidas, no es preciso, por cierto, ser perito en lunfardo: basta vivir en Buenos Aires (quizá en la Argentina o Uruguay). Porque esto no es lunfardo, es malevo, es la lengua rea de Buenos Aires, es el habla porteña de todos los días. 
Bibliografía
Pérez Amuchástegui, "Mentalidades Argentinas"
Soler Cañas Luis, "Antologia del lunfardo"

La "Doctrina Drago"

Por el Prof. Jbismarck
En 1902 un hecho insólito conmovió a América. Venezuela acababa de atravesar una guerra civil, como consecuencia de la cual algunos extranjeros residentes sufrieron perjuicios y promovieron reclamaciones al Gobierno. Este hecho unido a que Venezuela suspendió el pago de los bonos de la deuda pública contraída con Gran Bretaña y Alemania, determinó a estos países y a Francia e Italia a entablar reclamaciones por vía diplomática. Al no dárseles de inmediato respuesta, los dos primeros estados nombrados iniciaron una demostración hostil contra Venezuela.  
La prosperidad de Estados Unidos en la década de 1880 era visible en el crecimiento de las ciudades, y ellos desde 1823 aplicaron la "Doctrina Monroe" que en la práctica significaba "AMÉRICA LATINA PARA LOS ESTADOS UNIDOS".  Recordémos al efecto que la doctrina establecía que cualquier potencia europea que realizara un acto de colonización o intervención de ningún género en América, mostraría una actitud poco amistosa hacia los E.U.A.
Sin embargo, ya el Presidente Teodoro Roosevelt en su mensaje del 3/XI/ 01 habíá consignado lo siguiente: “No garantizamos a ningún Estado contra la represión que su mala conducta pudiera suscitar, con tal que dicha represión no asuma la forma de una adquisición de territorio por una potencia no americana .
Alemania y Gran Bretaña presentaron un ultimátum a Venezuela, el 7/XII/ 02, exigiéndole el pronto pago de lo adeudado y el resarcimiento de los prejuicios sufridos por sus respectivos súbditos. Como no lograron lo que se propusieron; hicieron al pnncipio un bloqueo pacífico pero terminaron apresando buques de guerra venezolanos en La Guayra, además de bombardear Puerto Cabello y destruir varias cañoneras fondeadas en la rada. Venezuela se dirigió entonces a los Estados hermanos de América y protestó por esos atropellos.   Nuestro canciller Luis María Drago, se dirigió a Martín García Merou, embajador argentino en Washington, con fecha 29/XII/02 formulando una exposición que se conoce como Doctrina Drago. Lo más importante de esta declaración es lo que sigue: “Lo único que la República Argentina sostiene y lo que vería con gran satisfacción consagrado, con motivo de los sucesos de Venezuela, por una nación que, como los Estados Unidos, goza de tan grande autoridad y poderío, es el principio ya aceptado de que no puede haber expansión territorial europea en América, ni opresión de los pueblos de este Continente, porque una desgraciada situación financiera pudiese llevar a alguno de ellos a diferir el cumplimiento de sus compromisos. En una palabra, el principio que quisiera ver reconocido, es el de que la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea”. Además la nota destacaba algunas ideas interesantes: los capitalistas que prestan dinero a un Estado extranjero estiman previamente el riesgo; se sabe que un Estado soberano no se encuentra sujeto unilateralmente a los procedimientos ejecutivos o judiciales; el uso de la fuerza contra Venezuela implica la ocupación territorial, lo cual es contrario a la doctrina Monroe. La respuesta de Hay se apoyaba en la declaración de Teodoro Roosevelt, de 1901 y sugería el arbitraje de las disputas internacionales.
La Doctrina Drago se transformó en cuestión muy importante para dos reuniones internacionales: la Tercera Conferencia Interamericana de Río, en 1906, y la Segunda Conferencia de La Haya en 1907.  De acuerdo con la autorización otorgada por la Segunda Conferencia, los representantes de los Estados americanos se reunieron con Washington en diciembre de 1905 con el Secretario de Estado norteamericano, para iniciar los preparativos para la Tercera Conferencia. Esta reunión se realizó en Río de Janeiro y se extendió desde el 23/VII hasta el 27/VIH/06.  Nuestros delegados fueron: José A. Terry, Ministro de Relaciones Exteriores durante el segundo gobierno de Roca, Eduardo Bidau, uno de los acompañantes a la reunión de Méjico y profesor de Derecho Público Internacional en la U.B. A., Joaquín V. González, estudioso y dirigente político que habíá desempeñado varios cargos importantes y rector fundador de la Universidad de La Plata en 1905 y Epifanio Pórtela, un diplomático de carrera.
Entre los logros de esta Conferencia debemos señalar que se volvió a insistir en el arbitraje obligatorio. Las diecinueve naciones participantes — no asistieron Haití y Venezuela—adoptaron la resolución de la comisión de arbitraje: sus países debían trabajar en La Haya para conseguir un convenio definitivo y eficaz con respecto a este tema. La próxima reunión de La Haya, a la que por primera vez habían sido invitadas todas las naciones latinoamericanas se iba a concretar en 1907.
En la Tercera Conferencia —en la que los delegados norteamericanos impidieron se tratasen los principios de la Doctrina Drago— se aprobó unánimemente remitir a la asamblea de La Haya las opiniones de los Estados Americanos con referencia a las deudas públicas. En La Haya se trató y por la intervención del delegado de E.U.A., Hornee Porter, se mediatizó su sentido. Allí se aprobó con el subtítulo de “Limitación del empleo de la fuerza para el cobro de deudas contractuales”. Por el artículo 1ro se establecía que las partes contratantes convenían en no recurrir a la fuerza armada para el cobro de las deudas contractuales reclamadas al gobierno de un país por el gobierno de otro país. Esta estipulación no podía ser aplicada cuando el Estado deudor rehusaba o dejaba sin respuesta una oferta de arbitraje o en caso de aceptación hacíá imposible el establecimiento del compromiso o después del arbitraje no aceptaba la sentencia emitida. El arbitraje mencionado era el previsto para el arreglo pacífico de los conflictos internacionales. 

Hace 33 años llegaban al país con un gran reconocimiento Oficial y Popular los restos del Restaurador

Por Julio R. Otaño 

El 20 de noviembre de 1973, el Presidente Juan Domingo Perón convocó a Manuel de Anchorena a efectos de ofrecerle la embajada en Gran Bretaña y encomendarle dos temas: avanzar en la solución diplomática del tema Malvinas y la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas. Durante su exilio, Perón manifestó reiteradamente sus ideas sobre el deseo de que la figura del Restaurador fuera reivindicada y sus restos descansaran en nuestra patria. 

El 30 de septiembre de 1989 los restos del defensor de la soberanía argentina llegaban a su país, con una comisión integrada por Manuel de Anchorena, Eugenio Rom, Martín Silva Garretón, Ignacio Bracht Olmedo, Juan Manuel Palacio, Roberto Rimoldi Fraga, José Rodríguez Ortiz de Rozas, Carlos Rubén French y Carlos Ortiz de Rozas. Gran labor tuvo en este acontecimiento la Comisión Popular Pro Repatriación de Rosas integrada por César Castex, José María Di Giorno, Emilio Hardoy y Susana Anchorena de Balcarce.

Se cumplía uno de los sueños de mi adolescencia....y estuve acompañando los restos de la cureña desde darsena Norte hasta Recoleta...Día Inolvidable.



sábado, 30 de julio de 2022

Los Degolladores

Por Juan Manuel Vigo

Como se degollaba, don Pascasio?
Esta pregunta se la oímos hacer hace medio siglo a don Pascasio Rivas, un cordobés que anduvo en muchas y que también vio muchas ,
—Y... lo más fácil. Se le metía el cuchillo debajo de la oreja, detrás de la carretilla y se lo hacia bandear al otro lado. Después no había más que cortar p’adelante. Igual que a las ovejas.
El famoso gaucho alzado Ledesma, un temible asesino que, por el destino, fue a morir en duelo criollo a manos de un pobre agente de policía (allá por mil ochocientos noventa y tantos), contaba en los fogones de las islas de Verde, frente a Saladero Cabal:
—Yo he degoyau de todo y a veces por curiosidá. M’entretenia hasta con loj perroj y cualisquier bicho. Y dispuej loj soltaba pa ver ande iban a parar. El que va a cáir maj le Jo ej el cristiano'*.
En nuestra historia del siglo pasado abundan los casos de degüellos, tal vez porque fuimos durante ese lapso un pueblo eminentemente ganadero. La mayor industria que tuvimos en el litoral, por no decir la única importante, el saladero, era una verdadera orgia de sangre. Al animal se lo enlazaba, desjarretaba y degollaba en medio de una batahola de gritos y perros, y entre charcos de sangre y pisando achuras y residuos. La muchachada de la ciudad y de los pueblos iba a los saladeros y mataderos a entretenerse viendo degollar reses. Se simulaban yerras, y naturalmente se “degollaban reses”, para lo cual no faltaban los que se prestaban a ser novillos y los que la oficiaban de “degolladores”.
Alguna vez oimos a nuestras abuelas referirse a los tiempos en que eran niñas: —“Teníamos que esconder las muñecas porque los muchachos las degollaban para jugar”.
Cuando habla que sacrificar un animal no se pensaba sino en degollarlo, aunque se tratase de un caballo de carrera que habla sufrido una quebradura incurable. El dueño lo mandaba degollar, porque asi lo determinaba la costumbre. Y no se le ocurría abreviarle a la pobre bestia los sufrimientos pegándole un tiro, aunque estuviese con el revólver en el cinto y los ojos llenos de lágrimas.
Un tal Argumedo, hijo de un comandante entrerriano, contaba.
—“Mi padre me enseñó a degollar. La primera volada me la dio cuando tenia catorce años. Al principio cuesta y uno se embadurna entero. Pero después se hace baquiano”.
Ha sido precisamente un pintor entrerriano, Cesáreo Bernardo de Quirós, quien ha dejado uno de los documentos más dramáticos de esos tiempos. Se trata de los cuadros “Los degolladores y “El matadero’, que se exhiben en el Museo Nacional de Bellas Artes. El de “Los degolladores”, sobre todo, horroriza por su tremendo realismo, acentuado por el violento colorido, con predominio del rojo, como casi toda la obra de ese artista. Allí se ve también una manta extendida sobre los pastos, donde se han ido arrojando las prendas de plata quitadas a los condenados. Era el pago que a veces recibían los degolladores para cumplir su oficio.
Cesáreo Bernaldo de Quirós tuvo buenos motivos de inspiración en su tierra natal, sobre todo con los procedimientos de don Justo José de Urquiza, que, según la tradición, mandaba degollar a los ladrones. Se cuenta que hubo quien perdió la cabeza por haberle robado una sandía. A Santa Fe fue a parar uno que se escapó arañando de que don Justo lo hiciese degollar por uno de estos delitos. Cayó a la ciudad de Estanislao López ostentando un gran claro sobre la frente, donde no le había quedado sino uno que otro pelito. Tomado firmemente de los cabellos, en el momento en que le arrimaron el cuchillo dio un tremendo cabezazo hacia atrás y escapó. El frustrado degollador se quedó bramando de indignación con el mechón entre los dedos, mientras el otro ganaba el monte con tan buenas ganas de disparar que no lo alcanzaron ni con perros. “Jamás volveré a degoyar sin haberlos maneado antes”, fue el amargo comentario del burlado...
No es para extrañarse de que aquél dejase el jopo en manos de su presunto degollador. En trance de morir, el ser humano suele adquirir fuerzas descomunales. Cuando degollaron en Cayastá, siglo pasado, al conde Tessieres de Bois Bertrand con toda una numerosa familia, en uno de los hechos más dramáticos que es posible imaginar, un muchacho de catorce años, en un descuido de los asesinos que habían cerrado todas las puertas de la residencia para no dejar uno vivo, escapó a través de una sólida reja doblando los hierros. Cuando después se hizo la reconstrucción del crimen, el pobre chico no pudo hacer pasar siquiera la cabeza por el sitio por donde él mismo había escapado en un momento de desesperación.
Muchas veces, por circunstancias especiales —venganzas personales, odios políticos profundos, etc.-— los degolladores prolongaban el suplicio. Tal es lo que ocurrió en Tucumán con el doctor Marco Avellaneda. Dicen que lo ultimaron con un cuchillo desafilado y mellado, y como el degollador, probablemente a propósito, demoraba la faena, el doctor Avellaneda le gritó: “Apure, apure. ”
Degüello también por venganza fue el que ocurrió en La Cimbra (Santa Fe> con el hotelero suizo Antonio von Will, quien había venido de Nueva York para atender un negocio de su hermano, que debia viajar a Suiza. En esos días se produjo la revolución de 1893 y los radicales tomaron el pueblo de Helvecia, distante 16 kilómetros de Cayastá. El gobierno mandó tropas, a las que se agregaron varios cientos de irregulares y merodeadores. Von Will aprovechó que se detuvieron en las proximidades de Cayastá y corrió a avisar a Helvecia. Allí los revolucionarios esperaron prevenidos a sus adversarios y les hicieron treinta muerto, entre los que cayó el comandante de milicias Camilo Romero. Retomado más tarde el gobierno, su hermano Benito, también comandante, sacó una noche sigilosamente a von Will y lo hizo degollar junto a un arroyo. En venganza por la muerte de su hermano —y también, sin duda, por ser gringo y meterse en las cosas nuestras— ordenó al victimario:
—Degoyalo a lo chancho y removele el cuchiyo.
Es decir, que le clavara el cuchillo en la garganta, hacia abajo, y le hurgara la herida hasta verlo morir.
En condiciones también muy crueles —si es que se puede agregar mayor crueldad a un degüello— fue muerto el coronel Santa Coloma, apenas terminó la batalla de Caseros.
No bien cayó prisionero, fue llevado a presencia del traidor Urquiza, quien ordenó secamente:
—Deguellenló por la nuca. Asi paga las que ha hecho.
No era faena fácil eso de degollar por la nuca. Había que cortar primero los músculos de la parte posterior del cuello, para abrir camino hasta la columna vertebral. Alli, con el filo del cuchillo, se buscaba una articulación de las vértebras para seccionar la columna y llegar luego a la garganta. Si el degollador le erraba a la articulación en los primeros intentos o se ponia nervioso, como el verdugo que, según Maurois, decapitó a María Estuardo, el trabajo se prolongaba. Lo más probable entonces, era que se decidiese a cortar en cualquier parte hachando a machetazos el espinazo. La sección de la médula abreviaba la agonía.
En su historia de Corrientes, el doctor Florencio Mantilla relata las alternativas del degüello de Pago Largo, de acuerdo a lo que le refiriera un testigo. Dice que alinearon a los prisioneros y los fueron contando. Cada diez sacaban uno y lo degollaban. Cuando llegaron al otro extremo, comenzaron de nuevo en sentido Inverso. La oficialidad de las fuerzas entrerrianas presenciaba el espectáculo, festejando lo que le causaba gracia. También andaba entreverado el mayor Calventos, quien se paseaba sobando cuidadosamente una lonja de, piel fresca:
-Esta se la saqué del lomo a Berón de Astrada.. .
Se dice que con ella fabricó una manea que mandó a Rosas.
En el cuadro de Quirós los degollados aparece con las manos atadas a la espalda y los pies también amagados. Asi se los degollaba más fácil, pues los prisioneros —sobre todo si eran de agallas se defendían como podían.
Por ejemplo, el valiente coronel Chllavert, que murió atacando a sus verdugos a puñetazos y puntapiés, había sido jefe de la artillería rosista en Caseros. Pero Chllavert se resistió por un motivo distinto; Urquiza quiso hacerlo fusilar por la espalda. Cayó acribillado a bayonetazos, golpes de sable y culatazos. Pero no le dio a Urquiza, el gran traidor, el gusto de que lo vieran morir como un traidor, que nunca lo había sido y menos a su Patria. Todo lo que se acaba de relatar causa horror y no es para menos. Pero ello no ha sido algo exclusivo de los argentinos y menos de “los tiempos del rosismo”. Tampoco nuestros comandantes de campaña eran tan refinados cómo para inventar suplicios como los que los hombres de toga mandaron aplicar a Tupac Amarú, condenándolo a ser descuartizado atando sus miembros a cuatro caballos, mientras mandaron cortar la lengua y después degollar a su esposa, sus hijitos y todos los parientes más o menos cercanos. El caballero don Martín de Alzaga, héroe durante las Invasiones Inglesas, mandó aplicar tormento a un pobre infeliz acusado de difundir noticias de la Revolución Francesa. Rodeado de toda la aparatosidad legal y procesal de circunstancias, el verdugo le amarró las manos y le fue introduciendo cuñas de hierro debajo de cada uña. La sesión indagatoria se repitió dos veces. En la primera se le destrozaron las uñas de los dedos de una mano; en la segunda se le mutiló la otra. Encima resultó que el pobre prójimo era inocente.
El ambiente en que se vivió durante el siglo pasado en nuestro país bien pudo producir gente insensible y bárbara. Pero de alguna pasta muy buena debe estar amasado el espíritu de nuestro pueblo cuando, a pesar de ello, jamás permitió un linchamiento ni acepta la pena de muerte y ni siquiera admite que se realicen corridas de toros... No deja de ser alentador este largo camino recorrido por los argentinos desde la frecuentación de esos degüellos que hemos relatado y el respeto por la vida ajena que actualmente forma parte de nuestra modalidad nacional.

COSAS DE LAMADRID

Por el Prof. Jbismarck
Después de la derrota de Oncativo, Facundo Quiroga se alejó hacia Buenos Aires dejando su provincia a merced de los vencedores. El general Paz dispuso entonces que fuera Lamadrid quien ocupara La Rioja y asumiera el gobierno de dicha provincia.  La medida fue bien recibida por los oficiales unitarios y no faltó quien hizo llegar congratulaciones como ésta al famoso coronel tucumano: “Estoy contento de saber que usted va a pacificar para siempre ese país qe gentes que parecían incapaces de ser personas, pero usted con sus vidalitas y modo de tratarlos, bien soy seguro hará de esos hombres una porción de buenos patriotas”.   A Lamadrid la misión que se le confiaba no le hizo mucha gracia, a juzgar por una carta:
"He recibido su apreciable del 4 no de muy buena gana, pues ella me ha hecho reir a carcajadas, pero no de gusto. ¿Sabe usted que han descubierto un bonito y el más lindo modo de embromarme? Cuando quieren conseguir de mi algún sacrificio, al instante me presentan a la Patria en necesidad de exigirlos y con esto han dicho todo. Yo bien conozco que podría ser útil en aquel país por mi genio y el tal cual concepto que tengo para atraer esas gentes y echarle una vaina a ño Facundo, pero esto sería para mi la mayor de las piadoras, y de ningún modo deseo descansar en ella. Trabajen ustedes lo que quieran que yo no abriré los labios a este respecto. Lo que si me comprometo es (a) servir de ordenanza si es preciso al gobernador qué allí se nombre, mientras mi presencia pueda ser útil y necesaria para que ese Pueblo se tranquilice y ordene, pero de ningún modo hacerme cargo de su gobierno porque esto sería enterrarme a vivir entre iteras para amansarlas. No crea usted por esto que yo me niego a servir a mi Patria, muy lejos de eso, es difícil encuentre usted un hombre más decidido! Si sus habitantes exigiesen de mi este sacrificio, yo lo haría aunque de muy mala gana, pero me desprendería de él tan luego como los viere tranquilos.”
Más adelante Lamadrid pide al gobierno tabuco, papel y cuchillos. “Ya no hay quien pite en la División”, dice; y agrega: ‘‘Cuando queremos tomar un asado andamos con los sables a las vueltas”. ‘‘Plata no pido —añade más adelante — porque ésa la buscaré en las minas, pues estoy más cerca que ustedes”. Y anunciando, en fin, su inminente entrada en la Rioja, dice: “El catorce estaré en el Bagual y bien montado para seguir mis operaciones donde sea necesario”. Esta carta, que el remitente escribió en el Bañado de Quines el 10 de abril de 1830, y que se encuentra en el Archivo Histórico de Córdoba, presenta sólo dos párrafos intercalados en clave, cuya interpretación aquí transcribimos en forma destacada.
Señalemos que Lamadrid, en sus Memorias, recuerda su envío a La Rioja como una misión que realizó contra su voluntad; la carta trascripta ratifica esa afirmación, así como pone de manifiesto su desprecio por “esas fieras”, que vivían en la áspera tierra de “Ño Facundo”. .. Por su parte, el general Paz refutó agriamente en sus “Memorias Postumas” lo afirmado por su antiguo subordinado Lamadrid, asegurando que éste marchó de muy buen grado a La Rioja e insinuando que los tesoros ocultos de Quiroga eran una de las atracciones que llevaban a aquél a hacerse cargo de esa expedición... Este tipo de precisiones pueden hacerse ahora mediante la clave de las cartas de Paz a sus jefes y viceversa, que se presenta aquí por primera vez. Ahora, cualquier investigador puede, con un poco de paciencia, descifrar la copiosa correspondencia existente en los archivos cordobeses, sobre ese alborotado periodo de nuestra historia Sin duda la apertura de esos documentos, cerrados hasta ahora a la curiosidad de los estudiosos, aportará esclarecimientos importantes y, su confrontación con documentaciones ya conocidas y memoriales como los que escribieron Paz y Lamadrid serán susceptibles de corroborar o rectificar muchas páginas de historia. Con cifra o sin ella, el mármol de la gloria póstuma ha recogido la efigie del general José Maria Paz.  Quien no tenía el coraje de Lavalle ni el carisma de Lamadrid.

viernes, 29 de julio de 2022

14 DE MARZO DE 1877: FALLECE EL RESTAURADOR.

Por Mario César Grass

“…el miércoles 14 de marzo de 1877, en el amanecer de uno de esos días gélidos y brumosos, tan comunes en el invierno inglés, la vida del fundador de la Confederación Argentina se extinguía, dulcemente, en su humilde residencia de Swanthling.   La presencia de la hija amada en sus instantes supremos, debió hacerle inmensamente feliz y una sonrisa plácida, reveladora de la conformidad interior selló, para siempre, aquellos labios finos y enigmáticos.  “¡Te aseguro que ha muerto como un justo! –escribía Manuelita a su marido, a la sazón en viaje a Buenos Aires, describiéndole los últimos momentos de su progenitor– ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan luego que me dirigió su última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni mas que entregar quietamente su alma grande al Divino Creador! ¡Que él lo tenga en su santa gracia!”.   Faltábanle pocos días para cumplir los 84 años siendo así uno de los próceres argentinos a quienes Dios concedió más larga vida. Entre nuestras grandes figuras, sólo Mitre, que falleció a los 85, le superó en longevidad.    Trabajó, sin desmayos y con su ahínco habitual, hasta pocos días antes de su muerte. La neumonía que lo llevó al sepulcro la contrajo el jueves 8 al dejarse sorprender por la noche, recorriendo el campo, como tenía costumbre, sin reparar en los riesgos de la estación, que en la zona de Southampton, azotada por los vientos del mar, es singularmente fría y húmeda.

 
La carta en que Manuelita relata a su marido los pormenores de la muerte de Rosas a que hice referencia, es un documento de extraordinario valor emotivo e histórico, e insustituible, por su claridad y precisión, para quienes desean conocer el epílogo de una existencia tan apasionadamente combatida. Por ello he querido transcribirla en su integridad.

 Burgess Street Farm.

Southampton, marzo 16 de 1877

 Mi Máximo:

 Cuando recibas ésta estarás ya impuesto de que mi pobre y desgraciado padre nos dejó por mejor vida el miércoles 14 del corriente.   ¡Cuál es mi amargura tú lo alcanzarás pues sabes cuanto te amaba, y haber ocurrido esta desgracia en tu ausencia hace mi situación doblemente dolorosa! Es realmente terrible que tan pronto como nos hemos separado, desgracia semejante haya venido a aumentar el pesar de estar tan lejos uno de otro, pero queda seguro, no me abandona la energía tan necesaria en estos momentos que tanta cosa hay que disponer y atender, todo con mi consentimiento, y que sobrellevo tan severa prueba con religiosa resignación acompañandome el consuelo de haber estado a su lado en sus últimos días, sin separarme de él.    El lunes 12 fui llamada por el doctor Wibblin, quién me pedía venir sin demora. El telegrama me llegó a las cinco y media y yo estuve aquí a las diez y media, acompañada por Elizabeth. El doctor me esperaba para explicarme el estado del pobre tatita. Sin desesperar del caso, me aseguró ser muy grave, pues que, siendo una fuerte congestión al pulmón, en su avanzada edad era de temerse que le faltase la fuerza una vez debilitado el sistema. Al día siguiente (martes) el pulso había bajado de 120 a 100 pulsaciones pero la tos y la fatiga le molestaban mucho, a más de surgir un fuerte dolor en el pulmón derecho. Este desapareció completamente en la tarde… la espectoración, cada vez que tosía, era con sangre, y éste, para mí, era un síntoma terrible, como también la fatiga. Esa noche del martes supliqué al doctor hablarme sin ocultarme nada, si él lo creía en peligro inmediato; me contestó que no me ocultaba su gravedad y que temía no pudiera levantarse más, pero que no creía el peligro inmediato, ni ser necesario consultar otros médicos, y como su cabeza estaba tan despejada y con una fuerza de espíritu que ocultaba su sufrimiento, embromando con el doctor, hasta la noche misma del martes, en que hablábamos, víspera de su muerte. El doctor, como yo, convinimos no ser prudente ni necesario todavía hacer venir al sacerdote, pues su presencia pudiera hacerle creer estar próximo su fin y esperaríamos hasta ver cómo seguía el miércoles. Esa noche estuve con él hasta las dos de la mañana con Kate, pues Mary Ann me reemplazaba con Alice, haciendo turnos para no fatigarnos. Antes de retirarme, estuvo haciendo varias preguntas entre otras cuándo recibiría tu carta de San Vicente y me recomendó irme a acostar, para que viniera a reponer a Mary en la mañana. Todo esto, Máximo, dicho con fatiga, pero con tanto despejo, que, cuando lo recuerdo, creo soñarlo! Cuando a las seis de la mañana entró Alice a llamarme porque Mary Ann creía al general muy malo, salté de la cama, y cuando me allegué a él lo besé tantas veces como tú sabes lo hacía siempre, y al besarle la mano la sentí muy fría. Le pregunté “¿cómo te va tatita?” su contestación fue, mirándome con la mayor ternura: “no sé, niña”. Salí del cuarto para decir que inmediatamente fueran por el médico y el confesor; sólo tardaría un minuto pues Atche estaba en el corredor; cuando entré al cuarto había dejado de existir!!! Así, tú ves, Máximo mío, que sus últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija tan amante y afectuosa. Con esta última demostración está compensado mi cariño y constante devoción. ¡Ah Máximo, qué falta me haces! ¡Si tú estuvieras aquí yo sola me ocuparía de llorar mi pérdida, pero no te tengo, y es preciso que yo tome tu lugar, lo que hago con una fuerza de espíritu que a mi misma me sorprende, desde que he estado acostumbrada que, en mis trabajos y los de mi padre, tú hicieras todo por nosotros! Pero Dios Todopoderoso, al mismo tiempo que nos da los sufrimientos, nos acuerda fuerza y conformidad para sobrellevarlos. ¡Te aseguro que ha muerto como un justo! ¡No ha tenido agonía, exhaló su alma tan luego que me dirigió su última mirada! ¡Ni un quejido, ni un ronquido, ni más que entregar quietamente su alma grande al Divino Creador. ¡Que él lo tenga en su santa gracia! ¡Mary estaba a su lado cuando murió, y esta pobre mujer se ha conducido con él, hasta su última hora, con la fidelidad que tú conoces siempre le ha servido! ¡Pobre tatita, estuvo tan feliz cuando me vió llegar el lunes! Las dos muchachas están desoladas. Madre e hija demuestran el cariño que tenían a su patrón. Tus predicciones y las mías se cumplieron desgraciadamente, cuando le decíamos a tatita que esas salidas con humedad en el rigor del frío le habían de traer una pulmonía. Pero su pasión por el campo ha abreviado sus días, pues, por su fortaleza pudo vivir muchos años más.    En uno de los días de frío espantoso que hemos tenido, anduvo afuera, como de costumbre, hasta tarde; le tomó un resfrío y las consecuencias tú las sabes. ¡Pobre tatita! Estoy cierta que tú le sentirás como a tu mismo padre, pues tus bondades para él bien probaban cuánto le amabas! A Rodrigo, que ruegue a Dios por el alma de su abuelito, que tanta predilección hacía de él, y que no le escribo porque no me siento con fuerzas, ni tengo más tiempo que el que te dedico.    El doctor Wibblin es mi paño de lágrimas en estos momentos en que necesitaba una persona, a quien encargar las diligencias del funeral. Kate con Manuel, fueron a ver al Undertaker, al padre y demás, y todo está arreglado para que tenga lugar el martes 20, y como el pobre tatita ordenara en su testamento que sólo se diga en su funeral una misa rezada, y que sus restos sean conducidos a su última morada sin pompa ni apariencia, y que el coche fúnebre sea seguido por uno fúnebre con tres o cuatro personas, los preparativos no tienen mucho que arreglar y su voluntad será cumplida, y en éste último irán el doctor, Manuel y el sacerdote, y tal vez venga el esposo de Eduardita García, pues he tenido un telegrama pregúntándome cuándo tendría lugar el funeral, porque quiere asistir a él. Eduarda me ha dirigido otro, diciéndome pone a mi disposición dos mil francos, si necesito dinero. Esto es un consuelo en mi aflicción.   Por supuesto que se lo he agradecido, contestando que, si necesito algo, a ella mejor que a nadie ocurriría, pero que, al presente, no lo necesito.   También ordena tatita que su cadáver sea enterrado dos días después de su muerte, pero esto ha sido imposible cumplirlo pues el undertaker dijo que no tenía tiempo, porque siendo el pobre tatita tan alto era preciso hacer el cajón y el de plomo, donde está ya hoy colocado; mañana vendrá el de caoba, decente solamente, y aunque deseaba fuese el funeral el lunes no puede ser, por ser día de San José, y así será el martes 20. ¡Dios nuestro Señor le acuerde descanso eterno! En fin, no serán las cosas dispuestas como si tú estuvieras ocupado en ellas, pero haremos cuanto podamos, yo por llevar mi deber filial y el doctor el tan sagrado de amistad. Pobre Manuel, no sabe cómo complacerme y consolarme.

 Tuya

 MANUELA DE ROSAS DE TERRERO

La edificante muerte del ex dictador, la magnífica serenidad con que se desprende del mundo, en plena lucidez mental, prueba a las claras, que en la hora suprema, no le conturba ningún remordimiento y que está en paz consigo mismo. Murió como un justo, proclama conmovida su hija que sabe cuanto le han difamado sus enemigos. Los que le han maldecido, augurándole una agonía horrible, acechada por los espectros vengadores de sus supuestas víctimas, han de haber quedado estupefactos al informarse que afrontó, sonriendo, el tránsito definitivo. ¡Farsa, histrionismo, simulación! –repetirán irreverentes–. No, la tranquilidad de conciencia no se finge en momento tan solemne, cuando el espíritu humano se desprende de su envoltura carnal y se eleva a Dios en demanda de su divina justicia. Quien sonríe ante la muerte es porque nada tiene de que excusarse. La tranquilidad de conciencia no es entonces una postura: es una convicción íntima, una conformidad suprema, que retempla el ánimo e ilumina el más allá.


Bibliografía

Grass Mario César "Rosas y Urquiza"

viernes, 22 de julio de 2022

CIRIACO CUITIÑO, ¡QUE LINDO VIEJO!

por Aurora Venturini
Por las calles adoquinadas del barrio Sur, donde el sol es más punzó, la luna más serenatera y refalosa, cabalga el orden de la mazorca, por si algún mal entretenido hace de las suyas.
El viento rosín alza el poncho del gauchón.
Lo descubre moreno por el poco de tez que la pelambre facial permite entrever.
Morocho, por lo bien montado.
Vigilan sus ojos severos y melancólicos, porque la llana llanura -por dentro- encréspasele de cordillera. Ha nacido en Mendoza don Ciríaco Cuitiño.
Duerme el barrio y los faroleros repican la hora y la tranquilidad. Puede ocurrir lo contrario, y entonces se abruman las pupilas del mazorquero; hay que apaciguar. La mazorca es mano dura porque duros son los tiempos.
Don Juan Manuel anda en otra aventura mucho mayor.
La de don Ciríaco es una hormiga comparada con la del Gobernador Brigadier General. De ahí tal vez la nostalgiosa expresión de Cuitiño.
“En 1845 la alianza de los ingleses y los franceses contra nosotros, se fue al demonio; el señor Restaurador no andaba con chiquitas... los reventó a los gringos”.
Pero él...¿qué hizo en 1826?
Una balandra extranjera chapoteaba las aguas de la costa. La guerra con el Brasil tornaba desconfiado al hombre. Y ¿a quién no?
Corrió a la balandra a tiros. La balandra huyó con sus posibles pretensiones de apoyatura en estos lugares.
Ahora la cosa era más complicada.
Y cuánto...
Don Ciríaco Cuitiño recuerda que por más de una década vivió en la campaña bonaerense, cerca del Riachuelo. Antes de la política.
Se ajusta el poncho a la altura del cuello, ¿una molestia?; ¿o una premonición?
Su casa se le viene a la memoria nostalgiosa.
En 1818 era teniente de milicias del Partido de Quilmes. También alcalde.
Edificó la casa, la que se le viene a la memoria en alas de nostalgia.
Fue en 1832.

Perseguía a los ociosos merodeadores y malvivientes y los erradicaba del Partido.
Su reelección de alcalde fue premio por lo de la balandra fugitiva.

Pero no aceptó porque prefería la milicia, y así, desde el 21 de enero de 1830, va a la cabeza de las partidas celadoras.
Orgullo de varón bravo, ligero de mano y pronto de acción, el moreno-morocho don Ciriaco, está al servicio de la Policía de Buenos Aires.
Y desde entonces es miembro de la Sociedad Popular Restauradora, Coronel, desde el primero de octubre de 1838.
Conoció y acompañó a don Juan Manuel siempre y desde siempre.
Desde su puesto de acción, es decir, de lejos.
Masculla: "La Santa Federación, es santa"

Va convencido hasta los huesos y espía a diestra y siniestra. Desconfiado.
Mano dura. Duros son los tiempos que comparte con Pancho Troncoso, Arbolito Parra, Badía, Bárcena, Moreyra y otros decididos.
Supo habitar en la calle Luján, después en Defensa, cerca del cuartel de la mazorca.
Violín y violón... y bueno... la situación es tensa como cuerda de esos instrumentos. Los “de enfrente” no son mansitos. Nada de eso.
Mejor para la conciencia de ambos bandos: donde las dan, las toman.

Por las calles adoquinadas del barrio Sur, cabalga Ciriaco Cuitiño.
Es silencioso como lo son los criollos comprometidos con una causa difícil que, lo más seguro, en ella quedará la vida, guiñapo de muerte violenta.
Todos son violentos, los rojos y los celestes. Muy violentos.
Casi nunca sonríe el mazorquero. Pero cuando el fantasma de una mujer le sale al paso del cabalgar, lo hace: “Doña Encarnación... qué admirable señora”; ella traía, cuando la conoció, arenas del desierto, y él se puso a sus órdenes.

Parece que el barrio está tranquilo.
Rebobina el gauchón: “Propuse la escolta de honor de caballería a don Juan
Manuel, junto con Joaquín María Ramiro, Julián González Salomón, Andrés Parra,
Nicolás Marino, Juan Manuel Larrazábal, José María Boneo y Juan Merlo”.

Chacabuco y Carlos Calvo. Descabalga porque va enfermo de tanto trajín y viejo
ya.
Hizo lo que pudo y creyó justo hacer, aquello que su capacidad matrera. 
Ahora tiene una mano inservible y le duelen los huesos.
Vuelve a ajustarse el poncho a la garganta. Ahí algo aprieta.
Ya don Juan Manuel es un recuerdo.
La segunda mitad de 1853 y se procesará a los hombres de la mazorca. Ciríaco Cuitiño, detenido en el Cabildo, acusado de atrocidades, igual que Leandro Alén. Serán fusilados.

La mano seca de Cuitiño cobra vitalidad. No tiene miedo y sabe que lo van a fusilar ante seis mil personas, contra el paredón de la Concepción. Los llevan en una carreta hasta ese lugar. Son asistidos cristianamente. Los mazorqueros.
Emite con voz resuelta y firme su última voluntad: “Hilo de coser y una aguja; como después de fusilados nos van a colgar, no quiero que a un federal, ni de muerto, se le caigan los pantalones”.
Empezó la tarea con dificultad de una mano seca, algo revitalizada a fuerza de orgullo y machismo.
Rechazó la venda que cubre los ojos de los condenados.
Abrió su camisa: “Tiren”.
¡Qué lindo viejo!
Cuyano había de ser.
Penduleó cuatro horas suspendido de la soga.
Después fue un poco verdad y demasiado fábula.

viernes, 15 de julio de 2022

“FUIMOS NOSOTROS…”

POR MIGUEL ANGEL DE RENZIS.

Hace 49 años Alberto en Matanza, Ricardo en la 16 de Capital, y el que esto escribe, en Vicente Lopez, los tres votábamos por primera y única vez a Juan Domingo Perón. El impacto en el cuarto oscuro era doble. La boleta decía Perón – Perón. Y una estrategia del “Colorado” Abelardo Ramos presentaba una boleta igual que la del FREJULI, desde el FIP, pidiendo que votaran a Perón por la izquierda. Ricardo se había ido de la organización de Alberto porque decía años antes a este hecho electoral, que el peronismo tenía que ir al uso de las armas. Alberto, como mueca del destino, murió el 28 de septiembre del 2012. Había nacido en 1940. Ricardo, hoy vive, y es el principal responsable como editor en jefe del diario Clarin. Alberto fue Alberto Brito Lima, dos veces diputado nacional y embajador en Honduras, y fundador y jefe del Comando de Organización. Ricardo es Ricardo Roa, que nació en el 50 y que hoy decide lo que se publica y lo que no, en el diario de Noble. Justamente Roa trabajaba de periodista en la revista de la organización Montoneros, El Descamisado, que por ese entonces dirigía Dardo Cabo, y testimonió para los tiempos que el hoy residente en Barcelona y otrora jefe máximo de la organización Montoneros, Eduardo Firmenich, entró a la redacción, y exclamó: ¡FUIMOS NOSOTROS!
Se refería al asesinato de José Ignacio Rucci, ocurrido dos días después de aquella elección, el martes 25 de septiembre de 1973. El atentado se produjo a las 12 y 11, a la salida de la casa de la calle Avellaneda 2953 de la localidad de Flores. A las 10 de la mañana de ese día Osvaldo Agosto, que oficiaba de Jefe de Prensa, llegó a la casa de Rucci mientras Coca, la esposa del jefe sindical, le cebaba unos mates, alcanzaron a discutir de futbol, y mientras José defendía a San Lorenzo, Osvaldo hablaba bien de River. Nélida Blanca Vagli le había dado dos hijos a Rucci. La nena que tenía 9 años, Claudia, ya por entonces trabajaba de actriz en la tira Jacinta Pichimahuida, que se daba por el Canal 9. El 12 de octubre de 1973, cuando Perón asume la tercera presidencia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y Montoneros anunciaban su fusión bajo el nombre de los últimos, siendo Firmenich el principal jefe, y Roberto Quieto por las FAR, el segundo. Sin embargo, ya en septiembre se había hecho esa unidad. Y en el atentado a Rucci el principal activista y guerrillero de las FAR, Julio Roqué, encabezó el operativo que mató a Rucci. Roqué fue descubierto el 29 de mayo de 1977, luego que un militante montonero se quebró en la ESMA y entregó el dato de la vivienda en Haedo. Roqué se batió en soledad con una patrulla de la Marina y cuando ya no podía resistir más se tomó la pastilla de cianuro y voló la vivienda con él adentro. Para poder lograr detectar adónde vivía Rucci la inteligencia de Montoneros efectuó seguimientos disimulados hasta que una nota de la revista Gente le dio el dato. Claudia, la hija, estudiaba en el Instituto Guillermo Brown de Haedo. La siguieron y detectaron el domicilio. En la causa que el juez Ariel Lijo inicio en el Juzgado Federal n° 4 se tomó datos reveladores del libro de Ceferino Reato, Operación Traviata. También en el libro La Voluntad, Tomo IV, las páginas 142 y 143 sirvieron para la investigación. Rucci tenía 49 años. Se había iniciado como delegado de SOMISA en 1960. Era secretario de prensa de la UOM. Por ese entonces la cúpula de Metalúrgicos la integraban Augusto Timoteo Vandor, Paulino Niembro, Avelino Fernandez y Lorenzo Miguel. En el 64 lo nombraron interventor de la seccional San Nicolás de la que luego fue secretario general. Rucci y Tosco protagonizaron memorables debates.
Ese día el General Perón, en Gaspar Campos, el 25 de septiembre del 73, estaba reunido con el general Miguel Angel Iñiguez, por entonces jefe de la Policía Federal. Cuando Juan Esquer, jefe de seguridad de Perón, interrumpió para darle la noticia, el General exclamó: “…me cortaron las patas...”
La noticia daba vueltas en el país y en el mundo. Todo era una terrible confusión. El martes a la tarde el ejército revolucionario del pueblo (eran los dueños del diario El Mundo), sacó un comunicado por Canal 9, que repitieron en la mañana del miércoles en el matutino. Ambos medios fueron sancionados por publicar el comunicado de la organización subversiva. Alguien había llamado a una comisaria de la Federal diciendo que el ERP lo había asesinado. Por lo general la organización trotskista no mataba dirigentes sindicales sino empresarios. El hoy editor general de Clarín, Ricardo Roa, contó que en la revista El Descamisado había una discusión acerca de quién podría haber cometido el crimen, hasta que Mario Eduardo Firmenich confirmo que habían sido ellos. El Descamisado salió desde el 73 y llegó al número 47 superando la edición de 100.000 ejemplares en el 74, cuando fue clausurado. Al poco tiempo la organización sacó El Peronista, figuraba como director Miguel Lizaso. A los 6 números la volvieron a cerrar. Insistieron y sacaron La Causa Peronista, donde figuraba como director Rodolfo Galimberti. Pero el hecho periodístico más importante fue el diario Noticias, que llegó a tener 267 salidas. Y que después de 8 meses también fue clausurado. Producido el sanguinario golpe de estado del 76, Ricardo Roa entró a trabajar en Clarín. El cuerpo de José Ignacio Rucci presentaba 26 balazos. Mientras Corea San Pedro lloraba (uno de los custodios de Rucci) Lino, Martin, Mateo (que eran los nombres militares de Julio Roqué) daba cuenta a sus superiores de lo ocurrido. En Gaspar Campos todo era silencio. Estela, la madre de Ricardo Roa, había sido una activa militante por el regreso de Perón, y muchas veces le había dicho a su hijo y a Estelita, su hija, también militante del CDO, que tuvieran cuidado. El colectivo de la linea 80, interno 8, arrancaba del barrio Sarmiento. El conductor era Alberto Brito Lima, que lo había heredado de su padre. A su izquierda, en el foso de la puerta cerrada, un joven 10 años menor, Ricardo Roa, lo acompañaba. Ni ellos dos, ni los pasajeros de ese viaje, imaginaban su destino. Después de Ezeiza, Montoneros empapeló Buenos Aires con una foto de los que ellos creían culpables, y allí aparecía Brito Lima, mientras Roa escribía para la patria socialista. Hoy Roa, como Patricia Bullrich, está más cerca de Alsogaray que de la revolución. Era martes. Y a Perón le habían cortado las piernas. Habían asesinado a José Ignacio Rucci.

jueves, 14 de julio de 2022

Perón entre la sangre y el tiempo: los días previos al golpe de 1955

Por Facundo Giampaolo
A principios de 1955, la caída del gobierno constitucional que presidía el general Juan Domingo Perón era impensada. La prensa internacional se hacía eco de la situación argentina y el diario estadounidense The New York Times comentaba en su editorial del 5 de febrero de 1955 que los opositores a Perón tenían nulas chances de poder sacarlo del gobierno como tanto anhelan. El líder justicialista contaba, en primer término, con gran apoyo popular en los sectores obreros y de clase media y también controlaba el Ejército, el Poder Legislativo, el Poder Judicial y la mayoría de la prensa oral y escrita, analizaba el prestigioso diario. Además, unos meses antes, en abril de 1954, Perón había propuesto por primera vez en la historia que se eligiera por votación el cargo de vicepresidente, que había quedado vacante dos años antes con la muerte de su compañero de fórmula Hortensio Quijano, que no llegó a asumir. El candidato peronista a la vicepresidencia fue Alberto Teisaire y el candidato opositor fue el radical Crisólogo Larralde. El resultado fue contundente: el peronismo arrasó en las urnas con el 64% de los votos contra el 32% de Larralde. Se trataba de un formidable respaldo al gobierno en las primeras elecciones sin Evita, fallecida en 1952. 
En materia económica, los salarios de los trabajadores eran los mejores de la historia argentina y la inflación, que había tenido un pico fuerte en 1953, logró ser dominada con una fuertísima campaña contra el agio y la especulación. Sin embargo, a finales de 1954, desde el Vaticano habían ordenado la creación del partido Demócrata Cristiano en diversos países de América Latina, incluido en la Argentina. En esta circunstancia, Perón entendió que el Vaticano y la jerarquía católica argentina querían crear un partido opositor para derrocarlo. Por aquellos días, el presidente mantuvo una reunión con el cura jesuita Hernán Benítez, quien le dijo que no le diera importancia al nuevo partido político porque no tenía chances electorales y que se trataba de una provocación de los obispos. Perón no tomó en cuenta los consejos del antiguo confesor de Evita y el gobierno entró en un conflicto con la curia católica, que se fue acrecentando mes tras mes.  La oposición, que no tenía chances de ganarle electoralmente al peronismo, aprovechó el conflicto y se hizo más católica que nunca y, junto a los obispos, comenzaron a incitar a sectores de la Fuerzas Armadas para que derrocaran al gobierno constitucional. En abril de 1955, varios funcionarios peronistas abandonaron el gobierno, en disidencia con la postura de Perón con el clero. Uno de ellos fue el joven ministro de Comercio, Antonio Cafiero, que cambió al presidente por la Iglesia y se fue del gobierno. Desde los púlpitos de las iglesias se llamaba a derrocar al gobierno mientras que desde los sindicatos se convocaba a defenderlo hasta el último aliento. El 11 de junio de 1955, la escalada de enfrentamiento llegó a su punto máximo cuando la Iglesia convirtió la tradicional procesión de Corpus Christi en un acto opositor, en el que reunió 50 mil católicos. En la marcha, grupos de la Acción Católica llegaron al Congreso y quemaron la bandera argentina, al mismo tiempo que izaron la bandera del Vaticano y arrancaron una plaqueta en homenaje a Eva Perón.
La CGT llamó a un paro general para el 14 de junio en apoyo al gobierno y a un acto en la Plaza de los dos congresos, en desagravio al panteón nacional y a Eva Perón. La situación en la República Argentina hacía presagiar el inminente estallido de una rebelión contra Perón, que tenía como objetivo derrocarlo y aniquilar todas las conquistas sociales que el peronismo había logrado para los sectores más humildes. El 16 de junio de 1955 a las 12:40, 34 aviones de la Marina de Guerra iniciaron el bombardeo y ametrallamiento sobre Plaza de Mayo con el único objetivo de matar al presidente, el general Perón. Si bien no lograron su cometido, este brutal ataque dejó un saldo de más de 350 muertos y más de 1.000 heridos. Una vez fracasada la asonada golpista, Perón analizó la situación con sus generales leales, Franklin Lucero, Arnaldo Sosa Molina, José Embrioni y el gobernador de Buenos Aires, Carlos Aloé. A ellos se sumaron más generales y coroneles que exigieron la pena de muerte para los sublevados. Perón se negó terminantemente a que hubiera más sangre en la Argentina y también se negó a aplicar la pena capital a los responsables de los bombardeos. Pero no solo eso: ordenó al jefe de la Policía Federal, Miguel Gamboa, llenar la ciudad de cientos de policías para que no hubiera más incidentes y controlar a los miles de peronistas con sed de venganza. El presidente no solo no fusiló a nadie, sino que en un discurso radial por cadena nacional pidió por la paz y la unidad nacional, y manifestó, entre otras cosas, que la revolución peronista había finalizado. “Comienza ahora una nueva etapa que es de carácter constitucional, sin revoluciones porque el estado permanente de un país no puede ser la revolución. Yo dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios”, expresó.  Sus adversarios eran los mismos que habían inundado la Plaza de Mayo con cadáveres, que se envalentonaron cuando vieron a un Perón débil y continuaron conspirando, ya que entendían que el presidente estaba muy debilitado. El General promovió un recambio ministerial influido por sus camaradas de armas, quienes le solicitaron ministros más moderados. Renunciaron Ángel Borlenghi, Armando Méndez San Martín, Jerónimo Remorino y Raúl Apold, entre otros. La pacificación que planteaba Perón dio lugar a que los principales dirigentes opositores se expresaran en radio, por cadena nacional. Las voces del radical Arturo Frondizi, el conservador Vicente Solano Lima y el socialista Alfredo Palacios aparecieron en todas las radios argentinas y no hubo condena alguna al magnicidio del 16 de junio y, por el contrario, culparon al presidente de lo sucedido y exigieron su renuncia. Durante agosto de 1955, los comandos civiles antiperonistas continuaron con los actos de sabotaje contra el gobierno y no aceptaron ninguna tregua. Perón, sintiéndose acorralado por una oposición violenta y golpista que no le aceptó la tregua, hizo una de sus jugadas favoritas. El 31 de agosto presentó ante la CGT y el partido peronista su renuncia a la primera magistratura del país. Inmediatamente, la CGT decretó el cese de actividades y la movilización a Plaza de Mayo. Cerca de las 18 horas, millares de trabajadores se habían reunido en la histórica plaza para que Perón permaneciera en la presidencia. Allí, en un durísimo discurso, el General rompió la tregua y decidió continuar en el gobierno. El 7 de septiembre, la CGT ofreció reservas voluntarias para defender la legalidad, Perón rechazó formar milicias obreras, un hecho que hubiera cambiado el curso de la historia argentina del siglo XX.
La Marina de Guerra, que tres meses atrás había bombardeado la Casa de Gobierno, siguió conspirando y, ante el temor de que Perón formara las milicias obreras y que la institución naval fuese desmantelada, buscó poner fecha a un nuevo levantamiento militar contra el presidente. Sin embargo, antes se aseguraron de sumar miembros del Ejército al complot, como los generales Eduardo Lonardi, Pedro Aramburu y el converso Videla Balaguer. La fecha elegida para el levantamiento militar fue el 16 de septiembre de 1955 con Eduardo Lonardi y el contraalmirante Isaac Rojas como los jefes del golpe, al que llamaron Revolución Libertadora. En las primeras horas del 16, los golpistas se habían hecho fuertes en la provincia de Córdoba, donde tomaron varias guarniciones militares de la provincia, radios y, después de arduos combates con la policía cordobesa, tomaron la Casa de Gobierno y diversas instalaciones gubernamentales. A pesar de lo que sucedía, el panorama para el gobierno era alentador y, salvo Córdoba, el resto de las guarniciones militares se mantenían leales al gobierno. En Corrientes, Aramburu quiso sublevar la guarnición de Curuzú Cuatiá y fue reprimido por los suboficiales peronistas. Por el otro lado, las tropas leales a Perón eran comandadas por el general Lucero, que entre el 17 y 18 de septiembre encargó al general Ángel Miguel Iñíguez cercar a los rebeldes de Córdoba y al general Juan Eriberto Molinuevo encargarse de los marinos. Los golpistas se sintieron acorralados y amenazaron con bombardear la destilería de petróleo de Dock Sud y bombardear Mar del Plata. Perón tenía presente los recientes recuerdos del bombardeo naval de junio y sabía que no iban a titubear en masacrar de nuevo a la población civil. El presidente llegó al ministerio de Ejército el 19 de septiembre a las 5:30 y se reunió con los generales Lucero, Molina, Whirth y el gobernador de Buenos Aires Aloé, a quienes les anunció que renunciaría al cargo presidencial si fuese necesario para alcanzar la paz y la concordia nacional. Los generales leales le explicaron el panorama favorable en el plano militar y le informaron que el general Iñiguez se encontraba en Alta Gracia, dispuesto al asalto final sobre Córdoba. Perón les agradeció su lealtad, pero les expresó que no quería la muerte de miles de inocentes y la destrucción de costosísimas obras si se producía el anunciado bombardeo de la marina rebelde. Además, les recordó a sus generales el miedo a una guerra civil como la española, que terminó con una España pobre y devastada, y el miedo a un nuevo bombardeo indiscriminado contra una ciudad abierta, sometida a la acción de cañones navales y bombas aéreas. Perón les recordó que en “la doctrina justicialista, primero está la patria, segundo el movimiento y, por último, los hombres”. “Es hora de cumplirla”, dijo. El ministro de Ejército, Lucero, convocó a una junta de generales, a los que les comunicó que, ante la amenaza del bombardeo a la Ciudad de Buenos Aires, el general Perón renunciaría al cargo de presidente de la República y les daría la potestad de negociar un cese de hostilidades con los sediciosos. Dicha junta de generales aceptó la dimisión de Perón. Lamentablemente, muchos militares leales a la constitución creyeron en un pacto de honor entre militares y, al poco tiempo de llegar sus camaradas al gobierno, se dieron cuenta del gravísimo error de entregarle el gobierno a Lonardi y Rojas. Perón se asiló en la embajada del Paraguay prácticamente solo dado que la CGT y el partido peronista, comandado por Alejandro Leloir, no convocaron a una huelga general. Tampoco hicieron una manifestación en apoyo al presidente, dejándolo en un estado de soledad absoluta.     Mire mi hijo, entre la sangre y el tiempo, prefiero el tiempo. Si he sido malo no volveré, pero si he sido bueno voy a volver”, manifestó Perón asilado en la embajada paraguaya a su ayudante, el mayor Cialceta.
Finalmente, Perón no estaba equivocado y retornó al país el 17 de noviembre de 1972. Casi un año más tarde, el 12 de octubre de 1973 asumió por tercera vez la presidencia de la República, con un mensaje para las generaciones futuras argentinas: “Para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino”.

domingo, 3 de julio de 2022

DOÑA ENCARNACIÓN EZCURRA DE ROSAS, HEROÍNA DE LA SANTA FEDERACIÓN

Por Melissa Mendoza
Una de las figuras femeninas más vigorosas de la historia argentina ha sido doña Encarnación Ezcurra y Arguibel de Rosas, esposa del Ilustre Restaurador de las Leyes don Juan Manuel de Rosas. Firme brazo político del esposo, hizo algo más que servirlo con ciega obediencia y lealtad. A menudo su afán de imitación del maestro la llevó a superarlo, organizando astutos planes políticos que tenían un exclusivo fin: la consagración del cónyuge en la cúpula del poder.
Desde un principio doña Encarnación tuvo que vencer agudas resistencias. Desde que había conocido al veinteañero Juan Manuel, poco después de la Revolución de Mayo.
Porque, en efecto, el noviazgo de Juan Manuel y Encarnación encontró la dura oposición de Agustina López Osomio, la madre de aquél. “Encarnación, por su parte, no iba a la zaga, en cuanto a carácter, de madre e hijo. Había jurado casarse con el heredero de don León Ortiz de Rosas y para conseguirlo echó mano de una estratagema que sólo su voluntad firmísima pudo fraguar para vencer a su tremenda enemiga: se fingió encinta y escribió a su presunto amante, con quien había combinado la treta, a los efectosde que la carta cayera con toda premeditación en poder de la madre.  El recurso fue decisivo: unos días después, 13 de marzo de 1813, Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra contraían enlace.  Para algunos, la oposición de la madre de Rosas al casamiento de su hijo radicaba en la temprana edad de ellos, apenas veinte años. “No es creíble -apunta escépticamente Antonio Dellepiane—; más bien parece haber residido pobreza de la novia y la posición aún incierta de su prometido, quien no poseía caudal propio y se hallaba por entonces al servicio de sus padres en la estancia que administraba”.
No se conocen demasiados detalles sobre los primeros años del matrimonio. Pero a partir de 1830, con el ascenso de la estrella del futuro dictador, se perfila nítidamente el papel de la esposa.
En 1832 la Sala de Representantes eligió gobernador a Juan Ramón Balcarce, según algunos bajo la influencia de Encarnación, quien propició su nombre por no ser. precisamente, “muy avispado”, pero garantizado por sus antecedentes federales. La garantía no iba a ser muy duradera, porque las relaciones se enfriaron pronto. A fines del año siguiente, Juan José Viamonte era elegido nuevo gobernador. Tampoco fue de la simpatía del matrimonio Rosas, ante su tenacidad en resistir las órdenes de la pareja.  una noche refiriéndose a una reciente en la cual se había llevado a cabo una violenta razzia contra los enemigos patrulló Viamonte, y yo me reía del susto que se había llevado; de esas resultas le escribió una carta Viamonte a don Enrique (Enrique Martínez Jefe militar unitario) diciéndole que no respondía de su vida si se obstinaba en no salir del país”.  Implacable en la vigilancia de la pureza práctica del rosismo, doña Encarnación no perdonaba a nadie que se apartara del Restaurador, aunque ese alguien fuera su propio cuñado. Ocurrió, en efecto, que al reunir Viamonte en su persona a varios elementos federales que no comulgaban con los métodos de Rosas, captó las simpatías del hermano de don Juan Manuel, Gervacio Rosas. Encamación se apresuró a denunciar el hecho al cónyuge: “A Gervacio le ha entrado una defensa particular por Viamonte, como si fuera su mejor amigo (.. .). Cuánto me alegraría que le echaras una raspa. . .” veces, la indiscreta prueba de un papel firmado se convierte en pista sugerente de un carácter. En carta del 22 de octubre de 1833 dirigida a un amigo, firme sostenedor del rosismo, Encamación le confiaba: “Ya le he escrito a Juan Manuel que si se descuida conmigo, a él mismo le he de hacer una revolución, tales son los recursos y opinión que he merecido de mis amigos”.
Carlos Ibarguren ha hecho de ella este retrato obgviamente exagerado y discutido: “Era más fea que agraciada, hombruna, exaltada; su carácter, inflamado de pasión, la llevaba algunas veces a la violencia. En su espíritu, lleno de malicia y suspicacia, no predominaban rasgos femeninos ni tiernos, y en su correspondencia no hay un estremecimiento de mujer, ni un latido suave, ni una emoción delicada de vida interior”.
Apodada “la mulata Toribia” por la oposición proverbial por entonces su lucha, no sólo peleo también contra otra esposa brava: Tiburcia Mansilla. la mujer de Balcarce, quien hablaba de Encarnación en cuanto corrillo se formaba. Decía de que estaba sumida en los vicios y que el Restaurador sentía más que una total indiferencia por la esposa. Lo que era todas luces falso.  Juan Manuel y Encarnación fue el matrimonio político perfecto del siglo XIX
Encarnación se reía de estas habladurías. Su preocupación era preparar y asegurar el camino de al poder. Se ocupaba con febril pasión de tales preparal Hablaba con todos, manejaba hilos sutiles y trampas, se hacía amiga de la gente baja, intrigaba, escribía cartas estaba siempre alerta. Enterada que un unitario había llegado al campamento del marido para obsequiarle un barata de aceitunas, ella le advirtió a Juan Manuel: “no las cornal hasta que otro coma primero. . Su prestigio, siempre fue en ascenso, le granjeaba amistades poderosas. El doctor Manuel Vicente Maza, por ejemplo, le servía a menudo como secretario.   El 23 de noviembre de 1833 Rosas le escribió a la esposa, desde su cuartel general: “Ya has visto lo que vale te amistad de los pobres y por ello cuánto importa sostenerte y no perder medios para atraer y cautivar voluntades. No"-’ cortes pues sus correspondencias. Escríbeles con frecuencia; mándales cualquier regalo, sin que te duela gastar en esto. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rurales, pomo también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias. A los amigos que te hayan servido déjalos que jueguen al billar en casa y obséquialos con lo que puedas”.
El 29 de abril de 1834 ella le garabateó a Rosas: “Tuvieron muy buen efecto los balazos que hice hacer el 29 del pasado (se refería a los ya citados atentados contra los generales Tomás de Iriarte y Félix de Olazábal), como te dije en mía del 28, pues a eso se ha debido se vaya a su tierra el facineroso canónigo Vidal.  Ernesto H. Celesia, ha escrito la siguiente opinión de Encamación: “Ante la discordia, que se insinúa entre los apostólicos (nombre con que eran conocidos los rosistas en su primera etapa), la acción decidida, indiscutiblemente hábil, de doña Encarnación, agregada al prestigio natural que le da su condición de esposa y compañera del caudillo, circunstancias que la señalan ante la masa como su representante más fiel, la consagran como la dirigente de los apostólicos, y todos, amigos y adversarios, vieron en ella la expresión de la voluntad de don Juan Manuel de Rosas. Todos lo repiten: ella fue el alma de la resistencia a la acción de los cismáticos, la organiza y dirige. Con ella y por ella triunfan los restauradores”.
Pero no disfrutaría demasiado del poder y la gloria que ella había ayudado a conquistar con tanta paciencia y astucia. Sólo compartió con Juan Manuel sus primeros tres años de mandatario, porque murió el 20 de octubre de 1838, a los 43 años de edad.
“La Gaceta Mercantil” publicó el lunes 22 de octubre de 1838 que “la digna esposa de Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, no existe ya sino por la memoria de sus virtudes. Ha sido arrebatada por la muerte a las dos horas de la mañana del día 20 del presente después de una grave y dilatada enfermedad que ha superado los recursos de la ciencia médica y los esfuerzos y cuidados de una esmerada y cariñosa asistencia”.
Este luto sea igual y conforme al que usa Nuestro Dustre Restaurador, que consiste en pañuelo o corbata negra, en una faja con moño negro en el brazo izquierdo y en tres dedos de faja negra en el sombrero, quedando en el mismo visible, abajo, a la cinta punzó, y si la persona lleva morrión o gorra militar, entonces el luto consistirá en el pañuelo o corbatín negro, y el luto en el brazo izquierdo”.
A lo largo de varios días se tiraron cañonazos cada media hora en el Fuerte. El decreto de honores era minucioso, pomposo, agotadoramente prolijo. Preveía la aparición de bandas de música, trompas, clarines y tambores, la formación del orden de batalla del ejército, la ubicación de las piezas de artillería, la colocación de cintas negras cortadas con un lazo punzó en banderas y estandartes, el luto de los clarines, etc.
El cadáver fue envuelto en paño de seda y terciopelo, previamente recostado sobre almohadones acolchados de raso blanco. Fue colocado en tres ataúdes. El primero, de incierta madera, forrado en raso blanco. El segundo, de plomo, cerrado a fuego. El tercero de caoba, cubierto de terciopelo negro y lujosamente bordado.
La “Heroína de la Santa Federación”, la “Heroína del Siglo”, FUE LA MUJER POLITICA MÁS EXTRAORDINARIA DEL SIGLO XIX

bibliografia
Celesia Ernesto "Rosas el tirano"
Dellepiane Antonio "Rosas"
Galvez Manuel "Vida de Don Juan Manuel de Rosas"
Gelman Jorge y Fradkin Raul "Rosas la construcción de un ideario político"
Ibarguren Carlos "Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama y su tiempo"
Lynch John "Juan Manuel de Rosas#