Una de las figuras femeninas más vigorosas de la historia argentina ha sido doña Encarnación Ezcurra y Arguibel de Rosas, esposa del Ilustre Restaurador de las Leyes don Juan Manuel de Rosas. Firme brazo político del esposo, hizo algo más que servirlo con ciega obediencia y lealtad. A menudo su afán de imitación del maestro la llevó a superarlo, organizando astutos planes políticos que tenían un exclusivo fin: la consagración del cónyuge en la cúpula del poder.
Desde un principio doña Encarnación tuvo que vencer agudas resistencias. Desde que había conocido al veinteañero Juan Manuel, poco después de la Revolución de Mayo.
Porque, en efecto, el noviazgo de Juan Manuel y Encarnación encontró la dura oposición de Agustina López Osomio, la madre de aquél. “Encarnación, por su parte, no iba a la zaga, en cuanto a carácter, de madre e hijo. Había jurado casarse con el heredero de don León Ortiz de Rosas y para conseguirlo echó mano de una estratagema que sólo su voluntad firmísima pudo fraguar para vencer a su tremenda enemiga: se fingió encinta y escribió a su presunto amante, con quien había combinado la treta, a los efectosde que la carta cayera con toda premeditación en poder de la madre. El recurso fue decisivo: unos días después, 13 de marzo de 1813, Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra contraían enlace. Para algunos, la oposición de la madre de Rosas al casamiento de su hijo radicaba en la temprana edad de ellos, apenas veinte años. “No es creíble -apunta escépticamente Antonio Dellepiane—; más bien parece haber residido pobreza de la novia y la posición aún incierta de su prometido, quien no poseía caudal propio y se hallaba por entonces al servicio de sus padres en la estancia que administraba”.
No se conocen demasiados detalles sobre los primeros años del matrimonio. Pero a partir de 1830, con el ascenso de la estrella del futuro dictador, se perfila nítidamente el papel de la esposa.
En 1832 la Sala de Representantes eligió gobernador a Juan Ramón Balcarce, según algunos bajo la influencia de Encarnación, quien propició su nombre por no ser. precisamente, “muy avispado”, pero garantizado por sus antecedentes federales. La garantía no iba a ser muy duradera, porque las relaciones se enfriaron pronto. A fines del año siguiente, Juan José Viamonte era elegido nuevo gobernador. Tampoco fue de la simpatía del matrimonio Rosas, ante su tenacidad en resistir las órdenes de la pareja. una noche refiriéndose a una reciente en la cual se había llevado a cabo una violenta razzia contra los enemigos patrulló Viamonte, y yo me reía del susto que se había llevado; de esas resultas le escribió una carta Viamonte a don Enrique (Enrique Martínez Jefe militar unitario) diciéndole que no respondía de su vida si se obstinaba en no salir del país”. Implacable en la vigilancia de la pureza práctica del rosismo, doña Encarnación no perdonaba a nadie que se apartara del Restaurador, aunque ese alguien fuera su propio cuñado. Ocurrió, en efecto, que al reunir Viamonte en su persona a varios elementos federales que no comulgaban con los métodos de Rosas, captó las simpatías del hermano de don Juan Manuel, Gervacio Rosas. Encamación se apresuró a denunciar el hecho al cónyuge: “A Gervacio le ha entrado una defensa particular por Viamonte, como si fuera su mejor amigo (.. .). Cuánto me alegraría que le echaras una raspa. . .” veces, la indiscreta prueba de un papel firmado se convierte en pista sugerente de un carácter. En carta del 22 de octubre de 1833 dirigida a un amigo, firme sostenedor del rosismo, Encamación le confiaba: “Ya le he escrito a Juan Manuel que si se descuida conmigo, a él mismo le he de hacer una revolución, tales son los recursos y opinión que he merecido de mis amigos”.
Carlos Ibarguren ha hecho de ella este retrato obgviamente exagerado y discutido: “Era más fea que agraciada, hombruna, exaltada; su carácter, inflamado de pasión, la llevaba algunas veces a la violencia. En su espíritu, lleno de malicia y suspicacia, no predominaban rasgos femeninos ni tiernos, y en su correspondencia no hay un estremecimiento de mujer, ni un latido suave, ni una emoción delicada de vida interior”. Apodada “la mulata Toribia” por la oposición proverbial por entonces su lucha, no sólo peleo también contra otra esposa brava: Tiburcia Mansilla. la mujer de Balcarce, quien hablaba de Encarnación en cuanto corrillo se formaba. Decía de que estaba sumida en los vicios y que el Restaurador sentía más que una total indiferencia por la esposa. Lo que era todas luces falso. Juan Manuel y Encarnación fue el matrimonio político perfecto del siglo XIX
Encarnación se reía de estas habladurías. Su preocupación era preparar y asegurar el camino de al poder. Se ocupaba con febril pasión de tales preparal Hablaba con todos, manejaba hilos sutiles y trampas, se hacía amiga de la gente baja, intrigaba, escribía cartas estaba siempre alerta. Enterada que un unitario había llegado al campamento del marido para obsequiarle un barata de aceitunas, ella le advirtió a Juan Manuel: “no las cornal hasta que otro coma primero. . Su prestigio, siempre fue en ascenso, le granjeaba amistades poderosas. El doctor Manuel Vicente Maza, por ejemplo, le servía a menudo como secretario. El 23 de noviembre de 1833 Rosas le escribió a la esposa, desde su cuartel general: “Ya has visto lo que vale te amistad de los pobres y por ello cuánto importa sostenerte y no perder medios para atraer y cautivar voluntades. No"-’ cortes pues sus correspondencias. Escríbeles con frecuencia; mándales cualquier regalo, sin que te duela gastar en esto. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rurales, pomo también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias. A los amigos que te hayan servido déjalos que jueguen al billar en casa y obséquialos con lo que puedas”.
El 29 de abril de 1834 ella le garabateó a Rosas: “Tuvieron muy buen efecto los balazos que hice hacer el 29 del pasado (se refería a los ya citados atentados contra los generales Tomás de Iriarte y Félix de Olazábal), como te dije en mía del 28, pues a eso se ha debido se vaya a su tierra el facineroso canónigo Vidal. Ernesto H. Celesia, ha escrito la siguiente opinión de Encamación: “Ante la discordia, que se insinúa entre los apostólicos (nombre con que eran conocidos los rosistas en su primera etapa), la acción decidida, indiscutiblemente hábil, de doña Encarnación, agregada al prestigio natural que le da su condición de esposa y compañera del caudillo, circunstancias que la señalan ante la masa como su representante más fiel, la consagran como la dirigente de los apostólicos, y todos, amigos y adversarios, vieron en ella la expresión de la voluntad de don Juan Manuel de Rosas. Todos lo repiten: ella fue el alma de la resistencia a la acción de los cismáticos, la organiza y dirige. Con ella y por ella triunfan los restauradores”.
Pero no disfrutaría demasiado del poder y la gloria que ella había ayudado a conquistar con tanta paciencia y astucia. Sólo compartió con Juan Manuel sus primeros tres años de mandatario, porque murió el 20 de octubre de 1838, a los 43 años de edad.
“La Gaceta Mercantil” publicó el lunes 22 de octubre de 1838 que “la digna esposa de Nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, no existe ya sino por la memoria de sus virtudes. Ha sido arrebatada por la muerte a las dos horas de la mañana del día 20 del presente después de una grave y dilatada enfermedad que ha superado los recursos de la ciencia médica y los esfuerzos y cuidados de una esmerada y cariñosa asistencia”.
Este luto sea igual y conforme al que usa Nuestro Dustre Restaurador, que consiste en pañuelo o corbata negra, en una faja con moño negro en el brazo izquierdo y en tres dedos de faja negra en el sombrero, quedando en el mismo visible, abajo, a la cinta punzó, y si la persona lleva morrión o gorra militar, entonces el luto consistirá en el pañuelo o corbatín negro, y el luto en el brazo izquierdo”.
A lo largo de varios días se tiraron cañonazos cada media hora en el Fuerte. El decreto de honores era minucioso, pomposo, agotadoramente prolijo. Preveía la aparición de bandas de música, trompas, clarines y tambores, la formación del orden de batalla del ejército, la ubicación de las piezas de artillería, la colocación de cintas negras cortadas con un lazo punzó en banderas y estandartes, el luto de los clarines, etc.
El cadáver fue envuelto en paño de seda y terciopelo, previamente recostado sobre almohadones acolchados de raso blanco. Fue colocado en tres ataúdes. El primero, de incierta madera, forrado en raso blanco. El segundo, de plomo, cerrado a fuego. El tercero de caoba, cubierto de terciopelo negro y lujosamente bordado.
La “Heroína de la Santa Federación”, la “Heroína del Siglo”, FUE LA MUJER POLITICA MÁS EXTRAORDINARIA DEL SIGLO XIX
bibliografia
Celesia Ernesto "Rosas el tirano"
Dellepiane Antonio "Rosas"
Galvez Manuel "Vida de Don Juan Manuel de Rosas"
Gelman Jorge y Fradkin Raul "Rosas la construcción de un ideario político"
Ibarguren Carlos "Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama y su tiempo"
Lynch John "Juan Manuel de Rosas#
Me encantó este artículo Melissa
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